Georg Christoph Lichtenberg.
Cuadernos.
Volumen II.
Traducción de Carlos Fortea.
Hermida Editores. Madrid, 2016.
‘Cristianos de mandil.’ Así define corrosivamente Lichtenberg a los francmasones en uno de los fragmentos que forman parte de los cuadernos D y E, que contienen las notas que escribió de 1773 a 1776.
Físico experimental, astrónomo y escritor, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) es el prototipo del intelectual ilustrado, del científico humanista y uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana. Durante treinta y cinco años fue registrando en sus libretas cientos de apuntes y borradores con observaciones, microensayos y exabruptos, ocurrencias y reflexiones.
Asistemático y fragmentario, el pensamiento disperso de Lichtenberg es el resultado de su talante intelectual más que de una doctrina cerrada. Neurótico e hipocondríaco, su escepticismo radical no mermó su infatigable curiosidad ni su deslumbramiento por Londres, Shakespeare y la cultura inglesa.
Y por eso cada una de sus páginas es una invitación a la reflexión crítica ante la naturaleza, las palabras o los comportamientos humanos. Porque nada escapó a su mirada inteligente, contradictoria e incisiva: la literatura y la historia, la religión y la filosofía, la ciencia y el arte, el cuerpo y el alma, el amor y la muerte, la sociedad o el lenguaje son algunos de los temas universales que suscitaron la atención siempre lúcida y a menudo irónica de Lichtenberg, de quien dijo Goethe que en donde él gastaba una broma había siempre un problema escondido.
Notas de lecturas y pecios, borradores y aproximaciones, estas páginas son un catálogo de perplejidades que hacen compatibles la ironía y la profundidad, la anécdota y el análisis, un catálogo de insultos o la reflexión sobre los límites del lenguaje y del conocimiento, la observación de las leyes naturales y la lucha contra las supersticiones.
No faltan los dardos contra el ignorante: ‘Un maestro de escuela escribe a otro: a esto se le llama nitimur in foetidum.’
Ni su mirada, entre irónica y compasiva ante un inofensivo aspirante a escritor: ‘Suponiendo que un joven que siente el impulso de convertirse en una cabeza original nos escribe un romance o una balada o algo por el estilo, ante lo que cualquier persona razonable se tapa los ojos de compasión por ese joven genio desdichado, ¿da eso pie a extenderse sobre el asunto y darse codazos, intercambiar cuchicheos y risitas, y armar tanto jaleo como si el Papa hubiera tenido gemelos? Si alguien escribe mal, está bien, dejadle escribir. Transformarse en buey está lejos de ser un suicidio.’
Ni el humor: ‘Las cosas más importantes se hacen mediante tubos. ¿Acaso los miembros viriles, las plumas de escribir y nuestras armas no demuestran que el ser humano no es sino un confuso haz de tubos?
Ni las críticas al crítico: "'Me ha dicho que, cuando termina una reseña, es cuando tiene las mayores erecciones."
Ni las críticas al crítico: "'Me ha dicho que, cuando termina una reseña, es cuando tiene las mayores erecciones."
“Murió convencido de que sería olvidado –escribió de él Juan Villoro-; pero la literatura, como él mismo anotó en sus cuadernos, suele ser más inteligente que su autor.” Por eso lo leyó Kant, y Thomas Mann subrayó estos cuadernos que también frecuentaron Freud, Nietzsche o Canetti.
Con la edición de este segundo volumen, Hermida Editores sigue completando uno de los proyectos más ambiciosos de su espléndido catálogo: la publicación, íntegra por primera vez en castellano, de cinco tomos con los Cuadernos de Lichtenberg.
Santos Domínguez