21 octubre 2013

Exiliado en el arte


Alfredo Rodríguez.
Exiliado en el arte.
Conversaciones en París
con José María Álvarez. 
Renacimiento. Sevilla, 2013.

Exiliado en el arte, que publica Renacimiento en su colección Los cuatro viemtos, es una larga conversación que puede leerse también como una antología comentada a dos voces de la poesía de José María Álvarez. 

Si se tiene en cuenta que esas dos voces son la del propio poeta y la de Alfredo Rodríguez, un conocedor excepcional de la obra de Álvarez, sobre la que está preparando una edición anotada, se comprenderá que estas conversaciones parisinas de enero de 2009 son una magnífica puerta abierta al mundo literario de un poeta tan fundamental como José María Álvarez.

La escritura y el arte, el sentido de la poesía en el mundo actual, los novísimos y los temas de la literatura, el proceso de construcción de un poema o un libro como Museo de cera, sus claves significativas, la memoria y la mirada, los libros y la vida, la poesía como destino, las ciudades vividas por el poeta –París, Venecia, Alejandría-, las traducciones, Mozart, el alcohol y el tabaco, la muerte y el amor, la política y la sociedad, Dante y Borges, Cervantes y Shakespeare, Kavafis y Omar Khayam, Montaigne y Tácito, Pound y Aleixandre...

Esos nombres y esos temas, que constituyen la columna vertebral de la poesía de José María Álvarez, son también ejes de referencia constante de estas conversaciones que -entre el brillo y la provocación, entre el premeditado anacronismo ideológico y la lucidez estética- dilucidan una obra poética de la que el volumen contiene una muestra significativa, una antología esencial que se va construyendo al hilo del diálogo.

Y al fondo siempre la poesía y la cultura, no como gesto exhibicionista, sino como expresión asumida de “la vasta, excitante, desoladora y asombrosa vida” de la que hablaba el poeta al final de Los decorados del olvido.

Santos Domínguez


20 octubre 2013

Jimi Hendrix. Empezar de cero


Jimi Hendrix. 
Empezar de cero.
Traducción de Raquel Vicedo.
Sexto Piso. Madrid, 2013.

No soy capaz de expresarme en una conversación. No sé explicarme. Así que el escenario es lo único que existe. Es toda mi vida, dice Jimi Hendrix en uno de los textos recogidos en Empezar de cero, que publica Sexto Piso con una eficiente traducción de Raquel Vicedo.

En el origen de este libro hay una biografía para el cine en la que estaban trabajando Peter Neal y Alan Douglas. Gran parte del material recogido en el dossier que iba a servir de base al documental se ha reordenado en este volumen.

Empezar de cero, aclara en el prólogo Peter Neal, el cineasta que ha recopilado y ordenado los escritos, cartas y entrevistas “es el resultado de reorganizar este material en una estructura narrativa (...) como si estuviera editando secuencias fílmicas de un documental.”

Con ese material vertebrado en una estructura coherente en nueve capítulos –el último, claro, es Nine To The Universe-, “queda patente que Jimi dejó su propio relato de sí mismo, extraordinariamente claro y exhaustivo, aunque de un modo fragmentario y un poco elíptico.”

Un relato que resume la biografía externa del guitarrista en sus primeros veintitrés años y que a partir de ese momento, en la parte más importante del libro, se convierte en un viaje al interior del músico y del hombre, en una autoexploración de su mundo artístico, de su conciencia y de su percepción de la realidad.

Pero Empezar de cero es también un recorrido por las canciones más emblemáticas de Hendrix, un material autobiográfico de primer orden que sirve también para estructurar la secuencia que articula el libro.

El recuerdo de un primer viaje infantil con un colocón de penicilina mirando los fuegos artificiales en brazos de una enfermera, su familia problemática, las estancias con su abuela medio cherokee en una reserva india en Vancouver, la expulsión del instituto, la vida callejera de aquel muchacho que “nunca hizo lo que debía”, su descubrimiento de la guitarra, su autodidactismo, los problemas con la policía, el alistamiento en el ejército, los inicios en bandas de blues y soul, su trabajo con Little Richard, un improductiva borrachera de cerveza con Dylan, la creación de su propia banda, The Experience, y su éxito en Inglaterra, Francia, Holanda o Suecia, los años londinenses, la vuelta a Estados Unidos de la mano de Paul McCartney, las drogas, el agotamiento, las dudas, la desorientación...

Son algunos de los episodios que retratan a un personaje irrepetible que tenía la  música en la cabeza, tocaba de oído y escribía canciones para no tocar las de otros: Tienes que escribir –decía- tus propias canciones para conseguir tu propio sonido.

Hendrix se escandalizaba de las debilidades necrofílicas de cierta gente que se deshace en babas ante los muertos. Los despreciaba y se limitaba a pedir que cuando muriera solo siguieran escuchando sus discos.

Santos Domínguez

19 octubre 2013

Japón sobrenatural


Daniel Aguilar.
Japón sobrenatural.
Susurros de la otra orilla.
Satori. Gijón, 2013.

Traductor e intérprete de japonés, especialista en cine de ese país, Daniel Aguilar explora en Japón sobrenatural esos susurros de la otra orilla que figuran en el subtítulo de este espectacular volumen que publica Satori.

Espectacular por la forma –repleta de ilustraciones bellísimas e inquietantes- y por su contenido: un detallado y documentado análisis de la representación de lo sobrenatural en la cultura oral y escrita, gráfica y visual, de la cultura japonesa en todas sus épocas y en sus diversas variantes: desde los relatos tradicionales al cine, pasando por la novela, el manga o el kabuki, un espectáculo semejante a la ópera en su integración de música, palabra y coreografía.

Precisamente a ese género pertenece el libreto de un clásico del terror japonés, La historia sobrenatural de Yotsuya, que se estrenó en 1825 y se traduce por primera vez al español en estas páginas y que forma parte de un viaje a lo sobrenatural que comienza en la Taberna del Barón con esta pregunta: “¿Cuándo empezaría el gusto japonés por lo sobrenatural en su cultura?”

Así se inicia un recorrido por los espíritus que pasaron del sermón budista a la narrativa clásica japonesa y del papel a los escenarios teatrales, un repaso a las criaturas sobrenaturales que habitan el imaginario cultural y popular de Japón: aparecidos a la penumbra de las velas o sombras oscuras en la espesura del bosque, en un recorrido histórico en imágenes y palabras que se remontan a las tradiciones ancestrales del periodo Edo y llegan hasta este presente de terror globalizado haciendo paradas en las figuras espectrales de la época imperial en la literatura, los escenarios y las pantallas; o en el posterior resurgir de sus cenizas fantasmales en el cine; en los monstruos de papel, en el Tokyo de los años 60 y su sueño dentro de otro sueño; o en los puentes hacia la otra orilla que busca un pujante turismo de lo sobrenatural en Japón.

Es la otra orilla de los espectros y las almas en pena, de ejércitos de esqueletos, trasgos malignos o traviesos y animales con formas humanas, criaturas híbridas cuya existencia se sitúa al margen de las leyes naturales.

Cierran el volumen una amplia filmografía escogida con un centenar largo de películas, fundamentales en el género de lo sobrenatural o que se han difundido en España, y una bibliografía esencial sobre el tema en los diversos géneros: ensayo, crítica y narrativa.

Santos Domínguez

18 octubre 2013

Condición del extraño



Efi Cubero.
Condición del extraño.
La isla de Siltolá. Colección Tierra.
Sevilla, 2013.


Sin prisas el extraño no desea
la exactitud perdida en el camino,
de vector a vector vive el presente,
transporta la memoria fragmentada
y aplaza siempre todo; el encuentro,
el abrazo, la amistad perdurable o pasajera.

Carga al hombro su mundo, su lenguaje,
ese fuego solar sobre los ojos
con que impregna la vida.

A veces lo sorprende una palabra
que llega desde dentro sin buscar ni explicar,
así, como el rasar tan silencioso
que producen los remos sobre el mar interior
de la conciencia…
Un cielo de baldosas
lo mira desde abajo sorprendido
de la profundidad de su pisada.

De ese texto, Condición del extraño, que abre la primera parte de las tres que tiene el libro, toma su título el volumen que Efi Cubero acaba de publicar en la colección Tierra de La Isla de Siltolá.

Y hay ya en ese poema, como en una obertura, el anuncio de varios de los temas y de las actitudes que recorren el conjunto de la obra: la exactitud, la memoria, el lenguaje, los ojos, la conciencia, la búsqueda de profundidad. Y la condición del extraño, claro, la condición del poeta, que –como dejó dicho Edmond Jabès- es el extranjero por excelencia. 

Pues desde esas afueras asumidas por voluntad y por destino, Efi Cubero mira la realidad con ojos mentales que pretenden ir más allá de la superficie del mundo y bucean en lo esencial por debajo de lo accesorio y del accidente, sin que eso suponga renunciar a una emoción o una sensorialidad intensa en ocasiones.

Y así se construye este tríptico que dibuja el mundo como un territorio extraño y transparente con una palabra que desde la exactitud aspira a representar el fondo invisible y esencial de la realidad., como en Vaho, que termina con estos versos:

Hay una blanca luz de claraboya 
en el impersonal cuarto de hotel.
Se inclina hacia otro tiempo cuando escribe, 
a veces la palabra llena de un fulgor frío
la noche errante de las convicciones.
El vaho es un esfumato que proyecta al espejo 
su vaga y fantasmal fisonomía.

Con sus versos armónicos de música variada y compás bien medido, Efi Cubero combina la emoción y la inteligencia, la abstracción y los sentidos para hacer lo que un escritor tiene que marcarse como labor imprescindible: nos devuelve una imagen del mundo transfigurado con la palabra exacta del poeta, nos deja, como la música, algo muy breve y bello. / Como una huella limpia y luminosa, / donde imprime el espíritu cansado / cierta forma de huida.

Santos Domínguez



17 octubre 2013

Kafka. El fogonero


Franz Kafka.
El fogonero.
Ilustraciones de Max.
Traducción de Juan Andrés García Román.
Nórdica. Madrid, 2013.

El conflicto entre la autoridad y el individuo, la opresión ambiental de un entorno hostil, la búsqueda de identidad, la desorientación ante la impenetrable maquinaria del poder que aniquila a la persona, la culpa y el castigo, la pérdida y la huida son algunos de los temas que permiten conectar tres relatos que Kafka escribió en la misma época, en el creativo otoño de 1912.

Tres relatos que concibió como una trilogía  que quería publicar en un solo tomo con el título Hijos porque mantenían una serie de vínculos más o menos explícitos: La condena, El fogonero y La metamorfosis, narrados con parecida distancia indiferente ante los hechos y los personajes y que comparten también ese tono casi notarial que es uno de sus rasgos más llamativos.

Animado por la facilidad con la que acababa de terminar La condena, Kafka escribió con rapidez exaltada El fogonero como primer capítulo de una novela que acabó malográndose. Iba a ser el primero de los seis capítulos de una novela muy crítica con las injustas relaciones laborales en el capitalismo norteamericano –El desaparecido- que dejó inconclusa y que su amigo Max Brod editó con un título póstumo y no autorizado: América.

Ese relato escrito en un estado de euforia le gustó mucho, pero los otros capítulos no mantenían ni su tensión narrativa ni su altura literaria, de manera que lo publicó al año siguiente como relato exento. 

Y para celebrar el centenario de su publicación, Nórdica ha preparado la espléndida edición ilustrada por Max de este relato que tiene un ritmo casi cinematográfico y transmite la imagen del mundo como un laberinto metaforizado en el interior intrincado del barco en el que llega a América el protagonista, un joven Karl Roßmann obligado por su familia a hacer ese viaje que lo aparta de su entorno para purgar su culpa:

Al entrar en el puerto de Nueva York a bordo de un barco que se iba deteniendo, Karl Roßmann, un joven de diecisiete años al que sus padres pobres habían enviado a América por tener un hijo con una criada que lo había seducido, creyó ver la Estatua de la diosa Libertad, que divisaba desde hacía un buen rato, como si estuviera dentro de un rayo de sol que fulgurara de repente. El brazo con la espada parecía recién alzado y en torno a su silueta soplaban aires libres.
«Qué alta», se dijo.

Esa Estatua de la Libertad, que levanta llamativamente una espada en lugar de una antorcha, es un símbolo de lo que se va a encontrar el joven inmigrante: el castigo, el poder, la jerarquía, el abuso, la injusticia, la aniquilación del individuo en una degradante sociedad de masas al servicio de un sistema productivo jerárquico que funciona como una máquina de destrucción de la persona.

Santos Domínguez


16 octubre 2013

Del color de la leche


Nell Leyshon.
Del color de la leche.
Traducción de Mariano Peyrou.
Prólogo de Valeria Luiselli.
Sexto Piso. Madrid, 2013.



éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.

en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas, veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos, veo los árboles y veo las hojas.
y cada hoja tiene venas que la recorren.
y la corteza de cada árbol tiene grietas.
no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche.
me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre, eme. a. erre, i griega, así es como se escribe.

quiero contarte lo que ha pasado pero tengo que tener cuida-do de no apresurarme como hacen las vaquillas en la entrada, porque entonces iré por delante de mí misma y puedo tropezarme y caerme y de todas maneras tú querrás que empiece por donde se debe empezar.

y eso es por eí principio.


Así comienza Del color de la leche, de la novelista inglesa Nell Leyshon.

Con leves variaciones, pero nunca con mejor ni menos verosímil ortografía, esas frases se van repitiendo como una salmodia al comienzo de cada una de las cinco partes –Primavera, Verano, Otoño, Invierno, Primavera- en las que se organiza este intenso relato en primera persona.

Esa salmodia con variaciones marca no solo el comienzo de cada una de las secciones del libro, sino también y sobre todo la transición circular del presente de la narradora, la primavera de 1831, a un pasado muy reciente que se inicia en la primavera anterior y discurre por las otras tres estaciones del año.

En esa estructura circular el quinto capítulo, la primavera de 1831, es en realidad un epílogo que remata con su urgente brevedad una narración conmovedora escrita con la fuerza convincente de la primera persona, con la palabra torpe y precisa que reproduce la voz de esa muchacha inocente que a sus quince años espera en una celda –de ahí la prisa y el ritmo del relato- el momento de su ejecución en la horca.

Por encima de sus virtudes narrativas, que son muchas, Del color de la leche es también una denuncia de las víctimas dobles –mujeres y pobres- y una reivindicación del poder testimonial y liberador de la palabra, una muestra –como señala en su prólogo Valeria Luiselli- de “la relación entre el poder y la escritura como forma individual de resistencia.”

Un libro imprescindible que publica Sexto Piso con una magnífica traducción de Mariano Peyrou.


Santos Domínguez

15 octubre 2013

Eugenio Trías. De cine


Eugenio Trías.
De cine.
Aventuras y extravíos. 
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. 
Barcelona, 2013.


El cine es un microcosmos de todas las artes, escribe Eugenio Trías al comienzo del prólogo con el que abre De cine, una colección de ocho ensayos sobre cine que publica Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores.

Subtitulado Aventuras y extravíos, este volumen póstumo de Trías recoge ocho intensas aproximaciones a la producción de otros tantos directores de cine: de Fritz Lang a David Lynch y de Hitchcock a Bergman pasando por Welles, Kubrick, Coppola y Tarkovski.

Un canon personal que evoca películas esenciales, de Metrópolis a Drácula de Bram Stoker, de Rebeca a Inland Empire con el enfoque que anuncia esa frase inicial: un arte que conjuga otras: teatro y pintura, novela y arquitectura, música y fotografía, una suma en la que se produce la compenetración de imagen y sonido que caracteriza al cine, el arte específico del siglo XX, en palabras de Trías.

Cada uno de los ocho ensayos se organiza alrededor de una idea central que les da coherencia, una caracterización del cine de cada autor que se anuncia en el título de cada uno de ellos: Naturaleza y ciudad (Fritz Lang); las grandes mansiones y las historias de amor en Hitchcock, los mundos aparte de Coppola, los hombres huecos en Welles, la evidencia de los sueños en Tarkovski o la inteligencia y sus fantasmas en el cine de Kubrick.

La mirada certera de Trías analiza así el complejo diseño de Metrópolis, el ciclo de Mabuse o Furia; las mansiones siniestras y la insistencia de Hitchcock en las historias de amor o las vertiginosas imágenes arquetípicas del abismo en sus películas: desde el gótico de Rebeca a la genialidad risueña de Con la muerte en los talones pasando por la obra mayor que es Vértigo, para muchos cinéfilos –como recuerda el ensayista- la mejor película de la historia del cine, por delante de Ciudadano Kane.

Trías hace una profunda disección del cine de un Kubrick al desnudo en la reveladora Atraco perfecto, genial en Senderos de gloria, potente y prodigioso en La chaqueta metálica. Un cine coral, explica Trías, en el que el director y guionista explora la inteligencia –incluida la artificial en 2001: una odisea del espacio- y su lado oscuro, la sombra de la locura en El resplandor. Un cine que nos ha dejado el prodigio preciosista de la iluminación en Barry Lyndon, con Schubert al fondo, antes de llegar a Eyes wide shut, su obra culminante.

O relaciona el cine de Welles con la idea de los hombres huecos de T. S. Eliot que recorre gran parte de sus películas y sus interpretaciones, desde El cuarto mandamiento, malograda en parte por un montaje impuesto que la mutiló, hasta Sed de mal o El tercer hombre. En el comienzo de otras películas de Welles –como en Ciudadano Kane, Otelo o en Mr. Arkadin y su maldad sin fondo- rastrea Trías la presencia de la muerte, lo que provoca el flashback consiguiente con el que se organizan esas películas.

Los de Coppola son mundos aparte: el de la mafia en la trilogía del Padrino, que tiene un diseño casi operístico; las bandas juveniles marginales de La ley de la calle; el Drácula de Bram Stoker, fronterizo con la muerte, o el de Kurtz en el corazón de las tinieblas de Apocalypse Now.

El cine de Tarkovski – Nostalgia, Sacrificio, Solaris- es una exploración en lo onírico, entre la realidad y el deseo, los sueños y las pesadillas, así como el de Bergman, desde El séptimo sello hasta Fanny y Alexander vive entre la narración de las catástrofes y los contratiempos y alcanza su cima en Persona.

El último ensayo lo dedica Trías a David Lynch y a sus películas con ciudades y avenidas de la libido con un análisis en orden cronológico inverso que arranca de la reciente y turbadora Inland Empire y se remonta hasta la inicial La abuela, pasando por Mulholland Drive –para Trías, la mejor de Lynch- Corazón salvaje, Twin Peaks o Terciopelo azul.

Cierra el volumen un epílogo en el que Trías fija su canon en diez constelaciones con una película dominante y dos o tres que la acompañan. En ese canon, final por más de una razón, está naturalmente y en primer lugar Vértigo, acompañada de Con la muerte en los talones y La ventana indiscreta.

Le siguen otras constelaciones cuyas estrellas más brillantes se llaman Apocalypse Now, Persona, Eyes wide shut, Nostalgia, Metrópolis, Cuentos de la luna pálida, Alemania año cero, El ángel exterminador y Mulholland Drive. 

Orson Welles queda fuera de ese canon y Trías lo explica así, en las palabras que cierran el libro:

Todo lo suyo es bueno y no sabría destacar ni tan siquiera ese monarca fílmico destronado que es Ciudadano Kane.

Santos Domínguez





14 octubre 2013

Twins en Debolsillo




Daniel Defoe.
Robinson Crusoe.
Traducción de Julio Cortázar.

J. M. Coetzee.
Foe. 
Traducción de Alejandro García Reyes.
Debolsillo. Barcelona, 2013. 




Gustave Flaubert.
La educación sentimental.
Traducción de H. Giner de los Ríos.

Philip Roth.
Pastoral americana.
Traducción de Jordi Fibla.
Debolsillo. Barcelona, 2013. 


Cada escritor crea sus precursores -escribió Borges-. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres.

Esas líneas de Kafka y sus precursores podrían servir de justificación del nuevo y brillante proyecto que acaba de poner en las librerías DeBolsillo.

La colección Twins reúne en estuches dobles textos procedentes de su fondo de las series Clásica y Contemporánea: Gustave Flaubert y Philip Roth; Daniel Defoe y J. M. Coetzee; Melville y Hemingway, Jane Austen y D. H. Lawrence.

Así lo explica la editorial:

Debolsillo abre un nuevo espacio para el diálogo y la discusión; un lugar en el que los autores conversan entre sí. Para hacer resonar sus voces, sean o no amistosas, a partir del 2013 Debolsillo los reunirá por parejas, una vez al año, en la serie Twins. Se trata, ni más ni menos, de establecer un diálogo con los lectores para leer los clásicos desde puntos de vista inesperados.

Educaciones sentimentales, naufragios y robinsones, cazas marítimas o mujeres enamoradas en un diálogo entre la tradición y la contemporaneidad. Un diálogo iluminador entre gemelos o dobles que permite una relectura de los clásicos a la luz del presente.”

Dos ejemplos especialmente llamativos: el estuche que reúne el Robinson Crusoe –en la inmejorable traducción de Cortázar- con el que Daniel Defoe hizo una aportación decisiva a la narrativa de la Ilustración y a la mentalidad práctica de la burguesía racionalista, y Foe, una espléndida novela que Coetzee publicó en 1986.

En un ensayo esclarecedor que sirvió de prólogo a una edición de Robinson Crusoe en la colección de clásicos de Oxford University Press escribía el novelista surafricano:

Como Odiseo en su singladura hacia Itaca o como el Quijote montado sobre Rocinante, Robinson Crusoe, con su loro y su sombrilla, se ha convertido en un personaje de la conciencia colectiva de Occidente que transciende el libro en el que se celebran sus aventuras.

Susan Barton, náufraga y superviviente de un motín en el barco en que regresaba desde Bahía a Inglaterra, llega en un bote a la deriva a la isla desierta en la que viven Viernes y un Robinson envejecido (Cruso) que sabe ya que un hombre es una isla y que por eso mismo no quiere salir de ella. Y así comienza una reescritura posmoderna del mito ilustrado, un hipertexto irónico en el que la lucidez de la narradora escribe párrafos como este:

Todos los naufragios son al final el mismo naufragio, todos los náufragos el mismo náufrago, abrasado por el sol, solo, vestido con las pieles de las bestias que ha cazado.

Un diseño metaliterario que deconstruye el mito de Robinson desde una posición histórica e ideológica muy distinta de la de Foe/Defoe y que cierra esta novela magistral con un final demoledor y brillante, propio de Coetzee, cuyos lectores nunca salen indemnes de su lectura absorbente:

éste no es lugar para las palabras. Cada sílaba que se articula, tan pronto como sale de los labios es apresada, se llena de agua y se desvanece. Este es un lugar en el que los cuerpos cuentan con sus propios signos. Es el hogar de Viernes.
(...)
Su boca se abre. De su interior, sin aliento, sin interrupción, brota una lenta corriente. Fluye por todo su cuerpo y se desborda sobre el mío; atraviesa la pared del camarote, los restos del barco hundido, bate los acantilados y playas de la isla, se bifurca hacia el norte y hacia el sur, hasta los últimos confines de la tierra. Fría y suave, oscura e incesante, se estrella contra mis párpados, contra la piel de mi rostro.

Otro estuche hermana La educación sentimental, una de las novelas imprescindibles de Flaubert, con Pastoral americana (1997), que para muchos de sus lectores es la mejor novela de Philip Roth, quien nunca ha ocultado su admiración por Flaubert.

Protagonizada por Seymour Levov, el Sueco, un triunfador típico del sueño americano, cuyo desmoronamiento no hace más que demostrar la falsedad de ese modelo social, Pastoral americana plantea en el fondo una peripecia vital y moral parecida a la que Flaubert atribuye a Frédéric Moreau en  La educación sentimental.

En París o en New Jersey, con la revolución del 48 o con la guerra de Vietnam al fondo, los dos protagonistas encarnan el fracaso de los sueños y la nostalgia de las ilusiones perdidas, pero representan también la historia moral de las generaciones de Flaubert y Roth.

Esa nueva mirada que proyecta Coetzee sobre Robinson Crusoe en Foe o la luz con la que Roth actualiza a Flaubert enriquecen la lectura con nuevas perspectivas y son una nueva ocasión de comprobar que lo que no es tradición es plagio, como dejó dicho Eugenio D’Ors y que no es posible un arte sin memoria, como señaló Balthus.

Santos Domínguez

13 octubre 2013

John Barth. El plantador de tabaco


John Barth.
El plantador de tabaco.
Traducción y prólogo de Eduardo Lago.
Sexto Piso. Madrid, 2013.

Por su calidad narrativa, por la diversión constante que ofrecen sus páginas, por lo bien que lo ha editado Sexto Piso y por la espléndida traducción de Eduardo Lago, El plantador de tabaco, de John Barth, es uno de los libros que no olvidarán los lectores que tengan la suerte de acercarse a esta novela voluminosa ambientada en Maryland y protagonizada por un poeta virgen y torpe de finales del XVII, Ebenezer Cooke, un nieto de don Quijote en perpetuo conflicto con la realidad, que afronta con la ingenuidad de Mr. Pickwick y la candidez del Cándido de Voltaire.

Heredero de Cervantes y de Dickens, de Rabelais y Sterne, John Barth hace en El plantador de tabaco un ejercicio de libertad y de humor, un homenaje a la literatura y un cuento de cuentos, una parodia de los relatos formativos de la novela de la Ilustración y de la poesía cultista de finales del XVII. 

Y mucho más que eso, ofrece al lector un pasaje que le permite navegar por un mar de historias paralelo a ese otro mar que el protagonista, Ebenezer Cooke, atraviesa para administrar la plantación de tabaco que ha heredado en Maryland.

Nacido en 1666, de desgarbado aspecto quijotesco, Ebenezer es la parodia de un hombre, educado decisivamente en sus primeros años por un tutor que defiende el curioso principio pedagógico de que para aprender algo lo mejor es enseñarlo.

El protagonista, imaginativo, entusiasta e indeciso, dotado de una hilarante incapacidad para conocer la realidad y deslindarla de la fantasía, sufre un día la picadura de la musa poética en Cambridge y se convierte en poeta laureado sin obra, aunque aspira a escribir el primer poema épico sobre Maryland. Y armado con un cuaderno, acomete la travesía acompañado de Burlingame, su antiguo tutor convertido ahora en un criado que a veces recuerda a Sancho Panza y a veces a Sam Weller.

Organizada en tres partes y un epílogo, la benéfica sombra de Cervantes planea sobre toda la obra. Cervantino es su ambiguo y constante humor, la presencia decisiva del criado, los personajes de cambiante identidad, su voluntad paródica, la técnica de engranaje de los episodios, el tono casi conversacional del narrador compatible con un estilo muy cuidado, con la agilidad de los diálogos. Cervantinos son también la libertad creativa o el cruce integrador de géneros.

Porque el verdadero argumento de El plantador de tabaco es el placer de contar por contar, con la pureza -escribe Eduardo Lago en su prólogo, El mar de todas las historias- con que Sherezade quería que se hiciera, una historia prodigiosa tras otra.

Una celebración de la narrativa en la que, como en la Odisea, el mar es uno de los elementos vertebradores de un relato itinerante, similar a la función que tiene en el Quijote la llanura manchega como escenario del puro merodeo, del discurrir de la narración.

Es el Atlántico y la bahía de Chesapeake, pero es sobre todo un simbólico mar sin fondo sobre el que se van depositando los relatos del libro, porque –como dice Eduardo Lago- toda la obra de John Barth se puede entender como una gigantesca reflexión, hecha desde el acto narrativo mismo, acerca de los resortes más ocultos capaces de poner en movimiento el mecanismo que provoca el nacimiento de una historia.” 

El plantador de tabaco tiene ya más de medio siglo. Se publicó en 1960 y esta traducción, a la que Eduardo Lago dedicó cinco años, apareció en 1990 en un volumen hoy descatalogado de Letras Universales de Cátedra. Uno de esos pocos libros para recuperar el placer de leer por leer. Un clásico contemporáneo que no deberían perderse. Entenderán por qué dice Eduardo Lago que esta obra ha sido una de las experiencias más fascinantes que ha tenido en su vida de lector.

Santos Domínguez

12 octubre 2013

Un amor de Swann


Marcel Proust.
En busca del tiempo perdido.
Un amor de Swann, vol. I.
Adaptación y diseño de Stéphane Heuet.
Traducción de Violeta Sánchez Esteban
Sexto Piso. Madrid, 2013.

Ilustrada por Stéphane Heuet, Un amor de Swann es una nueva entrega de la adaptación gráfica de En busca del tiempo perdido, un proyecto arriesgado, ambicioso y brillante que publica en el ámbito hispánico, como el resto de la serie, Sexto Piso.

Con traducción de Violeta Sánchez Esteban y un respeto admirable a la esencia  del texto y a las ambientaciones del original, la obra se convierte en una novela gráfica que no pretende sustituir la lectura del monumental ciclo novelístico proustiano, porque de lo que se trata es de darle una nueva dimensión compatible con su valor literario y con la complejidad de su mundo intelectual y sentimental.

Odette y Swann, el barón de Charlus y los Verdurin, el sufrimiento amoroso y los celos retrospectivos, la mentira y la pérdida, los salones galantes y los prejuicios sociales, la música y la pintura, la frivolidad y el refinamiento de la clase alta, los cafés y las casas de citas...

Tras Combray, Un amor de Swann es la segunda de las tres partes de Du côté de chez Swann, el primer volumen del ciclo proustiano. Aquí están ya las claves fundamentales de una serie cuyo núcleo ha captado Stéphane Heuet en una adaptación que ha sabido respetar el tono narrativo de un original al que no pretende sustituir, sino reinterpretar.

Una incitación a la lectura directa de Proust y una reinterpretación llena de evocaciones y sugerencias diseñada, según su autor, para proustianos, proustituidos o proustífilos.

Santos Domínguez


11 octubre 2013

Los naufragios del desierto


Zingonia Zingone.
Los naufragios del desierto.
Vaso Roto. Madrid, 2013.

El principe Khalil
camina los senderos de la noche.
Busca en los ojos tibios
un refugio, un abrazo furtivo.

En un tiempo sin tiempo y en un espacio no real, sino metafórico, que se parece más al territorio del sueño que al de las cartografías, transcurren Los naufragios del desierto, que Zingonia Zingone publica en Vaso Roto.

Encabezadas por tres citas de Omar Khayyam, las tres partes del libro, tres relatos poéticos, componen un tríptico de la soledad, una trilogía del no-lugar en el que el príncipe Khalil, en El oráculo de la rosa, una muchacha (Soraya), en Las campanas de la memoria, y un niño, Bâsim, en Río escondido, huyen del mundo y de sí mismos en el silencio de un eclipse de sol, en una noche oscura que recuerda la de los sufíes o la noche sanjuanista para emprender un doloroso y purificador camino de perfección que culmina en la transformación personal, en la liberación por el amor o la muerte:

Y así Khalil  se une al tallo, entrega/su linfa, libre. Nutre/ de toda su existencia/ a su blanca rosa; Soraya abre los ojos/ y le sonríe al viento./ Una luz perfumada / de flores de campo/ llena el espacio/ que el polvo dejó. Y Bâsim sabe que si el río que sale del templo/ da vida a sus áridos márgenes,/ purifica las aguas del mar;/ la Fuente de esa fuente/ fecundará nuestros áridos márgenes,/ sanará nuestros viciadísimos ánimos.

Con la expresión depurada de Zingonia Zingone y la levedad de su palabra de resonancias bíblicas, el viaje y el naufragio, la soledad y el desierto, la identidad y la pérdida, la conciencia del tiempo, la memoria y la búsqueda, la huida del destino en medio de la noche unen los tres itinerarios interiores que articulan el libro, las tres bajadas a los infiernos y las tres redenciones de los protagonistas de estos naufragios.

No parece casual que la peripecia de Soraya sea el centro del libro, porque en él lo femenino, como realidad o como deseo, es el eje de referencia que vincula los textos entre sí y se convierte en el núcleo de sentido de unos poemas en los que la noche solitaria del desierto, la delicadeza verbal y las imágenes establecen su vínculo más profundo con la tradición oriental y con el tono poético de su voz y su mirada.

Santos Domínguez



09 octubre 2013

Los habitantes del bosque


Thomas Hardy.
Los habitantes del bosque.
Edición de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2013.

Inédita hasta hace poco en español, Los habitantes del bosque, que ahora publica Cátedra Letras Universales con edición de Miguel Ángel Pérez Pérez, es una de las grandes novelas inglesas de finales del XIX, un momento crucial en el que el realismo iba de retirada en la narrativa europea.

Junto con su contemporáneo Henry James, su autor, Thomas Hardy (1840-1928), es la cabeza visible de la transición entre la novela decimonónica y las renovaciones técnicas sobre las que se construye la narrativa contemporánea.

Tal vez por eso, porque en un momento determinado de su trayectoria literaria Hardy comprendió que el realismo ya no podía ser el método de acceso a la realidad, abandonó la novela y se dedicó a partir de 1895 a escribir poesía. Desde entonces y hasta su muerte en 1928 Thomas Hardy se convirtió en uno de los poetas ingleses fundamentales del primer tercio del siglo XX.

Pero antes, con Los habitantes del bosque –que siempre tuvo por su obra favorita- y con las más conocidas Tess de los d’Urberville y Jude el oscuro, dejó construido un mundo narrativo propio sobre las relaciones humanas y el medio en que se desenvuelven las vidas de los personajes. 

Como novelas de personaje y entorno definió Hardy estos tres títulos cuando elaboró una clasificación de su obra narrativa. Publicada en 1887 y ambientada en una aislada comunidad rural que vive del bosque, la mirada pesimista del autor se proyecta en Los habitantes del bosque sobre la figura protagonista de Grace Melbury y sobre unas vidas precarias e insignificantes que transcurren bajo la presencia dominante de los poderosos árboles en medio de un universo indiferente a los hombres.

En ese mundo natural regido por el mito, la leyenda y el rito se desarrolla esta novela que escandalizó a la sociedad victoriana por la crudeza de su análisis de las conflictivas relaciones matrimoniales y por su perspectiva darwinista de la lucha por la vida en los árboles y las personas.

Thomas Hardy estuvo empleado como ayudante de distintos arquitectos para los que dibujaba planos detallados. Y sus novelas, con su pormenorizada capacidad descriptiva, con su detallismo naturalista, tienen mucho de ese método constructivo del dibujante meticuloso que describe un paisaje con precisión y lo pone en relación con sus habitantes.

Casi a la vez que esta novela, en 1885, se publicaba en España La Regenta, en la que como aquí la descripción minuciosa del ambiente ocupa los quince primeros capítulos de la novela. Lo que allí es el cuadro de Vetusta y sus espacios urbanos es aquí la descripción demorada del paisaje de Little Hintock y de los árboles del bosque.

Hay más paralelismos entre las dos novelas: el matrimonio de conveniencia, el eje femenino como referencia de la trama, las relaciones sentimentales conflictivas, los triángulos amorosos y la vinculación evidente entre las acciones interiores y los espacios en que transcurren. Y algo aún más importante: la concepción del ambiente no como un mero decorado que sirve como telón de fondo, sino que adquiere una dimensión protagonista.

No es más que una significativa coincidencia, porque las dos novelas construyen un mundo narrativo que en cierta medida resume los temas de la narrativa decimonónica: la vida social y sentimental del personaje, la posibilidad de la libertad individual o su relación conflictiva con los demás y con el medio.

Y la coincidencia más importante desde el punto de vista literario: la pericia con la que Hardy y Clarín levantan ese universo narrativo y le dan una vida propia que persiste más allá de su propia época porque en ambas novelas se está hablando de la condición humana.

Santos Domínguez

08 octubre 2013

Librerías


Jorge Carrión.
Librerías.
Anagrama. Barcelona, 2013.

Con el recuerdo de un inquietante cuento preborgiano de Zweig –Mendel el de los libros- comienza Jorge Carrión un espléndido recorrido por el mundo de las librerías con el que fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo.

“Cada librería condensa el mundo”, escribe Jorge Carrión. Y esa misma idea -Read the world- es la que figura en el rótulo de una de las abundantes ilustraciones del libro. De esa manera la librería se convierte al modo borgiano en una metáfora que representa el mundo y contiene en sus estanterías el tiempo y el espacio.

Ese es el punto de partida de un viaje en el que el autor no solo recorre las librerías más importantes del mundo, del pasado y del presente, sino que además repasa la historia de la lectura, de las bibliotecas y de los lectores, incluyendo a aquellos que, como Mendel, son verdaderas bibliotecas portátiles.

Un viaje que empieza en el extraño zoco de librerías que es Atenas, sigue en la Roma clásica, recorre las librerías más antiguas del mundo  -Bertrand, en el Chiado lisboeta, es la más antigua (1732) de entre las que han mantenido ininterrumpidamente su actividad, Hatchards en Picadilly y la Librería del Colegio en Buenos Aires- y pasa por Charing Cross, la calle con más librerías de Londres, por el París de Shakespeare & Company y su librería hermana en San Francisco, City Lights, por la situación de las librerías en los totalitarismos, la censura de libros y el comercio clandestino, las libreríass virtuales o la conflictiva realidad de las librerías actuales y su debate entre la novedad y el fondo.

Y más. Una vuelta al mundo -Berlín, Budapest, Marrakech, Tánger, Estambul, El Cairo, Tokio, Shanghai, América de costa a costa y de norte a sur, Laie en Barcelona, La Central de Madrid o una librería de Sudáfrica en donde el autor se pregunta cuál es el extraño nexo común a Paulo Coelho, García Márquez y Coetzee.

Y así como las librerías contienen el mundo, este libro contiene mucho más de lo que anuncia su escueto título: es una historia de la literatura que se lee como un libro de viajes o como una novela repleta de personajes y lugares, de historias y maravillas.


Santos Domínguez



07 octubre 2013

Eloy Tizón. Técnicas de iluminación


Eloy Tizón.
Técnicas de iluminación.
Páginas de Espuma. Madrid, 2013.

Quienes conocen la literatura de Eloy Tizón, de la que dejó constancia deslumbrante en Velocidad de los jardines (1992) y en Parpadeos (2006), ya se pueden imaginar la fiesta que les espera en Técnicas de iluminación, un conjunto de diez relatos que publica Páginas de Espuma.

Después de siete años sin publicar, hay que celebrar estas Técnicas de iluminación en primer lugar porque recuperan la inconfundible, inclasificable voz narrativa y la excelente prosa de Eloy Tizón, uno de los referentes del cuento español en estos últimos veinte años, desde que apareció Velocidad de los jardines, que entonces se convirtió en una cima del género reconocida por el público y la crítica y que hoy es ya un libro de culto. Desde ese libro milagroso no ha habido antología del género en la que faltara su nombre entre los imprescindibles.

Y los diez relatos que componen Técnicas de iluminación lo confirman como un narrador sólido, como un virtuoso del cuento, dueño de un extraordinario sentido del ritmo del relato y del compás de la prosa, abundante en invenciones y en sorpresas verbales.

En estos textos se compenetran al dictado del talento narrativo de Tizón la sutileza y la potencia, la imaginación y la sobriedad, la alta calidad de la prosa y el interés del entramado argumental, la mirada asombrada y las iluminaciones asombrosas: "la noche era apaisada”, “asomó la mata rubia de su vapor de pelo”, “la carcoma de la costumbre asomando su gran cuerno de rinoceronte”, la pesada “contundencia de armario horizontal” de una maleta sobre la cama de un hotel, una calle “que tiene el suelo borracho y un aire de cremallera abierta” o “unas gafas temperamentales.”

Acompañando a Walser en sus caminatas y en su lucidez desorientada, oyendo una orquesta sinfónica que ensaya en medio de un lago congelado en un claro del bosque, viendo el torrente caótico de imágenes chocantes que desencadena en un padre ausente la muerte de su hijo de dos años en Nautilus, quizá el más intenso de un conjunto intenso, conjeturando el contenido de un paquete y de un extraño encargo, observando la desorientación de un personaje expulsado de una fiesta, la confusión de un hombre abandonado por su mujer, que se ha ido con otro y ha creado un matrimonio de “separadísimos”, o asistiendo al monólogo de una pintora con zapatos gordos de suela de goma, ingresada en un psiquiátrico después de ser abandonada por su amante, una poderosa galerista, el lector entra en un mundo recién descubierto, recién iluminado.

Y en ese mundo, situado en la frontera inestable que separa la realidad y la ficción, el sueño y la vigilia, construido desde el interior del personaje protagonista y narrador que predomina en estos relatos, se suceden las imágenes potentes y deslumbrantes que alumbran las zonas de penumbra: “la mañana se curvaba en una luz drogadicta”,  “los pensamientos son peces”, “los muertos caminaban por el cielo”, “la carretera era una cinta transportadora que desplazaba hogueras.”

Porque Eloy Tizón sabe -y nos lo cuenta asombrosamente en el homenaje a Walser que es el primer relato, Fotosíntesis- que “en una barra de grafito está contenido el mundo” y que escribir, como dice el narrador de Los horarios cambiados, “es estar más despierto de lo normal.”

Diez relatos para leer poco a poco, porque tienen un altísimo grado de concentración literaria.

Santos Domínguez


06 octubre 2013

Catulle Mendès. Monstruos parisinos


Catulle Mendès.
Monstruos parisinos. 
Traducción de José Manuel Ramos.
Prólogo de Luis Antonio de Villena.
Ardicia. Madrid, 2013.

Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura; 
puede regir la lanza, la rienda del corcel; 
sus músculos de atleta soportan la armadura... 
pero él busca en las bocas rosadas leche y miel.

Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura, 
la carne femenina prefiere su pincel; 
y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura 
agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.

Canta de los oaristis el delicioso instante, 
los besos y el delirio de la mujer amante, 
y en sus palabras tiene perfume, alma, color.

Su ave es la venusina, la tímida paloma. 
Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma, 
en todos los combates del arte o del amor.

Con ese soneto de estilo inconfundible homenajeaba en 1890 Rubén Darío a Catulle Mendès, uno de sus maestros parnasianos, el poeta y narrador que ocho años antes, en 1882, había publicado en París Monstres parisiens en E. Dentu editeur.

Y ese título, Monstruos parisinos, con traducción de José Manuel Ramos González, es el volumen con el que inicia su trayectoria la nueva editorial Ardicia.

Un prólogo de Luis Antonio de Villena (Catulle Mèndes, flores de decadencia) abre esta cuidadísima edición de veinte relatos que se publicaron primero en la revista Gil Blas y tuvieron un enorme éxito, lo que animó a su autor a publicar sucesivas reediciones en libro, hasta la definitiva, de 1888.

Veinte estampas que reflejan el decadentismo parnasiano que admiró Verlaine o la mezcla de sensualidad y misticismo que aprendieron de él Rubén o el primer Valle-Inclán y que Anatole France destacó en la obra de Mendès, a quien llamó Apolo en el mundo de Balzac, o las flores de perversidad que vio Octave Mirbeau en los salones galantes donde se ambientan estos relatos.

Y es que, como señala Villena en su prólogo, Catulle Mèndes es un autor menor, pero a la vez representativo del refinamiento crepuscular y el esteticismo decadente del fin de siglo y de los cambios que se estaban produciendo en la moral privada y en los usos sociales..

Con la voluptuosidad de una prosa que describe la crueldad con volutas líricas y con un cierto satanismo heredado de los románticos, de Baudelaire o de Poe, al que Maupassant hermanó con Mèndes, estos relatos son a su manera otras flores del mal en los salones refinados de París donde conviven artistas y poetas mundanos, mujeres fatales y gigolós perversos que explotan y maltratan a las viejas amantes que los mantienen, aristócratas malignas y bisexuales, muchachas de inocente sensualidad o escritores arrepentidos de la literatura que los ha convertido en monstruos.

Santos Domínguez

04 octubre 2013

Lezama Lima. Presencias y figuras


José Lezama Lima.
Presencias y figuras.
Antología poética 1937-1976.
Edición de Manuel Neila.
Renacimiento. Sevilla, 2013.

Sólo lo difícil es estimulante, escribía Lezama Lima al comienzo de “Mitos y cansancio clásico”, uno de los ensayos que forman parte de La expresión americana. Y esos dos adjetivos -difícil y estimulante-, complementarios siempre en Lezama, definen sus ensayos, su narrativa y su poesía, de la que acaba de aparecer en Renacimiento una espléndida antología –Presencias y figuras- preparada por Manuel Neila.

Lezama, uno de los poetas esenciales del siglo XX en español, practicó una literatura que frente a la imaginación hegeliana defiende la imaginación mítica y frente a la razón histórica propone el logos poético, que explora los vínculos que establece la analogía, no las relaciones de causalidad. Y ese método tiene mucho que ver con la forma de mirar la realidad en el Barroco, a base de conceptos que establecen relaciones inesperadas entre las diversas manifestaciones de la realidad.

Tanto en sus ensayos -Confluencias, La expresión americana- como en su narrativa  -Paradiso, Oppiano Licario- y en su poesía, Lezama indaga en lo telúrico y en lo estelar a través de una imaginería potente y de una expresión barroca que explora en la oscuridad y en la memoria. Y con esa mirada que reivindica la visión del mundo como imagen integradora de historia y cultura, arte y literatura, mito y pensamiento, Lezama bucea en “las maternales aguas de lo oscuro”. 

La antología Presencias y figuras recoge una amplia muestra de la poesía de Lezama y permite seguir la progresiva depuración de una poesía en cuya evolución se pueden delimitar las tres fases que señala Neila en su prólogo, La aventura sigilosa de José Lezama Lima: el momento preciosista y sensorial de Muerte de Narciso y Enemigo rumor; la concentración y abstracción de su etapa central –Aventuras sigilosas, La fijeza y Dador-, la más densa y significativa, con cimas como Rapsodia para un mulo o El coche musical; y la más accesible, comunicativa del póstumo Fragmentos a su imán.

Pero esa evolución es más concéntrica que lineal, porque se produce en el interior de una obra de enorme unidad no solo en su secuencia poética, sino también en su práctica narrativa. Porque Paradiso, Oppiano Licario, e incluso un ensayo como Confluencias, tienen mucho que ver con su mundo poético, tanto en su potente impulso verbal como en los temas en los que fija su mirada.

La asimilación de la cultura evocada en la naturaleza, las referencias mitológicas, musicales o pictóricas están en la raíz del universo literario de Lezama, en el que conviven la exploración de los símbolos secretos y el descubrimiento de las pulsaciones de la realidad y el sueño, la visión y la experiencia, las estructuras musicales (rapsodia, suite, aria, fuga) y el lenguaje como instrumento de indagación en lo oscuro.

Y así, sobre todo en la época de su plenitud creadora, su poesía hermética y visionaria, siempre atravesada por un agudo sentido de la temporalidad, crea una realidad transfigurada en una reelaboración que nos la devuelve como un edificio verbal recién levantado con la calidad tranquila de la luz.. 

Santos Domínguez

03 octubre 2013

Biblioteca Raymond Chandler



Raymond Chandler.
El sueño eterno.
Traducciones de José Luis López Muñoz 
y Juan Manuel Ibeas.
Debolsillo. Barcelona, 2013.



                                                   
                                   
Raymond Chandler.
Adiós, muñeca.
Traducciones de César Aira 
y Juan Manuel Ibeas.
Debolsillo. Barcelona, 2013.


                                                   
Raymond Chandler.
A mis mejores amigos no los he visto nunca.
Cartas y ensayos selectos.
Traducciones de César Aira 
y Juan Manuel Ibeas.
Debolsillo. Barcelona, 2013.


Triste, solitario y final. En la enumeración de esos tres adjetivos definitorios que luego utilizaría Osvaldo Soriano para titular una novela se confunden un Philip Marlowe cínico y sentimental, y su creador, Raymond Chandler, un hombre solitario y desengañado.

Alcohólicos y escépticos, de vuelta de todo, Chandler y Marlowe parecen recién salidos de un cuadro de Hopper y de un mundo habitado por la codicia y la mentira, por el amor y la violencia, por la corrupción y la hipocresía.

En esa intersección ambigua del personaje y el escritor se configura gran parte de la sensibilidad contemporánea, heredera de Poe y Baudelaire, que halló su cauce en el cine negro y en novelas y películas tan memorables como El sueño eterno o Adiós, muñeca, que son las primeras entregas de la recién inaugurada Biblioteca Raymond Chandler en DeBolsillo.

Dos excelentes ediciones de las dos novelas que iniciaron la serie de Marlowe, con traducción de José Luis López Muñoz y Juan Manuel Ibeas Delgado (El sueño eterno, de 1939) y de César Aira y Juan Manuel Ibeas (Adiós, muñeca, de 1940), vuelven a reivindicar a Chandler y a algunos de sus textos para situarlos muy por encima del efímero papel amarillento de la literatura pulp.

Porque Chandler, amargado y consciente de estar malgastando su talento, avergonzado de escribir con brillantez, deseoso siempre de ocultar su capacidad estilística, un culto oculto –como dijo de él Alfredo Arias en su edición de El largo adiós- es un novelista de técnica ejemplar, un modelo menor si se quiere pero absolutamente canónico, y un creador de diálogos memorables que dio a la novela negra una altura literaria que nadie más ha alcanzado en ese género.

Su uso de la voz narrativa y de la perspectiva -porque las cosas a menudo no son lo que parecen ser-, su trazado de personajes poliédricos -porque la realidad suele ser más complicada de lo que sugiere una mirada superficial-, su economía ejemplar en la descripción significativa de ambientes deberían ser virtudes suficientes para convertirle en lectura obligatoria en cualquier escuela de escritores.

Como Dashiell Hammett con Sam Spade, Chandler trazó con la figura compleja de Philip Marlowe– punzante y soltero porque no le gustan las mujeres de los policías, idealista y desengañado, cínico y sentimental, con un agudo sentido del humor y una ironía distanciada- una frontera moral en la perspectiva del personaje y su mirada al mundo y creó un nuevo prototipo de detective que marcaría la transición de la novela policial a la novela negra y dejaría una larga secuela de herederos. Ninguno llegó al nivel de un Marlowe que trabaja por 25 dólares diarios más gastos y reconoce que si no fuera duro no estaría vivo y si no fuera sentimental no merecería estarlo.

De El sueño eterno –que comienza con una visita a “cuatro millones de dólares”- se dijo que tiene una intriga tan enmarañada que cuando se adaptó al cine en 1946 en una espléndida versión dirigida por Howard Hawks, ni Faulkner –que había escrito el guión de la película- ni el director sabían quién era el asesino de Owen Taylor, el chófer de Sternwood. Algunos van más allá y dicen que tampoco Chandler lo sabía.

Como la anterior, la segunda entrega de la serie -Adiós, muñeca- se llevó al cine en 1945 en una película que se tituló Murder, my sweet y que aquí se tradujo como Historia de un detective. En Adiós, muñeca, la sordidez de los ambientes que dibujan un mundo turbio, la ambigüedad de los personajes, las ramificaciones de la acción y la acumulación de historias que construyen un laberinto opaco y exigente vuelven  a mostrarnos las claves narrativas del mejor Chandler.

Los dos volúmenes recogen no solo esas dos novelas, sino algunos relatos breves e intensos como Asesino bajo la lluvia o El hombre que amaba a los perros. 

Además de esas dos novelas esenciales, un tercer volumen -A mis mejores amigos no los he visto nunca-, introducido por su biógrafo Tom Hiney, recoge en una recopilación inédita una amplia selección de las cartas de Chandler y de sus ensayos y artículos periodísticos, que revelan a un autor consciente que reflexiona sobre la narrativa, sobre su relación con el cine o se confiesa al borde del abismo personal.

Y si las cartas -que el novelista dictaba por la noche entre las brumas del alcohol a un magnetófono- trazan la autobiografía y perfilan el rostro del Chandler más íntimo -quizá no el más verdadero, los ensayos, que se editan en una cantidad sin precedentes en español, reflejan al Chnadler más lúcido y cáustico cuando habla del mundo literario, de Hollywood o de un mundo que -como Marlowe- contempla con amarga ironía.

Quedan fuera de este tomo otros dos ensayos que se reservan como introducción a las próximas ediciones de nuevos volúmenes de sus novelas y relatos en esta misma colección.

Paul Auster habló de la importancia de Chandler como iniciador de una nueva manera de mirar la realidad de los Estados Unidos. Y entre nosotros, autores tan dispares como Vázquez Montalbán o Javier Marías lo tienen por un autor imprescindible para entender la narrativa del siglo XX.

Santos Domínguez

02 octubre 2013

El general de la Rovere



Indro Montanelli.
El general de la Rovere.
Traducción de Domingo Pruna.
Confluencias Editorial. Almería, 2013.

Como una variante del tema del traidor y del héroe, al que dio forma definitiva Borges en un relato memorable, se puede leer El general de la Rovere, la narración de Indro Montanelli que recupera la editorial Confluencias en la traducción de Domingo Pruna.

Este texto, inspirado en la figura de un personaje al que Montanelli conoció en la prisión de San Vittore en la Segunda Guerra Mundial, sirvió como base del guión de la película homónima de Rossellini en la que Vittorio de Sica interpretó memorablemente el complejo papel del impostor ambiguo, mitad farsante, mitad superviviente en tiempos difíciles, para acabar convirtiéndose en una figura de enorme dignidad moral que muere como los héroes de las tragedias.

Como el de la película, el tema del relato es el proceso por el que Giovanni Bertone, un ludópata sin suerte, expulsado del ejército por deudas y tráfico de estupefacientes, filántropo venal y extorsionista de familias de detenidos bajo el avatar del ingeniero Fabio Grimaldi, se convierte en colaboracionista del ejército alemán y suplanta bajo sus órdenes la personalidad de Fortebraccio de la Rovere, un general italiano que encabezaba la resistencia y había sido asesinado.

Encarcelado para ejercer como delator y descabezar la resistencia, el conocimiento de la brutalidad de los nazis con los que colaboraba hace que su figura vaya creciendo hasta su incorporación voluntaria – en un suicida gesto de coraje- al patíbulo donde es fusilado junto con aquellos a quienes debía delatar.

El sentido de esa trayectoria lo resume así el coronel Müller en las últimas frases de la obra:

-Nosotros los alemanes juzgamos a este país por sus generales auténticos. Y es con los falsos que da su medida. 

Y el propio Montanelli explica la complejidad de su personaje en estas líneas:

¿Fue verdaderamente un traidor Bertone de la Rovere? No lo sé. Sé solamente que cayó como aquellos que no lo eran. Y sé también que Jesucristo no se sintió ofendido por la vecindad de Barrabás. Como fuere, yo no me propongo juzgar a ese polivalente e inquietante personaje, quien acaso tampoco supo dónde y cómo cesó de ser un aventurero para convertirse en héroe, y cómo, una vez incorporado al drama, no se mostró ajeno a él. He tratado tan sólo de dar una explicación de ello. 

Santos Domínguez

01 octubre 2013

Las extensiones interiores del espacio exterior


Joseph Campbell.
Las extensiones interiores 
del espacio exterior.
Traducción de Roberto Bravo. 
Atalanta. Imaginatio Vera. Vilaür, 2013.

Desde el punto de vista de cualquier ortodoxia, el mito sería simplemente definido como “la religión de otro pueblo”, pero, recíprocamente, una correspondiente definición de religión sería la de una “mitología mal entendida”, cuyo error consiste en interpretar las metáforas del mito como hechos reales.

Con esa declaración de principios comienza La metáfora como mito y como religión, el ensayo central de un volumen que recoge una serie de conferencias de mitología comparada que pronunció Joseph Campbell entre 1981 y 1984.

La edición original en inglés (The Inner Reaches of Outer Space: Myth as Metaphor and as Religion) se publicó en 1986, un año antes de la muerte de Campbell, del que Atalanta también publicó recientemente su obra capital, Imagen del mito

De alguna manera esa circunstancia hace de estos casi póstumos su testamento, su análisis definitivo del mito como expresión simbólica de una cultura y una sociedad, de su concepción del mundo, sus deseos y sus miedos.

En esa perspectiva, el mito brota del mismo fondo psíquico que alimenta los sueños, que representan en la mente individual la expresión metafórica de las mismas pulsiones que el mito representa en el plano colectivo.

Esa es la idea nuclear de estos ensayos de Campbell, que analiza en ellos el problema que plantea el que las imágenes mitológicas se interpreten al pie de la letra, como hechos de los que se hace una lectura denotativa que desvirtúa su esencia connotativa. De esas interpretaciones literales de la metáfora surgen las castas sacerdotales, los imanes y los fanatismos cristianos, islámicos o judíos.

Y una vez fijado ese postulado, Campbell hace en estas páginas un espléndido análisis iconográfico de metáforas como la del loto oriental, la luna en La Gran crucifixión de Durero, la serpiente en el yoga o los portadores del rayo en los templos budistas. 

Y más allá de la iconografía, Campbell bucea en la literatura y la filosofía -de Dante al Joyce del Retrato del artista adolescente, de los Eddas islandeses a Kant y de los evangelios gnósticos a Las Metamorfosis de Ovidio– para que el lector compruebe cómo se repiten en todas las culturas los mismos motivos míticos, esos arquetipos del inconsciente que estudió Jung y que Campbell recorre con lucidez y profundidad para interpretar las manifestaciones artísticas de las imágenes y el vocabulario metafórico que está en el origen de las construcciones mitológicas.

Santos Domínguez