13 marzo 2012

Schwob. El libro de Monelle


Marcel Schwob.
El libro de Monelle.
Traducción y prólogo de Luna Miguel.
Demipage. Madrid, 2012.


Se llama Marcel Schwob. Tiene veintitrés años.

Su vida ha sido plana hasta el día de hoy.
Pero el relieve acecha en forma de una puta
a la que lo conduce, una noche, el azar.

Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,
silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.
Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos
que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.

En sus brazos Marcel olvida que mañana
citó en la biblioteca a su amigo Villon.
Se olvida hasta de Stevenson, su escritor favorito,
de Shakespeare, de Moll Flanders y del Bien y del Mal.

Qué tres soberbios años de amor irresistible
aguardan al judío en la paz del burdel.
El cielo de París aún retiene sus vanas
promesas y las tiernas caricias de Louise.

Pero lo bueno acaba. Ella muere de tisis
y Marcel languidece, privado de su sol.
«No queda más remedio que volver a los libros»,
se dice, y da a las prensas El libro de Monelle.


En esos veinte versos de El hacha y la rosa resumía Luis Alberto de Cuenca la génesis, el sentido y el desenlace de una historia que Schwob vivió y escribió con la médula, con una intensidad verbal que está más cerca de la lírica que de la narrativa.

Marcel Schwob había conocido en 1890 a Louise, una niña prostituta de la que se enamoró y que murió de tuberculosis en 1893. Un desolado Schwob la acompañó hasta el final, hasta una muerte que dejó en él un poso definitivo de soledad y desconsuelo.

El libro de Monelle, que acaba de publicar Demipage con traducción y prólogo de Luna Miguel, fue su desahogo y su bálsamo insuficiente:

¿Cómo podría olvidarte amado mío? Tú estás en mi espera, sobre la cual duermo, y no puedo explicar. ¿Te acuerdas? Me gustaba mucho la tierra y arrancaba las flores del suelo para volverlas a plantar. ¿Te acuerdas? Solía decir que si yo fuera un pajarito, me meterías en el bolsillo al marcharte. Amado mío, estoy aquí, en la buena tierra, como una semilla negra, esperando convertirme en pajarillo.

Esa es la tonalidad sostenida de una colección de versículos, aforismos y relatos que van directamente al corazón o a lo más profundo de los lectores. O a lo más secreto, porque -sobre todo en la tercera parte- este es un libro onírico, como lo definió Francisco García Jurado, experto en Schwob, en su Antiguos imaginarios.

Y, junto con la recién aparecida La cruzada de los niños, con la que comparte un inquietante final con niños que vagan vestidos de blanco, queda como uno de los momentos de más hondura emocional de la escritura de Schwob, como uno de sus libros imprescindibles.

Santos Domínguez

12 marzo 2012

Apollinaire. El poeta asesinado



Guillaume Apollinaire.
El poeta asesinado.
Traducción de Manuel Hortoneda.
Barataria. Barcelona, 2012.


La broma ácida, la parodia, la irreverencia y la risa forman parte de la provocación característica de la vanguardia que alcanzó uno de sus momentos más brillantes y radicales en los años de la Primera Guerra Mundial y encontró en París su capitalidad cultural.

Esas son algunas de las claves con las que conviene adentrarse en la lectura de El poeta asesinado, de Guillaume Apollinaire que acaba de recuperar Barataria con traducción de Manuel Hortoneda.

Conocido como poeta, como crítico de arte o como autor de declaraciones teóricas que perfilaron las actitudes y las técnicas de la vanguardia, Apollinaire (Roma, 1880 - París, 1918) escribió en El poeta asesinado un texto inclasificable e irrespetuoso en el que conviven los rasgos característicos de las rupturas vanguardistas: la negación del canon académico y de la realidad como referente, de las normas sociales o la impugnación de los temas y los enfoques convencionales de la literatura clásica.

Frente a eso, la vanguardia fue, como aquí, destrucción y escapismo, imaginación desatada y burla, velocidad y sorpresa, sueño y libertad. Narrativo, poético, dramático, con una suma de géneros o una negación de fronteras, con una sucesión de prosa y verso, con una voluntad antinormativa que los vanguardistas comparten con los románticos, El poeta asesinado anticipa la estética irracionalista del absurdo, distorsiona la realidad, explora el territorio de lo onírico o de lo directamente delirante y mezcla tonos muy diversos en los que pasa de la ocurrencia trivial al alto voltaje poético.

Y así, si en la fábula de la ostra y el arenque Apollinaire anticipa la previsible simbología freudiana, en algún momento parece vaticinar a Lorca:

Son los instrumentos –dice de los cañones una comadre- del innoble amor de los pueblos. ¡Oh, Sodoma, Sodoma! ¡Oh, el estéril amor!

En la figura de Croniamantal proyectó Apollinaire una imaginativa recreación autobiográfica, su sólido proceso de formación literaria, su osadía y su admiración por Pîcasso –El pájaro de Benín al que se dedica todo un capítulo ambientado en el taller del pintor-, sus relaciones durante ocho días con la pintora Marie Laurencin, antes de morir asesinado, porque como Orfeo, todos los poetas estaban en peligro de tener una mala muerte.

Y a través de ese poeta y dramaturgo, Apollinaire criticó la poesía más anquilosada, el teatro más decadente y convencional de su época en esta novela en la que tiene una enorme importancia lo visual, porque esta es una obra escrita con los ojos tanto como con la imaginación y la inteligencia.

Santos Domínguez

09 marzo 2012

Vicente Gallego. Mundo dentro del claro


Vicente Gallego.
Mundo dentro del claro.
Tusquets. Barcelona, 2012.

¿QUIÉN ha visto este mundo,
que parece tan suyo, y tan antiguo,
sino a partir del claro, ese común
en que despierta el hombre a lo más puro
de su propio sentido en la mañana,
al alba de su ser, que es su entender,
donde se muestra luego
—y en qué otro emplazamiento se vería—
el derrame sin cuento de las cosas?

Así comienza Mundo dentro del claro, el poema que abre y da título al nuevo libro de Vicente Gallego que acaba de publicar Tusquets.

Ni ese carácter de pórtico ni ese título son una casualidad, porque ese texto define el tono y la actitud de unos poemas que se mueven entre el cántico y el homenaje, por decirlo en términos guillenianos.

Mundo dentro del claro mantiene un sostenido tono celebratorio a lo largo del medio centenar de textos en los que conviven armónicamente los poemas breves de versos cortos con otros de más largo aliento y más voluntad narrativa.

Porque la armonía es seguramente la clave central de este libro en el que Vicente Gallego da un paso más hacia el despojamiento expresivo y la búsqueda de la esencialidad poética: la plenitud del mediodía, la conmemoración de la amistad, la consonancia con los animales o los árboles plasman esa armonía amorosa, ese júbilo humano que es también armonía con los objetos y con la naturaleza bajo la luz estival:

Cantó un pájaro, oí
su decir claramente,
y en todo el universo sólo había
certeza y gratitud.

Armonía entre lo interior y lo exterior en la mirada del poeta, entre pensamiento y sentimiento, entre sensorialidad y meditación; armonía que es el resultado de una dialéctica de la antítesis y se perfila verbalmente como una poética del oxímoron de la que brota el canto.

De ese debate surge como resultado la celebración de la luz y la revelación del mundo a salvo en este claro del amor. Un mundo pleno en el que el poeta se abisma y se asoma a la realidad, se pierde y se halla cuando todo está lleno y vivo de su nada.

En ese mundo en claro del poema, hasta lo más oscuro se resuelve en presencias jubilares, en presente luminoso y triunfo de la vida:

donde junta la muerte turba oscura,
ha brotado la yema de la luz.

Santos Domínguez

08 marzo 2012

Camba. Mis páginas mejores


Julio Camba.
Mis páginas mejores.
Prólogo de Manuel Jabois.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2012


Julio Camba (1884-1962) fue articulista ágil e ingenioso, humorista fino y errante y uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX. Para conmemorar los cincuenta años de su muerte, Pepitas de Calabaza rescata, con prólogo de Manuel Jabois, su antología personal Mis páginas mejores, que resume su trayectoria literaria.

En aquel tomo, que publicó Gredos en 1956 y que después de varias reediciones era ya inencontrable, Camba había seleccionado los textos que le parecían más representativos de su obra, los agrupó en diversos apartados temáticos y los presentó con un comentario inicial de cada capítulo y con una justificación del sentido de la antología:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor esta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:

—He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

La selección preparada por Camba combinaba lo cronológico y lo temático para hacer una antología sucesiva de sus libros más significativos.

El recorrido se inicia con los primeros artículos, escritos desde Galicia, los más autobiográficos de un Camba que luego se convierte en corresponsal viajero para echar una ojeada a un mundo habitado por franceses, ingleses, alemanes, italianos, portugueses, suizos o norteamericanos.

Con una misma mirada personal, irónica y distante, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está aquí plenamente representado un Camba dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.

Con aquel cinismo cosmopolita y un punto canalla que siempre caracterizó su enfoque de la realidad, Camba hace una crítica de la brutalidad de las escuelas rurales, habla de la comida de los ingleses y el sol de Londres, de las camas francesas o los bulevares de París, del clima muniqués o la calvicie de los alemanes, de una Suiza sin suizos o de Nueva York, la ciudad teoría de los Estados Engomados, el país de las catástrofes, los negros y los judíos, los rascacielos y los trajes en serie, los crímenes en serie o las narices en serie, de la levadura napolitana y el robo a los turistas, de Lisboa y Coimbra.

O muestra una selección de sus textos gastronómicos de La casa de Lúculo, de sus artículos reaccionarios de Haciendo de República y de esos pequeños ensayos sobre distintos aspectos de la vida española que son algunos de los artículos más representativos de su madurez.

En todos ellos brilla, como señala Manuel Jabois en su prólogo a esta reedición de Mis páginas mejores, el rigor estilístico [de Camba], que en él es desnudez y la virtud de escribir frases llenas de palabras esenciales de forma que hasta las preposiciones adquieren un relieve casi histórico.

Santos Domínguez

07 marzo 2012

Tolstói. La felicidad conyugal


Lev Tolstói.
La felicidad conyugal.
Traducción de Selma Ancira.
Acantilado. Barcelona, 2012.

Estábamos de luto por mi madre, que había fallecido en otoño, y pasamos todo el invierno solas en la aldea, Katia, Sonia y yo.
Katia era una antigua amiga de la casa, una institutriz que nos había criado a todos, y de la que yo me acordaba y a la que quería desde que tengo memoria. Sonia era mi hermana menor. Pasamos un invierno triste y lúgubre en nuestra vieja casa de Pokróvskoe. El tiempo era frío, ventoso, y los montones de nieve eran más altos aún que las ventanas; éstas casi siempre estaban congeladas y empañadas, y el invierno transcurrió sin que apenas fuéramos a ningún lado. Rara vez llegaba alguien a visitarnos; y quien llegaba no aumentaba ni la alegría ni el contento en nuestra casa. Todos tenían una expresión triste, todos hablaban en voz baja, como si temieran despertar a alguien, no reían, suspiraban y con frecuencia lloraban al mirarme y, sobre todo, al mirar a la pequeña Sonia con su vestidito negro. Era como si en casa aún se percibiera la muerte; la tristeza y el horror de la muerte flotaban en el aire.

Con esa fuerza comienza La felicidad conyugal, la novela corta de Lev Tolstói que acaba de publicar Acantilado con una espléndida traducción de Selma Ancira.

Con un decisivo componente autobiográfico, sorprendentemente premonitorio, el novelista anticipó en La felicidad conyugal, una narración de 1859, sus propias circunstancias personales, porque, como ocurre en la novela, Tolstói se casaría en 1862, a los treinta y cuatro años, con una muchacha de dieciocho.

Pero eso no es lo esencial en una obra como esta, que mantiene su fuerza por encima del tiempo y de esas circunstancias que pueden explicar su intensidad, su paisaje o el ambiente de la casa familiar, pero no su vigencia.

Cuando Tolstói escribió La felicidad conyugal era ya un novelista poderoso que revela aquí su especial capacidad en la creación de atmósferas, su enorme sutileza para entrar en el interior de los personajes, para construir el relato desde dentro, para fundir ambientes y personajes desde esa mirada interior que presenta la realidad en la perspectiva subjetiva de Masha, la narradora-protagonista, con sus frustraciones, sus distorsiones, con su complejo de culpa y sus ensoñaciones.

Esta es la historia de una decepción, de un fracaso de las ilusiones en la rutina de la vida diaria de un matrimonio desigual, en los altibajos de una relación tensa y serena, con una historia dramática contenida, que seguramente por eso ha sido propicia a las adaptaciones teatrales. De hecho, la traductora, Selma Ancira, ha contado cómo se reencontró con este texto en Rusia, no a través de la lectura, sino en una representación en un escenario.

Anterior a las grandes obras de Tolstói, Guerra y paz, Anna Karénina y Resurrección, La felicidad conyugal las contiene en germen, en cierta medida es su semilla.

En 1860, poco tiempo después de publicar esta novela corta, esbozó un relato que sería treinta años más tarde La Sonata a Kreutzer, que es el reverso de La felicidad conyugal.

En cualquier caso, como casi todo lo que escribió su autor, esta novela corta, inicial en más de un sentido, es una experiencia lectora inolvidable sobre el conflicto entre la realidad y el deseo.


Santos Domínguez

06 marzo 2012

La familia del aire


Miguel Ángel Muñoz.
La familia del aire.
Entrevistas con cuentistas españoles.
Páginas de Espuma. Madrid, 2011.

Las quinientas páginas de La familia del aire, el volumen en el que Miguel Ángel Muñoz reúne treinta y seis conversaciones con cuentistas españoles, son mucho más que un libro de entrevistas.

Publicadas por Páginas de Espuma y agrupadas en seis secciones, estas entrevistas fueron apareciendo en el estupendo blog El síndrome Chéjov, un lugar de referencia en el estudio del relato corto en español.

En ellas hablan del cuento desde los decanos consagrados como José María Merino, Cristina Fernández Cubas o Enrique Vila-Matas hasta los autores más recientes -Iban Zaldua, Patricia Esteban Erlés o Andrés Neuman-, nadadores que atraviesan el río imaginario que describió Cheever en un cuento.

Y en medio, nombres mayores de hermanos mayores como Eloy Tizón o Juan Bonilla; miembros de la fecunda quinta del 61 como Hipólito G. Navarro, Fernando Iwasaki o Javier Sáez de Ibarra; narradores que habitan el cuarto fantástico como Ángel Olgoso o Muñoz Rengel, o escritores que transitan por la carretera de doble dirección en la que se hacen compatibles la novela y el cuento – Antonio Orejudo o Menéndez Salmón.

El volumen, decía al principio, contiene más que las treinta y seis entrevistas que arman su estructura, más que los útiles apéndices con índices onomásticos y de obras; más que la bibliografía fundamental, rigurosa y actualizada, sobre los autores, sobre el género y su técnica.

La familia del aire ofrece, además, una reunión de poéticas del cuento; sugiere un canon abierto de autores de referencia; traza una historia reciente del género y de su evolución a través de varios grupos generacionales y de diversas estéticas; resume la historia de la literatura a través de uno de sus géneros fundamentales y de las lecturas que orientaron la vocación y la escritura de estos narradores; establece un diálogo fructífero no sólo del autor de las entrevistas con el entrevistado, sino un cruce de opiniones contrastadas entre los distintos cuentistas; y es, en fin, una lección intensa y completa para el lector, que encontrará en estos textos un mapa del relato breve en español y un itinerario de lectura de cuentos memorables, o para el aprendiz de narrador, que podrá rastrear aquí el material que suelen proporcionar los talleres literarios.

Para que no falte de nada, el libro se cierra con la entrevista minuciosa que preparó Miguel Ángel Muñoz para Eduardo Zúñiga, el maestro silencioso que no contestó a las preguntas del entrevistador.


Santos Domínguez

05 marzo 2012

Teoría literaria y Literatura comparada


Jordi Llovet.
Robert Caner. Nora Catelli.
Antoni Martí Monterde. David Viñas Piquer.
Teoría literaria y literatura comparada.
Ariel Letras. Barcelona, 2012.

Publicado por primera vez en 2005 y coordinado por Jordi Llovet, Teoría literaria y literatura comparada se ha convertido ya en una referencia ineludible en los estudios de Teoría de la literatura y de Literatura comparada.

Superados ya los tiempos en que el historicismo positivista o el nacionalismo neorromántico dominaban los estudios literarios y confundían interesadamente historia, filología y literatura o circunscribían las manifestaciones estéticas a las fronteras de los mapas políticos, cada vez parece más evidente que la complejidad de la obra literaria exige otro tipo de planteamientos menos mecanicistas y más atentos a los componentes esenciales de la obra literaria que a su marco local o a sus afueras.

La estilística, el comparatismo, la pragmática o la hermenéutica son algunas de esas direcciones que enfocan el texto literario en su núcleo estético y de sentido y no en la insuficiencia reduccionista de colocar el objeto de estudio en sus márgenes o en la sustitución fraudulenta del texto por el contexto.

Porque, como afirma Jordi Llovet en el prólogo, “los métodos de la historia no siempre (y en muchas ocasiones en absoluto) permiten al estudioso agotar el sentido que encierra una determinada obra literaria. La historia es una disciplina que puede ser usada, sin duda, en el estudio de la literatura, pero que jamás, o muy raramente, agotará lo que es característico de un producto literario.”

Con ese planteamiento este volumen es el resultado de un trabajo en equipo de cinco profesores de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona. Un trabajo cuyo resultado se articula en cinco capítulos - Literatura y literariedad (Nora Catelli), La periodización literaria (Jordi Llovet), La interpretación de la obra literaria (Robert Caner), Géneros literarios (David Viñas) y Literatura comparada (Antoni Martí)- en los que se abordan el concepto de literariedad y la función poética, los enfoques del formalismo ruso, la estilística, el new criticism o el estructuralismo, el canon cambiante de los distintos periodos literarios, los métodos de la hermenéutica y la estética de la recepción, las distintas funciones de los géneros literarios o la institucionalización académica, la metodología y la crisis de la literatura comparada.

Si no fuera porque uno conoce demasiado cómo sestean en la rutina algunas facultades de Letras, se asombraría de que un volumen como este, que acaba de reeditar Ariel Letras, no sea un manual imprescindible al menos en los repertorios bibliográficos que se recomiendan a los estudiantes de Literatura Comparada.

Por cierto, a más de uno de esos que sestean en sus cátedras le convendría leer -aunque sólo fuera eso- el espléndido epílogo de Jordi Llovet sobre Las enseñanzas de la literatura. Si les parece mucho, que alguien les resuma al menos las diez tesis que resumen el sentido de esa reflexión y del conjunto de la obra.

Santos Domínguez

03 marzo 2012

Los papeles póstumos del Club Pickwick


Charles Dickens.
Los papeles póstumos del Club Pickwick.
Edición y prólogo de Jordi Llovet.
Traducción y notas de José María Valverde.
Debolsillo. Barcelona, 2012.

Lo que empezó siendo un trabajo alimenticio para narrar veinticuatro ilustraciones sobre un club de torpes cazadores acabó siendo la primera novela de Charles Dickens.

Publicada en veinte entregas mensuales entre abril de 1836 y noviembre de 1837, Los papeles póstumos del Club Pickwick tuvo un éxito inmediato y le dio a Dickens una fama que le acompañaría hasta su muerte y que le permitió abandonar el periodismo para dedicarse a la literatura.

Dickens combinó la imaginación y la acción trepidante, la extravagancia y el humor, la diversión en estado puro y la ironía en un inolvidable relato itinerante que se convirtió no sólo en un éxito editorial, sino en un fenómeno social que sobrepasó los límites de la literatura y sirvió para bautizar comercialmente puros o sombreros.

Samuel Pickwick, Sam Weller, Winkle, Snodgrass, Tupman... De entre todos los erráticos personajes que habitan esa novela, quizá ninguno tan inolvidable como Alfred Jingle, un entrañable caradura entregado al parloteo compulsivo y telegráfico, al atropellado análisis de la realidad reducida a su esqueleto esencial por medio de una especie de taquigrafía oral.

De sus “discursos espasmódicos” hablaba Cortázar en Reencuentros con Samuel Pickwick, el prólogo celebratorio que escribió para la edición de Círculo de Lectores.

Un prólogo que remataba con una carta de agradecimiento al protagonista de “una de esas obras que vuelven el mundo más soportable y divertido”, porque “forma parte de esa literatura que no se menciona casi nunca en las discusiones trascendentales pero que ocupa un lugar inamovible en la biblioteca del recuerdo.”

Para conmemorar el bicentenario de Dickens, Debolsillo recupera, bajo la supervisión de Jordi Llovet, la traducción y las notas de la edición de Los papeles póstumos del Club Pickwick que José María Valverde preparó para Clásicos Planeta.

Aunque transformó radicalmente la idea de la novela popular, no es la mejor novela de Dickens, tiene los defectos propios del principiante, se resiente de algunas improvisaciones y de la comercialidad con que fue planeada y sostenida entrega a entrega durante más de año y medio, pero hay en sus páginas un derroche constante de humor, amabilidad e imaginación y una poderosa fuerza narrativa que hace volver a esa obra al lector que la ha visitado alguna vez.

Porque, como señala Jordi Llovet en el prólogo de esta reedición en bolsillo, la narrativa de Dickens pertenece a una estirpe de obras que aspiran a "educar a los lectores haciéndoles pasar, al mismo tiempo, un largo rato lleno de una serena, tierna y desbordada felicidad."

Chesterton, que escamoteó la palmaria influencia cervantina en el trazado de Pickwick y Weller, dos variantes victorianas de Don Quijote y Sancho, hizo este elogio del novelista y de su talento para conectar con el gusto de los lectores:

Dickens no pretendió mostrar los efectos del tiempo y de las circunstancias sobre los personajes, ni tampoco la influencia de estos sobre aquellas. Su meta fue retratar caracteres en una especie de vacío feliz, en un mundo situado mucho más allá del tiempo.

Eso justamente es lo que tienen los clásicos, que están mucho más allá del tiempo.

Santos Domínguez

02 marzo 2012

Claudio Rodríguez. Alianza y condena



Claudio Rodríguez.
Alianza y condena.
Prólogo de Luis García Jambrina.
Cálamo Poesía. Palencia, 2009.

Alianza y condena, celebración y llanto, exaltación y abatimiento, certezas y dudas, iluminaciones y caídas, revelación y sombra.

Era el libro que Claudio Rodríguez prefería de entre los suyos, un libro que plantea un debate –como gran parte de su poesía- en la lucha de contrarios, en la antítesis y el oxímoron.

Alianza y condena es además un libro central en su trayectoria poética, no sólo porque es el tercero de los cinco que escribió, sino porque tras sus dos libros iniciales -Don de la ebriedad y Conjuros-, llenos de la luminosidad de la alianza, a partir de este empieza a imponerse la condena que ensombrece El vuelo de la celebración y Casi una leyenda.

Los textos de Alianza y condena, que publica Cálamo Poesía, exploran la contradicción entre la luz y la sombra, entre la celebración y la elegía, entre un presente negativo y un pasado de plenitud. De ahí la intensidad de este libro, la tensión que lo sostiene desde el primero de sus poemas, Brujas a mediodía, hasta el último, Oda a la hospitalidad.

Y en medio, organizados en cuatro secciones asimétricas, algunos de los poemas y los versos más memorables de toda la obra de Claudio Rodríguez, como destaca en su prólogo, El misterio de la claridad, Luis García Jambrina.

Ejemplos como estos están en la memoria de los lectores de su poesía:

Tal vez, valiendo lo que vale un día, / sea mejor que el de hoy acabe pronto.

Hoy necesito el cielo más que nunca. / No que me salve, sí que me acompañe

Largo se le hace el día a quien no ama / y él lo sabe.

Déjame que te hable, en esta hora / de dolor, con alegres/ palabras. Ya se sabe / que el escorpión, la sanguijuela, el piojo, / curan a veces.

Escrito en los siete años de estancia en Inglaterra como lector, Alianza y condena resume en su intensidad el doble carácter contemplativo y meditativo de la poesía de Claudio Rodríguez, que presenta una realidad dual y paradójica y ahonda en las limitaciones del lenguaje e insiste en un concepto de poesía como aventura entre la intimidad y el mundo y en la imagen de la ciudad como escenario de la alianza y la condena.

Una condena que –como explicó Claudio Rodríguez- está dentro de la alianza, igual que dentro de la condena existe la alianza.

La extrañeza del cuerpo y la extrañeza del lenguaje son el eje de los poemas más significativos de este libro, en el que las palabras están sometidas a una tensión emocional y conceptual que acaba reflejando su insuficiencia de “palabras muertas” ante el vacío y la pérdida.

La fuerza de esa condena está presente en Cáscaras, Brujas a mediodía o Ciudad de meseta, pero quizá ningún poema la refleje con tanta intensidad como Ajeno, uno de los preferidos por su autor:

Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.


Santos Domínguez

01 marzo 2012

Life. Los grandes fotógrafos

Life.
Los grandes fotógrafos.
Lunwerg. Madrid, 2011.

Desde su fundación en 1936 la revista Life promovió el ensayo fotográfico, un nuevo tipo de periodismo que tenía como eje la imagen. Con esa fórmula editorial se daba un extenso e intenso tratamiento visual a los temas que abordaba cada entrega: además de la de portada, una imagen para la apertura de cada reportaje, otra para el cierre, y en medio una secuencia fotográfica que centraba el tema, lo enfocaba y lo presentaba de modo panorámico.

De esa manera, Life se ha convertido no sólo en un referente del periodismo del siglo XX, sino en un imprescindible repertorio de imágenes que resumen casi un siglo de historia a través de una selecta y muy restringida nómina de fotógrafos que nos han dejado su mirada sobre la realidad en todos sus matices, en toda su diversidad temática, geográfica, en toda su variedad de enfoques.

En la diversidad de sus matices, estas imágenes trazan no solo la historia, también la intrahistoria del siglo XX. Algunas de ellas son ya iconos que componen una representación sustancial de lo contemporáneo, de sus contrastes y sus contradicciones.

Para conmemorar el 75 aniversario de Life, la editorial Lunwerg publica un espléndido volumen antológico que reúne varios centenares de las fotografías más significativas aparecidas en la revista. Y lo hace en un álbum organizado alrededor de los noventa y nueve autores de las fotografías y de setecientas imágenes de enorme calidad y pluralidad.

Crudas o sutiles, explícitas o alegóricas, impactantes o plácidas, en ellas aparecen personajes famosos en distintos campos junto a seres anónimos tan significativos como ellos.

Urbanas o rurales, en blanco y negro o en color, en medio de un espectáculo o en la intimidad, en interiores o exteriores tan extremos como el de un feto en un útero o el espacio, estas imágenes explican por qué gran parte de la cultura del siglo XX es visual.

De Robert Capa a John Zimmerman, de Arthur Griffin a Marc Kauffman pasando por Margaret Bourke-White, los fotógrafos que nos dejaron ese legado forman parte de un club muy exclusivo al que han accedido menos de cien estilistas, de cien artistas que firmaron un fotoperiodismo creativo.

El volumen lleva como introducción un texto de John Loengard, un veterano fotógrafo de Life, que presenta así esta recopilación:

A los fotógrafos que trabajan para LIFE les gusta retratar el mundo que los rodea, especialmente a las personas que hay en él y lo que esas personas hacen. Cada uno de nosotros cree que lo hacemos mejor que nadie (...). Desde épocas pretéritas, la tarea del escritor ha consistido en describir la forma en que se comportan las personas. Con la invención de la fotografía, esa tarea también se convirtió en la propia del fotógrafo. Pero mientras que los escritores pueden reunir material simplemente hablando con las personas, aunque sea por teléfono, a los fotógrafos les resulta imposible. Ellos y los sujetos a los que retratan deben interactuar. El sujeto ha de hacer algo de interés, enfrente mismo de la cámara… o no hay imagen. La suerte es importante, desde luego, pero para los fotógrafos no lo es menos saber lo que hay que extraer de un sujeto. Para saberlo, deben tener un punto de vista propio.

Muchos de esos fotógrafos, estuvieron en la primera línea de los abundantes conflictos del siglo XX, fueron testigos cercanos de las tragedias, aventureros solitarios que arriesgaron la vida y a veces la perdieron en el intento de fotografiar lo que serían sus últimos minutos.

Fotografiaron -siempre en tercera persona, como señala Loengard- la guerra y la paz, el amor y el odio, la música y el silencio, la furia y la tranquilidad, la alegría y la tristeza, la opulencia y la miseria.

Y lo hicieron fundiendo su misión testimonial con una innegable voluntad artística y la función documental de la imagen con su creatividad en fotografías elocuentes o sugestivas, directas o simbólicas en las que se mezclan la vida, la verdad y el conocimiento, como señala en su rememoración inicial -Haber sido fotógrafo de LIFE- Gordon Parks, uno de los primeros y mejores fotógrafos de la revista y de la historia.

La infancia y la vejez, el metro de Nueva York o las calles italianas de la posguerra, las selvas de Vietnam, los campos de concentración y las playas llenas de veraneantes, Sinatra y Dashiell Hammett, son el centro de algunas de estas fotografías que van más allá del mero concepto de ilustración para elevarse a la categoría de obras de arte por el genio creativo de estos noventa fotógrafos.

De todos ellos se traza una breve pero brillante caracterización y unos pocos, recuerda Loengard, permanecen en la memoria y se convierten en clásicos. ¿Por qué? Supongo que porque mantienen su capacidad para sorprender.”

Santos Domínguez

29 febrero 2012

Mientras los dioses juegan


Alain Daniélou.
Mientras los dioses juegan.
Prólogo de Joscelyn Godwin.
Traducción de Antonio Rodríguez.
Memoria mundi. Atalanta. Gerona, 2012.

Con un título que mejora notablemente el original de 1985, Atalanta publica Mientras los dioses juegan, la traducción de La fantaisie des dieux et l’aventure humaine, uno de los libros esenciales de Alain Daniélou.

Con traducción de Antonio Rodríguez y un prólogo de Joscelyn Godwin, Mientras los dioses juegan es un acercamiento a la visión del mundo del shivaísmo hinduista desde la urgencia de un Daniélou que en marzo de 1984 estaba seguro de que vivimos al borde de un cataclismo, pero se trata de un cataclismo causado por nuestros errores y que sólo desencadenará la locura de los hombres.

Desde esa perspectiva inicial, Daniélou expone la teoría de los ciclos con los que el shivaísmo explica el nacimiento, el desarrollo y la desaparición de las civilizaciones y la evolución y decadencia del universo, porque, como el espacio y el tiempo, la vida de los hombres y de las especies responden a ritmos ligados a periodos astronómicos que fundamentan su explicación mítica y precientífica del universo.

Tras la edad de la sabiduría, la de los ritos, la de la duda, hasta llegar a la actual, la edad de los conflictos, una edad de desórdenes que pondrá fin al ciclo de la humanidad actual, que se inició hace sesenta y dos milenios con un diluvio que está en el recuerdo atávico de todas las civilizaciones.

Como en todas las mitologías, tras una edad de oro y una posterior edad de hierro también el shivaísmo calcula un fin del mundo, le pone fecha y lo reconoce en una serie de señales premonitorias del cataclismo último.

Alain Daniélou, que quedó deslumbrado por la India y se instaló en Benarés en 1937, se convirtió al hinduismo y permaneció en aquel país hasta 1958, explica en las páginas de este volumen algunas de las claves de la cultura shivaísta: la mirada a la naturaleza, al hombre y a la historia; la aparición de aforismos que resumen una sabiduría universal como “El ciego que conduce a otros ciegos” o “Moler harina”; la importancia del cuerpo, del culto fálico y el conocimiento interior a través del yoga, el hombre social y el papel de la mujer; la transmisión de la sabiduría y las relaciones entre los maestros y los discípulos, la práctica de la sexualidad como experiencia de aproximación a la divinidad y la naturaleza del lenguaje como instrumento de transmisión del saber y de manifestación del pensamiento.


Santos Domínguez

28 febrero 2012

Los documentos póstumos del Club Pickwick


Charles Dickens.
Los documentos póstumos del Club Pickwick.
Introducción de Doireann MacDermott.
Traducción y notas de José María Valverde.
Austral. Barcelona, 2012.

Lo que empezó siendo un trabajo alimenticio para narrar veinticuatro ilustraciones sobre un club de torpes cazadores acabó siendo la primera novela de Charles Dickens.

Publicada en veinte entregas entre abril de 1836 y noviembre de 1837, Los documentos póstumos del Club Pickwick tuvo un éxito inmediato y le dio a Dickens una fama que le acompañó hasta su muerte y que le permitió abandonar el periodismo para dedicarse a la literatura.

Dickens combinó la imaginación y la acción trepidante, la extravagancia y el humor, la diversión en estado puro y la ironía en un inolvidable relato itinerante que se convirtió no sólo en un éxito editorial, sino en un fenómeno social que sobrepasó los límites de la literatura y sirvió para bautizar comercialmente puros o sombreros.

Samuel Pickwick, Sam Weller, Winkle, Snodgrass, Tupman... De entre todos los personajes que habitan esa novela, quizá ninguno tan inolvidable como Alfred Jingle, un entrañable caradura entregado al parloteo compulsivo y telegráfico, al atropellado análisis de la realidad reducida a su esqueleto esencial.

De sus “discursos espasmódicos” hablaba Cortázar en Reencuentros con Samuel Pickwick, el prólogo celebratorio que escribió para la edición de Círculo de Lectores.

Un prólogo que remataba con una carta de agradecimiento al protagonista de “una de esas obras que vuelven el mundo más soportable y divertido”, porque “forma parte de esa literatura que no se menciona casi nunca en las discusiones trascendentales pero que ocupa un lugar inamovible en la biblioteca del recuerdo.”

Para conmemorar el bicentenario de Dickens, Austral recupera la traducción, las notas y los fotolitos de la edición de Los documentos póstumos del Club Pickwick que José María Valverde preparó para Clásicos Planeta.

No es su mejor novela, tiene los defectos propios del principiante y las improvisaciones de la comercialidad con que fue planeada y sostenida entrega a entrega durante más de año y medio, pero hay en sus páginas un derroche constante de imaginación y una poderosa fuerza narrativa que hace volver a esa obra al lector que la ha visitado alguna vez.

En esa idea insiste Doireann MacDermott en la introducción a esta feliz recuperación:

Pickwick es una curiosa mezcla de fantasía y realidad, de alegría y tristeza; ello conduce a preguntarnos por qué tuvo tanto éxito cuando apareció. Tal vez ningún escritor inglés, ni siquiera Shakespeare, logró una relación tan feliz con su público como el joven Dickens.

Chesterton, que escamoteó la palmaria influencia cervantina en el trazado de Pickwick y Weller, dos variantes victorianas de Don Quijote y Sancho, hizo este elogio del novelista que es también una respuesta por anticipado a esa pregunta sobre el éxito del autor:

Dickens no pretendió mostrar los efectos del tiempo y de las circunstancias sobre los personajes, ni tampoco la influencia de estos sobre aquellas. Su meta fue retratar caracteres en una especie de vacío feliz, en un mundo situado mucho más allá del tiempo.

Eso justamente es lo que tienen los clásicos, que están mucho más allá del tiempo.

Santos Domínguez

27 febrero 2012

Vulva


Mithu M. Sanyal.
Vulva.
La revelación del sexo invisible.
Traducción de Patricio Pron.
Anagrama. Barcelona, 2012.

Esta es una pequeña historia cultural de Occidente a través de la representacion del genital femenino en la vida cotidiana, el folclore, la medicina, la mitologia, la literatura y el arte. Sin embargo, esto puede parecer desconcertante a simple vista. ¿No basta ya con que existan historias culturales del beso o de la tetera? ¿Qué conocimiento puede obtenerse de la vulva? A objeciones de este tipo puede responderse que todo el mundo es libre de tener su propio concepto del beso o de la tetera, pero casi nadie negaría que estos fenomenos existen, a diferencia de lo que sucede con el genital femenino.

Con ese párrafo comienza la historiadora cultural Mithu M. Sanyal (Düsseldorf, 1971) la introducción de Vulva, el renovador ensayo que acaba de publicar Anagrama con traducción de Patricio Pron.

Es el punto de partida de un estudio cuyo objetivo es hacer visible una realidad que por definición ha sido históricamente invisible y rebajada a la carencia de sexo o a lo oscuro, lo innombrable o lo sucio:

A través de una serie de ensayos que llevé a cabo en diferentes grupos de científicas constaté que todas podían dibujar penes pero ninguna podía representar gráficamente una vulva reconocible. Me sentí fascinada. ¿Por qué mujeres muy formadas podían reproducir genitales masculinos sin problemas al tiempo que sus propios genitales les resultaban tan extraños y misteriosos que ni siquiera podían dibujarlos rudimentariamente? Al pensar en ello, advertí que, con la salvedad de las ilustraciones médicas, tanto ellas como yo solo podíamos ver imágenes de la vulva como productos de las industrias del porno y de la higiene. Así que decidí ponerme a la búsqueda del lugar simbólico que ocupa la vulva en nuestra cultura.

De ahí que este ensayo, cuyo elocuente subtítulo es La revelación del sexo invisible, sea, además de reivindicativo, profundamente subversivo en su enfoque y en su desarrollo.

Con una perspectiva multidisciplinar que combina la etimología con la psicología social, la anatomía con la antropología cultural, la pintura con la literatura, el mito y el teatro, la iconografía y la teología y el arte contemporáneo con las mentalidades mágicas de la prehistoria, se aborda en sus diversas secciones la degradación de la sexualidad femenina en las diversas culturas y religiones.

Entre el cristianismo y el hinduismo, entre los escultores románicos y Picasso, entre la Biblia y Freud, entre San Agustín y Mallarmé, Vulva propone un recorrido por las figuras más representativas de la feminidad desde la Eva originaria y pecadora a Gypsy Rose Lee, la reina del striptease intelectual, pasando por María Magdalena, Salomé o Kali, una de las esposas de Shiva, desde El origen del mundo de Courbet a los textos explícitos de la punk Kathy Acker y a las performances de Public Cervix Announcement.

Este es un estudio pionero en su punto de vista y en su objetivo de denunciar un estado de la cuestión dominado aún por un dominio abrumador de lo fálico. Lo resume Mithu M. Sanyal en estas líneas:

En rigor, deberíamos decir que el discurso occidental no está basado en la dualidad de los sexos sino en su unicidad, puesto que ha fijado un sexo, a saber el masculino, y únicamente ha construido el femenino en oposición a él. (...) Con ello, la mujer era la portadora de la diferencia entre los sexos, la –poco valiosa– desviacion de la norma y –puesto que un ser humano completo sin pene era inconcebible– la castrada.


Santos Domínguez

25 febrero 2012

El libro de los viajes equivocados


Clara Obligado.
El libro de los viajes equivocados.
Páginas de Espuma. Madrid, 2011.

Clara Obligado nació en 1950 en Buenos Aires, donde se licenció en Literatura. Forzada al exilio por sus ideales políticos, vive en España desde 1976. Aquí ha realizado numerosos talleres de literatura creativa, ha colaborado como columnista en varios medios periodísticos y también ejerce de crítica. En 1996 recibió el Premio Lumen por La hija de Marx, una novela erótica, impregnada de humor, ambientada en la época victoriana. Con Páginas de Espuma ha publicado el libro de cuentos Las otras vidas, y ha editado las antologías de microrrelatos Por favor, sea breve y Por favor, sea breve 2.

El libro de los viajes equivocados es también un conjunto de relatos. Se trata de once historias independientes pero unidas por una conexión universal, el azar, título del cuento que inicia la obra y factor que determina el devenir de los personajes en ese viaje sin gobierno ni dirección que es la existencia. Este acervo de aventuras está dibujado como una espiral logarítmica que empuja, entrechoca y propicia la confluencia de personajes y destinos. Así ocurre en el relato Las dos hermanas, cuyo protagonista es un polaco que emigra hacia Nueva York y que acaba en el puerto de Buenos Aires porque se confunde de embarcación; ya anciano, un fotógrafo de National Geographic, y personaje de otro de los relatos, Madison, Los puentes de, le toma una instantánea que inmortalizará su presencia en el planeta.

Al concluir las páginas de este libro tenemos la sensación de haber sido testigos del inicio y el fin de un largo periplo que comienza en los albores del mundo y concluye con una vuelta a empezar del mismo trayecto, aunque quizá con la urdimbre tejida con el hilo de diferentes rumbos y otros navegantes intentando seguir la tenue luz de un faro en la oscuridad del océano.

Alba Pavón

24 febrero 2012

Leopoldo Panero. En lo oscuro


Leopoldo Panero.
En lo oscuro.
Edición de Javier Huerta Calvo.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2011.

Se cumple este año medio siglo de la muerte de Leopoldo Panero (1909-1962), uno de los poetas esenciales de la primera posguerra española, la del arraigo y las formas clásicas, un poeta que supo compaginar a Garcilaso con César Vallejo y la mirada hacia el paisaje con el intimismo.

Con una magnífica introducción de Javier Huerta Calvo, que aborda el itinerario literario, la poética y la vida accidentada de Leopoldo Panero entre la memoria de un olvido y la búsqueda de lo oscuro, esta amplia antología, suficientemente anotada con observaciones imprescindibles, da una imagen completa de la obra del poeta.

Una obra accidentada, como su vida, construida en un lugar intermedio entre la tradición y la vanguardia, desde una perspectiva en la que confluyen el mundo exterior y el mundo interior, lo humildemente cotidiano y las cimas del Guadarrama.

La selección de En lo oscuro presenta como un todo una generosa muestra de textos de La estancia vacía, Versos al Guadarrama, Escrito a cada instante y Canto personal. Un todo sucesivo ordenado cronológicamente, salvo en el poema que le sirve de pórtico –Arte poética- y el Epitafio que lo cierra:

Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.

Está en estas páginas la imagen compleja y contradictoria del poeta religioso y neorromántico, de palabra severa y contenida, y el que se deja llevar por el arrebato emocional o patriótico, el que se mueve con la misma soltura en el verso corto y en la herencia del 27, en el verso libre o en el soneto garcilasista de aires neobarrocos, conceptistas y escurialenses.

Lo llamativo es que nada en Panero es impostado: desde el arraigo confesional de fe religiosa a la declaración de amor, desde el canto a la armonía familiar hasta la respuesta al Canto general de Neruda, todo parece fluir en él desde una profunda convicción, desde una voluntad constante de expresión y de conocimiento mediante la palabra poética, desde un impulso de sinceridad y de diálogo consigo mismo y con el mundo que asume la lección de Antonio Machado -al que homenajeó en Desde el umbral de un sueño- hasta los ripios lamentables que frecuentó en los tercetos artificiosos de su Canto personal.

En lo oscuro se cierra con Unas palabras sobre mi poesía, el texto de una conferencia en la que Panero reflexiona sobre las claves esenciales de su poética, que “siempre se apoya en lo invisible, que es su verdadera y última realidad.”

Poeta desigual y pródigo en altibajos, Leopoldo Panero dejó un puñado de poemas memorables que merecen salir definitivamente del olvido: La estancia vacía, Por donde van las águilas, César Vallejo, Introducción a la ignorancia o Rastro de Lázaro son algunos de ellos.

Antologías tan cuidadas como esta, que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas, deben contribuir a rescatar esos textos del oscurecimiento injusto al que los han sometido una serie de circunstancias extraliterarias que están en la mente de todos.

Santos Domínguez

22 febrero 2012

Otra vuelta de tuerca

Henry James.
Otra vuelta de tuerca.
Prólogo de José María Guelbenzu.
Epílogo del autor.
Traducción de José Bianco.
Tiempo de Clásicos. Siruela. Madrid, 2012.


Uno siente también cierta atracción irresistible hacia cualquier novela que se llame Otra vuelta de tuerca, como José Bianco tituló su excelente traducción de The Turn of the Screw de Henry James. En lugar de La vuelta del tornillo, que no quiere decir nada en español, Bianco cambió sabiamente “la” por “otra” y “tornillo” (screw) por “tuerca”, con lo que Otra vuelta de tuerca quiere decir aún mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa extraña expresión como si todo el mundo (y ellos mismos) supieran su significado. Si Bianco hubiera querido dar el equivalente exacto habría puesto algo tan vulgar como La coacción, lo que convertiría el título de una novela de fantasmas en algo vagamente gansteril o forense. No cabe duda: el mejor amigo del traductor es el Diccionario, siempre que éste no se halle en manos del lector. Según mi Oxford Advanced Learner's Dictionary of Current English, “to give somebody another turn of the screw” significa “to force somebody to do something”: “forzar a alguien a hacer algo”, coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry James? Aunque no diga nada en nuestro idioma, Otra vuelta de tuerca y se acabó. Y uno se lo agradece a Bianco. Y otros cometen el disparate de soltar ese dicho en contextos que no tienen nada que ver, escribía Augusto Monterroso en un divertido artículo de La palabra mágica.

Bianco había sido el primero en traducir al español en 1945 esta novela corta de Henry James, la más famosa de las narraciones de terror de la historia de la literatura. Una novela de fantasmas que James había publicado en 1898 y que catalogaba como un cuento de hadas.

Tardó, por tanto, casi medio siglo en traducirse al español y la de José Bianco –que recupera Siruela en su colección Tiempo de clásicos- es ya una versión tan canónica como el original inglés.

El punto de partida es una historia real contada a James por el Arzobispo de Canterbury sobre dos niños huérfanos encantados por dos sirvientes muertos. Es posiblemente la más famosa de las narraciones de Henry James y, más allá de la mera superficie del relato de fantasmas, en Otra vuelta de tuerca están los temas y los enfoques jamesianos: la presencia del mal, la corrupción de la inocencia, la ambigüedad de lo real, el peso de lo irreal, la complejidad de perspectivas, la interferencia de planos de los múltiples narradores...

Inquietante y sobrecogedora a lo largo de sus veinticuatro capítulos de sostenida intensidad, lo que plantea Otra vuelta de tuerca -por encima de su trama truculenta- no es la solución de un enigma. Es el enigma mismo el que se convierte en el centro del relato y el que da sentido al texto, porque –como señala José María Guelbenzu en su prólogo- aquí no se trata sólo de seguir una historia, se trata de entender una historia: por tanto, será el lector, no el relato en sí, quien decida cómo interpretar los hechos que pertenecen al relato.

Es la sombra de una sombra, una versión de los acontecimientos, una visión general del mal para, como afirmaba James en el prólogo que escribió para esta novela, “producir mi impresión de lo terrible, mi concepción del horror.”

Otra vuelta de tuerca es una exploración en la profundidad de lo siniestro, una entrada en la atmósfera enturbiada que rodea el relato, a través de las figuras acechantes y espectrales de Peter Quint y miss Jessell, dos presencias activas, dos agentes anormales en los que James “depositaría la espantosa obligación de hacer que la situación destilara el aire del mal.” Un mal que obsesiona al autor, porque volver a la vida a los malos muertos para una segunda ronda de maldad es llevarlos al plano de lo prodigioso.

Provocar en el lector la imaginación, la compasión y el horror es el reto que vincula este relato con otras cimas de Henry James como El altar de los muertos o El banco de la desolación.

Santos Domínguez

21 febrero 2012

Articuentos completos


Juan José Millás.
Articuentos completos.
Seix Barral, Barcelona, 2011.

Seix Barral reúne en un amplio volumen, en edición revisada y definitiva por ahora, los Articuentos completos de Juan José Millás.

Híbridos de artículos y cuentos, entre el periodismo y la literatura, estos textos mestizos y brillantes, instalados en la frontera difusa que separa lo real y lo fantástico, lo cotidiano y lo sorprendente, reflejan la mirada crítica del autor sobre el mundo.

Organizados en cinco apartados temáticos -Cuerpo, Mente, Lenguaje, Sociedad y Cajón de sastre-, los articuentos de Millás afrontan desde la extrañeza y la perplejidad el conflicto entre lo real y lo irreal, entre la identidad y las identidades, entre la mirada del narrador y el personaje, los entresijos ocultos de la realidad, los espacios y los objetos, las moralidades, los asuntos lingüísticos, la escritura y la lectura.

Esos son algunos de los ejes temáticos de estos textos que el propio autor define como crónicas del surrealismo cotidiano dosificadas en perlas. Crónicas o relatos que son un tanteo en otras dimensiones de lo real, un viaje al otro lado del espejo, donde se disuelve lo cotidiano y se rompe la rutina de lo previsible para que por esa grieta se proyecte una mirada inédita, existencial o social, a un mundo que antes que otra cosa provoca perplejidad.

Literatura y periodismo en una síntesis creativa que conjuga también intensidad y brevedad, variedad y precisión, imaginación y voluntad crítica, humor, ironía y compromiso para generar una manifestación renovadora y esencial en la narrativa española contemporánea:

Arrebatas al conjunto de mi obra los articuentos y es como si le extirparas el hígado a un señor -escribe Millás en el prólogo de esta edición.

Santos Domínguez

20 febrero 2012

García Márquez oral


Gabriel García Márquez.
Yo no vengo a decir un discurso.
Debolsillo. Barcelona, 2012.


En Yo no vengo a decir un discurso, que acaba de aparecer en edición de bolsillo, se reúnen veintidós textos que García Márquez redactó para leerlos en público.

Es un García Márquez oral, que empezó en esa tarea -que siempre consideró tan terrorífica como los viajes en avión- incluso antes de que se despertase en él la vocación literaria.

Porque el volumen que ahora publica Debolsillo toma su título de un fragmento del primer discurso que pronunció García Márquez en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. Tenía apenas 17 años cuando escribió La academia del deber para despedir a una promoción de estudiantes que acababan los estudios en el instituto y se disponían a ingresar en la universidad.

Entre ese discurso inicial, del 17 de noviembre de 1944, y el que cierra el libro (Un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano), pronunciado el 26 de marzo de 2007, han transcurrido más de sesenta años, pero sobre todo han ocurrido episodios tan prodigiosos para la literatura universal y la lengua española como El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, El otoño del patriarca o El amor en los tiempos del cólera.

Junto con sus discursos más conocidos, como La soledad de América Latina, que leyó en la recepción del Nobel, o Botella al mar para el dios de las palabras, están aquí los homenajes a sus amigos: el espléndido Mi amigo Mutis o El argentino que se hizo querer de todos, que conmemoraba los veinte años de la muerte de Cortázar; sus reflexiones sobre el futuro y el papel de la cultura y la creación en Palabras para un nuevo milenio; su inquietud por el medio ambiente en Una alianza ecológica de América Latina o su preocupación por Colombia en La patria amada aunque distante.

Por eso estos textos, pensados para conferencias o para discursos, son una iluminación, un acompañamiento y una explicación de su mundo literario -Cómo comencé a escribir-, de su oficio como escritor y como periodista -Periodismo: el mejor oficio del mundo-, de su método y de sus compromisos éticos y políticos -El cataclismo de Damocles- o de su relación con el cine -Una idea indestructible.

Pero son mucho más que eso. Tienen también un valor propio que los mantiene en pie como textos literarios, porque muchos de ellos contienen el embrión de algunos relatos o desarrollan una historia con el talento característico de García Márquez y la prosa impecable de un narrador cercano y directo, apasionado y comprometido, combativo y utópico.

Santos Domínguez

17 febrero 2012

Dismundo


Rogelio Blanco Martínez.
Dismundo.
Prólogo de Juan Gelman
Reino de Cordelia. Madrid, 2011.

Habla de tu aldea y serás universal, aconsejaba Tolstoi. Lo recuerda Juan Gelman en el prólogo que ha escrito para presentar Dismundo, la primera obra narrativa de Rogelio Blanco, un conjunto de nueve relatos breves que publica Reino de Cordelia.

Nueve relatos ambientados en Dismundo de Brezales, en un lugar cualquiera del noroeste ibérico, una aldea aislada y fría en la que sus habitantes, los dismundianos, han diluido sus sueños en los arroyos a la espera de la ansiada cosecha de centeno y de patatas, entre la añoranza de épocas mejores y la recepción de alguna novedad traída desde una aldea próxima.

Desde la profundidad de la memoria, Rogelio Blanco evoca un mundo rural anclado en la profundidad del pasado. El monótono ritmo natural de los ciclos agrícolas marca la lentitud de la vida de una aldea con escuela unitaria regentada por doña Bibina, una maestra ignorante y fétida a la que humilla en público la inspectora provincial.

Una aldea que alivia su abandono con vendedores ambulantes, con un cerezo astringente y unos aldeanos hoscos que calzan zuecos para ir a la cantina a beber orujo y fumar cuarterón, con rebaños acosados por lobos en la nieve y gallinas agresivas de las que, andando el tiempo, un soldado tomará cumplida venganza; con un niño que puede salir del pueblo gracias a la circunferencia y una niña que lleva al cuello una cuelga con seis pollos muertos.

La vida de sus habitantes marca su rutinaria continuidad intrahistórica y los personajes se convierten en los ejes de cada uno de los relatos, que evoca sus nombres propios en los títulos: los atávicos, casi prerrománicos, Domiciano, Leontino, Armelinda, Alipio, Gaudencio, Gracelina, Sisinio y Elina.

Otras veces, los nombres propios que aparecen en los títulos son los de animales como el heroico perro Navarro o la vaca Gallarda, voraz con las manzanas.

Esos nombres propios, y otros tan ancestrales como los de algunos personajes secundarios –Rudesindo, Meregilda, Eutropio, Quiteria, Evencio, Dorinda, Verevaldo...- parecen nombres de personajes de Berceo, de figuras de retablos de piedra o de obispos de Constantinopla, pero además simbolizan un mundo parado en la historia, un mundo fuera del mundo desde hace ocho siglos.

Un lugar sin futuro en el que casi la mitad de la tumbas del cementerio son de niños. Entre la muerte y una supervivencia llena de privaciones, entre la extrema pobreza material y la dignidad del resistente transcurre la vida de los dismundianos, tan dura como el paisaje de oteros y brezales o como las inclemencias del clima y sus nieves frecuentes.

En un mundo como ese transcurrió la infancia de Rogelio Blanco, que en estos relatos superpone la mirada del niño que fue a la del adulto que es, y por eso evita en su evocación el patetismo y se impone el freno de la contención tanto en la añoranza melancólica como en la denuncia del atraso, desde un lugar intermedio en el que confluyen esas dos miradas –la del niño y la del hombre- entre lo lírico, la narrativo y lo testimonial, entre la actitud crítica y la evocación compasiva.

Nueve cuadros que componen un conjunto en el que se relacionan entre sí no solo por su ubicación en el mismo espacio sin historia que es Dismundo, sino por la presencia en varios de ellos de los mismos personajes.

Nueve historias que completan un retablo humilde de la pobreza y reconstruyen, como sugiere Juan Gelman, un universo nocturno en el que hay que aguzar la vista para apreciar el fulgor de cada uno de sus astros.

Santos Domínguez

16 febrero 2012

Simón Viola sobre Plaza de la palabra

Santos Domínguez Ramos.
Plaza de la palabra.
Prólogo de Félix Grande.
Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2011.


Plaza de la palabra es una Antología poética que recoge textos de los libros publicados hasta ahora por Santos Domínguez Ramos (Cáceres, 1955), un conjunto de títulos que jalonan una de las trayectorias líricas más sólidas de la poesía actual, reconocida con más de diez premios literarios de prestigio.

Los títulos antologados son Pórtico de la memoria (1994), La orilla del invierno (1996), Cuaderno de Abul Qasim (2001), Las provincias del frío (2005), En un bosque extranjero (2006), Las sílabas del tiempo (2007), La flor de las cenizas (2008), Para explicar la nieve (2009), Nueve de lunas (2010) y Luna y ciencia nocturna (2010).

Desde Jóvenes poetas en el Aula, una antología de 1983 al cuidado de Ángel Sánchez Pascual, su nombre ha estado presente en las revisiones y antologías posteriores: Abierto al aire (1984, de Ángel Campos y Álvaro Valverde), Diez años de poesía en Extremadura (1995) o Literatura en Extremadura. Poesía (2010, Miguel Ángel Lama).

De estos proyectos regionales (Pórtico de la memoria apareció en la Diputación Provincial de Badajoz, La orilla del invierno en la de Cáceres), su nombre saltó a antologías y ediciones de ámbito nacional y su obra se hizo merecedora de premios como el Gerardo Diego, Jaime Gil de Biedma, Eladio Cabañero, Tardor, Alcaraván o Manuel Alcántara entre otros, un buen ejemplo de cómo las editoras públicas, bien gestionadas, pueden tener una notable repercusión positiva en su entorno y aciertan tanto cuando, con criterio, impulsan al poeta novel en sus inicios como cuando recopilan en selecciones antológicas o en ediciones de obras completas una producción dispersa en ediciones de pequeñas tiradas.

A lo largo de estos años, Santos Domínguez ha desarrollado asimismo una labor de crítica literaria en revistas especializadas y, de modo regular, en dos blogs (En un bosque extranjero y Encuentros de lecturas) y si recordamos ahora esa aportación es por la notable simbiosis que en su caso se produce entre lectura y creación.

El primer poema de Las provincias del frío (un lugar marcado en cualquier obra) presenta al poeta diciendo: “El lector se levanta para ver la fatiga vegetal del paisaje, / triste como los lunes en los parques zoológicos”.

Su propensión a incorporar en casi cada poema una cita ajena traza, de un lado, el contorno de sus amplias preferencias lectoras y expresan, de otro, una personalidad poética singular ajena a la “angustia de las influencias”, pues en la configuración de un talante lírico operan con igual rendimiento las experiencias personales que la formación lectora. Recuerda Luis Antonio de Villena que la tradición es “la vida misma de la literatura o del arte” (el escritor recuerda una formulación de Pedro Salinas: “La tradición es la habitación natural del poeta”). La poesía de Domínguez Ramos nace estimulada por una tradición, cultural y literaria, que el poeta revitaliza al asumirla de un modo selectivo y se presenta al lector arropada por ella (las referencias cómplices a otros poetas, las apoyaturas culturales, las citas... son numerosísimas en el libro).

Son muchos y variados los entornos culturales a los que el poeta dirige su atención: la tradición grecolatina, la cultura árabe con todas sus formas de mestizaje cultural, la tradición europea y estadounidense y por supuesto la española e hispanoamericana en evocaciones de autores o personajes de ficción contemplados con frecuencia en el declive o en el cierre de sus trayectorias: Luis Cernuda contemplando un ocaso en su exilio mexicano, el rey Lear bajo una tormenta, San Juan de la Cruz mirando sus manos vacías, Macbeth viendo cómo el bosque de Birnam se acerca, Luis de Góngora de regreso a su ciudad natal (en 1626, un año antes de su muerte), Jorge Guillén reposando en el “último jardín”, Hölderlin en la torre de Tubinga…

Pero los poemas no dan visiones objetivas y despersonalizadas, sino que afloran desde la intimidad del hombre que, al comunicarlos, lo hace con una voz y unos sentimientos propios. En toda su obra está latiendo esta fusión de vida y cultura, de lectura y experiencias vitales que dejan su huella dolorosa, y por ello Félix Grande puede considerar en el prólogo: “Por aquí ha pasado el dolor. Este libro es una joyería de cicatrices y todas ellas reúnen la moral de las llagas, la cortesía de la atención a la calamidad, la cordura del llanto pudoroso, la lealtad que transportan en el pico las cigüeñas del desconsuelo”.

Afirma el autor en un epílogo con que cierra la antología que la poesía se asienta en “lo nocturno y lo extranjero. Estos son el tiempo y el terreno del poema” (y En un bosque extranjero titula uno de sus libros).

En varias ocasiones, el escritor recuerda a Lorca cuando confesaba: “el poeta que va a escribir un poema tiene la sensación de que va a una cacería nocturna a un bosque lejanísimo [...] Se vuelve de la inspiración como se vuelve de un país extranjero”. Todas estas imágenes tienen que ver con el “extrañamiento”, un concepto, analizado por los formalistas rusos, que remite a un actitud poética basada en el asombro de quien contempla algo por vez primera, como un visitante extranjero que descubre atónito un paisaje desconocido, un espacio que en el caso de Santos es con frecuencia el de la intemperie (el invierno, la lluvia, la niebla, la tormenta, el desierto o el bosque en cuya espesura entona su canto un ave solitaria) para concluir afirmando: “Un hombre es extranjero / en cualquier cementerio en que repose”.

Nos encontramos, en fin, ante una obra diversa y plural en la medida en que el autor se ha aproximado a tradiciones culturales diferentes, pero a la vez homogénea, hilvanada por una misma mirada (la única cita repetida, en un poema y en el epílogo, es “La lengua es un ojo”, de Wallace Stevens) desde la que se contempla el mundo con asombro y perplejidad, por la presencia dominante de determinados temas y motivos, por una expresión formal marcada por el extraordinario dominio léxico y técnico, por una dicción culta ajena a la lógica discursiva en que “se encuentran los límites oscuros de lo racional y lo irracional, lo visible y lo invisible, lo consciente y lo inconsciente”, por el sentido del ritmo (“el poema es también una propuesta rítmica, una estructura musical”) y el uso de los metros más musicales del castellano.

Simón Viola

15 febrero 2012

Relatos de Henry James


Henry James.
Relatos.
Varios traductores.
Selección y prólogo de Luis Magrinyà.
DeBolsillo. Barcelona, 2012.

DeBolsillo reedita en su serie Clásica los Relatos de Henry James en un volumen preparado y prologado por Luis Magrinyà. Un volumen que, desde su primera edición –hace poco más de diez años- se ha convertido en un libro de referencia imprescindible, porque ofrece no solo la mejor selección de relatos de Henry James, sino también sus mejores traducciones al español.

Organizados en cuatro ejes temáticos (En sociedad, Entre artistas, Entre muertos y En la desolación), se recogen aquí once relatos de Henry James escritos entre 1883 y 1910.

Aparece en ellos la capacidad analítica de uno de los padres de la narrativa contemporánea, su realismo subjetivo y la variedad de enfoques y matices que recorre su obra: la sutileza introspectiva de El cerco de Londres, protagonizada por una americana en Londres; el ejercicio de virtuosismo sobre el punto de vista y la conjetura perversa de En la jaula; la ambigüedad de las palabras y las actitudes que van del desengaño a la ambición y la crueldad en La lección del maestro; la búsqueda frustrada de una inasible realidad en fuga en Lo real; el misterio opaco que flota sobre Sir Dominick Ferrand; la reflexión sobre el rol social del escritor en La muerte del león; la reivindicación de la memoria y de los muertos de nombres impronunciables en El altar de los muertos, en el que lo cotidiano ahoga los recuerdos; la historia de amor y horror, entre la fantasía y la realidad, entre el misterio y la melancolía de Los amigos de los amigos; Maud-Evelyn, una cima de la literatura fantástica, un relato de fantasmas sin fantasmas; la dimensión terrorífica de lo cotidiano en La tercera persona, quizá el más flojo y previsible de una selección que se cierra con El banco de la desolación, un texto desolado y desolador que transcurre en una inesperada frontera entre la pesadilla y la imaginación mágica, entre la bondad y el odio.

Entre el relato breve y la novela corta, en estos textos está el Henry James más sutil y ambiguo, el autor refinado y magistral que controla todos los mecanismos del relato, juega con los narradores indirectos y bucea en lo más profundo de los personajes y en sus contradicciones, en la patología de la vida cotidiana, en las presencias fantasmales y en el terror que se instala en la existencia; el escritor que ahonda en la soledad y en la tristeza, en las ilusiones y en la fatalidad, en la soledad de los vivos y los muertos, en la melancolía y en el espejismo imaginativo; el Henry James experto en elipsis y dueño de una calculada técnica narrativa; el asombroso Henry James del que habla en su espléndido prólogo Luis Magrinyà.

Entrar en un libro de Henry James es aceptar un reto de sutileza, inteligencia y humor para salir de él con sentimientos encontrados de satisfacción y perplejidad, porque el astuto narrador que aparece en su relatos siempre se guarda un as en la manga, un giro final inesperado para demostrar que es él quien manda.

Ese mundo narrativo lo resumió Borges certeramente, como de costumbre, en estas pocas líneas: Los lectores de James se ven obligados a una continua y lúcida suspicacia que a veces constituye su deleite y otras su desesperación.

Santos Domínguez