04 mayo 2009

El lector común


Virginia Woolf.
El lector común.

Selección, traducción y notas
de Daniel Nisa Cáceres.

Lumen. Barcelona, 2009.



Lumen sigue publicando nuevas entregas de su Biblioteca Virginia Woolf. El título más reciente, El lector común, es una colección de ensayos y artículos sobre la literatura que más le interesó y que modeló su escritura.

En el capítulo inicial, que da título al libro y justifica su enfoque, escribe Virginia Woolf:

El lector común, como da a entender el doctor Johnson, difiere del crítico y del académico. Está peor educado, y la naturaleza no lo ha dotado tan generosamente. Lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas. Le guía sobre todo un instinto de crear por sí mismo, a partir de lo que llega a sus manos, una especie de unidad -un retrato de un hombre, un bosquejo de una época, una teoría del arte de la escritura. Nunca cesa, mientras lee, de levantar un entramado tambaleante y destartalado que le dará la satisfacción temporal de asemejarse al objeto auténtico lo suficiente para permitirse el afecto, la risa y la discusión.


Y en el texto que lo cierra -¿Cómo debería leerse un libro?, que fue antes una conferencia para un colegio femenino- da este consejo:

El único consejo, en verdad, que una persona puede dar a otra acerca de la lectura es que no se deje aconsejar, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones.

Entre ambos textos, Virginia Woolf hace un repaso de sus lecturas y, sobre todo, una invitación a la lectura modélica del lector común, aquella que está libre de prejuicios académicos y no se deja orientar por otra guía que su propio gusto y su independencia de criterio.

Con su criterio propio de lectora común, Virginia Woolf escribe memorablemente sobre la literatura griega clásica como alternativa al consuelo cristiano y a la confusa vaguedad del mundo contemporáneo; se acerca a Defoe, uno de los grandes escritores sencillos, a través de Moll Flanders y de Roxana; declara su simpatía por Jane Austen, la artista más perfecta entre las mujeres, y su profunda clarividencia de lo cotidiano y habla con admiración de otras escritoras como Emily Brontë - supo liberar la vida de su dependencia de los hechos; con unos cuantos toques, indicar el espíritu de un rostro para que no necesitara cuerpo; hablando del páramo, hacer que el viento soplara y rugiera el trueno - o George Eliot, una figura memorable.

Una evocación necrológica de Conrad, con un agudo estudio de Marlow como la proyección analítica y sutil del novelista desdoblado en su personaje; la voz poética perdurable de John
Donne en su tercer centenario son el eje de algunos de los mejores ensayos de un volumen que aborda también el análisis de Robinson Crusoe (una obra maestra), el Viaje sentimental de Sterne o la autobiografía de De Quincey como paradójica suma de defectos y muestra de talento.

El lector común se completa con el estudio de una obra de Elizabeth Barret Browning, Aurora Leigh, una rara mezcla de poema y novela que se quedó en embrión frustrado de la obra maestra que aspiraba a ser, y un análisis de las novelas de Thomas Hardy con motivo de su muerte.

Son las lecturas en voz baja, las propuestas de una lectora excepcionalmente penetrante, mucho menos común de lo que sugiere el título.

Santos Domínguez


03 mayo 2009

Vivir en el fuego


Marina Tsvetáieva.
Confesiones.

Vivir en el fuego.

Edición y prólogo de Tzvetan Todorov.
Traducción de Selma Ancira.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2008


Explicaba Joseph Brodsky en Una poetisa y la prosa (Menos que uno) que la prosa de Marina Tsvietáieva, para él la mejor poeta del siglo XX, no era más que la continuación de su magnífica poesía por otros medios. Las entradas en su diario o sus recuerdos novelados –añadía- recomponen la metodología del pensamiento poético en un texto en prosa y son una retirada desde la realidad hasta la infancia.

Es inevitable recordar el juicio de Brodsky al leer la edición de sus Confesiones que ha preparado Tzvetan Todorov. La publica Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores con traducción de Selma Ancira y un abundante y elocuente material gráfico.

Todorov ha ido extrayendo de los apuntes autobiográficos y cartas de Marina Tsvietáieva una gran cantidad de textos de carácter confesional, los ha ordenado, comentado y les ha puesto título: Vivir en el fuego, que es una propuesta de autobiografía póstuma reconstruida por el editor con grandes cantidades de talento, trabajo y conocimiento de la obra de la Tsvietáieva.

A lo largo de toda su vida – escribe Todorov- Tsvietáieva, esa impía, no cesa de confesarse.

Y el intenso monólogo confesional que es toda su obra es un reflejo de su vida complicada, un refugio de consuelo y el resultado de ordenar pensamientos y sentimientos para expresar su sensación del mundo entre la Rusia zarista y la soviética, que abandonó para instalarse, tras un intermedio en Alemania y Checoslovaquia, en París entre 1925 y 1939, durante quince años de exilio que fueron cruciales en su biografía y en su obra.

Cuando regresó en 1939 a la URSS para reencontrarse consigo misma, sólo se encontró el dolor y la muerte. Pero siguió escribiendo y anotando en sus libretas y diarios, completando un relato conmovedor en el que proyecta no sólo su existencia personal y su actividad literaria, sino un tiempo y unos lugares tan problemáticos y adversos como los que le tocó padecer.

Por eso, porque vivió y escribió intensamente en el fuego de Prometeo, porque se sentía feliz viviendo en la llama y todo en ella aspiraba al incendio a través del amor y de la escritura, en octubre de 1940, diez meses antes de ahorcarse, retocó un verso de Anna de Noailles para hacerlo suyo, para prever su muerte y para celebrar por anticipado su destino póstumo:

Y mi ceniza será más caliente que su vida.

Santos Domínguez

02 mayo 2009

Poesía completa de Bergamín



José Bergamín.
Poesías completas I.
Edición de Nigel Dennis.
Pre-Textos. Valencia, 2009.


Después de que haya pasado más de un cuarto de siglo desde su muerte, se reúne la Poesía completa de José Bergamín (Madrid, 1897 -Fuenterrabía, 1983) en una coedición de la editorial Pre-Textos y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.

Nigel Dennis es el responsable de esta edición, que recopilará toda la obra en verso de Bergamín en dos volúmenes. El primer tomo recoge todos sus libros de poesía, desde los primeros, Rimas y sonetos rezagados y Duendecitos y coplas, que publicó tardíamente, después de su primer regreso a España en 1958, hasta los últimos, Esperando la mano de nieve –quizá su culminación poética- y Canto rodado, pasando por La claridad desierta y Del otoño y los mirlos.

José Esteban, que editó su poesía casi completa en los años ochenta en Turner, lo definió como “un auténtico fantasma en el mundo cultural español.” Y sin embargo, su figura tuvo una importancia decisiva en el 27 desde su primer libro, El cohete y la estrella, una temprana colección de aforismos de 1923, y sobre todo con la fundación y dirección de Cruz y Raya, revista de afirmación y negación.

Ya en el exilio, tuvo también un papel destacado con la Editorial Séneca, en la que publicó la primera edición de Poeta en Nueva York en 1940 y las obras completas de Antonio Machado.

Inclasificable y complejo, ingenioso y contradictorio, claro y difícil, católico y heterodoxo, no hay un solo Bergamín, sino muchos (el ensayista, el crítico, el disidente, el aforista, el editor, el dramaturgo), como señala Nigel Dennis en su estudio introductorio.

Aunque ya los aforismos de El cohete y la estrella tenían un innegable fondo lírico, uno de esos Bergamines, el más raro, el más tardío, es el que empezó a publicar su poesía en 1962, casi a sus setenta años, tras volver a España:

Mi poesía es rezagada
porque se ha quedado en mí
como un remanso de agua.

Como una corriente clara
que transparenta hasta el fondo
del cauce que la remansa.

Se me ha quedado en el alma
posando la turbulencia
sonora de mis palabras.

Como una voz que se apaga
y va abriéndole al silencio
su música más callada.

Conceptista y seca, es una poesía heredera de los escritores barrocos y del Machado proverbial y neopopularista de las coplas:

Y yo, español rabioso y sin blanca –escribía Bergamín en una carta de 1955- ¿qué voy a hacer mejor que coplas? Cantar a mi modo: esquelético, duendístico y musarañero. Respirar por la herida. Y no sé por cuál... ¡Tengo tantas! Por cualquiera de ellas.

Una poesía nieta de los sonetos de Quevedo, afilada como la figura y la inteligencia de Bergamín, ocurrente y honda, reflexiva e ingeniosa, irónica y moralizadora, llena de paradojas y de quiebros verbales. Una poesía conceptuosa a veces, chispeante otras, que combina la preocupación por dos temas centrales, la muerte y el amor, con la religiosidad problemática de su autor:


No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y tú. Tú en cruz anclado,
dando a la mar el último suspiro.


No sé si entiendo lo que más admiro:
que cante el mar estando Dios callado;
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.


O el mar o tú me engañan, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.


¿Me engañas tú o el mar, al contemplarte
ancla celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?


El segundo tomo incluirá, además de la poesía dispersa que Bergamín publicó en revistas y periódicos, un considerable conjunto de poemas inéditos.

Santos Domínguez

01 mayo 2009

Poesía, poetas y antipoetas


Ricardo Paseyro.
Poesía, poetas y antipoetas.
Siruela. Madrid, 2009.


Siruela reúne en un volumen los artículos que Ricardo Paseyro, uruguayo afincado en París y yerno de Jules Supervielle, empezó a publicar en la revista Índice a finales de los cincuenta.

Fueron apareciendo entonces como entregas de una serie que llevaba el mismo título, Poesía, poetas y antipoetas, que ahora sirve para agruparlos en un libro, precedidos de una semblanza de Ricardo Paseyro firmada por Ignacio Gómez de Liaño y un prólogo de Luis de Valdesueiro.

Conocimiento y poesía, el artículo que abre el volumen, expone su concepto de la poesía como “inmejorable instrumento del conocimiento” y como “una puerta hacia lo inefable.” Y a partir de ahí, fijado ese concepto cercano a lo sagrado de la poesía, se organiza el libro en dos partes, los elogios y los ataques, centradas en una serie de autores que representan al poeta y al antipoeta.

El Cancionero de Unamuno como diario poético que busca el centro universal; la poesía trágica de Juan Ramón, volcada hacia dentro; la escritura inteligente, refinada y renovadora de Huidobro; la desolada belleza de la poesía de César Vallejo son objeto de la atención de Paseyro, que los toma como modelo de la actitud del poeta. Es una nómina que se completa con uno de los tres grandes poetas que ha dado Uruguay a la literatura francesa, después de Lautréamont y Laforgue: Supervielle, en quien la poesía se vuelve pensamiento.

Neruda y Paz son la representación de la antipoesía. La palabra muerta de Pablo Neruda, un artículo de 1957 que antes se tituló de manera igual de radical Neruda o el deshonor de la palabra, es uno de los textos más polémicos y combativos de la serie.

A Paz, “el eco de todas las voces”, le dedica Paseyro mucho más tarde, en 1981, otro artículo demoledor, Octavio Paz, el camaleón, donde lo descalifica como parásito y oportunista en su poesía convertida en moneda de cambio.

En apéndice se reproduce la entrevista que le hizo Yves Roullière en 2003, en la que vuelve a proyectar su crítica apasionada y combativa. Es un repaso de su propia trayectoria poética, un homenaje a las lecturas que más le han influido y una aproximación en la que ética y estética se unen para plantear una concepción de la poesía que funde belleza y verdad en la autenticidad del poeta.

Santos Domínguez

29 abril 2009

Armonía de las esferas


Armonía de las esferas
Edición de J. Godwin
Trad. M. Tabuyo y A. López.
Imaginatio vera. Atalanta. Gerona, 2009.

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y, como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y, como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.


Con esas espléndidas liras comienza la Oda que Fray Luis de León dedicó a su amigo Salinas, músico ciego y compañero claustral de Salamanca.

Hay en ese texto una síntesis de tradiciones neoplatónicas y pitagóricas que relacionan la música y el movimiento de los astros, dos realidades que dialogan en intervalos musicales y expresan las correspondencias entre el microcosmos y el macrocosmos, la armonía de los planetas y la escala musical.

Sobre la música del universo y la esencia cósmica de la música tratan los abundantes textos que reúne Joscelyn Godwin, experto en tradiciones herméticas, en su Armonía de las esferas, que publica Atalanta, un libro espectacular en forma y fondo, en las ilustraciones que subrayan su contenido y en la calidad de los pasajes seleccionados en torno a esa imagen central.

La armonía intuida por los pitagóricos y formulada por Platón en el Timeo tuvo una de sus mejores expresiones en el sueño de Escipión que recogió Cicerón y en la visión de las esferas musicales de Timarco que relató Plutarco, dos textos que no se recogen en este amplio volumen que constituye un recorrido a través de las distintas épocas, desde la época clásica hasta el siglo XX. La música de los planetas convoca a la inteligencia y a la intuición, reúne la revelación de las visiones con los procesos numéricos y evoca el poder cósmico de la música en la relación armónica entre los planetas y los tonos musicales, en los mitos órficos, su potencial benéfico en el arpa de David o su capacidad destructiva ante las murallas de Jericó.

Entre Platón y Rudolf Haase, pasando por Plinio el Viejo, Marsilio Ficino, Isaac Newton o Jean Philippe Rameau, un total de cuarenta y ocho autores en los que ha persistido y se ha matizado la alegoría que conectaba en una misma imagen números y sueños, armonía y esferas.

Completan la espléndida edición un conjunto de ilustraciones que traducen a imágenes el mundo del sonido, proponen visiones de la música y relacionan el tono acústico con la gama cromática.

Santos Domínguez

27 abril 2009

El ensayo español en el siglo XX

El ensayo español.
Siglo XX.

Edición de Domingo Ródenas
y Jordi Gracia.
Clásicos y modernos.
Crítica. Barcelona, 2009.


Crítica publica en su imprescindible y rigurosa colección Clásicos y Modernos El ensayo español. Siglo XX. Sus autores, Jordi Gracia y Domingo Ródenas, han reunido en esta antología una muestra representativa con textos de casi cien autores, las voces múltiples en tonos y temas de los ensayistas españoles contemporáneos en textos unidos por su pertenencia a un género común y por su altura estética, intelectual o ética.

Juan Marichal reconoció la voluntad de estilo como una de las claves del género. Y bastaría con dar una nómina reducida de autores, de Azorín a Juan Benet, de Pérez de Ayala a Javier Marías, de Ortega a Ferlosio, de Cernuda a Valente, para demostrar que la mejor prosa de la literatura española contemporánea se ha escrito en el género más abierto e indefinible.

Un género que inaugura el ciclo de la modernidad en la literatura española con el regeneracionismo de raíz institucionista del 98 y llega a uno de sus momentos más altos en el Novecentismo, una generación de ensayistas de pensamiento pulcro y prosa aquilatada (Ortega, Marañón, d'Ors, Azaña, Pidal o Américo Castro). A esas alturas ya se había planteado el ensayo español el debate entre individualismo y reformismo, entre casticismo y europeísmo, un debate que atraviesa la historia del género en el siglo pasado.

Vino después el ensayo del arte nuevo en el 27, con Bergamín, o Cernuda, y -tras el corte brutal de la guerra civil- las continuidades asimétricas de los ensayistas en el exilio y en el franquismo. Si el ensayo en el exilio de Ayala o María Zambrano representaba la conexión con el pensamiento liberal anterior a la guerra, el franquismo tuvo que inventar sus referentes y los encontraron en los jóvenes ensayistas de la Falange. Laín, Tovar, Aranguren son los nombres de ese momento en el que se demuestra otro de los rasgos esenciales del género: su incompatibilidad con el pensamiento autoritario, con el ímpetu coercitivo o inquisitorial de la censura política o eclesiástica.

Suma de libertad temática y subjetividad, de pensamiento crítico y viveza de estilo, el ensayo posiblemente no sea –como la novela para Baroja- un saco donde cabe todo, pero es evidente que se trata de un cajón de sastre, de una mesa revuelta en la que conviven la reflexión y el tanteo exploratorio de la realidad.

Y en ese sentido, conviene destacar que el objeto del ensayo, el foco de interés sobre el que se centra la reflexión, es un índice significativo de la evolución de la cultura y del estado de la sociedad. Fue en el ensayo en donde se anticiparon los nuevos aires de libertad durante el tardofranquismo y la transición, con nombres como los de Manuel Sacristán, Castilla del Pino, Benet o Ferlosio.

Y desde ahí a lo que los editores definen como la consagración del estilo en el ensayo actual, de Fernando Savater a Rafael Argullol, de Emilio Lledó a Eugenio Trías o José Antonio Marina. Sus ensayos, como antes los del Novecentismo, asumen planteamientos, enfoques y soluciones que van más allá de lo local. Y en su ambición intelectual o en el tratamiento de temas universales el lector encuentra indicios evidentes de la normalización de la vida española en los últimos treinta años.

Precedidas de una biografía sintética y ambiciosa del género en la España contemporánea, algunas de las mejores páginas de la prosa en español del siglo XX están en esta antología, uno de los libros más importantes de la temporada.


Santos Domínguez

25 abril 2009

Si me quieres escribir



Si me quieres escribir.
Canciones políticas y de combate
de la Guerra de España.
Ed. de Maryse Bertrand de Muñoz.
Calambur. Madrid, 2009.


Editado por Calambur y preparado por la hispanista canadiense Maryse Bertrand de Muñoz, Si me quieres escribir es una exhaustiva recopilación de casi un centenar de canciones políticas y de combate de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra de España.

Muy significativamente se ha elegido como título del volumen el de una canción que cantaban los dos ejércitos -con variantes, claro- en la batalla del Ebro. Al libro, que contiene las letras, las partituras y los comentarios de la editora, lo acompaña un CD con 28 canciones.

A lo largo de sus páginas se hace una caracterización global que aborda la sociología y la poética de aquellas canciones, se describe su origen y las circunstancias a las que aluden o de las que surgen, se transcriben los textos y las partituras y se analizan y clasifican los temas fundamentales ( la guerra, la exhortación a luchar, las unidades y los lugares de combate, los héroes y los personajes) de unas creaciones que responden a la necesidad de expresar ideología y sentimientos bajo unas circunstancias extremas como aquellas.

Algunas de esas canciones eran populares desde 1931, otras son canciones más claramente políticas o canciones infantiles y festivas, adaptadas a las circunstancias bélicas, y finalmente canciones de dolor y muerte o llamadas a la resistencia.

Anónimas o firmadas, entre lo culto y lo popular, los romances, las coplas, las letrillas que se recogen y estudian en Si me quieres escribir son un conjunto significativo de testimonios que interpretan la banda sonora intrahistórica de aquel conflicto y forman parte de la memoria histórica, oral y sentimental de la guerra civil.

Santos Domínguez

24 abril 2009

El Doctor Centeno


Benito Pérez Galdós.
El Doctor Centeno.
Edición de Isabel Román Román.
Servicio de publicaciones de la UEX. Cáceres, 2008.



Es una de las novelas más extrañas de Galdós. También una de las más inolvidables para los lectores. Se publicó en 1883 y es la tercera de las Novelas españolas contemporáneas. Parte de la crítica se entretiene desde entonces en discutir si se trata de una novela o de dos o de tres: la centrada en Celipín Centeno, la del canónigo Polo y la del poeta Alejandro Miquis.

Conectadas entre sí por la peripecia de Felipe Centeno, en quien Galdós delega la mirada para darnos una lección de perspectiva, las acciones de esta novela tejen un entramado que ofrece un vivísimo reflejo de la vida. Van trazando así un relato abierto en el que los personajes tienen un antes y un después en la obra del novelista: Centeno viene de Marianela y Pedro Polo, aún difuminado aquí, adquiere su dimensión definitiva en Tormento, mientras Ido del Sagrario espera su momento estelar en Fortunata y Jacinta.

Cervantinamente, los personajes de El Doctor Centeno, van haciéndose en sus páginas y creciendo o degenerando en diálogo problemático con la realidad y la experiencia entre dos mundos dispares: el de Polo y el de Miquis. Los paralelismos de Miquis y Centeno con don Quijote y Sancho o el recuerdo paródico del Licenciado Vidriera son el homenaje - menor y superficial, pero significativo- de un discípulo aventajado.

Con el telón de fondo de la pedagogía, el espléndido tratamiento espacial, digno ya del mejor Galdós, se va ampliando a medida que el protagonista amplía su horizonte vital en un todo coherente que se completa en Tormento y La de Bringas, las dos novelas galdosianas con las que El Doctor Centeno forma una peculiar trilogía.

La edición de Isabel Román en la colección TextosUex de la Universidad de Extremadura, que se abre con un completo estudio preliminar de casi un centenar de páginas, es una muestra de rigor filológico en el establecimiento del texto y tiene el valor añadido de sus abundantes e iluminadoras notas a pie de página.

Santos Domínguez

22 abril 2009

Ramiro Pinilla. Sólo un muerto más


Ramiro Pinilla.
Sólo un muerto más.
Tusquets. Barcelona, 2009.



Como Sancho Bordaberri, el narrador de Sólo un muerto más, el relato policiaco que acaba de publicar en Tusquets, Ramiro Pinilla escribió hace muchos años novelas negras. Las firmaba con seudónimo, Romo P. Girca, fueron doce y sólo se publicó una en 1944, Misterio de la pensión Florrie.

Sancho Bordaberri es librero en Getxo y escritor fracasado de novelas policiacas que no se aproximan a sus modelos: Chester Himes, Chandler y Hammett. La lectura de Cosecha roja, La llave de cristal o El halcón maltés no les han contagiado su fulgor a las dieciséis noveluchas que lleva escritas.

Tras el último rechazo editorial, Bordaberri está a punto de desistir, resignado al fracaso. Y mientras pasea por la playa de Getxo tiene una revelación que cambiará su vida y su trayectoria literaria. También de una revelación en la playa surgieron los primeros versos de las Elegías de Duino. Pero si el descubrimiento de Rilke vino de una sensación acústica, aquí el punto de partida es la visión de una peña con una argolla en la que amarraron a los gemelos Altube para que los ahogara la pleamar.

Ese crimen, al que se aludía en Verdes valles, colinas rojas, se cometió en 1935 y diez años después, cuando se sitúa Sólo un muerto más, sigue siendo un crimen sin resolver. En la misma época de represión y miedo en la que se ambientaba La higuera, el librero-novelista frustrado por falta de imaginación y por hablar de una realidad distante y desconocida, empieza a evocar aquel episodio y a escribir la novela en su cabeza.

Como en el Quijote, Sancho Bordaberri decide entonces más que escribir la novela, protagonizarla, se transforma en investigador privado y se cambia el nombre. Convertido en Samuel Esparta, en homenaje a Sam Spade y a su creador Hammett, decide ser otro, vivir otra vida en un escenario cercano, el mismo Getxo, y en un tiempo real. Como don Quijote en La Mancha del siglo XVI.

No es el único rasgo cervantino. Aquí también hay un autor por encima del narrador, un héroe a contracorriente y una novela dentro de otra para conseguir el efecto de realidad y de verosimilitud que se busca.

A partir de ahí, la mano sabia de Ramiro Pinilla construye una novela que va más allá de la novela policiaca, aunque contiene –como el Quijote- los rasgos característicos del género: un cadáver inicial, un detective insistente y listo, la necesaria reconstrucción del crimen, de sus móviles y su autoría:

No quiero romper -dice el narrador/detective- los esquemas tradicionales de estas historias. El asesino sólo ha de ser descubierto al final de unas doscientas cincuenta páginas. Si yo resolviera el misterio en las primeras treinta o cuarenta, ¿qué mierda de libro sería? ¡Es que ni siquiera habría libro!

Entre guiños cervantinos, homenajes a la novela negra y frecuentes rasgos humorísticos, Pinilla maneja con soltura las claves del género, oculta datos, controla el ritmo narrativo, dosifica con astucia y agilidad el tiempo del relato y su articulación temática para preparar el desenlace, con el inevitable giro inesperado de los acontecimientos y el cambio de papel de los sospechosos y los culpables.

No faltan una ayudante teñida de rubio platino, la resuelta y práctica Koldobike, y un antagonista, el falangista poeta y matón que quiere cambiar de género y convertirse en narrador.

Y en el curso de la investigación, Sancho Bordaberri/Samuel Esparta, librero-novelista-detective y narrador de sus propias pesquisas, como los maestros de la novela negra, que veían y escribían, encuentra – igual que don Quijote- el sentido de su vida en la literatura, en el lugar donde se unen vida y narración, en un cervantino juego de espejos que reflejan las relaciones entre la realidad y la ficción, la novela que se nutre de la verdad.


Santos Domínguez

21 abril 2009

La filosofía como forma de vida


Pierre Hadot.
La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson.
Traducción de María Cucurella.
Alpha Decay. Barcelona, 2009.

Pierre Hadot ha afianzado su prestigio como investigador, docente y filósofo en la idea de que –como para los antiguos griegos- la filosofía no es la construcción abstracta de un sistema de pensamiento, sino una elección vital.

Una experiencia de la que Hadot habla en La filosofía como forma de vida, que recoge unas conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson que Alpha Decay acaba de publicar en español con traducción de María Cucurella.

Como Platón, Hadot sabe que filosofar es aprender a morir; pero, en la estela de Montaigne, va un paso más allá y se plantea la experiencia filosófica como experiencia de pensamiento para aprender a vivir, como ejercicio espiritual que permite elevarse por encima del yo individual a la perspectiva universal de lo que Hadot llama sentimiento oceánico haciendo suya una expresión de Romain Rolland.

En la línea de los diálogos platónicos, y según el modelo oral de la filosofía antigua, Hadot pasa revista a su biografía intelectual y a su pensamiento en estas conversaciones en las que afloran sus circunstancias familiares, su educación juvenil en el seminario de Versalles y su descubrimiento de Bergson, que escribió esta frase que marcaría a Hadot:

“La filosofía no es una construcción de sistema, sino la resolución tomada una vez de mirar ingenuamente en sí y en torno a sí.”

Su posterior desvinculación de la Iglesia, su trayectoria profesional y la configuración de su pensamiento con Plotino, Marco Aurelio, el neoplatonismo y la mística son los referentes de su concepción de la filosofía como diálogo con la realidad y con el otro, basada en la necesidad de la objetividad interpretativa y en un replanteamiento de la historia y la práctica de la filosofía.

Cuando se perfila definitivamente el planteamiento de Pierre Hadot, su discurso filosófico se concretará en un ejercicio espiritual que, más allá de sus connotaciones jesuíticas, remiten a un concepto que entronca con los griegos, con la búsqueda de la sabiduría y con la idea de la filosofía como forma de vida.

Es el modelo del filósofo que enseña a vivir y a morir en una tradición ininterrumpida que va de Sócrates a Foucault y pasa por Montaigne, Kierkergaard o Nietsche y llega al existencialismo de Heidegger, Sartre y Camus.

Ese planteamiento cuestiona las fronteras de la filosofía y las amplía o las relaciona con otras disciplinas artísticas y literarias para invocar la obra de Bach, Wagner, Goethe, Rilke, Cézanne o Klee.

Y como reconocimiento a sus interlocutores y como regalo a los lectores, Pierre Hadot escribe una nota final en la que hace una espléndida selección de textos sobre su relación admirativa con el cosmos y la naturaleza. Se trata de una antología que incluye una serie de autores que de alguna manera resumen lo que ha querido decir en estas conversaciones. Séneca, Pascal, William Blake, Rousseau, Kant, Goethe, Thoreau, Rilke o Wittgenstein son autores de unos textos breves que hablan por sí mismos y no requieren comentario.

Son el corolario que contiene en esencia el conjunto de estos diálogos de Hadot con los autores y con el universo.

Luis E. Aldave

20 abril 2009

El catolicismo explicado a las ovejas




Juan Eslava Galán.
El catolicismo explicado a las ovejas.
Planeta. Barcelona, 2009.


El hijo de Dios, el Salvador, nació en el solsticio de invierno, en torno al 25 de diciembre, en una cueva, ante unos pastores. Predicó el bautismo, transformó el agua en vino, entró triunfante y entre palmas de palmera en una ciudad montado en una burrilla, murió en primavera para redimir los pecados del mundo, bajó a los infiernos y resucitó al tercer día, subió a los cielos y prometió volver al final de los tiempos para juzgar a los hombres. Su sacrificio se conmemora en una comida ritual con pan y vino que simbolizan el cuerpo y la sangre. A la entrada de sus templos, una pila con agua bendita invita a los fieles a purificarse la frente.

No. Aunque lo parezca, no estoy hablando de Cristo, sino de un antepasado suyo, el persa Mitra, del que se habla 3500 años antes de su sosias y cuya religión, extendida desde Asia Menor por todo el Imperio Romano, comparte otros seis sacramentos con el cristianismo.

Demasiadas coincidencias para no pensar en un plagio. Suma y sigue: Zoroastro, al que bautizaron en un río 1200 años antes de Cristo, predicó su doctrina con doce discípulos y se retiró al desierto, donde le tentó el demonio.

¿Más? Para no ser prolijo, el portal de Belén donde nació el presunto hijo de Dios y del carpintero era una gruta dedicada al culto de Adonis. Y la casa de la Virgen fue antes el santuario de Afrodita en Éfeso, un lugar extraordinariamente lucrativo.

El último libro de Juan Eslava Galán, El catolicismo explicado a las ovejas, que publica Planeta, está escrito en principio con un enfoque irónico que se convierte en sarcasmo a medida que se avanza en su lectura.

No está organizado como un ensayo, sino como el relato de un narrador, católico apostólico y romano, que proyecta hacer su particular apostolado, una exposición razonada de los fundamentos de la fe.

Y entonces empiezan a surgir preguntas:

¿Este Cristo era el Hijo de Dios, o una mala copia de Mitra, Zoroastro, Osiris, Adonis o Dionisos, uno más de entre muchas divinidades mediterráneas y solares, persas, egipcias, fenicias, sirias, griegas, romanas, hindúes, aztecas o incaicas?

¿Qué fue de sus seis hermanos, de los que hablan los evangelios de Mateo y Marcos?

Aun admitiendo que un Dios sin ombligo (el Padre), otro con ombligo (Cristo, su hijo mortal) y una tercera persona nacida de huevo (el Espíritu Santo) son las tres personas de la Trinidad, ¿el Espíritu Santo era paloma o palomo?

¿Era virgen la Virgen?

¿Fue un ovni la estrella de Belén?

¿Dónde está el prepucio del Cristo circunciso?

¿En qué remoto desierto dio Cristo las tres voces?

¿Cómo se le ocurrió pedir higos en marzo y enfadarse encima con la higuera, que da frutos dos veces al año?

¿Era guapo, feo o del montón? ¿Se casó con la Magdalena?

¿Se fue a la Gloria o a una fosa común?

¿Cómo fue la abducción de la Virgen?

¿Por qué protegió el cristianismo un pagano como Constantino, mitraico fervoroso?

¿Pagó el Concilio de Nicea derechos de autor a Mitra?

El fruto prohibido del paraíso, ¿era una manzana o un higo?

¿Por qué anota el Ángel de la Guarda en su Libro Mayor los orgasmos de cada católico?

Pregunta tras pregunta, a lo largo de un introito, treinta capítulos y trece apéndices sobre religión y alucinógenos, milagros, dogmas y reliquias, ese hombre dispuesto a dar explicaciones ve cómo sus creencias no tienen fundamento histórico, ni lógico, ni mucho menos científico, ni –lo que es peor- en la Biblia.

¿Va a renunciar por ello a sus creencias? Mejor dicho, ¿va a cerrar la Iglesia su negocio? En absoluto. Lo desaconsejan los irreparables daños colaterales que ocasionaría: los cientos de miles de puestos de trabajo que se perderían, la desaparición del turismo de Semana Santa, de la explosión consumista de la Navidad, de los souvenirs de Tierra Santa, del Estado Vaticano, de las romerías de pueblos y ciudades, de los colegios religiosos, de la COPE...

Y el sarcasmo se convierte en ese momento final en cinismo, quizá porque como dijo Mark Twain y recuerda Juan Eslava la fe es creer en lo que se sabe que no existe:

De las mentiras cristianas, de esa sarta de embustes de imposible digestión, de ese potaje de patrañas y supersticiones, de esa estafa secular que permite vivir del cuento, y divinamente, a una pandilla de vagos y embaucadores, ha brotado, como manantial de gracia santificante, nuestra Verdad católica.
Hasta los hipercríticos destinados a las llamas tienen que reconocerlo.

Podéis ir en paz, pardillos.
Que así sea.


Irónico y divertido, documentado y demoledor, este nuevo libro de Juan Eslava es una demostración palmaria de la existencia de Dios y una nueva contribución a la teología como rama de la literatura fantástica.

Santos Domínguez

19 abril 2009

La última oportunidad



Javier Morales Ortiz.
La despedida.
Editora Regional de Extremadura.
Mérida, 2008.



Varios son los matices que habría que precisar antes de iniciar la lectura de La despedida (Editora Regional de Extremadura), de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968). En primer lugar, no es sólo un libro de relatos. Es, o pretende ser, un relato largo que gira alrededor de un mismo eje. No es una novela fragmentada, y sin embargo tampoco es una recopilación de cuentos. Alguien comentó, creo que con bastante acierto, que un buen libro de relatos era aquel que conecta una pieza con el resto de piezas que componen el libro. No se trataría, pues, de amalgamar un cuento y otro, sino de que entre todos ellos existiera una cierta solidaridad, de tal manera que el lector pudiera leerlo de forma unitaria. Eso es lo que ocurre en La despedida. El segundo aspecto que habría que matizar tiene que ver con la localización de la obra. Los cuentos transcurren en La Comarca, un nombre común elevado a la altura de nombre propio, y que bien puede confundirse con los paisajes del Valle del Jerte. Un entorno rural, alejado de la gran ciudad (en este caso, de Madrid). No obstante, esto es sólo una realidad aparente. Nada de lo que se narra es ajeno a la urbe, porque los personajes se enfrentan a las mismas tribulaciones o temas comunes: la dicotomía entre realidad y deseo, la frustración, la ambición, la duda, el compromiso, la incertidumbre, los sueños, la madurez, la derrota. Es decir, todo aquello que nos conecta más allá de nuestra procedencia geográfica o del lugar que habitamos.

Era necesario, por eso, indicar inicialmente estos dos aspectos. Aclarado este punto, deberíamos preguntarnos por qué leer La despedida. Entre otras razones, encuentro tres motivos esenciales: la simbología, el alcance de las historias y la cualidad del escritor al hacer de un espacio minúsculo el escenario de representación de toda una trayectoria vital. La despedida es, en ese sentido, un homenaje a una forma de vida en peligro de extinción. Detrás de La Comarca se esconden todos aquellos lugares de existencia anónima, recóndita, modesta. Insignificantes, en suma. Lugares fronterizos cuya situación no tiene que coincidir necesariamente con el citado Valle del Jerte. Más aún: La Comarca es la representación de un pueblo de quinientos habitantes y puede ser también el arrabal de una ciudad. Es decir, el territorio donde en apariencia no ocurre nada y, sin embargo, transcurre la vida. Un lugar que se sitúa casi de espaldas al mundo, alejado del centro, una comarca que se conforma, al cabo, con sobrevivir. Simbólicamente, La Comarca es una representación interior, un carácter, una manera de ser y una forma de situarte en el mundo. Hay, en resumen, una perfecta simbiosis entre lo externo y lo interno. Sin embargo, en La despedida siempre hay una nueva vuelta de tuerca. Si nos parecen alejados los espacios de La Comarca, en el relato que cierra el libro, de título homónimo, el personaje de Luz Verde visita una majada, un lugar aún más inaccesible, al que se accede después de muchas bifurcaciones y caminos rurales. De ahí el carácter inagotable de la geografía de La Comarca: cada lugar encierra, al final, un lugar aún más inhóspito. Y de ahí, también, otra muestra de correlación entre lo que nos rodea (paisaje externo) y lo que ocurre dentro de nosotros (paisaje interno).

No obstante, como indica Gonzalo Hidalgo Bayal, a Javier Morales Ortiz “le interesan más los personajes que el paisaje, le interesan más los infortunios de la existencia que el campo de batalla”. Esto ocurre porque el autor ha sabido crear unos personajes poderosos, resumen de otros tantos personajes. Seres con nombres comunes: Paula, Luis, Raquel, Francisco. Sin embargo, su caracterización se reduce a unas cuantas pinceladas. La idea que de ellos tenemos parte tan sólo de un hecho puntual que actuaría como resumen de toda una vida: la visita de un viejo amigo, una boda, un cambio de trabajo, etc. Se trataría, pues, de la anatomía de un instante. De todos ellos, hay un personaje que destaca, Luz Verde, cuya simbología léxica es ya un anticipo. Luz, una profesora de La Comarca, que vive con un pie dentro del pueblo y con otro pie fuera de él, es el personaje que mejor conecta estos cinco relatos. Se trata de una espectadora privilegiada, tiene acceso inmediato a lo que ocurre, porque, aun siendo “de fuera”, ha sabido conectar con el resto de habitantes de La Comarca. Podría decirse que es el personaje que vertebra esta única historia que componen los cinco relatos de La despedida. Su función es la de un faro luminoso alejado del puerto, referente y guía en la espesura verde de las montañas. Pero si hay algo que relaciona a Luz Verde con los demás personajes es que todos ellos configuran una noción de personaje desplazado, un personaje, dicho sea de paso, que ha aportado buena parte de los mejores momentos de la literatura universal. Una tipología de seres derrotados, modestos, de verdades parciales, que no formarán parte de la Historia porque su método de defensa es improvisado y, casi siempre, torpe (para ello, no hay más que leer el final del relato que da inicio al libro, “La casa de mi amigo”). Personajes austerianos, tomados poco antes de saltar al vacío, que se enfrentan al pasado desde un presente frustrado, decepcionante, y cuya ideología puede resumirse en la voz del personaje del segundo relato, “Cenizas”: “me he ido desprendiendo del pasado. Sin duda mi vida es ahora más estrecha y ya sólo se reduce a pequeñas incertidumbres, como saber si seré capaz o no de atravesar el pasillo”. (Es inevitable recordar “El pueblo más cercano”, aquel mítico cuento de Kafka). Personajes, en definitiva, que buscan ese último asidero con el que justificar su espera, y rendir cuentas a viejas aspiraciones.

Otros aspectos merecen la pena destacarse antes de concluir. Entre ellos, la agilidad narrativa, la fluidez de sus diálogos, la prosa clara y sugerente, la correlación lingüística de los personajes, entre lo que son y lo que dicen. Las descripciones de los gestos y los ademanes de los personajes están sumamente logrados, de tal manera que, por momentos, parece que nos encontremos ante una metáfora poética, cuyo significado es capaz de traspasar la barrera de lo particular. Se juega, igualmente, con el silencio, con lo indecible. Un silencio que se puede percibir, tocar, creando un clima asfixiante, una atmósfera casi tiránica que habrá que leer entre líneas.

Para acabar. Por qué, como dijimos, leer La despedida. Creo que la labor de un crítico literario es, ante todo, la de iluminar la obra reseñada, no la de suplantarla. Quienes no somos más que lectores, encontrarnos frente a un libro como el de Javier Morales Ortiz supone un nuevo acicate para continuar con ese extraño afán de interpretar lo que nos rodea. Supone alimentar nuestra mirada y, en consecuencia, ampliarla. Si es cierto que somos lo que observamos, nuestros límites alcanzan hasta donde llegue nuestra mirada. Sólo por eso merecería la pena leer La despedida.

Álex Chico

18 abril 2009

Antología de Haroldo de Campos


Haroldo de Campos.
Hambre de forma. Antología poética.
Edición, selección y prólogo de Andrés Fisher.
Veintisiete Letras. Madrid, 2009.


En su colección de poesía Ajuar de frontera, Veintisiete Letras publica una amplia antología bilingüe del brasileño Haroldo de Campos (1929-2003), que mantuvo vivo el espíritu de la vanguardia en la segunda mitad del siglo XX y demostró que la experimentación vanguardista, más allá del mero juego, era compatible con el rigor intelectual. Su obra, que no se limita a la poesía, proyecta en el ensayo de teoría y crítica literaria una reflexión constante sobre la creación poética.

El rigor creativo y reflexivo de Haroldo de Campos, poeta y ensayista, que combina la revisión crítica de la tradición con la vanguardia y con el compromiso político, se plasma en una obra amplia y exigente que tiene sus señas de identidad en la exploración verbal, en el continuo viaje hacia los límites del lenguaje.

Esa búsqueda constante de la experimentación vincula la obra de Campos con la actitud de la vanguardia, a la que contribuyó con la creación de la poesía concreta, un movimiento de sincretismo literario que incorpora buena parte de las aportaciones vanguardistas e integra su capacidad innovadora con distintas tradiciones poéticas, desde el ideograma al constructivismo, desde la pintura abstracta a la música concreta.

Desde la conciencia crítica de los límites de la representación (ya hice de todo con las palabras /ahora quiero hacer de nada), Haroldo de Campos genera su propia tradición, en la que figuran Dante o Goethe junto con proyectos poéticos contemporáneos:

admirábamos la sintaxis subversiva y el léxico enigmático de Mallarmé, (...) estábamos descubriendo el método ideográmico de los Cantos de Ezra Pound, (...) leíamos con entusiasmo al Apollinaire de “Lettre - Océan” y de los Calligrammes y al Lorca de las metáforas disonantes de Poeta en Nueva York.

Entre su inicial Auto del poseso (1950) y La máquina del tiempo repensado (2000), esta antología recoge una amplia muestra de la trayectoria poética de Haroldo de Campos, en la versión de distintos traductores.

Ajedrez de estrellas, Signantia: Quasi Coelum, Galaxias, La educación de los cinco sentidos y Crisantiempo son los títulos que completan el conjunto. Más de medio siglo de escritura exigente y compleja que constituye una de las aventuras poéticas más ambiciosas de la poesía latinoamericana.

De su primer libro es este Lamento sobre el lago de Nemi, que en sus estructuras dinámicas contiene –así lo ha declarado el propio Campos- el germen del desarrollo posterior de su poesía:

El azar es un bailarín desnudo entre los alfanjes.
En la playa, más allá del rostro, la corola de las manos.
Llama a tu enemigo. El azar es un bailarín.
Reúne a sus herederos y proclama el Talión.

La virgen que encontré coronada de ranúnculos
No era –así lo quiso- la virgen que encontré.
El azar es un bailarín: teme a sus alfanjes.
Mañana seré muerto, pero ahora soy rey.

Desnudo entre los alfanjes, coronado de ranúnculos.
Llama a tu enemigo y a la virgen que encontré.
En la playa, más allá del rostro, yo ahora estoy muerto.
El azar es un bailarín. Mañana serás rey.

Queda reflejado en este volumen medio siglo de poesía de Haroldo de Campos, puesta en español por ocho traductores distintos que asumen el reto nada fácil de transmitir un mundo poético tan sutil y diverso como el del fundador de la poesía concreta, un teórico de la literatura al que Emir Rodríguez Monegal admiraba como uno de los mayores humanistas contemporáneos y Jacques Derrida reconoció como un adelantado de su propio pensamiento.

Dejo para cerrar la reseña otra brevísima muestra de su poesía. Es el comienzo de Teoría y práctica del poema, de Ajedrez de estrellas (1976):

Pájaros de plata, el Poema
ilustra la teoría de su vuelo.


Santos Domínguez

17 abril 2009

Ana no



Agustín Gómez Arcos.
Ana no.
Edición de Adoración Elvira Rodríguez.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.


Cabaret Voltaire sigue recuperando la obra de Agustín Gómez Arcos y editándola en cuidadas ediciones. El último título, con traducción y prefacio de Adoración Elvira Rodríguez, es Ana no (1977), una de sus mejores novelas, que tuvo un enorme éxito de ventas con más de trescientos mil ejemplares vendidos en Francia y ha sido adaptada al cine y al teatro y traducida a dieciséis idiomas. Por cierto, para la portada se ha elegido un fotograma de la versión cinematográfica de la novela que dirigió en 1985 Jean Prat.

Está ambientada en la posguerra, como El cordero carnívoro, y protagonizada por Ana no, como se llamaba a sí misma la protagonista, Ana Paucha, una mujer a la que le han robado hasta su identidad y cuya existencia queda marcada por la guerra civil y sus secuelas de muerte, represión, cárceles y miedo. A los 75 años, 30 años después de perder a su marido y a sus dos hijos mayores, pone su casa en orden y emprende una peregrinación a pie desde un pueblo almeriense hasta un presidio del Norte de España en donde cumple condena su hijo menor, Jesús el pequeño.

Tiene una cita con la muerte, que como en la tragedia clásica o en Lorca, es un personaje que habla al fondo de la obra. Un fondo negro que se confunde con el negro de sus ropas de luto y de su rostro sobre el fondo también negro de la noche en la que sale de su casa.

A menudo la confundían con cosas exentas de luz: la sombra de un árbol o la de una roca. La sombra de un muro. O cualquier otra sombra. Por eso un buen día, ante la oscuridad casi total de su memoria, se le ensombreció la cara y se le borró la sonrisa.

A lo largo de un itinerario que sigue las vías del tren, la amarga travesía de Ana es un rito de viaje iniciático y final en busca de su propia identidad y una bajada (o una subida) a los infiernos, y sobre todo el testimonio de un país destruido por tres años de guerra, una narración que tiene la profundidad insondable del desamparo, la dignidad desgarrada de quien sufre la injusticia, la pobreza y las distintas formas de la humillación.

La figura en sombra de Ana Paucha tiene una altura trágica que recuerda a las mujeres del teatro lorquiano y sus raíces telúricas, y una hondura que la convierte en el personaje con más fuerza de todos los que creó Gómez Arcos. Más allá de sus resonancias bíblicas, de sus raíces en la tragedia griega, en el viaje patético de esa anciana hacia la muerte hay una afirmación paradójica de la esperanza y en su figura, un símbolo de esa vieja madre patria asolada por la destrucción y el cainismo.

Santos Domínguez

16 abril 2009

Libertinos barrocos



Michel Onfray.
Los libertinos barrocos.
Contrahistoria de la filosofía, III.

Traducción de Marco Aurelio Galmarini.
Anagrama. Barcelona, 2009.


Después de Las sabidurías de la antigüedad y El cristianismo hedonista, publicados también en Anagrama, aparece la tercera entrega de la historia de la filosofía que acometió Michel Onfray como alternativa de la versión académica, platónica y cristiana.

Los libertinos barrocos aborda desde esa perspectiva el Barroco francés, el Gran Siècle para replanteárselo desde una óptica distinta, para proponer otra historia de la filosofía. Lo explica Onfray con estas palabras:

La historiografía clásica habla del Grand Siècle en referencia al siglo XVII. Grande, sí, probablemente. Pero ¿por qué? ¿Por qué razones y para quién? Nadie se lo pregunta. Todo está sobrentendido... De modo que quien se pregunte de dónde viene la expresión, a quién se la debemos o quién la ha acuñado, se encontrará con graves dificultades. La expresión circula, pero nunca se explica, se razona ni se desmonta.


Esa propuesta, alternativa y deconstructiva, se centra en la figura del libertino barroco, heredero del hedonismo y el escepticismo. Aunque en esbozo que desarrollará en el cuerpo del libro, el autor deja acotado el campo de estudio en el planteamiento preliminar:

¿Qué es un libertino barroco? Aunque incompleta, parcial e incluso arbitraria, es inevitable una definición. Los libertinos barrocos proceden de parecidas condiciones históricas: en primer lugar, pertenecen a una genealogía montaigneana; en segundo lugar, proponen una epistemología singular que activa un método de deconstrucción escéptica; en tercer lugar, desarrollan una moral particular que promueve una ética radicalmente inmanente; en cuarto lugar, proponen consideraciones inéditas acerca de las cuestiones religiosas al establecer las bases de creencias religiosas fideístas. Por tanto, un mismo origen y tres revoluciones: método, ética y religión. Con esto es posible construir un esbozo de definición.

Enmarcada entre una introducción que traza el panorama de conjunto sobre ese otro Grand Siècle que no reflejan los relatos oficiales y una conclusión sobre el crepúsculo de Dios y la fuerza de los libertinajes en el pensamiento clandestino del XVII francés, esta tercera parte de la contrahistoria de la filosofía se desarrolla en dos tiempos, dedicados respectivamente a los libertinos fideístas (Pierre Charron, François de La Mothe Le Vayer, Charles de Saint-Évremond y Pierre Gassendi) y a los panteístas como Cyrano de Bergerac y Spinoza, el único pensador no francés de los que son objeto de estudio en este volumen.

Porque el Barroco francés no fue sólo apolíneo, sino también dionisiaco, Onfray fija las siguientes claves en su enfoque del pensamiento de los libertinos barrocos:

1.- El libertino barroco lee a Montaigne; y lo lee con atención, con precisión.

2.- Recurre a un método escéptico.

3.- Reactiva las sabidurías antiguas y sus planteamientos éticos.

4.- Se adhiere al fideísmo. Ningún libertino barroco es ateo.

Origen del Siglo de las Luces y precedente de la razón moderna ilustrada, crítica y experimental, tras este estudio de Onfray, el Barroco francés queda dilucidado en una panorámica de conjunto que permite reinterpretarlo en su complejidad y calibrar más claramente la importancia que tuvo en la genealogía de la Ilustración y la Enciclopedia.


Luis E. Aldave

15 abril 2009

Basil Howe


G. K. Chesterton
Basil Howe.
Traducción y notas de Diana Pérez García.
El olivo azul. Córdoba, 2009.


En su colección Narrativas, El olivo azul edita por primera vez en español Basil Howe, la novela que Chesterton escribió a los veinte años, en 1894, y que no había sido publicada hasta hace 2001.

Novela de principiante, digámoslo ya, aunque están en ella, tempranamente esbozadas, algunas de las claves de su obra: el sentido del humor, su inteligencia paradójica, su ingenio refinado, la agudeza verbal de las conversaciones o la habitual proyección de su amplia sombra personal sobre el relato.

Por ejemplo a través del protagonista, Basil Howe, contrafigura extravagante de un Chesterton desmesurado y libre, atento a mostrar la enorme carga de talento del que era consciente y que vierte en los diálogos de un joven excéntrico y brillante, como él.

Como en otras obras de Chesterton, el molde narrativo de la novela romántica es poco más que una excusa discursiva, y los diálogos entre Howe y las tres hermanas Grey, una forma de dar rienda suelta a su inquietud intelectual y su ingenio ocurrente. El joven Chesterton era entonces un muchacho que había estado a punto de enloquecer bajo la influencia del pensamiento idealista. El contraste entre apariencia y realidad, entre optimismo y pesimismo, entre sentido común y excentricidades que late en el fondo de la narración es un reflejo de las preocupaciones del escritor incipiente que era entonces.


Santos Domínguez

14 abril 2009

Poesía en la canción popular latinoamericana


Darío Jaramillo Agudelo.
Poesía
en la canción popular
latinoamericana.

Pre-Textos. Valencia, 2008.

En su colección de temática musical La Huella Sonora, Pre-Textos publica Poesía en la canción popular latinoamericana, un divertido ensayo en el que el poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo Agudelo hace un recorrido por la historia de la canción popular latinoamericana a través de sus tres manifestaciones fundamentales: el tango, el bolero y la ranchera.

Sus textos, pensados para ser oídos en esos ritmos, contienen con frecuencia rasgos propios de la poesía canónica, la escrita para ser vista. Al rastreo de esa poesía que contiene las canciones latinoamericanas, al análisis temático de su planteamiento amoroso y al cifrado retórico en que se apoyan dedica Darío Jaramillo la primera parte de un estudio desenfadado y profundo que desvela las claves de una estética y una mentalidad social de la que surgen estos textos. Unos productos cardiocéntricos, con repetidas alusiones a los tres reinos, frecuentes invocaciones astrales, expresiones de felicidad inefable o lamentos del abandono en la voz del desvalido o el traicionado.

La segunda parte es el reverso del método, un recorrido geográfico por el cancionero que pasa por Cuba, Argentina, México y hace escalas breves en Puerto Rico y otros países para analizar los valores poéticos de algunas de sus canciones más populares. Una antología comentada de los destellos verbales de los boleros y los tangos. Buenos Aires, México y La Habana, los lupanares del tango, los mestizajes armoniosos del bolero o la manufactura industrial de la ranchera para aplicar ese reverso del método que consiste en despojar a los textos de la música. Y entonces el análisis provoca resultados paradójicos: unos mejoran, otros pierden todo poder de fascinación.

Lo que no pierde esa capacidad es el conjunto de comentarios -entre el afecto y la ironía- de Darío Jaramillo, que a través de canciones como Macorina, Lágrimas negras, Veinte años, Nosotros, Niebla del riachuelo, Cambalache, La última curda, Sabor a mí o Un mundo raro, habla de Armando Manzanero (Manzanero es enumerativo), Agustín Lara (un loco que se creía Agustín Lara) o de Santos Discépolo (Esta noche me emborracho me lleva nada menos que a un uruguayo ajeno al tango, el conde de Lautreamont).

Heredero reconocido del Cancionero General de Hernando del Castillo, Darío Jaramillo realiza con este libro su aportación a los numerosos cancioneros que se han ido publicando a lo largo de casi quinientos años. Cinco siglos que han cambiado la métrica, el tono, el estilo, los temas y las mentalidades, pero no los componentes que caracterizan el cardiocentrismo de la canción y sus componentes retóricos.

Este es un libro de poesía -escribe Darío Jaramillo en la explicación inicial-, sí, de una poesía subcultural, no reconocida como tal, sin duda emparentada con el canon literario (...), pero en todo caso forjadora de comportamientos y de modos de sentir que se esculpieron en el centro del alma de los habitantes de todo un continente.


Santos Domínguez

13 abril 2009

Ojos azules


Arturo Pérez-Reverte.
Ojos azules.
Ilustraciones de Sergio Sandoval.
Seix Barral. Barcelona, 2009.



Seix Barral publica en su colección Únicos Ojos azules, un intenso relato breve de Arturo Pérez- Reverte ambientado en la noche triste de Tenochtitlán, con el ejército de Cortés en retirada. Era la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, vista, oída y sufrida en el relato por un soldado anónimo en la lluviosa penumbra azteca que evoca Pere Gimferrer en su prólogo.

El origen del texto está en los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional de México. En uno de ellos, una india lleva a sus espaldas a un niño de ojos azules. Su reflejo del mestizaje y su fuerza expresiva sugirieron a Pérez-Reverte la posibilidad de abordar ese mundo desde la rabia y el miedo del soldado en una miniatura como esta, en una narración visual y sonora, de trazo potente que subrayan las ilustraciones, sólidas, dinámicas y cinematográficas, de Sergio Sandoval.

Ojos azules se publicó hace casi diez años en una revista mexicana. No es estrictamente un inédito, pero encaja en la línea de la colección Únicos, que con un formato pequeño y cuidado recoge piezas exclusivas, inéditas o difíciles de encontrar.

Es un Pérez-Reverte en estado puro y concentrado que sintetiza en pocas páginas no sólo la peripecia personal del soldado, sino el claroscuro de la conquista, la épica del saqueo, sus luces y sus sombras, el oro, el barro y la sangre. Lo resume así Gimferrer en su prólogo:

Quien lee "Ojos azules" no sólo percibe la vida entera del soldado que lo protagoniza, sino el alcance y significación del extenso episodio épico en el que se inserta.

Santos Domínguez



12 abril 2009

Erótika



Patricia de Souza.
Erótika.
Escenas de la vida sexual.

Barataria. Barcelona, 2009.

Patricia de Souza, peruana que vive entre Francia y México, tiene ya acreditada una sólida carrera como narradora. Erótika, escenas de la vida sexual, que tuvo una primera edición el año pasado en México, aparece ahora en España de la mano de Barataria.

Erótika es un conjunto de relatos concebidos, escritos y protagonizados desde una óptica femenina. En algunos ámbitos aún puede resultar chocante que las protagonistas y narradoras de estos textos sean mujeres que no sólo buscan el placer sino su propia identidad a través del cuerpo y la experiencia sexual desinhibida de prejuicios sociales.

Las mujeres que aparecen en estos relatos de intensa brevedad llevan la iniciativa del encuentro, seducen por su fuerte sexualidad y provocan una inversión de los roles tradicionales en la relación sexual, ante hombres frágiles y vulnerables, de los que dice una de ellas: su vulnerabilidad me estimula sexualmente, como si a través de ellos yo encontrase intacta una parte que también poseo y que he tratado de disfrazar de fortaleza.

Deseo y mujeres se habitan o se poseen mutuamente en estos textos de delicado dramatismo en los que se suceden la experiencia y el recuerdo, el deseo y la transgresión, el temor y el placer. Iniciaciones sexuales y soledades, fantasías, búsquedas y sublimaciones, encuentros y heridas antiguas componen este mapa dibujado por mano de mujer, esta carta escrita con sinceridad desgarrada - de sí misma a sí misma- con letra femenina, con una mezcla eficiente de coraje y buena literatura.

Yo, Clelia, Octavia, Elena, la mayor y la menor en esta cadena de mujeres -escribe Patricia de Souza en una nota introductoria-, no tengo miedo de seerguir mi deseo. Al final sé que sólo me puede llevar hacia mí, aunque me pierda y dé muchas vueltas: es mi laberinto.

Yo me he ofrecido como espejo, lo sé, en esa cadena de rostros prestados, yo he intentado escribir mi propia historia.

Mayra Vela

11 abril 2009

Poemas de amor de Anne Sexton


Anne Sexton.
Poemas de amor.
Traducción e introducción de Ben Clark.
Linteo poesía. Orense, 2009.


Hace ahora cuarenta años, en 1969, dos años después de obtener el Pulitzer por Vive o muere, Anne Sexton publicaba sus Love Poems, el resultado de una larga convalecencia y de una doble fractura: la de la cadera y otra mucho más grave, la fractura de la personalidad, la ruptura con el mundo, el abismo entre la realidad y el deseo y finalmente la caída en la angustia, en el desprecio de sí misma y en un desorden múltiple: psíquico, sentimental y verbal.

Fue también mi corazón violento el que se rompió,
cayendo por las escaleras del hall.


Un libro debería servir como el hacha para el mar helado que hay en nuestro interior, había escrito Kafka en una carta que aprovechó Anne Sexton para definir el sentido de la literatura. Y más allá del valor terapéutico que tenían estos poemas para su autora, hay en ellos una voluntad radical de romper límites y barreras frente a la sociedad, el sexo y la literatura. Una voluntad provocadora que se resuelve en grito de rebeldía frente al puritanismo o la hipocresía y que se puede resumir en las tres últimas estrofas de La balada de la masturbadora sola:

Entonces vino mi rival del ojo morado.
La mujer de agua, alzándose en la playa,
un piano en la punta de sus dedos, vergüenza
en sus labios y un discurso de flauta.
Y yo era la escoba de las rodillas pegadas.
De noche, sola, desposo la cama.


Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí igual que una piedra.
Te devuelvo tus libros, tu sedal.
El periódico de hoy dice que te has casado.
De noche, sola, desposo la cama.


Chicos y chicas son uno esta noche.
Se desabrochan blusas. Se bajan las braguetas.
Se quitan los zapatos. Apagan la luz.
Las trémulas criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente, bien saciadas.
De noche, sola, desposo la cama.


Poemas que lamentan en su vocación elegiaca la memoria de las pérdidas y la insatisfacción, como en el espléndido Sólo una vez, o expresan la urgencia del presente y el deseo, como en El pecho:


Así que dime lo que quieras pero recórreme como un escalador
pues aquí está el ojo, aquí la joya,
aquí la excitación que el pezón aprende.

Estoy desequilibrada –pero no estoy loca de nieve-.
Estoy loca en el modo en que las niñas están locas,
con una ofrenda, con una ofrenda...

Ardo del mismo modo que el dinero.


Con imágenes desatadas en el buceo interior hacia lo oscuro y lo turbio que es la poesía para ella, Anne Sexton atraviesa los límites estrechos de la corrección moral o verbal en estos Poemas de amor, un poemario sobre el adulterio, como señala Ben Clark en el E-mail imposible para Anne Sexton que escribe para introducir esta traducción que publica Linteo.

No era fácil abordar y expresar en otra lengua los abundantes hiatos de contenido y expresión que sirvieron de terapia a su autora. Ben Clark, que afrontó el riesgo en esta su primera traducción, lo ha solucionado con la solvencia propia del buen poeta que es.

Santos Domínguez

10 abril 2009

Juan Arias. La seducción de los ángeles


Juan Arias.
La seducción de los ángeles.
Espasa. Madrid, 2009.


Aunque es muy probable que no existan, han sido imprescindibles en la construcción de la mejor poesía del siglo XX. Sin ellos Rilke no hubiera escrito las Elegías de Duino (Todo ángel es terrible), ni Alberti el que quizá sea su mejor libro (Sobre los ángeles), ni Lorca hubiera podido evocarlos, marchosos o terribles, en el Romancero gitano.

Win Wenders los filmó en El cielo sobre Berlín, Wallace Stevens escribió sobre la necesidad del ángel y García Márquez vio a uno de ellos derrotado por el tiempo y la lluvia en uno de sus mejores relatos.

Sobre esos ángeles, que están muy por encima de las religiones y la superstición - por eso no hay ateos de ángeles, ni invitan al agnosticismo- Juan Arias publica en Espasa La seducción de los ángeles, un recorrido etéreo por la angeología, una genealogía de sus variedades y jerarquías y un detallado estudio de su presencia en la literatura, la música o la astrología.

Sobrevuelan este libro los ángeles carteros de Santa Gema, los ángeles psicoanalíticos de Jung y el ángel de Tobías, los ausentes ángeles negros y los ángeles cuánticos y astrales, los ángeles sopranos de Mahler y los ángeles caídos.

Un ensayo escrito con la sensibilidad y el talento acostumbrados en Juan Arias, con un difícil equilibrio de afecto (Un antídoto contra la soledad) y distancia (¿Cómo hablan los ángeles?, ¿comen los ángeles?) y un espléndido resultado.

Santos Domínguez