05 mayo 2008

La mujer de nadie


Luis Artigue.
La mujer de nadie.
Linteo. Orense, 2008.



En su colección de narrativa, la editorial Linteo publica La mujer de nadie, la novela de Luis Artigue que completa una trilogía sobre la bohemia y la vanguardia que iniciaba con El viajero se ha ido, como es lógico y continuó con Las perlas del loco Ventura.

La mujer de nadie es una recreación imaginativa de la figura de Remedios Varo, una pintora surrealista que vivió con libertad e intensidad el superrealismo, la efervescencia cultural de los años de entreguerras, de la España republicana y la explosión artística del exilio en México.

Junto con la recreación de ese momento histórico creativo, de los ambientes artísticos y literarios de la época, Artigue reivindica la audacia de Remedios Varo, su libertad vital y artística, su pionera rebeldía feminista, su carácter doblemente transgresor, la coherencia de su actividad artística y sus sexualidad desinhibida.

Luis Artigue es poeta además de novelista y con esa doble condición practica la escritura en La mujer de nadie, una novela en la que la calidad de página no se convierte en un factor antinarrativo.

Con una meditada estructura circular, Artigue enmarca la novela entre dos intervenciones de un narrador que evoca la acción como un espectador privilegiado que cuenta la acción desde el mundo de los muertos, en el que las palabras adquieren su libertad más radical y expresan las pulsiones a la que aspiraban superrealistas como Benjamin Peret, uno de los referentes fundamentales del libro:

Has muerto; ahora te has convertido en tus palabras. Como ves la muerte nos libera de miedos, elimina trabas, intensifica pulsiones y genera un diálogo continuo. ¡Sí, a los muertos el ataúd nos hace de diván de psicoanalista! De hecho ahora tu cuerpo y tu conciencia han desaparecido y queda sólo el inconsciente.

De esa atmósfera superrealista del mundo de los muertos proceden los títulos de cada capítulo, un despliegue metafórico de imágenes visionarias que acaban invadiendo la realidad desde el territorio del sueño o el delirio irracional de la fiebre con su palabra en libertad:

Sobre el ojo de la aguja penetrado por un pez espada sobre un charco de niños y sobre quienes viajan con prisa en el transporte púbico.

Este es sólo un ejemplo. Hay otros cincuenta y tres a lo largo de un libro que termina con esta reflexión distanciada del narrador desde su inusual punto de vista:

He aquí la historia de una mujer brillante como un trastorno mental. Yo la he contado así pero si ustedes lo desean pueden recontársela a quien quieran de otra forma, aunque con toda certeza cuando cambien el modo de narrar modificarán también el argumento, ya lo verán, y por tanto podrán añadir sin remordimientos que se han inventado ustedes esto. De hecho, al pensar en ello tras leerlo, todo es ya por completo de ustedes. Seguramente cada página estaría escrita de otro modo si hubiera sobrevivido, si al menos hubiera sido un personaje secundario, si me hubiera hallado del todo allí. Y no es que eche nada de menos. De todas formas, en caso de que no hubiera recibido aquel balazo, ahora no leerían con la misma atención de quienes, al avanzar entre la niebla de estas páginas, descubren que un muerto es un espectador privilegiado.

Y aunque se admita el consejo, tiene el lector la sensación de que ninguna otra perspectiva mejoraría el texto.

Santos Domínguez

03 mayo 2008

Lope Burguillos


Lope de Vega.
Rimas humanas y divinas
del Licenciado Tomé de Burguillos.

Edición de Macarena Cuiñas Gómez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2008.


Cuando se publicaron las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos, a finales de 1634, Lope de Vega tenía a sus espaldas setenta y tres años de una bien aprovechada existencia de escritor y amante.

Fabulador de su ajetreada biografía, inventor de máscaras previas, poeta de sorprendente modernidad, Lope se convierte en poeta casi contemporáneo a través de Burguillos, una genialidad nacida en sábado. Con Tomé de Burguillos, Lope de Vega inventa el primer heterónimo de la literatura española y se anticipa en casi tres siglos a los creados por Machado y Pessoa.

Este Burguillos es Lope y no es Lope, es el poeta irónico y distanciado ante los poderosos a los que halagó y que le defraudaron, irónico ante el amor e indiferente al tiempo, estoico y humorístico, cristiano y pagano, despectivo y dolido, escindido entre la realidad y el deseo, contradictorio como todo lo barroco.

A través de Burguillos, Lope establece un diálogo conflictivo con la tradición poética: por un lado reivindica la herencia petrarquista; por otro, realiza una parodia que ridiculiza o mira con ironía esa poética idealista en la que había sustentado gran parte de su obra. Y así puede describir un monte sin qué ni para qué y terminar diciendo:

Y en este monte y líquida laguna,
para decir verdad como hombre honrado,
jamás me sucedió cosa ninguna.

Cátedra Letras Hispánicas acaba de incorporar a su catálogo estas Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, con edición de Macarena Cuiñas Gómez, que ha escrito un excelente prólogo para situar esta obra en el ciclo de senectute que estudió Juan Manuel Rozas y para desentrañar su sentido, su forma, su estructura.

La homogeneidad de su tono paródico; la unidad temática en torno a las relaciones entre Burguillos y Juana, la lavandera del Manzanares; la armonía estilística entroncada con la elegante naturalidad renacentista son objeto de un análisis tan esclarecedor como las notas – ni pocas ni muchas: las imprescindibles- que aclaran el sentido de cada uno de los textos de un Lope desengañado, más barroco que nunca y a la vez más moderno que ninguno de sus contemporáneos.

Un Lope de asombrosa juventud en su desolada vejez, que ponía en la pluma del Conde Claros – otra máscara- este terceto en elogio de Burguillos:

Viva vuestra merced, señor Burguillos,
que más quiere aceitunas que laureles,

y siempre se corona de tomillos.



Santos Domínguez


01 mayo 2008

El asombroso viaje de Pomponio Flato


Eduardo Mendoza.
El asombroso viaje de Pomponio Flato.
Seix Barral. Barcelona, 2008.


Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente. A menudo he debido sufrirla, como ocurre a quien, como yo, se adentra en los más remotos rincones del Imperio e incluso allende sus fronteras en busca del saber y la certeza. Pues es el caso que habiendo llegado a mis manos un papiro supuestamente hallado en una tumba etrusca, aunque procedente, según afirmaba quien me lo vendió, de un país más lejano, leí en él noticia de un arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría a quien las bebe, así como ciertos datos que me permitieron barruntar su ubicación. De modo que emprendí viaje y hace ya dos años que ando probando todas las aguas que encuentro sin más resultado, Fabio, que el creciente menoscabo de mi salud, por cuanto la afección antes citada ha sido durante este periplo mi compañera más constante y también, por Hércules, la más conspicua. Pero no son mis infortunios lo que me propongo relatar en esta carta, sino la curiosa situación en que ahora me hallo y la gente con la que he trabado conocimiento.

Así comienza Pomponio Flato su epístola policial a Fabio. Con ese tono ampuloso narra en el siglo I su peripecia este flatulento probador de líquidos, fisiólogo de profesión y filósofo de vocación, un contradictorio científico sin fe que busca las aguas milagrosas, un descreído en tierra de superstición al que su búsqueda de las fuentes salvíficas le han provocado aerofagia y meteorismo crónicos. Entre las detonaciones de su propio cuerpo, se cae del caballo como un San Pablo pagano sin remedio y con flato.

Mezclando La vida de Brian con El nombre de la rosa, los Evangelios apócrifos con los viajes de Estrabón, a Conan Doyle con Shakespeare in love y a Astérix con los manuscritos del Mar Muerto, Eduardo Mendoza ha escrito en El asombroso viaje de Pomponio Flato, que publica Seix Barral, poco más que una parodia divertida de la novela histórica de detectives, tan de moda desde hace unos años.

Frente a la pretenciosidad del modelo parodiado, una mezcla de falsificaciones históricas y anacronismos diversos mal hilvanados y peor escritos, Eduardo Mendoza ha ideado un divertimento provocador, una novela evidentemente menor, una obra sin pretensiones, pero –y eso también forma parte de la diferencia y de la parodia, como en el Quijote- muy bien escrita. Una novela en la que las incorrecciones son políticas, no históricas, y sitúan la crítica religiosa en el terreno del humor sarcástico, en lo políticamente incorrecto, cercano a la escatología de la picaresca o de Quevedo.

Con el telón de fondo de la tierra santa de Nazaret, el niño Jesús, hijo de José el carpintero, requiere los servicios de Pomponio Flato para que investigue el crimen del que se acusa a su padre, amenazado de inminente muerte de cruz y condenado por haber matado al rico Epulón. Un asesinato de biblioteca que cuenta con ilustres precedentes.

A partir de ahí, con el esquema tradicional de un detective y un divino ayudante, se suceden situaciones que tienen como fondo la especulación inmobiliaria en tierra levantisca, las recalificaciones de unos terrenos cercanos al templo de Nazaret. Puede parecer un exceso anacrónico, pero no lo es: con otro nombre, claro, esas prácticas están documentadas por la historiografía romana clásica.

Un mosaico nutrido de personajes (el legionario fortachón llamado Quadrato, veterano de la batalla de Farsalia, Apio Pulcro y el Bautista, la niña María Magdalena y los Reyes Magos, Orfeo y Ben-Hur, Apolo y Mateo, Apio Claudio y Lázaro, la samaritana y Ulises) se dan cita como figurantes en esta intriga policiaca de risa y milagros en la que conviven epítetos épicos y sintagmas propios de parábola bíblica, en un relato salpicado de un humor lleno de guiños cultos y sacrílegos, continuador del Mendoza - menor, artesanal, pero eficiente- de la cripta embrujada y el laberinto de las aceitunas, de Gurb y el tocador de señoras.

Santos Domínguez

30 abril 2008

Cuentos de la Gran Guerra


Cuentos de la Gran Guerra.
Edición de Juan Gabriel López Guix.
Alpha Decay. Barcelona, 2008.


En su colección de narrativa Alfanhuí, Alpha Decay edita una espléndida antología de veinte relatos que se publicaron en los veinte años siguientes al inicio de la Primera Guerra Mundial que hasta el periodo de 1939 a 1945 se llamó la Gran Guerra.

De la edición, la selección y el prólogo se ha encargado Juan Gabriel López Guix, que ha restringido el campo de la antología a la producción literaria en inglés, con relatos de escritores de los países anglófonos que ofrecen la imagen literaria múltiple de quienes vivieron el conflicto, lo sufrieron con mayor o menor cercanía y reflejaron en sus textos sus reacciones ante la guerra.

Arthur Machen, Rudyard Kipling, Vernon Lee, Saki, Conan Doyle, Conrad, Lord Dunsany, Edith Wharton, D.H. Lawrence, Katherine Mansfield o Somerset Maugham son algunos de los veinte nombres que firman estos
Cuentos de la Gran Guerra.

Una guerra de una crueldad sin precedentes que provocó casi veinte millones de muertos y cambió de forma radical el panorama político y cultural de Europa, ya muy agitado en los años previos al conflicto. Las repercusiones de aquellos encarnizamientos quedan resumidas en estos veinte relatos, uno por cada millón de muertos civiles o militares, que reflejan también diversas tendencias estilísticas, entre lo clásico y lo nuevo. Porque en aquellos años moría un mundo y nacía otro también en el terreno de la literatura.

Musil, Broch, Roth, Svevo vieron aquella guerra y sufrieron sus consecuencias desde el otro lado del campo de batalla y para ellos la ruptura fue más violenta. Pero en el campo aliado y entre los autores recogidos en esta antología también hubo variedad de situaciones y diversas maneras de enfocar la guerra y sus secuelas en los relatos: desde la propaganda bélica de Kipling y su testamento de odio a la terapia que busca en la literatura la curación de las heridas morales, más traumáticas que las de la carne, en Wyndham Lewis o Richard Aldington, pasando por el alegato pacifista de Vernon Lee en una actualización de las danzas de la muerte que se titula El ballet de las naciones.

Siete de estos cuentos, más de la tercera parte, se traducen por primera vez al castellano. Y entre esos inéditos, uno de los más interesantes es El prisionero alemán, de James Hanley, que fue quemado en público en 1933 y estuvo prohibido en Inglaterra hasta 1997. Es un intenso relato que denuncia los impulsos criminales de dos soldados británicos, un desmentido explícito de la heroicidad civilizadora de los vencedores, que parecen presagiar en su brutalidad lo peor de Abu Ghraib.

No hay héroes en estos relatos, como no hay héroes en las guerras, pero el volumen contiene narraciones inolvidables, como la que elabora la mirada irónica y distante de un Saki que fija su atención en las repercusiones de la guerra en las especies ornitológicas; un inquietante y prekafkiano cuento de Lord Dunsany o
Gustav, una narración de Somerset Maughan de la que arranca la novela moderna de espías.

Santos Domínguez

28 abril 2008

Dama Sarashina


Dama Sarashina.
Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian.
Prólogo de Carlos Rubio.
Traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio.
Atalanta. Gerona, 2008.


Nació en Japón hace justamente mil años, en 1008, pero su sensibilidad delicada, la matización sentimental de su mirada nos permiten leerla como a una contemporánea próxima.

No sabemos su nombre, no puso título a esta autobiografía evocadora que publica por primera vez en español Atalanta con traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio, que ha escrito también un prólogo en el que sitúa a la autora y su obra en el contexto de creencias y costumbres de la época Heian.

Estos Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian forman parte de una tradición muy arraigada en la literatura japonesa: la de la escritura femenina, refinada e intimista, introspectiva y sincera.

Escritos como un diario en el que se diluyen, difuminados por el recuerdo, los límites entre lo narrativo y lo lírico, en sus capítulos se intercalan 89 poemas que funcionan como contrapunto, como subrayado y como hilo conductor del conjunto.

No es la única frontera que se borra en el libro: también el interior y el exterior se funden aquí ejemplarmente, igual que se anula el paso del tiempo en unos textos intemporales y de sorprendente modernidad en los que confluyen el verso y la prosa en el lenguaje común de la emoción.

Diario impreciso que elude lo cotidiano y se levanta sobre los materiales del recuerdo y la elaboración del sentimiento y la memoria, la actitud de su autora busca más la reconstrucción del pasado que la anotación circunstancial del presente.

La adolescencia, la plenitud y la decadencia los tres momentos que se unen desde la evocación. Y en las descripciones de la realidad evocada, la melancolía es a la vez la fuente y el resultado de una mirada contemplativa que se proyecta sobre el mundo y sobre la soñadora Dama Sarashina.

Las lágrimas, los libros, los sueños anotados al despertar recorren como temas sucesivos estos textos en los que la imprecisión de la realidad, el claro de luna de un otoño del siglo XI, una rama de ciruelo o las flores fugaces del almendro, la espesura del bosque o las cimas de los montes son el fondo o el objeto de la confidencia o la reflexión, de la celebración de la amistad o el lamento de la separación.

La edición, cuidada hasta el mínimo detalle, incorpora a la calidad del texto el valor añadido de las xilografías de una edición ilustrada de 1704.

Santos Domínguez

27 abril 2008

Kilómetro 43



Abel Murcia.
Kilómetro 43.
Prólogo de Justo Navarro.
Bartleby Poesía. Madrid, 2008.


Abel Murcia identifica tiempo y espacio: el tiempo es nuestro espacio, nuestras experiencias son nuestro destino, explica Justo Navarro al comienzo del prólogo que ha escrito para presentar este Kilómetro 43 de Abel Murcia que acaba de publicar Bartleby Poesía.

Traductor de Wislawa Szimborska y de Kapuscinski, que han dejado su huella en el tono y el fraseo de su poesía, la escritura de Abel Murcia en este libro es una forma privilegiada del recuerdo, un diálogo temporal con el que fue, con lo que fue a la vez que él, con una memoria que tiene siempre una inevitable dimensión espacial:

Y si miras atrás,
no verás otra mar que la de Ulises

De esa manera, a la altura del kilómetro 43, el poeta mira el retrovisor para llenar con palabras el vacío que dejamos atrás. Para llenarlo o para explicarlo, para entenderlo y entenderse hoy en la ausencia del que fuimos y de los que no están.

Meditación, memoria y experiencia y una pausada respiración del verso para conducir la emoción por un cauce de ríos manriqueños hacia el mar, por una carretera que a estas alturas ya ha dejado en el poeta las heridas de 43 kilómetros de viaje.

La bicicleta de la infancia ha cambiado sus ruedas por las de una rueca que deshila el destino. Las playas, los calendarios, los veranos o las cigüeñas son las referencias con las que se evoca un tiempo que no existe (Cuánta nada he encontrado en estos doce meses), un yo que sólo persiste en los sueños (Mirarse en el espejo y sentirse mirado/ por el que nunca fuimos) o lugares que ya no existen más que en la memoria (Ya no existen las playas desiertas de mi infancia).

Lo resume Abel Murcia en un verso espléndido que recoge el sentido del libro, su origen y la justificación de su escritura:

Sucede con los reinos, el mío ya no existe.

Santos Domínguez



26 abril 2008

Sacrificiales





Rómulo Bustos.
Sacrificiales.
Veintisiete letras. Madrid, 2007.


Veintisiete letras inaugura su colección de poesía, Ajuar de frontera, con una magnífica obra: Sacrificiales, el último libro del colombiano Rómulo Bustos (1954) prologado por Samuel Serrano.

Si, como se ha dicho alguna vez, ser poeta en Colombia es una de las maneras de ser anónimo, en el caso de Rómulo Bustos la invisibilidad compartida con otros poetas de su edad es aún mayor, por su resistencia a participar en encuentros o lecturas públicas. Afortunadamente, su Oración del impuro, una recopilación de su obra que publicó hace pocos años la Universidad Nacional de Colombia, permitió una difusión algo mayor de sus textos.

En lo que se refiere a la arquitectura y al andamiaje verbal de los poemas, esa condición invisible es un rasgo que caracteriza su propia práctica poética, alejada por igual del exceso barroco de la imaginería recargada o del coloquialismo que lastra una parte de la última poesía hispanoamericana.

Una poesía que asume riesgos y es un ambicioso salto en el vacío que Samuel Serrano relaciona en su prólogo con la empresa prometeica de crear un nuevo espacio sagrado que Octavio Paz destacaba en El arco y la lira como rasgo impulsor de la poesía moderna. Es la imaginación sacralizante a la que el prologuista se ha referido en otra ocasión para caracterizar la poesía de Bustos.

Profunda, exigente, interrogativa, a menudo irónica y distante o atravesada por una aguda conciencia del tiempo, la poesía de Rómulo Bustos es un ejercicio de armonía que transmite la imagen problemática de la “monstruosa inocencia” del mundo: el vuelo purísimo sustentado en las alas del mal; la realidad conflictiva del raro animal de dos cabezas o “la torva beatitud” con que ejerce su oficio un carnicero transformado en Abraham o la indolencia con que tararea mientras afila sus cuchillos.

De esa suma de perplejidades que se dan cita en la materia pardójica y oscura de la vida, de esa lucha de contrarios surge el poema, como la luz de la sombra o la sombra de la luz.

De eso trata el poema Sufí:

Como un perro que inútilmente
intenta morder su cola
giro en sentido inverso del movimiento de los astros
para alcanzar mi sombra

Sólo ella puede darme noticias de mi luz.
Sacrificiales, que es casi un ejercicio alquímico de integración de contrarios en la armonía del poema, es en gran medida una reflexión sobre la actividad poética, sobre la misión de la escritura.

Una reflexión que estaba ya perfilada en esta Poética de Oración del impuro:

Encender el misterio
de una lámpara ciega
cuya luz imposible
acaso nos haya sido prometida

He aquí el terrible regalo de los dioses

Exigente y profunda en su temática, precisa y depurada en su expresión, la poesía de Rómulo Bustos aspira a unir reflexión y sugerencia, pensamiento y emoción alrededor del impulso transcendente y de la idea de la poesía como revelación de lo secreto y como afinada forma de conocimiento:

a mí la mayoría de los poemas me los dicta Gabriel el ángel de la palabra
(...)
Lo que quiero decir es que no sé cómo escribo o por qué
El arcángel tampoco lo sabe. A él también le dictan.


Santos Domínguez

24 abril 2008

Conrad. Entre mareas


Joseph Conrad.
Entre mareas.
Traducción de Sonia y Gloria Ayerra.
El olivo azul. Sevilla, 2008.

El 24 de febrero de 1915 se publicaba en Londres Entre mareas, un volumen de relatos de Joseph Conrad. Sería el último que apareció en vida del autor y contenía cuatro novelas cortas escritas entre 1911 y 1914: El socio, La posada de las dos brujas, Por culpa de los dólares y El hacendado de Malata.

Tuvieron un enorme éxito comercial, le reportaron seis veces más ingresos que El corazón de las tinieblas, pero Conrad, siempre autocrítico y exigente consigo mismo, era consciente de su carácter menor y alimenticio. Sabía que había antepuesto en ellas la comercialidad a cualquier otro criterio y que en consecuencia eran “no tanto arte como una operación financiera.”

Escritas en arranques de inspiración que interrumpían momentáneamente la redacción de obras mayores o aliviaban los momentos en los que las novelas encontraban algún escollo, con ellas buscaba Conrad un rendimiento económico rápido o un reconocimiento público que se le resistía. Hacía más de quince años que había publicado El corazón de las tinieblas y ni esa obra magistral ni las posteriores Lord Jim y Nostromo tuvieron el éxito que le proporcionarían El hacendado de Malata y las otras tres novelas que aparecieron en este volumen que rescata Narrativas del Olivo Azul con nuevas traducciones de Sonia y Gloria Ayerra.

El lector se va a encontrar aquí con un Conrad menor, pero absorbente e inolvidable, dueño de los resortes de la intriga, del manejo de los personajes y la gestión de las situaciones:

La pasión amorosa no correspondida combinada con una historia de fantasmas en El hacendado de Malata; el relato de enredos y asesinatos de estirpe dickensiana en Por los dólares; una historia truculenta y gótica, la de La posada de las dos brujas, ambientada en Asturias en la guerra de la Independencia con manuscrito encontrado; o la historia familiar con barco mercante y estafas de El socio.

Es un Conrad todo lo comercial que se quiera, pero en estos relatos está el inconfundible mundo narrativo (el misterio, la maldad, la intriga, las situaciones límite) de un Conrad que deja su impronta incluso cuando asimila modelos como los de Dickens o Wilkie Collins.

Santos Domínguez

23 abril 2008

Moralistas franceses



Moralistas franceses.
Edición y traducciones de
José Antonio Millán Alba y Salustiano Masó.
Introducción de Alicia Yllera.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara. Córdoba, 2008.



En la Biblioteca de Literatura Universal la editorial Almuzara publica una espléndida recopilación de textos de Moralistas franceses en una edición preparada por José Antonio Millán Alba.

Más de siglo y medio de máximas y pensamientos que se mueven entre el apunte y el aforismo, en las formas breves y abiertas. Literatura del fragmento y de la conciencia de unos moralistas que no se dedican a dar lecciones de moral, sino a reflexionar críticamente sobre la condición humana y las costumbres y son los autores más representativos de un género literario que tiene su antecedente más directo en Montaigne, se configura a mediados del XVII bajo la influencia determinante de Gracián y su Oráculo manual y se desarrolla con fuerza hasta la restauración borbónica del XIX.

Se recogen aquí los Pensamientos de un Pascal, riguroso y matemático o teólogo especulativo, que encarna en su propia obra inacabada y en su pensamiento las contradicciones que él mismo destacó como propias de la naturaleza humana:

La naturaleza del hombre no consiste en ir siempre. Tiene sus idas y venidas. La fiebre tiene sus escalofríos y ardores, y el frío muestra tanto la grandeza del ardor de la fiebre cuanto el mismo calor.

Las Máximas y reflexiones de La Rochefoucauld, pesimista y barroco en su denuncia y desenmascaramiento de las apariencias engañosas: Son necesarias mayores virtudes para soportar la buena fortuna que la mala.

Los Caracteres de La Bruyère, con su estilo recortado, su admirable prosa exacta y su acritud incisiva frente a la sociedad: Un hombre noble se siente pagado por la diligencia con que cumple su deber, por el placer que siente al hacerlo, y se desinteresa de los elogios, la estima y la gratitud que a veces le faltan.

Los aforismos tajantes de un Chamfort desilusionado y amargo, de corazón a veces roto y a veces endurecido: Amistad de Corte, fe de zorros y sociedad de lobos.

El marqués de Vauvenargues, que representa el paso del pesimismo barroco a la racionalidad del siglo de las luces. Más que optimismo, lo que hay en él es una comprensión benévola e indulgente: La enfermedad extingue en algunos hombres el valor, en otros el miedo, y hasta el apego a la vida.

O un Joubert que está en la transición del Neoclasicismo a la sensibilidad prerromántica y que en este aforismo es un profeta del pesimismo existencial de Schopenhauer: Se es desdichado casi únicamente por obra de la reflexión.

Confundidos a menudo con filósofos, estos moralistas no aspiran a crear un sistema cerrado de pensamiento, sino que prefieren habitar en el fragmento, en la intuición abierta, en lo concreto y la experiencia de lo vivido.

Con antecedentes en la sentencia escueta y didáctica, en este tipo de literatura importa mucho la concisión, pero más aún el ingenio, la subjetividad y la agudeza de su mirada profunda sobre el hombre y la sociedad.

Su pensamiento fragmentado y la percepción de un sistema en crisis los convierte en bisabuelos de Cioran y otros padres de la posmodernidad. Tal vez eso explique no sólo el número creciente de lectores actuales de Gracián, cuyas páginas frecuentaron estos moralistas franceses, sino el interés que despiertan estos autores. Sus formas breves, su fragmentarismo, su visión del hombre han sido reivindicados por la posmodernidad, que los sigue leyendo como materiales contemporáneos de su sensibilidad y su visión del mundo.

Santos Domínguez


22 abril 2008

Fiebre de guerra



J. G. Ballard.
Fiebre de guerra.
Traducción de
Javier Fernández y David Cruz.
Contemporáneos Berenice. Córdoba, 2008.


Casi a la vez que James Graham Ballard (1930) publica su autobiografía, la editorial Berenice ofrece la primera traducción al español de Fiebre de guerra, un libro de relatos del autor británico que está considerado como uno de los más renovadores e interesantes escritores de literatura fantástica.

Ha sido elogiado por Ray Bradbury, Susan Sontag o Martin Amis y cuenta con muchos lectores también en España, en donde se han editado traducciones de la mayor parte de su obra. Dos de sus mejores novelas (El imperio del sol y Crash) han sido adaptadas al cine con éxito y polémica.

La suya es una narrativa desolada y perturbadora, una exploración por el terreno de lo desconocido y lo inquietante que ha renovado el género de la ciencia ficción y le ha dado un sesgo crítico y testimonial. Profeta de las catástrofes ecológicas derivadas del calentamiento global, su mirada ácida se ha dirigido a revelar los peligros de la civilización con excelente prosa y relatos muy bien armados, naturalezas muertas creadas por un equipo de demolición, según las define el propio Ballard.

No es una casualidad ni un dato trivial que su vocación literaria surgiera en una sala de disección de cadáveres. Allí se moldeó su imaginación y se educó su mirada:

Sin duda, toda mi ficción es una disección de una grave patología que presencié en Shanghai y más tarde en el mundo de posguerra: desde la amenaza de la guerra nuclear hasta el asesinato del presidente Kennedy, desde la muerte de mi esposa hasta la violencia que subyace a la cultura del entretenimiento de las últimas dos décadas del siglo XX.

En la ciencia ficción halló un tipo de narrativa sobre el presente, y con frecuencia tan ambigua y elíptica como Kafka. Reconocía un mundo dominado por la publicidad y el consumo, de un gobierno democrático que mutaba en uno de relaciones públicas Este era un mundo de autos, oficinas, autopistas, aerolíneas y supermercados donde en realidad vivíamos, pero que estaba completamente ausente de casi toda la ficción seria Ningún personaje de las novelas de Virginia Woolf le cargaba nafta al auto. Nadie en las novelas de Sartre o Thomas Mann pagaba por un corte de pelo. Nadie en las novelas de posguerra de Hemingway se preocupaba por los efectos de una exposición prolongada a la amenaza de la guerra nuclear.

Una declaración como esa da las claves de las narraciones de J. G. Ballard, que van más allá de la pura corteza de lo fantástico y de sus límites para profundizar en las claves de la crueldad y en la crítica de las atrocidades del mundo:

Quería interiorizar la ciencia ficción, buscar la patología que yacía bajo la sociedad de consumo, el paisaje de la televisión y la carrera por las armas nucleares, un vasto y virgen continente de posibilidades ficcionales. O eso pensaba, mirando el silencioso campo de vuelo con sus pistas vacías que se extendían hacia una blanca inmensidad nevada.

Fiebre de guerra, el último libro de cuentos de Ballard, que permanecía inédito en español, es un conjunto espléndido de textos que se mueven entre la crítica social y la ficción, entre el Beirut bélico y caótico del relato que da título al libro y la historia secreta de la Tercera Guerra Mundial, que dura sólo cuatro minutos y pasa desapercibida.

Son sólo dos ejemplos. A lo largo del libro la variedad de estilos, de técnicas y de enfoques es una constante e intensa lección de narrativa que culmina en el último texto, El índice, un relato prodigioso que arma una historia exclusivamente con los datos de un índice imaginario. Ese índice es el único resto de la supuesta autobiografía inédita de Henry Rhodes Hamilton, un personaje fundamental en la historia del siglo XX cuya figura ha desaparecido sin dejar más huella que el índice onomástico y analítico.

El de ese relato es un ejercicio de virtuosismo técnico que está al alcance sólo de unos pocos privilegiados como Ballard. Un texto como El índice bastaría para reconocer en él la mano de uno de los escritores más importantes de la literatura inglesa contemporánea.

Sus adictos están de enhorabuena y los que no lo conozcan tienen en este libro una puerta de entrada a un altísimo edificio literario, lleno de imaginación y de talento.

La traducción que han preparado Javier Fernández y David Cruz está a la altura de las circunstancias y hace justicia a la excelente prosa del original.

Santos Domínguez

21 abril 2008

Bolaño salvaje



Bolaño salvaje.
Edición de
Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón.
Candaya. Barcelona, 2008.



Un Bolaño salvaje y cercano es el eje del segundo volumen de la colección Candaya Ensayo, dedicado a Roberto Bolaño (1953-2003), un acercamiento intenso y extenso al mundo personal y literario del último gran escritor latinoamericano.

Bolaño salvaje, el volumen preparado por Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, recoge 25 ensayos sobre la vida y la obra de quien asumió su existencia y su literatura como riesgo y como inconformismo.

Bolaño cercano es el título del documental dirigido por Erik Haasnoot y recogido en el DVD que incorpora el libro con el testimonio de sus amigos escritores, de Carolina López, su viuda, y de su hijo Lautaro.

Enmarcados por dos capítulos que abren y cierran el libro con las palabras de Bolaño (el memorable discurso de Caracas cuando recogió el Rómulo Gallegos y una entrevista inédita hasta ahora), los artículos se ocupan de la visión del mundo de Bolaño, de su evolución y sus ideas políticas, de sus planteamientos estéticos y otras genealogías.

En ellos, diferentes críticos y escritores españoles, latinoamericanos y estadounidenses abordan las claves del universo vital y narrativo de Bolaño, de su escritura total, de su creciente influencia.

Las palabras del autor y las de sus lectores trazan en este medio millar de páginas un recorrido completo por su obra, un itinerario lleno de iluminaciones sobre su producción narrativa, su actividad poética o los planteamientos críticos de un Bolaño que practicó con intensidad la hibridación de distintos géneros, formas y enfoques de la realidad en los que se entrelazan también, como señala Enrique Vila-Matas, sueño profundo, muerte y caligrafía.

Entrañable y huraño, como en la última entrevista, su obra es una indagación en lo oscuro, un salto en el vacío que lo convierte en un autor fractal y extraterritorial, como explica Ignacio Echevarría.

Escribe Jorge Volpi en uno de los artículos del libro: Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Ese mismo día, cerca de la medianoche, se volvió inmortal.

Para los lectores de Bolaño esas palabras contienen una obviedad; para sus amigos, aunque de vez en cuando hablan de él en presente, es una dolorosa metáfora.

Su presencia y su recuerdo atraviesan el documental que acompaña al libro. En él, además de su mujer y su hijo, sus amigos escritores (Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Juan Villoro y Antoni García Porta) evocan su amistad y hablan de su geografía – Blanes, México, Barcelona- y su historia, de su vida de escritor, de sus aislamientos de francotirador y sus entusiasmos, de su biblioteca y de esas dos cimas de la literatura en castellano que se titulan Los detectives salvajes y 2666.

Tan imprescindibles como esta excepcional reunión de asedios y afectos.

Santos Domínguez

Manuel Longares. Romanticismo


Manuel Longares.
Romanticismo.
Cátedra Letras Hispánicas.
Madrid, 2008.


En una edición preparada por Juan Carlos Peinado, que ha realizado un minucioso análisis de la obra, Cátedra Letras Hispánicas incorpora a su catálogo a un clásico contemporáneo: Romanticismo, la monumental novela en la que Manuel Longares hace de la Transición española del franquismo a la democracia materia narrativa de alta calidad. 

Con el barrio de Salamanca, ámbito de la alta burguesía franquista, como eje espacial y sociológico, con la inconfundible brillantez estilística del excelente prosista que es Manuel Longares, en quien se actualizan la voz y la mirada de Quevedo, Galdós o Valle, Romanticismo es un análisis lúcido del posfranquismo y una novela fundamental en el panorama narrativo de los últimos cincuenta años.
Santos Domínguez


20 abril 2008

Castilla y otras islas


Jesús del Campo.
Castilla y otras islas.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2008


Sus días se han perdido, pero los vio esta niebla.Vigilantes en el bosque que ahora cruzo se ocultaron bandoleros que acariciaban cuchillos sucios de musgo y de barro y de sangre. Y susurraban viejas canciones de burdel reclinados contra troncos de roble, o agazapados entre las frondas de los helechos. Y esquivaban las trochas de los jabalíes, los lobos y los osos con la prisa resuelta de quien tiene que ganarse la vida matando viajeros incautos que hace siglos, y con poca suerte, me precedieron en esta ruta cuando los silencios de la tierra eran un grito de caza, cuando aún no estaba claro si ya había terminado el descanso divino posterior a los ajetreos de la creación.

Voy hacia Castilla con un mapa y un cuaderno y dos manzanas en la mochila que hoy no serían botín respetable para ningún salteador digno de tal nombre, y medito que hay un orden secreto en el arte de oír música mientras se recorre el mundo. Está, de un lado, la que se ajusta al paisaje y lo realza porque le pertenece; del otro, la que choca con él y le otorga una dimensión desconocida.


Con esa alusión a la música y al paisaje comienza Castilla y otras islas, de Jesús del Campo, que publica la Editorial Minúscula en su colección Paisajes narrados.

Los Rolling Stones y la guitarra barroca de Gaspar Sanz, Bruce Springsteen y una pavana de Luis de Milán subrayan o contrastan con el espíritu de lugares como Tordehumos o San Cebrián de Mazote igual que Pedro el Cruel con Falstaff en Ávila con las campanadas a media noche al fondo.

Entre las llanuras bélicas y los páramos de asceta, entre ruinas de torreones y claustros sombríos, Jesús del Campo ha escrito un libro de viajes poliédrico. No una guía turística, sino un itinerario caprichoso unido por la mirada del viajero y por su espléndida prosa, el relato de un recorrido que no sigue otra hoja de ruta que la que le marca el vagabundeo, la única forma digna de recorrer Castilla.

Con una mirada más narrativa que pictórica, Jesús del Campo se centra, más que en la mera descripción del paisaje, en la evocación de los personajes que lo habitaron. Reales o ficticios, mayores o menores, algunos de esos nombres, como Quevedo o Santa Teresa, funcionan como hilos conductores del viaje por un territorio que es el marco de la historia con mayúsculas oficiales y de la anécdota intrahistórica o apócrifa, tal vez más significativa y elocuente.

Andan por sus páginas Lázaro y Manrique, Casanova y Bocherini, Enrique V y Bob Dylan; Paredes de Nava y Escalona, Oña y Astudillo, Toro y Roa en una relación constante entre geografía e historia, entre el lugar y el recuerdo.

Convocados por esa mirada del narrador viajero, se reúnen en sus páginas nombres y paisajes, Castilla la Vieja y La Mancha, Puerto Lápice y Villacastín, Ávila y Toledo, épocas y músicas entre un ayer y un ahora que une la vihuela y el rock, evoca en otros desiertos al Che Guevara o a Janis Joplin o junta a Velázquez con Wellington, y al Empecinado con el conde duque de Olivares en una visión irrepetible de Castilla, por individual y subversiva, porque

Viajar es un acto subversivo, una llamada a las armas. A mi alrededor hay campos en los que hombres a caballo se inclinaron un día para recoger una flor, prenderla en su cota de malla y llevársela a un amor que, como la mujer de Tordehumos, les esperaba detrás de una ventana. Campos en los que reinas ojerosas pasearon maridos muertos. En los que segadores y marqueses y pastores y capitanes y mendigos se dejaron la piel un día, perpetuando ese misterio de la vida que inquieta más por su fin que por su principio. Para poblar el mundo con todos esos rostros que ahora son solo sombras hizo siempre faíta que se acoplaran una mujer y un hombre, de tal suerte que mencionar el nombre simple de un rey o de un verdugo incluye a los padres que se aplicaron a la tarea de engendrarlos. (...)
Somos lo que vemos, y al mismo tiempo lo transformamos con nuestra mirada.


El de Jesús del Campo es el primer nombre español en el catálogo de una colección que supera ya los veinte títulos. Ni la calidad indiscutible de su prosa ni la profundidad de su mirada desmerecen del resto de los paisajes narrados en Editorial Minúscula.


Santos Domínguez

19 abril 2008

Tomás Segovia. Siempre todavía


Tomás Segovia.
Siempre todavía.
Pre-Textos. Valencia, 2008.


Siempre todavía (Pre-Textos), la última entrega poética de Tomás Segovia, de título temporal y machadiano (Hoy es siempre todavía), es una celebración del presente y su persistencia.

Escritos a lo largo de diez meses, entre noviembre de 2006 y septiembre de 2007, los textos de sus tres partes (Fin del túnel, Hoy es siempre y Gestos de amor) son el diario de una resurrección, la crónica de un descubrimiento, el festejo de la luz al final del túnel, la conciencia vitalista del presente. Así, en El convaleciente:

El gladiolo se yergue bajo el viento frío
Nosotros aquí dentro protegidos
Nos inquietamos por su ornato
Su salud
Su precaria belleza amenazada

Y mientras
él prosigue en su lucha obstinada
ignorada y sombría
Su lucha a solas por sobrevivir

Y desde mi butaca
Todo lo entiende mi convalecencia.

Sus poemas hablan de la subida a la luz desde la penumbra, son una celebración del sol del invierno, muestran el deslumbramiento ante la hierba, los pájaros o los árboles, recuperan el asombro agradecido ante el sucederse de las estaciones. Estaciones que en la secuencia temporal del libro se organizan en torno a una luz creciente: desde la penumbra o la soledad del invierno al frío bueno, a la lluvia de primavera, al paraíso del verano, al ahora de Esta hora:

Esta hora tan pura tan sin mancha
Tan viva toda esta hora tan sana
Se la mire por donde se la mire

Donde hasta las rarezas

Toman su sitio y son brillo y encanto

Y la belleza misma es toda simpatía

Esta hora tampoco en sí se cumple

Ninguna hora está sola no hay plenitud cerrada
Tampoco esta preciosa hora

Quiere ser huérfana

También ella interroga su pasado

Quiere fundirse en un río de horas

Que viene de muy lejos y que arrastra su fuerza
No le basta ser ella

La verdad toda del ahora
No le basta reinar aquí — quisiera

Haber sido verdad toda mi vida.

En Siempre todavía, como en sus últimos libros, en los que la contemplación desaloja a la angustia y la sensorialidad es el motor de la reflexión, Tomás Segovia construye el poema como un diálogo jubiloso con la naturaleza humanizada en la que se proyecta la mirada afirmativa del poeta, sobre la flora o el viento insistente de la noche marítima, desde la Atalaya del verano:

El verano y el mar no han cesado un instante
De acometerse mutuamente

Absorto cada uno en sus propios embates

Y sordo a los del otro

Y han ido levantando entre los dos así

Una inmensa atalaya contra el tiempo

Construida a retumbos

Sostenida con ímpetus gigantes

Para que una marea de mansos chapoteos

La diluya al final obtusamente

Igual que los predestinados castillos en la arena.



Santos Domínguez

18 abril 2008

Fin de siglo en Palestina


Miguel-Anxo Murado.
Fin de siglo en Palestina.
Lengua de Trapo. Madrid, 2008.


Sí, había vivido allí, unos años atrás. Pero entonces el City Inn era algo muy distinto, no esta ruina a punto de caerse, esta anomalía en un paisaje lleno de ellas. También entonces había sido una metáfora y un símbolo, pero de otra cosa: de «Oslo», de la esperanza de paz. Pensé que no era extraño que el mismo edificio se hubiese convertido en metáfora de las dos cosas, de la paz y de la guerra. En Palestina ambas están tan enredadas que en el fondo han acabado por ser indistinguibles, como nudos en los cordones de los zapatos que no se pueden desatar. Puede que no sólo fuesen indistinguibles; quizá guerra y paz no eran sino la misma cosa con distinto nombre, las dos caras de una misma moneda. —¿Aquí? ¿Viviste aquí? Lourdes estaba asombrada. Aquel lugar, efectivamente, parecía ahora tan extraño como la cara oculta de la luna. Y entonces decidí recordar. Fue en ese momento cuando empecé a escribir este libro en mi cabeza. Es la nostalgia la que me ha hecho escribirlo, el simple deseo de no olvidar. Trata de los años finales de lo que se llamó la paz y no lo era, y de lo que luego se llamó la guerra y quizá no lo era tampoco. Trata de lugares, de algunas personas, de algunas cosas que no quería borrar tan pronto de la memoria. Habla sin duda de Palestina y de Israel, y del conflicto entre ambos; pero también del sabor de la menta en el té caliente, de los paisajes y los escombros de Cisjordania, de los sonidos y los ruidos. Algunos amigos me dicen que este mundo ya no existe, que ha cambiado en los últimos años. Razón de más para escribir sobre él. Empiezo, pues, por el principio...

Entre el diario de viaje, la crónica periodística y el retablo narrativo, Miguel-Anxo Murado, enviado en 1998 por las Naciones Unidas para colaborar con la Autoridad Palestina, ofrece en Fin de siglo en Palestina, que publica Lengua de Trapo en su colección Desórdenes, un vivo relato descriptivo de la situación que conoció en aquella tierra antigua, a la vez santa y maldita, elegida como cuna de religiones y víctima de todas las plagas bíblicas, lugar sagrado e infierno cotidiano.

Un ejercicio de memoria, de análisis lúcido y de denuncia moral escrito por Miguel-Anxo Murado, que estuvo cinco años allí, fue jefe de comunicación de Belén 2000, participó en la organización de la visita de Juan Pablo II a Tierra Santa y fue testigo de la expectación de los acuerdos de Oslo y la segunda intifada, de una burocracia caótica, de episodios grotescos como la visita de Demis Roussos, que exigía trato protocolario de figura internacional en un Belén en ruinas o desituaciones trágicas como los bombardeos de población civil.

Narrada con mucha soltura y un estilo vivo, directo e irónico, sus capítulos abordan - a veces con distancia, a veces con indignación- las distintas estrategias de supervivencia en aquellos territorios desolados. Y lo hacen con una mezcla de compromiso y de precisión, de escepticismo y de rabia, tomando partido y dando voz a los que no la tienen y asumiendo el deber ético de contar lo que ha visto, al dictado moral de la memoria.


Luis E. Aldave

17 abril 2008

Fragmentos presocráticos


Fragmentos presocráticos.
De Tales a Demócrito.

Introducción, traducción y notas de
Alberto Bernabé.
Alianza Editorial. Madrid, 2008.

Tal vez porque el mundo estaba por descubrir y había que recurrir a la imagen intuitiva, a la conjetura y a la mirada religiosa o mítica más que a la interpretación científica del mundo y del hombre, los presocráticos desarrollaron su pensamiento con una actitud verbal exploratoria más propia de la poesía que de la filosofía que vino después.

No se trata solamente de que esos destellos interpretativos eligieran el verso como forma de expresión. Se trata de algo más profundo que une a través de la imagen a las cosmogonías con las cosmologías y a los líricos arcaicos con aquellos presocráticos de nombres esdrújulos que se llamaban Jenófanes, Heráclito, Diógenes, Parménides, Anaxímenes, Empédocles, Pitágoras, Demócrito o Anaxágoras.

Quizá en ningún otro momento la palabra haya tenido una importancia tan decisiva como herramienta de conocimiento. En dísticos o trímetros yámbicos, estos fragmentos expresan en Parménides el pensamiento revelado procedente de la inspiración, buscan deliberadamente en Heráclito la ambigüedad expresiva o manifiestan la influencia de la tradición homérica en Empédocles en su indagación de la naturaleza, desprecian la charlatanería con aquel Demócrito que fue de los primeros en decir que el hombre es un mundo en miniatura y se dedicó más a la ética que a la interpretación del universo.

Se conservan sólo en textos fragmentarios citados en fuentes secundarias que los recuerdan porque no habían sido pensados para la lectura, sino para la memoria y la recitación.

El respeto de su calidad literaria en la traducción de Alberto Bernabé para Alianza Editorial es uno de los valores añadidos a su selección textual y a sus introducciones sobre cada autor.

Santos Domínguez

15 abril 2008

Narciso Fin de Siglo


Manuel Segade.
Narciso Fin de Siglo.
Melusina. Barcelona, 2008.


El tema del Fin de Siglo es el de la voluntad de ser empecinada en este espacio del ya no. El dibujante decadente Aubrey Beardsley dijo en un banquete, después de atraer la atención general golpeando su copa con un cubierto: «Quiero hablar de un tema interesante: de mí mismo». Stéphane Mallarmé le explicaba en una carta a su amigo Aubanel: «Acabo de gestar el plan para toda mi obra, después de haber hallado la clave de mí mismo». Odilon Redon tituló su diario: À soi-même: journal (1867-1915). Hugo Von Hofmannsthal, en la Carta de Lord Chandos, pone en boca de su alter ego el deseo de escribir una obra inmensa en la que hablar de los mitos con el don de lenguas: «La obra entera se titularía Nosce te ipsum», el «conócete a ti mismo» del mandato délfico. Los creadores del Fin de Siglo asumieron la autoconciencia como requisito previo al acto creador. Todos se miraron dentro, como Narciso contemplaba su reflejo sobre la superficie del agua.

Las palabras son de Manuel Segade y pertenecen a su Narciso Fin de Siglo, que publica Melusina. Un ensayo de historia de la cultura que recorre con rigor y en profundidad la crisis finisecular en la que está la génesis del pensamiento posmoderno.

La literatura, el arte, la filosofía o el teatro fueron algunos de los campos en los que se manifestó esa crisis que cambiaría la cultura contemporánea; Walter Benjamin, Strindberg o Baudelaire son los nombres de sus mejores representantes y en París estuvo el epicentro de aquel profundo terremoto que – como todos los procesos culturales- afectó también a la vida cotidiana, desde la percepción de la autoconciencia en los diarios íntimos a la decoración o las modas indumentarias pasando por la sexualidad, lo esotérico o el consumo de estupefacientes.

La crisis de la razón objetiva y del método naturalista dejó la puerta abierta a un subjetivismo crítico que coincidía con una crisis de la conciencia del sujeto, cada vez más opaco. El irracionalismo, la ensoñación evasiva, la mirada ensimismada en el espejo, el sensorialismo y el yo exhibicionista de este segundo romanticismo son algunas de las actitudes cuyos antecedentes se rastrean en la tradición previa del movimiento romántico. Y sobre todo, aportan claves fundamentales para entender el presente, porque aquel fin de siglo es una parte esencial del discurso de la modernidad.

Entre un Baudelaire que revitalizó el Romanticismo y un Mallarmé que entendió la literatura como instrumento para una explicación órfica del mundo, el espacio cultural donde se produce esa explosión de subjetividad problemática contiene figuras como la de Sarah Bernhardt, Wilde o Alfred Jarry, los dibujos de Aubrey Beardsley o el diario de André Gide, que convierte al personaje mitológico de Narciso y su mirada en el agua en una metáfora del artista.

Subrayadas con un interesantísimo material gráfico que resume aquella sensibilidad, las páginas de este Narciso Fin de Siglo completan un excelente panorama de la cultura finisecular. En ese panorama, descrito con vigor y lucidez por Manuel Segade, los árboles dejan ver el bosque de aquella crisis que presagiaba ya el irracionalismo de entreguerras y los procesos de la posmodernidad.

Santos Domínguez

14 abril 2008

Ganas de hablar


Eduardo Mendicutti.
Ganas de hablar.
Tusquets. Barcelona, 2008.

En La Algaida, el pueblo gaditano de solera señorial tras el que apenas se disimula el Sanlúcar de Barrameda de la juventud del autor, el lugar en que se ambientaba El palomo cojo, Eduardo Mendicutti sitúa su última novela, Ganas de hablar, que publica Tusquets.

Cigala, el protagonista-narrador, es un mariquita de pueblo que a sus 76 años construye un vivísimo monólogo interior, una serie de soliloquios en los que habla incesantemente: con su hermana Antonia, su interlocutora imposible, inválida y senil; con la Fallon, el travesti que la cuida; con Pelayo, un cura moderno y tolerante; con el niño de la Batea, y sobre todo consigo mismo y con su pasado. El lenguaje se convierte de esa manera en un instrumento de supervivencia, en un refugio y en un ajuste de cuentas con el pasado y la realidad, con las persistencias de la agresividad homófoba, con la corrupción urbanística, con los inmigrantes y las pateras.

El factor desencadenante de esos monólogos es que el ayuntamiento de La Algaida quiere dar el nombre de Cigala, que lleva sesenta años años haciendo la manicura a lo mejor de la ciudad, a una calle. Rompiendo todo protocolo, le permiten elegir calle y Cigala se pide la calle Silencio:

Yo sé lo que quiero decir, no es lo mismo rajar un poco sin ton ni son, rajar porque a veces no hay otra manera de seguir adelante, de mantener el tipo, una cosa es eso y otra, hablar de verdad. Por eso he pedido la calle Silencio, ¿sabes? Por eso se me ha puesto en el pestiño que me la den, aunque Purita Mansero entre en alferecía crónica. Por eso. Para llenarla ahora de todo lo que no me han dejado decir, o de todo lo que no me he dado maña para decir. Por eso la elegí.

Esa es la raíz del escándalo, porque es la calle por la que procesiona los Miércoles Santos la Cofradía del Cristo del Silencio. El mariquita extrovertido y lenguaraz quiere ser una alternativa al silencio y a muchos años de disimulos y ocultaciones y se convierte en portavoz de otras víctimas de la historia que también han tenido que callar. Con su voz se expresan otras víctimas de un silencio impuesto que los condena a la marginalidad. De esa manera, Cigala hace en sus soliloquios una denuncia de la hipocresía y el clasismo de una sociedad en la que siempre ha habido homosexuales como él, aunque disfrazados de machirulos de catálogo, de señores de misa diaria, de eminencias reverendísimas, de respetadísimos padres de familia numerosa.

Ganas de hablar tiene en La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, y en Legionaria y Las mil noches de Hortensia Romero, de Fernando Quiñones, dos modelos de novelas levantadas sobre monólogos de nivel coloquial. Como en esas referencias magistrales, aquí también la palabra acaba convirtiéndose en protagonista de la novela y en el principal soporte de la historia.

La novela avanza con la fluidez de la lengua conversacional, captada por el buen oído de un Mendicutti que, como esos referentes cercanos que acabo de citar, reivindica la dignidad literaria y la expresividad del andaluz del coloquio, tan real y vivo como diferente del andaluz impostado y falso de los Quintero o de Pemán.

Como Juanita Narboni, como Hortensia Romero, el personaje es su estilo, está hecho de dentro hacia fuera como una creación que se individualiza y se perfila en su manera de vivir en el lenguaje, en la conversación o en el monólogo.

Eduardo Mendicutti reúne como en otras novelas suyas, humor y hondura, tragedia y comedia en el protagonista que practica en su hablar incesante una variante del silencio, otra forma más de esconder la realidad detrás de las palabras, hablando como una muda, como se ve a veces el propio Cigala:

Miles de veces, cuando me lío como ahora a hablar para mis adentros, se me ocurre que a lo mejor, de verdad, me he pasado la vida hablando como una muda, y yo me entiendo.

Con esa coexistencia de lo cómico y lo trágico, del calvario y la pascua florida, la novela se va ensombreciendo a medida que avanza. Y entonces se entiende que el título, Ganas de hablar, es además de un desquite, un desahogo contra ese silencio que se come el aire y sabe a sangre.

Pero es una expansión amarga, el monólogo de un ser solo, un soliloquio que no tiene repercusiones en la realidad y se reduce a esos desahogos verbales que son sólo eso: las ganas de hablar de Cigala, con las que Eduardo Mendicutti ha construido una de sus mejores novelas.

Santos Domínguez

12 abril 2008

Pulir huesos


Pulir huesos.
Veintitrés poetas latinoamericanos.

(1950-1965)
Selección y prólogo de Eduardo Milán.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007.


1950 es un año clave en la poesía latinoamericana. En esa fecha, la publicación de los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra marca una línea de separación, un antes y un después en su desarrollo. La segunda mitad del siglo XX está marcada en ese continente poético por la influencia transgresora de la antipoesía y el concretismo.

En Pulir huesos, la amplia antología que publica Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, el poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán ha hecho una selección de veintitrés poetas latinoamericanos nacidos entre 1950 y 1965. Una selección que huye por igual de las simplificaciones reduccionistas y de los prejuicios sectarios y hace una propuesta personal que refleja la diversidad de tendencias estilísticas, la poesía radical en su ímpetu visionario o en la fuerza de su materia coloquial que estos autores empezaron a publicar a finales de los 70.

Tarea arriesgada y compleja porque explora un territorio literario muy extenso y heterogéneo, en el que hay dos rasgos unitarios: el criterio cronológico y la pertenencia a una tradición común fundada por Darío, una tradición que se decanta en las vanguardias con Vallejo, Huidobro, Neruda y Lezama para ascender a esas dos cimas que se llaman Nicanor Parra y Octavio Paz, de quien toma título esta antología ( Hablar/mientras otros trabajan/es pulir huesos).

Eduardo Milán ha recogido un muestrario poético de autores latinoamericanos unidos por la calidad con la que resuelven el conflicto radical entre lenguaje y mundo. Una radicalidad que afecta a la forma y al fondo, que además de estética es ética, porque como explicó Wittgenstein lo ético es arremeter contra los límites del lenguaje.

El prólogo que ha escrito para Pulir huesos va más allá de la presentación de los autores o la justificación del seleccionador. Es la declaración explícita de una apuesta por la variación, la introducción a una summa de textos que completan un mapa poético o el verdadero rostro de la poesía latinoamericana actual, con nombres y libros poco conocidos en España, pero que en todo caso reflejan un cambio de modelos y referencias literarias.

Lo ha explicado el propio Eduardo Milán:

Si uno se atreve a mirar el denso, tupido, no tan simpático rostro real de América Latina, puede encontrar –creciente, no precisamente intacto, tocado, para ser preciso– su rostro poético. De ese desafío, un botón de muestra, amplia y a la vez (dis)cernida, de su veracidad.

Ese rostro veraz une en una imagen compleja del presente talento y novedad, variedad técnica y temática, barroquismo y vanguardia, meditación y coloquio, ambición cosmológica y combatividad política.

La poesía fuera de lugar y del tiempo de Paulo de Jolly, el coloquialismo estricto de Roberto Appratto, Mario Arteca y Fabián Casas, la meditación visionaria de Jorge Fernández Granados, la resonancia de la vanguardia en Enrique Bacci y Hebert Benítez Pezzolano, la épica crítica de Diego Maquieira, las emergencias de lo órfico en Roger Santiváñez, la mezcla de delirio y realidad en Maurizio Medo, lo neobarroco en Laura Solórzano, el accionar poético de la lectura en la escritura de Reynaldo Jiménez, la insularidad de la poesía de Rolando Sánchez Mejías, la aventura exploratoria de la palabra en Mario Montalbetti o la vocación contemplativa de Magdalena Chocano, la batalla por la forma en Julio Eutiquio Sarabia que es construcción barroca en Roberto Rico, el dolorido sentir cósmico y temporal de Josu Landa, el encuentro de la intimidad y el mundo exterior en Edgardo Dobry, la experiencia doble de vida y lectura en Tedi López Mills, Silvia Eugenia Castillero y su exploración de los límites, la conversación transcendente y el tono religioso de Francisco Magaña, la poesía como alternativa al caos en Eduardo Hurtado...

Todo eso cabe en esta magnífica antología, generosa en páginas y abierta a la convivencia de distintas direcciones poéticas que dan cuenta de la vitalidad literaria de Latinoamérica.


Santos Domínguez

11 abril 2008

El infinito viajar


Claudio Magris.
El infinito viajar.
Traducción de Pilar García Colmenarejo.
Anagrama. Barcelona, 2008.


Veinte años después de que se publicara la traducción española de El Danubio, Claudio Magris reúne en El infinito viajar casi cuarenta crónicas de viaje que publicó en el Corriere della Sera entre 1981 y 2004.

Organizadas en libro según un criterio espacial y no cronológico, las edita Anagrama con traducción de Pilar García Colmenarejo y precedidas de un prefacio de 2005 en el que Magris elabora un lúcido ensayo sobre la materia y la forma de la literatura viajera, una teoría del viaje como forma de aprender a no ser nadie.

Y de la misma manera que el viaje es una travesía de fronteras físicas, políticas o culturales, el texto que refleja esa experiencia itinerante disuelve otras fronteras: las que separan los géneros literarios, de manera que relato, ensayo y libro de viajes se funden en una nueva forma mestiza en la que se suceden la descripción del itinerario y la reflexión moral, la digresión, la parada o el desvío que busca el centro del viajero.

Un viajero que huye en un infinito viajar hacia adelante. Y es que Magris contrapone el viaje clásico y circular de los héroes homéricos o de Don Quijote, que tienen como meta el regreso, al viaje nietzscheano, rectilíneo y siempre hacia adelante, como el viaje infinito de los personajes de Musil, un camino sin retorno hacia el descubrimiento de que no hay, no puede ni debe haber un retorno. Un antiguo viajero árabe, Abul Qasim, lo dejó escrito hace muchos siglos: El viaje verdadero consiste en no volver.

Se trata de dos modalidades existenciales del que viaja: el que lo hace consigo mismo y su pasado y el que en su viaje hacia adelante se desprende de su historia y su identidad.

Literatura y viaje, pues, pero también geografía e historia, espacio y tiempo, porque -como explica Magris- el libro de viajes practica una arqueología del paisaje. Desde España hasta Irán, China o Vietnam, desde los apuntes del camino de Don Quijote (Argamasilla, El Toboso, Villanueva de los Infantes) a las habitaciones de San Petersburgo en las que Dostoievski escribió Crimen y castigo, la mirada de Magris retiene el Madrid de los Austrias y un Spoon River de personajes santanderinos pintorescos, ocupa los pupitres ingleses como discípulo de un curso intensivo, recuerda la literatura del archipiélago de las Scilly y evoca una primavera en Istria o unos autómatas musicales en Zagreb.

Literatura y viaje organizados por una mirada tan profunda como la que se puede esperar del autor de El Danubio, un viajero que camina hacia adelante y mira hacia dentro del paisaje y de sí mismo para conocerse:

A veces es como si el viajero resurgiera del agujero negro de su personalidad y se quedase casi sorprendido de la dirección en la que le llevan sus pasos, revelándole patrias del corazón antes desconocidas para él. Le voyage, dijo un loco parisino, pour connaître ma géographie.

Santos Domínguez

10 abril 2008

Antología rota de León Felipe


León Felipe.
Antología rota.
Edición de Miguel Galindo.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2008.



Distante por igual, no equidistante, del Modernismo y las vanguardias, León Felipe (1884-1968) tuvo mucho de francotirador en su vida y en su obra.

Antes de convertirse en español del éxodo y el llanto, en uno de los símbolos de la España peregrina, desorientó a críticos como Luis Cernuda, que apreciaba su poesía y lo situó, junto con Moreno Villa y Gómez de la Serna –tan diferentes- en un momento de transición no se sabe muy bien hacia qué ni desde dónde.

La tragedia del poeta zamorano – escribe Miguel Galindo en su espléndida introducción- fue vivir como Jonás dos mundos: el de las aguas amargas del exilio y el dulce reposo del orden instituido; la cárcel y la restitución de su honor; la farmacia y la poesía; España y América.

Ese desgarro existencial de León Felipe es también uno de los ejes esenciales de su Antología rota, que apareció en Buenos Aires en 1947 y se recupera en esta edición de Cátedra Letras Hispánicas con las adiciones de 1957 (la sección Nuevos poemas) y de 1974, en que se tituló ya Nueva antología rota.

La Antología rota se publicó en Pleamar en la colección Mirto que dirigía Alberti y llevaba un epílogo de Guillermo de Torre que se reproduce también en esta edición anotada. En ese texto (Itinerario poético-vital de León Felipe), De Torre destacaba como clave del autor la equivalencia, enraizada en Whitman, entre biografía, poesía y destino.

Notario de la realidad y profeta visionario, poeta áspero y emocionado, afincado en la materia terrosa del camino y con voluntad prometeica, errante y solitario, entre el canto y la blasfemia, entre la desolación y la esperanza, de oralidad y cercanía, de tono destemplado o amargo:

Yo no puedo tener un verso dulce
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.

A la infrecuente mezcla de farmacia y poesía, León Felipe sumó la determinación de un camino propio, con idas y venidas, atajos y rodeos en sus peregrinaciones por territorios temáticos y tendencias estilísticas.

Felipe, claridad, y León, fuerte, decía Aleixandre de este poeta severo y esta poesía desdeñosa del adorno.

Como en Whitman, quien pasa las páginas de este libro toca a un hombre, porque en León Felipe es crucial la identificación de la poesía con el hombre y la dialéctica poética del mundo, interpretado en una clave simbólica, la del gusano transformado en mariposa:

Éste es el milagro, el brinco prodigioso que a mí me ha sostenido sobre la tierra..., esto es lo que más me ha maravillado de todo cuanto he visto en el mundo... Éste es el asombro mayor que ha presenciado mi consciencia... Y yo digo que un gusano transformado en mariposa es mucho más asombroso que la rotación matemática y musical de las esferas siderales. Todo el mundo se mueve con un rodar de noria dentro de un circulo cerrado... la serpiente se chupa el caramelo de la cola... la Tierra rueda y se repite... la historia es siempre "el dulce y egoísta cuento de la rosquilla"... Todo marcha y vuelve en una dialéctica cerrada y fatal... Pero el gusano tiene una dialéctica poética... el gusano se convierte en mariposa.

Cuando preparó esta Antología rota, que llevaba unas ilustraciones que desaparecieron en la edición de Losada de 1957 y se recuperan ahora en el mismo lugar del original, León Felipe miraba más hacia el futuro que hacia el pasado, buscaba la luz desde las tinieblas, con la esperanza de que ganaría la luz, aunque sabía que cada poema es un testamento:

Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde no hay disputas ni con el canónigo ni con el regidor. Donde no hay política. A la hora de la muerte, no hay política. Ni polémica tampoco. Polémica, ¿contra quién? Como no sea contra Dios... Porque delante del poeta no están más que el misterio, la Tragedia y Dios. Detrás quedan los obispos y los comisarios. Y para tener polémica con ellos tendrían que dar un paso hacia adelante y tirar la mitra y los galones. El poeta va descubierto y sin adjetivos. Es el hombre desnudo que habla y pregunta en la montaña, sin que le espere ya nadie en la ciudad. Habla siempre dentro del círculo de la muerte y lo que dice, lo dice como si fuese la última palabra que tuviera que pronunciar. La muerte está tumbada a sus pies cuando escribe, esperando a que concluya. Y cuando ya no tenga nada que decir, nada que confesar, la muerte se pondrá de pie y le dirá, cogiéndole del brazo: ¡Vámonos!


Santos Domínguez