11 febrero 2008

Sombras


Ángeles Vicente.
Sombras. Cuentos psíquicos.
Edición y prólogo de Ángela Ena Bordonada.
Rescatados Lengua de Trapo. Madrid, 2008.



Sola en mi habitación, hasta donde llegan los últimos rumores de la noche, estoy enferma y triste pensando en amargas y lúgubres quimeras, y haciendo el análisis de mi vida, queriendo descifrar el enigma de mis pensamientos. En mi corazón se refleja como en un espejo la ansiedad de mi dolor, que me parece el espectro de un sueño. ¿Qué grito de ignorada boca sale de la profundidad de mi alma? ¿Qué vanas quimeras flotan a mi alrededor? ¿Qué palpitaciones de un mundo invisible siento como si lucharan exhaustas? ¿Quiénes son los vencidos en el ansia de la liberación? ¿Qué desvarío es este? ¿Qué me sucede? ¿Qué busco? ¿Qué quiero? ¿Por qué esta depresión de alma? ¿Por qué este deseo de buscar siempre algo nuevo? Cuanto me rodea, me aburre.


Así comienza Sombras, el primero de los catorce cuentos psíquicos que Ángeles Vicente (Murcia, 1878) reunió en un volumen aparecido en 1911 en la casa editorial de Fernando Fe. Lengua de Trapo los rescata con edición y prólogo de Ángela Ena Bordonada, que se ocupó de editar en esta misma editorial Zezé, una novela erótica sorprendente y desenfadada. En ella una Ángeles Vicente adelantada a su tiempo mostró la sexualidad femenina desde una perspectiva inédita por entonces: la de la propia mujer.

Aparte de cierto tufillo estilístico de época, esas primeras líneas de Sombras muestran las claves del libro: la mirada femenina, lo desconocido, el sentido de la realidad y la existencia.

A esa búsqueda de respuestas responde la acumulación de interrogaciones, el signo de una época de crisis en la cultura europea. Las décadas de transición del XIX al XX fueron años de desorientación de los que surgieron la mentalidad y la literatura contemporáneas.

En esos años críticos y desorientados escribió su obra narrativa –dos novelas y dos tomos de cuentos- Ángeles Vicente. En ella proyectó su mentalidad progresista a través de unos textos que son el resultado de las tendencias irracionalistas que sucedieron al exceso naturalista y al culto extremo al dato verificable que sustentaba aquella técnica.

Estos cuentos psíquicos abordan las limitaciones de la razón, el campo vedado a la lógica que exploran estos relatos en los que las patologías mentales y los elementos fantásticos conviven con planteamientos avanzados y la reivindicación feminista con lo sobrenatural, los sueños o la noche.

Un reseñista anónimo que no había visto este libro ni por el forro lo saludó en ABC como la expresión de una escritora cálida, realista y apasionada. Nada de eso, ninguna de esas tres cosas, existe en estos cuentos que abordan la cara oculta de la realidad, la crítica social o el anticlericalismo, la parodia del espiritismo o la defensa de la cultura, la educación y el progreso.

Aparte del que da título al volumen, relatos como El huerto encantado, La última aventura de don Juan o Algunos fenómenos psíquicos de mi vida, en los que la crítica social es compatible con la literatura fantástica, revelan a una escritora con apreciables dotes para el manejo de la intriga y los personajes.

Santos Domínguez


10 febrero 2008

Antes del eclipse


Rafael-José Díaz.
Antes del eclipse (2003-2005).
Pre-Textos Poesía. Valencia, 2007.


El poeta (al menos el poeta que yo desearía ser) escribe siempre en los bordes del sueño: en la incertidumbre del adormecimiento o en la lenta resurrección del despertar; en la encrucijada de los caminos; en la oscuridad de la noche irrigada de estrellas; junto a las tumbas de los muertos, frente a esa última morada que es a veces la luz crujiente del mediodía; en habitaciones vacías asediadas de pronto por remotos recuerdos; bajo acantilados extasiados ante los pliegues de un mar inaccesible; en medio del bramido de un viento que desgasta y desnuda las palabras. El poeta (al menos el poeta que yo desearía ser) habita desde el principio los límites difusos de un umbral en el que las palabras se adelgazan para cruzar silenciosas entre la vida y la muerte.

En esas líneas esclarecedoras resume su poética Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971), un poeta del que ya tuvimos ocasión de admirar en estas páginas su traducción de la poesía de Hermann Broch y que acaba de publicar en Pre-Textos Antes del eclipse, un libro de poemas escrito entre 2003 y 2005.

El sueño y la creatividad poética, semejantes en misterio, imágenes y fragmentaciones, se unen en este libro abierto, visionario y controlado a la vez, que entre la racionalidad y la irracionalidad es una apuesta arriesgada por el lenguaje y tiene como una de sus claves la variedad formal - del fragmento breve al poema en prosa en el que la palabra fluye más libre, del texto lírico al narrativo- y la diversidad de temas y tonos, desde la angustia introspectiva a la apertura hacia el paisaje.

El equilibrio de todos esos factores, de esas fuerzas dispares convocadas en Antes del eclipse, se concreta en la cuidada arquitectura que organiza las siete secciones del libro.

La insularidad de esta poesía modela la forma de mirar hacia fuera, hacia el espacio que limita la isla y define su contorno. Poesía corporal en la que la naturaleza es objeto del diálogo del cuerpo propio con otros cuerpos, con los recuerdos o los sueños, y la experiencia amorosa se concibe como forma de conocimiento de uno mismo, del otro y de lo otro, de los límites de las playas y la altura del volcán.

Detrás de estas palabras hubo un cuerpo
que se eclipsó un instante y espera, algún día, regresar.

Y en todo el libro, frágiles y persistentes, el viento, el agua y la piel, la luz y el silencio, la inmóvil tranquilidad de la mirada que asume el misterio que proyectan las cosas o surge del interior del poeta:

El primer volador fue la señal:
se acababa este instante inesperado.
Dejaron de pasar las nubes
y la luna extremaba su luz contra el eclipse.
Vi que un gato, asustado,
corría a protegerse bajo un coche.
Yo entré en casa, cené. Luego vino el poema.

Ese espacio misterioso en el que la mirada interrogativa del poeta se encuentra con el mundo y lo interpreta es el lugar del sueño, el espacio natural del poema como iluminación de la realidad o de la memoria, el territorio de la incertidumbre:

Pero tal vez no he visto nada- escribe el poeta en uno de los textos- y es sólo la palabra que sueña.



Santos Domínguez

08 febrero 2008

Arroyo


Emilio Ruiz Barrachina.
Arroyo.
Sial Ediciones. Madrid, 2007.


Como una conversación con los muertos (“porque de ellos es el reino de la palabra”) se plantea Arroyo, el último libro de poesía de Emilio Ruiz Barrachina.

Un libro complementario de su excelente documental Lorca. El mar deja de moverse, del que es prolongación y profundización, como señala Manuel Rico en un prólogo de significativo título: Una conversación, un libro, un poema.

Esas tres cosas es simultáneamente este Arroyo por cuyo cauce transitan Lorca y Luis Rosales, Joaquín Amigo, Félix Grande o Francisca Aguirre, convocados en una sola emoción por este intenso poema narrativo construido con personas, poetas y palabras sobre los que se reconstruye la memoria.

El pasado y el presente, el entonces y el ahora, el allí y el aquí, la vida y la muerte se funden en la imagen del arroyo, del fluir de los recuerdos y las emociones, en un transcurso que se sucede a sí mismo en tramos soleados o sombríos, en pasajes de agua remansada o en remolinos turbios en una vieja imagen de la vida.

El asesinato, la calumnia, la infancia y noche, la orfandad y el dolor de las humillaciones transcurren en ese arroyo que reúne todas esas voces con sus historias, revelación e indagación alrededor de una mesa en la que se sientan la rabia y el recuerdo para ver fluir las palabras y para ejercer la compasión que es pasión compartida, porque, como se dice en un verso memorable del libro,

la frase de un amigo es la Memoria

Santos Domínguez

Historia de la literatura latina


Carmen Codoñer (ed.)
Historia de la literatura latina.
Cátedra. Madrid, 2007.



En su monumental colección Historias de la literatura y Cronologías, Cátedra reedita, diez años después de su primera edición, la Historia de la literatura latina coordinada por Carmen Codoñer y en la que se dieron cita más de veinte autores para ofrecer una panorámica rigurosa de la literatura latina entre el siglo III a. C. y el siglo IV d. C.

La mayoría de los colaboradores son catedráticos de Latín en distintas universidades españolas. Personalidades como Antonio Fontán, Francisco Lisi o la propia coordinadora del volumen colaboran en este manual que se organiza alrededor de dos ejes cronológicos: la literatura de la época republicana y augústea y la literatura de época imperial.

En torno a esas dos grandes épocas de la literatura clásica, cada uno de los autores ha sido objeto de estudio por parte de un acreditado especialista, que a veces - como en el caso de Virgilio, Séneca o Apuleyo- comparte tarea con otros profesores para afrontar su literatura desde distintas perspectivas temáticas o estilísticas.

Como no podía ser de otra manera, el esquema organizativo es el clásico de un manual de referencia como este: combinando el criterio cronológico con la diferenciación genérica entre poesía y prosa, se abordan en sus páginas los distintos géneros literarios desde diversos enfoques críticos.

Los orígenes del teatro y el desarrollo de la comedia y la tragedia, los poetas mayores de Lucrecio a Virgilio, de Catulo a Horacio o a Ovidio; los grandes prosistas, entre la historiografía de César o Salustio y las epístolas de Cicerón; la sátira de Persio y Juvenal o los epigramas de Marcial en una época imperial fecunda en prosistas como Séneca, Petronio y Tácito, Suetonio o Apuleyo.

Nombres que representan las alturas más destacadas de esa cordillera que llamamos literatura latina.

José A. Acosta

06 febrero 2008

El descubrimiento del espíritu


Bruno Snell.
El descubrimiento del espíritu.
Traducción de Joan Fontcuberta.
Acantilado. Barcelona, 2008.



Acantilado publica, con traducción de Joan Fontcuberta, El descubrimiento del espíritu, un monumental ensayo en el que Bruno Snell (1896-1987), uno de los más importantes helenistas del siglo XX, aborda la génesis del pensamiento europeo en los griegos.

Publicado por primera vez en 1946 y sometido a sucesivas revisiones, Snell debe gran parte de su prestigio a este libro convertido ya en un clásico de la historia de las ideas. El descubrimiento del espíritu, que une en su enfoque los saberes antropológicos, la filosofía y la lingüística, consta en su edición definitiva de diecisiete capítulos que son el resultado de muchos años de estudio sobre las bases de la civilización europea, y de un epílogo añadido en 1974 acerca de aquellos puntos que habían suscitado más polémica.

En Grecia surgieron concepciones del hombre y de su pensamiento que determinaron el futuro desarrollo europeo.

Este es el punto de partida de un estudio en el que, desde la idea del hombre en Homero hasta el descubrimiento del paisaje espiritual de la Arcadia ya con Virgilio en el 42 a. C., Snell rastrea la épica, la lírica, la tragedia y la filosofía para analizar la aparición de la ética y la ciencia, la relación entre el mito y la realidad, el paso del pensamiento mágico al pensamiento lógico:

La contradicción interna por la que, desde hace un siglo y medio, llamamos «humanidades» a los estudios sobre la Antigüedad griega, esto es, un período para el que el hombre no era tenido particularmente en gran valor, revela que aquí ha habido una confusión y corremos el peligro de caer en la trampa de los tópicos; la única manera de resolverla será una reflexión histórica que tal vez nos haga ver que la contradicción señalada tiene una causa objetiva que conviene tomar en serio y obedece a cuestiones candentes. De vez en cuando se oye decir que los griegos, en su arte clásico, no representaron al hombre con sus contingencias, sino al «hombre en sí», la «idea del hombre», como se diría quizá platónicamente. Pero esta manera de hablar no es griega y mucho menos platónica. Jamás un griego habló en serio de la idea del hombre. Platón la evoca una sola vez en broma, asociándola a la idea del fuego y del agua, seguida de la idea del cabello, la suciedad y el cieno (Parménides, 130 c). Si se quiere describir las estatuas del siglo V con palabras de la época, se puede decir que representan personas bellas o perfectas o también «semejantes a los dioses», para utilizar una expresión utilizada con frecuencia en la antigua poesía lírica para ensalzar a alguien. La norma y los valores radican todavía para Platón en lo divino, no en lo humano.

La constitución de ese pensamiento, que se proyecta en la filosofía y la ciencia, es el resultado de un largo proceso histórico que se manifiesta en la evolución de las ideas filosóficas y en la literatura y dará como resultado una nueva concepción del hombre. Épica, lírica arcaica, drama y filosofía son las etapas de ese proceso de descubrimiento del espíritu entre la intuición mítica o el destello poético y la formación del pensamiento lógico.

Desde Homero, que representa el primitivo pensamiento europeo y no tenía conciencia del espíritu ni del carácter de sus personajes, a las manifestaciones de la gran poesía lírica y trágica, y de la tragedia a la filosofía, Snell combina en los capítulos del libro el seguimiento histórico y la sistematización del proceso de construcción del pensamiento, la conciencia histórica o la formalización de la cultura.

Un Snell riguroso, apoyado en una ejemplar y fecunda colaboración metodológica de filosofía y filología, explora la lenta configuración de los principios éticos y estéticos de la civilización occidental y los fundamentos del pensamiento griego.

Desde la escasa abstracción de la lengua homérica y el griego primitivo hasta la formación de los conceptos científicos, se recorre aquí el largo camino que va de la comparación o la metáfora que son las claves estilísticas del mito hasta la deducción y la analogía que están en la raíz del pensamiento científico y filosófico.

Fue un proceso largo, más una conquista que un descubrimiento, en el que el hombre va adquiriendo progresivamente conciencia de sí mismo y de la realidad y sustituye a los dioses olímpicos por su propia responsabilidad moral.

Los géneros literarios, sucesivos y no coexistentes en Grecia, dan cuenta de esa evolución que arranca de la epopeya en la que el hombre aún actúa por dictado de los dioses y pasa por la lírica en la que se expresa ya la individualidad. Y del himno a la tragedia y a la muerte del mito en Eurípides. Poco después Aristófanes firmaba el acta de defunción de la tragedia a manos de la filosofía y de Sócrates, el más prosaico de los griegos.

No era el final del camino. Poetas posfilosóficos como Calímaco completaron aquella aventura cuando antepusieron la sabiduría poética a la filosófica.

Santos Domínguez

05 febrero 2008

Ellos


Juan Ramón Jiménez.
Ellos.
Edición de José Antonio Expósito.
Ediciones Linteo. Orense, 2006.

ELLOS
En mi alma son igualessus luces, pero a todos los distingoigual que a las estrellas...Todos están, en mi alma,sin número. Sé cuántos son y quiénes,como el pastor sin letra,conoce, oveja por oveja, todo su rebaño,con su alma viva y amorosa.

Cuando se celebraba hace dos años el cincuentenario del Nobel de Juan Ramón Jiménez, la editorial Linteo publicó Ellos, un libro inédito que Juan Ramón dedicaba a su madre (Madre Pura), a su hermano Eustaquio (Que mi madre y mi hermano queden, después de mi muerte, inmortales) y a las afinidades elegidas como sus amigos.

Moguer, la madre y los hermanos constituyen el paisaje humano de un libro que Juan Ramón Jiménez no vio publicado completo, aunque era un antiguo proyecto que el poeta mencionaba ya en 1902, que estaba organizando en abril de 1931 según recoge Juan Guerrero en Juan Ramón de viva voz y del que publicó cuatro poemas sueltos en las antologías Segunda y Tercera.

Está en Ellos, rescatado y cercano, un Juan Ramón familiar y doméstico, el Juan Ramón culminante de su primera época y el incipiente que en torno a 1916 se decanta por la poesía pura de su época intelectual.

Por eso este libro, además de su valor humano, tiene un valor literario indiscutible como reunión de tendencias estéticas, desde el soneto que entronca con los Sonetos espirituales a la poesía depurada y desnuda y al poema en prosa del Diario de un poeta reciencasado, para encauzar las constantes temáticas de su poesía (el tiempo, la muerte, el amor o el paisaje).

El autor de la edición crítica, José Antonio Expósito, reunió ochenta y seis poemas y los organizó en las dos secciones previstas por Juan Ramón, una dedicada a sus hermanos ( A ellos) y otra que tiene como referente a su madre (A la vejez amada); escribió un prólogo y unas notas que daban entera noticia del libro y de su construcción como parte de la obra en marcha de Juan Ramón. Añadía once fotografías inéditas del álbum familiar y, además de ese material gráfico abundante y valioso, reproducía poemas manuscritos, notas y anotaciones del poeta sobre los mecanoscritos que le pasaba en limpio Zenobia.

De esos textos dispersos, que aparecieron esporádicamente en revistas y publicaciones de muy poca circulación y hoy inencontrables, veintidós son rigurosamente inéditos. Juan Ramón no descartó nunca este proyecto de un libro de familia, para el que tenía pensada la portadilla y la tipografía del libro, escrito y reescrito entre 1916 y 1925. Las inacabables idas y venidas con su obra, la obsesiva corrección, la revisión constante de los textos frustraron como en tantas otras ocasiones este proyecto que vio la luz gracias al esfuerzo de José Antonio Expósito y al apoyo de la editorial Linteo, que un año después volvieron a unirse en la edición de otro inédito juanramoniano, los Libros de amor.

Cuando se cumplen los cincuenta años de la muerte de Juan Ramón. esta edición de Ellos quedará como una de las aportaciones fundamentales de los últimos años al conocimiento de su obra.


Santos Domínguez

01 febrero 2008

Los siete ahorcados


Leonid Andreiev.
Los siete ahorcados.
Traducción de Rafael Torres.
El Olivo Azul. Sevilla, 2007


Es la tarjeta de presentación de la editorial El Olivo Azul, que nace en Sevilla con la idea de editar libros singulares de autores -grandes, oscuros, invisibles, felices y torturados- de la literatura europea moderna y contemporánea.

Quizá con la única excepción de la felicidad, casi todas esas condiciones las cumple Leonid Andreiev (1871-1919), del que Narrativas del Olivo Azul publica dos novelas cortas, Los siete ahorcados y Un pensamiento, con excelentes traducciones de Rafael Torres.

Novelas cortas, pero de intensidad inusual, que exploran la zona oscura de unas vidas al límite, en la frontera de la muerte y de la locura a través de unos personajes que se mueven entre la lucidez y la brutalidad animal.

En Los siete ahorcados, cinco terroristas lanzadores de bombas y dos campesinos, delincuentes comunes, esperan la ejecución de su sentencia en la horca y recorren el espacio físico y moral que separa la sala de juicios de la celda y esta del patíbulo. En esa travesía, lo espacial se diluye y se convierte en un itinerario moral marcado por el tiempo, la piedad o el odio.

Entre el activista y el bandido, entre el idealista y la instintiva pulsión bestial, lo insoportable de esas situaciones extremas es el conocimiento de los plazos, la fijación de una fecha y una hora. Por eso tiene tanta importancia la espléndida descripción inicial del estado de ánimo del ministro al que se dirigía el atentado frustrado. La desazón se la produce la información de la hora a la que estaba prevista su muerte: la una en punto de la tarde.

Escrita en 1909, Los siete ahorcados es una novela de interiores en la que el espacio de la celda, el interior de la conciencia o el tiempo interior se superponen para construir una reflexión sobre la existencia. Una reflexión intensa que no da tregua al lector en la indagación de esas siete vidas ante la inminencia de la muerte: la fuerza de las situaciones, la dosificación de la materia narrativa en capítulos breves que concentran su tensión, la mirada introspectiva sobre la tenebrosa condición humana, son algunos de los rasgos de una narración que, dedicada a Tolstoi, tiene una evidente relación con la profundidad atormentada de Dostoievski.

Un pensamiento, la novela corta que completa esta edición, es una narración más temprana, en donde la influencia del maestro de Petersburgo se emparenta con el Poe de La caída de la casa Usher. En ella, a través de ocho cartas asistimos al monólogo de Kerzentshev, un médico asesino que reflexiona sobre sus crímenes en la frontera de la conciencia, entre la cordura y la locura, en otro descenso a la zona oscura de la maquinación y la maldad del criminal.

Más que su dudosa condición profética, lo que hace de Andreiev un autor importante –inmenso escritor lo llamó Kundera- es la actualidad de su mirada, que permite leerlo como un contemporáneo profundo y riguroso.

Un escritor rigurosamente contemporáneo que parece escribir desde la otra orilla, desde la nieve y la lucidez.

Santos Domínguez

31 enero 2008

Cuadernos de Valéry


Paul Valéry.
Cuadernos (1894-1945).
Selección e introducción de
Andrés Sánchez Robayna.
Traducción de Maryse Privat,
Fátima Sainz y
Andrés Sánchez Robayna.
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. Barcelona, 2007.

Paul Valéry dejó a su muerte 261 cuadernos que había empezado a escribir en 1894 como resultado de una crisis de creatividad que le llevó a pensar que no estaba a la altura de Rimbaud o Mallarmé y a abandonar temporalmente la poesía.

Lo que empezó como una mera válvula de escape se convirtió primero en una costumbre y luego en un admirable vicio creativo. Durante más de medio siglo, hasta el mismo año de su muerte en 1945, Valéry escribió estos Cuadernos "entre la lámpara y el sol." Se publicaron póstumamente en Francia en edición facsímil de 29 tomos y 26.600 páginas que son el testimonio de su curiosidad intelectual y su voluntad de conocimiento.

En España Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publica ahora una amplia selección, preparada por Andrés Sánchez Robayna, de estos Cuadernos que son el deslumbrante diario intelectual de Valéry.

Emparentados con los Fragmentos de Novalis y con el Zibaldone de Leopardi, en sus páginas hay materiales muy diversos, que expresan en su variedad la riqueza del mundo intelectual, literario y humano de Valéry: aforismos, poemas en prosa, dibujos, fórmulas matemáticas, disquisiciones filosóficas, ideas sobre arte y estética, apuntes psicológicos, reflexiones políticas, biográficas, de crítica literaria o sociología son algunas muestras estos "pensamientos del alba", como los llamó Valéry.

Al alba, un hombre piensa, escribe y dibuja, como recuerda Sánchez Robayna en su introducción. Textos y temas que rectifican la imagen de un poeta cerebral, puro y distante al que estábamos acostumbrados, para situarnos ante un pensador lúcido del que dijo Octavio Paz que era el gran filósofo francés de su época y el de influencia más persistente.

Hay en los Cuadernos, además de la previsible meditación de un escritor sobre sus procesos creadores, sobre la función de la poesía y la reflexión estética o ética sobre la literatura o el arte, una exploración amplísima de la realidad, una visión del mundo elaborada con múltiples materiales ( borradores y notas, apuntes y reflexiones, destellos y chispazos) sobre múltiples materias (Filosofía y Matemáticas, Memoria y Tiempo, Sueño y Conciencia, Ciencia y Política...) hasta completar los 31 apartados en los que se estructura temáticamente el conjunto, un intento de acotar el material amplio y disperso de estos Cuadernos que son muchas cosas a la vez: el taller de escritura de un creador excepcional, el diario intelectual de una mente inquieta, la enciclopedia íntima de un hombre curioso, un repertorio filosófico, la summa de un pensamiento radicalmente libre... La construcción, en definitiva, de una imagen coherente y compleja del mundo.

Creación y reflexión, pensamiento en marcha e iluminaciones que surgen de los tanteos del borrador, vicio y oficio de Penélope, testimonio de los procesos creativos y mentales de aquel cerebro siempre en vigilia (como el de Poe según Baudelaire) que causaron la admiración incondicional de intelectuales solventes como Octavio Paz, Theodor W. Adorno o T. S. Eliot, que reconocieron su lucidez y su poderío intelectual.


Santos Domínguez

30 enero 2008

Los futuros del libro


Joaquín Rodríguez.
Edición 2.0. Los futuros del libro.
Prólogo de Sergio Vila-Sanjuán.
Melusina Circular. Barcelona, 2007.


Joaquín Rodríguez, sociólogo y director de la revista Archipiélago, acaba de recopilar gran parte de los artículos que componen su blog Los futuros del libro en un volumen, Edición 2.0. Los futuros del libro, que publica Melusina con prólogo de Sergio Vila-Sanjuán.

Su blog, dedicado a la reflexión editorial, tiene como punto de partida esta declaración inicial:

El libro no es una realidad inmutable, un objeto imperturbable. La historia de los soportes de la escritura, de los modos de producción y de su uso y consumo nos muestran que esa realidad es, al contrario, mutable y cambiante. Este blog tratará de reflexionar sobre la naturaleza móvil y versátil de ese soporte y de la industria que lo rodea.

Los viejos mecanismos de edición, difusión y distribución de la cultura y el conocimiento se han visto alterados de manera sustancial por los nuevos soportes y las nuevas redes de comunicación. La relación que unía en la edición tradicional al autor con el lector a través del editor se está modificando de manera radical e irreversible para dejar de supeditarse a los intereses del intermediario.

A propósito de esas novedades, Joaquín Rodríguez escribió en su página:

Es muy posible que el debate sobre el futuro del libro tenga que plantearse no como el de una unidad inseparable -el futuro del libro, a secas- sino como el de destinos y futuros paralelos en función del tipo de contenidos que se comuniquen, las ventajas que se obtengan transmitiéndolos de una u otra forma y el tipo de público al que vayan dirigidos. En suma, para avanzar en este debate deberíamos comenzar a hablar, comenzar a pensar, en términos de "los futuros del libro", idea de la que este blog toma el nombre.

Se trata de un proceso que no afecta sólo a los tres lados de ese triángulo, sino también a otros elementos de intermediación como el librero o a la crítica literaria de las publicaciones periódicas y los suplementos de cultura. A través de las nuevas maneras de difusión de la obra, el autor está en condiciones de ponerla en circulación y a disposición del lector.

En ese contexto y con esos presupuestos se aborda una reflexión sobre factores como los siguientes: los retos de las editoriales independientes, el debate decepcionante, insuficiente, tendencioso, interesado y trasnochado –los calificativos son de Joaquín Rodríguez- sobre el futuro del libro, una historia del libro electrónico, la transformación del papel de los editores y los libreros en la tormenta digital que se aproxima, la imparable digitalización de las bibliotecas, el biblioburro en tiempos de Internet, las bibliotecas paquidérmicas y unguladas, el futuro del libro sin tapas, la increíble historia de los libros crecientes, estrategias de supervivencia para editores en la era digital, el futuro de la edición y de la propiedad intelectual, la poesía visual y los caligramas digitales, los mapas de contenidos, la impresión digital y la autoedición, el imparable ascenso de las librerías virtuales o el acceso libre al conocimiento científico que implican las nuevas maneras de edición, la edición 2.0.

Son algunos de los aspectos y apartados en los que se articula una reflexión sobre el futuro del libro. Es la reflexión de un observador optimista que cree en una democratización de la cultura, como señala Vila-Sanjuán en el prólogo a esta obra que explora la relación entre Amazon y Juan de la Cuesta, el parecido entre los libreros virtuales y los del XVII o la creciente importancia de la crítica literaria en los blogs frente a los medios tradicionales que servían de soporte a unos modelos críticos que también están llamados a reconvertirse.

Y para dar ejemplo, la mayor parte de los materiales que integran este libro se pueden descargar en versión digital en la página de la editorial Melusina.

Debería ser durante unos meses lectura de cabecera de editores, autores y lectores, es decir, de quienes tienen algún interés en este complejo mundo de la creación, la transmisión del conocimiento y la recepción de la cultura.

Santos Domínguez

29 enero 2008

Historia del corazón


Ole Martin Høystad.
Historia del corazón.
Traducción de Cristina Gómez Baggethun.
Lengua de Trapo. Madrid, 2007.



La colección Fuera de serie, que Lengua de Trapo puso en marcha hace algo más de un año con el propósito de ofrecer libros singulares y merecedores de una edición especial, llega a su segunda entrega. Cuidada hasta el menor detalle para deleite de la inteligencia y los sentidos, acaba de incorporar a su catálogo un excelente libro: una Historia del corazón desde la Antigüedad hasta hoy, escrita por el noruego Ole Martin Høystad, profesor de Estudios Culturales y de Historia en la Universidad del Sur de Dinamarca, Odense.

Con un enfoque multicultural e interdisciplinar y desde una perspectiva en la que se conjuntan filosofía y literatura, el profesor Martin Høystad ha elaborado un estudio de antropología cultural en el que se abordan la historia y el significado del corazón como símbolo fundamental de lo humano.

Escribir una historia del corazón es trazar una historia de la cultura, del pensamiento y del sentimiento. Y por eso donde comienza la historia de la cultura empieza también la historia del corazón. En Mesopotamia, hace 5000 años las primeras fuentes escritas ya tratan de ese órgano vital y de lo que representa. De Gilgamesh, el primer corazón inquieto de la historia, al egipcio Libro de los Muertos, de la Grecia homérica a Odín, del pensamiento bíblico a los aztecas, el corazón tiene un papel fundamental en la configuración de la idea del mundo, como sede de la conciencia como metáfora, personificación o metonimia de los sentimientos creadores o destructivos, de diferentes pasiones en contextos diversos: la indiferenciación homérica entre lo emocional y lo racional; las metáforas de la patología en la mentalidad cristiana; la importancia del corazón como símbolo sentimental, intelectual y espiritual en el Islam, la última de las culturas del corazón; el corazón como objeto de los sacrificios aztecas o las raíces gordas del corazón entre los antiguos nórdicos.

Ese es el objeto de la primera parte de este ensayo que se centra en su segunda mitad en la lucha por el corazón en el pensamiento europeo. Desde el giro emocional que se produjo en la Alta Edad Media con los trovadores y el amor cortés hasta la configuración del sujeto en la modernidad con los Ensayos de Montaigne o en El Rey Lear de Shakespeare.

De ahí en adelante, las aportaciones de Rousseau, un filósofo del corazón, o de un Goethe fáustico abren el camino de la renovación de las conquistas cordiales en Niezstche y Freud, que marcan una nueva correlación de fuerzas entre lo sentimental y lo racional.

Aunque para renovación de los corazones, ninguna tan literal como la que se produce hace cuarenta años con las técnicas de transplantes coronarios, que culminan ese largo proceso de lucha por el corazón.

Este no es, pese al rigor de su enfoque, un ensayo sesudo o árido, dirigido a especialistas, sino un libro muy legible, escrito con excelente estilo y capacidad narrativa sobre la gramática histórica del sentimiento.

Un regalo para la inteligencia, por el espléndido texto, y para los sentidos, por las cuidadas ilustraciones que lo subrayan.

Luis E. Aldave

28 enero 2008

La verdad sobre Miguel Mañara



Manuel Barrios Gutiérrez.
La verdad sobre Miguel Mañara.
Almuzara. Córdoba, 2007.


Un día cualquiera, la camarilla de "la clase" se planteó que tenían mucho, pero no todo, y fue entonces cuando, muerto el caballero Mañara, aquellos biempensantes, en juerga mística entre las cuentas del rosario, la copa de oloroso, los versos de algún poeta primaveral y la cita para enterrar a los ajusticiados, acordaron la gracia de tener un santo.

Todo empieza con un héroe popular de Sevilla, un arquetipo desgarrado del barroco español, lleno de contrastes y tergiversado por el pintoresquismo, y con una sevillanía interesada en tener un santo.

Frente a la historia convencional del Mañara indigente y disoluto que vio su propio entierro en la calle del Ataúd, Manuel Barrios ha escrito con buena prosa una dilucidación de Mañara el Venerable, de su verdad y su secreto, en este libro que publica la editorial Almuzara.

Un libro escrito con inteligencia e ironía, con sabiduría y distancia de aquel que se creyó mensajero de la muerte y plantó unos rosales que llevan floreciendo más de trescientos años en el hospital de la Caridad:

El autor de la presente crónica -que nunca ha tenido nada en contra de la Religión ni de don Miguel Mañara- intenta esclarecer por qué el caballerro calatravo sólo ha alcanzado el título de Venerable, y no de Santo, aunque el mejor día (para "la clase") en contra del dictamen suscrito por el Abogado del Diablo, el cónclave de los impolutos vea coronado -como les prometió Juan Pablo II- el anhelo de hacer Santo a don Miguel Mañara Vicentelo de Leca.

La Sevilla que era la capital del mundo en el siglo XVII fue el caldo de cultivo de tradiciones orales fomentadas por panegiristas y detractores, comunes en milagrerías diversas que ensalzaron los que participaban en una conjura de testigos que le atribuían actuaciones sobrenaturales y portentos varios.

Los linajes, los perdularios y las tapadas, el necrómano y su conversión, las obsesiones de un paranoico y otras truculencias con reliquias y cuerpos muertos fueron algunos de los ingredientes con los que se ejecutó un psicodrama que tuvo en Mañara a su protagonista.

En un apéndice documental se incluyen, entre la partida de nacimiento del Venerable y su testamento, una serie de textos, entre ellos un fragmento del Discurso de la verdad, las 38 páginas en octavo que escribió el crápula arrepentido para contagiar al lector devoto su enfermiza obsesión por la muerte.

Un Mañara no enteramente dilucidado, dueño de un secreto que parece conocer ese niño que, sentado a la izquierda del retrato que le hizo Valdés Leal, reclama silencio al espectador.

Y es que, como en todo el Barroco, hubo en Mañara y en torno a su figura mucho de representación teatral, incluso en la risa final de su gesto agonizante. Una risa ambigua, propia de aquella época de luces y sombras y de aquella figura en la que convivieron extrañamente la humildad y el orgullo, la galantería y el misticismo, el exceso y el recogimiento.

A descubrir los trucos del montaje y a ventilar las tumbas y los osarios contribuye la valentía y la lucidez de Manuel Barrios, que no ha podido o no ha querido evitar el tránsito de la ironía al sarcasmo en párrafos como este:

Don Miguel /.../ se queda nuevamente viudo. Ahora de un caballo.


Santos Domínguez

27 enero 2008

Ifigenia en Caracas


Teresa de la Parra.
Ifigenia.
Del Taller de Mario Muchnik.
Madrid, 2007.


El Taller de Mario Muchnik reedita Ifigenia, la novela de la venezolana Teresa de la Parra (1890-1936) , la obra maestra de la literatura popular latinoamericana.

Subtitulada y planteada como el Diario de una señorita que escribió porque se aburría, cumple ahora los ochenta años de su edición definitiva y del escándalo que provocó su planteamiento feminista. Porque el eje de la obra es el desajuste entre la realidad y el deseo, el conflicto entre la nueva mujer latinoamericana, a quien las lecturas y los viajes a Europa les descubrieron otro mundo, y una realidad que la tenía atada a los prejuicios y sometida a la autoridad familiar, paterna, materna o matrimonial.

Lo paradójico de la situación es que esta novela sirvió más de consuelo que de revulsivo a las mujeres que la leían, muchas veces de forma clandestina: se identificaban con la heroína de la novela y se consolaban en el ensueño de aquella identificación.

Retrato crítico de la alta sociedad caraqueña en los comienzos del XX, su planteamiento es más irónico que combativo y su humor desenfadado a veces se convierte en sarcasmo, pero por su prosa elegante ha pasado el tiempo sin hacer estragos.

Con un más que probable componente autobiográfico, Ifigenia arranca con una carta muy larga, casi una novela epistolar, que Mª Eugenia Alonso le escribe a su amiga Cristina de Iturbe para entretenerse y porque no puede callar más y necesita un desahogo para su vida tapiada. Soñadora, viajera y lectora de novelas, ha decidido salir de la timidez y entrar en el mundo con el convencimiento de que ella vale mucho más que las heroínas de sus novelas. Ha viajado por Europa, ha descubierto el cuerpo, se ha educado en París, pero a su vuelta a Venezuela aquella sociedad cerrada y patriarcal no le permite más expansiones que las de una biblioteca circulante. Aquellos libros prohibidos que frecuenta en secreto son su único consuelo en el huerto cerrado de su existencia, porque la monotonía y el aburrimiento han vuelto a su vida.

Después de esa primera parte empieza propiamente el diario de Mª Eugenia Alonso, una mujer que espera y espera no sabe bien qué, una contemplativa proclive a la verbosidad desde el balcón de Julieta que acaba conversando con las ramas de las acacias, una compañía que prefiere a las obras completas de Shakespeare. O habla con el río y- lo que es más prodigioso- este no sólo le contesta, sino que le da consejos en esta novela de formación frustrada, en esta narración de amores imposibles:

Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién corre a saciar sus odios no sé adónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. ¡Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a miles las doncellas...! Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio!


Mayra Vela Muzot

26 enero 2008

Santuario de Edith Wharton


Edith Wharton.
Santuario.

Traducción de Pilar Adón.

Introducción de Marta Sanz.
Impedimenta. Madrid, 2007.

Fue amiga de Henry James, pero renegó de que la identificasen con la literatura de aquel inglés nacido en Boston. A pesar del comprensible enfado de Edith Wharton ante una comparación que parecía rebajarla a la categoría de una secuela epigonal, la relación es más que evidente en La edad de la inocencia o en La casa de la alegría, una novela que escribió a la vez que este Santuario que publica por primera vez en castellano la editorial Impedimenta, con una impecable traducción de Pilar Adón.

La relación va más allá de las tendencias europeístas de ambos o de la común vocación introspectiva. Es una cuestión de tono y de mirada. Y si ese es el rasgo esencial de la literatura de Edith Wharton, transmitir esa mirada es el reto mayor para quien la traduce a otra lengua. Una labor nada fácil, desde luego.

Posiblemente no exista una literatura femenina, ni siquiera una forma femenina de mirar el detalle.
Lo demuestra el propio James, cuyo ejemplo podría utilizarse para negar el argumento o para afirmarlo. Así pues, en el caso de que esa mirada no sea peculiar, habrá que admitir al menos que existe una manera de reflejarla en la obra, de devolvernos la realidad filtrada, si no por la mirada, por la forma de contarla. Una mirada que estaba no sólo en James, sino en Proust o en Azorín, por poner dos ejemplos muy distintos.

Entre esa mirada penetrante que desciende a lo subterráneo y la palabra precisa que transmite el detalle se mueve la literatura de Edith Wharton. En este a ratos inquietante Santuario, una novela corta que no llega a las ciento cincuenta páginas, se agudiza la tensión de su prosa, de concentrada precisión, y la capacidad penetrante de su mirada.

De esas claves habla Marta Sanz en un prólogo en el que aborda la mirada y la construcción de la obra a partir de su primera frase, que deja fijado el tono, marcado el territorio y la distancia narrativa:

Resulta poco frecuente que la juventud se permita una felicidad perfecta.

Como en otras novelas de
Edith Wharton, también aquí, a través de la protagonista, Kathe Orme, la autora está tomando distancia para reescribirse a sí misma y contarnos cosas propias, está reelaborando su biografía e indagando en la conciencia con una fuerza inusual. Por eso, una historia como la que aborda Santuario, que con otra mirada y otra voz no hubiera pasado de ser un folletín barato, es en sus manos alta literatura, llena de sutileza y de hondura psicológica. También en eso la semejanza con Henry James es evidente.

Traigo aquí como cierre la autoridad de Harold Bloom, que escribió a propósito de la literatura de Edith Wharton estas líneas terminantes:

No me gusta lo que Wharton ve ni cómo lo ve, pero me enseña a ver lo que no podría contemplar sin ella. En estos duros años de George W. Bush II, Wharton es una guía privilegiada al advenimiento de una nueva Edad Dorada.
Santos Domínguez


25 enero 2008

Asombro y búsqueda de Rafael Barrett


Gregorio Morán.
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Las putas gallinas tuvieron la culpa.

Así comienza
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, la semblanza biográfica que publica Gregorio Morán en la espléndida Biblioteca de la Memoria de Anagrama.

Una reivindicación apasionada y polémica de aquel escritor malogrado, un radical subversivo que antes de serlo fue un señorito adinerado calavera y pendenciero en el Madrid bohemio de fines del XIX y comienzos del XX.

Las pobres gallinas, con su mala fama de promiscuidades y lascivias, son las de
un artículo que Barret publicó en Paraguay y que arranca con estos dos párrafos:

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Como al personaje de ese texto, a Gregorio Morán también le cambiaron la vida esas perturbadoras gallinas que en 300 palabras trazaban una parábola en la que el hombre degenera en propietario.

A partir de ese artículo, el biógrafo se interesa por el escritor desconocido:

¿Quién es Barrett? ¿Nadie sabía quién había sido Rafael Barrett? Una referencia malévola de Baroja, unas páginas excéntricas de Maeztu, un retrato póstumo de Manuel Bueno, un apunte cariñoso de Cansinos y una leyenda de intenciones atribuida a Valle-Inclán. Con eso no basta para existir. Se podría decir que está su obra. Pero su obra es tan efímera como la flor de un día porque se fijó en algo tan ligero como el papel de periódico y ahí quedó, pasados los primeros años de emoción ante su prematura desaparición.

Fue uno de aquellos seres excéntricos que se movieron con naturalidad entre lo ridículo y lo admirable, entre la brillantez y la mangancia siempre cuesta abajo, a menudo al filo del abismo. Un Baroja despectivo lo mencionó en sus memorias, aunque lo conoció menos que un Cansinos que lo recuerda con respeto. Pudo haber sido uno de los figurantes de Las máscaras del héroe, una de aquellas criaturas marginales y desahuciadas que el mismo
Prada reunió en Desgarrados y excéntricos.

Un personaje impulsivo y estrafalario que tuvo su primera muerte -muerte civil- una tarde en el circo. Fue el 24 de abril de 1902 y revistió la forma de un escándalo que, junto con una exploración anal que certificaba su virginidad, sirvió para defender su hombría puesta en entredicho.

La muerte civil se disfrazó en la prensa de presunto suicidio. Y el presunto suicida, expulsado de la alta sociedad, en vez de irse al otro mundo, se fue a América para recomponer su fortuna. No salió de la ruina, pero primero en Argentina y luego en Paraguay y Uruguay, desarrolló su actividad literaria como articulista.

Buenos Aires fue una ciudad determinante en su vida y en su obra, como luego lo sería Asunción (un jardín desolado y más tarde un rincón maldito). Allí, un Barrett arrogante y todavía seguro de sí mismo radicaliza su pensamiento libertario, ejerce como agrimensor o funda la revista Germinal antes de sufrir la transformación que supuso en su vida la travesía del río Paraguay camino del destierro.

Volvió desde Montevideo, clandestino, enfermo y abandonado, para morir en Europa, en Arcachon, a mediados de diciembre de 1910.

La fotografía de la portada, la última que se le hizo -en Montevideo, un 6 de septiembre de 1910-, resume su existencia “en pendiente hacia el abismo”, su conciencia del fracaso y le muestra ya casi como un póstumo de sí mismo.

Un autor de breve y brillante producción literaria, que se concretó en artículos y aforismos y en un libro que se publicó muy poco antes de su muerte. Lo elogió un Borges adolescente que lo tomó por argentino y genial, y Roa Bastos, con más temple, escribió sobre su importancia estas líneas:

Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales.

Vuelven a encenderse con este libro las luces tristes de bohemia para iluminar la vida y la obra de un maldito olvidado y recuperado ahora en la prosa de Gregorio Morán.


Santos Domínguez

23 enero 2008

Poesía completa de Kapuściński

Ryszard Kapuściński.
Poesía completa.
Traducción y prólogo de Abel A. Murcia Soriano.
Bartleby. Madrid, 2008.

Otro Kapuściński titula Abel Murcia Soriano, poeta y director del Instituto Cervantes de Varsovia, el prólogo de su edición bilingüe de la poesía completa en Bartleby Editores del escritor polaco, de cuya muerte se cumple hoy un año justo.

Es la zona más desconocida -pero no la menos importante- de la obra del prosista viajero, autor de memorables reportajes y por eso Abel Murcia ha planteado su introducción a la Poesía completa de Kapuściński como una conversación imaginaria en la que el escritor explica, con declaraciones tomadas de aquí y de allá, qué sentido tiene para él escribir poesía:

Uno escribe poesía porque hay cosas que no se pueden decir de otra manera. La poesía es el único camino.

O manifiesta su interés por la lengua:

Escribir poemas permite tocar la lengua viva, explorar sus límites, valorar el significado de las propias palabras y de las metáforas.

Su juventud literaria fue la de un poeta que luego se dedicó al periodismo y a principios de los ochenta se refugió en la poesía, en la búsqueda de sentido a través de una forma de expresión que él consideraba la más personal: De profesión reportero; de vocación, poeta, según se definió a sí mismo.

Y si la poesía exige, según Kapuściński, entrar en otro lenguaje, en otra forma de ver, en otra atmósfera, en otro tipo de recogimiento, de concentración, la mirada profunda e indagadora del periodista que va más allá de la superficie de las situaciones y los acontecimientos es la misma mirada, hacia dentro y hacia fuera, que excava en la realidad y en el interior de sí mismo a través de la palabra.

Aunque publicó dos libros de poemas, Bloc de notas (1986) y Leyes naturales (2006), Kapuściński sigue siendo un poeta casi secreto que se sitúa en la tradición de los grandes autores polacos del siglo XX como Milosz o Symborska.

Los veinte años que pasan entre ambos libros explican algunos cambios de temas y tono. En Bloc de notas, más volcado hacia el exterior, la destrucción de la guerra confunde en el recuerdo los rastrojos secos y los huesos en un paisaje de alambradas en el que dialogan el yo y el tú, el interior y el exterior:

Alambrada

Tú escribes sobre el hombre en el campo de concentración
yo sobre el campo de concentración en el hombre
en tu caso las alambradas están en el exterior
en el mío anidan en el interior de cada uno de nosotros

–¿Crees que es una diferencia tan grande?
Son dos caras de un mismo sufrimiento

Frente a la realidad sombría, frente a los desastres y la situación de su país, emerge sin embargo la esperanza:

Nieve

al andar oyes el canto de los zapatos
un repentino rayo de sol
huido de las nubes
se convierte en pájaro

En esa abundancia de pájaros de muchos de estos finales, hay siempre una mirada que se levanta sobre el dolor:

la vida sigue
existimos

Leyes naturales
es un libro más meditativa y ensimismada. En él, un Kapuściński más intimista y existencial, convoca al sueño y a la memoria y habla de la muerte y del fuego de la poesía en un diálogo contenido del poeta consigo mismo más que con la realidad.

Es una poesía más intensa y confesional, más melancólica en su lamento de la fugacidad:

Estos lugares grises estas casas grises ventanas tras las que no sucede nada
Por este paraje de paralizadas luces apagadas que nunca han dado luz pasa un autobús
De ninguna parte
A ninguna parte

Esa misma línea temática, con un estética más despojada, se manifiesta en los siete inéditos de 2006 que se ha incorporado a esta edición:

El día que has perdido
ya no lo recuperarás,
el mundo ha seguido adelante
te has quedado atrás –
tienes las manos vacías
y los ojos vacíos

sentado en el parque
en un banco
observas una hormiga
pero también está ocupada y se va
te has quedado solo
no hay nadie a tu alrededor

Santos Domínguez

22 enero 2008

Las sombras errantes


Pascal Quignard.
Las sombras errantes.
Traducción de Manuel Arranz.
Elipsis Ediciones. Barcelona, 2006.


Pascal Quignard (1948) es uno de los grandes escritores franceses actuales. Una de sus novelas más conocidas, La lección de música, fue la base de una memorable película de Alain Corneau, Todas las mañanas del mundo, que con música de Jordi Savall recordaba un episodio de la vida del violista Marin Marais.

Quignard es un intelectual polifacético e inquieto que antes de dedicarse a la literatura fue pintor y violoncelista, dio clases en la Universidad Libre de Saint Denis, tuvo importantes responsabilidades en la editorial Gallimard, donde trabajó durante un cuarto de siglo, y fue el impulsor del Festival de Ópera Barroca de Versalles.

Todo eso lo fue abandonando un Quignard insatisfecho que renunció a una posición acomodada para dedicarse por entero a la literatura, a una aventura intelectual y estilística arriesgada y de gran calado, que tiene en su caso mucho de salto en el vacío.

Las sombras errantes, el primer volumen de la serie El último reino, que fue premio Goncourt en 2002, lo ha publicado la editorial Elipsis, con traducción de Manuel Arranz, que ha afrontado con brillantez la nada fácil tarea de traducir la tensión de la prosa de Quignard y su ambicioso intento de integración y transmisión de múltiples herencias culturales para aprovechar sus posibilidades expresivas.

El resultado es una obra de prosa torrencial, un libro inclasificable, compuesto de capítulos breves, de relámpagos y argumentaciones que son las teselas de un mosaico. Como los hilos de un tapiz, las redes que tiende Quignard en cada texto atrapan al lector desde el primer párrafo:

El canto del gallo, el amanecer, los perros que ladran, la claridad que se extiende, el hombre que se levanta, la naturaleza, el tiempo, el sueño, la lucidez, todo es cruel.

Con el ritmo envolvente de su prosa creativa, la palabra y el silencio se compenetran como en la mejor poesía para construir unos textos que se mueven con enorme libertad en las posibilidades expresivas de los distintos géneros. Y así, desde la narrativa al ensayo o la prosa poética, los viejos moldes genéricos se ponen al servicio de su estilo poderoso, para contar o inventar, para encauzar un pensamiento tan incisivo, provocador y contundente como el de Quignard, que reflexiona o se desahoga, como en este fragmento del capítulo XXXVII:

El grito que pide socorro, una vez convertido en canto, ya no se dirige a nadie. Las artes no tienen por destino, como hace la Historia, organizar el olvido. Ni dar un sentido a lo Otro del sentido. Ni manchar y engullir el tiempo pasado de la tierra. Ni aniquilar in situ la otra parte del tiempo. Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa. El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra. Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.
El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Pero ¿por qué no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?

Sólo en los grandes escritores la correlación entre sustancia y expresión se convierte en un mecanismo preciso de funcionamiento implacable en el fondo y en la forma. Sólo busco pensamientos que estremezcan, escribe Quignard en uno de los capítulos del libro. La tensión estilística de la poesía, la fuerza narrativa del relato corto o el cuento tradicional, la profundidad del ensayo o el rigor del razonamiento construyen este edificio literario en el que el estilo tiene un papel determinante como motor de búsqueda, de exploración de la memoria, el miedo, el tiempo o las sombras:

El escritor, lo mismo que el pensador, saben quién es en ellos el verdadero narrador: la expresión. Yo hago lo siguiente: dejo que sea el lenguaje mismo el que pese, piense, penda, dependa.

La fragmentación es el alma del arte, escribe Quignard. Y eso son en gran medida estas Sombras errantes: literatura del fragmento que renuncia a las imágenes totalizadoras de la realidad, se levanta sobre el fracaso de las ideologías y participa de la narrativa, el poema en prosa, el cuaderno de notas.

Cuentos y anécdotas, ficción y realidad, vidas falsas, citas reales y apócrifas recorren una literatura que se nutre más del sueño y la alucinación que de la realidad. Quignard narra el recuerdo y evoca a las sombras errantes en un libro de género omnívoro que sin embargo no pretende engañar al lector, sino hacerle partícipe de una aventura intelectual y estética sin parangón en la literatura de las últimas décadas.

Soy un apasionado -declaraba Quignard no hace mucho- de tres cosas que quedarán del siglo XX: la etnología, el psicoanálisis y la lingüística. Esas tres disciplinas están muy próximas al arte de contar cuentos. En el fondo, estoy más cerca del cuento que de la novela. Muy próximo al arte de contar anécdotas, cuentos, sueños, como los que nos asaltan cada noche y cada mañana nos dejan más perplejos.

Santos Domínguez

21 enero 2008

Retraducir


Juan Jesús Zaro y Francisco Ruiz Noguera (eds.)
Retraducir. Una nueva mirada.
Miguel Gómez Ediciones. Málaga, 2007.


La retraducción de textos literarios y audiovisuales y la nueva mirada que los reinterpreta es el objeto de este Retraducir, el volumen colectivo que han coordinado Juan Jesús Zaro y Francisco Ruiz Noguera y que publica en Málaga Miguel Gómez Ediciones.

Organizado en tres partes, la primera de ellas es una introducción teórica que fija el concepto de retraducción como la nueva versión de un texto ya traducido y aborda su importancia en la literatura contemporánea y su repercusión en las producciones audiovisuales.

Son múltiples las razones que explican por qué se retraducen los textos de una lengua extranjera: el envejecimiento –no sólo estilístico- de las traducciones, la relectura, la revalorización de una obra, su actualización o la proyección de la poética del traductor sobre lo traducido.

Las dos secciones restantes plantean en sus distintos capítulos ejemplos concretos e ilustrativos de traducciones literarias y audiovisuales.

La parte central, la más amplia como es lógico, tiene como eje de referencia la retraducción de textos literarios, desde el Nuevo Testamento a El cementerio marino, desde Safo a Emily Dickinson o Rimbaud, sin que falten capítulos que abordan otros ejemplos de textos narrativos o teatrales.

Y finalmente una tercera parte no menos interesante en la que se analiza la retraducción visual de algunos textos literarios llevados al cine: la proyección de King Lear sobre la sociedad feudal japonesa que hizo Kurosawa en Ran, las adaptaciones de El corazón de las tinieblas en películas como El corazón del bosque o Apocalipse Now, las múltiples retraducciones de Mansfield Park de Jane Austen.

Y entre esos artículos, tres que merecen un subrayado especial: el excelente estudio de Aurora Luque sobre las traducciones de Safo; el análisis que hace Mercedes Enríquez sobre la fijación de un canon poético del Romanticismo inglés a través de las retraducciones en antologías, y el texto de Francisco Ruiz Noguera sobre la poética propia como impulso de la retraducción con el ejemplo del Cementerio marino de Valèry y sus traductores al español, desde Jorge Guillén, el primero, hasta Agustín García Calvo, el más reciente.

Resultado de un proceso de relectura y de una actualización, las reflexiones sobre la traducción y la retraducción que contienen estos artículos son muchas veces el punto de partida para la iluminación de los textos o para plantearse las siempre problemáticas y fecundas relaciones entre cine y literatura, entre lenguaje literario y lenguaje audiovisual.

Santos Domínguez

19 enero 2008

El arte de leer


Francisco García Jurado.
El arte de leer.
Antología de la literatura latina
en los autores del siglo xx.

Liceus. Madrid, 2007.


No es fácil encontrarse con lectores como Francisco García Jurado, lector y profesor de la Universidad Complutense, que ejercen la pasión y el arte de la lectura por encima de la rutina profesoral o el distanciamiento académico. No es fácil encontrar – y menos en ese ámbito universitario, tan dado al acomodaticio pancismo burocrático- lectores así, pero cuando el azar nos los pone delante, la admiración y la complicidad es inmediata.

La edición que hizo Francisco García Jurado de las Noches áticas de Aulo Gelio en Alianza fue la carta de presentación de alguien que –se notaba desde el prólogo- entendía la literatura como una actividad vital, como pasión intensa y forma de vida.

Lo confirma ahora en la presentación de El arte de leer :

Conviene recordar que las literaturas fueron escritas para ser leídas y vividas, y no para que queden recluidas en el coto de los especialistas. Las literaturas clásicas han disfrutado de lecturas tan intensas y variadas por parte de los autores modernos que éstas podrían entenderse en términos de una historia no académica. Se trata de una historia que está, fundamentalmente, ligada al amor a los libros, en nada reñido con la vida. Como dice Bioy Casares cuando habla de Aulo Gelio: "Pocos objetos materiales han de estar tan entrañablemente vinculados a nuestra vida como algunos libros. Los queremos por sus enseñanzas, porque nos dieron placer, porque estimularon nuestra inteligencia, o nuestra imaginación, o nuestras ganas de vivir."

García Jurado lleva más de diez años reconstruyendo esa historia no académica de la literatura clásica y El arte de leer es el resultado de esa larga convivencia y una invitación a compartir la complicidad feliz de la lectura. No es una casualidad ni un lapsus que el autor utilice el término amigo como sinónimo de lector, o que la lectura sea una actividad celebratoria que recorre todo el libro en un diálogo vivo y constante de civilizaciones y culturas.

En esa conversación, los átomos de Lucrecio conocen el amor en un capítulo de Schwob; un narrador fascista reivindica a Catilina frente a Cicerón; Catulo se convierte en un contemporáneo retratado por José Agustín Goytisolo; un verso de Virgilio se convierte en el epitafio de un soldado romano que muere en el Bierzo; un ratón como el de Horacio vuelve a nacer del parto de los montes en un cuento de Arreola; Ovidio, el clásico cotidiano, se metamorfosea en mariposa en un relato de Tabucchi; Fedro se reencarna en Monterroso y Séneca es un adulador despreciable en una novela de Graves. Marcial y Juvenal son la memoria satírica del mundo y Francisco Ayala evoca a un Plinio el joven indiferente a las pasiones pueriles del deporte y obsesionado con la fama.

¿Hay más? Sí. Por ejemplo, un Suetonio tranquilo y erudito en el Paradiso de Lezama Lima; un Aulo Gelio misceláneo al que admiró Bioy, imitó Borges y parafraseó Cortázar.

Y, ya para terminar, Plinio el viejo en Borges el memorioso y en un Calvino viajero por ciudades invisibles en busca de tesoros; el elogio de la decadencia de Huysmans y Wilde o la visita a San Isidoro del peruchiano caballero Kosmas.

No sé si será cuestión de unos pocos felices, aquellos happy fews de Stendhal y Shakespeare, pero la verdadera literatura, la enfermedad incurable y pegadiza de la que hablaba Cervantes, la que vive en nosotros y en la que vivimos, o sirve para la vida y la felicidad o no sirve para nada. Y un libro como este, tan contagioso de lecturas y pasiones, lo demuestra.

Santos Domínguez

16 enero 2008

Antonio B. el Ruso

Ramiro Pinilla,
Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera.
Tusquets. Barcelona, 2007.


Volver, al cabo de tantos años, sobre Antonio Bayo, es recuperar el calvario de su vida y la oscura noticia de su muerte. Esta vez, su infantilismo ya no se hinchará contemplando el segundo nacimiento de su libro en los escaparates y sintiendo el acoso de los medios. Y es que estamos hablando de un hombre que, desde su nacimiento, fue perseguido por la forma más lacerante de nuestra injusticia social hasta hacer de él un despojo humano.

Así comienza el prólogo que Ramiro Pinilla ha escrito para la reedición en Tusquets de Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera. Treinta años después de la primera edición de la obra, el prólogo da cumplida noticia de la génesis, la técnica y el propósito de esta espléndida novela-biografía contada por su propio protagonista:

¿Por qué se me ocurrió escribir este libro? Literariamente, me atrajo el disponer de un personaje de carne y hueso como alternativa a los habituales míos de ficción. Podría constituir un descanso. Pero, no: el gran motivo que me movió fue la denuncia. ¿Pertenecía a España aquella Cabrera Baja, aquel mísero y desheredado pueblo de La Baña?, ¿y eran españolas aquellas gentes dejadas de la mano de todos los dioses?

Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera es una narración escrita en primera persona con la fuerza perturbadora y testimonial de quien fue a la vez una víctima y un resistente. La vida de ese hombre entre los años treinta y el comienzo de la transición posfranquista es uno de los mejores relatos sobre la durísima España de la posguerra que le rebajó a la condición de animal hambriento.

Sus más de seiscientas páginas son una demostración sobrecogedora y sostenida de cómo la realidad supera en dureza y humillaciones la capacidad imaginativa de cualquier lector. Elaborada con información de primera mano, extraída de un mes intenso de conversaciones grabadas, el trabajo literario de Ramiro Pinilla consistía en encontrar un tono adecuado para que el personaje-narrador se expresara en la novela:

Pasé un tiempo buscando el tono, como para un instrumento musical. A veces, se encuentra a la primera. No fue así en este caso. No se trata de pulsar teclas o cuerdas sino de escribir las primeras líneas. Realicé muchos ensayos para el primer párrafo. Y al leer un día bajo el bolígrafo…

“Me llamo Antonio Bayo, pero cuando madre me echó al mundo, una mujer que estaba allí dijo: ¡Leches, si es rubio como un ruso!... Así que no vaya usted por las Cabreras preguntando por Antonio, porque desde entonces todo el mundo me conoce por el Ruso. Ahora tengo seis años y madre me dice: –Súbeme una berza.”

…supe que ya lo tenía.

Lo que tenía Pinilla era la voz adecuada para el relato: un estilo invisible y transparente que canalizara la denuncia de aquella realidad y narrara la vida de aquella criatura en un agujero sin salida, como un animal salvaje y montaraz.

Prisiones, penales y manicomios, guardias civiles, curas y jueces son los escenarios y los actores de barbaridades escalofriantes, una sucesión de vejaciones y humillaciones de aquel espíritu indomable, asilvestrado e inocente, producto de una España rural, de esas otras Hurdes que se llaman las Cabreras de León.

Santos Domínguez