28/2/24

Marco Aurelio. Pensamientos. Cartas




Marco Aurelio.
PensamientosCartas.
Edición de Jorge Cano Cuenca.
Trotta. Madrid, 2024.

“El 17 de marzo de 180 el emperador Marco Aurelio Antonino salió de escena, soltó los hilos de la marioneta, se volvió insensible a las impresiones, abandonó el servicio de la carne, cesó su peregrinaje por tierra extranjera, se disolvieron los elementos que le constituían como ser vivo y se reintegraron en aquello que había sido la causa de su composición. Ese mismo mes, antes de comenzar la temporada bélica, había enfermado gravemente, quizá de peste. Los fuentes le muestran consciente de la gravedad de su estado y elaboran de diversa manera sus últimos días: ayuno, sonrisas y palabras amables desde el lecho de muerte, aislamiento por miedo a contagiar a su hijo Cómodo, máximas diversas… Dion Casio alude a una conspiración entre los médicos y Cómodo. Difícilmente se sabrá de qué murió ni dónde: Vindobona, Sirmio o Bononia, tampoco es tan importante, al menos en lo que respecta a su libro.”

Con ese párrafo abre Jorge Cano Cuenca la introducción de su espléndida edición de los Pensamientos y Cartas de Marco Aurelio que publica Trotta.

Una introducción que aborda la trayectoria vital de Marco Aurelio y la compleja historia textual de unos textos escritos en griego helenístico en el siglo II y que -señala el editor- “nunca fueron concebidos como libro, tampoco son un diario, ni memorias, ni una autobiografía. No están organizados ni meditados para su publicación.”

Marco Aurelio (121-180) fue emperador durante veinte años, en un momento convulso, sacudido por epidemias, presiones de los bárbaros en las fronteras del Imperio, guerras y migraciones, cambios en la mentalidad religiosa y repetidas crisis sociales y económicas que evidenciaban el comienzo de la decadencia de Roma. Esos tiempos turbulentos son no sólo el contexto, sino el origen de este conjunto de reflexiones escritas en aquellas campañas bélicas fronterizas y dirigidas a sí mismo (tà eìs eautón en el título original griego; ad se ipsum en la traducción latina) que se levantan frente al mundo como una ciudadela interior, como un refugio existencial de autodisciplina intelectual frente al vértigo de la realidad. Es la misma concepción de la filosofía que Cicerón definía como medicina del alma en las Tusculanas.

Esas circunstancias históricas son inseparables del proyecto intelectual y existencial de Marco Aurelio. Son las circunstancias del emperador que sabe que en la raíz del buen gobierno están la serenidad y la contención, que el dominio de sí mismo es el primer paso para el gobierno del imperio.

Escritura de sí, sobre sí y para sí en un diálogo interior que construye una ética de la contención y el sosiego desde un difícil equilibrio entre la distancia y la solidaridad, entre el desprecio de la vanidad del mundo y el altruismo:

Qué poco queda para ser ceniza o esqueleto; o nombre, o ni siquiera esto: un nombre es un sonido y un eco. (V, 33)

Marco Aurelio se convirtió con estas notas sueltas en uno de los primeros eslabones de una cadena de filósofos morales de la que formarían parte también Séneca, Montaigne o Spinoza que, como él, hicieron de la ética el eje de su pensamiento y sus escritos.

La ecuanimidad, la independencia de juicio, la piedad y la liberalidad, la constancia y la continencia, la frugalidad y la vigilancia sobre sí mismo, la llaneza en el trato y la impasibilidad ante las adversidades, la autosuficiencia, la razón natural y la tolerancia son algunas de las claves de la vida y la obra de quien hizo de la contención su disciplina espiritual y existencial y dejó testimonio de ello en unas meditaciones que no contienen la propuesta de un sistema filosófico orgánico, pero constituyen la más alta producción ética del espíritu antiguo:

¿Qué es la maldad? Eso que tantas veces has visto. En todo lo que suceda, tenlo a mano: lo que tantas veces has visto. En todo, arriba y abajo, descubrirás las mismas cosas: de las que están repletas las historias antiguas, las menos antiguas, las recientes; de lo que están llenas la ciudades y casas. Nada nuevo. Todas habituales y efímeras. (VII,1)

Marco Aurelio, el filósofo estoico que escribió estos Pensamientos para sí mismo, estaba construyendo a la vez -aunque lejos de cualquier sistema cerrado y dogmático- una de las obras más imperecederas del pensamiento clásico. Y es que en sus páginas, como señaló Pierre Hadot en un estudio memorable, se produce un milagro inusual: Marco Aurelio habla consigo mismo, pero tenemos la impresión de que se dirige a cada uno de nosotros, como cuando escribe:

Al amanecer, repítete: me voy a encontrar con un entrometido, un ingrato, un soberbio, un falso, un envidioso, un egoísta; todo eso les sucede por ignorancia de los bienes y los males. (II, 1)

Vano celo del boato, obras teatrales en escena, rebaños de ovejas, de vacas, peleas con lanza, un huesecito arrojado a los perrillos, un  panecillo a los estanques de los peces, fatigas y cargas de hormigas, carreras de ratones atemorizados, marionetas movidas por hilos. Entre todo esto es necesario mantenerse con buen ánimo y sin insolencia: entender que cada uno es valioso en la medida en que es valioso aquello en lo que pone su celo. (VII, 3)

Y esa es probablemente una de las claves que explican la vigencia de un clásico como este: su capacidad de estar por encima de las circunstancias individuales, espaciales o temporales para entablar un diálogo con cualquier hombre de cualquier lugar en cualquier tiempo con su lección de desengaño, porque

El que ve lo de ahora ha visto todo cuanto ha sido desde la eternidad y cuanto será en la infinidad del tiempo: todo tiene el mismo género y forma. (VI, 37)

Y de ahí surge otra de las claves de la vigencia de los clásicos: en su lectura encontramos, no un sistema orgánico de pensamiento, sino a un hombre; no el sermón de un predicador, sino las palabras de quien decide cómo vivir conscientemente en esa disciplina interior, en esos ejercicios espirituales que prescribe la tradición estoica y en los que desarrolla además una búsqueda estilística de la concisión y el ritmo que convierte sus meditaciones en un admirable ejercicio de estilo sereno y equilibrado. Y esos dos rasgos, la serenidad y el equilibrio, son también los que definen al clásico:

Contempla desde arriba los miles de rebaños y las miles de ceremonias, toda clase de barcos que navegan entre tempestades y calmas, la diversidad de los que nacen, conviven, dejan de ser. Piensa también en la vida que vivieron otros antaño, en la que vivirán los que vengan después de ti, en la que se vive ahora entre los pueblos bárbaros: cuántos no conocen tu nombre, cuántos lo olvidarán pronto, cuántos acaso te elogian ahora y enseguida te cubrirán de reproches: cómo la memoria no merece consideración, ni la gloria ni nada en absoluto. (IX, 30) 

Al final de cada uno de los doce libros que componen los Pensamientos, el editor propone un comentario esclarecedor de las alusiones, las referencias, el contenido y el pensamiento filosófico de cada uno de los capítulos en los que se articulan estas meditaciones, un soliloquio interior que se ha convertido en su lucidez intemporal en la obra más representativa y perenne de la filosofía práctica del estoicismo romano.

En la admirable traducción de Jorge Cano Cuenca, este es su texto final, la despedida serena del teatro del mundo:

Hombre, has sido ciudadano de esta gran ciudad: ¿qué importa si durante cinco años o cincuenta? [...] Es como si a un actor de comedia lo hiciera salir de la escena el mismo pretor que lo contrató. ‘Pero no he representado los cinco actos, sólo tres’. Tienes razón: en la vida tres actos son una obra entera. El final lo  determina aquel que entonces fue el causante de la composición y ahora de la disolución. Tú no eres causante de ninguna de ambas: márchate con ánimo propicio, pues él te suelta propicio. (XII 36)

Cierra el volumen una selección de la correspondencia intercambiada con su maestro de retórica Marco Cornelio Frontón, al que le dice en una carta :

Estoy aprendiendo de ti a decir la verdad. Esto -decir la verdad- es cosa del todo ardua para dioses y para seres humanos.

Santos Domínguez