Flannery O’Connor.
Cuentos completos.
Traducciones de Marcelo Covián,
Celia Filipetto y Vida Ozores.
Lumen. Barcelona, 2024.
“Contra el lector cansado” titula Gustavo Martín Garzo el prólogo que abre la edición de los Cuentos completos de Flannery O’Connor que publica Lumen.
En ese prólogo Martín Garzo define estos relatos como “una de las obras más extrañas, perturbadoras e inclasificables de la literatura universal.”
Escritora del Sur profundo de los Estados Unidos, la vida y la obra de Flannery O’Connor (Georgia, 1925-1964) quedaron marcadas por dos circunstancias que resultaron decisivas en su narrativa: por un lado, su pertenencia a esa región, conocida como el cinturón bíblico, y por otro, una enfermedad degenerativa que apareció a la vez que su primera novela, Sangre sabia.
Si esa dolencia deterioró sus huesos, mermó su movilidad y la confinó a la literatura y a la cría de pavos reales en una granja que se llamaba Andalusia, el ambiente asfixiante, el violento fanatismo religioso y los prejuicios racistas propios del profundo Sur son fundamentales para entender el sentido de su escritura y el contenido de su obra narrativa.
Una obra narrativa en la que destacan especialmente sus relatos. El negro artificial, Un hombre bueno es difícil de encontrar, El pavo o La espalda de Parker son algunos de esos textos que sitúan a Flannery O’Connor en un lugar destacado de la narrativa norteamericana contemporánea.
En 1971 se habían reunido todos sus relatos en un volumen (The Complete Shorts Stories) que es la base de esta edición en español de los Cuentos completos con espléndidas traducciones de Marcelo Covián, Celia Filipetto y Vida Ozores.
El conjunto contiene treinta y un relatos, de los que diecinueve se habían traducido y editado por Lumen en dos tomos en los años setenta, a los que este volumen añade doce inéditos.
Se unen en estos textos el horror y el humor, la risa y el escalofrío en una mezcla desgarrada y grotesca de enorme intensidad que en más de un sentido recuerda el esperpentismo. Es esta una literatura del exceso, porque en ese mundo sureño todo es excesivo y está enraizado en un desatado y extravagante fondo bíblico sobre el que crecen con la misma naturalidad el fanatismo y la maldad.
Y sobre ese fondo se levantan y se mueven personajes abominables, grotescos y terribles en los que conviven la depravación y las buenas intenciones: los piadosos y los violentos, los ignorantes y los pretenciosos. Profetas lunáticos y predicadores iluminados son los que habitan ese mundo narrativo de Flannery O’Connor, católica en aquella región de fundamentalismo protestante.
Del esfuerzo por comprender un mundo ininteligible y unos comportamientos imprevisibles se nutren, como los de Faulkner y Tennesse Williams y antes los de Hawthorne, estos relatos, que forman -en palabras de Martín Garzo- “un libro divertido y terrible a la vez, ante el que no sabremos si reírnos o sentirnos horrorizados. Falsos profetas, niños perversos, criminales visionarios, idiotas, mentirosos inocentes, ancianos perversos, santos que deliran, se dan cita en sus páginas. Seres que caminan hacia la perdición sin saberlo, que parecen surgidos del Libro de Job y en los que la depravación y la inocencia conviven con perturbadora naturalidad.”
Perturbadores es quizá el calificativo que mejor resume la impresión que producen en el lector estos cuentos de estirpe gótica, realistas y simbólicos, sórdidos y violentos, macabros y desconcertantes, teñidos de un humor tan negro como el oscuro mundo del que surgieron, poblados por una galería de posesos y tarados, de vendedores de Biblias y asesinos en serie, de seres fanáticos e intelectuales arrogantes, de cínicos o dementes, que constituyen el muestrario morboso de unas mentalidades enfermizas.
Flannery O’Connor tuvo en vida el reconocimiento de la crítica, obtuvo premios y becas y las editoriales le dieron facilidades para publicar sus cuentos y sus novelas. Dio conferencias cuando la salud se lo permitía, y en ellas reflexionó sobre el oficio del escritor y su función social, sobre el cuento y su técnica, sobre el papel y el lugar del lector.
En esas charlas, reunidas en El arte del cuento, dejó ideas como estas:
Que un cuento sea breve no significa que deba ser superficial.
Salvo en muy contadas ocasiones, en la escritura de ficción el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.
Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando el lector puede seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de nosotros.
Un hombre bueno es difícil de encontrar es seguramente la más conocida de sus historias. Desde luego, la más emblemática y la que mejor resume ese mundo inverosímil y terrible. Arranca de una situación esperpéntica que parece anticipar las películas de Tarantino: una familia viaja a Florida, tiene un accidente y quien acude en su ayuda es un criminal que ha huido de la prisión, el Desequilibrado.
“Jesús es el único (dice el personaje) qu’ha resucitao a los muertos y no tenía qu´haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad.”
Esa es la razón de la ensalada de tiros que viene después. Y después de acabar con la abuela, remata con estas palabras:
-Habría sido una buena mujer -dijo el Desequilibrado- si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.
-¡Menuda diversión! -dijo Bobby Lee.
-Cállate, Bobby Lee -dijo el Desequilibrado-. No hay verdadero placer en la vida.
Santos Domínguez