Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond.
El olor de la Edad Media.
Salud e higiene en la Europa medieval.
Ático Historia. Madrid, 2023.
Mercado y lavadero en Flandes se titula ese cuadro del Museo del Prado en el que Brueghel el Viejo pintó los grupos de figuras humanas y Joost de Momper, el paisaje.
Es una de las abundantes ilustraciones que iluminan el monumental El olor de la Edad Media, de Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, un recorrido ameno y riguroso a través del olfato por mil años de historia europea desde la caída del Imperio romano hasta el siglo XV, que publica Ático de los Libros en su colección de historia.
Subtitulado ‘Salud e higiene en la historia medieval’ y espléndidamente editado en tapa dura y con varios cuadernillos de ilustraciones, El olor de la Edad Media aborda en sus más de mil páginas el estudio y la descripción de una realidad intrahistórica, la higiene europea pública y privada, que hasta ahora no se había desarrollado más que de pasada.
Destaca en ese sentido un artículo que, aunque no está recogido en la bibliografía del volumen, apareció en 2020 en BBC History Magazine. Lo firmaba la historiadora británica Katherine Harvey, se titulaba “La no tan apestosa Edad Media”, y anticipaba unas conclusiones muy parecidas a las de este libro: que “la gente medieval era más limpia de lo que pensamos.” Se puede leer en este enlace y terminaba con este párrafo: “La mayoría de la gente medieval probablemente estaba sucia, y tal vez incluso olía mal, según nuestros estándares; por mucho que lo intentes, debe ser casi imposible hacer que un río frío y fangoso funcione tan bien como una ducha de alta presión y una lavadora. Pero sólo un pequeño número de personas medievales eran verdaderamente sucias. Incluso menos querían realmente estar sucios.”
En El olor de la Edad Media no se trata sólo de dilucidar documentalmente a qué olían sus diez siglos y de desmentir muchos tópicos heredados sobre la imagen de un periodo tan largo y tan complejo. En torno a ese eje se acometen muchos otros aspectos de la vida cotidiana medieval, de la evolución de la sociedad, la cultura y las creencias, pues es evidente que en ese milenio hay una serie de cambios que impiden reducir la imagen de la Edad Media a un modelo único.
Uno de los propósitos declarados de este libro es desmentir esa imagen reducida y simplificada del mundo medieval con un estudio documentado en fuentes directas que van desde Hipócrates y Galeno a Alfonso X o san Benito de Nursia. Un estudio de cuya magnitud y ambición pueden dar idea no solo sus casi mil páginas, sino también sus cien páginas de notas y bibliografía y su nutrido índice onomástico.
Pero además, y dado su propósito divulgativo, El olor de la Edad Media es un ensayo de fluido tono narrativo que se lee como el relato vivo que retrata una época con abundantes toques de humor, a través de historias mínimas y cotidianas de las personas que vivieron esos siglos y de los textos que dejaron constancia de aquel mundo medieval europeo.
Por eso la principal de las conclusiones que extraen los autores de este viaje al pasado medieval a través de los usos higiénicos rastreados a lo largo de diez siglos es “que ya es hora de impugnar de una vez y para siempre la visión negativa sobre la Edad Media. Los innumerables trabajos que han desmentido el mito de un Medievo sucio se acumulan desde hace décadas, desde todos los frentes: el tecnológico, el filosófico, el arquitectónico… y desde la historia de la higiene.”
“La gente que vivió en el milenio medieval no era un hatajo de guarros que vivía chapoteando en el excremento mientras esquivaba orinales y cerdos en la más asquerosa de las ciudades. Eran personas que lidiaron con las mismas condiciones difíciles que sus predecesores o sus sucesores inmediatos (sin electricidad, sin conocimiento de las bacterias o microbios, en entornos llenos de animales, con pocos recursos materiales y con una dependencia enorme del estiércol, a menudo humano, que igual que les alimentaba les hacía enfermar), pero que, a pesar de esas dificultades, crearon un entorno higiénico en el que vivir y estar limpios.”
Porque junto con “gente realmente poco higiénica” -señalan Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond- “también hemos visto a gente lavándose la cabeza con regularidad, quitándose los piojos durante horas, fabricando jabón en casa o comerciando con él en gran cantidad, lavándose las manos antes y después de las comidas y convirtiendo ese gesto en un ritual caballeresco, frotando sus dientes para mantenerlos limpios, o haciendo del lavado de pies un ritual de hospitalidad. Los hemos visto cuidar su ropa y aplicar distintas soluciones prácticas que mantuvieran cuerpos y tejidos limpios y fragantes, e incluso crear un nuevo código de comportamiento basado en la pulcritud general. Los hemos visto depilándose con navajas y depilatorias abrasivos, y embadurnándose con hierbas aromáticas o con polvos desodorantes. Y, por supuesto, los hemos visto combinar el lavado por partes con el lavado en profundidad en los baños públicos, ocasión que aprovechaban para socializar.”
Esa es la conclusión fundamental del original recorrido sensorial a través del olfato que propone este libro, organizado en dos partes, una dedicada a la dimensión colectiva de la higiene medieval y otra centrada en su vertiente privada. Y así se propone un minucioso recorrido por los baños medievales de Europa. En la Sevilla recién conquistada por el rey Fernando III hay noticias de dos baños públicos:
El caso de Sevilla es muy interesante, porque existen testimonios de que al menos dos baños, los de San Ildefonso y los de San Juan de la Palma, erigidos en época islámica, habían continuado en uso tras la conquista del siglo XIII, y ese uso fue ininterrumpido hasta finales del siglo XVII. Para las damas cristianas de Sevilla de aquellos siglos, acudir a los baños durante el día y deleitarse con sus caños de agua fría y caliente era lo más normal, y luego, por las noches, era el turno de los hombres.
La relación entre la higiene y la salud; el sistema de saneamiento en el ocaso de Roma y en el Londres medieval; las normativas municipales sobre salubridad e higiene pública y el paisajismo sanitario; la difícil convivencia de gente sucia y gente limpia; las teorías de las ventanas rotas y las vecinas quisquillosas; las redes de alcantarillado y la limpieza de las calles; el crimen higiénico y el castigo municipal y el choque de las autoridades con los vecinos incívicos; la ruralización de la Alta Edad Media y el olor a estiércol (“el oro negro medieval “) y a humo de leña en el campo; las granjas como centros de reciclaje y los cerdos por las calles como recicladores de basura; las letrinas de los castillos y los monasterios y los sistemas de evacuación de los residuos; los baños públicos y comunitarios y la higiene personal; la hegemonía del jabón desde el siglo V y la regla ascética de Cluny, que establecía entre dos y cinco baños anuales para los monjes; los baños romanos, árabes y germanos, que se mezclan en Italia; las cremas depilatorias, los desodorantes y los dentífricos medievales; el lavado de la ropa y los pavimentos medievales, como los de Córdoba y Málaga o el de Oviedo -donde “se ha encontrado una calle empedrada del siglo XII, bajo la cual hay otro enlosado más antiguo”-; los grifos de agua fría y caliente en el monasterio de Guadalupe en el siglo XV y las tuberías en las paredes de los lavatorios de Medina Zahara; los modelos de saneamiento urbano en la reurbanización de la Baja Edad Media; la creación de los hospitales y la vinculación entre la Medicina y la higiene; la presencia de los parásitos o el papel de la mujer como “eje central del lavado de cabeza medieval “son algunos de los asuntos de los que se ocupan las dos partes del libro.
Dos partes en las que lo público y lo privado se interrelacionan constantemente para trazar una ambiciosa enciclopedia intrahistórica que ofrece un panorama completo y animado de la vida cotidiana en los diez siglos de la Edad Media.
Para terminar, dejo aquí estas palabras del prólogo, que resumen la orientación y el sentido del libro y son una invitación a su lectura:
A griegos, romanos, egipcios, babilonios, chinos de la Antigüedad, nos los imaginamos tan sabios como limpios, y la falta de higiene no es un elemento central en la fotografía de las películas que les dedicamos [...] Vaya el lector pensando en su filmografía histórica preferida y comprobará que en general es así: la sociedad, como motivo en sí mismo, tiene su principal protagonismo en los obras ambientados en la Edad Media, o en esa mal llamada 'inspiración medieval'. Ese hincapié en la porquería de la humanidad solo tiene parangón con las películas y series con ambientaciones industriales, con una salvedad: las condiciones higiénicas de las ciudades industriales, mucho más cercanas en el tiempo, están bien documentadas. Son, digamos, más cercanas a lo que pudo haber sido vivir en esa época. Pero, ¿lo son las medievales que representamos en la pantalla?
La respuesta corta es no.
La respuesta larga es este libro.
Santos Domínguez