Marcel Proust.
Escribir.
Traducción de Mauro Armiño.
Páginas de Espuma. Madrid, 2022
“Quizá no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creímos dejar sin vivir, aquellos que pasamos con un libro preferido. Todo lo que parecía llenarlos para los demás y que nosotros apartábamos como un obstáculo vulgar para un placer divino: el juego para el que un amigo venía a buscarnos en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaban a levantar los ojos de la página o a cambiar de sitio, las provisiones de merienda que nos habían hecho llevar y que dejábamos a nuestro lado en el banco, sin tocarlas, mientras sobre nuestra cabeza el sol iba menguando su fuerza en el cielo azul, la cena por la que habíamos tenido que volver y durante la cual sólo pensábamos en subir inmediatamente después y acabar el capítulo interrumpido, todo eso, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir algo más que su importunidad, grababa en cambio en nosotros un recuerdo tan dulce, mucho más precioso -para nuestro actual juicio- que lo que entonces leíamos con tanto amor, que, si hoy llegamos a hojear esos libros de antaño, sólo sería como los únicos calendarios que hayamos conservado de los días idos, y con la esperanza de ver reflejadas en sus páginas moradas y estanques que ya no existen.”
Así comienza, en la traducción de Mauro Armiño, ‘Días de lectura’, un ensayo rebosante de inteligencia y sensibilidad, que Marcel Proust concibió y publicó como prefacio a su traducción de las dos primeras conferencias de Sésamo y lirios de John Ruskin, pero que tiene una presencia autónoma en su obra, porque más que una introducción al maestro inglés, es una reflexión personal sobre la lectura.
La evocación de esas lecturas en la infancia, clandestinas y nocturnas a la luz de una vela, se elabora ya con una mirada, un tono y un estilo que anticipan su obra posterior y es ya una muestra brillante del lector excepcional y del escritor portentoso que unos años después escribiría A la busca del tiempo perdido.
‘Días de lectura’ es uno de los ensayos y artículos proustianos reunidos en el espléndido volumen Escribir con el que Páginas de Espuma conmemora el centenario de la muerte de Proust.
Junto con esos ‘Días de lectura’, que prefiguran con su impulso narrativo y su memoria de la infancia el mundo de A la busca del tiempo perdido, un bellísimo elogio de la obra de John Ruskin, o la oposición al método crítico de Sainte-Beuve, que vinculaba mecánicamente biografía y literatura, son los ejes de referencia de este volumen, de estas páginas sobre arte y literatura con traducción, prólogo y notas de Mauro Armiño, que termina su introducción destacando la teoría creativa de Proust, que pensaba que “la biografía no dice ni explica nada sobre la obra de un autor. El propio autor lo demuestra llevando la vida social de un yo mundano que no afectó a su yo interior, capaz de juzgar severamente ese mundo.”
Sainte-Beuve, un santón de la crítica literaria decimonónica que dejó secuelas como el determinismo de Taine, “no parece haber comprendido en ningún momento lo que hay de particular en la inspiración y el trabajo literario, y lo que lo diferencia por completo de las ocupaciones de los demás hombres y de las demás ocupaciones del escritor”, escribe Proust, que añade: “No parece que en ningún momento de su vida Sainte-Beuve haya concebido la literatura de una forma realmente profunda.”
En las páginas de este volumen, repletas de inteligencia y sensibilidad, se dan cita pintores como Watteau y Monet, Rembrandt y Gustave Moreau; músicos como Saint-Saëns y escritores como Balzac y Dostoievski, Stendhal y Goethe, Flaubert y Baudelaire, uno de sus poetas preferidos, al que calificó como “gran poeta clásico” y cuyos versos -escribe Mauro Armiño- “salpican toda su obra, desde los artículos iniciales a su novela mayor.”
La evocación de las lecturas en la infancia, clandestinas y nocturnas a la luz de una vela o la reivindicación del carácter creativo de la lectura recorren estos textos en los que Proust defiende que la lectura activa, no meramente receptiva, debe ser el motor del pensamiento y de la creación literaria y artística, porque escribir presupone leer y la lectura es, señala una y otra vez en estos textos, una condición previa a la escritura.
Estos ensayos son la brillante manifestación de un Proust imprescindible que aquí proyecta su mirada sobre el mundo y sobre la literatura, sobre la belleza y la memoria, sobre los motivos y las sensibilidades que están en la base de su universo novelesco.
Y como un don añadido, la excelente prosa que recorre la lucidez de estos ensayos, su capacidad de sugerencia y de evocación, la hondura reflexiva de quien prefiguró su mundo literario con reflexiones como estas:
El artista sólo debería pedir a los recuerdos involuntarios la materia prima de su obra.
Los bellos libros están escritos en una especie de lengua extranjera.
El estilo no es un embellecimiento en modo alguno, como creen algunas personas, ni siquiera es un problema de técnica, es –como el color en los pintores- una cualidad de la visión, una revelación del universo particular que ve cada uno de nosotros y que no ven los demás. El placer que nos procura un artista es el de darnos a conocer un universo más.
Santos Domínguez