Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa
Dos soledades.
Un diálogo sobre la novela en América Latina.
Prólogo de Juan Gabriel Vásquez.
Alfaguara. Barcelona, 2021.
Si en las casi setecientas páginas de García Márquez. Historia de un deicidio brilla el lector incisivo y generoso que es Vargas Llosa, esa es también la característica que mejor se refleja en Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, el otro volumen con el que Alfaguara recupera otro documento indispensable y casi inencontrable: el que reproduce el diálogo público sobre la novela en América Latina que mantuvieron, tres meses después de la aparición de Cien años de soledad, García Márquez y Vargas Llosa, dos devotos de Faulkner, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Lima en dos sesiones multitudinarias, el 5 y el 7 de septiembre de 1967, que se corresponden con las dos partes en las que se editó ese diálogo en un volumen que se publicó en 1968 y se agotó pronto, por lo que ha venido circulando desde hace muchos años hasta ahora en fotocopias.
Fue, como recordaba Vargas Llosa en la entrevista de julio de 2017 que se incorpora a esta edición, “uno de los pocos diálogos públicos de García Márquez, que era bastante huraño y reacio a enfrentarse a un público. Detestaba las entrevistas públicas porque en el fondo tenía una enorme timidez, una gran reticencia a hablar de manera improvisada.”
Un librero de Bogotá afirmaba que en estas conversaciones “había más lecciones valiosas sobre el oficio de novelista que en cualquier facultad de Literatura.” Lo recuerda en ‘Palabras recuperadas’, uno de los textos con los que se presenta este volumen, el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez, que escribe:
Y qué fascinante es ver a Vargas Llosa comentar el libro de su colega a mano alzada, improvisando una crítica tan penetrante y lúcida que Historia de un deicidio, el estudio que publicó cuatro años después, nos podría parecer una mera profundización o ampliación de las ideas en pues expuestas en Lima.
Aquí está ese Vargas Llosa: el novelista-crítico, dueño de una conciencia exacerbada de su oficio, siempre con el bisturí en la mano. Al lado, García Márquez hace grandes esfuerzos por defender su imagen de narrador instintivo, casi salvaje, alérgico a la teoría y mal explicador de sí mismo o de sus libros. No es así, por supuesto: García Márquez sabía muy bien para qué servía cada uno de los destornilladores de su caja de herramientas. Y conocía muy bien, como todo gran novelista, el arte de leer: las palabras que aquí dedica a la influencia de William Faulkner, o a su presencia en la nueva novela latinoamericana, valen lo que cualquier tesis de cientos de páginas.
Preparada por Luis Rodríguez Pastor, esta edición incorpora al núcleo de la conversación entre García Márquez y Vargas Llosa un conjunto de textos y testimonios de José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo, Abelardo Sánchez León, que evoca aquel diálogo como “un acontecimiento genial, maravilloso, fluido, entretenido y muy importante”, y Ricardo González Vigil, para quien “ese dúo mayor del Boom de la novela latinoamericana ejecutó un concierto literario como nunca escuchado antes y después en mi existencia.”
Completan el volumen las valoraciones recientes de Vargas Llosa en una entrevista de 2017 sobre la vida y la obra de García Márquez; dos entrevistas concedidas por García Márquez a dos periódicos limeños en aquellos primeros días de septiembre de 1967 y un álbum fotográfico con instantáneas de aquellas conversaciones y de aquel encuentro entre dos novelistas excepcionales.
Desde el rigor crítico del peruano y desde la vitalidad creativa del colombiano, el volumen tiene su núcleo en un intenso diálogo sobre la vida y la literatura, la realidad y la ficción, la imaginación y la experiencia. En ese contexto conversacional, García Márquez hace afirmaciones como estas:
Antes que todo yo creo que el principal deber político de un escritor es escribir bien. No solo escribir bien en cuanto a escribir en una prosa correcta y brillante, sino escribir bien, ya no digo escribir sinceramente, sino de acuerdo con sus convicciones. A mí me parece que al escritor no hay que exigirle concretamente que sea un militante político en sus libros, como al zapatero no se le pide que sus zapatos tengan contenido político. Me doy cuenta de que el ejemplo es bastante superficial, pero lo que te quiero decir es que no es correcto pedirle al escritor que convierta su literatura en un arma política, porque en realidad si el escritor tiene una formación ideológica y una posición política, como creo que yo las tengo, eso está implicado necesariamente en la obra.
Y Vargas Llosa estas otras:
Yo lo que creo es que toda buena literatura es irremediablemente progresista, pero con omisión de las intenciones del autor. Un escritor con una mentalidad como la de Borges, por ejemplo, profundamente conservadora, profundamente reaccionaria, en cuanto creador no es un reaccionario; no es un conservador; yo no encuentro la obra de Borges (aunque sí en esos manifiestos que firma él) nada que proponga una concepción reaccionaria de la sociedad, de la historia, una visión inmovilista del mundo, una visión, en fin, que exalte, digamos, el fascismo o cosas que él admira como el imperialismo. Yo no encuentro nada de eso...
Santos Domínguez