30/12/20

Roberto Calasso. El Cazador Celeste



 Roberto Calasso.
El Cazador Celeste.
Traducción de Edgardo Dobry.
Anagrama. Barcelona, 2020.
 
 “El cielo era el lugar del pasado. De espaldas, mientras miraban en la noche aquellas temblorosas puntas de alfiler, encontraban lo que había sucedido: una tela oscura e indiferente, rayada por minúsculas manchas de luz. Solo eso permanecía, entre multitud de acontecimientos, de gestos, de seres. Solo lo que había sido elegido para mantener un significado, una forma que cada noche se volvía a encender. Cualquiera sea el lugar desde donde observasen el cielo, siempre encontraban al Cazador. La caza fue la ordalía de la memoria. El cielo, el primer orden mnemotécnico. La bóveda se convirtió en la casa del pasado, museo intacto. Las historias indispensables centelleaban cada noche -o permanecían provisoriamente ocultas detrás de un toldo de nubes. Otro cielo fue la superficie de la cueva, así como el cielo mismo era la cara interna de la enorme cueva cósmica. Para poder cazar es necesario dibujar”, escribe Roberto Calasso en El Cazador Celeste, que publica Anagrama con una espléndida traducción de Edgardo Dobry.

Tomando como referencia ese lugar del firmamento entre la constelación de Orión, el cazador celeste, y su perro Sirio, un lugar donde se cruzan lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino, Calasso propone un viaje por siglos, culturas y transformaciones, por la relación del hombre con la divinidad, el misterio y el animal.

Porque -explica Calasso- “si la constelación es un lugar arbitrario del que se cuelgan las historias, de modo no muy distinto a como los significados se cuelgan de los sueños, no será fácil explicar por qué en el mismo gajo del cielo, no solo en Grecia sino también en Persia, en Mesopotamia, en la India, en China, en Australia y hasta en Surinam, durante milenios se han visto siempre las huellas de un Cazador Celeste que no se cansaba de observar.”

Desde los orígenes paleolíticos, desde el día de veinticinco mil años en que el hombre empezó a pintar en las piedras de las cuevas a la actualidad, pasando por su relación con el mito, fundador de civilizaciones, por los misterios de Eleusis y el bosque de Artemisa, la diosa cazadora, por el culto a los animales en el antiguo Egipto, las Enéadas de Plotino, el contemplador que inventó la interioridad,  o la persistencia de los mitos en el mundo contemporáneo, conviven conflictivamente en estas páginas el animal y el hombre, los dioses y los demonios.

Entre el ensayo y la narración, entre la erudición y la poesía, entre revelaciones y destellos, entre la cultura clásica y el misticismo védico, Calasso combina filología y mitología, antropología y filosofía para recrear en los catorce capítulos de El Cazador Celeste el proceso de transformación del hombre en un ser civilizado, su evolución desde lo animal a lo humano, desde la condición de la presa a la de depredador:
 
Matar sin tocar: nadie más era capaz de eso. Ese era el secreto. Después de haber huido durante milenios, se apostaron a la espera, inmóviles.
No existe ningún animal en cuya historia se haya producido un cambio de modo de vida tan brusco como el del hombre: de primate recolector de frutas y raíces, perseguido por depredadores, a animal omnívoro y por tanto también carnívoro, un bípedo que caza en grupo a cuadrúpedos que, en muchas ocasiones son más grandes que él. El hombre se distancia del animal adquiriendo sus poderes.


La caza transforma a los hombres en “animales metafísicos”, pero no acababa allí el camino. La caza cambió decisivamente la relación del hombre con el mundo y con la muerte: desde el animal que caza y es cazado al animal que se niega a sí mismo y se deshace de sus orígenes; desde la caza para sobrevivir al sacrificio; desde la cierva que huye a la flecha de Artemisa, la diosa de lo intacto; desde el arco y la flecha a la agricultura, la vida sedentaria y la técnica; desde el depredador al sabio; desde los mitos griegos a la máquina Enigma; desde Odiseo a los Argonautas, desde Lucrecio a Proust, desde Plutarco a Henry James, desde Ovidio a Simone Weil, pasando por Nietzsche y Heródoto, por Homero y Frazer, por Platón y Valéry.

El Cazador Celeste plantea así una peregrinación portentosa desde lo cercano a lo cósmico, desde lo onírico a lo académico a través de un recorrido iluminador por las distintas tradiciones orientales y occidentales y por las metamorfosis humanas.

Calasso teje de esa manera una historia de historias a partir del cruce de relatos y tiempos que confluyen en un centro con luces y sombras donde se reúnen la literatura y el arte, la filosofía y la ciencia, la caza y el conocimiento, el mito y la historia, lo extenso y lo intenso. Un viaje de ida y vuelta desde lo visible a lo invisible, el espacio de confluencia que comparten los muertos y los dioses:
 
Lo invisible es el lugar de los dioses, de los muertos, de los antepasados, del pasado entero. No exige necesariamente un culto, pero penetra en todos los intersticios de la mente. [...] Lo invisible no debe ir a buscarse muy lejos. Incluso puede no ser hallado precisamente porque está demasiado cerca. Lo invisible termina en la cabeza de cada uno.

Porque “se puede, claro, vivir sin dioses. [...] Más difícil es vivir sin lo divino. [...] Lo divino es perenne, en cuanto está entrelazado con todo lo que irrumpe. En el interior de lo que irrumpe está lo que permite el acceso a lo que no se ve. Es decir, al mundo sin límites de lo invisible.”

A esa idea, uno de los hilos conductores del libro, se vuelve en el espléndido capítulo final, El regreso a Eleusis, donde se leen estas frases:
 
No se puede vivir sin lo invisible, aunque lo invisible encierre en sí a la muerte. Este pensamiento, esta obsesión fueron el origen de los Misterios. [...] Los Misterios no son algo que se pueda poseer, como un pensamiento: no son algo que se aplica, como una fórmula. Son un lugar que ofrece algo distinto cada vez que se vuelve. Para volver, sin embargo, es necesario alejarse, regresar a la vida común -para abandonarla de nuevo.
 
Con 
esta octava entrega de su obra en marcha sobre las fuerzas de la civilización, tras títulos como La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Ka, K., El rosa Tiepolo, La Folie Baudelaire y El ardor, Calasso sigue completando una monumental construcción intelectual, una de las empresas literarias más ambiciosas, profundas y brillantes que se han levantado en lo que llevamos de siglo. 

Del primer libro de la serie, La ruina de Kasch, dijo Italo Calvino que su trama abarcaba todas las cosas que han sucedido en la historia de la humanidad. Algo parecido ocurre en estas páginas luminosas de El Cazador Celeste. Un libro asombroso en el que cabe el mundo, porque -escribe Calasso- “en el mito acontece todo lo que, después, se repite en la historia.”

Santos Domínguez