Sylvia Plath.
Ariel.
Ilustraciones de Sara Morante
Traducción de Jordi Doce.
Nórdicalibros. Madrid, 2020.
 
Conozco el fondo, dice. Lo conozco con mi gran raíz primaria: 
es lo que temes. 
No lo temo: he estado ahí. 
¿Es el mar lo que oyes en mí, 
sus insatisfacciones?
¿O la voz de nada, que era tu locura?
El amor es una sombra. 
Cómo mientes y lloras a su paso… 
Escucha, estos son sus cascos: se ha marchado, como un caballo. 
Toda la noche la pasaré así, galopando impetuosamente 
hasta que tu cabeza se vuelva piedra, tu almohada un pequeño césped, 
sonando, resonando...
Así comienza Olmo, uno de los poemas imprescindibles de Ariel, de Sylvia Plath, que publica Nórdica
 con una nueva traducción de Jordi Doce, que se suma a las anteriores de
 Ramón Buenaventura y de Xoán Abeleira, e ilustraciones de Sara Morante.
 
 
Fue
 su segundo y último libro, un póstumo con cuarenta poemas publicados en
 1965 con un enorme éxito por Ted Hughes, de quien se había separado y 
que se ocupó de editar su poesía tras el suicidio de su exmujer en 
febrero de 1963. 
Hughes
 tuvo una más que discutible intervención en el libro, porque eliminó 
quince poemas y añadió otros doce que no estaban en el manuscrito que 
dejó Sylvia Plath, lo que explica la publicación de una versión 
restaurada de la obra en 2004 a cargo de su hija. 
Muchos
 de los textos que Hughes incorporó al libro los había escrito Sylvia 
Plath durante las últimas semanas de su vida y son probablemente su 
cumbre poética. Desde la Albada inicial, que arranca significativamente con "El amor" hasta el que cierra el conjunto, Palabras, que termina con la palabra "vida", los poemas de Ariel
 resumen un itinerario personal hacia el renacimiento vital, un viaje 
hacia la primavera que se inicia antes de la ruptura del matrimonio 
hasta una nueva vida, con todas las luchas y las furias de ese trayecto 
emocional.
Esa
 realidad conflictiva está en la raíz de muchos de sus poemas, resueltos
 con una mezcla de alucinación y realidad, de sueño y de vigilia, de 
angustias y obsesiones, de odios y afectos, de fragilidad y dureza, de 
venganza y desolación, de impulsos liberadores y tendencias 
autodestructivas, como en Ariel, el poema que da título al libro.
Más
 allá de su mero valor confesional, estos textos adquieren una 
transcendencia que está por encima de las limitaciones temporales, 
geográficas o individuales para conectar con el lector en un lugar del 
sentimiento, de la inteligencia o de la vida. En un lugar hondo y 
secreto, como estos poemas en los que se desnudó una persona que de 
alguna oscura manera revive en carne propia la figura dramática y 
atormentada de Medea, como advirtió Robert Lowell en el prefacio a la 
primera edición de este Ariel,
 el libro en el que Sylvia Plath “se vuelve ella misma, se convierte en 
algo creado con imaginación, novedad, desenfado y sutileza –ya no una 
persona, o una mujer, ciertamente no una ‘poetisa’, sino una de esas 
grandes heroínas clásicas, súper real e hipnótica.”
 
  
Cees Nooteboom.
Venecia.
El león, la ciudad y el agua.
Fotografías de Simone Sassen
Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal
Siruela. Madrid, 2020.
“¿Por
 qué he regresado a Venecia por enésima vez? ¿En qué consiste el 
atractivo de esta ciudad? En ella yo solo viven 55.000 venecianos; el 
resto sale huyendo de aquí al final de la jornada, porque la ciudad ha 
dejado de ser suya, porque la vivienda es demasiado cara, porque a 
ciertas horas el paso por el laberinto queda obstruido por una tromba de
 forasteros. Entonces ¿por qué he regresado? Lo primero que se me ocurre
 es que todavía no he acabado Venecia, aunque esto es una bobada, claro 
está, porque nadie podrá acabarla nunca, aunque resida en ella toda su 
vida.[....] Cuando paseo por aquí en el presente estoy al mismo tiempo 
en otra dimensión. ¿Será eso tal vez? ¿Acaso vivo aquí reculando, 
moviéndome a contracorriente del tiempo? En una ciudad como esta nos 
rodean los muertos que han dejado sus huellas en palacios, puentes, 
cuadros, estatuas; la atmósfera está saturada de ellos”, escribe Cees 
Nooteboom en uno de los capítulos centrales de 
Venecia. El león, la ciudad y el agua, que publica 
Siruela
 con traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal y espléndidas fotografías de
 Simone Sassen, que ya colaboró con otros libros de Nooteboom como 
Tumbas de poetas y pensadores, El desvío a Santiago o
 Noticias de Berlín.
Es
 un viaje hacia “el centro de la ciudad de las góndolas y de los leones”
 a través de la mirada aguda y refinada de Nooteboom, de su estupenda 
prosa y su profundo conocimiento del laberinto de callejones y jardines 
místicos, de iglesias barrocas, puentes y canales que atraviesan la 
ciudad líquida de la laguna y el gran canal.
Y también un 
recorrido por museos, palacios y capillas tras la pista de pintores y 
las imágenes contadas de Tintoretto, Carpaccio, Giorgione, Canaletto, 
Veronese o Tiepolo; de compositores como Vivaldi o Monteverdi, artistas 
que contribuyeron a universalizar e inmortalizar Venecia con sus 
pinturas y esculturas, su arquitectura o su música.
O con su 
literatura, desde Boccacio a Henry James, desde Montaigne a Mary 
McCarthy, desde Mann a Pound o Kafka, desde Casanova a Ruskin o 
Couperus, desde Hemingway a Montale, desde Kafka al comisario Brunetti, 
de Donna Leon.
Venecia
 es –escribe Nooteboom- “una ciudad cargada de sombras”, una ciudad 
misteriosa y laberíntica. Un laberinto de tiempos y espacios 
superpuestos que anulan el tiempo en un circuito eterno, en un espacio 
intemporal.
 Conviven en esa superposición las multitudes de la plaga de turistas y las aglomeraciones de personajes en el Juicio Final de Tintoretto o la Cena en casa de Leví,
 de Veronese ; la nieve y el agua alta en la plaza de San Marcos y “las 
voces del bronce del tiempo” que suenan en las campanas; un concierto 
con la polifonía de Palestrina y la prisión de los Plomos, de la que se 
fugó una noche Casanova; las iglesias de Palladio y el jardín de un 
convento carmelita. 
Tiempos superpuestos en los que conversan 
Proust y Rilke, Byron y Pound, Casanova y Brodsky, Goethe y Henry James,
 Petrarca, que acompañó aquí a Boccaccio, y Kafka, que escribió en un 
hotel veneciano su carta de despedida a Felice.
Y finalmente un 
paseo entre los leones, el animal veneciano representado repetidamente 
en distintos espacios monumentales. Porque -recuerda Nooteboom-  “los 
mitos son capaces de todo: logran que un discípulo judío de un maestro 
crucificado escriba un libro que ha sobrevivido a lo largo de los 
siglos, le dan a luz al león relacionado con este hombre y el poder para
 proteger una ciudad, y colocar a este león en lo alto de una columna en
 la plaza de la ciudad, con vistas a la laguna. Y ahí sigue: un león 
dominando la ciudad y el agua.”
 
Fábulas De Esopo
Ilustraciones de Arthur Rackham.
Selección y traducción de 
Pedro Bádenas de la Peña.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.
 El fanfarrón [Esopo 33]
Un hombre que practicaba el pentatlón y 
que constantemente sufría las críticas de sus conciudadanos por su falta
 de brío, se marchó un día al extranjero. Cuando después de mucho tiempo
 regresó, contaba con jactancia las muchas proezas que había hecho en 
otras ciudades y que en Rodas había dado un salto tal como ninguno de 
los vencedores en las Olimpiadas; y afirmaba que podía presentar como 
testigos a quienes lo habían presenciado, si alguna vez venían a la 
ciudad. Uno de los allí presentes le respondió: «¡Anda este! Si es 
verdad eso, no te hacen falta testigos, aquí está Rodas. ¡Venga el 
salto!».
La fábula muestra que cuando es factible una demostración todo lo que pueda decirse sobre ello está de más.
 
Es una de las fábulas de Esopo que publica en una espléndida edición ilustrada 
Reino de Cordelia.  
Basada
 en la que se publicó en Londres por William Heinemann en 1924, 
incorpora las clásicas ilustraciones del dibujante inglés de línea 
prerrafaelita Arthur Rackham (1867-1939) que no se habían publicado en 
España hasta esta edición preparada por Pedro Bádenas de la Peña, uno de
 los mayores expertos en Esopo, que ha traducido del griego y el latín 
su selección de doscientas ochenta y cuatro fábulas.
En
 la nota previa, Bádenas de la Peña indica que esta edición “ha 
requerido un trabajo de filiación crítica y selección del complejo 
corpus, con una larga y complicada historia en la transmisión textual 
del género fabulístico que la tradición, ya desde la Antigüedad, 
atribuyó convencionalmente a Esopo. Para esta edición se parte, como 
referencia obligada, del conjunto de cerca de cien ilustraciones 
originales en color y en blanco y negro del ilustrador inglés Arthur 
Rackham (1867-1939) que acompañan a la versión inglesa de las Fábulas, 
debida a Vernon Stanley-Vernon Jones (1912).”
 
“Esopo,
 encaramado en un centenar largo de fábulas a él atribuidas, con una 
biografía de la que nos constan, al menos, tres versiones -una en 
griego, atribuida al bizantino Máximo Planudes y otra latina medieval-, 
con un patrimonio de dichos y proverbios, además de una estela 
multisecular de testimonios sobre él, disfruta justamente de un 
privilegio similar al de Homero: el de no haber existido nunca. Y es que
 en ambos casos la inexistencia física del autor significa el 
reconocimiento de la importancia extraordinaria de la obra que 
convencionalmente se le atribuyó. En Homero y en Esopo se da la misma 
paradoja de que, aunque realmente hubieran existido, ni una sola palabra
 de las transmitidas como suyas puede atribuírseles con certeza”, 
escribe Bádenas de la Peña en el epílogo -Esópica-, donde analiza
 la tradición del corpus fabulístico de Esopo y explica algunos de los 
rasgos estructurales del género: la forma y el estilo, los personajes y 
el antropomorfismo, el planteamiento y desarrollo de la trama, su 
dimensión universal y su altura literaria.
Cierra el volumen una 
breve bibliografía, que “es muy selectiva y se centra en las principales
 ediciones críticas del texto griego y latino. También se incluyen las 
principales traducciones al español y un par de monografías importantes 
sobre la historia de la fabulística griega y latina.” 
  
 
  Gabriel García Márquez.
Camino a Macondo. 
Ficciones 1950-1966.
Literatura Random House. Barcelona, 2020. 
García Márquez lo contó muchas veces. Tuvo la historia de 
Cien años de soledad en la cabeza muchos años antes de encontrar el tono adecuado para contarla. 
Camino a Macondo, el magnífico volumen ilustrado por Pep Carrió que publica 
Literatura Random House permite
 al lector recorrer ese itinerario de maduración con una espléndida 
antología subtitulada Ficciones 1950-1966, que reúne los relatos y 
novelas cortas de García Márquez ambientados en Macondo y anteriores a 
Cien años de soledad.
Desde los primeros textos -entre los que destacan
 La casa de los Buendía y otros cuatro tempranos relatos breves que subtituló, como ese, 
Apuntes para una novela, el 
Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo o 
Un día después del sábado- hasta 
La mala hora, se recogen en este volumen sobre la creación del ciclo de Macondo tres novelas cortas -
La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y la ya citada 
La mala hora- y un libro de cuentos, 
Los funerales de la Mamá Grande, con relatos tan imprescindibles como 
La siesta del martes, La viuda de Montiel o el que cerraba el conjunto y le daba título. 
Todas esas ficciones son eslabones fundamentales en la construcción del universo mítico que culminará en 1967 en 
Cien años de soledad. Fue un largo proceso que duró casi dos décadas y del que estos magníficos relatos dan un imborrable testimonio. 
Estos
 relatos reflejan el proceso de conquista, más que de un territorio 
narrativo, de la expresión. Resumen el largo camino de García Márquez hasta encontrar el tono 
adecuado que se le impuso como una revelación, semejante al conocimiento
 del hielo, mientras conducía su coche hacia unas vacaciones familiares:
 
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el 
coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que 
su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces...  
 
 
    Dominique de Courcelles.
Habitar maravillosamente el mundo.
Jardines, palacios y moradas espirituales 
en la España de los siglos XV al XVII.
Prefacio de Tom Conley.
Traducción del francés de Susana Prieto Mori.
Siruela. Madrid, 2020.
“No
 se habita únicamente el lugar donde uno se encuentra, sino también 
todos los lugares que se ofrecen a la mirada, que llevan la mirada a 
otro lugar. Estas realidades, que son las de la percepción visual, están
 al servicio del movimiento del cuerpo y del ojo a través de una 
diversidad de situaciones y un entramado de recorridos posibles que 
asocian a la experiencia de habitar el deseo de infinito y eternidad, 
ese porvenir presentido, y la memoria del pasado recorrido.
Existe, 
pues, creación, es decir, poiética de un mundo que es otro distinto del 
mundo en el cual vivimos, donde se reunirían los tres campos 
fundamentales de la axiología humana: la verdad, el bien y la belleza. 
El arte de construir jardines, o palacios, o galeras reales, de escribir
 un viaje experimental o una búsqueda mística, de pintar paisajes y 
glorias celestiales da fe de una renovación de la mirada: filosófica, 
alquímica, teológica, política. Se trata al mismo tiempo, a riesgo de 
caer en la paradoja, de experimentar y de hechizar duraderamente el 
mundo, la estancia en el mundo en armonía con la tierra, el agua, el 
aire y el fuego, de establecer sólidamente la estrecha conexión entre el
 príncipe, sus países o territorios y sus pueblos. El arte de los 
príncipes se acerca a la preocupación mística: habitar maravillosamente 
el mundo es habitar el mundo tal cual es, es decir, experimentar la 
presencia divina en el mundo, ver el mundo en Dios, estar vinculado al 
mundo compartiendo la apertura al infinito”, escribe Dominique de 
Courcelles, historiadora de las ideas y especialista en la mística 
española del Siglo de Oro, en 
Habitar maravillosamente el mundo, un 
volumen espléndidamente editado por 
Siruela en su colección El Árbol del
 Paraíso.
Jardines, palacios y moradas espirituales en la España 
de los siglos XV al XVII es el subtítulo de este ensayo que, organizado 
en cuatro partes -Palacios y jardines de España, Las maravillas del 
universo: de Sevilla a México, Paisajes, mística, magia natural y 
Miradas al infinito, deseo de eternidad- y rematado con treinta 
ilustraciones, aborda en sus ocho capítulos la renovación de la mirada 
renacentista al mundo y al paisaje, a la filosofía y la religión.
Frente al mundo cerrado de la Edad Media, el Renacimiento trajo una apertura de perspectivas mentales y una renovación de la mirada que se proyecta en el arte de construir jardines como forma de ver y reflejar la naturaleza, en la dimensión filosófica y teológica de los palacios y jardines del alma con los que los místicos abordaron los secretos naturales, en la mística del paisaje como invocación y búsqueda poética en fray Luis o san Juan de la Cruz, en el centelleo de plumas durante una misa celebrada por san Gregorio en lo alto de una pirámide azteca, en la mirada hacia la eternidad desde El Escorial y la sierra de Guadarrama o en la visión del infinito a través de la profundidad de la nube ascendente en El entierro del conde de Orgaz.
Todos
 los elementos de esa enumeración están conectados por un vínculo común:
 la representación plástica o verbal de las conexiones entre lo material
 y lo espiritual, entre lo terreno y lo celeste, entre el microcosmos y 
el macrocosmos. Así en los jardines granadinos de la Alhambra: “su diseño geométrico, sus terrazas, sus fuentes y estanques y sus plantas suscitan una impresión de paradisiaca serenidad para el mayor placer de los sentidos. En todos los casos, el jardín anuncia la belleza de un mundo nuevo. [...] La visión de los jardines y, tras ellos, del mundo se percibe como una apertura al universo.”
Porque, como señala Tom Conley en el Prefacio, 
“los secretos del mundo disfrutan de una luz paradójicamente invisible y
 esclarecedora, que a nosotros, habitantes del bajo mundo, nos atañe 
ver.”
  
 Charles Dickens. 
Grandes esperanzas. 
Prólogo de Andrés Trapiello. 
Traducción de Manuel Vallvé. 
Austral Singular. Barcelona, 2020.
 
 “¿Se
 leían las novelas de Dickens en su tiempo de la misma manera que las 
leemos ahora? Algunos las encuentran hoy demasiado tenebrosas y tristes.
 El modo de relatar es además, en ocasiones, un poco profuso. ¿No les 
importaba entonces, pues, que fuesen unas novelas tan largas y tan… 
melancólicas? Desde luego la tristeza en Dickens tiene una sombra 
característica, a la que podemos llamar melancolía; esa melancolía es 
inseparable de las cosas que trata y de las ciudades por las que ambulan
 sus personajes. La melancolía en las novelas de Dickens es el musgo que
 les sale sin que nadie lo siembre, en el lado norte y sombrío de su 
alma, a todas ellas. Por eso, sí, Grandes expectativas es una novela 
triste, pero apenas se nota, porque el novelista tendrá siempre la 
cortesía de arrancarnos una sonrisa en cuanto le sea posible”, escribe 
Andrés Trapiello en el prólogo de la edición de 
Grandes esperanzas en
 Austral Singular, con una cuidada traducción de Manuel Vallvé. 
 
Grandes esperanzas, uno
 de los grandes títulos de la madurez creativa del maestro de la novela 
en inglés del siglo XIX, es su última obra maestra. Dickens la fue 
administrando por entregas en su revista All the Year Round entre diciembre de 1860 y agosto de 1861. 
 
Contada en forma autobiográfica, con una primera persona cercana y convincente, por Philip Pirrip, un narrador-personaje que evoca su vida desde que era el huérfano Pip, desde su impresionante comienzo en el cementerio parroquial, Grandes esperanzas es también, con su contención admirable y su muy meditada estructura arquitectónica en tres partes, la novela mejor construida de Dickens. En torno a los ambientes rurales de la primera parte y a los urbanos de las otras dos, aparecen en estas páginas la pobreza y la adversidad, la crueldad y la extravagancia, la sordidez y el humor, la bondad y la redención, el dinero y la ingratitud, el sentimiento de culpa y la inocencia, la crítica social y la amistad, los obstáculos y los dilemas morales, el espacio de la casa o las calles de Londres como un personaje más con descripciones memorables de la ciudad y las orillas del Támesis. Un Londres sucio y polvoriento, sombrío y desagradable al que llega Pip en busca de educación y fortuna. 
 
Y
 tras una peripecia tan ramificada y un despliegue tan amplio de 
personajes que completa un panorama de la sociedad de su época, como de costumbre en sus novelas, todo concluye en el ambiguo
 final, sorprendente y melancólico, pero abierto a la esperanza, de una 
de las novelas más oscuras y nocturnas de un Dickens desilusionado y con
 una clara inclinación al claroscuro y al contraste. 
 
Un
 Dickens que al final de la novela, como señala Trapiello en el prólogo,
 “ha puesto en nuestra boca una melancólica sonrisa y ha teñido nuestro 
ánimo de un cordial desasosiego.” 
 
Síntesis y culminación de su narrativa, Grandes esperanzas
 es también la novela más hondamente arraigada en la memoria personal de
 Dickens. La espléndida traducción de Manuel Vallvé es otro motivo para 
recomendar su imprescindible lectura. 
 
   
Lazarillo de Tormes.
Ilustraciones de Manuel Alcorlo.
Edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.
Reino de Cordelia sigue ofreciendo estupendas ediciones ilustradas de algunos de los clásicos imprescindibles de la literatura española. Al Quijote, el Buscón, las Sonatas de Valle o Fortunata y Jacinta se suma ahora una cuidada edición del Lazarillo,
 el texto fundacional de la picaresca, una de las aportaciones de la 
literatura española a la literatura universal. Y más que eso, 
probablemente la primera novela moderna, en la que el personaje va 
evolucionando, aunque aquí sea para mal, en función de los 
acontecimientos.
Porque el Lazarillo es el relato 
autobiográfico en forma epistolar (“Y pues Vuestra Merced escribe se le 
escriba...”) del proceso de degradación de un narrador-personaje que, 
más que dar “entera noticia de mi persona”, justifica en un alarde de 
cinismo cómo ha llegado a “la cumbre de toda buena fortuna” como 
pregonero en Toledo después de casarse con la mujer que estaba 
amancebada con el arcipreste de San Salvador.
Ese irse haciendo en las páginas del libro supone un cambio decisivo que
 marca un antes y un después en la historia de la narrativa europea, el 
comienzo de una nueva forma de concebir la novela. De ahí la importancia
 y la transcendencia de esta novela a la que le sienta bien el 
anonimato, casi una exigencia interna del modo autobiográfico que finge en su planteamiento narrativo. 
Cerca
 de medio centenar de ilustraciones de Manuel Alcorlo iluminan algunos 
de los pasajes esenciales de esta novela imprescindible y corrosiva, que
 se publica con edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez, que escribe 
en su introducción.
“La cosa tiene mucho de autobiografía tempranera, Bildungsroman y relato divertido donde los haya, pero quizá una marca de fuego del Lazarillo
 sea que es una novelita repleta de problemas: el lío comienza con el 
baile de la autoría, se enreda con una serie de ambigüedades, y, por si 
fuera poco, se complica con las ediciones del texto, para romperse 
finalmente en mil pedazos con interpretaciones y lecturas para todos los
 gustos. Por de pronto, todas estas cuestiones —y muchas otras más— dan 
fe de la riqueza del mundo que se encierra en una historieta de 
apariencia tan ligera y simple que está en el origen del género 
picaresco y ha cautivado a lectores de todo pelo desde el siglo XVI 
hasta el siglo XXI: baste pensar en Eduardo Mendoza, pícaro por 
excelencia de la novela española contemporánea que salpimienta sus 
relatos con toques apicarados.” 

Claudio Rodríguez.
Antología para jóvenes.
Edición de 
Luis Ramos de la Torre y
Fernando Martos Parra.
Bartleby Editores. Madrid, 2020.
“Que
 el amor y la alegría sean el cauce de tu caminar como lo fueron para 
Claudio Rodríguez desde la juventud de sus primeros versos hasta los 
momentos últimos de viva contemplación”, escriben Luis Ramos de la Torre
 y 
Fernando Martos Parra en el epílogo de su 
Antología para jóvenes de Claudio Rodríguez que publica 
Bartleby Editores. 
 Una
 antología que resume la trayectoria poética de Claudio Rodríguez, que 
creó uno de los mundos poéticos más característicos y exigentes de la 
poesía española del medio siglo. Un mundo poético atravesado por el 
deslumbramiento ante la magia de lo cotidiano, por la revelación de la 
mirada y la memoria que construyen una poesía del conocimiento como 
experiencia sensorial, como fruto de la percepción y de la participación
 con todo lo que existe.
En esa trayectoria 
Alianza y condena ocupa un lugar central, no sólo porque es el tercero de los cinco libros que escribió, sino porque tras los dos iniciales -
Don de la ebriedad y 
Conjuros-, llenos de la luminosidad de la alianza, a partir de este empieza a imponerse la condena que ensombrecería 
El vuelo de la celebración y 
Casi una leyenda. 
Entre la exaltación contemplativa de 
Don de la ebriedad y la meditación existencial de 
Casi una leyenda,
 la poesía de Claudio Rodríguez, celebratoria casi siempre y elegiaca a 
veces, surge de una constante búsqueda del sentido de la vida y del 
mundo. El resultado de esa búsqueda es una experiencia de revelación que
 transciende lo cotidiano en la contemplación reflexiva del presente o 
mediante la evocación de las claves de la memoria.
Una aventura 
poética sustanciada en su obra intensa y breve, de la que esta completa 
antología ofrece los textos más significativos, que dan la imagen plural
 de una poesía unitaria que busca la luz y encuentra la revelación de la
 sombra que aparece en su último libro, 
Casi una leyendaLos
 responsables de la edición escriben estas líneas en el 
Epílogo con el 
que justifican la razón de una antología poética de Claudio Rodríguez 
para jóvenes:
“Ya ves que detrás de toda obra poética y toda vida
 hay una manera de pensar, una “filosofía”. Pero no veas esta palabra 
como si sólo le cupiera cierto traje de solemne gravedad y unos zapatos 
oscuros y apretados, sino más bien considérala en su cercanía a aspectos
 como la alegría. Porque en Claudio fueron conceptos como entusiasmo y 
alegría algunos de los que acompañaron a ese amor que se deriva de 
entender la poesía como un don; por esto, amigo lector, el amor y la 
alegría se irán convirtiendo en dos piezas claves y de alta importancia 
ética tanto en su poesía como en su vida.”
  

Antonio Machado.
Campos de Castilla.
Ilustraciones de José Carralero.
Edición y prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.
Como “un conjunto admirable de poemas dictados por el temblor de vida y de ética ancestral que emana siempre de sus versos” define Luis Alberto de Cuenca 
Campos de Castilla en el prólogo de la magnífica edición que publica 
Reino de Cordelia con las estupendas ilustraciones de los óleos de José Carralero.
El empaste sólido, los ocres, los negros y los verdes, los azules y morados de esas pinturas, tan cercanas en su estética a los versos de 
Campos de Castilla, a su mirada y a su ética del paisaje del páramo mesetario, captan en su dureza elemental el universo poético del libro que se recoge aquí en su versión definitiva, la que apareció en 1917 en las 
Poesías completas con todo el material escrito en Baeza.
Está en él el cainismo del hombre de los campos que incendia los pinares y el recuerdo espiritualizado de Leonor, que murió el 1 de agosto de 1912, apenas tres meses después de la aparición de la primera edición del libro.
 
Pero están sobre todo, subrayadas por los cuadros de Carralero, las serrezuelas calvas, las llanuras bélicas y los páramos de asceta, los calvijares y las pardas sementeras, el paisaje de encinas y roquedas que Machado descubrió en Soria, junto al Duero, y evocó desde Baeza y los olivares que descienden hacia el Guadalquivir.
Un paisaje que poco a poco –y sobre todo en la segunda edición de 
Campos de Castilla- asimila Antonio Machado hasta el punto de convertirlo en paisaje interior asociado a la pérdida de la amada.
Para demostrar esa depuración cada vez menos figurativa ahí están el ocre de los alcores y las llanuras bélicas y los páramos de asceta, o los colores encendidos de de las sierras en unos cuadros que tienden también, como los poemas de 1917, a una abstracción progresiva sobre la que parece flotar ese glauco vapor que vio también un día Antonio Machado.
Santos Domínguez