21/12/20

Navidades de libro. Ensayo

 
NAVIDADES DE LIBRO
ENSAYO
 

Fernando del Rey.
Retaguardia roja.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.
 
“En el contexto de una Europa convulsa donde la idea democrática liberal retrocedía a marchas forzadas, el golpe de julio de 1936, la guerra y la revolución fueron las circunstancias que enmarcaron las matanzas de la retaguardia republicana, una política de limpieza selectiva que respondió al objetivo de controlar el territorio tras el desafío planteado a la legalidad por la insurrección militar. Sin el golpe -y su derrota parcial- nunca se hubiera producido aquel baño de sangre, que salpicó tanto a los combatientes en los frentes como a la población civil. El golpe fue el acontecimiento decisivo, el hecho que puso todos los relojes a cero. La violencia con la que irrumpieron los golpistas y la que surgió de inmediato en respuesta a ellos se vieron directamente mediatizadas por la marcha de la guerra y las represalias derivadas de la misma, sobre todo en los primeros meses. Cada derrota militar, cada bombardeo, cada matanza generada por los insurgentes tuvieron su réplica en la otra retaguardia. El golpe y el desarrollo de la guerra fueron, por tanto, los factores determinantes de aquella explosión sangrienta a ambos lados de la línea del frente”, escribe Fernando del Rey en el capítulo de Conclusiones que rematan su Retaguardia roja, el ensayo publicado en Galaxia Gutenberg que ha merecido el Premio Nacional de Historia 2020.

La represión en la zona republicana, pese a su considerable intensidad, no ha tenido en la historiografía de la Guerra Civil la atención que se ha dedicado a la que se ejercía en la llamada zona nacional.

En ese sentido, Retaguardia roja representa un intento de entender desde dentro de la lógica del terror, similar en los dos bandos en guerra: el caótico estado fallido de una República en ruinas y el estado campamental que se instauró en la zona sublevada. Fernando del Rey lo expone en estas líneas de su Introducción: 
 
Y es que, como ha defendido con valentía muchas veces Santos Juliá a contracorriente de las modas memorialistas, «los militares, con su rebelión, provocaron una guerra civil, pero los crímenes cometidos en territorio de la República no pueden pasarse por alto o despacharse como simples desmanes, actos de incontrolados o cualquier otra excusa por el simple hecho de que, si los militares no se hubieran sublevado, esos crímenes nunca se habrían producido». Una sociedad democrática, a diferencia de una dictadura, «debe cargar con todos los muertos y dar libre curso a todas las memorias, y un Estado democrático, al enfrentar una guerra civil con más muertos en las cunetas que en las trincheras, no puede cultivar una determinada memoria, sino garantizar el derecho a la expresión de todas las memorias». Al fin y al cabo, todos los que sufrieron la violencia asesina fueron víctimas de graves violaciones de derechos humanos. Por eso, un Estado democrático «no puede recordar a unos y olvidar o volver invisibles y excluir a otros, como fue el caso de la dictadura, por la simple razón de que una democracia no es una dictadura vuelta del revés».

El terror en la retaguardia republicana no fue ejercido solamente por elementos incontrolados, sino que tuvo el amparo de organizaciones y partidos de izquierda, porque -subraya Fernando del Rey- “casi nunca se mató por azar y de forma improvisada. En la violencia revolucionaria hubo escasa espontaneidad, muy poco descontrol y sí mucho cálculo racional y premeditación.”

“No va a quedar un fascista ni para un remedio”, le decía a su mujer en una carta de mediados de agosto de 1936 Luis Araquistain, el cerebro gris de Largo Caballero, que reflejaba así un clima de violencia seguramente reactiva y especialmente intensa por eso mismo en los primeros meses de la guerra. 



Antonio Pau.
Herejes.
Trotta. Madrid, 2020.

“En una época como la nuestra, en que hay temor de expresar lo que se salga del pensamiento único y en que la conducta se procura mantener en el cauce de lo políticamente correcto, los herejes son un modelo. Un auténtico modelo de comportamiento social. Herejía deriva del griego haíresis, que significa opinión, creencia, criterio. Todas esas cosas las tuvieron los herejes. Y además tuvieron el valor de decir lo que pensaban y de morir por sus ideas. A muchos de ellos les hubiera resultado fácil retractarse en el último momento y librarse de la cárcel o la muerte, pero no lo hicieron, porque lo que pensaban lo pensaban con honradez, y no se traicionaron a sí mismos”, afirma Antonio Pau en el prólogo de Herejes, el volumen publicado por Trotta que reúne veintidós perfiles de disidentes descritos por la prosa precisa y elegante del admirable humanista y polígrafo que ha dejado en esta misma editorial memorables traducciones de la poesía de Rilke, sobre el que ha escrito la biografía más completa que existe en español.

Y precisamente sobre la relación profunda entre Rilke y uno de estos herejes, el Maestro Eckhart, gira uno de los capítulos centrales de este volumen, “El Maestro Eckhart, inspirador de Rilke”, donde se lee este párrafo:

“Eckhart fue un místico, aunque un místico sin visiones. El lenguaje místico es escandaloso, porque habla de Dios con la lengua de los poetas. Sometida la palabra poética al rigor conceptual de los teólogos, el resultado es nefasto: solo ven disparates. Sin embargo, a los místicos los entienden muy bien los poetas. Eso sucedió sucedió con Rilke respecto de Eckhart.”

De Marción de Sínope, fundador de una iglesia asentada sobre su idea de un Dios bueno neotestamentario, a Janet Horn, la bruja que se calentaba las manos en su propia hoguera, pasando por Miguel Servet cuando sube a la colina de Champel o por Miguel de Molinos en la oficina de la nada, veintidós viñetas narrativas en las que -anuncia Pau en su prólogo- “se esboza la vida y el pensamiento de veintidós herejes. ¿Por qué veintidós? Quizá porque veintidós fueron las vidas imaginadas por Marcel Schwob, con las que este libro está remotamente emparentado. Sólo remotamente: aunque parezcan fantásticas e inverosímiles, las vidas de estos veintidós herejes son absolutamente reales. Pero de esa realidad que, como tantas veces, se aproxima la ficción.”

Personajes que fueron un paso más allá de la mera heterodoxia o por su activismo militante o por la radicalidad de sus propuestas. Así destaca Antonio Pau su importancia:

Los herejes, los disidentes del pensamiento común, obligan a poner en duda las ideas generalmente admitidas que sobreviven en muchos casos por inercia. Los disidentes mejoran el pensamiento del que disienten. Quizá por esa razón escribió san Pablo: “Conviene que haya herejes.” [...] Es bueno que haya rebeldes, que haya contradictores, que haya disconformes, que haya discordantes, que haya insatisfechos, que haya discrepantes. Porque hacen mejorar a la sociedad entera.
 
 
  
 Lewis Hyde.
Breviario del olvido.
Apuntes para dejar atrás el pasado.
Traducción del inglés de Julio Hermoso.
Siruela. Madrid, 2020.
 
Todo acto de la memoria es un acto del olvido.
Estudiar el yo es olvidarlo.
Soñamos para olvidar.
 
Son tres de los aforismos que encabezan la primera parte (“Mito. La licuefacción del tiempo”) del Breviario del olvido, de Lewis Hyde, que publica Siruela con traducción de Julio Hermoso.

Subtitulado Apuntes para dejar atrás el pasado, así explica el autor su origen y su sentido:
 
Hace muchos años, mientras leía sobre las viejas culturas orales donde la sabiduría y la historia no residen en los libros, sino en la lengua, me encontré con un breve comentario que despertó mi curiosidad: «Las sociedades orales», leí, «[conservan] el equilibrio [...] deshaciéndose de los recuerdos que ya no tienen relevancia en el presente». En aquel momento, el objeto de mi interés era la memoria en sí, las maneras tan valiosas en que las personas y las culturas conservan el recuerdo del pasado, pero había aquí una nota en sentido contrario, una nota que incitaba claramente mi propio espíritu de ir a la contra, ya que comencé una serie de álbumes de recortes de otros casos en los que desprenderse del pasado resulta ser, cuando menos, tan útil como preservarlo.
Este libro, fruto tardío de aquellos recortes, ha resultado ser un experimento tanto en el fondo como en la forma. En cuanto al fondo, el experimento pretende poner a prueba la proposición de que el olvido pueda ser más útil que la memoria o, en el ultimísimo de los casos, que la memoria funciona mejor en tándem con el olvido. Alabar el olvido no es, por supuesto, lo mismo que denostar la memoria.

Construida a partir de esos recortes con una enorme variedad de fuentes y multitud de fragmentos de textos desde la antigüedad hasta la modernidad, con meditaciones filosóficas, notas autobiográficas y obras de arte, Hyde explora a través de esta amplia antología textual y gráfica las virtudes de la amnesia como fuerza creativa, su efecto curativo y su valor espiritual.

Y estructura su ensayo en cuatro apartados, en cuatro cuadernos en torno al mito, el yo, la nación y la creación, como él mismo explica: “Las citas, aforismos, anécdotas, relatos y reflexiones que constituyen la materia de este formato episódico las he agrupado en torno a cuatro puntos centrales: la mitología, la psicología personal, la política y el espíritu creativo.”

Imaginación, tiempo y misterio, memoria y olvido, creación y conocimiento recorren las páginas de esta enciclopedia del olvido y la memoria, un libro en el que conviven la tradición occidental y la oriental, los mitos clásicos y el apartheid o textos de Hesíodo y de Borges, de Esquilo y Nabokov:

Memoria y olvido: estas son las facultades de la mente por medio de las cuales somos conscientes del tiempo, y el tiempo es un misterio. Además, hay una larga tradición que sostiene que la mejor manera de concebir la imaginación es hacerlo como algo que funciona mezclando la memoria y el olvido. La creación —la aparición de cosas que antes no había— es también un misterio. Los autores como yo, los que trabajamos muy despacio, hacemos bien en decantarnos por temas de esta índole, temas cuya fascinación tal vez nunca se agote. Estos autores no se limitan a contarnos lo que saben; nos invitan a unirnos a ellos ante los necesarios límites de nuestro conocimiento.
 
 
 
 Joseph Campbell. 

El héroe de las mil caras.

Traducción de Carlos Jiménez Arribas.

Atalanta. Gerona, 2020.

 “Los mitos del ser humano, que han proliferado a lo largo y ancho del mundo habitado en todo tiempo y circunstancia, son la viva inspiración de cuanto ha surgido al hilo de los quehaceres del cuerpo y la mente. No exageraríamos si dijéramos que el mito es la secreta abertura por la que las energías inagotables del cosmos se vierten hasta cuajar en la manifestación cultural humana. La religiones, las filosofías, las artes, las formas sociales del ser humano primitivo e histórico, los descubrimientos más importantes de la ciencia y la tecnología, los mismos sueños que puntean nuestro descanso brotan como una erupción del anillo primordial y mágico del mito”, escribe Joseph Campbell en el prólogo de El héroe de las mil caras, un libro fundamental sobre el monomito del viaje del héroe y sobre la vinculación entre el mito y el sueño que publica Atalanta en su colección Memoria mundi

Con una nueva traducción de Carlos Jiménez Arribas, se incorporan en esta edición ochenta y cuatro ilustraciones, con varias imágenes inéditas proporcionadas por la Joseph Campbell Foundation, en un amplio despliegue iconográfico que ilumina los contenidos del libro, y una bibliografía actualizada por Richard Buchen, bibliotecario de la colección Joseph Campbell del Pacifica Graduate Institute de Santa Bárbara, California.

La primera edición en inglés apareció en 1949, precedida de un Prefacio en el que Campbell fijaba el objetivo del libro, que lleva como subtítulo Psicoanálisis del mito. Escribía allí que “el propósito de este libro es descubrir algunas de las verdades que se presentan ante nosotros disfrazadas con las figuras de la religión y la filosofía; para ello, se han reunido multitud de ejemplos relativamente sencillos de manera que el significado que tenían de antiguo salga por sí solo a la luz. Los viejos maestros bien sabían lo que decían. Cuando se aprende a leer de nuevo su lenguaje simbólico, basta el talento de un antólogo para que sus enseñanzas sean escuchadas. Pero primero hay que aprender la gramática de los símbolos, y no conozco mejor llave a nuestro alcance para abrir estos arcanos que el psicoanálisis. No aspira este a ser la última palabra en el asunto, pero al menos sirve como acercamiento.”

Cómo leer un mito fue el primer título de El héroe de las mil caras, un libro germinal que a modo de obertura inaugura el ciclo de monografías de Joseph Campbell en torno a los mitos. Desde este estudio inicial hasta el último, Las extensiones interiores del espacio exterior (1986), Campbell se dedicó a buscar un espacio de reconciliación entre la consciencia y el misterio a través de los arquetipos mitológicos, religiosos y psicológicos de las distintas culturas, y utilizó la antropología, el psicoanálisis, la literatura o la fenomenología de las religiones para construir una interpretación vitalista del mito y del héroe, de ahí que prestara tanta atención a los mitos encarnados en Osiris, Dionisos, Mitra o Cristo, señores de la muerte y la resurrección.

Hay un hilo conductor en todos esos títulos: el rastreo de patrones arquetípicos comunes a todas las mitologías que las distintas culturas han elaborado, desde Mesopotamia a los mayas o los etruscos, desde la India a Oceanía, desde la cultura egipcia a la olmeca, desde China a Europa.

En El héroe de las mil caras el objeto de estudio es el monomito del viaje y la travesía del héroe en un itinerario interior, en un viaje iniciático hacia la transformación de sí mismo y hacia la restauración del orden en el mundo. Es un itinerario que arranca de lo cotidiano y va hacia lo sobrenatural para enfrentarse con antagonistas de fuerza sobrehumana y obtener una victoria que revierte en el resto de los hombres.



 Antonio Carreño.
Que en tantos cuerpos vive repetido.
(Las voces líricas de Lope de Vega)

Cátedra. Madrid, 2020.

En el epitafio que Pérez de Montalbán incorporó a su Fama póstuma de Lope de Vega, don Diego de Mojica González escribió:

Yace aquí el cuerpo del varón famoso,
que en tantos cuerpos vive repetido.
 

De ese último verso toma su título el espléndido ensayo sobre las voces líricas de Lope de Vega que publica en Cátedra Antonio Carreño, acreditado especialista que ha editado y estudiado con mucha solvencia la poesía y el epistolario de Lope en Cátedra Letras Hispánicas.

Voces líricas y máscaras poéticas que recorren la vida y la obra de Lope desde las figuras del moro Zaide o del pastor Belardo de su juventud al Reverendo Padre Gabriel Padecopeo, al desengañado Fabio o al presbítero Tomé de Burguillos del ciclo de "senectute".

“Este múltiple sujeto, conflictivo -explica Antonio Carreño- se escinde en una gran variedad de voces y abarca una rica tonalidad de sentimientos. Establece un impresionante mapa de la subjetividad, no solo amorosa, también lírica y textual.”

Con la construcción de esas máscaras, desde las Rimas iniciales a la cima poética de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, pasando por las Rimas sacras, Lope desarrolló una multiplicidad de voces líricas.

Y, como parte de su teatro, su poesía tiene la rara virtud de permanecer joven, de parecer reciente. Ese don de la eterna juventud, por cierto y paradójicamente, no lo manifiestan sus textos más juveniles, sino los de su vejez, cuando inventa a su heterónimo Tomé de Burguillos, aquel presbítero desastrado de aspecto, enamorado de una lavandera del Manzanares y poeta de repente en el que hizo su propia caricatura y la del poeta petrarquista.

Antes había inventado Lope otras máscaras como la de Belardo, pero Burguillos es ya más que un seudónimo: es el primer heterónimo de la literatura española, con el que su autor se anticipa en casi tres siglos a la modernidad de los heterónimos de Pessoa y a los complementarios de Machado.

Humano y divino, culto y popular, serio y risueño, asceta a ratos y hedonista habitual, tan caudaloso en sus versos como en su agitada vida sentimental, Lope fue el “gran púlpito de sí mismo”, como señala Antonio Carreño.

Y desde ese púlpito Lope habló de Elena Osorio (Filis), de Isabel de Urbina (Belisa), de Micaela Luján (Camila Luscinda) y de Marta de Nevares (Amarilis), nombres que reflejan que Lope vivió y escribió con una intensidad de la que dejó huellas –como en una larga confesión- en sus Rimas, que el propio poeta adjetivó más tarde como humanas para contrastarlas con las Rimas sacras, su segundo título esencial en el conjunto de una obra que culminarían las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos.

Un Lope de asombrosa juventud en su desolada vejez, que ponía en la pluma del Conde Claros -otra máscara- este terceto en elogio de Burguillos:

Viva vuestra merced, señor Burguillos,
que más quiere aceitunas que laureles,
y siempre se corona de tomillos.


Cierran el volumen una extensa bibliografía que abarca más de cincuenta páginas y un utilísimo índice onomástico y de materias.
 
 
 Francisco Ayala.
Recuerdos y olvidos.
El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2020
 
El 30 de enero de 2005 está fechado el texto que cierra el último capítulo de Recuerdos y olvidos, las memorias que Francisco Ayala (1906-2009) revisó y aumentó al borde de su centenario. Ese texto reproduce la conferencia que dictó en la Biblioteca Nacional a finales del año anterior con el mismo título -De vuelta en casa- que el de la cuarta parte de la edición definitiva del libro.

Estos Recuerdos y olvidos (1906-2006), cuya versión definitiva acaba de reeditar Alianza Editorial en El libro de bolsillo, van mucho más allá de la simple autobiografía y contienen la conciencia lúcida y crítica de un siglo conflictivo a través de la mirada del narrador protagonista que integra en su perspectiva realidad y ficción, imaginación y memoria.

Una mirada aguda al siglo XX, a las vanguardias y el 27, a la República y la guerra civil, al exilio y al regreso. De la Granada de Lorca al Madrid de la Universidad y la Residencia de Estudiantes, de Berlín a tertulias como la de Ortega, de revistas como la de Occidente a los desastres de la guerra, al Buenos Aires efervescente de los intelectuales exiliados, a Puerto Rico y a Nueva York.

Organizadas en cuatro apartados (Del paraíso al destierro, El exilio, Retornos y De vuelta en casa), las páginas de estas memorias reflejan un siglo que vio pasar a Ayala del paraíso granadino de la infancia a la experiencia del destierro a través del brillante Madrid republicano; el duradero exilio bonaerense que dejó huellas imborrables en su vida y su acento porteño; los retornos profesorales desde Estados Unidos y los recuerdos que se intensifican a su regreso a España.

Conviven en estas páginas, escritas a lo largo de tres décadas, todas las facetas de Ayala: el escritor y el profesor, el novelista y el sociólogo, el crítico lúcido y el memorialista poco o nada autocomplaciente consigo mismo.

La memoria de un siglo agitado y complejo en un apretado volumen que remata el epílogo -La Biblioteca Francisco Ayala de Alianza Editorial: Un universo literario-, donde Carolyn Richmond destaca que “las sucesivas ediciones de Recuerdos y olvidos publicadas por Alianza Editorial [ofrecen] por una parte un reflejo, ya no ficticio sino autobiográfico, del proceso creador tantas veces recreado por el Ayala narrador en sus obras de invención; y por otra, una expresión poética-real del acto de escribir como reflejo de la vida humana.”
 
 

Gaston Bachelard.
La poética de la ensoñación.
Traducción de Ida Vitale.
Breviarios. Fondo de Cultura Económica.
México, 2019.

“Al obligarnos a cumplir un regreso sistemático sobre nosotros mismos y un esfuerzo de claridad en la toma de conciencia, a propósito de una imagen dada por un poeta, el método fenomenológico nos lleva a intentar la comunicación con la conciencia creante del poeta. La imagen poética nueva —¡una simple imagen!— llega a ser de esta manera, sencillamente, un origen absoluto, un origen de conciencia. En las horas de los grandes hallazgos, una imagen poética puede ser el germen de un mundo, el germen de un universo imaginado ante las ensoñaciones de un poeta. La conciencia de maravillarse ante ese mundo creado por el poeta se abre en toda su ingenuidad. Sin duda la conciencia está destinada a mayores empresas”, escribe Gaston Bachelard en un significativo fragmento de La poética de la ensoñación, un ensayo esencial en la obra del filósofo que, junto con Heidegger, se ha adentrado más profundamente en las claves gnoseológicas y fenomenológicas de la creación poética.

Tres años después de su Poética del espacio, Bachelard publicó en 1960 esta Poética de la ensoñación que reedita el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios con una estupenda traducción de Ida Vitale.

“A grandes rasgos el sueño es masculino, la ensoñación es femenina”, afirma Bachelard en El soñador de palabras, uno de los cinco capítulos de este libro que explora la imaginación poética a partir de la potencia creativa de las palabras -“las palabras sueñan”- y las imágenes, que son revelaciones en las que se proyecta el mundo interior del poeta y constituyen la base de la nueva conciencia de la realidad que propone la verdadera poesía.  

Aunque -advierte Bachelard sobre el proceso de la creación poética y sus mecanismos-“la Poética de la Ensoñación que esbozamos no es de ninguna manera una Poética de la Poesía. Los documentos de onirismo despierto que nos entrega la ensoñación deben ser trabajados -a menudo largamente- por el poeta para que reciban la dignidad de poemas. Pero, en fin, esos documentos formados por la ensoñación son la materia idónea para ser convertida en poemas.”

Pero Bachelard no sólo analiza esos mecanismos creativos en la zona del poeta. Hay también propuestas que se refieren al papel activo del lector, en un anticipo de la poética de la recepción:
 
Ante las imágenes que nos proporcionan los poetas, ante esas imágenes que nunca nosotros habríamos podido imaginar por nuestra cuenta, esta inocencia del maravillarse es muy natural. Pero si vivimos con pasividad ese maravillarnos, no participaremos demasiado profundamente en la imaginación creadora. La fenomenología de la imagen nos pide que activemos la participación en la imaginación creadora. Dado que la finalidad de toda fenomenología consiste en traer al presente la toma de conciencia, en un tiempo de extrema tensión, deberemos concluir que no existe, en lo que se refiere a los caracteres de la imaginación, una fenomenología de la pasividad. Sin duda, la descripción de los psicólogos puede proporcionarnos documentos, pero el fenomenólogo debe intervenir para situar esos documentos en el eje de la intencionalidad. ¡Que esta imagen que acaba de serme ofrecida sea mía, verdaderamente mía, que se vuelva -cima del orgullo del lector- mi obra! ¡Y qué gloria de lectura si logro vivir, ayudado por el poeta, la intencionalidad poética! Mediante la intencionalidad de la imaginación poética el alma del poeta encuentra la apertura consciente que conduce a toda verdadera poesía.
 
Santos Domínguez