Antonio Pau.
Manual de Escapología.
Teoría y práctica de la huida del mundo.
Editorial Trotta. Madrid, 2019.
“Todo el mundo ha sentido alguna vez la necesidad de huir. No hay nadie que no haya soñado con alejarse de una realidad incómoda que le rodea. Y muchos han tenido la valentía de cumplir ese sueño. Se han dado cuenta de que la vida abre, afortunadamente, muchos caminos de huida, y han elegido uno, el más ilusionante. Porque a la huida la mueve la ilusión y le sigue la felicidad”, escribe Antonio Pau en el epílogo (Huida y felicidad) de su magnífico Manual de escapología, que publica Trotta.
Un ensayo que se centra en la huida como forma de respuesta ante un entorno hostil, como resultado de una decisión libre y reflexiva que se produce cuando el individuo “se encuentra incómodo en su entorno y opta alejarse de él para refugiarse en un lugar más propicio.”
Y porque huir no es de cobardes, sino un acto de afirmación y valentía, Antonio Pau describe en este ensayo, subtitulado Teoría y práctica de la huida del mundo, treinta formas de huida: de los Amigos del Desierto al Beatus ille horaciano; del jardín abierto de Epicuro al jardín cerrado que atraviesa las épocas culturales; de la torre de Montaigne, donde surgió el género del ensayo, al ascetismo de los Solitarios de Port-Royal; de Thoreau a Pascal o de los paraísos artificiales de Baudelaire al emboscamiento en uno mismo y el exilio interior de Jünger.
Esas treinta conductas fugitivas que ofrece en un recorrido histórico Antonio Pau son la proyección cultural de un impulso que resume la cita inicial de El malestar en la cultura, de Freud: “Los hombres saben que siempre podrán escapar del peso de la realidad huyendo a un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad.”
El alejamiento estoico, la búsqueda de refugio del cenobita en la clausura, la aspiración al sosiego y la soledad del anacoreta en armonía con la naturaleza; la huida de uno mismo, hacia el vacío y la quietud, como en las filosofías orientales o en la mística cristiana son variaciones de una misma voluntad de ausencia y elusión, de huida hacia la intimidad o de apartamiento del grupo, de la ciudad o de la sociedad: en el desierto o en islas reales o imaginarias, en el bosque o en la biblioteca, en la aldea o en la celda, en mundos utópicos clásicos o recientes o en torres de marfil.
Porque, afirma Antonio Pau, “huir es pasar al otro lado de ese cristal en que el hombre, al pasear frente a un escaparate de la gran ciudad, ha visto reflejado su desconcierto. Da un paso frente al cristal y aparece en un lugar donde rebosa la alegría.”
Por eso, huida y felicidad son términos vinculados entre sí en Rousseau, como en Thoreau se asocian los conceptos de naturaleza, vida y libertad con la huida a los bosques de Walden. Vendrían después otras formas de huidas: desde la fuga imaginaria del apeamiento al minimalismo y su desapego de lo material y del consumismo; desde el viaje como fuga permanente de los neonomadistas herederos de los clerici vacantes goliardescos al rentismo vitalista de Schopenhauer; desde el neorruralismo o el hippismo, descendientes del entorno contracultural del 68, a la ficción de la muerte en Matias Pascal; desde la huida tras una puerta cerrada al Conmigo-que-no-cuenten, variante del Preferiría-no-hacerlo, de Bartleby el escribiente; de la reinvención como huida íntima a la huida a dos de los amantes.
Un espléndido cuadernillo central ilumina con treinta ilustraciones esas variedades de la huida, esos treinta itinerarios de fugas que son también treinta caminos hacia la libertad y la felicidad hacia los lugares reales o imaginarios que enumera el índice final.
Santos Domínguez