Giacomo Leopardi.
Dulce y clara es la noche.
Antología esencial.
Traducción y selección de Antonio Colinas.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.
y este seto, que priva a la mirada
de tanto espacio del último horizonte.
Mas, sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquellos, y sobrehumanos
silencios, y una quietud hondísima
en mi mente imagino. Tanta, que casi
el corazón se estremece. Y como oigo
el viento susurrar en la espesura,
voy comparando ese infinito silencio
con esta voz. Y me acuerdo de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y de su música. Así que, entre esta
inmensidad, mi pensamiento anego,
y naufragar me es dulce en este mar.
Esa traducción de L’infinito, de Giacomo Leopardi, forma parte de la antología esencial que Antonio Colinas publica en la colección de poesía de bolsillo de Galaxia Gutenberg.
Una “antología reducida” en la que Colinas reúne los poemas centrales en los que “la poesía de Leopardi brilla con luz propia”, “aquellos cantos que yo considero esenciales, no solo por su valor intrínseco, sino por poseer esas cuatro características que atrás ya he recogido: emoción, pureza, claridad, intensidad.”
Como Schubert en música, Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837) representa en poesía la síntesis de lo clásico y lo moderno en un estilo nuevo. Sus personalidades, atormentadas y complejas, propensas a la huida, crearon obras de asombrosa modernidad de lenguaje y de tono.
Leopardi está en la frontera contradictoria e integradora que separa la actitud del hombre moderno de los comportamientos y la mirada del hombre antiguo. Él, que no se siente moderno y sabe que sus modelos son anacrónicos, vive apartado del mundo y busca refugio en la biblioteca familiar y consuelo en el arte y la belleza en una actitud evasiva muy característicamente romántica que en su caso se intensifica por sus problemas físicos y su deformidad dolorosa.
Romántico a su pesar y poeta imprescindible, Leopardi fue, junto con Shelley, el más lucreciano de los poetas románticos. Y lejos del patetismo o la desmesura de Byron, encontró su voz más personal y duradera en los Cantos, especialmente en algunos de sus poemas centrales, como El infinito, La noche del día de fiesta ('Dolce e chiara è la notte e senza vento...'), La vida solitaria, A Silvia o Los recuerdos ('Passo gli anni, abbandonato, occulto').
En esos Cantos que escribió en Recanati y en Florencia entre 1819 y 1831 Leopardi fundió sentimiento y pensamiento en una armonía dolorosa, unió la contemplación y el recuerdo en una mirada reflexiva con la que la emoción se proyecta en la naturaleza y el paisaje se convierte en espacio de meditación.
En la cima de un monte al que se apartaba en sus días desolados o cuando la vista cansada no le dejaba leer, concibió en septiembre de 1819 esa cima poética que es El infinito, que culmina en la plena fusión en la nada de los últimos versos, llenos de contención y fuerza:
Cosí tra questa
inmensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.
Esa es la parte central de su obra. Los últimos años, que también se reflejan en los cantos finales, escritos ya en Nápoles, fueron tiempos autodestructivos y feroces, años de ruina física y desorden vital, en los que se impuso la desesperación sobre la serenidad y la extravagancia pudo más que la reflexión.
Fueron años que dieron lugar a una poesía distinta, la que culmina en el espléndido contracanto que tituló La retama o La flor del desierto, al pie del Vesubio, uno de sus poemas más portentosos, una desolada y extensa composición sobre la ruina y la fugacidad simbolizada en esa retama que brota en la ceniza volcánica para acabar muriendo en un destino que comparte con el poeta ('Soccomberai del sotterraneo foco').
El de Leopardi es el Romanticismo más profundo y por eso mismo el menos efímero, el que hace de él un clásico y por tanto un contemporáneo, un poeta en quien el pesimismo y la angustia encuentran un doble consuelo en la serenidad contemplativa y en la armonía de su palabra poética, que inauguró la modernidad poética en la literatura europea.
El título de la antología, Dulce y clara es la noche, es parte del primer verso de La noche del día de fiesta ('Dulce y clara es la noche, y sin viento'), uno de los poemas leopardianos imprescindibles, porque, en palabras de Colinas, “resume muy bien su especial sensibilidad, pero a la vez esa noche del ser que fue su vida en busca de más luz.”
Santos Domínguez