12/3/18

Felisberto Hernández. Relatos para piano


Felisberto Hernández.
Relatos para piano. 
Jus Ediciones. México, 2017.

“Yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia”, escribió Felisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964) en Explicación falsa de mis cuentos, el breve manifiesto estético que cierra la selección Relatos para piano que publica Jus Ediciones con seis relatos que resumen el original mundo narrativo de un escritor que -señalaba Italo Calvino en el prólogo a la traducción italiana de su obra- escapa a toda clasificación y encasillamiento pero que a cada página se nos presenta como inconfundible.

Mucho antes del boom de la novela latinoamericana de los años sesenta, y desde fuera de lo que había sido hasta los años cuarenta su tradición narrativa, Felisberto Hernández contribuyó a modernizar la literatura de Hispanoamérica y la obra de quienes vinieron después.

De esa situación crucial hablan explícitamente las fechas: murió en 1964, el mismo año en que Onetti publicaba Juntacadáveres y poco después de la publicación de Rayuela, La ciudad y los perros, La muerte de Artemio Cruz o El astillero.

El papel de Felisberto Hernández, tan excéntrico como esencial, es más el de un profeta visionario que el de un patriarca como Borges, Asturias o Carpentier. Pianista itinerante y pobre en conciertos provincianos por el interior de Uruguay, acabó dedicado exclusivamente a la narrativa y pese a su condición de escritor minoritario fue admirado por Gómez de la Serna y Onetti, y autores más jóvenes, como Cortázar o García Márquez reconocieron la deuda que tenían con él.

Abre esta selección uno de sus relatos más conocidos, Las hortensias, casi una novela corta, una fantasía con muñecas entre el erotismo fetichista y la ficción gótica, protagonizada por un extravagante Horacio obsesionado con una colección de muñecas “un poco más altas que las mujeres normales.”

La cierra otro de sus relatos imprescindibles, El cocodrilo, la historia entre trágica y cómica de un pianista reconvertido en vendedor de medias que utiliza el llanto como infalible método comercial: “en realidad yo no sé por qué lloro; me viene el llanto y no lo puedo remediar, a lo mejor me es tan natural como lo es para el cocodrilo. En fin, yo no sé tampoco por qué llora el cocodrilo.”

Entre esos dos relatos, el experimentalismo geométrico y juguetón de Genealogía, el vanguardismo de La envenenada, la reflexión sobre la escritura y el proceso creador de Juan Méndez o Almacén de ideas o Diario de pocos días y el póstumo Tal vez un movimiento, un relato programático que contiene su proyecto narrativo con la ficción dentro de la ficción.

Sobre estos cuentos escribió Luis Harss palabras definitivas y certeras:  “me parece que todos los libros de Felisberto -hechos de misteriosas imágenes casi de sueño- son los de un tipo que está escribiendo al piano. En la pantalla de sus historias se proyectan las imágenes de lo que él va viendo mientras toca el piano. Y eso son sus cuentos.”

Su mundo narrativo, un mundo misterioso y secreto, se alimenta de la sintaxis inconexa de los sueños, de las visiones y la imaginación que sustituye a la realidad, porque Felisberto Hernández parece escribir para ser otro, para huir de sí mismo, porque él fue su propio personaje.

En sus relatos se mezclan el sueño y la realidad, la imaginación y el recuerdo para reconstruir un  pasado de jardines arruinados, casas deterioradas y objetos animados. Es un pasado imaginario que no está tanto en la memoria como en la invención.

Y así como hay una parte inaccesible de su obra en una serie de cuadernos taquigráficos que aún no han sido descifrados, hay también una parte opaca e inaccesible en su mundo literario, en el que lo irreal o lo confuso tienen un papel central y son el paisaje de fondo en el que transcurren los secretos o la sexualidad, las sensaciones y el misterio.

“Nadie ignora- escribió Juan José Saer- que uno de los más antiguos ciclos narrativos que posee la humanidad se lo debemos a una muchacha que, para salvar su vida y la de su hermana, le contaba historias a un tirano para embrujarlo con ellas y, dejándolas en suspenso cada noche, incitarlo a postergar la ejecución capital. Como todos los grandes narradores es esa prórroga lo que parece buscar Felisberto Hernández en cada uno de sus admirables relatos.”

Santos Domínguez