8/12/17

Ortega. El Espectador V-VIII


José Ortega y Gasset.
El Espectador V y VI.
Alianza Editorial. Madrid, 2017.




José Ortega y Gasset.
El Espectador VII y VIII.
Alianza Editorial. Madrid, 2017.

¡La gran delicia, rodar por los caminitos de Castilla! Como la tierra está tan desnuda, se ve a los caminos en cueros ceñirse a las ondulaciones del planeta. Se lanzan de cabeza, audazmente, por el barranco abajo, y luego, de un gran brinco elástico, ganan el frontero alcor y se adivina que siguen su ruta cantando alegremente no se sabe qué juventud inalterable adscrita a ellos. Hay momentos en que sobre los anchos paisajes, amarillos y rojos, parecen la larga firma del pintor.
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Tierra de Campos. Mieses, mieses maduras. Por todas partes oro cereal que el viento hace ondear marinamente. Náufragos en él, los segadores, bajo el sol tórrido, bracean para ganar la ribera azul del horizonte.

Es el comienzo y el final de En el viaje, la primera de las Notas del vago estío con las que se abría el volumen V de El espectador, que Ortega y Gasset publicó en 1927.

Coordinados y revisados por un equipo de trabajo del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, los ocho volúmenes originales han ido apareciendo en El libro de bolsillo de Alianza Editorial, que culmina la edición íntegra en cuatro tomos de El espectador en el marco de una Biblioteca de autor dedicada a Ortega.

Están en estos últimos volúmenes (V-VIII), publicados entre 1927 y 1934, la serie Notas del vago estío, a la que pertenecen textos como Nuestra Señora del Harnero o Ideas de los castillos, Fraseología y sinceridad, Dios a la vista, El origen deportivo del Estado o Meditación del Escorial.

Está en estos libros el mejor Ortega desde el punto de vista literario, el prosista brillante que, más allá del descuido barojiano o del esquematismo casi telegráfico de Azorín, da constantes muestras de una prosa de largo aliento, elaborada, clara y tersa que alcanza en estas páginas sus manifestaciones más altas. 

Son las páginas de Ortega que han soportado y seguramente soportarán mejor el paso del tiempo por la consistencia estilística de una prosa en la que conviven el matiz y la limpidez, la levedad fluida de la frase y la precisión luminosa de sus imágenes. 

Y aunque en todos ellos está el pensador profundo, estos no son textos estrictamente filosóficos, sino manifestaciones de la curiosidad intelectual de un observador perspicaz. Se sitúan en su variedad más cerca del libro de viajes, de la crítica literaria, de los apuntes sobre pintura, arquitectura o música que del ensayo puro.

Textos en los que el extraordinario prosista que fue Ortega dejó la impronta de su voluntad de estilo, de su intuición y su inteligencia, de su capacidad para la sutileza, para la metáfora o la sugerencia impresionista.

Observación, descripción y meditación se suceden en estas páginas, en las que la mirada profunda al paisaje y a su carga histórica sirve como palanca de reflexiones sobre política y sociedad. Impresiones de viaje, meditaciones sobre filosofía y cultura,  antropología y psicología o crítica literaria, como en Tiempo, distancia y forma en el arte de Proust.

Una mirada integradora como la que aparece en Meditación del Escorial, que se abre con el capítulo 'En el paisaje', que comienza así:

Sobre el paisaje del Escorial, el Monasterio es solamente la piedra máxima que destaca entre las moles circundantes por la mayor fijeza y pulimento de sus aristas. En estos días de primavera hay una hora en que el sol, como una ampolla de oro, se quiebra contra los picachos de la sierra, y una luz blanda, coloreada de azul, de violeta, de carmín, se derrama por las laderas y por el valle, fundiendo suavemente todos los perfiles. Entonces, la piedra edificada burla las intenciones del constructor y, obedeciendo a un instinto más poderoso, va a confundirse con las canteras maternales.

Santos Domínguez