Javier Cercas.
El monarca de las sombras.
Literatura Random House.
Barcelona, 2017.
“Se llamaba Manuel Mena y murió a los diecinueve años en la batalla del Ebro. Fue el 21 de septiembre de 1938, hacia el final de la guerra civil, en un pueblo catalán llamado Bot. Era un franquista entusiasta, o por lo menos un entusiasta falangista, o por lo menos lo fue al principio de la guerra: en esa época se alistó en la 3.ª Bandera de Falange de Cáceres, y al año siguiente, recién obtenido el grado de alférez provisional, lo destinaron al Primer Tabor de Tiradores de Ifni, una unidad de choque perteneciente al cuerpo de Regulares. Doce meses más tarde murió en combate, y durante años fue el héroe oficial de mi familia.
Era tío paterno de mi madre, que desde niño me ha contado innumerables veces su historia, o más bien su historia y su leyenda, de tal manera que antes de ser escritor yo pensaba que alguna vez tendría que escribir un libro sobre él.”
Así abre Javier Cercas su última novela, El monarca de las sombras, que publica Literatura Random House. Toma su título del episodio homérico en el que Ulises baja a los infiernos y se encuentra con Aquiles, reducido a una condición de monarca de las sombras que él cambiaría por la suerte del último de los vivos.
Lo que Javier Cercas debía resolver antes de escribir la novela era una cuestión técnica que afectaba al tono y sobre todo a la perspectiva sobre la historia del héroe familiar, el alférez Manuel Mena. Una cuestión técnica, es cierto, pero también ética, que le permitiera enfocar los hechos de manera adecuada y reconciliarse con esa memoria familiar.
La solución –una cervantina superposición de narradores- no sólo afecta al punto de vista narrativo, sino que determina la estructura compositiva de El monarca de las sombras: dos narradores que van alternándose en el relato, entre la conjetura verosímil, el apoyo documental y el testimonio de los supervivientes.
En los capítulos impares el narrador –digamos homónimo- es el propio Javier Cercas, más subjetivo y conjetural, más implicado -desde la primera persona que vertebra esos capítulos- en la ética de los hechos y en sus consecuencias en la historia y la memoria personal o familiar.
Y en los capítulos pares, un narrador anónimo y distante, objetivo e imparcial, que relata con la frialdad notarial de la tercera persona los hechos probados y reconstruye la peripecia bélica de Manuel Mena a través del Diario de operaciones del Primer Tabor de Tiradores de Ifni en el que estaba enrolado. Un narrador que, con ironía cervantina, huye de “la novelería natural de su autor” y “su incurable predilección de literato por la leyenda vagarosa frente a la historia segura.”
Sobre esas dos perspectivas narrativas –la de los hechos probados y la de la investigación que los reconstruye en el proceso de preparación de la novela- confluyen otras: la de David Trueba con su reflexión crítica sobre la materia narrativa; la memoria familiar de Blanca, sobrina del alférez y madre de Javier Cercas; la memoria de los perdedores, simbolizada en la figura de Antonio Ruiz, "El Pelaor"; o la mirada sobre la posguerra de Alejandro Cercas o Manuel Amarilla.
A partir de esa mirada plural sobre el telón de fondo de la España rural en la Segunda República, en la guerra y la posguerra, El monarca de las sombras acaba replanteándose, ochenta años después de su muerte, la complejidad de la figura de Manuel Mena, en el que hay una rara mezcla de idealismo ingenuo y sentido práctico cuando le dice a su madre antes de irse a la guerra: “No te preocupes, madre: si vuelvo, volveré con honor; si no vuelvo, un hijo tuyo le habrá entregado su vida a la patria, y no hay nada más grande que eso. Además –concluía-, si me matan te darán una paga tan buena que no tendrás que volver a preocuparte por nada.”
Con un tono de narración oral que era también clave en el Quijote, esos personajes comentan los hechos y personifican los diversos enfoques de una realidad ambigua como la que estudió Javier Cercas en El punto ciego. Como las dos narraciones que se evocan en la obra por su relación con El monarca de las sombras -El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, y Es glorioso morir por la patria, de Danilo Kis-, esta es también una de esas novelas del punto ciego en las que una pregunta es el motor de la búsqueda sin respuesta. Búsqueda que es el eje de una narración tan absorbente y tan bien construida como esta, "la historia de un vencedor aparente y un perdedor real: Manuel Mena."
Porque, en contraste con lo que Manuel Mena le dice a su madre como consuelo, lo que Javier Cercas piensa y no se atreve a decirle a la suya es la clave de sentido de El monarca de las sombras:
“Que tío Manolo no murió por la patria, mamá. Que no murió por defenderte a ti y a tu abuela Carolina y a tu familia. Que murió por nada, porque le engañaron haciéndole creer que defendía sus intereses cuando en realidad defendía los intereses de otros y que estaba jugándose la vida por los suyos cuando en realidad sólo estaba jugándosela por otros. Que murió por culpa una panda de hijos de puta que envenenaban el cerebro de los niños y los mandaban al matadero. Que en sus últimos días o semanas o meses de vida lo sospechó o lo entrevió, cuando ya era tarde, y que por eso no quería volver a la guerra y perdió la alegría con que tú lo recordarás siempre y se replegó en sí mismo y se volvió solitario y se hundió en la melancolía. Que quería ser Aquiles, el Aquiles de la Ilíada, y a su modo lo fue, o al menos lo fue para ti, pero en realidad es el Aquiles de la Odisea, y que está en el reino de las sombras maldiciendo ser en la muerte el rey de los muertos y no el siervo de un siervo en la vida. Que su muerte fue absurda.”
Porque, en contraste con lo que Manuel Mena le dice a su madre como consuelo, lo que Javier Cercas piensa y no se atreve a decirle a la suya es la clave de sentido de El monarca de las sombras:
“Que tío Manolo no murió por la patria, mamá. Que no murió por defenderte a ti y a tu abuela Carolina y a tu familia. Que murió por nada, porque le engañaron haciéndole creer que defendía sus intereses cuando en realidad defendía los intereses de otros y que estaba jugándose la vida por los suyos cuando en realidad sólo estaba jugándosela por otros. Que murió por culpa una panda de hijos de puta que envenenaban el cerebro de los niños y los mandaban al matadero. Que en sus últimos días o semanas o meses de vida lo sospechó o lo entrevió, cuando ya era tarde, y que por eso no quería volver a la guerra y perdió la alegría con que tú lo recordarás siempre y se replegó en sí mismo y se volvió solitario y se hundió en la melancolía. Que quería ser Aquiles, el Aquiles de la Ilíada, y a su modo lo fue, o al menos lo fue para ti, pero en realidad es el Aquiles de la Odisea, y que está en el reino de las sombras maldiciendo ser en la muerte el rey de los muertos y no el siervo de un siervo en la vida. Que su muerte fue absurda.”
Santos Domínguez