Los sauces.
Traducción de Óscar Mariscal.
Hermida Editores. Madrid, 2017.
“De entre toda la voluminosa producción de Blackwood, sólo una delgada veta aurífera lo representa en su mejor momento, pero esta es tan maravillosamente pura que bien podemos perdonarle toda su sensiblería y su cháchara. Es mi firme opinión que su relato más largo, Los sauces, es el mejor cuento preternatural jamás escrito -con El pueblo blanco de Machen en un honroso segundo puesto- ¡poco se dice en él, todo es sugerido!”, afirmaba H.P. Lovecraft en uno de los textos inéditos extraídos de su correspondencia con los que se abre la edición de Los sauces en Hermida Editores, con traducción de Óscar Mariscal.
Es la primera vez que se publica de forma independiente este relato, considerado no sólo el mejor libro de Blackwood, sino la mejor narracióno de terror de la historia.
Un relato de lenta elaboración y creciente intensidad en el que Blackwood dosifica con maestría la tensión que va preparando el desenlace final a través del horror sostenido en medio de un paisaje desolado y turbador, un lugar deshabitado a orillas del Danubio, entre Viena y Budapest. Un paisaje que es la puerta de entrada a otra dimensión de lo real.
En Los sauces nada sobra, todo está al servicio de la creación de una atmósfera aterradora que se convierte en la respiración del paisaje, en un lugar de frontera entre dos mundos: entre lo natural y lo sobrenatural, entre la realidad y el sueño a partir del carácter mágico y maléfico que la tradición asocia a los sauces. Porque, como dice uno de los personajes, “los sauces enmascaran a los otros, pero los otros están a nuestro alrededor, sintiéndonos y buscándonos.”
Los árboles se convierten en símbolos de una naturaleza agresiva y acechante, que a su vez es la metáfora de un universo caótico e incontrolable. Y es que, como suele suceder en este tipo de literatura, por debajo de la superficie de lo terrorífico hay una interpretación del lugar del hombre en el mundo:
“Toda mi vida -dice el personaje- he sido extraña y vívidamente consciente de la existencia de otra región -no muy lejos de nuestro propio mundo en cierto sentido, aunque de una clase completamente diferente- en la que se suceden incesantemente grandes acontecimientos, donde inmensas y terribles personalidades se empeñan en vastos propósitos, comparados con los cuales los asuntos terrenales -el ascenso y caída de las naciones, los destinos de los imperios, los ejércitos y los continentes- son como el polvo en el plato de la balanza.”
Santos Domínguez