21/10/16

Rimbaud. Obra completa bilingüe


Arthur Rimbaud.
Obra completa bilingüe.
Atalanta Memoria mundi. Gerona, 2016.

Fue no sólo el poeta más experimental de su época, alguien que en los cuatro breves años de su carrera cambió el sentido de la poesía occidental. Nadie como él encarna la modernidad y el espíritu de la creación poética no ya presente, sino futura.

Arthur Rimbaud dejó de escribir a la edad en la que muchos empiezan a tantear sus primeros escarceos literarios. Con poco más de veinte años renunció a la literatura, pero antes, convertido ya en un poeta decisivo cuya vida osciló entre el arrebato ascético y el exceso alcohólico, entre la actitud del gamberro indeseable y la inspiración del genio, había sentado las bases de la poesía contemporánea.

Baudelaire había puesto la primera piedra, pero fueron Lautréamont, Mallarmé y sobre todo Rimbaud quienes establecieron una nueva tonalidad para la poesía, una relación nueva entre la palabra y su referente, entre la forma y la sustancia del poema, porque también era nueva la relación entre el sujeto y el objeto, entre el yo lírico y el mundo. 

A partir de esos poetas, que convirtieron a Poe y a Blake en profetas de lo contemporáneo, la poesía deja de ser literatura y se convierte en forma de conocimiento, en iluminación de una realidad irreproducible por opaca.

‘El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de “meteoro”; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville que llega a París en septiembre de 1871 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, Una temporada en el infierno (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa.’

Con esas líneas comienza el Prólogo que Mauro Armiño ha puesto al frente de su edición de la Obra completa bilingüe de Rimbaud que acaba de publicar Atalanta.

Ese prólogo aborda una semblanza del poeta a través del minucioso seguimiento de su biografía y de los cambiantes escenarios de su huida –Charleville, París, Londres, Bruselas, Yemen, Sumatra, Abisinia, Somalia. 

Propenso a las máscaras, Rimbaud escribió en una ocasión Yo es otro, para aludir a su propio desdoblamiento en ángel de luz y de tinieblas, a la convivencia en él de la inocencia y la depravación. Y es que la vida y la obra de Rimbaud están instaladas en una zona de sombra, en una opacidad misteriosa y llena de contradicciones. 

La semblanza de Mauro Armiño es una incursión en el enigma de aquel muchacho, más salvaje que tímido, que provocaba por igual espanto y fascinación, admiración y escándalo, y ‘detalla sobre todo los hechos clave de la adolescencia, la bohemia parisina y la aventura verlainiana’ de aquel joven que en constante insumisión vital y poética pasó de asombrar a los círculos parnasianos, a los dieciséis años, con la lectura de El barco ebrio, a escandalizarlos y despreciarlos por su aburguesamiento. Aquel adolescente estaba en otra dimensión: Hugo le parecía retórico; a Baudelaire, que le influyó en su época de formación, acabó por criticarlo por  blando y efusivo.

Había aprendido de él la importancia de la intuición visionaria en busca de correspondencias imprevisibles, pero Rimbaud dio un paso más hacia el desarreglo de los sentidos en busca de una nueva forma de conocimiento. En una carta fundamental, el 15 de mayo de 1871 -en la misma carta donde decía 'Yo es otro' y donde afirmaba que 'el poeta es verdaderamente ladrón de fuego'- proponía como objetivo de la poesía llegar a una iluminación de lo desconocido: 'El Poeta se hace vidente -escribía- mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. '

Rompía así con todo lo anterior para convertirse en un visionario en busca de la poesia objetiva: 'Me habitué a la alucinación simple -escribirá en "Alquimia del verbo" (Una temporada en el infierno)-: veía con toda nitidez una mezquita en el sitio de una fábrica, una escuela de tambores formada por ángeles, calesas por las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil alzaba espantos ante mí.' 

El estudio introductorio reconstruye el proceso de escritura de los poemas en prosa de Una temporada en el infierno y de las Iluminaciones, hasta el “silencio final de un poeta – escribe Mauro Armiño- que había destrozado, para la evolución de la poesía, la escritura de la vanguardia del momento, los parnasianos, y había pretendido llevar la lírica más allá de sus formas, más allá del libro, más allá del arte y de las propuestas políticas, incluso «cambiar la vida» con ella.”

Buscó el escándalo desde sus primeros poemas en francés, como Las despiojadoras, que escribió a la vez que se declaraba en rebeldía con el mundo, se escapaba de casa y comenzaba una interminable peripecia de vagabundeos que expresaban su aversión al sedentarismo. 

Escribió poemas heterosexuales antes de irse a los dieciséis  años con Verlaine, que le siguió en sus idas y venidas tortuosas y violentas, en las que Rimbaud dominaba al poeta de más edad. Rimbaud era el principal, el "esposo infernal", y Verlaine, diez años mayor y casado, era la pasiva, “virgen fatua.” 

Con Verlaine practicó el exceso del libertinaje, de la absenta y el hachís, y mostró la parte más brillante de su poesía, su incapacidad para las relaciones sociales y su tendencia provocativa y egotista. 

Empezó a escribir Una temporada en el infierno, en un paréntesis de su tormentosa relación londinense con Verlaine en 1873, y la terminó después de la despedida a mano armada en Bruselas. Ese mismo año, Verlaine recibió en la cárcel un ejemplar de aquel libro en el que pudo reconocerse en la virgen necia que se dirige al esposo infernal en el más memorable de los poemas de un libro atravesado por la potencia visionaria de sus sinestesias y de sus imágenes.

Ese mundo poético, destructivo y renovador, llegaba a la plenitud literaria en las Iluminaciones, su libro más radical y hermético, pero también el que abría nuevas vías expresivas y miraba de una manera inédita la realidad para inaugurar una tonalidad lírica desconocida hasta entonces, como en este fragmento de "Infancia": 

En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y hace sonrojaros.
Hay un reloj que no suena.
Hay un hoyo con un nido de animales blancos.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un pequeño coche abandonado en el bosquecillo  soto, o que baja el sendero corriendo, engalanado de cintas.
Hay una compañía de pequeños  comediantes con trajes de escena, divisados en el camino a través de la linde del bosque.
Hay en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que os echa.

A esas alturas, trazada ya su autobiografía moral, Rimbaud había disuelto las fronteras de la prosa y el verso, del bien y del mal, había expresado el desorden de los sentidos y había borrado los límites de la propia identidad: Yo es otro. 

Rimbaud vagabundeó a partir de entonces por las calles y los tugurios de Europa, llegó a Alejandría, El Cairo y Java, y acabó traficando con esclavos y armas en Somalia y Etiopía. Una década en el Norte de África y Arabia, el actual Yemen. Allí empezó a sufrir el cáncer de huesos que acabaría con su vida en Marsella en 1891. 

Además del análisis de la obra de quien ‘labra su propio destino de mito al hilo de su biografía’, y de su transcendencia en la poesía contemporánea, de una completa cronología, un Diccionario Rimbaud de personajes y una amplia bibliografía actualizada, esta obra completa bilingüe recoge la edición anotada, con espléndidas observaciones y comentarios, de su obra poética entre 1870 y 1873 y de su abundante epistolario, desde las primeras cartas de 1870 que muestran al adolescente descarado a punto de emprender su viaje a París hasta las que en 1891 reflejan a un hombre derrotado por la soledad, el dolor y la enfermedad, el Rimbaud final que escribía el 23 de junio a su hermana Isabelle desde el hospital de Marsella donde le acababan de amputar la pierna derecha: ‘No hago más que llorar día y noche., soy un hombre muerto, estoy tullido para toda mi vida. Dentro de quince días, creo que estaré curado; pero sólo podré caminar con muletas. En cuanto a una pierna artificial, el médico dice que habrá que esperar mucho tiempo, ¡seis meses por lo menos! Mientras, ¿qué haré, dónde me quedaré?’

Y en apéndice, sus composiciones escolares en latín, la correspondencia con Verlaine y las cartas y documentos relacionados con el affaire de Bruselas.

Más de mil qunientas páginas en torno a la obra de aquel ser irrepetible que murió “a los 37 años de edad, dejando la incógnita de su silencio, que podría ser un hecho menor y anecdótico, y el misterio creado por la poesía del meteoro llamado Rimbaud, cuyo sentido en buena medida todavía se sigue buscando”, como explica Mauro Armiño en el cierre del prólogo de esta edición que está llamada a ser la versión definitiva en español de la obra de aquel poeta que sigue brillando, indescifrable y burlón.

Nadie baja impunemente a los abismos de la poesía de Rimbaud. El lector que traspasa esa frontera y va más allá de la superficie de sus libros sabe que no hay posibilidad de marcha atrás en la poesía posterior a Una estación en el infierno o a Iluminaciones. 

Siempre en huida –de su madre opresiva y abandonada, de su infancia ejemplar de niño “alarmantemente bueno”, de la influencia de Baudelaire, de la sumisión de Verlaine, de sí mismo-, aquel ángel infernal del exceso que cambió la poesía europea en cuatro años de escritura todavía corre inalcanzable, con las suelas al aire, a años luz de nosotros. 

Un poeta no de ayer, ni de hoy: de pasado mañana. 

Santos Domínguez