18/11/14

Roque Larraquy. La comemadre



Roque Larraquy.
La comemadre.
El Cuarto de las Maravillas. Turner. Madrid, 2014.

Dos llamativas citas, una del Curso de Lingüística General de Saussure y otra de la Psicografía profética de Solari Parravicini, sumergen al lector de La comemadre en una novela llena de sorpresas.

Una novela intensa y absorbente, la primera de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975), que le dedicó siete años de escritura concentradas en ciento cincuenta páginas de prosa destilada y precisa.

Dos relatos conectados son la materia narrativa de esta novela que se publicó en 2010 en Argentina y con la que Turner inaugura su nueva y muy cuidada colección El cuarto de las maravillas, en la que irán apareciendo obras de autores emergentes o consagrados, pero dueños de un mirada distinta, de un extrañamiento narrativo que a menudo los relega a la condición de raros.

Con un envidiable ritmo narrativo, La comemadre desarrolla dos relatos, dos experimentos brutales en dos épocas desorientadas, en dos comienzos de siglo críticos, dos historias atroces y disparatadas narradas con la fuerza de la primera persona.

La primera, ambientada en un psiquiátrico de Temperley, a las afueras de Buenos Aires, en 1907 y narrada por el doctor Quintana en su diario, es el relato de un proyecto científico descabellado; la segunda, que transcurre un siglo después, en 2009, tiene como base la carta con la que un artista anónimo contesta a una investigadora de la universidad de Yale que está haciendo una tesis doctoral sobre su vida y su obra.

El médico enloquecido que aspira a saber qué hay más allá de la muerte a través de los siete segundos en los que sobrevive una cabeza separada de su cuerpo y el artista plástico precoz y genialoide que con sus instalaciones experimentales al límite intenta incorporarse al mercado del arte, son los narradores de un conjunto que toma el título del nombre de una voraz planta autófaga.

Un conjunto atravesado por el humor negro y la parodia, por la precisión de una prosa medida y afilada bajo el magisterio de Antonio di Benedetto y por atmósferas que recuerdan las de Felisberto Hernández. Lo real y lo fantástico, la utopía y lo monstruoso, la investigación médica y el arte conceptual recorren, como las mutilaciones, estos dos proyectos siniestros unidos por el papel del cuerpo y la discutible ética de los experimentos, ya sean científicos o de arte conceptual, y la retórica verbal en que se sustentan.

Una sorprendente primera novela que da en sus páginas muestras sostenidas de la solidez de un escritor que sabe que lo fundamental en la literatura es encontrar el tono adecuado y que es capaz de mantener la atención del lector desde su potente comienzo, que luego repetirá una cabeza parlante:

Hay quienes no existen, o casi, como la señorita Menéndez. La «jefa de enfermeras». En el espacio de estas palabras entra completa. Las mujeres a su cargo huelen y visten igual, y nos llaman «doctor». Si un paciente empeora por un olvido o una inyección de más, se llenan de presencia: existen en el error. En cambio Menéndez nunca falla, por eso es la jefa.

La miro cuanto puedo para encontrarle un gesto doméstico, un secreto, una imperfección.

Santos Domínguez