La soledad era el único remedio.
Conversaciones con Charles Chaplin.
Traducción de José Jesús Fornieles Alférez.
Confluencias Editorial. Almería, 2014.
Charles Chaplin.
Un comediante descubre el mundo.
Traducción de José Jesús Fornieles Alférez.
Confluencias Editorial. Almería, 2014.
A finales de 1914 nacía para las pantallas de los incipientes cinematógrafos Charlot, el vagabundo destartalado y triste, indefenso y sentimental que no tardaría en convertirse en uno de los iconos más representativos del siglo XX.
Y para celebrar el centenario del nacimiento de Charlot, Confluencias Editorial incorpora dos espléndidos libros a su catálogo: un volumen de Conversaciones con Charles Chaplin, que recoge once entrevistas que concedió entre 1915, fecha del estreno de Charlot vagabundo, y 1967, el año de su última película, La condesa de Hong Kong.
Así hablaba de Charlot su inventor e intérprete irrepetible en una entrevista de 1931, el año de Luces de la ciudad: Sus indescriptibles pantalones representan, en mi mente, una revuelta contra las convenciones; su bigotillo, la vanidad del hombre; su sombrero y su bastón, su intento de ser digno, y sus botas, los impedimentos que tiene en su camino. Pero él persiste en crecer cada vez con mayores dosis de humanidad.
El personaje pasó enseguida de las salas de proyección a los corazones de los espectadores, pero su creador acabó sufriendo –en parte por sus divorcios, pero sobre todo a partir de Monsieur Verdoux- el acoso del Comité de Actividades Antiamericanas, el desfavor de la prensa y la incomprensión de la crítica y eso se refleja en estas páginas en las que un Chaplin poco propenso a conceder entrevistas pasa del optimismo a la amargura que rezuman declaraciones como esta: Aunque no soy pesimista ni misántropo, hay días en que el contacto con cualquier ser humano me hace sentir físicamente enfermo. Me siento como un extraño absoluto… La soledad es el único remedio o, al menos, el alivio.
Un cuidado volumen que toma su título de esa expresión y que presenta Kevin J. Hayes con una magnífica introducción que comienza con una evocación de la cena en que se presentó La quimera del oro en 1925 y que se cierra con esta frase: “A pesar de los reveses que sufrió, tanto personales como políticos, sus entrevistas muestran con toda claridad que nunca perdió su entusiasmo por el arte de hacer cine.”
Estoy cansado del amor y, como todo ser egocéntrico, me vuelvo sobre mí mismo. Necesito volver de nuevo a mi juventud, recuperar las costumbres y las sensaciones de mi niñez, ya tan remotas —tan irreales— que parecen un sueño. Necesito invertir el tiempo, aventurarme en el borroso pasado y traerlo a un primer plano.
Inquieto por esta aventura, me he comprado unos callejeros de Londres y aquí, en mi casa de California, trazo las líneas de los caminos que me traen a la memoria lugares que forman parte de mí desde que era niño.
Los muros de las fábricas que me deprimían, las casas que me amenazaban, los puentes que me entristecían. Querría captar, en cualquier caso, algo de las alegrías y de las desgracias del pasado. Ver el orfanato en donde, con cinco años, viví durante dos largos años. ¡Aquellos días fríos con neblina en el patio de recreo! ¡Aquel vestíbulo donde nos refugiábamos en los días de lluvia pegados a los calefactores! El gran comedor con sus largas mesas y el olor a manteca rancia que nos llegaba de la cocina...
Estos recuerdos me han marcado y quiero que permanezcan en mi cabeza antes de que sea demasiado tarde.
Esos párrafos forman parte del capítulo inicial de Un comediante descubre el mundo, el relato de un viaje que Chaplin inició en Londres para visitar el hospicio en el que había vivido.
Era solo una de las estaciones de un viaje alrededor del mundo -París, Berlín, San Sebastián, Argel, Ceilán, Singapur, Bali, Tokio- y, sobre todo, del viaje alrededor de sí mismo que aumentó su conciencia social y que se desarrolló entre 1931 y 1932, en un momento crucial de su obra, entre Luces de la ciudad y Tiempos modernos.
Unas memorias de viajes que Chaplin publicó en cinco entregas en una revista femenina y que se ha acabado convirtiendo en un libro que Confluencias edita en un hermoso tomo generosamente ilustrado y precedido de una amplia introducción de Lisa Stein Haven, que explica en ella que “Chaplin es el único protagonista de la industria cinematográfica que utilizó la narración de un viaje como herramienta promocional.”
En las páginas de Un comediante descubre el mundo comparecen en compañía de Chaplin otros personajes centrales del siglo XX, como Albert Einstein, George Bernard Shaw, Winston Churchill, H. G. Wells, Gandhi o Marlene Dietrich, que quisieron conocerlo y compartir mesa y conversaciones con aquel artista que reflejó como nadie en el cine el desvalimiento del individuo en el mundo contemporáneo, la suma de luces y sombras, de lo admirable y lo ridículo, de lo trágico y lo cómico.
Tal vez por eso encontró su mejor expresión en el silencio y en el cine en blanco y negro.
Santos Domínguez