Las mil y una noches.
Prólogo de Manuel Forcano.
Traducción y notas de
Juan Antonio Gutiérrez-Larraya
y Leonor Martínez Sánchez.
Atalanta. Gerona, 2014.
Atalanta publica en un estuche con tres tomos una cuidada edición de Las mil y una noches, el gran monumento narrativo que desde la Edad Media ha atravesado tiempos, lenguas y fronteras para convertirse en uno de los referentes imprescindibles de literatura universal, en un libro seminal como explicó Juan Goytisolo.
Originado en parte en la tradición sánscrita india, a partir de relatos orales ya existentes en el siglo IX, llegó a Occidente en el siglo XVIII para impulsar la moda orientalizante y lo hizo desde recopilaciones modernas muy posteriores a los originales, en versiones escritas que fijaron su estructura actual a finales del siglo XV en Egipto aunque su parte nuclear se construyó en Persia.
Su marco narrativo es conocido: Sherezade y el suspense sostenido durante mil y una noches para salvar su propia vida y la de otras mil posibles sucesoras. Un hilo conductor que -como en el Decameron o en El conde Lucanor- evita la mera yuxtaposición o el rosario de cuentos para subordinar los relatos a un esquema argumental sencillo y repetitivo que va acogiendo en su ritmo cíclico la serie sucesiva de cuentos.
Sobre ese marco narrativo se articula una sucesión de relatos -algunos muy largos- que vivieron en la memoria antes de ser puestos por escrito y que se van abriendo camino unos a otros en una estructura que recuerda las cajas chinas o las muñecas rusas, en una acumulación correlativa que admite muchas formas de lectura y muchas vías de acceso a sus páginas.
Cada lector puede descubrirlas a su antojo transitando por las salas de ese gran palacio narrativo en el que se suceden la poesía y la prosa, lo exótico y lo erótico, se viaja de Bagdad a Basora, de Damasco a El Cairo, entre el realismo y la fantasía, entre el refinamiento cortesano y la picardía popular, entre lo trágico y lo cómico, porque en Las mil y una noches cabe el mundo entero.
Es el goce del relato sin intención moralizadora, la diversión y el entretenimiento, la emoción y el ensueño imaginativo, la intriga y la aventura a través de relatos de amor y de magia, de navegaciones y bandidos, de prodigios peregrinos entre el desierto y el palacio, entre los paisajes y las costumbres.
Emparentados algunos de estos relatos con la Biblia, con el Poema de Gilgamesh o con la Odisea, en el relato de Sherezade se suceden los cuentos de misterio y de crímenes, de amor y de navegaciones, habitados con frecuencia por los iffrits, esos genios traviesos y sobrenaturales de la tradición árabe.
Son relatos para el atardecer o para la noche, para el ocio de un público formado probablemente por tenderos y mercaderes. Mil cuentos en vez de mil muertes en este salvavidas literario que da título al prólogo de Manuel Forcano, que define la obra en estos términos:
“Un clásico de la literatura oriental, un monumento de la narrativa árabe, un compendio de cuentos fantásticos, una antología de leyendas exóticas, una colección de fábulas y lecciones morales, un libro portentoso, un pasatiempo divertido, una mera transcripción de relatos orales, un estandarte de lo maravilloso, un cajón de sastre literario, una obra donde se mezclan comedia y tragedia, magia y realidad, un remedio contra el insomnio, un éxito inesperado de público y de crítica en la Europa moderna, el relato desesperado de una superviviente, un claro ejemplo de que la palabra es salvadora… Quizá haya mil y una maneras de definir Las mil y una noches, esta creación literaria que ha conseguido ser la obra más conocida y leída en Occidente de la literatura árabe."
Traducido por primera vez al francés a comienzos del siglo XVIII, en una versión muy mutilada, fue Richard Burton quien impulsó su conocimiento un siglo después. Desde entonces se han sucedido las traducciones a las principales lenguas de cultura.
Atalanta recupera en esta edición la primera y muy elogiada traducción directa e íntegra del original árabe que hicieron Juan Antonio Gutiérrez-Larraya y Leonor Martínez Sánchez en 1965 y que hoy era prácticamente inencontrable. Quedan fuera de esta versión relatos como Ali Babá y los cuarenta ladrones o Aladino y la lámpara maravillosa, narraciones de origen dudoso -posibles aportaciones apócrifas de Galland en la traducción francesa de 1704- que no figuran en ningún texto árabe ni en la edición egipcia de Bulaq, impresa en 1835 y considerada la versión canónica de un libro sobre el que Borges escribió estas líneas memorables.
Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos.
Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos.
En el título de Las mil y una noches hay algo muy importante: la sugestión de un libro infinito. Virtualmente, lo es. Los árabes dicen que nadie puede leer Las mil y una noches hasta el fin. No por razones de tedio: se siente que el libro es infinito.
Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente.
Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente.
Santos Domínguez