Álvaro Mutis.
Empresas y tribulaciones
de Maqroll el Gaviero.
Debolsillo. Barcelona, 2014.
Una tabla de madera, sobre la entrada, tenía el nombre del lugar en letras rojas, ya desteñidas: "La Nieve del Almirante". Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado.
Con La Nieve del Almirante, el diario de viaje encontrado en una librería del barrio gótico de Barcelona, iniciaba Álvaro Mutis hace casi treinta años un recorrido completo y tortuoso por puertos y peligros de la mano de Maqroll el Gaviero a lo largo de siete títulos -La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra.
Siete títulos que resumen las aventuras y errancias de un personaje inolvidable a través de sus fabulaciones y sus viajes, sus empresas y sus tribulaciones y el contacto con otras vidas entre el amor y la muerte.
Seis novelas y una trilogía de cuentos que entre 1986 y 1993 completan uno de los conjuntos novelísticos más ambiciosos y brillantes de la literatura contemporánea en español, que Debolsillo reúne en un estuche con dos tomos que cierra un epílogo de García Márquez (Mi amigo Mutis), un texto escrito sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.
Muchos años antes de convertirse en el eje de este ciclo narrativo, su irrepetible protagonista apareció en un poema de Los elementos del desastre, un libro de poesía de 1953: la Oración de Maqroll, antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada.
En una carta a Elena Poniatowska explicaba Álvaro Mutis que Maqroll “es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”
Apátrida, opaco y de pasado borroso, el Gaviero es más que un personaje un estado de ánimo, un tono y una mirada en la que conviven la búsqueda y el desengaño, el desaliento y un espíritu aventurero que le lleva aguas arriba del Xurandó o a fundar prostíbulos en Panamá, de los mares procelosos a tierra firme o al subsuelo de las minas de oro en los Andes colombianos.
Siempre en busca de sentido y de sí mismo, entre la soledad y la fiebre, del Caribe al Mediterráneo con Abdul Bashur, que acabará sus días estrellado en una pista de Funchal en la isla de Madeira, Maqroll tiene la altura trágica de los héroes antiguos y forma parte no sólo de la literatura imprescindible sino de los mitos contemporáneos que comparten con los clásicos la bajada a los infiernos desde los valles de Tierra Caliente a las galerías subterráneas de las minas.
Como los griegos antiguos, el Gaviero sabe que vivir no es lo importante, navegar sí. Y por eso este superviviente de sí mismo es un navegante entre la quimera y la desolación, entre el deterioro de los viejos cargueros y la herrumbre de los muelles con niebla y con salitre, entre puertos inhóspitos y recodos fluviales que parecen la antesala de la muerte.
Porque Maqroll somos todos, como afirma García Márquez en el epílogo, y los azares de su vida errante y sentimental demuestran una vez más que el carácter es el destino y su hondura indescifrable, el lirismo desesperanzado de los sueños perdidos y los amores imposibles, sus naufragios y sus desastres por selvas ecuatoriales y ríos caudalosos.
Profundo e insondable como los ríos que transitó el Gaviero, alto como la gavia desde la que veía pasar los días y los trabajos, a la deriva, entre esteros funerales y nieves impasibles, este ciclo es uno de los monumentos literarios imprescindibles de la literatura en español de las últimas décadas.
Complementaria del ciclo narrativo de Maqroll, la poesía de Mutis -reunida en esta misma editorial en la Summa de Maqroll- abordó reiteradamente sus contornos. Por ejemplo en este fragmento de Las plagas de Maqroll:
Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo.
La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes en sus signos.
Un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especias y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños.
Santos Domínguez