José Kozer.
Naïf.
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2014.
Acaba de ocurrir, voraz,
locuaz, de pe a pa, alfa
de la omega, entre
arborescentes helechos,
y una jenízara de pelo
ensortijado más negro
que Machín (jenízara
jabada). Un león, rijoso
mas herbívoro ha
concurrido del brazo
de San Jerónimo a un
cuadro del Aduanero.
Así termina uno de los poemas de Naïf, el libro de José Kozer (La Habana, 1940) que acaba de publicar El sastre de Apollinaire.
Entre dos lindes de tinieblas, uno al principio y otro al final, los 31 poemas de Naïf responden a lo que anuncia su título: una actitud ingenua y receptiva ante la realidad, que parece surgir recién creada o renovada de estos poemas que también exigen del lector un ejercicio de renuncia a su percepción discursiva y racional.
Imposible hacer poesía si no se sucumbe a Proteo, escribe Kozer a propósito de sus versos deslumbrados y deslumbrantes, de su poesía revelada que ofrece al lector revelaciones de una realidad que brota de las imágenes y la naturaleza, que evoca la música de Palestrina o Telemann, el cine de Fellini o Cecil B. de Mille, la literatura de Kafka y Juvenal o la pintura de Rousseau el aduanero.
José Kozer ha hablado de su poesía como de un mapa de meandros, anacolutos, bifurcaciones, poemas-río, textos que fluyen libres y torrenciales o crecen como la vegetación exuberante del trópico.
Junglas ha llamado alguna vez el autor a estos textos en los que el lenguaje se adueña del poema. Junglas de senderos claros que son una metáfora de una poesía densa y difícil, de unas composiciones desbordantes en las que las palabras caen como la lluvia para hacer crecer esa selva poética.
Me voy diciendo el
Sutra del Corazón:
niebla, tiniebla, blanco
soy del ave negra que
se abalanza a mi hígado
y se
atora.
Santos Domínguez