William Blake.
Libros proféticos.
Prólogo de Patrick Harpur.
Traducción de Bernardo Santano Moreno.
Imaginatio Vera. Atalanta. Vilaür, 2013.
William Blake (1757-1827) es uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. Inclasificable e irrepetible, su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo romántico y de la actitud visionaria del superrealismo.
Grabador y poeta, místico y pintor, visionario y filósofo, excéntrico y astuto, Blake fue un artista total que fundió la palabra y la imagen en una doble actividad que nunca concibió por separado y que dio lugar a libros tan desasosegantes como El matrimonio del cielo y del infierno o Los cantos de experiencia y de inocencia.
Aquel poeta iconoclasta y profético, en cuyos versos conviven en raro equilibrio las luces y las sombras, fundó una cosmogonía prometeica propia sobre el hombre anterior a la caída en los Cantos de inocencia y sobre el conocimiento del dolor en los Cantos de experiencia, creó una obra de enorme potencia imaginativa, murió cantando y -como explicó Antonio Rivero Taravillo- dejó una huella importante en Yeats o en el Graves de La diosa blanca, en Cirlot o en Borges, o en el Neruda más visionario de las Residencias.
En noviembre de 1934, la revista Cruz y Raya publicaba Visiones de las hijas de Albión y El viajero mental, dos poemas de William Blake traducidos por Pablo Neruda, que estaba escribiendo por entonces la segunda entrega de su Residencia en la tierra.
En ese año central en la escritura de Neruda quizá ninguna voz como la suya podía plasmar mejor en español la potencia visionaria, el irracionalismo sensorial y la ambición verbal de William Blake, el eslabón que conecta la actitud pasional del Romanticismo con la intelectualización simbolista. No es una casualidad que por aquelllos años Neruda tradujera parcialmente Las flores del mal de Baudelaire, ni que, a caballo entre la Residencia de 1933 y la de 1935, el poeta chileno escribiese esa cima o sima del superrealismo.
Entre el mito y el delirio, entre la visión sagrada del mundo y la reivindicación social emparentada con el fervor revolucionario de 1789, esos dos poemas de Blake proponen un mundo de imágenes, sinestesias y metáforas deslumbrantes que aspiran a resumir el universo y a contener –como quería Blake- la eternidad en una hora.
Atalanta, que publicó recientemente los Ocho ensayos sobre William Blake, de Kathleen Raine sobre el sentido simbólico y la base mística del mundo de Blake acaba de presentar la edición del primer volumen de sus Libros proféticos traducidos por Bernardo Santano y prologados por Patrick Harpur.
Es la primera edición completa y bilingüe de sus poemas proféticos en la que se recogen todas sus imágenes en color. Un volumen trabajadísmo y asombroso -el libro mejor editado del año sin ninguna duda-, profusamente ilustrado con los grabados originales del artista y cuidado hasta el más mínimo detalle para reflejar la obra del artista complejo que fue Blake, la convivencia en ella de lo oscuro y lo deslumbrante a la vez, de la inspiración y el caos, de lo disparatado y lo convencional, de un raro equilibrio, de la inusual coexistencia de lucidez y locura que recorre sus textos.
“Para Blake –explicó Kathleen Raine, que iluminó las claves espirituales y artísticas de una obra tan opaca y de tanta fuerza expresiva y en la que las luces y las sombras conviven con tanta naturalidad- vivir según la Imaginación es el secreto de la vida.”
Por eso la obra de Blake, con su fusión de lo plástico y lo verbal, encuentra un espacio propio en el que se conjuntan el tiempo histórico y el tiempo mitológico, la poesía y la pintura, en el territorio común de la imagen, compartida por dos artes que Blake entiende, igual que las civilizaciones orientales, como una forma de meditación.
Presentados por sendos prefacios del traductor, Bernardo Santano, estos son los poemas proféticos y narrativos que figuran en el primer volumen: Tiriel, El libro de Thel, El matrimonio del cielo y el infierno, La Revolución francesa, Visiones de las hijas de Albion, América: Profecía, Europa: Profecía, El [primer] libro de Urizen, El libro de Ahania, El libro de Los, El cantar de Los, Vala, o los cuatro Zoas.
Esotérico y marginal, con un satanismo de fondo que reivindicaron en su poesía el movimiento romántico y el superrealismo o con la percepción de Juan Ramón Jiménez, que hizo una lectura poética de sus textos y vio en su obra un precedente de la poesía pura, Blake fundó con su potente imaginación creadora una nueva mitología igualitaria o elaboró sus profecías continentales a partir del neoplatonismo, la alquimia y una interpretación heterodoxa de la Biblia.
Su irrelevante biografía exterior contrasta con una vida imaginativa intensa y literalmente visionaria. De esas visiones, frecuentes desde su niñez, se alimentan su mundo poético y plástico, profundamente entrelazados. Blake fue dibujante y grabador antes que poeta, más cercano en su concepción gráfica a los libros iluminados de la Edad Media que al Neoclasicismo imperante en su época.
No empezó a desarrollar su talento poético hasta los treinta y dos años, cuando en plena época de las luces, Blake pone su irracionalismo no al servicio de la imaginación inventiva, que eso es mera fantasía, sino de algo más complejo y profundo: la imaginación creativa.
Una imaginación que ejerce su facultad creadora de arquetipos cambiantes, metáforas, símbolos y mitos, de representaciones del alma en distintos personajes, variantes neoplatónicas que son el eje central de estos Libros proféticos en los que se defiende el amor libre, se critica la superchería clerical, se denuncian la hipocresía social y la pedagogía racionalista que amputa la imaginación de los jóvenes o se exalta la vinculación del hombre con la naturaleza, el ímpetu del deseo, del placer o de la revolución social.
“No hay nadie como William Blake –escribe Patrick Harpur en su introducción- en la literatura y el arte ingleses. Su genio prendió la antorcha del Romanticismo en Inglaterra hacia finales del siglo XVIII, pese a que fue ignorado o, al menos, poco reconocido a lo largo de su vida.”
Un escritor tan irrepetible como Blake se merecía un volumen tan excepcional como este.
Santos Domínguez