José Antonio Ramírez Lozano.
Rosas profanas.
Adonáis. Rialp. Madrid, 2011.
Desde el título, de suave parodia rubeniana, José Antonio Ramírez Lozano mantiene en Rosas profanas, que publica la colección Adonáis, un difícil equilibrio entre el juego y el fuego, entre la contención y el virtuosismo verbal, entre la seriedad y el humor.
Barroco en el mejor sentido de la palabra, como recreador de la tradición con el destello de la palabra, Ramírez Lozano habita un territorio que Gracián definió como más propio del ingenio que del genio: la agudeza.
Se trata de buscar nuevas relaciones entre los objetos, de proponer una nueva mirada hacia la realidad y una nueva relación entre las palabras y las imágenes. Y por eso puede volver Ramírez Lozano con brillantez a los ambientes y a los personajes que ya estaban en Fabulario o en Bestiario de cabildo, aunque iluminados ahora -o ensombrecidos- por otra luz.
Porque el poeta vuelve para mirar a sus criaturas a una nueva luz, con menos fulgor y más sombra, con una mirada más honda y menos desenfadada que la de aquellos sus primeros libros.
Lo explica en este Paraíso, de su reciente Las islas malabares:
Barroco en el mejor sentido de la palabra, como recreador de la tradición con el destello de la palabra, Ramírez Lozano habita un territorio que Gracián definió como más propio del ingenio que del genio: la agudeza.
Se trata de buscar nuevas relaciones entre los objetos, de proponer una nueva mirada hacia la realidad y una nueva relación entre las palabras y las imágenes. Y por eso puede volver Ramírez Lozano con brillantez a los ambientes y a los personajes que ya estaban en Fabulario o en Bestiario de cabildo, aunque iluminados ahora -o ensombrecidos- por otra luz.
Porque el poeta vuelve para mirar a sus criaturas a una nueva luz, con menos fulgor y más sombra, con una mirada más honda y menos desenfadada que la de aquellos sus primeros libros.
Lo explica en este Paraíso, de su reciente Las islas malabares:
Me encanta saquearme la palabra
con la palabra misma.
Mirarme en lo que dije en otros versos
cuando aún eran míos
y ahora con la edad pedirle cuentas
al tiempo que no tengo
con las palabras mismas con que un día
canté lo que he perdido.
Entro y salgo, ya veis, de aquel jardín
a robarme la fruta cada vez
que escribo un verso que ya estaba escrito.
Dios, sin duda, muchachos, se olvidó
de cortarnos la lengua –ya lo dije-
cuando nos expulsó del Paraíso.
con la palabra misma.
Mirarme en lo que dije en otros versos
cuando aún eran míos
y ahora con la edad pedirle cuentas
al tiempo que no tengo
con las palabras mismas con que un día
canté lo que he perdido.
Entro y salgo, ya veis, de aquel jardín
a robarme la fruta cada vez
que escribo un verso que ya estaba escrito.
Dios, sin duda, muchachos, se olvidó
de cortarnos la lengua –ya lo dije-
cuando nos expulsó del Paraíso.
Ramírez Lozano funde aquí distintos registros lingüísticos que van del Barroco al Modernismo; de la poesía del grupo Cántico al desarraigo de Blas de Otero; de Cunqueiro al esperpento. Y esa fusión construye una voz personal que integra diversos tonos en los que lo serio y lo jocoso se conjugan con una variedad métrica en la que el predominante verso largo, de respiración narrativa, deja paso al verso corto neopopularista que ya ejecutó con brillantez en Agua de Sevilla.
Son la cara y la cruz de ese doblón de oro que es la poesía de Ramírez Lozano, capaz de reunir tonos tan variados y de tan distinto alcance: la broma y la ocurrencia con una reflexión ascética que viene de Mañara y el guiño o el destello de la imaginería sevillana.
Y es que un ángel barroco y fieramente humano sobrevuela estos versos, suavemente elegiacos, de Ramírez Lozano, que contienen también un devocionario heterodoxo de oraciones en las que conviven la invocación y la evocación.
Cierra el conjunto un espléndido diálogo, Última tentación de San Antonio, que ahonda en el verdadero sentido de un libro como este: una profunda reflexión, a veces demasiado canina, monda y conceptuosa, sobre la palabra como tentación, sobre su capacidad creativa, sobre la búsqueda de la belleza desde el deseo amoroso y la aspiración a la hermosura que nos hace semejantes a los dioses:
La belleza delata el reino que los dioses
nos negaron un día, su falta de piedad
con los desheredados, que a fuerza de invocarlos
les damos la certeza tremenda de su nombre,
esa prosodia oscura de la que se sustentan.
nos negaron un día, su falta de piedad
con los desheredados, que a fuerza de invocarlos
les damos la certeza tremenda de su nombre,
esa prosodia oscura de la que se sustentan.
Es la palabra arrebatada a los dioses, la palabra que permite poseer el mundo:
Vivirás mientras digas. Lo que nombres será.
Santos Domínguez