30/4/12

Francisco Tario. La noche

                                                                        


Francisco Tario.
La noche.
Prólogo de Alejandro Toledo.
Atalanta. Vilaür, 2012.

Portero de fútbol, astrónomo, pianista y narrador, quien firmaba sus obras con el seudónimo Francisco Tario nació en México D.F. en 1911 y murió en Madrid en 1977.

Fue un raro, una isla en la literatura mexicana, y practicó una escritura que tendía a lo nocturno, como la música de Chopin que le gustaba interpretar al piano.

Escritor secreto y extremadamente minoritario, Atalanta rescata parte de su perturbadora y alucinada obra narrativa breve en el volumen La noche, una antología que toma su título del primer conjunto de relatos que publicó Tario en 1943. Se reúnen aquí dieciocho cuentos, siete de los cuales pertenecen a su última colección, Una violeta de más, de 1968.

Dieciocho cuentos atravesados por la imaginación, la voluntad de sorprender y la fantasía como método para explorar los vínculos entre el pasado y el presente, el sueño y la vigilia, los vivos y los muertos, como resalta Alejandro Toledo en su prólogo.

En una de las dos entrevistas que incorpora este volumen como epílogo, Tario declara que se siente parte de una tradición rara en el ámbito hispánico, la de la literatura fantástica, que, como señala Tario, “florece mejor a temperaturas  bajo cero, y sus lectores más asiduos se cuentan entre las gentes de ojos azules.”

En esa misma entrevista, Tario revela las cuatro bases de sus relatos -poesía, muerte, amor y locura- y reivindica como objetivo último de su literatura “lograr que lo inverosímil resulte verosímil” en el marco de una realidad cotidiana en la que de repente brota lo fantástico.

Esa tarea, a la que también se han aplicado escritores de ojos azules como Bioy, Borges o Cortázar, consiste en desdibujar las fronteras que separan el sueño de la vigilia, lo trágico de lo cómico, la realidad de la imaginación, la lógica del absurdo y la experiencia de la fantasía. Otro mexicano como Arreola también forma parte de ese archipiélago literario.

Objetos animados, sueños y monstruos, alucinaciones y fantasmas recorren los relatos de un Tario al que se ha simplificado con términos como extravagante, sorprendente, inquietante o sarcástico.

Marginal y ajeno a los grupos literarios, seguramente era todas esas cosas, pero su impulso obedecía a un proyecto global que podría condensarse en este párrafo que Alejandro Toledo extrae de uno de los relatos, La noche de los cincuenta libros, para cifrar en estas palabras la clave de la escritura de Francisco Tario:

Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las verdades. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas…

Entre el relato que abre la selección, en el que un féretro macho y enamorado no sólo es el protagonista, sino también el narrador, y el que cierra el volumen, la dudosa pesadilla de un narrador cadáver que no sabe que está muerto, el lector va de un asombro a otro pasando por cuentos como La noche de Margaret Rose, que García Márquez consideraba uno de los mejores del siglo XX.

Entre esas dos noches funerarias que abren y cierran esta antología, dieciocho relatos que no dan tregua al lector, con una soltura narrativa, un dominio de la prosa y una intensidad perturbadora desde arranques magistrales como este, de Un huerto frente al mar, que comienza así:

-Hoy tuve carta del ahogado –dije.


¿Y cómo no seguir leyendo tras esa frase?

Santos Domínguez