José Luis Ferris.
Miguel Hernández.
Pasiones, cárcel y muerte de un poeta.
Temas de Hoy.
Madrid, 2010.
Miguel Hernández.
Pasiones, cárcel y muerte de un poeta.
Temas de Hoy.
Madrid, 2010.
Fue víctima de un padre cerril que le impidió estudiar, le dificultó leer y escribir y no le visitó en su agonía en Alicante ni acudió a su entierro (“Él se lo ha buscado”, dicen que decía). Aquel padre brutal era el reflejo de una España autoritaria que también hizo de Miguel Hernández una víctima propiciatoria.
Nació en Orihuela, la ciudad levítica de las treinta iglesias, la Oleza de Gabriel Miró, ciudad con obispo y sin gobernador, y allí transcurrieron sus difíciles primeros años en los que surgió la vocación literaria contrariada.
Desorientado y rústico, pasó de un anacronismo menor –aquel Perito en lunas meritorio y neogongorino a destiempo- al anacronismo mayor de un auto sacramental auspiciado por el catolicismo exacerbado de Ramón Sijé y El gallo crisis.
De aquella tutela intelectual oriolana Miguel Hernández pasó al catolicismo moderno de Cruz y Raya y a la influencia de Bergamín, que le quitó de la cabeza y de la pluma las tentaciones filofascistas que aparecen en algunos de sus poemas como El haz. Por entonces –1934- le llamaba “el maestro Bergamín”, aunque no tardaría mucho en renegar de aquel catolicismo dañino.
Despreciado por parte de los poetas del 27, que veían en él más al provinciano sin maneras que a un advenedizo competidor, fue protegido por Cossío, amparado por Neruda y refinado por Aleixandre, cuya huella es palpable en El rayo que no cesa.
Ese libro, de 1936, se vendió mucho en los primeros meses de aquel año, parecía que iba a convertirse en el Romancero gitano de los años treinta, pero la guerra civil también truncó de raíz una trayectoria recién consolidada. Luego vino la poesía de propaganda en el frente, la derrota, las cárceles y la muerte en una sucesión de desastres y calamidades ante las que su mujer, Josefina Manresa, idealizada con frecuencia, tuvo una actitud que dejaba mucho que desear.
Acostumbrados a las idealizaciones del poeta y de su mujer en las hagiografías simplistas, los lectores se sorprendieron ante una biografía rigurosa como la que José Luis Ferris publicó en 2002 en Temas de Hoy. Una biografía respetuosa y desmitificadora, revisada y actualizada con motivo del centenario del poeta, que permite acercarse de cerca a la figura compleja de Miguel Hernández y a su poesía amplia y variada en temas, técnicas y actitudes.
Porque ese es el propósito fundamental de José Luis Ferris. Lo explica en la introducción que ha escrito para esta nueva edición: “la recuperación de un poeta –y consecuentemente de una obra- que todavía no ha encontrado el lugar que le corresponde en la Historia de nuestra Literatura.”
Con ese propósito y ese talante, Pasiones, cárcel y muerte de un poeta analiza la vida y la obra de Miguel Hernández en seis ciclos desde el 1910 de su nacimiento hasta su muerte lamentable en 1942.
Entre una fecha y otra, la adolescencia problemática y maltratada, su formación insuficiente, sus lecturas desordenadas y su relación con Ramón Sijé y con aquel repulsivo Almarcha, que sería canónigo, obispo, procurador en las cortes franquistas, y que años después viviría con poco edificante indiferencia los últimos días del poeta al que pudo haber salvado.
En medio, el viaje a Madrid con Perito en lunas bajo el brazo, un primer intento que lo devolvió a Orihuela con la decepción del silencio y el desengaño de la corte, en la que Giménez Caballero le describió despectivamente como “simpático pastorcillo caído en esta Navidad por este Nacimiento madrileño.”
Y luego la salida definitiva del pueblo y su posterior asentamiento en Madrid, la composición de El rayo que no cesa, con Maruja Mallo al fondo; la guerra, Viento del pueblo y El hombre acecha; la huida atolondrada por Rosal de la Frontera y su detención en Portugal, el consejo de guerra, la condena a muerte conmutada, la tuberculosis y el abandono radical en que acabó sus días.
José Luis Ferris, riguroso y directo, vuelve a desmentir en esta reedición los prejuicios que han rodeado la obra y la vida de Miguel Hernández, vuelve a insistir “en el empeño, en la obstinación por acabar de una vez con los mitos y miserias, sandeces y tópicos que detractores y prosélitos, censores y hagiógrafos depositaron sobre su nombre para hacer de él un denostado mediocre o un mártir del sacrificio.”
Nació en Orihuela, la ciudad levítica de las treinta iglesias, la Oleza de Gabriel Miró, ciudad con obispo y sin gobernador, y allí transcurrieron sus difíciles primeros años en los que surgió la vocación literaria contrariada.
Desorientado y rústico, pasó de un anacronismo menor –aquel Perito en lunas meritorio y neogongorino a destiempo- al anacronismo mayor de un auto sacramental auspiciado por el catolicismo exacerbado de Ramón Sijé y El gallo crisis.
De aquella tutela intelectual oriolana Miguel Hernández pasó al catolicismo moderno de Cruz y Raya y a la influencia de Bergamín, que le quitó de la cabeza y de la pluma las tentaciones filofascistas que aparecen en algunos de sus poemas como El haz. Por entonces –1934- le llamaba “el maestro Bergamín”, aunque no tardaría mucho en renegar de aquel catolicismo dañino.
Despreciado por parte de los poetas del 27, que veían en él más al provinciano sin maneras que a un advenedizo competidor, fue protegido por Cossío, amparado por Neruda y refinado por Aleixandre, cuya huella es palpable en El rayo que no cesa.
Ese libro, de 1936, se vendió mucho en los primeros meses de aquel año, parecía que iba a convertirse en el Romancero gitano de los años treinta, pero la guerra civil también truncó de raíz una trayectoria recién consolidada. Luego vino la poesía de propaganda en el frente, la derrota, las cárceles y la muerte en una sucesión de desastres y calamidades ante las que su mujer, Josefina Manresa, idealizada con frecuencia, tuvo una actitud que dejaba mucho que desear.
Acostumbrados a las idealizaciones del poeta y de su mujer en las hagiografías simplistas, los lectores se sorprendieron ante una biografía rigurosa como la que José Luis Ferris publicó en 2002 en Temas de Hoy. Una biografía respetuosa y desmitificadora, revisada y actualizada con motivo del centenario del poeta, que permite acercarse de cerca a la figura compleja de Miguel Hernández y a su poesía amplia y variada en temas, técnicas y actitudes.
Porque ese es el propósito fundamental de José Luis Ferris. Lo explica en la introducción que ha escrito para esta nueva edición: “la recuperación de un poeta –y consecuentemente de una obra- que todavía no ha encontrado el lugar que le corresponde en la Historia de nuestra Literatura.”
Con ese propósito y ese talante, Pasiones, cárcel y muerte de un poeta analiza la vida y la obra de Miguel Hernández en seis ciclos desde el 1910 de su nacimiento hasta su muerte lamentable en 1942.
Entre una fecha y otra, la adolescencia problemática y maltratada, su formación insuficiente, sus lecturas desordenadas y su relación con Ramón Sijé y con aquel repulsivo Almarcha, que sería canónigo, obispo, procurador en las cortes franquistas, y que años después viviría con poco edificante indiferencia los últimos días del poeta al que pudo haber salvado.
En medio, el viaje a Madrid con Perito en lunas bajo el brazo, un primer intento que lo devolvió a Orihuela con la decepción del silencio y el desengaño de la corte, en la que Giménez Caballero le describió despectivamente como “simpático pastorcillo caído en esta Navidad por este Nacimiento madrileño.”
Y luego la salida definitiva del pueblo y su posterior asentamiento en Madrid, la composición de El rayo que no cesa, con Maruja Mallo al fondo; la guerra, Viento del pueblo y El hombre acecha; la huida atolondrada por Rosal de la Frontera y su detención en Portugal, el consejo de guerra, la condena a muerte conmutada, la tuberculosis y el abandono radical en que acabó sus días.
José Luis Ferris, riguroso y directo, vuelve a desmentir en esta reedición los prejuicios que han rodeado la obra y la vida de Miguel Hernández, vuelve a insistir “en el empeño, en la obstinación por acabar de una vez con los mitos y miserias, sandeces y tópicos que detractores y prosélitos, censores y hagiógrafos depositaron sobre su nombre para hacer de él un denostado mediocre o un mártir del sacrificio.”
Santos Domínguez