Juan Benet.
Cuentos completos 1. En Región.
Cuentos completos 2. Así era entonces.
Debolsillo. Barcelona, 2010.
Cuentos completos 1. En Región.
Cuentos completos 2. Así era entonces.
Debolsillo. Barcelona, 2010.
Un irónico Benet escribía en 1977 el prólogo a sus cuentos completos en dos volúmenes de bolsillo que publicaba Alianza. El criterio de organización de los relatos obedecía en aquella primera edición a motivos geográficos: el primer tomo recogía las narraciones cortas ambientadas en Región y el segundo agrupaba las restantes, muy variadas en temas y en tonalidades y unidas sólo por esa común independencia del territorio mítico fundado por Benet.
Ese mismo criterio es el que se ha utilizado en esta nueva edición coordinada por Ignacio Echevarría en la Biblioteca Juan Benet que publica Debolsillo.
Aquel irónico Benet se dirigía en el prólogo a un lector ajeno a las teorías textuales modernas, un lector que “espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no. (...) Por el contrario, el lector ajeno a la teoría podrá encontrar un variado conjunto de relatos muy diversos, salpicados de imágenes de emociones que de manera refleja pueden resucitar diferentes estados del espíritu, con un poco de aplicación.”
Y es que los cuentos son quizá la puerta de entrada más accesible a la literatura de Benet. Se puede empezar por Una tumba, el más fácil de sus cuentos. O por Baalbec, una mancha, el primero que bautiza a Región con su nombre, un cuento embrionario de espacios, atmósferas, tonos y personajes. O por el último que escribió, Numa, una leyenda, que contiene en el ritmo lento de sus setenta páginas las claves de las novelas regionatas.
Para entonces Benet había configurado definitivamente ese mundo narrativo, del que destacaba Francisco Rico “el imperio del estilo sobre todas las cosas. La singularidad estilística de la voz que cuenta se impone tan ineludiblemente al lector como el destino se impone a los personajes. El estilo es el destino.”
Que cada lector decida por dónde entra en el universo literario de Juan Benet. Hace ahora doce años, en 1998, cuando se cumplían cinco de la muerte de Benet, Alfaguara reunía en un voluminoso tomo toda su narrativa breve en una edición que diferenciaba en dos partes las novelas breves y los cuentos. Manuel Vicent recomendaba en el prólogo otro relato, Viator, como quintaesencia del mejor Benet.
Como se ve, las opiniones sólo discrepan en la elección de un título germinal o significativo. Lo que nadie discute es la importancia fundamental de estos textos en el conjunto de su obra y en el panorama narrativo de los últimos cincuenta años de literatura española.
Y aunque – como en sus novelas- el eje de los textos benetianos no radica en la anécdota argumental, sino en la voz narrativa que los sustenta y se pone en primer plano, en el tratamiento del tiempo, en la memoria y en la ruina, la exigencia estructural del relato corto explica que sus cuentos sean más accesibles al lector común.
El Benet prologuista de 1977 había hecho de la ironía su forma de mirar desde 1973 y en junio de 1975 había distinguido en su evolución tres etapas (Adler, Halda y Fácit), que tomaban su nombre de las sucesivas máquinas de escribir que utilizó en cada época.
En 1981, movido no sólo por el ánimo de lucro, publicó una segunda edición en la que rectificó el criterio de organización, que ya no era geográfico, sino técnico. Además de añadir el más reciente Numa, una leyenda, agrupó en el primer tomo las novelas cortas y dejó en el segundo los cuentos, aunque en un último rasgo burlón esperaba “que en fecha no lejana cualquier estudioso o comentarista nos vendrá a explicar, de manera tan concluyente como insatisfactoria, cuál es la diferencia entre novela corta y cuento.”
Como en los otros volúmenes de la Biblioteca Juan Benet, cada tomo va presentado por una nota de los editores y lleva, a modo de epílogo, un estudio que ilumina esas obras. En el primer tomo, es un capítulo de Una meditación sobre Juan Benet, el mejor estudio sobre la narrativa benetiana, escrito por Francisco García Pérez. En el segundo tomo el epílogo (Fuera de Región) lo firma Ignacio Echevarría, que cierra así la edición de unos relatos fundamentales en la configuración del mundo narrativo de Juan Benet.
Ese mismo criterio es el que se ha utilizado en esta nueva edición coordinada por Ignacio Echevarría en la Biblioteca Juan Benet que publica Debolsillo.
Aquel irónico Benet se dirigía en el prólogo a un lector ajeno a las teorías textuales modernas, un lector que “espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no. (...) Por el contrario, el lector ajeno a la teoría podrá encontrar un variado conjunto de relatos muy diversos, salpicados de imágenes de emociones que de manera refleja pueden resucitar diferentes estados del espíritu, con un poco de aplicación.”
Y es que los cuentos son quizá la puerta de entrada más accesible a la literatura de Benet. Se puede empezar por Una tumba, el más fácil de sus cuentos. O por Baalbec, una mancha, el primero que bautiza a Región con su nombre, un cuento embrionario de espacios, atmósferas, tonos y personajes. O por el último que escribió, Numa, una leyenda, que contiene en el ritmo lento de sus setenta páginas las claves de las novelas regionatas.
Para entonces Benet había configurado definitivamente ese mundo narrativo, del que destacaba Francisco Rico “el imperio del estilo sobre todas las cosas. La singularidad estilística de la voz que cuenta se impone tan ineludiblemente al lector como el destino se impone a los personajes. El estilo es el destino.”
Que cada lector decida por dónde entra en el universo literario de Juan Benet. Hace ahora doce años, en 1998, cuando se cumplían cinco de la muerte de Benet, Alfaguara reunía en un voluminoso tomo toda su narrativa breve en una edición que diferenciaba en dos partes las novelas breves y los cuentos. Manuel Vicent recomendaba en el prólogo otro relato, Viator, como quintaesencia del mejor Benet.
Como se ve, las opiniones sólo discrepan en la elección de un título germinal o significativo. Lo que nadie discute es la importancia fundamental de estos textos en el conjunto de su obra y en el panorama narrativo de los últimos cincuenta años de literatura española.
Y aunque – como en sus novelas- el eje de los textos benetianos no radica en la anécdota argumental, sino en la voz narrativa que los sustenta y se pone en primer plano, en el tratamiento del tiempo, en la memoria y en la ruina, la exigencia estructural del relato corto explica que sus cuentos sean más accesibles al lector común.
El Benet prologuista de 1977 había hecho de la ironía su forma de mirar desde 1973 y en junio de 1975 había distinguido en su evolución tres etapas (Adler, Halda y Fácit), que tomaban su nombre de las sucesivas máquinas de escribir que utilizó en cada época.
En 1981, movido no sólo por el ánimo de lucro, publicó una segunda edición en la que rectificó el criterio de organización, que ya no era geográfico, sino técnico. Además de añadir el más reciente Numa, una leyenda, agrupó en el primer tomo las novelas cortas y dejó en el segundo los cuentos, aunque en un último rasgo burlón esperaba “que en fecha no lejana cualquier estudioso o comentarista nos vendrá a explicar, de manera tan concluyente como insatisfactoria, cuál es la diferencia entre novela corta y cuento.”
Como en los otros volúmenes de la Biblioteca Juan Benet, cada tomo va presentado por una nota de los editores y lleva, a modo de epílogo, un estudio que ilumina esas obras. En el primer tomo, es un capítulo de Una meditación sobre Juan Benet, el mejor estudio sobre la narrativa benetiana, escrito por Francisco García Pérez. En el segundo tomo el epílogo (Fuera de Región) lo firma Ignacio Echevarría, que cierra así la edición de unos relatos fundamentales en la configuración del mundo narrativo de Juan Benet.
Santos Domínguez