Paul Auster.
Un hombre en la oscuridad.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez.
Anagrama. Barcelona, 2008.
Un hombre en la oscuridad.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez.
Anagrama. Barcelona, 2008.
La imaginación y la huida, la guerra y la pérdida, las relaciones familiares y la soledad, la realidad y la ficción son los ejes de la última novela de Paul Auster, que publica Anagrama con traducción de Benito Gómez Ibáñez.
Un hombre en la oscuridad vuelve a alguno de los territorios más queridos y frecuentados por Auster: desde Vermont a la construcción de la novela como una estructura de cajas chinas o de muñecas rusas en la que unas historias contienen otras y la frontera entre la realidad y la ficción acaba desdibujándose.
Tres generaciones (un padre viudo, una hija divorciada, una nieta que ha perdido a su novio en Irak) comparten insomnios y soledades en Vermont mientras el protagonista/narrador, August Brill, se recupera de un accidente:
Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana. Arriba, mi hija y mi nieta están cada una en su habitación, también solas: mi hija única, Miriam, de cuarenta y siete años, que se acuesta sola desde hace cinco, y Katya, de veintitrés, única hija de Miriam, que antes dormía con un joven llamado Titus Small, pero ahora Titus ha muerto, y mi nieta duerme sola con el corazón destrozado.
En la noche americana, en esa vigilia de tinieblas reales y simbólicas en las que transcurre la novela, el narrador septuagenario, un crítico literario jubilado, inventa historias para evadirse o ve – más apagada y pasivamente - películas en DVD con su nieta Katya, para no tener que recordar el pasado, para olvidar una larga cadena de catástrofes de su historia personal y familiar.
Una de las historias con las que August Brill se defiende del recuerdo durante una noche es la de Owen Brick, un mago profesional, el Gran Zavello. Es el producto de la invención de un insomne, no el sueño de otro hombre. Es el hombre del hoyo, un personaje que aparece en el fondo de un pozo y en el cuarto año de la segunda guerra civil americana. Como en la otra guerra de secesión, los Estados Unidos combaten contra ellos mismos:
Me acuesto con mi mujer en Nueva York. Hacemos el amor, nos dormimos y al abrir los ojos me encuentro en el quinto pino, metido en un hoyo y vestido con un puñetero uniforme militar. ¿Qué coño está pasando?
Esa es la historia que se plantea August Brill como anestesia y como evasión, una historia que toma como referencia la idea de los mundos paralelos de Giordano Bruno.
Y a partir de ahí, crece una novela dentro de la otra, se superponen pesadillas y desolaciones hasta que, al modo de Unamuno y de otro Augusto, el de Niebla, se cruzan los destinos del creador y de la criatura.
Inventado- como la guerra- por Brill, Owen Brick debe matar a su creador para acabar con un conflicto que ha producido centenares de miles de víctimas. En torno a esas dos historias, la de Brill y la de Brick, que se van interpenetrando con personajes que pasan de una a otra, se construye el artificio de Un hombre en la oscuridad.
Un artificio clásico con el que –como en el Quijote, como en Hamlet- se consigue un efecto de profundidad y de realidad sobre el que reflexiona el propio narrador, que es – no se olvide- crítico literario:
La historia trata de un hombre que debe matar a la persona que lo ha creado, ¿y por qué fingir que no soy yo esa persona? Incluyéndome en la narración, la historia se hace real. O lo contrario, yo me vuelvo irreal: un producto más de mi propia imaginación. En cualquier caso, el efecto es más satisfactorio, está más en armonía con mi estado de ánimo: sombrío (...), tan oscuro como la noche de obsidiana que me rodea.
Un hombre en la oscuridad vuelve a alguno de los territorios más queridos y frecuentados por Auster: desde Vermont a la construcción de la novela como una estructura de cajas chinas o de muñecas rusas en la que unas historias contienen otras y la frontera entre la realidad y la ficción acaba desdibujándose.
Tres generaciones (un padre viudo, una hija divorciada, una nieta que ha perdido a su novio en Irak) comparten insomnios y soledades en Vermont mientras el protagonista/narrador, August Brill, se recupera de un accidente:
Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana. Arriba, mi hija y mi nieta están cada una en su habitación, también solas: mi hija única, Miriam, de cuarenta y siete años, que se acuesta sola desde hace cinco, y Katya, de veintitrés, única hija de Miriam, que antes dormía con un joven llamado Titus Small, pero ahora Titus ha muerto, y mi nieta duerme sola con el corazón destrozado.
En la noche americana, en esa vigilia de tinieblas reales y simbólicas en las que transcurre la novela, el narrador septuagenario, un crítico literario jubilado, inventa historias para evadirse o ve – más apagada y pasivamente - películas en DVD con su nieta Katya, para no tener que recordar el pasado, para olvidar una larga cadena de catástrofes de su historia personal y familiar.
Una de las historias con las que August Brill se defiende del recuerdo durante una noche es la de Owen Brick, un mago profesional, el Gran Zavello. Es el producto de la invención de un insomne, no el sueño de otro hombre. Es el hombre del hoyo, un personaje que aparece en el fondo de un pozo y en el cuarto año de la segunda guerra civil americana. Como en la otra guerra de secesión, los Estados Unidos combaten contra ellos mismos:
Me acuesto con mi mujer en Nueva York. Hacemos el amor, nos dormimos y al abrir los ojos me encuentro en el quinto pino, metido en un hoyo y vestido con un puñetero uniforme militar. ¿Qué coño está pasando?
Esa es la historia que se plantea August Brill como anestesia y como evasión, una historia que toma como referencia la idea de los mundos paralelos de Giordano Bruno.
Y a partir de ahí, crece una novela dentro de la otra, se superponen pesadillas y desolaciones hasta que, al modo de Unamuno y de otro Augusto, el de Niebla, se cruzan los destinos del creador y de la criatura.
Inventado- como la guerra- por Brill, Owen Brick debe matar a su creador para acabar con un conflicto que ha producido centenares de miles de víctimas. En torno a esas dos historias, la de Brill y la de Brick, que se van interpenetrando con personajes que pasan de una a otra, se construye el artificio de Un hombre en la oscuridad.
Un artificio clásico con el que –como en el Quijote, como en Hamlet- se consigue un efecto de profundidad y de realidad sobre el que reflexiona el propio narrador, que es – no se olvide- crítico literario:
La historia trata de un hombre que debe matar a la persona que lo ha creado, ¿y por qué fingir que no soy yo esa persona? Incluyéndome en la narración, la historia se hace real. O lo contrario, yo me vuelvo irreal: un producto más de mi propia imaginación. En cualquier caso, el efecto es más satisfactorio, está más en armonía con mi estado de ánimo: sombrío (...), tan oscuro como la noche de obsidiana que me rodea.
Santos Domínguez