22/9/08

Primavera de España


Francis Carco.
Primavera de España.
Traducción y epílogo de Yolanda Morató.
Almuzara. Córdoba, 2008.


Cuando de Sevilla a Cádiz se tardaban tres horas de tren, Francis Carco llegó a la ciudad atlántica para ver las pinturas de Murillo y de Zurbarán y para pasear por sus calles y su muelle, por sus ambientes marginales y sus tugurios.

Fue en la primavera de 1928 y lo contó en esta Primavera de España que recupera ochenta años después Almuzara en su serie Noche Española con traducción y epílogo de Yolanda Morató.

Volvió a Sevilla para vivir su Semana Santa, para visitar los Reales Alcázares, para dar testimonio de una bailaora codillera y hacer un recorrido por los ambientes de la prostitución sevillana en unos textos que dan el tono de una ciudad de contrastes donde conviven el olor a incienso y cera con el hedor a tabaco frío y a vinacho; una ciudad que permite en una esquina un prostíbulo y en la otra un convento.

Francis Carco había llegado a Madrid pensando en Velázquez, en Goya y Quevedo, y no encontró allí la ciudad pintoresca que esperaba: “Es evidente que llego demasiado tarde”, anota entre sus primeras impresiones.

Estuvo en Toledo en busca de la pintura de El Greco con la guía de Barrès y, decepcionado con la ciudad, emprendió viaje al Sur para ir desmontando los tópicos de la visión romántica y posromántica de Andalucía, para desmentir a Gautier en Córdoba o hacer unas inteligentes reflexiones sobre Goya en la vuelta a Madrid.

Pero hay otros cuadros: un Cádiz nocturno y miserable, una Alhambra decepcionante o unos toreros que viven en condiciones penosas completan un retrato de los bajos fondos de España a finales de los años veinte del siglo pasado, la crónica de un recorrido por los cabarés y los prostíbulos descritos por un Carco que vivió y escribió en los márgenes y se sintió atraído – en España o en París- lo mismo por los barrios bajos que por los ambientes artísticos.

La suya fue una vida en las afueras, como señala Yolanda Morató en su epílogo sobre quien antes de regresar a Francia deja una imagen devastadora de Barcelona, de sus edificios y sus costumbres, el reflejo turbio de aquella España penosa.

Santos Domínguez