Gonzalo Hidalgo Bayal. El cerco oblicuo.
Calambur Narrativa. Madrid, 2005.
En su colección Narrativa, Calambur ha reeditado El cerco oblicuo, una novela de Gonzalo Hidalgo Bayal que había aparecido en 1993 en la serie Primera estampa de la misma editorial. No se trata, pues, de una novedad en sentido estricto, aunque esta edición mejora la anterior en aspectos como la cubierta, la tipografía o el papel utilizado. Y sobre todo, es una inmejorable excusa para releerla y escribir algunas líneas sobre ella.Calambur Narrativa. Madrid, 2005.
Con un título tomado de la primera estrofa de la Epístola a Arias Montano de Aldana, esta novela de la soledad, la geometría y el laberinto que adopta la forma espiral de un tablero y de una ciudad que tiene un ático concéntrico, es, como las mejores novelas, como la mejor literatura, una metáfora del mundo.
Como el tablero espiral que contiene el laberinto y el treinta, ese número cabalístico que es el de los capítulos de El cerco oblicuo; el número de las Variaciones Goldberg, esa metáfora del infinito reiterado con el estigma de una maldición como la de Sísifo, y la cifra infausta del eterno retorno desde el laberinto en el tablero del juego y de la realidad.
Esa es en la novela la salida cegada del deambular callejero del protagonista, la variante urbana de otra vieja metáfora: la de la vida como peregrinación por ese laberinto que, como se dice en la última frase del texto, es la patria de los indecisos.
Vivir es volver es otra de las siniestras profecías de un apocalipsis que constituye uno de los ejes de articulación de este libro que ahora vuelve, no sé si más vivo, porque eso es difícil. Mejor, sin duda.
Santos Domínguez