23/3/06

Años de vísperas



José-Carlos Mainer.
Años de vísperas. La vida de la cultura en España (1931-1939)
.
Colección Austral. Espasa. Madrid, 2006.


La primera versión de estos Años de vísperas, un completo panorama del final de la Edad de Plata, la publicó el profesor Mainer como un capítulo de la Historia de España Menéndez Pidal dirigida por Jover Zamora, que en 2003 dedicaba su tomo XL a la España de la República y la Guerra Civil.
A la hora de preparar su edición en forma de libro independiente para la Colección Austral de Espasa, el autor ha añadido un prólogo reflexivo y global sobre esa década de vísperas en la vida cultural de España.
Un prólogo tan interesante como las dos partes previsibles (República y Guerra) del ensayo. Sobre la injusticia de ese rótulo que tiende a hermanar de forma perversa y sibilina la Segunda República y la Guerra Civil se centra una de las observaciones más lúcidas de ese prólogo.
Hemos heredado, también, del franquismo esa rémora historiográfica que acepta que la Guerra fue la consecuencia de la República y no de un golpe de estado criminal y fallido.
Más motivos hay para unir, también en la historia literaria y cultural, guerra y franquismo. Esa realidad que parece querer ocultarse: que el franquismo fue la consecuencia de la guerra, el objetivo que se perseguía. Y la literatura de la guerra y la posguerra, el resultado lógico de aquella brutalidad.
Y es que los años de la República son los de la evolución (no estoy seguro de que sean los de la crisis) de lo que Mainer llamó en otro estudio imprescindible la Edad de Plata.

Años en los que se produce, también por razones fisiológicas, el relevo generacional y la decadencia de los seniors, que, descolocados, desbordados por la nueva realidad política, social y cultural, reaccionan con displicencia, con desprecio o con espanto. No hay más que leer lo que escriben por entonces Baroja, Unamuno o Cajal, encastillados en sus viejos prejuicios finiseculares. O leer las declaraciones de un Valle desorientado que admira al Fascio y preside a la vez la Asociación de amigos de la Unión Soviética. O admirarse ante un Azorín que pajaritea del ABC a El Sol para acabar (el pobre) lerrouxista perdido.
Para ellos sí fueron años de crisis, de irreversible decadencia no solo literaria en la que acaban desalojando los pisos altos de la literatura española, que ya les dan vértigo. Crisis de un modelo cultural que es el del decadentismo modernista pero también el del posterior elitismo espiritualista de Ortega, Pérez de Ayala, Marañón y compañeros novecentistas.
Ese relevo generacional coincide, y por eso se agudiza, con uno de los momentos cruciales de la Europa de entreguerras, que se debate entre dos modelos autoritarios.
Sender, Arconada, la revista Octubre, María Teresa León, Alberti representan los nuevos modelos de literatura comprometida. Frente a ellos, una literatura fascista en ciernes: la de Giménez Caballero o Sánchez Mazas.
Son los años del fruto más maduro de la Institución Libre de Enseñanza: las Misiones Pedagógicas o La Barraca. Y comprometido con ese proyecto lo mejor del 27: Lorca, Cernuda, Gaya...
Es también el momento de sazón del 27 en la poesía y en la prosa, que da ahora sus primeros frutos, algo más tardíos en la novela, en la pintura o en el cine.
La catástrofe global de la guerra marca también una literatura que había iniciado el año 36 bajo el signo de Garcilaso.
Una literatura ( o mejor, dos) marcada por su función propagandística sobre el siniestro telón de fondo de miles de vidas truncadas por la muerte, por la desolación o por el miedo. Y en esos años, la derrota de una mentalidad liberal vacilante (Ortega, Marañón, Pérez de Ayala) que hacen sus aproximaciones vergonzantes a los que se ve que van a ganar. El mal menor de la España nacional que los acogió y a la que se acogieron.
En contraste, la experiencia moral de la retaguardia republicana representada por María Zambrano.
Y entre unos y otros, un denominador común, aparte de la barbarie: la estatalización de la cultura en los dos bandos. Dos proyectos de España y dos revistas de creación: Hora de España y Jerarquía. Y en ellas, casi simultáneas, en el 37, dos versiones poéticas, dos voces que son dos excepciones en calidad poética y en piedad humana: La voz de los muertos de Luis Rosales y Elegía española de Luis Cernuda.
Lo normal es otra versión: la de Vértice en un extremo y El Mono Azul en otro para completar este panorama minucioso y agudo de unos años que de vez en cuando nos traen en su resaca, como recuerda Mainer, pecios del tamaño de aquel naufragio: Su línea de fuego, de Jarnés o Rosa Krüger de Sánchez Mazas, que se recuperaron en los años ochenta.

Santos Domínguez