Cuando Juan Sebastián comenzó a escribir la Cantata del café,
yo estaba allí: llevaba sobre sus hombros, con la punta de los dedos,
el compás de la zarabanda.
Un poco antes,
cuando el siñorino Rafael subió a pintar las cameratas vaticanas
alguien que era yo le alcanzaba un poquito de blanco sonoro bermejo,
y otras gotas de azul virginal, mezclando y atenuando,
hasta poner entre ambos en la pared el sol parido otra vez,
como el huevo de una gallina alimentada con azul de Metilene.
¿Y quién le sostenía el candelabro a Mozart,
cuando simboliteaba (con la lengua entre los dientecillos de ratón)
los misterios de la Flauta y el dale que dale al Pajarero y a la Papagina?
¿Quién, con la otra mano, le tendía un alón de pollo y un vasito de vino?
Pero si también yo estaba allí, en el Allí de un Espacio escribible con mayúsculas,
en el instante en que el Señor Consejero mojaba la pluma de ganso egandino,
y tras, tras, ponía en la hojita blanda (que yo iba secando con acedera meticulosamente)
Elegía de Marienbad, amén de sus lágrimas.
Y también allí, haciendo el palafrenero,
cuando hubo que tomar de las bridas al caballo del Corso
y echar a correr Waterloo abajo. Y allí de prisa, un tantito más lejos, yo estaba
junto a un hombre pomuloso y triste, feo más bien y no demasiado claro,
quien se levantó como un espantapájaros en medio de un cementerio, y se arrancó diciendo:
Four score and seven years ago.
Y era yo además quien, jadeante, venía (un tierno gamo de ébano corre por las orillas de Manajata)
de haber dejado en la puerta de un hombre castamente erótico como el agua,
llamado Walterio, Walterio Whitman, si no olvido,
una cesta de naranjas y unos repollos morados para su caldo,
envío secretísimo de una tía suya, cuyo rígido esposo no consentía tratos
con el poco decente gigantón oloroso a colonia.
Con esos versos memorables comienza Gastón Baquero su Memorial de un testigo (1966), un libro imprescindible para conocer buena parte de la poesía española posterior a esa fecha.
Recuerdo, en contraste con esos años brillantes, el lamentable estado de abandono en que pasó sus últimos tiempos. Abandonado de sí mismo más que de nadie y sobreviviendo gracias a la protección de amigos como Santiago Castelo y sintiéndose, como en uno de sus textos, un soneto inservible y un muro destruido.
En el año 1995, dos años antes de su muerte, la Fundación Santander Central Hispano editó en su colección Obra Fundamental dos tomos con la obra poética y ensayística de Gastón Baquero, que hoy pueden leerse en versión digital en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
No leerle es asumir –inexplicablemente- una limitación.
Santos Domínguez