31/10/07

Juan Eduardo Zúñiga en Letras Hispánicas


Eduardo Zúñiga.
Largo noviembre de Madrid.
La tierra será un paraíso. Capital de la gloria.

Edición de Israel Prados.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2007.


Cátedra Letras Hispánicas reúne en un volumen preparado por Israel Prados la trilogía narrativa de Eduardo Zúñiga sobre el Madrid de la guerra civil y la posguerra: Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003) son los títulos de esas tres colecciones de relatos cortos que pueden leerse como cuentos aislados o como si fueran las piezas de un mosaico que les da un sentido en el conjunto, casi como si fueran capítulos de una novela.

Con un fondo de realidad autobiográfica de quien vivió aquel Madrid asediado durante novecientos días, lo que hay en estos tres libros es un ejercicio sostenido de reivindicación de la memoria. Porque recordar y mantener esa llama del recuerdo es la condición imprescindible para preservar la dignidad que es también un patrimonio, doloroso pero irrenunciable, del derrotado.

De manera que estos cuentos, además de una considerable altura literaria, tienen mucho de testimonio moral, porque en Zúñiga, como en pocos escritores españoles contemporáneos, ética y estética son sinónimos.

- Pasarán unos años y olvidaremos todo, es la primera frase del primer cuento (Noviembre, la madre, 1936) de Largo noviembre de Madrid.

Si humanamente esa actitud se justifica en una elemental razón de superviviencia, el escritor tiene la obligación moral de luchar contra el olvido o el encubrimiento.

Por eso, en la última frase del último cuento de Capital de la gloria, una madre le dice a su hijo tras un bombardeo:

-Esto es la guerra, hijo, para que no lo olvides.

La reunión, por primera vez, en un solo volumen de estos treinta y tres relatos que constituyen las tres obras de este ciclo narrativo sobre la vida en el Madrid de la guerra y la posguerra permite valorar en su justa medida el sentido unitario de estos tres libros, su unidad estilística y su valor moral y literario.

La intrahistoria de la ciudad asediada en Largo invierno de Madrid, las vidas clandestinas de La tierra será un paraíso o el deterioro físico y moral de los personajes de Capital de la gloria tras el largo asedio están enfocados con una técnica mixta que se mueve siempre entre la elaboración simbólica y el realismo crítico y da lugar a cuentos magistrales como Rosa de Madrid.

Luis Mateo Díez reivindicaba la importancia de Juan Eduardo Zúñiga en una reseña que publicó en 2003, cuando apareció Capital de la gloria. Escribía allí estas palabras, justas y reivindicativas:

Los autores secretos pueden resignarse con su destino, pero los lectores cabales tenemos la obligación de no permitírselo.

La incorporación de estas tres obras al catálogo de Letras Hispánicas, precedidas de un extenso prólogo en el que Israel Prados analiza las claves temáticas y estilísticas de esta trilogía, no sólo le rescata de ese injusto lugar de olvido, de su condición subterránea, sino que le pone a la altura que su obra merece.

Santos Domínguez

30/10/07

Poéticas de Wallace Stevens


Wallace Stevens.
Sur plusieurs beaux sujects.
Traducción y prólogo de
Laura Romero y Jorge Gimeno.
Pre-Textos Poéticas. Valencia, 1998

Sur plusieurs beaux sujects es el título del cuaderno de citas (lo que se conoce en el mundo anglosajón como un commonplace book) en el que Wallace Stevens fue recogiendo durante más de veinte años sus ideas estéticas. Forma parte de la imprescindible y creciente colección Poéticas que publica Pre-Textos.

Se publicó póstumo con el material que Stevens fue recogiendo en un par de cuadernos que cumplen una función parecida a la del cuaderno de campo del naturalista.

En manos de un buen lector, este tipo de recopilaciones dicen mucho del universo literario de su autor, de los intereses creativos o ideológicos convocados en esas palabras ajenas que el escritor hace suyas al incluirlas, comentadas en ocasiones, en esos cuadernos de trabajo. Lo explica el propio Wallace Stevens:

Las citas tienen un interés especial, ya que uno es incapaz de citar algo que no sean sus propias palabras, quienquiera que las haya escrito.

Con citas y fragmentos de obras ajenas y algunas reflexiones propias que luego incorporaría en sus Adagia o aprovecharía en algún verso de su obra poética, las ciento cuatro entradas que lo integran resumen las concepciones estéticas del norteamericano a través de una reflexión constante sobre la poesía, la música, la pintura o la filosofía y son también un extracto de lecturas entre 1932 y 1953.


Santos Domínguez

29/10/07

El Gran Duque de Alba


William S. Maltby.
El gran duque de Alba.
Prólogo de Jacobo Siruela.
Traducción de Eva Rodríguez Halffter.
Memoria mundi. Atalanta. Gerona, 2007.



Cuando se cumplen 500 años del nacimiento de Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, Atalanta, la editorial de su descendiente Jacobo Siruela, recupera El gran duque de Alba, la biografía canónica del historiador norteamericano de William S. Maltby que apareció en 1985 en Turner con traducción de Eva Rodríguez Halffter y un prólogo de Jesús Aguirre.

Un siglo de España y de Europa (1507-1582) se subtitula este libro que en su nueva edición va presentado por un prólogo en el que Jacobo Siruela explora la leyenda negra y su reflejo en la literatura, la ópera, la emblemática o la historiografía posterior y hace un repaso de la iconografía del personaje en la pintura del XVI.

El tercer duque de Alba, un general en el laberinto de la situación política del XVI, fue una figura compleja, heroica y sanguinaria, en cuya imagen los componentes simbólicos han devorado a los aspectos humanos.

El estudio de Maltby se propone equilibrar la balanza con el estudio en profundidad del personaje y su papel en la política imperial con Carlos V y con Felipe II. El peso de la tradición familiar, su notable educación en las claves cortesanas del ejercicio de las armas y las letras, con preceptores como Boscán, dieron como resultado un joven impresionante, en palabras del historiador norteamericano.

Sobre esa instrucción juvenil de Alba se hizo la forja triple y sucesiva de un soldado, un capitán y un caudillo que fue virrey de Nápoles y capitán general de Milán, para afrontar las dificultades de una época muy problemática y trasladarse a Bruselas en 1558. Allí afronta el problema de los Países Bajos y contribuye de manera decisiva a forjar la leyenda negra con una actuación llena de errores que significaron una tragedia personal y un desastre para la imagen de España, muy deteriorada desde entonces.

Cuando ya estaban a la vista las consecuencias de aquella política se pusieron en marcha los mecanismos que provocaron su caída en desgracia ante Felipe II. Tuvo que producirse un nuevo conflicto externo, la campaña de Portugal, para que Alba, en su vejez, demostrara su mejor sentido político.

Fue el mejor soldado de su generación, un importante hombre de Estado y un símbolo ambivalente: un dechado de virtudes para la España tradicional y una imagen de la crueldad intolerante y el fanatismo sanguinario para el resto de España y el mundo.

El acercamiento a la complejidad de su comportamiento y su carácter, la imagen poliédrica que traza Maltby de Alba es la mayor virtud de esta espléndida biografía y una invitación a evitar las simplificaciones y los tópicos.

Santos Domínguez

28/10/07

Ausencia presente de Spender


Stephen Spender.
Ausencia presente y otros poemas.
Traducción y prólogo de Eduardo Uriarte.
Lumen Poesía. Barcelona, 2007.

Con traducción y prólogo de Eduardo Uriarte, Lumen publica Ausencia presente y otros poemas, un volumen bilingüe que recoge una amplia selección de los New Collected Poems de Stephen Spender.

Resuelto desde joven al ejercicio de la poesía, Stephen Spender (1909-1995), forma parte de la llamada generación de Auden, que surge en los años treinta y acabó convirtiéndose en un referente de la poesía inglesa del siglo XX. T. S. Eliot lo reconoció como el poeta lírico de aquel grupo de escritores desclasados que procedían de una burguesía conservadora, puritana y decadente y encontraron en el compromiso una razón de ser de su vida y su poesía.

En su prólogo, con un elocuente título, Hacia la esencia acendrada, Eduardo Uriarte describe la trayectoria poética del autor como la "búsqueda de un centro absoluto, una esencia inalcanzable." Esa búsqueda de un territorio propio desde una tierra de nadie define en gran medida el carácter exploratorio de la poesía de Spender, que escribía:

Vivir distinto no es vivir en lugares distintos
sino crear en la muerte un mapa...

Para Spender, como para Auden, la experiencia directa de la guerra civil española, aquella guerra de los poetas, se resolvió en un doloroso desengaño de sus expectativas revolucionarias. A partir de entonces, Spender, como Auden, se retrae hacia sí mismo y escribe su autobiografía temprana, Un mundo dentro del mundo; un ensayo crítico, La escritura de un poema, o El centro en calma, un título revelador de ese retraimiento, aunque mantuvo intacta su capacidad de asombro ante el mundo y una práctica de la poesía vinculada a la piedad con el derrotado, con el débil, el pobre o el marginado, como en el espléndido Ultima ratio regum, que termina con estos versos memorables a propósito de un joven acribillado bajo los olivos:

Piensa en su vida sin valor
por lo que se refiere a empleo, registros, archivos periodísticos.
Piensa. Una bala de cada diez mil mata a un hombre.

Pregunta. ¿Estaba justificado semejante gasto
en la muerte de alguien tan joven y tan tonto
tendido bajo los olivos, oh, mundo, oh, muerte?

Spender tradujo con eficiencia a Rilke y a Lorca y sometió sus propios textos a una revisión sistemática en una labor de poda que culmina en los New Collected Poems, que son el punto de partida de esta traducción.

Las últimas décadas de su vida las dedicó a escribir un Diario en poemas, una poesía autobiográfica en la que pesa cada vez más la sensación de fracaso literario. La búsqueda -honesta y exigente consigo mismo- de la luz desde la oscuridad, del centro desde el caos o desde el laberinto de espejos de la existencia, la temporalidad o la compasión están presentes en algunos de sus mejores poemas, como La mascarilla mortuoria de Beethoven, que comienza con esta fuerza evocadora:

Lo imagino aún con el ceño fruncido.
Inmenso, negro, con la cabeza inclinada y el cabello sobre la frente.

El cumpleaños de Auden, la fotografía de un amigo muerto o una muchacha ahogada en el río se convierten en materia poética en la voz y la mirada compasiva de Spender, que escribió uno de sus poemas más altos a propósito del funeral de Auden:

Uno entre los amigos que estaban asomados a tu tumba...

Santos Domínguez


27/10/07

El condenado a vivir

Klaus Mann.
El condenado a vivir.
Traducción de Luis Bonmatí.
El Nadir. Valencia, 2006.

La editorial valenciana El Nadir hace en su catálogo y en su nombre una apuesta por aquellos autores marginales, olvidados o malditos cuyas obras, muchas veces inéditas en español, son fundamentales para comprender la modernidad y sus márgenes.

Uno de esos autores, morfinómano y culto, homosexual y lúcido, es Klaus Mann, del que han publicado dos libros muy distintos pero complementarios: El condenado a vivir, una colección de artículos y ensayos que se traducen por primera vez, y Encuentro en el infinito, una novela inédita hasta ahora en español.

Con más lucidez que talento, a Klaus Mann (1906-1949) le persiguió la sombra de su padre hasta su suicidio en Cannes. Thomas Mann le escribía unos días después a Hermann Hesse:

Mis relaciones con él fueron difíciles y no exentas de un sentimiento de culpabilidad dado que mi existencia desplegaba una sombra sobre la suya. Él trabajaba muy rápido y muy fácilmente; eso explica los errores y las negligencias de sus libros.


El condenado a vivir reúne un conjunto heterogéneo de veintiséis textos -artículos, ensayos breves y un par de poemas- que dan una imagen muy certera de la lucidez intelectual y las obsesiones de un ser tan problemático y angustiado como Klaus Mann, más dotado para el rigor intelectual del análisis que para la pura creación.

Escritos entre 1930 y 1949, en unos años cruciales en su vida y en la historia de Alemania, reflejan el ascenso del nazismo y predicen la proximidad de las catástrofes públicas y privadas que marcaron su vida y la historia de Europa. Klaus Mann se revela en ellos como uno de los intelectuales que mejor y más rápidamente comprendieron que estaban asistiendo al fin de una época, de una idea de Europa y a la crisis definitiva de unos modelos culturales que iban a dejar paso al desfile de los bárbaros. Había llegado la hora de los asesinos que pronosticó Rimbaud y evocaba Mann.

Entre el análisis diagnóstico y el presentimiento de una realidad que confirmaría sus peores pronósticos, estos textos son el testimonio lúcido y doloroso de aquel tiempo, la crónica de una crisis personal, social y política en la que lo exterior se proyecta en el escritor, que a su vez contempla esa realidad como una ampliación de su existencia problemática.

Todo acaba configurando la crónica de una decepción, dibujando un paisaje de catástrofes colectivas y angustias íntimas de quien se ve a sí mismo como un ser aparte que tiene en el aislamiento, la soledad y la distancia la atalaya privilegiada de su lucidez desilusionada y profética.

En Suicidas, un texto de 1931, Klaus Mann parece tener una premonición de su propia muerte en Cannes, dieciocho años después: Un amigo mío, Wolfgang D., se mató en Cannes con un arma de fuego. Le gustaba mucho Francia, sobre todo el Midi; creo que fue a propósito allí para morir.

Y esa, la obsesión creciente por la muerte como la única patria y la autodestrucción como el ángel redentor, es una de las fuerzas temáticas de estos textos, en la variante de la necrológica o en la repetida alusión al suicidio del Himno a la muerte, uno de los mejores artículos del libro, o en La última decisión (1941-42), donde escribe:

El hijo de un famoso novelista se suicida a causa del fracaso de su revista /.../ El primogénito de un premio Nobel, decepcionado por el fracaso de una revista literaria, se suicida. (...)
Tuve que abandonar la revista. Y deseo morir porque era -porque soy- incapaz de afrontar y de soportar la exorbitante acumulación de mediocridad y maldad, ignorancia y holgazanería egoísta que rigen el mundo y este país.

A medida que van pasando los años, el suicidio se acaba convirtiendo en el tema dominante, a propósito de dos escritores suicidas, como Zweig y Virginia Woolf.

El libro se cierra con el que posiblemente es el ensayo más sólido de Klaus Mann, La crisis del espíritu europeo, un texto que se publicó al mes de su muerte y que es su testamento intelectual, su última reflexión sobre el papel de los intelectuales europeos de la posguerra.

Santos Domínguez


26/10/07

Península pentagonal



Mario Praz.
Península pentagonal.
La España antirromántica.

Traducción de Manuel Vicente Rodríguez Alonso.
Almuzara. Córdoba, 2007.


En su serie Noche Española, que recoge la mirada extranjera de distintos escritores sobre España, Almuzara publica Península pentagonal, de Mario Praz (1896-1982), uno de los más interesantes ensayistas italianos del siglo XX.

Es la primera vez que se publica en español este libro con la visión que Praz ofreció de España en 1928, tras el viaje que hizo dos años antes, y ocho años después de la primera España negra de Solana. Una versión cáustica y agresiva que suavizó en la versión revisada de 1955, que es la que se ha utilizado como base de la edición española.

Subtitulada La España antirromántica, el propio autor lo define como un libro pintoresco que intenta desenmascarar la leyenda del pintoresquismo español. El propósito de ir más allá del tópico, de ver lo otro, como destacó Eugenio Montale en la reseña de este libro.

Con el despego irónico y la distancia del anglista que habla del sur, Praz elabora en este libro una contraguía que rompe los tópicos que se habían venido repitiendo sobre España desde los viajes de los románticos franceses Merimée y Gautier o, luego, aquel primer Barrès, desorientado y superficial.

Una desmitificación que ridiculiza y combate el pintoresquismo castizo y va siempre más allá de la superficialidad del turista que llega con las ideas preconcebidas de plazas con naranjos y pasiones y rejas, con guitarras y caballistas y un fondo de jardines y callejones:

Si existe en Europa un país donde menos se cumpla el requisito capital de lo pintoresco, la rápida sucesión de muy variados efectos, ese país es España.

La primera imagen no puede ser más impactante: en Vizcaya, en un paseo, las señoras llevan bajo el brazo lechones con cintas de colores. Una romería en Alcalá de Guadaira, con cigarras y castañuelas, un prostíbulo malagueño, una procesión en Sevilla o una corrida en Barcelona describen con agresividad un país sórdido y a unos españoles que son gente positiva y practican la civilizada virtud de la pereza y la superficialidad:.

Aquí hablaba Luis de León, aquí, todavía ayer, hablaba Miguel de Unamuno. ¿Ofrecen su mensaje los caracteres grabados en los bancos? No: los estudiantes de Luis de León, como los estudiantes de Unamuno, sólo han grabado sus propios nombres y los usuales garabatos idiotas u obscenos. ¿Para quién agitaba el sacerdote su bandera? ¿Para quién pronunció su palabra el profesor del siglo XVI o el del siglo XX?

Para una España monótona que se refleja en los colores de tierra seca de su pintura, del Greco a Goya, en la arquitectura repetitiva de El Escorial y en la noche oscura de San Juan de la Cruz, en la gastronomía o en los espectáculos públicos de la Semana Santa sevillana y en una corrida de toros vista con decepción y sufrida con aburrimiento por una joven norteamericana. Ese episodio le sirve a Praz para redactar sobre la tauromaquia un interesante capítulo que es un ensayo de interpretación simbólica y antropológica de ese rito de sangre, voluptuosidad y muerte.

Y si como en todo rito lo fundamental es la reiteración de determinados actos, la monotonía vuelve a ser una señal de la vida española, del carácter de los españoles o de sus manifestaciones artísticas. De ahí la visión despectiva de la Alhambra como exponente de un arte frágil y decepcionante, perfecto en su monotonía como las telarañas, las colmenas y los cristales de la nieve. Un arte inmóvil e impersonal que tiene su continuación en el plateresco de San Juan de los Reyes, en el barroco escurialense o en la Sagrada Familia, expresiones renovadas de la monotonía de lo español.

Tras eso, y como contrapunto humorístico e irónico, el memorable retrato grotesco de Mr. Cockerell, uno de esos inglesitos españolizados que tanto abundaron en la Andalucía de la primera mitad del XX, o el episodio esperpéntico de un milagro segoviano en Domingo de Pasión.

Y en un nuevo giro inesperado, otro cambio de tono para elaborar un triunfo de la muerte en la visión del arzobispo Carranza o imaginar un diálogo entre Calleancha y Puertaestrecha sobre el tratado sanjuanista de Baruzzi y sobre el misticismo en la pintura del Greco.

Un último capítulo sobre la devoción mariana como peculiaridad española completa este estupendo baedecker corrosivo y profundo, este relato de una decepción, como subraya Juan Bonilla en su epílogo.

Santos Domínguez


25/10/07

Viento en los oídos

José Marzo.
Viento en los oídos.
ACVF Editorial. Madrid, 2007.


Años antes de que yo naciera, mi tío Isidro fue llamado a filas para defender a tiros las últimas posesiones del imperio.
Decenas de miles de hijos del emperador fueron reclutados en las vastas tierras del interior y enviados a las lejanas colonias de ultramar. Los pastores dijeron adiós a sus montañas y a sus perros, los campesinos abandonaron el arado y los bueyes, los golfillos se despidieron de las billeteras y las comisarías. «Restaurar el honor mancillado de nuestro pueblo». «Proteger los logros de la civilización». Desde la gloriosa época de la conquista, ninguna generación gozó como ellos de la oportunidad de dar su sangre por causas tan elevadas.

Después de un viaje en vagones de tren que duró días y de un viaje en bodegas de barco que duró semanas, arribaron a un luminoso puerto del trópico. Los edificios blancos resplandecían al sol. En la bocana, flanqueada por dos garitas vigía, se enseñoreaban los trapos coloreados de nuestra patria. Por entre las almenas de las murallas asomaban los cañones de bronce bruñido. Posados en ellos, unos pajarones desgarbados y jibosos, de plumas verdes y pico negro, escrutaban la espuma de las olas y emitían un incesante «ñac-ñac».

Los reclutas formaron en la plaza y se les ordenó que dejaran la ropa en las losas. Les lavaron el vómito del barco a baldazo limpio, con un agua de mar tan salada y tan caliente que desinfectaba las heridas y reblandecía los callos de los pies. Les cortaron el pelo al cero y los médicos comprobaron que todos tenían la dentadura completa y dos testículos, y cinco dedos en cada mano y en cada pie. Así, tal como vinieron al mundo, entraban ahora en el Mundo Nuevo. Y para que fueran por completo unos hombres nuevos, les entregaron una gorra de plato, una blusa y un pantalón, un cinto de caña trenzada, un par de botas, una pastilla de jabón y diez céntimos para tabaco.

Con esas líneas intensas, llenas de crudeza y de ironía, empieza la última novela de José Marzo (Madrid, 1967), Viento en los oídos, que publica ACVF Editorial.

Autor de varias novelas y de tres volúmenes de relatos reunidos en la trilogía Aurora, que publicó esta misma editorial, José Marzo aborda en Viento en los oídos la historia novelada y verosímil de unos años convulsos, los que van desde la guerra de Cuba y el desastre del 98 a la guerra civil, con episodios intermedios como la guerra del Rif.

La crudeza y la ironía de las primeras líneas son algunas de las claves constantes de esta novela, en una mezcla que quizá pueda explicarse a partir de una reflexión como esta, que le hemos leído a su autor en un artículo en La Fábula Ciencia:

Quien siente el vacío de sus contemporáneos debe distanciarse y mirar el presente con la misma altura desde la que se contemplaría a sí mismo dentro de cincuenta años, dos siglos. Es una ilusión, pero permite alzar la cabeza y respirar.

Narración oral y fábula histórica, Viento en los oídos se ubica en Titulcia, una ciudad imaginaria con catedral y tranvía, telón de fondo de vidas como las de Isidro, Mercedes, Juan Expósito o don Silvestre, unos personajes bien trazados y cuyas existencias individuales, en un ambiente de violencia agazapada, se cruzan en un destino común para trazar el entramado colectivo del que son protagonistas y víctimas.

Por eso, a medida que avanza, la narración gana solidez y hace que aumente el interés del lector por una novela consistente en la que cada uno de esos hilos acaba cumpliendo una función en el conjunto de una obra habitada – como la historia- por personajes de individualidad profunda y contradictoria.

En otro lugar, ha escrito José Marzo unas palabras que resumen el sentido último de su novela: Registrar hoy las injusticias del pasado es un aviso para el presente y una advertencia lanzada desde el futuro.

Una novela que termina así:

Así pasaron los años. Todo pasa, aunque no he visto que el tiempo acabe poniendo a cada cual en su lugar. Algunos tienen más de lo que se merecen, muchos carecen de lo que necesitan. Nunca olvidé ni los cuatro números ni las cuatro letras aprendidas en mi infancia, ni el beso del cariño ni la mano de la amistad. Y por fin he hecho lo que un día me prometí cumplir: una de esas promesas que no se pueden decir hasta que no se han realizado. Tan sólo me prometí contar algún día la experiencia de mi tío Isidro. Para que lo lea quien lo pueda leer, para que lo escuche quien lo quiera escuchar. Para que no caiga en el olvido. Y la he contado sin apartarme un solo punto de la verdad que fluye por debajo de la historia y que seguimos oyendo cuando el viento nos sopla en los oídos.



Mayra Vela Muzot


24/10/07

Exploradores del abismo



Enrique Vila-Matas.
Exploradores del abismo.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Voy pensando que un libro nace de una insatisfacción, nace de un vacío, cuyos perímetros van revelándose en el transcurso y final del trabajo. Seguramente escribirlo es llenar ese vacío. En el libro que terminé ayer, todos los personajes acaban siendo exploradores del abismo o, mejor dicho, del contenido de ese abismo. Investigan en la nada y no cesan hasta dar con uno de sus posibles contenidos, pues sin duda les disgustaría ser confundidos con nihilistas. Todos ellos han elegido, como actitud ante el mundo, asomarse al vacío. Y no hay duda de que conectan con una frase de Kafka: «Fuera de aquí, tal es mi meta.»

Enrique Vila-Matas ha contado alguna vez que después de terminar Doctor Pasavento tenía la sensación de estar al final de un camino, ante un abismo. A sondear el precipicio, a explorar el abismo se dedican los diecinueve textos de Exploradores del abismo, que publica Anagrama y que cierran como epílogo unas líneas de Peter Handke en El peso del mundo:

Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.

En el otro extremo del libro, Café Kubista, el texto inicial porque funciona como prólogo, aunque es el último que escribió, explica Vila-Matas el proceso que le llevó a recuperar la narrativa corta:

Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro. Justo es decir que el cambio se produjo con una sencillez abrumadora. Un colapso físico, acompañado de una rápida pérdida de peso, contribuyó a ello. De pronto, tuve la sensación de haber heredado la obra literaria de otro y tener ahora tan sólo que gestionar su obra. Desde entonces, soy alguien que necesita de las leves discordancias con el antiguo inquilino de su cuerpo, discrepar con él ligera y sutilmente y, siempre que pueda, a modo de redundancia jocosa, hacerle perder peso en sus razonamientos.

Así pues, tras mirar su propio abismo, el narrador/autor intenta ser otro y emprende la búsqueda de nuevos caminos para ir en su escritura más allá de la trilogía metaliteraria de Bartleby y compañía, El mal de Montano y Dr. Pasavento:

Quién sabe si terminar un libro de cuentos no es como vaciar de golpe un cubo en el Café Kubista. Ver vaciarse todo y conocer su contenido, saber perfectamente de qué se ha llenado todo. Y saberlo en medio de un clima risueño, discreto y geométrico. Un clima en el fondo alegre. Porque mis constantes vitales de esta mañana son el sol que saluda los despertares, el descubrimiento del placer de ser cortés, la revelación algo tardía de que todo es excepcional, el despliegue de gentileza en el trato a las personas, la impresión de vivir en plena tempestad de calma, la satisfacción de haber perdido unos kilos, la gestión de la herencia literaria del antiguo ocupante de mi cuerpo, el abordaje suave de una lógica espartana del trabajo, la creencia de que los gordos son los demás, la utilización de la ironía templada como rasgo de elegancia, de tímida felicidad, en definitiva.

Este es un libro que se puede leer como un conjunto trabado de relatos breves, pero también como los capítulos sucesivos de una novela peculiar, en el territorio peligroso e incierto de la literatura y de la vida, con la ambigüedad de la primera persona, cuyo carácter borroso se sitúa en la frontera del sueño y la realidad, la vida y la ficción, el autor y el narrador.

Un libro hecho con relatos, novelas cortas y ensayos, con formas literarias inestables, pero también con hilos conductores como el equilibrista Maurice Forest-Meyer, que aparece en casi todos los textos acompañado de Delia Dumarchey, la mujer tuerta de elegante cojera y legendario ojo de cristal. Ese funambulista es a la vez un elemento unificador y la metáfora de quien, como el escritor, se mueve sobre el vacío y ha hecho del abismo su medio.

La ironía constante y el distanciamiento unifican además el tono de unos textos escritos a veces con ritmo lento de novela, otras veces con alusiones metaliterarias y hasta con personajes normales.

La decisión de escribir sobre historias de la vida cotidiana es el tema del más irónico de los textos: La gota gorda, un relato que abre y cierra la posibilidad de una nueva manera narrativa de Vila-Matas, que culmina en ese texto y en el libro un viaje de ida y vuelta. Y lo hace con sentido festivo, no trágico, porque comprende que en el centro de la fiesta está el vacío, pero en el centro del vacío hay otra fiesta, como intuyó Roberto Juarroz en versos memorables y verticales evocados por Vila-Matas, o por el fingidor que escribe en ese relato:

He sudado la gota gorda con las secreciones y exudaciones de mis personajes, he hecho un esfuerzo increíble por mostrar ‘apego a la existencia normal de las personas normales’. Y últimamente me siento ya bien adaptado a mi nueva asquerosa vida [...] Me he dedicado a hablar de seres corrientes y vulgares, es decir, de individuos amostazados, apopléticos y analfabetos, pero lo he pasado mal, muy mal. Y todo para que dijeran que he cambiado un poco de estilo. [...] Creo que en el fondo me fascinan todas esas señoras y señores tan enormemente vulgares, con su nariz y su hígado y su patata y en fin, con todas esas cosas tan bien puestas y su existencia normal de personas normales, normalísimas. Además, ¿pero qué diablos?, ¿acaso no se trataba de cambiar de estilo?”

Pese a todo, este es un paso adelante en la narrativa de Vila-Matas, que ha ido más allá de una fórmula y de la autorreferencialidad ficticia y ha escrito en La gloria solitaria, el penúltimo texto del libro una excelente reflexión en la que se unen narrativa y ensayo, Thomas Bernhard y Glen Gould, Walser y Benjamin, DeLillo y Thelonius Monk y los registros más personales y brillantes de Vila-Matas para trazar su poética.

El homenaje a Chejov en Fuera de aquí, el autofictivo ladrón de gestos y frases en el autobús de la línea 24 (La Modestia) y, ya cerca de la novela corta y como eje de la obra, los excelentes Niño y Porque ella no lo pidió son los relatos en los que un Vila-Matas tan paradójico como siempre, tan brillante como en sus mejores páginas, alcanza la mayor altura de un libro que es también un puente levantado sobre el abismo.

Los lectores normales disfrutarán con estos relatos. A los mutantes seguirá sin gustarles. Mala suerte.

Santos Domínguez

23/10/07

Instante propicio, 1855


Patrik Ourednik.
Instante propicio, 1855.
Traducción de Kepa Luis Uharte Mendicoa.
Melusina Sic. Barcelona, 2007.


Patrik Ouředník (1957), poeta checo afincado en París desde 1985, es también narrador y ha traducido a Beckett, Vian, Queneau, Jarry, Rabelais.

En España, la editorial Tropismos había publicado Europeana, una breve historia del siglo XX, un libro que venía avalado por un considerable éxito internacional. A caballo entre la ficción y el ensayo, irónica y reflexiva, Europeana es una peculiar historia de Europa en el siglo XX escrita con mordacidad corrosiva.

Instante propicio, 1855, que acaba de publicar Melusina, es un libro complementario del anterior. En él Patrik Ourednik vuelve a unir la imaginación y la historia para escribir una desalentada sátira del fin de las utopías y de los atavismos totalitarios.

Un relato que se plantea como un diario que se inicia en marzo de 1904, cincuenta años después del fracaso de aquella aventuraque se llamó Fraternitas, una efímera colonia libertaria que fundó un grupo de ciento setenta europeos en medio de la jungla brasileña en 1855.

Quien deja testimonio en su diario es un sangrador y veterinario italiano, hijo bastardo de un abogado genovés en cuya casa servía su madre, que vuelve a su Pisa natal con el hijo recién nacido.

Pisa, Perugia, Génova, Lyon, Ginebra, Viena, Túnez, Cuneo componen la geografía de un aprendizaje vital y político que le lleva a colaborar en publicaciones anarquistas y a fundar en Brasil aquella comuna.

Cuando empieza el relato, como decíamos más arriba, hace ya mucho tiempo que ha fracasado la experiencia utópica y se ha impuesto el pesimismo:

El mundo es pura locura. El ser humano nace encadenado. En un mundo de rencor y miedo. En el frío, busca el camino de la putrefacción. Poca gente anhela convertirse en asesino, pero pocos rechazan matar. Sin una finalidad, el mal se arrastra por la Historia. Carros por senderos fangosos. No sé si comprender el mal hace más lúcido al ser humano. No sé si le hace a uno más fuerte para esperar la muerte. Sólo sé una cosa: aguardo la mía propia con calma, resignación y sin lástima.

Lo que se cuenta después es la crónica de aquel fracaso cuyas raíces están en el relato del viaje desde Europa entre enero y abril de 1855.

Desde la llegada a Brasil hasta el 15 de octubre se interrumpe un relato que se cierra con la transcripción de un sueño:

Mi madre señalaba una tumba y decía Ahora vivo aquí, y luego señalaba otra y decía Aquí vives tú, ahora nos veremos más a menudo. Yo quería cogerla de la mano, pero no podía. Luego empezaba a hundirse en la tierra, pero no daba impresión de estar ni asustada ni sorprendida, me miraba con seriedad, quizá también un poco severa, y desaparecía en la tierra, y cuando ya sólo le asomaba la cabeza, cerraba los ojos y desaparecía entera. Ya llevamos aquí seis meses. Decio ha vuelto a la colonia, ha traído un hacha y quería cortar el poste del patio en el que ondea la bandera rojinegra. Trajo con él a una docena de antiguos colonos y algunos indios, uno de ellos reía todo el tiempo y agitaba su machete. Casi todos estaban borrachos.

Luis E. Aldave

22/10/07

El talento de los demás


Alberto Olmos.
El talento de los demás.
Lengua de Trapo. Madrid, 2007.

Lengua de Trapo, que renueva su diseño, sigue apostando con fuerza en su colección Nueva Biblioteca, el mascarón de proa de la editorial, por la renovación y la calidad, por nuevos nombres que completan un muestrario de tendencias actuales y aportan aire fresco a la narrativa española e hispanoamericana reciente.

Uno de esos nombres es el de Alberto Olmos (1975), que publicó hace pocos meses en esta misma editorial Trenes hacia Tokio, un recorrido delirante por un Japón enloquecido y sórdido, una ágil novela contada con mucha soltura que tuvo una excelente acogida crítica.

El talento de los demás, su nueva novela, es una confirmación de su propio talento, de su destreza para interesar al lector y su capacidad para proponer una perspectiva inédita de la realidad a través de Mario Sut, violinista, que comienza a narrar su historia con esta fuerza:

Mi madre vive en un barrio muy elegante de la ciudad, en el piso décimo de un edificio con portero descamisado y ascensores ronroneantes. Desde ese décimo piso, hace casi dos décadas, saltó mi padre. Yo lo vi. Mi padre me sentó en un sillón de cuero para que lo viera matarse. Ella dice que no, que se cayó accidentalmente, pero yo asistí en primera fila a su suicidio, totalmente planeado. Abrió la ventana del salón de par en par y se encaramó al alféizar tirando de las cortinas (de ahí el desgarrón). Después se quitó las gafas, las arrojó al vacío y se precipitó tras ellas. Sólo entonces me asusté, corrí hacia la ventana, quise ayudarle. Pero mi padre era ya una esvástica de piernas y brazos contra la acera, casi oculto a mis ojos por la presencia de un olmo en su trayectoria descendente. Vi las gafas, colgando de una rama, con los cristales oscurecidos por la luz del sol, y no pude dejar de pensar en esos ojos que me habían mirado por última vez en el salón de mi casa, antes de que las lentes se tiñeran de negro y mi padre entrara miope en la muerte.

Yo tenía siete años, acababa de iniciarme en el violín y todo el mundo me compraba discos. «Papá se ha caído», recuerdo que le dije a mi madre, cuando llegó por fin a casa y los vecinos que habían subido a consolarme se pusieron en pie tragando saliva. Ella dejó caer al suelo un par de bolsas, acudió a la ventana, pero el cuerpo ya se lo habían llevado y sus lágrimas descendieron en vano los diez pisos.


Una novela polifónica, variada en registros y voces narrativas, de episodios sorprendentes y comportamientos inesperados, con referentes constantes en el cine y narrada con solvencia y un ritmo envidiable, en la que emergen el magisterio de Faulkner y la acidez de Thomas Bernhard.


Santos Domínguez


21/10/07

La historia secreta de las palabras


A. Buitrago Jiménez y J. A. Torijano.
Diccionario del origen de las palabras.
Espasa. Madrid, 2007.


Entre la disciplina lexicográfica del diccionario etimológico y un propósito divulgador que busca la evolución curiosa de algunas palabras, con una redacción que en su tono desenfadado huye de la frialdad académica, el Diccionario del origen de las palabras elaborado por los profesores Buitrago y Torijano que publica Espasa se puede consultar como un diccionario incompleto, pero admite también una divertida lectura continuada.

Un diccionario incompleto que en sus entradas resume un repertorio de curiosidades, la historia peculiar, oculta y llamativa, de muchas palabras con una acertado equilibrio de rigor científico y amenidad expositiva.

¿Por qué motivo palabras como vándalo, idiota, hortera o pánfilo se han ido cargando de valores negativos que no tenían en su origen?

¿Cómo se pasa de la etimología árabe de asesino (adicto al hachís) a su significado actual?

¿Es histérico -como coñazo o suegra- una manifestación de machismo en el lenguaje?

¿Cómo pasa Pantalón de ser un nombre propio a designar una prenda de vestir?

Todo eso y más, incluida una historia de las letras del abecedario, se puede encontrar en este diccionario que es más y menos que un diccionario al uso.


Santos Domínguez

20/10/07

Carver y yo


Tess Gallagher.
Carver y yo.
Traducción de Jaime Priede.
Bartleby. Colección Miradas. Madrid, 2007.


Diez meses antes de la muerte de Ray emprendimos con coraje una dura batalla, pero en mayo de 1988 supimos que la victoria no sería posible. Ray murió el 2 de agosto. Ese período de tiempo tuvimos que asumir que no saldríamos de aquello. Fue duro, muy duro. Pero, aunque resulte extraño, fue una de las fases más trascendentes de nuestra vida en común.

Con ese párrafo comienza Sin final, uno de los textos de Tess Gallagher que integran Carver y yo, la recopilación de textos que acaba de publicar Bartleby en su colección Miradas con traducción de Jaime Priede.

En Carver y yo Tess Gallagher, su viuda, rememora los diez años de convivencia con Carver a través de ensayos prologales, artículos, cartas, diarios de viaje y entrevistas.

Fue en esos diez años, de 1978 a 1988, en aquellos diez años de propina de los que hablaba Carver, cuando escribió sus mejores relatos y sus poemas de más calidad.

Precedidos de un prólogo de Greg Simon y una introducción de William P. Stull y Maureen P. Carroll, y acompañados de materiales gráficos que ilustran las palabras y los momentos evocados en el libro, todos estos textos contribuyen a un acercamiento certero al mundo personal y literario de uno de los escritores más influyentes de las últimas décadas.

Organizado en cuatro partes, la primera, Excursiones, es el diario de un viaje por Europa: París, Zurich, Roma o Londres son lugares de encuentro con amigos escritores, editores o intelectuales. En esa primera parte figura el excelente texto que se titula El aprendizaje del alma, una introducción de Gallagher a la poesía de Carver y a las claves de algunos de sus mejores textos.

La correspondencia y un diálogo con Robert Altman son los ejes de Vidas cruzadas, la segunda parte, que toma su título de la película que dirigió el cineasta a partir de algunos relatos de Carver y en donde reflejó su universo narrativo.

La tercera, Conversaciones, recoge algunas de las entrevistas que Gallagher concedió a algunos medios norteamericanos.

Y hay una cuarta parte, Sin final, que además del que da título a la sección, contiene otro, quizá el mejor de un conjunto tan interesante: Un brillo nocturno al fondo de la memoria. Un texto donde Gallagher, con una tonalidad semejante a la que empleó Carver en Tres rosas amarillas para reconstruir las horas previas a la muerte de Chejov, cuenta su relación con el territorio Carver, que es ya también el territorio Gallagher, con un trasvase que comunica sus respectivas obras y acaba enriqueciéndolas con ese constante diálogo intertextual entre la obra de aquellos dos valientes a los que aludía Tess en su poema Fogata.

De forma más directa y menos elusiva que en su emocionado y a veces opaco El puente que cruza la luna, pero con la misma carga emocional, Tess Gallagher, ahonda aquí en el sentimiento de pérdida y se plantea estos textos como una forma de consuelo a través de otro libro de amor y duelo.

Más allá del recuerdo o la simple evocación, estas prosas buscan el lugar de la memoria (ese brillo nocturno al fondo) en donde sea posible el diálogo entre la vida y la muerte, como hacía aquel Antonio Machado cuyos versos frecuentaron tanto.

Santos Domínguez

19/10/07

El cuaderno del polizón



Carlos Marzal.
El cuaderno del polizón. Apuntes sobre arte.
Pre-Textos. Colección Correspondencias.
Valencia, 2007

El cuaderno del polizón, de Carlos Marzal, es uno de los volúmenes con que Pre-Textos inaugura su colección Correspondencias, dedicada a la relación de la literatura con las artes plásticas, sobre todo con la pintura.

A medio camino entre la literatura sobre arte y el ensayo de creación, estos espléndidos apuntes de Carlos Marzal reflejan la mirada admirativa de un poeta, de un intruso que funda estas contemplaciones en el merodeo clandestino, en la pura curiosidad de quien mata el tiempo con textos de varia invención y talante, entre los que hay ensayos breves, artículos, conferencias, aforismos o poemas.

Los recorre un tema constante, las artes plásticas, y una actitud común, la mirada curiosa y penetrante que reflexiona ante esa aventura formal. La poesía y la mirada se unen en estas divagaciones y asombros diversos, ante la pintura y la fotografía, el diseño o la escultura a través de unos textos que trazan también el autorretrato de un escritor que mira. Entre lo verbal y lo visual, la poesía y la literatura se convierten en una forma de mirar las cosas, en un diálogo entre esa contemplación y las artes plásticas.

Desde una lúcida reflexión inicial sobre la visión del poeta hasta los seis poemas y una prosa que aparecen en la sección Mano airada, se recogen aquí los textos y las percepciones de un flâneur, de un paseante que vagabundea y reflexiona o se entrega a la pura contemplación y a la divagación ante un catálogo de fotografías antiguas de Valencia o un cuadro de Lucien Freud, o propone el asedio a la coherencia incoherente de Dalí o a la carne doliente de Francis Bacon.

Una brillante miscelánea que toma su título del cuadro de Lorenzo Saval que se reproduce parcialmente en la viñeta de la portada y es la expresión de una mirada penetrante y libre que carga de significación al objeto que mira.


Santos Domínguez

18/10/07

La roja insignia del valor


Stephen Crane.
La roja insignia del valor.
Traducción de Juan Aparicio-Belmonte
y María Ermitas Barrasa.
Rey Lear. Madrid, 2007

Cuando John Huston llevó al cine en 1951 La roja insignia del valor no debió de encontrar especiales dificultades para adaptar el guión de la novela homónima que había publicado Stephen Crane en 1895 y que reedita ahora Rey Lear con traducción de Juan Aparicio-Belmonte y María Ermitas Barrasa, que inauguraron esta colección con su versión del espléndido Heridas bajo la lluvia, que refleja la labor de Crane como corresponsal en la guerra de Cuba.

Murió en 1900 con apenas 29 años, pero pese a su muerte prematura tuvo tiempo de cambiar con esa novela el rumbo de la literatura de tema bélico, que a partir de entonces descubriría sus aspectos más sórdidos y menos heroicos.

La roja insignia del valor es una vigorosa narración ambientada en la guerra de Secesión, una novela sobre el miedo, la simulación y la heroicidad, una novela de formación protagonizada por el joven Henry Fleming. Con un ritmo vertiginoso, casi cinematográfico, en la acción y en los diálogos, a través de la experiencia de la guerra se desmitifican los tradicionales valores de las hazañas bélicas y se denuncia la degradación moral de la guerra y la delgada línea que separa el pánico del heroísmo, que a veces pueden ser sinónimos.

Crane no vio aquellas batallas. Cuando él nació en Nueva Jersey en 1871 hacía más de un lustro del final de la guerra civil americana, pero lo que falta aquí de testimonio personal de una experiencia lo suple el talento natural de un escritor dotado como pocos de un vigor narrativo poderosísimo, que brilla en la descripción sórdida del horror, el barro y la sangre de las trincheras.

Tuvo un enorme y sostenido éxito desde su primera edición. Henry James y Conrad elogiaron sin reservas esta novela con la que Crane abrió el camino de la literatura antibélica que tendría sus mejores herederos en la generación perdida de Faulkner, Dos Passos o Hemingway. Todavía en los años sesenta, la generación beat lo seguía viendo como un precursor, no sólo por esta novela, sino también por su poesía.

La última imagen que tenemos de él nos la dejó Conrad, que lo visitó en Dover y se despidió de un Crane ya muy enfermo. Siempre lo recordó, tras esa despedida que ambos sabían definitiva, mirando las velas de un barco que cruzaba a lo lejos por delante de su ventana.

Murió en Badenweiler, como Chejov; de tuberculosis, como el ruso. Pero no era Chejov. Fue sólo una rara y macabra coincidencia.

Santos Domínguez

17/10/07

Gran Atlas del Impresionismo


Gabriele Crepaldi.
Gran Atlas del Impresionismo.

Electa. Barcelona, 2007.

Electa publica en España el Gran Atlas del Impresionismo de Gabriele Crepaldi, una guía visual de casi quinientas páginas que resumen y ordenan los análisis que se han hecho de un movimiento que puso las bases de la pintura contemporánea.

Un atlas para orientarse por una realidad compleja y diversa a través de ciento cincuenta páginas dobles sobre los temas y los pintores de aquella escuela y el estudio en detalle de 42 obras maestras del Impresionismo.

Con una equilibrada combinación del despliegue visual en las ilustraciones y el rigor analítico de los textos y los comentarios de los cuadros, se aborda en sus páginas la obra de los impresionistas, la temática, las peculiaridades técnicas y estilísticas, el contexto cultural, social y político.

El libro no sólo ofrece un excelente y detallado análisis de las obras maestras del impresionismo, sino otras claves que permiten una visión global de aquel movimiento y de su entorno: los orientalismos y Baudelaire, la reacción del público y la crítica, la fotografía o los cafés, Argenteuil y los coleccionistas, la música o el teatro, Montmartre y los hipódromos, Mallarmé y el simbolismo.

La naturaleza, la ciudad, la figura humana y el exotismo son las cuatro categorías en que se organiza el material de aquella pintura en plein air a través de seiscientas ilustraciones entre fotografías de época y cuadros de los principales museos del mundo, con reproducciones de detalle de gran impacto visual, a través de las cuales el lector puede observar de cerca las características de esta pintura impresionista: la rapidez de la pincelada, el cromatismo, la transparencia o la luminosidad.

Con una gran calidad en la edición y las reproducciones, el completo estudio temático, de autores, obras y contextos completa un panorama que hace justicia al título de este Gran Atlas que desde su primera edición italiana el año pasado se ha convertido ya en una referencia imprescindible en los estudios sobre el Impresionismo y en una fiesta para los sentidos.


Santos Domínguez


16/10/07

Filosofías del mundo



David E. Cooper.
Filosofías del mundo.
Traducción de Carmen García Trevijano.
Cátedra. Teorema. Serie mayor.
Madrid, 2007.


Sobre un juego de palabras, el de la dilogía del título, se construye este espléndido Filosofías del mundo de David E. Cooper que publica Cátedra en su colección Teorema. Lo explica así el autor en su Introducción:

El título de este libro es ambiguo. «Filosofías del mundo» puede referirse a las filosofías cultivadas en las diversas partes del mundo, o significar en cambio algo así como «opiniones sobre el mundo», o teorías generales sobre «El Mundo». Mi intención es la de cubrir los dos sentidos.

Y en efecto este es un recorrido rápido, propio de las panorámicas, pero tiene la virtud incitadora que debería acompañar a este tipo de visiones de conjunto: la de invitar a la profundización en autores o tendencias y la de abrir horizontes a otros territorios filosóficos distintos del occidental, que no suelen recogerse en historias de la filosofía supuestamente generales, quizá por la nefasta afirmación de Husserl acerca de la inexistencia de una filosofía no occidental.

Este libro es un intento de cambiar esa tendencia y de equilibrar el estudio de las distintas tradiciones de la filosofía, de manera que sus manifestaciones orientales tengan el espacio que merecen.

Una introducción histórica es el adecuado subtítulo de un manual que compagina ámbitos geográficos y cronología, de forma que el resultado no es una mera suma ni un recorrido al uso por épocas y tradiciones.

Se trata de algo más interesante y exigente: de efectuar un rastreo agudo y documentado por ejes de pensamiento y temas que han sido objeto de la preocupación de los filósofos en las distintas tradiciones y épocas. De ese modo, Cooper detecta determinados ritmos que parecen apuntar ciertas tendencias pendulares articuladoras de la historia de las filosofías.

Así la tensión que preside la relación de hombre con la naturaleza, de la que escribe que a lo largo del tiempo se observa una oscilación constante entre aquellos filósofos que quisieran resolverla tratando de mostrar que somos, por así decirlo, más «semejantes al mundo de lo que a primera vista pudiera parecer, y aquellos que sostienen que el mundo tiene un carácter «más humano» de lo que aparenta. Los primeros suelen insistir en que, en ultimo término, los hombres no somos más que mecanismos físicos complicados, niegan que realmente poseamos una voluntad libre, o se empeñan en demostrar por otros medios que no somos muy diferentes de cualquier otra cosa. Los últimos pueden sostener que la naturaleza es, después de todo, «espiritual» y dotada de un propósito, o sostienen de otros modos que todas las otras cosas no difieren tanto de nosotros mismos. Lo que difícilmente hace un filósofo de la primera clase es ignorar esta tensión o permanecer indiferente ante ella. Los que, como Kant, han confesado su incapacidad de resolverla, lo han hecho con evidente disgusto o incluso con desesperación. En último término, si el poeta alemán Hölderlin llevaba razón al decir que es «divino y bueno» ser «uno» con el mundo, entonces el fracaso en resolver esta tensión no es simplemente una derrota intelectual, sino una tragedia humana.

Con ese hilo conductor el libro aborda en tres partes las Filosofías Antiguas, de India, China y Grecia; las Filosofías medievales, la evolución de la filosofía asiática y las Filosofías «Modernas», del Renacimiento a la Ilustración y en la última sección las Filosofías recientes, desde Kant hasta las filosofías recientes no-occidentales y las Filosofías occidentales del siglo XX.

Una exhaustiva bibliografía y un utilísimo índice analítico ponen el punto final a un manual que organiza su argumento en función de las respuestas, idealistas o materialistas, que dan los distintos sistemas filosóficos sobre la naturaleza y el hombre, sobre el conocimiento y el ser o sobre el lugar que ocupa el hombre en el mundo, entre la hermenéutica y la ética.

Luis E. Aldave

15/10/07

Zola y el impresionismo


Émile Zola.
La obra.
Traducción de José Ramón Monreal.
Prólogo de Ignacio Echevarría.
Grandes Clásicos Mondadori. Barcelona, 2007.


En su colección Grandes Clásicos, Mondadori publica La obra, una de las novelas de madurez de Zola, que la publicó en 1886, un año después de Germinal, como parte de la serie Los Rougon-Macquart.

Es la primera traducción al español de esta novela en la que se plantea la contradicción entre el arte y la vida, la responsabilidad del artista y el conflicto con sus límites creativos, como destaca Ignacio Echevarría en el esclarecedor prólogo que ha escrito para esta edición.

Zola ajusta cuentas con el arte y con su propio pasado y recuerda su amistad con Cézanne y los círculos impresionistas en la que parece ser la más autobiográfica de sus novelas. Un Zola convertido en el Pierre Sandoz de La obra toma como modelo para su protagonista, Claude Lantier, a su amigo Cézanne para construir una narración en la que proyecta sus recuerdos de infancia y juventud en Aix-en-Provence y su visión del impresionismo, que aparece no con ese rótulo, sino con el nombre de pintura al aire libre.

La descripción de ese ambiente y esos artistas provocó reacciones negativas en el mundillo artístico, reacciones que van de la turbación contenida de Monet al rechazo airado de otros pintores y críticos de arte.

A Cézanne le hirió mucho esta novela, que selló el final de su amistad con Zola. En ella, junto con el tema amoroso, la imagen central es la del genio enloquecido y devorado por su obra y por su voluntad de absoluto, un tema que había aparecido unas décadas antes en La obra maestra desconocida.

Como en la novela de Balzac, en la de Zola el artista enloquece y se suicida como consecuencia de su enfrentamiento con el mundo, con los límites de la realidad y la creación y su reto consigo mismo.

Sin embargo, a diferencia de la novela de Balzac, La obra no es un texto menor en el conjunto de la narrativa de Zola, que muestra aquí una de sus mejores virtudes: la intensidad plástica de su mirada y su capacidad para transmitirnos con enorme fuerza descriptiva el desigual conflicto entre el protagonista y el mundo.

De esas derrotas y de esos desequilibrios trata, en último extremo, toda la novela naturalista que fundó Zola e imitó la literatura europea de finales del XIX.

Santos Domínguez

13/10/07

El canto de las sirenas


Eugenio Trías.
El canto de las sirenas. Argumentos musicales.
Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.
Barcelona, 2007.


En El canto de las sirenas (Argumentos musicales), que acaba de publicar Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Eugenio Trías establece un diálogo entre el pensamiento y la música en una colección de ensayos que abarcan cuatro siglos de música. Una aproximación a los principales compositores, desde el Renacimiento de Monteverdi a contemporáneos como Cage, Stockhausen o Xenakis a través de un recorrido amplio e intenso por la historia de la música en busca de la voz propia de cada compositor.

Tras una época en la que la música, con Nietzsche o Schopenhauer, era el centro de algunas propuestas filosóficas, la filosofía del siglo XX se ha construido sin esa referencia musical, seguramente porque la filosofía contemporánea es, con Wittgenstein a la cabeza, sobre todo una filosofía del lenguaje.

El propósito declarado de Eugenio Trías en El canto de las sirenas no es sólo una propuesta de canon musical, sino sobre todo un trazado de la historia de la cultura y las ideas en clave musical. Eso explica que en cada capítulo el lector se encuentre con toda una red de relaciones de los compositores con los filósofos y los escritores.

Aunque no de manera explícita, el libro está articulado en dos partes: la que arranca en Monteverdi y termina en Debussy y una segunda que de Schonberg a Xenakis se centra en la música contemporánea. En ambas, y sobre todo en esta última (a John Cage se le dedica el capítulo más amplio), la creación musical se presenta como una aventura estética y ética. Un relato en el que los compositores son personajes en busca de una expresión que encauce su creatividad a través de cuatrocientos años de música desde aquel 1607 en que Monteverdi estrenó su Orfeo, con el que nacía esa forma de drama musical que es la ópera.

Ese primer capítulo sobre Monteverdi funciona como una obertura y plantea un tema que recorre el libro entero: la ambivalencia de lo órfico entre la razón y la emoción, el binomio entre lo apolíneo y lo dionisíaco en la música, entre la lira y la flauta, entre el canto y la danza, entre el conocimiento que nos salva y el canto de las sirenas que nos destruye. Un antiguo conflicto de irresoluble ambigüedad que ya había planteado Niezstche y que es uno de los ejes de El canto de las sirenas.

Trías ahonda en la propuesta musical de los diversos autores para remontarse desde ahí a otras referencias, religiosas, filosóficas o poéticas, con lo que –como señalábamos más arriba- el libro no es un mero paseo por la historia de la música, sino una historia de la cultura y del pensamiento que toma como punto de partida la historia de la música y no renuncia en ninguno de los capítulos a descifrar el misterio de la emoción que produce en él esa manifestación artística.

Enmarcados entre el prólogo, la obertura monteverdiana y la coda final, los distintos capítulos abordan, por ejemplo, los misterios gloriosos de Bach, el bosque de símbolos en el que su música otorga un significado alegórico a cada instrumento. Hay en ese relato una práctica que se extiende al resto de la obra: la voluntad de conectar al compositor con escritores, científicos o filósofos de su tiempo. Newton y Leibniz se convierten así en referentes de una música como la de Bach, situada en el contexto del culto luterano.

Vale la pena hacer un repaso de cada uno de los apartados del libro para avisar del complejo mundo de relaciones que propone Trías.

Un Haydn aislado que no tuvo más remedio que ser original y construyó el futuro con la sonata y la sinfonía, el alfa de una aventura musical que tiene su omega en Mahler y sus estaciones de paso en Mozart, Beethoven, Schubert o Brahms.

La naturaleza jánica, ambivalente, de la música se proyecta en lo trágico y lo cómico en Mozart, en sus contrastes entre la belleza y la muerte y entre la vida y la obra de aquel ser frágil y vulnerable, extraviado en el mundo y refugiado en los ideales masónicos. Tragedia y comedia que en Don Giovanni convocan a la vez el horror y el humor. En una de sus últimas piezas, el Adagio y rondó para armonium, en la fragilidad del cristal para el que lo compuso, ve Eugenio Trías la metáfora de esa concordia discors que caracteriza el binomio entre la vida y la obra de Mozart.

Crítico con el Beethoven heroico, el de las sinfonías y los conciertos para piano, el de Fidelio y las sonatas más conocidas (un prestidigitador de emociones y corazones) y generoso con el Beethoven posterior, el de las últimas sonatas y cuartetos, Trías no oculta sus juicios y repite una y otra vez el adjetivo extravagante para hablar de un Beethoven que representa en la música lo que Hegel en la filosofía o Goya en la pintura.

Si Beethoven es un músico hegeliano, a Schubert, con su facilidad y su vida efímera, lo pone Trías en relación con Kant.

Otro músico con el que tiene una relación ambivalente es Mendelssohn. En él el scherzo es la forma habitual de una música afirmativa, compuesta para celebrar la alegría de vivir.

Con Schumann, al que Trías emparenta con el universo narrativo de E.T.A Hoffmann, la música se convierte en revelación que procede del ámbito de lo sagrado, en pura transfiguración.

La difícil relación de Wagner con Nietzsche, la vinculación de su música con Hegel y Schopenhauer, su búsqueda simbolista que lo conecta con Baudelaire o Mallarmé, son algunos de los aspectos que aborda el capítulo dedicado al autor de Tristán e Isolda.

El análisis del estilo trágico, en tema y variaciones, de un Brahms que se reencuentra con Bach a través de Beethoven, de su estilo trágico y sus amores imposibles con Clara Schumann, articula uno de los momentos más altos y más profundamente humanos de un libro que pasa luego por Bruckner, a la vez arcaico y moderno, creador y recreador, para llegar a Mahler, con quien la música entra en el siglo XX rompiendo los moldes de los géneros clásicos para refundar la sinfonía y proponer a través de ella un mundo propio, una cosmogonía.

El arabesco, el arte de la transición, de la sensualidad y la ensoñación son las claves que destaca Trías como propias del estilo musical de Debussy, al que emparenta con T. S. Eliot y con Pierre Louÿs.

La nueva teología musical de Arnold Schönberg, marcado por la influencia de Balzac y Swedenborg para configurar una nueva gramática musical y un nuevo espacio lógico, paralelos a la pintura de Kandinsky, al diseño de la Bauhaus o al discurso logocéntrico de Wittgenstein.

El libro se interna luego en la noche eterna de Béla Bartók, en su música nocturna y sus allegros de resonancias bárbaras; aborda la relación de Stravinsky con el círculo de Viena y su reacción a las descalificaciones de Adorno; la relación entre la música de Anton Webern y la poesía visionaria del Rilke de los sonetos órficos o de Trakl; la naturaleza proteica de la música de Alban Berg, en la que se conjuntan las capacidades del dramaturgo y el compositor o propone la reivindicación de un músico habitualmente minusvalorado como Richard Strauss, al que Trías pone en relación con Hugo Von Hoffsmanthall.

El panteísmo de John Cage, en quien la música se cita con el límite; la esterilidad de la belleza y la raíz mallarmeama de Pierre Boulez; Stockhausen y la música del tiempo, del que surgen la materia y la forma de sus composiciones simbólicas.

Y finalmente Iannis Xenakis y su arquitectura sinfónica que busca la zona de contacto entre la ciencia y la creatividad, entre la matemática o la física y la música, que debe estar a la altura epistemológica de los tiempos.

Con Xenakis culmina ese recorrido por la historia de la cultura, una incursión luminosa en el laberinto con el hilo de Ariadna de la música, antes de cerrar la obra con una coda filosófica.

En esa coda filosófica sobre Platón, en esa tesis que vincula música y filosofía como formas de ascenso hacia el ser, están algunas de las claves de ese arco que ha diseñado Eugenio Trías para reunir las dos disciplinas en un libro que en ese momento se convierte en un texto filosófico que toma la música como objeto de reflexión.

Santos Domínguez

12/10/07

Días de Brooklyn


Hilario Barrero.
Días de Brooklyn.
Llibros del Pexe. Gijón, 2007.

Viviendo en Nueva York (2004-2005)
se subtitulan estos Días de Brooklyn, la nueva entrega de los diarios de Hilario Barrero que publica Llibros del Pexe.

Melodías de Brooklyn, Autorretrato con amigos, Mientras el tiempo pasa, Años, libros, vida podrían haber sido, como indica la contraportada, otros títulos orientadores y significativos del material con el que está hecha la tercera recopilación de los dietarios del autor.

Entre un homenaje a Elizabeth Barret Browning, la autora de los Sonnets from the Portuguese, que anotaba su amargura en un diario el uno de enero de 1832, y el recuerdo toledano de un sofocado párroco de Santo Tomé que no llegó a tiempo de administrar sus auxilios espirituales a un rondín moribundo, se reúnen aquí dos años de vida contada por su autor y muchos más de vida evocada, concentrados de manera significativa entre la Nueva York del presente y el Toledo del pasado.

Porque -lo dice Hilario Barrero en su primera anotación de 2004- un diario es como una casa y al menos necesita dos llaves: una para la puerta de entrada y otra para la de salida.

Y en medio de la casa, trabajos y días, viajes en metro o por carretera hacia el sur, la luz cambiante del mundo y sus estaciones, las lecturas, la música y los recuerdos y una mirada educada en la poesía y en la pintura.

El sábado 24 de abril de 2004, anota el autor en su diario:

Hay días que tienen la piel como una naranja y otros que la tienen como la de un mango. Días que huelen a azahar y a romero y días que saben a almendra amarga. Días que se visten de fiesta y días que, desnudos, asustan a los pájaros en el parque. Días que van a la iglesia, que toman un café mirando a la gente pasar tras el enorme ventanal y días que arden, condenados, en el infierno del bosque. Días que leen el periódico de pie esperando al metro y días que escriben a su madre. Hay días que beben un vaso de vino tinto y días que tienen sabor a vinagre con dolor de uva. Hay días como hoy.

De esos días, de ese hoy cambiante y único, hablan estos Días de Brooklyn, con melancólica lucidez y con una intensidad poética y vital que tiene sus momentos más nítidos y luminosos, no en el presente, sino en el pasado que se evoca y se recupera.

Para eso, para consolarnos haciéndonos creer que es posible derrotar al tiempo y al olvido y sus secuelas, existe la literatura.

Santos Domínguez

11/10/07

El Humanismo italiano


Guido Cappelli.
El Humanismo italiano.
Alianza Editorial. Madrid, 2007.


Guido Cappelli, investigador en la Universidad Carlos III, responsable de la edición de La Cazzaria de Antonio Vignali, que formaba parte de la Biblioteca de Barcarrota, ha publicado en Alianza Editorial El Humanismo italiano.

Un capítulo de la cultura europea entre Petrarca y Valla es el elocuente subtítulo de este panorama de una época histórica marcada por una revolución cultural que resultó determinante en la configuración de Europa.

Tras una introducción sobre Petrarca y su renovadora actividad filológica, con una aproximación al Humanismo que se sostiene sobre la triple base de la autobiografía, el diálogo interior y la polémica cultural, el libro aborda en tres partes el trazado de aquel movimiento fundacional de la conciencia moderna.

El primer capítulo estudia la asimilación y el desarrollo de la herencia petrarquista en el primer Humanismo, en un seguimiento realizado a través de una geografía cultural que tiene sus focos en Florencia, Roma y Venecia.

Una segunda parte, que toma como referencias los ejes geográficos y políticos del Cuatrocientos, aborda la enorme repercusión de la influencia de Petrarca en los centros señoriales milaneses de los Visconti y los Sforza, en Ferrara y Bolonia o en el Nápoles aragonés de Alfonso el Magnánimo.

El tercer capítulo está centrado en dos figuras cimeras que merecen un tratamiento individualizado: la de Leon Battista Alberti, el polifacético intelectual genovés, y en su crítica cultural, y la de Lorenzo Valla, el polémico humanista romano, y en su renovación de los métodos filológicos.

Entre Petrarca y Lorenzo Valla, se describe así el desarrollo del Humanismo italiano durante un siglo largo en que el prestigio de la cultura clásica fue creciente y se vio favorecido por el mecenazgo de los príncipes o el papado.

El impulso dado desde esas instituciones a los cambios pedagógicos, la nueva jerarquización de los saberes en los studia humanitatis, la introducción de los estudios griegos o la fijación de un nuevo canon literario y epistemológico acabaron sustentando la conciencia de una nueva identidad cultural.

El diseño de ese panorama de conjunto es el mérito fundamental de este libro del profesor Cappelli, que completa una imagen inteligible del Humanismo y su expansión renovadora en la sociedad, la cultura y la política de la modernidad.


Santos Domínguez

10/10/07

La estancia de la memoria


Lina Bolzoni.
La estancia de la memoria.
Traducción de
Giovanna Gabrielle y Mª de las Nieves Muñiz.
Cátedra. Madrid, 2007



Modelos literarios e iconográficos en la época de la imprenta es el sugestivo subtítulo de La estancia de la memoria, un libro que reconstruye los espacios que la memoria crea a lo largo del siglo XVI.

Cátedra publica en su colección de crítica y estudios literarios este libro sobre la memoria de las palabras y las imágenes, centrado en un momento histórico como el siglo XVI en el que el canon clasicista se atiene a unas normas y a unos modelos en cuya fijación la memoria tiene un papel esencial.

La clave del código clasicista es una creación que surge de la imitación de lo antiguo y se expresa asumiendo un discurso ajeno. En consecuencia, escribir es recordar y el objeto del recuerdo serán las metáforas, los artificios retóricos, pero también un repertorio iconográfico transmitido por la literatura y el arte antiguos para hacer visible el saber. Por ejemplo con esquemas lógicos, árboles del saber y máquinas retóricas que desmontan las figuras de los textos clásicos y las reutilizan con unas variaciones que aprovechan la lógica oculta de los textos literarios.

Por eso los maestros de retórica del Quinientos son maestros de la memoria, como aquel Giulio Camillo que proyectó un teatro de la memoria a través de un dispositivo que contenía todas las palabras e imágenes para formalizar el saber.

Arte de la memoria de las palabras y las cosas que se concreta en las distintas variedades del esquema visual: diagramas, árboles y tablas fueron las técnicas fundamentales en los tratados de poética y retórica del XVI, como instrumentos para hacer visible el saber y para fijar los modelos estilísticos canónicos del clasicismo renacentista.

En el siglo XVI, los esquemas visuales no sólo ponen ante los ojos de todos, de modo rápido y eficaz, el camino que ha de seguirse para escribir bien, sino que tienden a reducir los procedimientos de la escritura literaria a un mecanismo combinatorio; los diagramas someten las grandes obras a una especie de anatomía (como dice una imagen usual) y, según una opinión común, crean también las condiciones para recomponer sus partes a fin de dar vida a un cuerpo (a un texto) nuevo. Los esquemas visuales tienden, en suma, a convertirse en auténticas máquinas para producir textos: funcionan como «interfaz» entre la lectura de textos ajenos y la creación de textos propios, se sitúan a medio camino entre la biblioteca y la mesa escritorio. En efecto, las máquinas retóricas guían y estructuran la memoria, y por tanto suministran el material ya preparado para la «invención», proporcionan las palabras y las imágenes predispuestas para ser colocadas en los lugares del texto.

Imagen, retórica y memoria se conjugan de esta manera en un estudio como este que presenta el código cultural de la modernidad desde una perspectiva tan inusual como interesante.

Santos Domínguez