29/3/06

El amigo de las mujeres



Mircea Cartarescu.
Por qué nos gustan las mujeres.
Funambulista. Madrid, 2006.

Ese título de Bioy Casares podría servirnos para resumir este conjunto de 21 relatos llenos de imaginación y fuerza de Mircea Cartarescu, quizá el escritor más conocido de la literatura rumana actual, del que Seix Barral publicó hace ya casi quince años
El sueño, otro volumen de relatos.
Como en aquel libro, en este, el mundo narrativo de Cartarescu surge de la conjunción de realidad, sueño y metatextualidad. Y como clave de esos tres ingredientes las referencias a los modelos de esa técnica: Kafka y Borges.
Por qué nos gustan las mujeres es el título del último de los textos (menos un relato que un poema en prosa) y el de este libro en el que se conjuran la realidad y la ficción, el sueño y el recuerdo, la imaginación y el lirismo alucinado. La voz narrativa que los recorre y los une entre sí tiene una base autobiográfica evidente (ese narrador se llama Mircea, es poeta y publica libros que son los del autor), pero sobre ese cimiento se levanta un edificio narrativo imaginario, sólido y verosímil, con otras vidas inventadas o soñadas.
Es un narrador protagonista y testigo perplejo que duda de sí mismo, de su consistencia y de lo que cuenta. La imaginación o el recuerdo se proyectan en episodios que tienen el ritmo de los sueños y la desproporción de las pesadillas, en historias que el narrador sospecha que son solo producto de su imaginación, como algunas de esas mujeres que evocan o invocan el territorio irreconocible de la memoria que no se sabe si pertenece al sueño o al recuerdo.
Lo narrado se rescata de los fragmentos de un pasado frágil que se recompone mezclando fantasía y realidad, el narrador que es y el que fue, los otros como fueron y como se recuerdan o se imaginan o se soñaron.
Y es que mirar al otro, a las distintas mujeres del libro, es mirar hacia uno mismo, tan inaccesibles uno como las otras, mezclados en una realidad sin contornos definidos, en situaciones que no se sabe si se han imaginado, si pertenecen al recuerdo o si se han soñado despiertos, como sueña esa mujer inolvidable que en uno de los relatos duerme con los ojos abiertos.
Leonard Cohen decía que detrás de cada poema hay una guitarra. Seguramente también detrás de estos relatos hay un poema. Lo que hay, en casi todos ellos, es un libro de poesía, un indicio de irrealidad y de alucinación, un homenaje a veces explícito al superrealismo y a la incursión de lo mágico en lo cotidiano.
Entroncados con los mismos modelos a los que mira buena parte de la narrativa española actual, el realismo sucio y el nuevo periodismo, estos relatos remiten al lector a un mundo que le resultará mucho más cercano de lo que podría esperar en principio.
Mircea Cartarescu, que se ha convertido con este libro en un fenómeno de ventas y en la primera víctima de la piratería literaria en su país, es, además de un efciciente narrador, un excelente creador de atmósferas, un autor especialmente dotado para hacer creíbles situaciones que están entre lo onírico y lo real. Situaciones que se deshacen de golpe y dejan en el lector y en el narrador la duda ante un mundo que se esfuma bajo la luz difuminada del atardecer, en estos relatos en los que conviven las despedidas y el misterio.
En ellos huye el tiempo, la luz y las mujeres y esa atmósfera de irrealidad que es la materia fugaz con la que se construye la mejor literatura, la que deja en el lector un recuerdo imborrable. Como ese magnífico relato que se titula La bomba de oro y que podría haber firmado Cortázar con orgullo.
Por qué nos gustan las mujeres,
con traducción de Manuel Lobo y prólogo de Max Lacruz, inaugura la serie El Transeuropeo, una línea editorial con la que los responsables de Funambulista pretende rescatar lo mejor de la literatura del Este y en la que se anuncia ya como próxima la publicación de Un castillo en la Romaña, del croata Igor Sticks.
Porque parece que en el terreno cultural aún sigue existiendo un opaco telón de acero que apenas traspasan algunos escritores húngaros, algún polaco aislado o alguien tan desarraigado como Kundera.

Una nueva apuesta de esta empresa llena de ilusión y frescura que dirigen Max Lacruz y Enrique Redel y que merece la mejor de las suertes.
Santos Domínguez