29 octubre 2010

Francisca Aguirre. Historia de una anatomía


Francisca Aguirre.
Historia de una anatomía.
Hiperión. Madrid, 2010.


El diccionario académico recoge dos acepciones del término Anamnesis, que da título a la segunda sección de Historia de una anatomía, el libro con el que Francisca Aguirre (Alicante, 1930) obtuvo el Premio Miguel Hernández:

1. f. Med. Conjunto de los datos clínicos relevantes y otros del historial de un paciente.
2. f. Reminiscencia, representación o traída a la memoria de algo pasado.

Ese doble sentido, técnico y personal, está también presente en el título de la obra y sobre todo en el planteamiento temático de esta Historia de una anatomía, en la que las radiografías de los huesos, el dudoso funcionamiento del páncreas o el resultado de unos análisis van más allá de su frío significado clínico.

Desde el primer texto, Radiografía, está delimitado el territorio:

He pensado muchas veces que lo sucedido
esa información tan poco convincente
sobre el estado de mi anatomía
quiero decir sobre el estado de mis visceras
o sea todo aquello que mi esqueleto preserva
y también todo lo que preserva a mi esqueleto
eso como os decía esa petición que hice a los expertos
esa sencilla demanda
al parecer dio como resultado una especie de caos.

No sabían lo que pasaba con mi corazón

ninguno supo explicarme cómo funcionaba mi hígado
y mucho menos el páncreas.
Aunque me dijeron eso sí
que muchas de las cosas que le pasaban al corazón
obedecían al mal funcionamiento del hígado o del páncreas
y desde luego todo lo que les sucedía a dichos órganos
repercutía sin ninguna duda en el cerebro.
Claro que después de meditarlo
conjeturaron que más bien era el cerebro el responsable de todo.

La materia orgánica se convierte así en material autobiográfico, y la exploración médica en indagación moral, en ejercicio de memoria, en recuento de una historia personal de cicatrices que no dejan marcas observables. Son las marcas invisibles de heridas que no se cierran nunca y que no cura el tiempo.

Frente a la frialdad del dato clínico y la distancia del tecnicismo, Francisca Aguirre propone un tono cercano y una proximidad confidencial que sólo funcionan si las soporta la autenticidad; frente a la imagen clínica, la imagen metafórica para afirmar la vida y su dignidad respiratoria, para tomarle el pulso a la sangre torrencial de la alegría y medir la presión intracraneal del dolor, para asumirlo y ponerlo a favor de la vida. Para, como en las radiografías, poner blanco sobre negro, la vida sobre las secuelas lamentables de la Historia.

Finalmente asumí que como en otros casos

es decir en otras cuestiones
todas ellas relacionadas con lo portentoso
como la velocidad de la luz
el sinfónico canto de las resplandecientes ballenas
o la mirada rebosante de pesadumbre de los pacíficos gorilas
aspectos todos fuera de mi alcance
yo hembra perteneciente a una caótica especie que llaman humana
la única posibilidad que tenía
era aceptar que mi curiosa anatomía
y el relleno con que la habían dotado
eran los responsables de mi extraño vivir.
Y que mi historia era su historia.
Qué le vamos a hacer
nadie elige su amor dijo Machado
y por lo visto tampoco elige nadie sus riñones
su páncreas su osamenta.
Y muchísimo menos
el sobresalto ante el milagro de la vida.
Lo único que sabemos es que
el pulso se acelera y las radiografías se oscurecen.

Desde Ítaca, su memorable primer libro, Francisca Aguirre ha ido recorriendo cuatro décadas de coherencia, de escritura sostenida en el esqueleto resistente de lo auténtico. Cuatro décadas de emoción y temblor de la memoria, de poesía moral, escrita con unas cuantas palabras verdaderas, como quería Antonio Machado, su maestro mayor de ética y estética.

Santos Domínguez

27 octubre 2010

Vida y tiempo de Manuel Azaña

Santos Juliá.
Vida y tiempo de Manuel Azaña
(1880-1940).

Punto de lectura. Madrid, 2010.

Publicada por primera vez en Taurus hace dos años, Vida y tiempo de Manuel Azaña, la minuciosa obra que escribió Santos Juliá es probablemente la biografía definitiva del político y escritor que llena una parte decisiva del siglo XX en España.

Se abordaba así la vida de una figura poliédrica y compleja de quien fue un prestigioso intelectual y un escritor notable, un político reformista que fracasó en el empeño de modernizar el país atrapado entre dos fuegos, el de la España ultramontana, católica y reaccionaria, y el del radicalismo incendiario de los extremistas de izquierda y del anarcosindicalismo.

De las ilusiones reformistas a la lucidez amarga de la derrota republicana hay una peripecia histórica y personal que Azaña reflejó en sus escritos. Lo subraya así el biógrafo cuando evoca una primera lectura clandestina de sus obras completas, en la que faltaban los discursos y otras piezas importantes como El problema español o Apelación a la República:

Merecía la pena leer a Azaña porque un pasado del que nos cortó abruptamente la guerra de nuestros padres, se convertía, al descubrir su palabra, en un tiempo digno de ser descifrado, un pasado en el que era preciso hurgar porque en él podían encerrarse algunas de las claves para una cabal comprensión de la miseria que nos había tocado en el presente.

Desde su infancia hasta su muerte en el exilio, desde su obra crítica y creativa hasta su actividad política, la biografía que elaboró Santos Juliá se basa en la recuperación de la obra completa de Manuel Azaña, que incorporaba abundante material inédito:

Era, en realidad, una nueva edición, que por una parte permitía poner en valor los periodos de la vida de Azaña apenas tocados en biografías anteriores; y, por otra, narrar desde una base documental mucho más sólida la vida entera del personaje, prestando una especial atención a su familia, a su infancia y juventud, a sus amistades, sus aficiones y gustos, al empleo de su tiempo, su trabajo, sus lecturas, los ámbitos de sociabilidad en los que se movía, los debates en los que participaba. Había que desechar la imagen, cansinamente repetida hasta hoy, del solitario, desconocido, frustrado, rencoroso, oscuro funcionario, y comenzar por el principio, a ver qué salía. Y esto es lo que he intentado con esta Vida y tiempo de Manuel Azaña.

La infancia que eran recuerdos de una casa triste en Alcalá de Henares, los estudios en el Jardín de los Frailes de El Escorial, la juventud perdida, la vida que empieza en Madrid y París, la actividad como ateneísta, su postura francófila en la Guerra Europea, el trabajo literario en la revista La Pluma, su crítica novecentista al 98, la República, el Ministerio de la Guerra, la Presidencia, la Guerra civil y el exilio y la persecución son algunos de los veinticuatro eslabones que completan una biografía que en palabras de su autor no aspira a retratar de una vez por todas al personaje, ni a dar con una clave explicativa de su «caso»; no divide en periodos con fecha fija el curso de su vida: demasiado complejo fue Manuel Azaña, demasiados golpes recibió de la fortuna, como para decir que fue esto o lo otro, que hay dos, tres o cuatro Azaña, o uno solo, de una pieza.

La reciente edición en formato de bolsillo en la colección Punto de lectura es una nueva ocasión para acercarse a la figura de Azaña a través de sus circunstancias biográficas y el tiempo histórico problemático en el que desarrolló su actividad intelectual y su compromiso político.

Santos Domínguez

25 octubre 2010

Claudio Magris. Alfabetos


Claudio Magris.
Alfabetos.
Ensayos de literatura.
Traducción de Pilar González Rodríguez.
Anagrama. Barcelona, 2010.

En Alfabetos, Claudio Magris ha reunido una amplia colección de ensayos y artículos sobre literatura. La mayor parte de estos textos fueron apareciendo en el Corriere della Sera en los últimos doce años y son antes que otra cosa un prolongado y lúcido encuentro con la palabra que contiene y a la vez inventa la realidad.

Desde Salgari, Dumas, London o Stevenson, que presentan en sus novelas la vida como viaje y como aventura, hasta las vanguardias y la crisis de la modernidad y la posmodernidad, Magris propone en estas páginas un catálogo de lecturas que son su carnet de identidad y el código que permite entender el mundo, descifrar su alfabeto.

La Ilíada y la Odisea, los trágicos griegos, Lucrecio y Dante, Shakespeare, Leopardi o Baudelaire forman una parte esencial de ese catálogo de lecturas, complementarias de una tonalidad narrativa que la obra de Magris debe a Tolstói, Melville, Faulkner, Kafka o Sábato.

De la mano de esas y otras lecturas, Magris encuentra en la literatura el código que cifra una mirada hacia fuera y sobre todo hacia sí mismo:

A veces me pregunto de qué lado estoy, si mi historia es la contada por Guerra y paz, por La Metamorfosis de Kafka o por el Auto de fe de Canetti. Tal vez mi odisea literaria es la que cuenta mi viaje a la nada y el regreso; tal vez por eso los escritores que más me han enseñado son los que dan voz imparcial a las más diversas cuerdas y a las más antitéticas pasiones, a la fe y a la nada, como Singer, sin el que yo sería diferente de lo que soy.


Flaubert, Musil o Svevo y su mirada al vacío son algunas de las estaciones de paso de este viaje lector a través de los alfabetos que revelan el código de la civilización y la sensibilidad.

Pero hay en estos textos también un viaje que arranca de estaciones remotas en el tiempo y se acerca a lo contemporáneo: la felicidad según Solón, la cólera de Aquiles y de Lear, la guerra en Stendhal y en Tolstói, la muerte en Goethe, la melancolía y el spleen de Baudelaire, la suma de sombra y llama en los cuentos de Hoffmann, el nihilismo de Turguenev, las dos escrituras –novela y ensayo- de Sábato, o la fusión de experimentación, herencia bíblica y tragedia griega de ¡Absalón, Absalón!, una de las cimas de Faulkner.

Y estaciones dedicadas a lugares como Praga, centro de un excelente ensayo –Praga al cuadrado- sobre la relación intensa de esa ciudad con la literatura o a explorar la vinculación de metrópoli y vanguardia en las primeras décadas del siglo XX.

O paradas frente al mar para recordar la identificación entre la vida y la navegación en Conrad y en la India para evocar a Kim, protagonista de ese libro feliz de Kipling.

No podía faltar en este catálogo un capítulo dedicado a Kapuscinski, en quien conviven inseparablemente vida, escritura y viaje. Y hay paradas breves en lugares inhóspitos como la envidia entre poetas, el veneno como ingrediente de la vida literaria o la conflictiva relación entre éxito y valor en los best sellers.

Como en el conocido relato de Borges, el mapa que traza Magris es el autorretrato de un lector. Un autorretrato moral que relaciona literatura y ética, historia y vida en una labor crítica que implica una búsqueda del sentido del mundo a través de estos Alfabetos, que publica Anagrama en su colección Argumentos con traducción de Pilar González Rodríguez.

Santos Domínguez


22 octubre 2010

Aire nuestro


Jorge Guillén.
Aire nuestro.
Edición crítica de Óscar Barrero.
Fábula. Tusquets. Barcelona, 2010.

Toda mi poesía arranca más o menos directamente de mi experiencia: mi metafísica es la física. Siempre parto de lo elemental, del cuerpo que yo soy, de lo esencial que es el aire que respiro. Y el aire que respiro me pone en relación con el mundo, con el mundo en el que no estoy nunca solo, somos "nosotros", es el "aire nuestro".

Esas palabras, que Jorge Guillén escribió en 1983 en "Más allá del soliloquio", un artículo que publicó en el número 17 de la revista Poesía, resumen el sentido de su obra completa, de una obra en marcha que integró en el volumen Aire nuestro. Cántico, Clamor, Homenaje, ...Y otros poemas, Final son las entregas sucesivas de la poesía de Jorge Guillén.

Poesía de la mirada, en la que el poeta dialoga con la realidad a través de la luz, el espacio y el aire. Lo resumía el propio Guillén con estas palabras:

La luz, naturalmente, está en todas partes, en todos los poemas. Pero yo he puesto más importancia en las palabras que se refieren al aire. El aire es ese elemento que me enlaza con el mundo (. . .) Respirar, se trata de respirar.

Aire que relaciona al poeta en una respiración compartida con el mundo. Por eso, Aire nuestro se abre con estos versos:

Respiro,
Y el aire en mis pulmones
Ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
Alegría entrañada
Que no se me revela
Sino como un apego
Jamás interrumpido
—De tan elemental—

A la gran sucesión de los instantes
En que voy respirando,
Abrazándome a un poco
De la aireada claridad enorme.
Vivir, vivir, raptar —de vida a ritmo—
Todo este mundo que me exhibe el aire

En 2008, Óscar Barrero, tras varios años de trabajo, presentó la edición crítica de Aire nuestro en los Nuevos textos sagrados de Tusquets con una fijación rigurosa del texto en dos volúmenes. A los ochenta años de la primera aparición de aquella fe de vida que era la poesía celebratoria de Cántico, se reunía en esa edición el ciclo completo de la poesía de Jorge Guillén, uno de los ejes del 27. Una obra que es el resultado de lo que Salinas definió como la conciencia poética más clara, más luminosa, exacta y profunda que hace mucho tiempo ofrece nuestra lírica.

Fe de vida, tiempo de historia y reunión de vidas, esta edición, que ya se ha convertido en una referencia imprescindible en la fijación del canon textual de la poesía de Guillén, aparece ahora en la colección Fábula.

El aparato crítico de notas y variantes se ha colocado al final de cada uno de los dos volúmenes. Con ese buen criterio que le agradecerán los lectores, la edición de la poesía de Guillén puede leerse exenta de anotaciones.

Santos Domínguez

20 octubre 2010

Montaigne en Italia

Michel de Montaigne.
Diario de viaje a Italia.
Edición de Santiago Rodríguez Santerbás.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2010.

El 20 de noviembre de 1581, en el Puy de Dôme que se haría mítico en el Tour de Francia, Michel de Montaigne expulsaba la última de las variadas piedras que le martirizaron el riñón durante el viaje que había iniciado año y medio antes y que le llevaría por los caminos de Suiza y de Alemania hasta Italia.

Diez días después del episodio excretor, Montaigne volvía a su castillo, del que había salido el 22 de junio de 1580 huyendo de diez años de aburrimiento y retiro en su torre.

A lo largo de ese viaje que duró 17 meses y 8 días, fue dictando o escribiendo una serie de anotaciones e impresiones que no pensaba publicar. De hecho, este Diario de viaje a Italia no se imprimió hasta 1774, casi dos siglos después.

Dictado en parte a su secretario y escrito en parte de su puño y letra, contiene una abundante cantidad de bosquejos rápidos de todo lo que llama la atención del curioso viajero, del renacentista inquieto, del abuelo de la Ilustración que fue Montaigne.

El elogio de la comida alemana y la cocina suiza, la descripción de las hospederías y la travesía del Tirol, Innsbruck y Constanza, la entrada en Italia por Trento, la fealdad de las mujeres italianas, la protesta por la mala comida, el escaso entusiasmo que le provoca la ciudad de Florencia, la admiración sin límites por Roma, donde estuvo casi cinco meses, entre el 30 de noviembre de 1580 y el 19 de abril de 1581, los espectáculos callejeros, los sermones de la semana santa, la biblioteca del Vaticano, los calores de junio son algunos de los temas que anota Montaigne a lo largo del viaje.

No hay aquí voluntad de estilo ni prosa elaborada ni atención a los monumentos, sino apuntes, impresiones y curiosidad por todo, anotaciones de carácter tan privado como la evacuación de ese cálculo renal, ni duro ni blando, o los minutos que tuvo la cabeza bajo un chorro de agua fría en el baño.


A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco.

Y es que Montaigne viajaba como escribía: no era normalmente la reputación de los lugares, ni aún menos un plan preconcebido de ir por tal o cual sitio para conocerlo perfectamente, ni el camino seguido por otros viajeros, lo que determinaba el suyo; seguía poco las rutas ordinarias, y no se ve que en sus viajes (exceptuando siempre su atracción por las aguas minerales) tuviera un objetivo más concreto del que había tenido componiendo sus Ensayos.

Esas palabras esclarecedoras forman parte del excelente Discurso preliminar que Meunier de Querlon redactó para presentar en 1774 los tres tomos del Diario de viaje a Italia por Suiza y Alemania. Incorporarlo al frente de este volumen es una de las aportaciones más plausibles de esta cuidada edición que acaba de aparecer en Cátedra Letras Universales con traducción y notas de Santiago Rodríguez Santerbás.

Santos Domínguez

18 octubre 2010

Antes del futuro imperfecto

Medardo Fraile.
Antes del futuro imperfecto.
Páginas de Espuma. Madrid, 2010.


En 2004 Escritura y verdad recogía toda la obra cuentística hasta ese momento de Medardo Fraile, que junto con Ignacio Aldecoa y Antonio Pereira, forma la triada de maestros del relato corto en España en los últimos cincuenta años.

Ahora, la misma editorial, Páginas de Espuma, publica Antes del futuro imperfecto, que incorpora los relatos que Fraile ha ido escribiendo en estos últimos años.

La primera parte del volumen, que es la que le da título, recoge, junto con cuatro cuentos nuevos, una selección temática de los Cuentos completos. Agrupados bajo el subtítulo Los cuentos de las aulas, están ambientados en tres etapas formativas: el colegio, el instituto y la universidad, y poblados de una variada fauna de maestros, profesores y alumnos.

Algunos de esos relatos, como Señor Otaola, Ciencias, Centenario o Al-Andalus, editados en libros anteriores, forman parte de lo más representativo y memorable de la narrativa de su autor.

La segunda parte del libro, Fuera de sí (Cuentos del futuro imperfecto), agrupa un conjunto de veinticinco relatos inéditos y de variada temática. Algunos, como Melpómene, están a la altura del mejor Medardo Fraile. Y en muchos de ellos, la sutileza y el misterio, la intensidad y el secreto, la sugerencia y la memoria, el costumbrismo y el esperpentismo se convierten en las claves que conviven en el mundo literario de Medardo Fraile y en su poética del cuento.

Una poética que combina narrativa y verdad, dos elementos que se desarrollan entre la memoria de tiempos y espacios y la invención de situaciones y personajes.

Autor consciente que ha reflexionado con agudeza y perplejidad sobre la técnica del relato y su misterio, Medardo Fraile es un estilista que no hace del estilo el centro de interés del. Sus relatos son algo más y algo menos que una historia, relatos sin centro cuya sustancia narrativa se alimenta de lo impreciso, lo abierto y lo fragmentario.

En alguna ocasión ha señalado Fraile que los cuentos que más le gustan son los que no tienen argumento, aquellos en los que no pasa nada. Y esa característica recorre muchos de estos relatos, que tienen tras su aparente sencillez una capacidad de sugerir sin decir aprendida seguramente en Chejov y en Katherine Mansfield y un estilo muy trabajado, del que pueden servir de muestra estas líneas, de José I:

Los días del curso giraban, engrasados o no, en el gozne de las conjunciones: días principales y días subordinados; días de todos los tiempos; días sustantivos, días breves y cargados como una interjección o como un suspiro.


Pocos entienden a un escritor de cuentos -declaraba Medardo Fraile con la misma ironía que despliega en sus relatos-. Es como un señor que, nadie sabe por qué, se pone todos los días una americana estrecha en vez de meterse cómodamente en un macferlán. Para empezar, la gente cree que el cuento sólo tiene que ver con la infancia y le anima a uno a escribir novelas. Equiparar la literatura a la novela es pura ignorancia o estupidez. El escritor de relatos suele ser menos famoso y ganar menos dinero que otros literatos -aunque literato es una palabra que aborrezco- y, si escribe mejor que ellos, eso pasa también desapercibido. Quizás a cambio obtenga prestigio, satisfacción personal y el gusto de estar en rebeldía con su verdad a cuestas.

Santos Domínguez

15 octubre 2010

Coleridge. Poemas



Samuel Taylor Coleridge.
Poemas.
Traducción y edición de Gabriel Insausti.
Renacimiento. Sevilla, 2010.

Conocido y citado habitualmente por su poesía narrativa, que funde argumento y diálogo dramatizado, la lírica de Coleridge (1772-1834) ocupa un inmerecido lugar secundario no sólo en la obra del poeta, sino en el panorama de la poesía romántica inglesa.

A reivindicar esa vertiente lírica de Coleridge se orienta la espléndida antología bilingüe de sus Poemas, seleccionados, traducidos y comentados por Gabriel Insausti para la colección de poesía universal de Renacimiento.

Autor de una poesía meditativa que influyó decisivamente en Cernuda, el alma visionaria del poeta expresa en estos textos el sentimiento del paisaje, la visión de la naturaleza serena o agitada de los campos, las colinas o los bosques que Coleridge recorría en sus largas caminatas.

Porque Coleridge es uno de los poetas que componen sus textos mientras pasean. Y de la imposibilidad de realizar esos paseos por un accidente doméstico surge una de sus cimas poéticas: La sombra de los tilos que es mi cárcel, un intenso canto a la amistad y al paisaje en el que están presentes todas las claves líricas del Romanticismo: la soledad, la voluntad evasiva, el tiempo, el ansia de libertad, la quietud y el silencio.

La poesía de Coleridge es una poesía de la mirada y de la imaginación. La imagen se convierte en un motor fundamental de la mayoría de estos poemas, que mantienen el tono conversacional característico de la poesía inglesa y proyectan la melancolía conscientemente en el paisaje, en una transferencia que reconoce otro de sus mejores poemas, El ruiseñor:


En la naturaleza
no hay nada melancólico. Sucede
que un viejo vagabundo –el corazón
herido del recuerdo de una pena
o un vago malestar o un amor que no fue-
llenó todas las cosas de sí mismo
e hizo que el sonido de los bosques
contara su tristeza: él, y otros como él.


La traducción de Gabriel Insausti utiliza como cauce de contención el endecasílabo blanco, que alguna vez se desborda en alejandrinos armónicos. Además de la impecable traducción, las notas que comentan con amplitud, sensibilidad e inteligencia los poemas de la antología, harán de este libro una edición de referencia de la poesía romántica inglesa en español.

Santos Domínguez

13 octubre 2010

Otoño en Madrid hacia 1950


Juan Benet.
Otoño en Madrid hacia 1950.
Debolsillo. Barcelona, 2010.

Con el prólogo que el propio Benet escribió en abril de 1987 para su publicación en Alianza, Debolsillo recupera en su colección Contemporáneos Otoño en Madrid hacia 1950, un espléndido conjunto de cuatro textos en una edición preparada por Ignacio Echevarría.

Casi unas memorias indirectas es lo que contiene –las palabras son del prólogo de Benet- este pequeño volumen de memorias en cierto modo contrapuesto a mi propósito de no escribir unas memorias ni un diario ni cosa parecida.

Cuatro textos que, a medio camino entre el ensayo y el artículo, son el resultado de una combinación de esfuerzos (la amistad y la memoria) y fueron escritos entre 1972 y 1986, en los años en que Benet creó la parte esencial de su obra.

La evocación de Baroja en su ancianidad friolera y desengañada, mientras imparte desde el sillón sacramental de su tertulia de la calle Alarcón un curso general sobre el desencanto; el retrato de el pintor Caneja (el pintor más rojo de los rojos); el Madrid de Eloy, el hombre que un día desapareció, sin más, y un memento de Martín-Santos trazan más una galería de retratos, elaborados con mejor o peor mano, que los sincopados fragmentos de unas memorias que, insisto, ciertamente nunca he sentido la necesidad de escribir.

Galería de retratos en un páramo cultural, porque esos personajes se recortan contra el desolado territorio del Madrid de la posguerra, que es el hilo conductor de estos textos en los que brilla el Benet más cercano, el conversador ingenioso y punzante, el narrador atento al detalle, distante y memorioso, el constructor de un retablo poblado de personajes y situaciones inolvidables, contadas en la excepcional prosa del fundador de Región.

Entre el humor y la pedagogía, entre la especulación y la anécdota, Otoño en Madrid hacia 1950, además de ser una muestra cabal del Benet ensayista y escritor de artículos, aporta valiosas claves sobre sus afinidades vitales y literarias.

Cuando en 2001 se reeditó Otoño en Madrid hacia 1950 en la colección Letras madrileñas contemporáneas de Visor, lo introducía un jugoso texto de Antonio Martínez Sarrión (Juan Benet: Las memorias negadas) que reaparece ahora a modo de epílogo con una leve variación en el título.

En ese epílogo, Martínez Sarrión define este libro como una obra maestra, favorita de muchos lectores, que Benet escribió a vista de pájaro, con la tonalidad oral y maliciosa del conversador y con un oído privilegiado para la cadencia de la prosa.

Santos Domínguez

11 octubre 2010

Palestina


Hubert Haddad.
Palestina.
Traducción de Purificación Meseguer.
Demipage. Madrid, 2010.

A orillas de la carretera que bordea la barrera electrónica, Cham, soldado de primera, observa el autobús que se aleja camino de Tel Aviv. Minutos antes, tras depositar armas y equipación, habia salido del puesto de mando con su orden de permiso en el bolsillo, rebosante de alegría. Tres semanas de libertad que empiezan con un dia perdido. Sin saber muy bien que hacer, se encamina hacia abajo en lugar de volver a subir y alertar de su presencia. Cham desciende arrastrando los pies hacia el puesto de observación donde el suboficial Tzvi espera el relevo en una garita de hormigón armado.

Así comienza Palestina, la novela con la que Hubert Haddad obtuvo en Francia el año pasado el Premio Renaudot. La publica Demipage con traducción de Purificación Meseguer.

Haddad (Túnez, 1947), en el que conviven las herencias judía y bereber, hace en ella su particular acercamiento al conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes en una Cisjordania en ruinas.

Palestina es una novela que tiene una evidente base real y documental, una narración que no renuncia al análisis y que por tanto es en gran medida una alegoría, una representación estilizada de la realidad.

Esa representación simbólica tiene como eje la figura del protagonista, el soldado israelí que sufrirá un secuestro, perderá la memoria y la identidad y se instalará en Hebrón en la casa de una muchacha que representa simbólicamente a Palestina, incluso con su nombre, Falastin.

Con una nueva identidad, el soldado Cham, convertido en el palestino Nessim, pasará de victimario a víctima, de represor a reprimido, de ocupante a ocupado, sufrirá los controles policiales, las humillaciones del ejército israelí al que perteneció.

Más que el análisis político o social de la situación, lo que le interesa a Haddad es el enfoque intrahistórico, es decir, explorar desde dentro el lado humano del conflicto para dejar una puerta abierta a la esperanza y a la convivencia a través de esos dos personajes centrales, ajenos a las posiciones extremistas e irreconciliables.


Santos Domínguez

08 octubre 2010

El bosque dividido en islas pocas

Jenaro Talens.
El bosque dividido en islas pocas.
Antología poética (1960-2008).

Selección y prólogo de Antonio Méndez Rubio.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2009.


Que el nombre entero permanezca
fuera de ti, como gemidos que

se desintegren en mi boca.

Que este confín de alondras que sofoco
en los linderos de mi voz, abone

la siembra, el grano y su raíz y el labio
te diga apenas como si vivieses
en la alusión sin cuerpo, sobre un prado

de sonidos ajenos, floración de piel,
viento invisible en mi interior,
aurora.

Invocación a la poesía, al que pertenecen esos versos, es uno de los poemas que aparecen en El bosque dividido en islas pocas, la antología poética que recoge medio siglo de escritura de Jenaro Talens (Tarifa, 1946).

Una escritura que, como ha señalado su autor, tiene como motor el desasosiego que calma el poema, el desconcierto que precede a la revelación del mundo.

La amplia selección, preparada y prologada por Antonio Méndez Rubio para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, toma como punto de partida los tres volúmenes en los que Talens ha ido organizando sus libros y recogiendo su abundante poesía: Cenizas de sentido (1962-1975), El largo aprendizaje (1975- 1991) y Puntos cardinales (1991-2006), a los que se añade un conjunto de poemas agrupados bajo el título La certeza del girasol y otros poemas de una obra en marcha (2006-2008)

Cada uno de esos ciclos poéticos ha supuesto una exploración expresiva y una incursión arriesgada en nuevos territorios literarios. Jenaro Talens, alejado por voluntad y por práctica de lo que él mismo ha llamado la poesía llorona, directamente confesional y autobiográfica, practica lo que el prologuista define como poética de la insurrección, concibe la escritura como reflexión autocrítica y como crítica del lenguaje, como apología de la incertidumbre, como reflejo en un espejo que miente. Mi oficio es la extrañeza podría ser el mejor resumen de su actitud como poeta.

En esta antología, que aspira a ser una obra nueva más que una mera recopilación textual, los poemas dialogan entre sí en un contexto distinto del original, establecen unos con otros relaciones inéditas y plantean una reflexión plural sobre la realidad y sobre la identidad propia, van de la proyección al señalamiento y delimitan el lugar desde el que habla el poeta, el lugar desde el que el texto mira la realidad y se convierte en espacio de encuentro entre la subjetividad y la objetividad, entre el escritor y el mundo.

La escritura de Jenaro Talens persigue por eso la delimitación de un espacio propio del poema, es una composición de lugar que fija un territorio conquistado al tiempo por la palabra del poeta.

Una noción de lugar frente a la destrucción del tiempo que sigue estando presente en el último poema de esta antología, Cabo do Mundo, que se cierra con estos versos:

La llaman costa de la muerte,
pero el azul que abraza sus espumas

habla de recurrencias, de resurrecciones,

de esa vuelta al comienzo

que ha sido siempre el mar, sin profecías

ni más oráculos que la costumbre
de habitar en los sueños y permanecer.


Santos Domínguez

06 octubre 2010

Amor malo y feroz

Larry Brown.
Amor malo y feroz.

Traducción y presentación
de Luis Ingelmo.
Bartleby. Madrid, 2010.

En Amor malo y feroz, Larry Brown (Oxford, Misisipi, 1951-2004), reúne diez textos -ocho relatos, un diálogo y una novela corta- ambientados en el Sur profundo, en el Misisipi rural del autor.

Pero la ambientación exterior es tal vez lo menos relevante de estos relatos construidos desde el interior de los personajes, narrados por unos protagonistas en los que conviven la insatisfacción y la esperanza, las tendencias autodestructivas y la ingenuidad. Los tugurios de carretera y los caminos solitarios son los ámbitos en los que se desenvuelven estos textos de interiores anímicos, de finales abiertos y evidente eficacia narrativa.

Personajes que se salvan narrando, hablando, contando sus vidas, escritores frustrados, aspirantes a publicar sus cuentos en revistas y editoriales que invariablemente rechazan los originales, bebedores compulsivos de cerveza mientras fuman y conducen coches destartalados por carreteras secundarias en viajes a ningún sitio, por caminos sin nadie, los protagonistas de estos textos de Larry Brown son seres solitarios y desvalidos que arrastran fracasos matrimoniales y frecuentan clubes de carretera.

Más entroncado con Carver que con Faulkner, el mundo de estos personajes recuerda - más que a Cormac McCarthy o a Flannery O’Connor- a Tarantino y a Johnny Cash. Porque sus claves estéticas y vitales proceden del cine, de la música o de la pulp fiction más que de ninguna influencia de alta literatura.

El mundo de estos personajes es el de la música country que escuchan mientras beben cerveza y conducen, una música que habla, como dice uno de los narradores de estos relatos, de la bebida, de los cuernos, de la pérdida y el encuentro del amor.

Los acaba de publicar en España Bartleby, con traducción y presentación de Luis Ingelmo.


Santos Domínguez

04 octubre 2010

Historia social del flamenco

Alfredo Grimaldos.
Historia social del flamenco.
Península. Barcelona, 2010.

El carácter social del flamenco es, sin duda, una de sus más ilustrativas claves históricas. Basta un simple escrutinio de urgencia en torno a su voluble pasado para apreciar la validez de ese juicio. En efecto, desde sus inciertos orígenes hasta sus más recientes modos de manifestarse, las fortunas y las adversidades artísticas del flamenco han dependido normalmente de la aventura vital de los intérpretes, de sus necesidades expresivas, pero sobre todo de su grado de integración en una determinada soledad. Podría decirse que la evolución cíclica del flamenco -del cante, del baile, del toque— ha estado supeditada en todo momento a las condiciones ambientales en que fue desarrollándose.

A desarrollar ese innegable postulado y a documentar histórica y periodísticamente con testimonios de sus protagonistas la relación entre el cante flamenco y la sociedad, dedica Alfredo Grimaldos esta Historia social del flamenco que acaba de aparecer en Península con un prólogo de José Manuel Caballero Bonald al que pertenece ese párrafo.

Canto porque me acuerdo de lo que he vivido, decía Manolito el de María, profundo y casi mendigo, desde su cueva de Alcalá de Guadaira. De la cueva oscura a las ventas, de las fraguas a los colmados, de los reservados a los tablados de los teatros y a las plazas de toros, desde las Cortes de Cádiz a la actualidad pasando por las sublevaciones campesinas, la época republicana, la dictadura y la clandestinidad antifranquista, la historia del flamenco es inseparable de la historia de España, del trasfondo social de la Andalucía de la injusticia y de la marginación. De la seguiriya a la soleá, es la historia de las calamidades y la pobreza hechas cante negro de fragua y de celda o cauce de la explosión a compás de la alegría festera.

A través de la evolución del flamenco y las contingencias históricas que lo relegaron a la marginación o lo convirtieron en la diversión favorita de la clase alta, este libro es un recorrido generosamente ilustrado por la tragicomedia flamenca de la mano de Rancapino, por las alegrías de Cádiz y la prehistoria secreta del cante, por las persecuciones y los fandangos republicanos, por el hambre y los tablaos, por los reservados para los señoritos y el compromiso político de Menese, Gerena y Moreno Galván, por la revolución de Camarón y la situación de los cantes en la actualidad.

Es la historia del paso de la época hermética y marginal a la situación del flamenco en esta época de globalización, del cante como consuelo y alivio o como grito de rabia a la profesionalización y a la fama internacional, de las cavas de Triana, el barrio jerezano de Santiago y las cuevas del Sacromonte a los grandes auditorios de Nueva York o al festival de Salzburgo.

Una evolución en la que los flamencos han ganado difusión, dinero y prestigio social, pero también han perdido pureza y hondura en algunos casos. Lo resumía así Rancapino: “Los artistas estamos ahora mejor, pero el flamenco no.”

Y es que con frecuencia se ha pasado del flamenco al flamenquito, de la voz templada al grito estridente, de la lentitud del temple a la velocidad del vértigo, de los tercios a algo tan ajeno estilísticamente al cante jondo como el estribillo pegadizo y comercial.

A través de largas conversaciones con Antonio Mairena, Sordera, Farruco o Rancapino, Alfredo Grimaldos ha escrito un libro que reivindica la pureza y la rebeldía del Bizco Amate, las letras renovadoras de Moreno Galván cantadas por José Menese, la genialidad reciente de Camarón o Paco de Lucía, la radicalidad salvaje de Manuel Agujetas, hermético y primitivo, que afirma que “uno que sepa leer y escribir no puede cantar flamenco, porque pierde la buena pronunciación.”

Un libro que es también un homenaje al cante que distrajo las hambres de Andalucía, denunció la represión franquista y la brutalidad de la guardia civil caminera, y a cantaores como Fosforito o Terremoto, que conservaron los sonidos negros de los que decía Manuel Torre que eran el fundamento del duende.

Santos Domínguez

01 octubre 2010

Símbolos solubles


Kikí Dimulá.
Símbolos solubles.
Traducción de Nina Anghelidis.
Introducción de Juan Antonio González Iglesias.
Linteo Poesía. Orense, 2010.

Considerada por la crítica como la mejor poeta griega desde Safo, Kikí Dimulá (Atenas, 1931) ha recibido recientemente el Premio Europeo de Literatura, que reconoce la importancia de una obra que durante más de medio siglo ha transformado la poesía griega contemporánea.

Parte de su obra se tradujo al español por vez primera en 1989 por Nina Anghelidis, una acreditada traductora de poetas griegos contemporáneos, responsable también de la versión que Linteo acaba de publicar con el título Símbolos solubles.

Con una introducción de Juan Antonio González Iglesias, es una antología que recoge poemas inéditos en español de algunos de los libros más significativos de Kikí Dimulá, desde Lo poco del mundo (1971) hasta Nos hemos trasladado al lado (2007).

Como una poeta fuerte define González Iglesias a Kikí Dimulá, que concibe la poesía como revelación, como epifanía de la palabra que hace al lector partícipe de su mirada renovada sobre el mundo.

Lirismo y precisión verbal son los medios para llevar a cabo una indagación en la realidad que es antes que otra cosa una indagación expresiva, “una excursión lejos de la populosa lengua”, como señaló en su discurso de ingreso en la Academia de Atenas.

La sensación de pérdida, la experiencia de la soledad, el sentimiento del tiempo son las constantes temáticas de una poesía que convierte lo cotidiano en material simbólico que aspira a resistir la disolución y a reflejar el instante detenido en el poema:

Desciendo al fondo,
busco, penetro en los naufragios.

La poesía de Kikí Dimulá pretende extraer valores insospechados de la lengua, sometida a una tensión inusual para obligarla a expresar el asombro, a transformar la perplejidad en revelación y a instituir una realidad más alta desde su propia subjetividad: Escribo porque esta es la única elevación que me ha sido otorgada.

Y el poema se convierte así en el lugar en que se armonizan los contrarios, en un universo que contiene el universo, en un territorio resistente al tiempo y a la conciencia de la fugacidad:

Y algo frío, glaciar me está cincelando.


Santos Domínguez

29 septiembre 2010

El día del juicio


Salvatore Satta.
El día del juicio.
Traducción de Joaquín Jordá.
Anagrama. Barcelona, 2010.


Reanudo, después de muchos meses, este relato que tal vez nunca hubiera debido comenzar. Envejezco rápidamente y siento que me preparo un triste final, ya que no he querido aceptar la primera condición de una buena muerte, que es el olvido. Es posible que no existan don Sebastiano, doña Vincenza, Gonaria, Pedduzza, Giggia, Baliodda, Dirripezza, todos los demás que me han conjurado a liberarles de su vida; soy yo quien los ha evocado para liberarme de la mía sin medir el riesgo a que me exponía, el de convertirme en eterno. (...) Para conocerse hay que desarrollar la propia vida hasta el fondo, hasta el momento en que se entra en la fosa. Y también entonces hace falta que exista alguien que te recoja, te resucite, te cuente a ti mismo y a los demás como en un juicio final. Es lo que yo he hecho en estos años, lo que quisiera no haber hecho y lo que seguiré haciendo, porque ahora ya no se trata del destino ajeno, sino del mío.


Así termina El día del juicio, una de las novelas más absorbentes y deslumbrantes de la literatura europea en los últimos cuarenta años. La escribió casi en secreto Salvatore Satta (1902-1975), jurista nacido en Nuoro, Cerdeña, donde transcurre esta obra póstuma, publicada por primera vez en 1977 y reeditada en 1979 en la editorial Adelphi, con mayor difusión. A partir de ese momento se convirtió en una novela de enorme éxito internacional, traducida a las principales lenguas de cultura y ensalzada por la crítica como una obra maestra.

En 1983 Anagrama la publicó con la traducción de Joaquín Jordá que se rescata ahora en la colección Otra vuelta de tuerca, en la que añade como prólogo el texto (Mil años de soledad) que George Steiner dedicó a la traducción inglesa de la novela, a la que califica como "una de las obras maestras de la soledad en la literatura moderna, tal vez en toda la literatura."

La peripecia previa a esas ediciones es casi otra novela. La familia de Satta encontró el mecanoscrito entre sus viejas cartas y, algo después, en una agenda, el manuscrito de El día del juicio, una obra con la que su autor entra con potencia en la historia de la novela italiana.

Había empezado a redactarla en 1970 como un doloroso ejercicio de evocación del Nuoro de su infancia, como una narración con claves autobiográficas que van poblando una larga serie de personajes a partir de la familia Sanna Carboni y de la figura del notario Sebastiano Sanna, una indisimulada evocación de su propio padre.

Desde ese eje de referencia, El día del juicio se convierte en una novela coral, en una evocación que conjura presencias fanstasmales y recuerdos de la infancia, a medio camino entre las lápidas de la Antología de Spoon River y las danzas de la muerte.

Pero El día del juicio - un libro de los muertos y para los muertos, como dice Steiner- es una novela póstuma no sólo en las circunstancias de su publicación, sino en su enfoque. Desde esa conciencia póstuma, la mirada comprensiva y benévola del narrador mantiene una perspectiva distante hacia esa Cerdeña crepuscular.

Una mirada casi cinematográfica que recuerda la voz en off de las películas neorrealista y que se dirige hacia ese Nuoro que no era más que un nido de cuervos, habitado por los muertos, un lugar tan desolado y ardiente como la Comala cristera, ventosa y seca, de Juan Rulfo.

Porque esta no sólo es una novela de personajes. Es también y en gran medida la materialización narrativa de la isla de Cerdeña, de un territorio, un ambiente y un paisaje en que lo social se confunde con la extrema dureza de unos factores físicos y geográficos que condicionan la vida de los habitantes de ese lugar insular y árido, al margen de la Historia, situado fuera del tiempo o suspendido en un tiempo inmóvil.

La gente de Nuoro parece el cuerpo de guardia de un castillo de mala muerte: tenebrosos, hoscos, hombres y mujeres, con un traje austero, que apenas rinde un mínimo tributo al halago del color, la mirada atenta para la ofensa y la defensa, desmedidos en el beber y en el comer, inteligentes y desconfiados. ¿Cómo es posible que de esas serenas marionetas pudieran surgir estos personajes trágicos?

Un lugar inhóspito, de demoniaca tristeza, donde la muerte es eterna y efímera y se sobrevive en medio de la adversidad y la aspereza de la tierra, que acaba aniquilando a sus habitantes y se convierte en el verdadero núcleo de la novela. Un lugar cuya verdadera y única historia es el día del juicio.

Pero más allá de su localismo y de su valor testimonial sobre la vida cotidiana, la sociedad y el poder en la Cerdeña de finales del XIX y comienzos del XX, El día del juicio es una reflexión de valor universal sobre la condición humana, sobre la familia, la sumisión, las diferencias sociales, la tradición y el progreso o el sentido de la existencia.

Porque Nuoro, con sus 7051 habitantes (la mitad de ellos alcoholizados), sus múltiples historias y con su centro y su lugar común en el cementerio, es la ciudad de los muertos, un microcosmos representativo, una imagen simbólica –más universal cuanto más local- del mundo.

Y Satta lo cuenta desde la otra orilla, con una prosa tan seca como el paisaje y la tierra de Nuoro, pero de una enorme efectividad artística.

Santos Domínguez

27 septiembre 2010

Diario del año de la peste


Daniel Defoe.
Diario del año de la peste.
Traducción de Pablo de Grosschmid.
Introducción de José C. Vales.
Impedimenta. Madrid, 2010.

La última Danza de la muerte titula José C. Vales su introducción al Diario del año de la peste, la narración con apariencia documental que Daniel Defoe publicó en 1722 sobre la peste que había asolado Londres más de medio siglo antes.

Defoe había nacido en 1660 y tenía menos de cinco años cuando se produjo aquella epidemia de 1665 que describe en el libro una primera persona que desempeña la función del cronista verosímil que permaneció en Londres para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias.

Tres años antes de este Diario del año de la peste, Defoe había publicado la obra que le daría más fama, Robinson Crusoe, en la que llevaría a la novela la ideología ilustrada y la confianza en la razón. En más de un sentido la crónica imaginaria que tituló Diario del año de la peste es su antítesis, porque en ella su autor parece reconocer las limitaciones del optimismo del Siglo de las luces. Por eso, tal vez sea este inclasificable documental dramatizado la obra de Defoe que esté más cerca de la mentalidad contemporánea.

Mezcla de crónica y ficción, de ensayo y narración, de análisis moral y poderosas descripciones, en el Diario del año de la peste persiste el racionalista que desmiente las supersticiones populares, el moralizador que fustiga las debilidades humanas. Pero ese Defoe ha pasado ya a un segundo plano para dejar paso al escritor perplejo ante la muerte y el mal, escollos con los que choca el optimismo ilustrado en un tiempo (1720) en que se teme un nuevo brote de la epidemia, que amenaza desde Marsella.

Y entonces, la potencia democratizadora de la muerte, la desorientación y la pérdida de confianza en el hombre, la razón y la ciencia, las decenas de miles de muertos llevan al cronista interpuesto por Defoe a renunciar a sus viejos ideales para buscar refugio en la religiosidad.

Tras la frialdad objetiva de los datos estadísticos de bajas e inhumaciones, las descripciones de las calles vacías, las casas abandonadas y los cadáveres amontonados trazan un detallado mapa de horrores, de detalles macabros y de comportamientos irracionales y mezquinos que son el resultado de la convivencia diaria con el pánico y provocan el desengaño de los valores ilustrados.

El Defoe moralizador acaba proyectando en el Diario una mirada crítica que renuncia a las bases ideológicas de la Ilustración, sobre todo a la aspiración de armonía, fraternidad y progreso. Frente al altruismo idealista, los comportamientos reflejados en las situaciones límites que evoca la obra son los del egoísmo, la confusión y el ensimismamiento del que ve al otro como enemigo, como un riesgo de contagio, como un mensajero de la muerte.

Muchos de los lectores del Diario del año de la peste llegamos a este libro a través de García Márquez, que lo ha reivindicado insistentemente como uno de sus libros de cabecera y como modelo de crónica y de reportaje periodístico. En 1969, casi a la vez que Cien años de soledad, apareció en Seix Barral la excelente traducción de Pablo de Grosschmid que, tras varios años fuera de la circulación, ha sido revisada para esta edición que acaba de publicar Impedimenta.

Santos Domínguez

24 septiembre 2010

Elegía


Mary Jo Bang.
Elegía.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de Jaime Priede.
Poesía Bartleby. Madrid, 2010.

El 15 de junio de 2004, a los 37 años y de una sobredosis, moría Michael Donner Van Hook. Desde entonces, durante un año, Mary Jo Bang, su madre, escribió los poemas de esta Elegía que acaba de publicar Bartleby.

Qué es la elegía sino el intento
de resucitar vida

en lo que una vez fue el que se ha ido.


Entre el recuerdo de la infancia y la experiencia del tanatorio, desde una ciudad metálica y fría, con cristales y herrumbre, los poemas de Elegía expresan la atormentada aritmética /del uno menos uno.

Alejado de la resignación y del consuelo, este libro duele. Es una herida que no acaba de cerrarse. /.../ Cada uno de estos poemas es un abismo, señala Jaime Priede en el prólogo que ha puesto al frente de su traducción.

Una elegía que atraviesa los meses y el espacio del desamparo que une a los vivos y a los muertos con el dolor del recuerdo y el sentimiento de culpa, como en esta Oda a la historia:

Si no se hubiera acostado con aquel chico
hace todos esos años, dónde estarían, se pregunta.
Ella y el hijo que no habría existido y que ya

no existía. No sabría nada
de la maternidad. No sabría nada

de la muerte. No sabría nada

del amor. Esas tres cosas que se le concedían
para recordar. Despiértame, por favor, dijo ella,
cuando esta vida termine. Mírala: es como si
las ventanas de la noche estuvieran cosidas a sus ojos.

En el tono menor que practica la poesía norteamericana del último medio siglo, los textos de esta Elegía hablan en voz baja, no lloran, susurran sin gesticulaciones y evitan la lágrima fácil:

Pero se acabó el hablar
en voz alta. Sólo excavación

para encontrar lo antiguo.


Equidistantes de la resignación y de la melancolía que se recrea en su propio vacío y en la ausencia, el centro de estos poemas es un dolor objetivo que se desprende progresivamente de la primera persona para distanciarse de una sentimentalidad ensimismada.

La pérdida de alguien que en el borde del abismo se convirtió de repente en el abismo se transforma así en motivo de reflexión y de lucidez y el dolor se transfigura en un factor de crecimiento.

Santos Domínguez

22 septiembre 2010

La canción de Ruth


Marifé Santiago Bolaños.
La canción de Ruth.
Bartleby. Madrid, 2010.

La memoria personal, familiar y colectiva, la narración y la poesía conviven en la última novela de Marifé Santiago Bolaños, La canción de Ruth, que acaba de publicar Bartleby en su colección de narrativa.

Con la guerra civil española como telón de fondo, el pasado y el presente confluyen, a través de estructuras repetitivas y variaciones propias de la canción que articula el libro:

En el Cuerno de Oro, tu nombre es Nostalgia.

Y de la misma manera se superponen lo mitológico y lo cotidiano en las tres personas del verbo con las que se expresan las voces femeninas que relatan las historias circulares o paralelas de La canción de Ruth.

Historias de mujeres a las que el tiempo y el espacio abolidos hace contemporáneas. Mujeres derrotadas en la España de posguerra, en el Moscú de Marina Tsvietaieva o en los episodios bíblicos de Ruth.

Y así sus palabras se entretejen y se cruzan en monólogos y diálogos que recuperan la memoria personal y colectiva de un mundo de víctimas calladas, porque el dolor y la tristeza son universales y están por encima de las diferencias de los tiempos y los lugares de la derrota.

En Madrid o en Moscú, en Budapest o en León, la mujer es la víctima doble del poder político y de la violencia machista. Es, como Ruth, la extranjera, la que no tiene patria, la que vive en un mundo ajeno, de hombres que la condenan al desarraigo y a la obediencia, la viuda pobre y sumisa, la hija del vencido, la nómada triste.

La canción de Ruth recupera su memoria y su palabra en un ejercicio en el que conviven ejemplarmente el testimonio ético y la exigencia estilística, la reivindicación de la dignidad de esas mujeres y la intensidad verbal.

Santos Domínguez


20 septiembre 2010

Montaigne. La educación de los hijos


Michel de Montaigne.
La educación de los hijos.
Traducción de Ezequiel Martínez Estrada.
Prólogo de Adolfo Castañón.
Veintisiete Letras. Madrid, 2010.

Estas páginas no son sino las divagaciones de un hombre que sólo ha gustado la corteza de las ciencias, y eso en su infancia, no habiendo retenido de ellas más que una informe imagen, un poco de cada cosa y nada de todo, a la francesa.

Con esa frase justifica Montaigne su escritura en La educación de los hijos, el primero de los tres ensayos que recoge en un volumen Veintisiete Letras en su colección In/mediaciones.

Cuando publicó sus Ensayos en 1580, Montaigne no sólo se convertía en uno de los padres de la modernidad. Estaba fundando un género que indaga subjetivamente en la realidad y que ahonda en el conocimiento de sí mismo:

Esto que aquí escribo son mis opiniones e ideas; yo las expongo según las creo atinadas, no para que se las crea. No busco otro fin que descubrirme a mí mismo.


Está aquí Montaigne en estado puro: el intelectual lúcido, el humanista comprensivo, el escritor irónico que repudia la enseñanza repetitiva y acrítica:

Debe el maestro hacer que el discípulo pase todo por el tamiz y que su cabeza no dé albergue a nada por la simple autoridad y crédito; los principios de Aristóteles, como los de los estoicos o los de los epicúreos, no deben ser para él principios absolutos. Que se le proponga diversidad de juicios: él escogerá si puede, y si no, permanecerá en la duda.

La defensa de la independencia de juicio y la propuesta de una educación que enseñe a vivir (porque se nos enseña a vivir cuando la vida ha pasado) es la base del ensayo que da título al volumen, que se complementa con otros dos ensayos, De la pedantería –o De los maestros-, un alegato contra la enseñanza memorística y maquinal:

Valiera más informarse de quién es el mejor, no del que sabe más. Trabajamos únicamente para llenar la memoria, y dejamos vacíos conciencia y entendimiento.

El tercer ensayo -De los libros- es el repaso del lector agradecido que fue Montaigne por sus autores preferidos, de Séneca a Boccaccio, de Virgilio a Plutarco.

Un Montaigne revitalizado en la memorable versión de Ezequiel Martínez Estrada, que –como escribe Adolfo Castañón en su prólogo- modernizó, refrescó y dio nuevo brío a la prosa de Michel de Montaigne.


Santos Domínguez



17 septiembre 2010

La música del desierto


W.C. Williams.
La música del desierto y otros poemas.
Traducción y prólogo de Juan Antonio Montiel.
Lumen. Barcelona, 2010.

Williams Carlos Williams (1883-1963), forma parte de una generación de poetas que rompieron con la tradición inglesa para dar lugar a una época renovadora y brillante en la poesía norteamericana del XX.

Nieto de Emily Dickinson, amigo de Hilda Doolittle y Ezra Pound y precursor de Ginsberg y Kerouac, William Carlos Williams buscó la precisión de la palabra poética, la exactitud de lo concreto, la transcendencia de lo cotidiano, la fuerza conceptual del habla coloquial.

Eliot, Pound, Wallace Stevens o e. e. cummings son algunos de sus compañeros de viaje, pero quizá W. C. Williams fuese el más radical de todos, el más alejado de la norma, de la tradición métrica y del mundo académico.

Esa radicalidad renovadora, que modificó la música y el tono de la poesía norteamericana, tiene su momento decisivo, su referencia sin retorno en La música del desierto. Publicado en 1954, cuando daba ya por superada la poesía que había desarrollado en Paterson, La música del desierto es la primera manifestación significativa de su renovador concepto métrico del pie variable, con el que encauzaba la relación entre el habla de la calle y el lenguaje del poema.

No ideas but in things - no hay ideas sino en las cosas- fue la frase en la que cifró su poética, su idea de la poesía como exploración y descubrimiento, como resultado de la observación de la vida y la mirada detenida en el objeto, como expresión del interés por la realidad inmediata de las cosas.

Williams parte de la sensación, de la sensibilidad ante lo concreto para transformar la realidad en objeto verbal a través de la imaginación y la sintaxis. En su poesía convergen la vista y el oído en unos textos que escuchan las cosas, pintan con palabras los objetos cotidianos y nombran lo próximo. El ojo y el oído se proyectan en una palabra hecha ritmo e imagen, para dibujar un paisaje detallado con la fluidez del coloquio, con el ritmo interno de la lengua hablada sobre la base métrica del pie variable.

En La música del desierto, un libro marcado por la enfermedad del poeta y por la travesía del desierto entre El Paso y Ciudad Juárez, esa mirada, carente de didactismo y de todo propósito moralizador, genera una práctica de la poesía como intervención en la realidad, como forma de organizar el mundo mediante la integración de contrarios. Es la poesía como fusión de música y palabra, como acto creativo que surge del oído y la mirada para integrar presente y pasado, personas y cosas.

La palabra poética de Williams combina imaginación y experiencia, huye de lo abstracto en unos poemas que no juzgan, en unos textos que captan el instante detenido y buscan la concentración depurada de la palabra para trascender lo concreto, para ir más allá del aquí y el ahora, para convertir lo ordinario en extraordinario, para oír la música del desierto:

¿Cómo decir
lo que ha de ser dicho? Solo
el poema.

Solo el poema, medido con exactitud;
imitar, y no copiar, la naturaleza: no copiar
la naturaleza.

Es una poesía que convoca a los sentidos, no a la inteligencia, evita el tono meditativo y explora las sensaciones, no los conceptos, y por tanto usa como material poético la inmediatez tangible de lo concreto, no las abstracciones para ofrecernos unos textos que desde su mirada fotográfica o pictórica se convierten en poesía de la afirmación y la presencia. Ese tono afirmativo se vuelca sobre el pasado de la memoria y sobre la experiencia del presente en textos como el que da título al libro o como el que lo abre, El descenso, que funciona como obertura de los temas de este libro y de los dos posteriores, Viaje al amor y Cuadros de Brueghel, con los que forma una evidente trilogía de la poesía madura de Williams Carlos Williams.

Estos son los versos que cierran ese poema memorable:

Surgido de la desesperación,
inconcluso,
el descenso
despierta a un nuevo mundo
que es el reverso
de la desesperación.
Para lo que no podemos lograr, lo que
se niega al amor,
lo que perdimos por anticiparnos,
se abre un descenso
sin fin e indestructible.

Con versión y prólogo de Juan Antonio Montiel, que tradujo también Viaje al amor y Cuadros de Brueghel, acaba de publicarlo Lumen en una espléndida edición bilingüe.

Santos Domínguez

15 septiembre 2010

La busca


Pío Baroja.
La busca.
Edición de Juan María Marín Martínez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2010.


En 1891, en una de las páginas de su Cuaderno de notas, escribía Anton Chéjov: Si la humanidad ha llegado a concebir la historia como una serie de batallas, es porque antes consideró que la lucha es esencial para la vida.

Pocos años después, Pío Baroja empezaba a escribir La busca, la primera novela de la trilogía La lucha por la vida, título tomado de esa misma idea darwinista.

Es una de las novelas fundamentales de Pío Baroja y la primera que planeó como parte de una trilogía. La publicó por entregas desde principios de marzo a finales de mayo de 1903 y apareció en libro en 1904, el mismo año en que escribió Mala hierba y Aurora roja, las otras dos novelas de La lucha por la vida.

La busca aparece ahora en Cátedra Letras Hispánicas con un extenso y pormenorizado prólogo de Juan María Marín Martínez que sitúa la obra en el conjunto de la novelística barojiana y de su técnica narrativa (los personajes, las descripciones, el estilo) para centrarse en otro centenar largo de páginas en el estudio de la trilogía y en el análisis específico de La busca (la estructura, el protagonista, el espacio suburbial del Madrid de finales del XIX).

Novela de aprendizaje, acercamiento narrativo a una antropología de la pobreza, mirada darwinista a la realidad, La busca contiene ya las claves del mundo barojiano, de su pesimismo y su piedad, de su capacidad descriptiva en el tratamiento de los personajes, del conflicto entre indolencia y acción y del estilo vigoroso y la agilidad narrativa de un Baroja que estaba iniciando su mejor década como novelista.

Santos Domínguez

13 septiembre 2010

Tolstói. Memorias






Liev Nikoláievich Tolstói.
Memorias.
Infancia-Adolescencia-Juventud.

Traducción de J. Santos Hervás.
BackList Contemporáneos. Barcelona, 2010.

El 20 de noviembre de 1910, tras huir de su casa, Tolstói moría en la estación de Astápovo después de una peripecia y una crisis personal que hubieran merecido un relato.

No era la primera vez que en el ruso se mezclaban radicalmente vida y literatura, experiencia y ficción. Más de medio siglo antes, entre 1851 y 1857, había ido redactando estas Memorias de infancia, adolescencia y juventud que dejó sin concluir y que recupera ahora BackList en su serie Contemporáneos.

En realidad, las fue completando en el resto de su obra: en Guerra y paz, y sobre todo en el Levine de Anna Karénina, Tolstói proyectó su autobiografía en los personajes de sus novelas y en sus cuentos.

Es un curioso camino de doble dirección, porque el narrador-protagonista de estas Memorias es Nicolás Petrovitch Irteneff, otra contrafigura del autor, que evita el tono confesional y hace que en esta obra la voluntad narrativa prevalezca sobre el planteamiento estrictamente memorialístico, que reaparecerá disimulado bajo la máscara de los personajes de sus novelas mayores.

Las cosas no podían ser de otra manera con una personalidad tan fuerte y tan pasional como la de Tolstói, en cuya obra dialogan constantemente la memoria y la ficción, la ética y la estética.

En todo caso, estas Memorias son fundamentales en la formación del escritor, que hizo en sus páginas un ejercicio literario decisivo para de cimentar su obra posterior. Está madurando aquí el narrador que maneja con destreza la técnica del retrato en la caracterización de personajes, la exactitud descriptiva de los ambientes y la profundidad moral del enfoque narrativo.

En la primera parte, centrada en la infancia y publicada en 1852, aparecen ya las figuras memorables del preceptor Ivanovitch (en quien no por casualidad se centra el primer capítulo) o del vagabundo Gricha el Inocente sobre el fondo de la vida familiar y social del niño que vive entre Yásnaia Poliana y Moscú.

La muerte de la madre, la amistad y el amor, los fracasos escolares y sentimentales son experiencias cruciales en la formación del personaje y se desarrollan en las otras dos partes de las Memorias –Adolescencia (1854) y Juventud (1857), que van ampliando el campo de observación más allá de lo doméstico: transcurren sobre el telón de fondo de una época y una sociedad enjuiciadas por Tolstói con más voluntad moral que intención documental.

Al final de estas Memorias, en las últimas líneas de Juventud, Tolstói prometía una segunda parte que nunca escribió como memorias explícitas. En una nota añadida por el editor se aclara que el lector encontrará la continuación en Anna Karénina. Nicolás Irteneff es allí Constantino Levine, que tiene un hermano que se llama Nicolás.

Santos Domínguez