19 agosto 2024

Ricardo Molina. Corimbo. Elegía de Medina Azahara

 


Ricardo Molina.
Corimbo. 
Elegía de Medina Azahara.
Ediciones Linteo. Orense, 2001.



Pese a su muerte prematura, sobrevenida en lo mejor de su edad poética, Ricardo Molina (1917-1968) ocupa un lugar relevante en la poesía española de los últimos cincuenta años. Fue, con Pablo García Baena y Juan Bernier, fundador del grupo Cántico que enlazó con la mejor tradición del 27 en unos años oscuros y difíciles y abrió una tercera vía, la de mayor calidad, frente a la poesía oficial y meliflua de los garcilasistas y la poesía rabiosa de Espadaña. Basta repasar la poesía de los autores de aquel tiempo para entender que por estos textos el tiempo ha pasado sin hacer los estragos que han sufrido los poetas arraigados y los desarraigados.

Pablo García Baena me contaba, con la emoción de siempre en el recuerdo del amigo muerto, las razones de aquella desaparición, el agotamiento de su corazón cansado por el esfuerzo de unas oposiciones a cátedras de Instituto. Dejaba dos libros preparados para la imprenta (Psalmos y Homenaje) y la herencia de algunos de los poemas de belleza más serena y desgarrada de los que se escribieron en España desde 1945: las Elegías de Sandua (1948), Corimbo, que ganó el Adonais al año siguiente, o, tras un largo silencio decepcionado, la Elegía de Medina Azahara, de 1957.

Ediciones Linteo ha recogido estos dos libros en un volumen editado con exquisito gusto y sobriedad. Con una introducción de Carlos Clementson, experto en Ricardo Molina, y dibujos de Ginés Liébana, el pintor del grupo, se recuperan también como pórtico las emocionadas palabras del texto (Adiós, Ricardo) que escribió Dámaso Alonso con motivo de la muerte del poeta cordobés.

Con su título vegetal que alude a la concepción unitaria del libro y a la integración inflorescente de los poemas, Corimbo reúne textos escritos entre 1945 y 1949, cinco años decisivos en la modulación de la voz poética de su autor. Más desgarradamente que en García Baena, hay en el Ricardo Molina de Corimbo una tensión sostenida entre religiosidad y paganismo, entre vitalismo y espiritualidad, entre el erotismo dionisiaco de las secciones La mirada virgen o El misterioso amante, y el recogimiento penitencial cristiano de la última parte del libro, Los fuegos solitarios.

El mundo interior y el exterior, la inteligencia y los sentidos, la exaltación vitalista del instante y la conciencia elegiaca del tiempo confluyen en este libro confesional y de cuidada y lenta dicción en el que el poeta percibe que

la sabiduría está en saber poco como el ruiseñor. 

Después de Corimbo, Ricardo Molina tuvo que hacer su personal travesía del desierto. Algún que otro enredo en los ambientes literarios nacionales y el silencio elocuente o la incomprensión provocaron en el poeta una decepción que le mantuvo callado hasta que en 1957 publica Elegía de Medina Azahara, una meditación del tiempo y de las ruinas, un libro de fluencias y confluencias en el que el verso se ha estilizado para evocar la destrucción de aquella residencia que era la capital del refinamiento y es ahora una metáfora del paraíso perdido, de la belleza fugaz de los jardines y la música de las fuentes, quizá también de la voz poética perdida, como al final de Atardecer:

Música y pena teje el ruiseñor oscuro. Y alguien, para quien es luz y dolor la vida, queda en la noche oyéndolo inmóvil, solo, mudo.

Feliz recuperación editorial de dos libros delicados y admirables. Feliz quien lea esta altísima poesía que sigue destilando su esencia de belleza inmune al tiempo.

Santos Domínguez

16 agosto 2024

Félix Grande. Libro de familia

 

Félix Grande.
 Libro de familia.
 Visor. Madrid, 2011.


Franz Kafka rebautizó irónicamente lo que llamamos robo: «Préstamo con dilación indefinida». Para fortalecer varios instantes de este libro les he tomado en préstamo alguna que otra «calidad súbita del mundo» (así llamó Cintio Vitier a todo verso que merece tal nombre) a Leónidas Andréyev, Eladio Cabañero, José Hierro, Franz Kafka, Antonio Machado, Jorge Manrique, Luis Rosales y César Vallejo. En cursiva he anotado sus iluminaciones. // El poeta Santos Domínguez, tras interrogar al infinito ISBN, me informa de que el título Libro de familia ha aparecido anteriormente al frente de tres libros de poesía, firmados por Joaquín Márquez, José Ignacio Foronda y Ana Rosa Carazo... lo que sugiere que tal nominación nos aconseja no desconocer unas líneas del Refranero: «Algo tendrá el agua, cuando la bendicen» y «Nunca es mal año por mucho trigo». Envío mi solidaridad a mi amigo Santos Domínguez y a mis cómplices tres madrugadores.

Esta ‘Vindicación de la rapiña’ que firma Félix Grande forma parte de La letra pequeña, el epílogo de su Libro de familia, que editó Visor en su colección Palabra de Honor.

Es cierto que Félix me transmitió sus dudas con el título Libro de familia, que había aparecido en las ocasiones que le comenté. Pero si en vez del ISBN hubiéramos consultado el Registro Civil habríamos comprobado que ese sintagma figuraba en la portada de millones de ejemplares de determinados documentos burocráticos.

Da igual, porque este Libro de familia de Félix Grande es un libro intransferible y personal, un libro intenso que recupera la voz poética inconfundible de su autor tras décadas de silencio.

Ese silencio lo rompieron recientemente los versos de La cabellera de la Shoa que incorporó a la edición de Biografía y lo pueblan ahora de manera espectacular los once poemas en los que el poeta rinde homenaje a su familia genética, a las últimas habitaciones de la sangre de las que habló Lorca, a la intimidad sentimental, a los padres, a la esposa, a la hija, a la infancia propia. Hay en esos textos momentos memorables, conmovedores y curativos como los de Esta vejez, El madrigal del odio muerto o Hijopaterno de mí.

Pero el homenaje convoca también en estas páginas a sus ancestros literarios, éticos y artísticos: la hermandad radical con Machado y Vallejo –dos sombras tutelares que iluminan este libro y la obra toda de Félix Grande-, el parentesco con la criatura de dolor del cante flamenco en su noche solar o con la cuchara –en pie sobre el planeta- de aquel desollado altivo que se llamó Johann Sebastian Bach.

Libro de familia es lo que debe ser cada libro de poesía de un autor consagrado como Félix Grande: un arriesgado salto al vacío -ese hermoso abismo de la vida-, una abolición del tiempo –como la que hizo Machado cuando evocó a su padre joven desde sus canas filiales- en el espacio preciso del poema, una feliz incursión en la palabra, en la memoria y en la música como búsqueda y como consuelo.

Porque, igual que el flamenco, también la poesía nace

mordiendo. Y llorando. Así ha nacido. Y no sabemos cuándo.
Y no sabemos dónde, pues lo inmenso en el vértigo se esconde. 
Y no sabemos nada: sólo que suena a cósmica pomada:
 
que ante el penar y el yelo él es la redención y es el consuelo.


Santos Domínguez 

14 agosto 2024

Manuel Ríos Ruiz. El gran libro del flamenco.


Manuel Ríos Ruiz.
El gran libro del flamenco.
Volumen I. Historia. Estilos.
Volumen II. Intérpretes.
Calambur. Madrid, 2002.

Desde que se publicó, hace más de dos décadas, El gran libro del flamenco, de Manuel Ríos Ruiz, se ha convertido en un clásico indispensable de la flamencología, junto con otras obras de referencia de Félix Grande, Caballero Bonald, José Manuel Gamboa, Ortiz Nuevo o Alfredo Grimaldos.

Editado por Calambur en un cuidado estuche con dos tomos, no es una enciclopedia aséptica, sino un tratado meticuloso en el que es fundamental  el enfoque valorativo y el juicio del experto prestigioso que es Manuel Ríos Ruiz.

La historia y los estilos flamencos son la base del primer volumen, completado con una bibliografía completa y una discografía selecta y suficiente. Generosamente ilustrado, se aborda en sus páginas el origen y la evolución de la más expresiva de las músicas mediterráneas, desde las raíces tartésicas a las influencias orientales árabes o persas de la música andalusí pasando por aquellas cantica gaditanae a las que aludían los latinos anteriores a Cristo. 

La genealogía, etimología y del flamenco, folclore elevado a arte desde que en el último cuarto del XVIII -a la vez que la Pragmática de 1783 con la que Carlos III reconocía a los gitanos su condición de españoles- se concretan su estilo, su estructura lírica y melódica y las diferentes ramificaciones en siete ritmos fundamentales: siguiriya, soleá, tangos, fandangos, cantes libres, cantiñas y bulerías. 

De Jerez a los Puertos, de Triana a Málaga, de Cádiz a Granada, de esas siete estructuras derivan los palos flamencos que desde las tonás a los cantes de ida y vuelta se abordan en la segunda parte de este primer volumen que incluye también un jugoso apartado sobre el coplerío tradicional de lso distintos estilos.

Canto porque me acuerdo de lo que he vivido, decía Manolito el de María, profundo y casi mendigo, desde su cueva de Alcalá de Guadaira. De la cueva oscura a las ventas, de las fraguas a los colmados, de los reservados a los tablados de los teatros y a las plazas de toros, desde las Cortes de Cádiz a la actualidad pasando por las sublevaciones campesinas, la época republicana, la dictadura y la clandestinidad antifranquista, la historia del flamenco es inseparable de la historia de España, del trasfondo social de la Andalucía de la injusticia y de la marginación. De la seguiriya a la soleá, es la historia de las calamidades y la pobreza hechas cante negro de fragua y de celda o cauce de la explosión a compás de la alegría festera.

Si en el primer volumen Ríos Ruiz evoca la evolución del flamenco hasta la actualidad, desde figuras fundacionales como El Fillo, Silverio Franconetti, La Serneta, El Nitri, Enrique el Mellizo, El Loco Mateo o Antonio Chacón hasta Camarón o Morente, pasando por nombres imprescindibles como Manuel Torre, Juan Talega, Manuel Vallejo o Antonio Mairena, el eje del segundo volumen son las semblanzas valorativas de las grandes figuras del cante, el baile y el toque flamencos, subrayadas con abundantes documentos gráficos.

Unos utilísimos índices onomástico y topográfico completan la obra y permiten la precisión de una consulta rápida sobre esa música abismal que viene del tronco mineral y negro de la fragua y emerge en los cantes oscuros de fragua, de mina o de celda  o en la claridad salinera del camino estrecho y jalonado de ventas entre San Fernando y Cádiz, con la prosodia rítmica del lamento y del duende o con la sintaxis amarga de la rebeldía y el dibujo secreto de sus sonidos negros.


Santos Domínguez

12 agosto 2024

Memoria del flamenco

 


Félix Grande.
Memoria del flamenco.
Punto de lectura. Barcelona, 2007

No sé si es porque he ido viendo crecer este libro en sucesivas oleadas editoriales desde hace casi treinta años, pero desde la anterior en Alianza, se me van los ojos al epílogo de 1995, que, si no fuera por el de Caballero Bonald, debería ser el verdadero prólogo de la Memoria del flamenco de Félix Grande que reedita ahora en formato de bolsillo Punto de lectura.

En ese epílogo están las claves que explican la génesis del libro como resultado de una larga culpa y orientan su lectura en la forma concreta de una acción de gracias. Y siempre acabo buscando las últimas frases:

Sin prisa —con la rumia de la angustia social y la angustia ontológica—, con la intensidad de la paciencia, con la sabiduría del conocimiento de que la vida es dura, breve y única, un lenguaje magnífico que comenzó a nacer hace ahora dos siglos en forma de sonidos desgarradores surgidos desde el fondo de la pobreza y la pena andaluzas, ha acabado convirtiéndose en un arte aclamado internacionalmente, y en una prueba más de que en el fondo de la especie, junto al estrago de sus miserias y de su finitud, deambula, como una emoción mitológica, el estupor de lo sagrado.

Al final, todo esto no es más que una rara manera de releer una vez más, ya es la tercera y no me pesa, esta Memoria del flamenco, un libro arrebatador como un torbellino, como el objeto del que trata, esa música abismal que viene del tronco mineral y negro de la fragua.

No es el único imán. Hay otros igual de poderosos: la calidad de la prosa de Félix Grande, la hondura de un conocimiento adquirido en la profundidad de las bibliotecas y de las cavas y las cuevas, la hombría delicada y compasiva de una sensibilidad templada en el dolor del yunque y el compás del martillo.

Este es un libro del que salen chispas, como del hierro candente en la fragua, como del amor y la rabia, como de algunos cantes oscuros, orientales y mineros. O de una soleá como esta, tan del gusto del autor del libro:

La noche del aguacero
dime dónde te metiste 
que no te mojaste el pelo.


Su reedición en formato de bolsillo, en edición cuidada, con letra generosa y a un precio asequible, es una excelente noticia.

Porque este es un libro sabio y emocionado, sobrio y enciclopédico. Un libro torrencial que desborda sus propios límites y se convierte en muchos libros a la vez: en un compendio de geografía que va desde la India a Alcalá de Guadaira y hasta más allá de Sanlúcar; en un recorrido por nuestra incalificable historia moderna y contemporánea; en una reivindicación literaria del cancionero anónimo flamenco con una reunión de textos poéticos sobre esa temática; en una explicación física del espectro del sonido y del color, de la química de la combustión y el óxido y los minerales y las fermentaciones; en la lección de álgebra que hay en el compás de la bulería o en la geometría del espacio explicada por quien conoce el tamaño exacto de su desventura y el área de sombra negra que proyecta sobre el plano; en un tratado sobre la fonética y la prosodia rítmica del lamento y del duende o sobre la sintaxis de la rebeldía; en una exploración de la genética de la desolación y en la botánica de las raíces hondas del árbol de los cantes; en la geología áspera y fluvial de los palos; en la educación moral y cívica de estas letras o en el dibujo secreto de sus sonidos negros...

Ahora que ya sabe todo eso, repasa el lector el índice onomástico y se da cuenta de que en esos nombres está convocado también, como en el resto del libro, el universo. Un universo en el que coexisten Diego Corrientes y Ziryab, Manuel Torre y Dvorak, Shakespeare y Juan Pedro Domecq, Dostoievski y la Niña de los Peines.

Todo eso y más reside en esta Memoria del flamenco, que es una reunión de vidas y también una reunión de géneros. Hay aquí expansiones líricas, desahogos trágicos y episodios narrativos. Y mucha autobiografía escondida o flotando sobre estas páginas de alta literatura, que son también las de la memoria personal y su claroscuro, entre los cantes oscuros de fragua, de mina o de celda y la claridad salinera del camino estrecho y jalonado de ventas entre San Fernando y Cádiz.

En un texto memorable y cobrizo dedicado a Manolo Caracol, escribía Félix Grande:

Es la calamidad lo que este hombre examina.

Quizá no haya una frase mejor para resumir este libro imprescindible.

Santos Domínguez

09 agosto 2024

Félix Grande. Biografía



Félix Grande.
Biografía.
Prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2011.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche  
El reloj de pared  
marca mil novecientos  
sesenta y nueve. Hace un instante  
mamá viene corriendo por las calles  
en busca de un refugio  
Contra las bombas me oculta en sus brazos  
El reloj marca mil novecientos treinta y siete  
Puedo escribir los versos más tristes esta noche 

Así comienza Espiral, un poema central en la obra de Félix Grande. Los noventa versos de ese texto cerraban Puedo escribir los versos más tristes esta noche, un libro que no tuvo una edición exenta hasta hace pocos años y que ha venido formando parte de las ediciones sucesivas de Biografía, su poesía completa, que tiene ahora una edición ampliada y revisada en Galaxia Gutenberg, precedida de un prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula (Huesos de la calamidad, gasas de la misericordia).

Escrita desde 1958 con un largo paréntesis de más de un cuarto de siglo, la obra de Félix Grande es una de las más potentes y renovadoras de la poesía española contemporánea. Desde Taranto hasta el reciente La cabellera de la Shoá, pasando por Blanco spirituals, Puedo escribir los versos más tristes esta noche o Las rubáiyátas de Horacio Martín, Félix Grande ha ido construyendo una obra marcada por el compromiso indomable con el lenguaje y con la ética, por la intensidad verbal y emocional y por el rigor moral, entre la desventura y el gozo, entre la crispación de la denuncia y la mirada compasiva.

En Espiral, el poema que se podría tomar como cifra de su poesía, convergen pasado, presente y futuro, como en un aleph, y confluyen los temas, las actitudes y los seres que habitan la obra de Félix Grande. Conviven en ese texto memorable la visión y el recuerdo, el tiempo retrospectivo y el prospectivo, la historia colectiva y la personal, la temporalidad y el vacío, la reivindicación de la libertad formal y la práctica de la poesía como exorcismo.

Estas son sus estrofas finales:

Hace un instante me han comprado un cuaderno
un portafolios un papel de calco  
Y en ese cristal que preserva  
las manecillas del reloj  
miro mi cara de treinta y dos años  
Sigo mirando hacia ese rostro antiguo  
Sin apartar la vista mi cabeza se apaga  
Vienen mis nietos a llorar. Se van  
Puedo escribir los versos más tristes esta noche  

Miro el reloj con amor con espanto  
con amor con espanto  
Miedo amor corazón: dadme lenguaje  
Soy un antepasado golpeando un tronco hueco  
estoy desnudo bajo la tormenta  
Estoy solo en el bosque  
sin otra compañía que la horda  
A mi lado camina un reloj de pared  

La materia total gira enloquece  

Vienen los tigres que no se ven nunca  

Y todo es solitario y sideral  

Puedo escribir los versos más tristes esta noche

Al fondo de esos versos resuena la presencia de los maestros: Machado y Vallejo, Neruda y Rosales, Kafka y Dostoievski, Ory y Lorca, Onetti y Quevedo...

Esos son algunos de los ancestros literarios de Félix Grande, que es un poeta al margen de grupos, un poeta consciente de que el escritor es siempre un extranjero en el mundo, un peregrino sin más patria que el dolor y la lengua, un habitante del desierto, un hombre solo en el bosque o en la selva, aunque esa selva sea con frecuencia urbana (Vamos por nuestras ciudades / como el ciervo por la selva, escribía en el poema inicial de Las piedras).

Aparte de su altura estilística y su hondura ética, hay una clave que recorre la poesía de Félix Grande y la de todos esos maestros: la temporalidad como una secuencia en torno a la que se organizan los poemas y se articulan actitudes como la piedad, la insurrección, la perplejidad, la rebeldía, el dolor o la celebración. La trayectoria poética de Félix Grande se sustenta así en una incansable búsqueda de raíces vitales y de razones culturales que, más que responder a las preguntas cruciales ¿quién soy yo? y ¿qué hago yo aquí?, se justifican en su misma formulación.

Porque también en ese sentido lo fronterizo es el lugar del poema, que como ha explicado alguna vez Grande, se mueve entre la solemnidad de la vida y la testarudez del infortunio. De esa doble experiencia hablaba también Machado cuando se refería a la poesía como cosa cordial y como canto de lo perdido.

Además de la temporalidad, hay otro hilo que une la obra toda de Félix Grande y la conecta con la de sus maestros: la autenticidad de la poesía como cosa vivida de la que hablaba Unamuno, como actitud vital en la que conviven la solidaridad y la desobediencia, la cólera y la tristeza. Eso explica el título elegido por el poeta para reunir su obra, una poesía desesperada que traza su Biografía y es también un constante elogio de la insurrección.

Y finalmente hay otra convicción que ha acompañado al poeta desde su primer libro: la conciencia de formar parte de una tradición, una actitud que Luis Rosales resumió en estas palabras que Félix Grande ha hecho suyas repetidamente: el lenguaje nace, como las emociones, en la fuente remota del sentir colectivo.

Un sentir colectivo al que pertenece también, y de forma privilegiada, la música, un tema y una expresión esencial en la vida y la obra de Félix Grande: Bach y Manolo Caracol, Billie Holliday y Santos Discépolo, Charlie Parker y La Niña de los peines habitan ese territorio de la desolación o la plenitud de la música amenazada que dio título al que posiblemente sea el más amargo de sus libros.

Esta nueva edición de Biografía incorpora el reciente e inédito La cabellera de la Shoá, un largo e intenso poema sobre los mil novecientos cincuenta kilos de pelo cortado a las mujeres deportadas al campo de exterminio de Auschwitz. Un poema que arranca con estas preguntas:

¿Oís la llamada?

¿Se precipitan hacia abajo roncos
amotinados los aminoácidos
arquitectos de la Conciencia?
¿Arden sobre su eje
las antracitas del escándalo?

La cabellera de la Shoá es, además de un estremecido poema mayor del más reciente Félix Grande, una contestación explícita a Adorno, porque escribir después de Auschwitz no sólo es posible, sino también más necesario e imprescindible que antes de Auschwitz.

Por eso, La cabellera de la Shoá se cierra con esta desolación interrogativa, cada vez más apagada:

¿Ustedes saben escuchar?

Santos Domínguez

07 agosto 2024

Onetti. Obras completas III

 



Juan Carlos Onetti.
Obras completas III. 
Cuentos, artículos y miscelánea.

Edición de Hortensia Campanella.
Prólogo de Pablo Rocca.
Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2009.


Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y señores:
Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada.

Así comenzaba Juan Carlos Onetti el único discurso que pronunció en su vida (Montevideo, 1909- Madrid, 1994). Lo leyó el 23 de abril de 1981 en Alcalá de Henares en la recepción del Premio Cervantes y es uno de los textos que recoge el tercer tomo de sus Obras Completas en Galaxia Gutenberg.

Con estos Cuentos, artículos y miscelánea, en edición de Hortensia Campanella y con un muy interesante prólogo de Pablo Rocca sobre los límites de la representación narrativa de la realidad, culmina la publicación de las obras completas de Juan Carlos Onetti en Galaxia Gutenberg, tras los dos tomos anteriores, que recogían sus novelas y que se publicaron en 2006 y 2007.

Una tarea iniciada hace seis años y que se cierra con este tercer volumen que aparece en la fecha exacta del centenario de Onetti. Ha sido el tomo de elaboración más complicada, porque reúne por primera vez en un volumen decenas de artículos, un ingente material periodístico disperso y misceláneo. A la dificultad de reunir ese material se une la de organizarlo, pero el resultado está lleno de hallazgos y recuperaciones que justifican el arduo trabajo y compensan el esfuerzo de los editores, con Hortensia Campanella a la cabeza.

Poco hay que decir de nuevo de los cuentos de Onetti, uno de los maestros reconocidos del género en lengua española. Por cierto, una de las novedades que incorpora esta edición es El último viernes, un cuento inédito hasta hace unos días. Aparece -con varios relatos inéditos- junto con El infierno tan temido o Bienvenido, Bob, obras maestras de un género en el que Onetti estuvo a la misma altura, por lo menos, de sus mejores novelas.

Como las novelas, sus cuentos viven en la frontera difusa del mundo real y la ficción, entre el discurso y la historia y exploran la realidad a través de unos personajes de perfiles borrosos y comportamientos complejos.

Los artículos periodísticos, que escribió durante toda su vida, desde la época en que firmaba como Periquito el aguador hasta los veinte años españoles, establecen conexiones constantes con los relatos y las novelas, porque definen el marco de referencia de su mundo literario y abren distintas líneas de reflexión sobre su propia escritura.

Esos artículos no sólo fueron su campo de aprendizaje y de práctica de la prosa. En muchos de ellos recoge sus reflexiones de lector, expresa sus admiraciones y traza un mapa literario con nombres fundamentales para entender su escritura: Faulkner, Proust, Celine, Mann, Cortázar o Rulfo.

La tercera sección recopila, bajo el rótulo Miscelánea, un material tan inclasificable como interesante. Rarezas y rescates en formas variadas: prólogos, autorretratos y autoentrevistas, conversaciones, algún que otro poema o la única conferencia que dictó en 1974, Por culpa de Fantomas, excepcional no sólo por única, sino porque está llena de claves que iluminan su narrativa.

Por eso, los cientos de textos reunidos en este espléndido tomo forman un todo coherente en el que se perciben constantemente líneas de conexión entre cuentos, artículos y esos textos misceláneos, entre lectura y escritura, entre creación, método y reflexión.

Completa la edición un abundante aparato de notas sobre la génesis, la difusión, la recepción y el sentido de estos textos magistrales. En uno de ellos, Retórica literaria, un artículo que publicó en Marcha el 28 de julio de 1939, hace ahora setenta años, definía Onetti su proyecto literario, que no había hecho más que comenzar:

Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tenga que ver con lo vano e inútil, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesa de café.
Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí, como se acepta el destino. Todo lo demás es duración física, un poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas y los errores.



Santos Domínguez

05 agosto 2024

Onetti. Obras completas II



Juan Carlos Onetti.
Obras completas II. 
Novelas II (1959-1993).
Edición de Hortensia Campanella.
Prólogo de José Manuel Caballero Bonald.
Posfacio de Liliana Díaz Mindurry.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007.

Entre las muchas piezas rigurosamente magistrales que escribió Juan Carlos Onetti hay una, Jacob y el otro, que pese a su poca extensión contiene todo el universo narrativo y estilístico del uruguayo. Publicada a veces en colecciones de relatos, tiene sin embargo la condición técnica de una novela corta. Onetti la escribió a la vez que Juntacadáveres El astillero y resume el canon novelístico de su autor: por su ambientación en el degradado espacio mítico de Santa María, por la aparición de un personaje narrador como el Dr. Díaz Grey, por la opacidad turbia e insondable de la realidad y los hechos, presentados desde una perspectiva múltiple, parcial e incompleta.

Es una de las diez novelas que se recogen en el segundo tomo de las Obras completas de Onetti que publicó Galaxia Gutenberg en edición de Hortensia Campanella.

Este segundo volumen, que se abre con un espléndido prólogo de José Manuel Caballero Bonald, Iluminaciones en la sombra, recoge treinta y cinco años de escritura novelística de Onetti, entre 1959 (Para una tumba sin nombre) y 1993 (Cuando ya no importe).

Son las novelas de madurez de uno de los maestros contemporáneos del género, “la cifra terminante del corpus narrativo de Juan Carlos Onetti”, como señala Caballero Bonald en un prólogo en el que destaca la condición centrípeta de estas novelas construidas con prosa deslumbrante y potencia de demiurgo.

El astillero, Juntacadáveres o Dejemos hablar al viento son algunos de los ejemplos eminentes de esa capacidad narrativa que funda un mundo propio en el que personajes como Díaz Grey, Larsen, Jorge Malabia o Brausen habitan un territorio desolado y herrumbroso, Santa María, uno de los espacios imaginarios, como Yoknapatawpha o Macondo, más universales de la novelística contemporánea. Un espacio que no es un lugar, sino un estado de ánimo; un paisaje moral más que una ciudad.

La radical unidad temática y estilística de esta producción aconseja entender todos estos títulos como entregas sucesivas de una novela única que Onetti fue elaborando a lo largo de más de cincuenta años, desde El pozo (1939). Eso explica una de las peculiaridades del proceso de escritura del uruguayo que simultaneó la composición de novelas como Juntacadáveres o El astillero: todas integran un conjunto de piezas interrelacionadas en ese progreso hacia dentro, en esa vocación centrípeta a la que alude Caballero Bonald que explicaría también la preferencia por los espacios interiores.

“A mí me basta y me sobra una habitación –afirmaba Onetti-. Lo que me interesan son las personas.”

Inevitablemente une el lector esta declaración al desistimiento y a la voluntaria condición de tumbado que asumió el novelista durante los años que limitó su espacio vital al interior de una habitación.

Una mirada escéptica hacia dentro que encuentra su expresión más acabada en el tratamiento de la acción desde el interior del personaje, en la construcción de un estilo cuidado hasta el último detalle, en la arquitectura rítmica de su prosa o en la elección meditada y certera de cada adjetivo, para articular la lección de expresividad de una lengua sometida a una tensión más propia de la poesía que de la narrativa.

Nada se deja aquí al azar o a la improvisación. Todo está calculado y contribuye a tejer un entramado narrativo que prende a un creciente número de adictos a un mundo literario portentoso, un mundo espectral por el que cruzan personajes derrotados por la vida.

Y así como la niebla o la noche difuminan el paisaje de Santa María, abundan las zonas de sombra sobre los personajes y en la acción de las novelas de Onetti, atravesadas siempre por una mirada introspectiva y desesperanzada, habitadas por seres devastados por la fatalidad, el fracaso y la resignación, perplejos y derrotados bajo la bruma o el humo de los cigarrillos y destartalados por el alcohol.

La ambigüedad de los comportamientos, las interpretaciones múltiples de una realidad opaca, tan borrosa como la niebla que difumina el paisaje es otra de las constantes del mundo narrativo de Onetti, que se mueve con soltura en una zona de indeterminación en la que se confunden la realidad y el sueño, la alucinación y la mirada.

Con el personaje siempre en un primer plano que se antepone a la acción, las novelas de Onetti tienen el clima moral de un tango, su temperatura delirante, su desaliento resignado:

Escribiendo - reconocía Onetti en una entrevista- me desquito de la realidad. Más que sufrirla yo, la realidad la sufren los personajes

Para una tumba sin nombre, El astillero y Juntacadáveres, con temas y personajes tan relacionados que pasan de unas a otras, constituyen un ciclo central en esta etapa de madurez de Onetti. La más conocida de ellas, El astillero, con la bajada a los infiernos de Juntacadáveres Larsen, la escribió Onetti tras interrumpir la redacción de Juntacadáveres, que retomaría luego, aunque su génesis y su tiempo narrativo son anteriores. Por esa razón, Emir Rodríguez Monegal proponía que se leyera este tríptico en su natural orden cronológico (Juntacadáveres, Para una tumba sin nombre y El astillero) y no en la secuencia editorial en que se publicaron.

Con esas novelas y con la anterior La vida breve, Onetti desempeña un papel patriarcal en la nueva novelística hispanoamericana, que entra con él en la modernidad como lo había hecho la poesía con Vallejo, Neruda o Paz y el relato con su siempre incompatible Borges.

Santos Domínguez

01 agosto 2024

Onetti. Obras Completas I

 



Juan Carlos Onetti.
Obras Completas I.
 Novelas I (1939-1954). 
Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2006.


Es solo el primer tomo de los tres que reunirán la obra completa de Juan Carlos Onetti, pero es apabullante. Lo publicó Galaxia Gutenberg y en él se reúnen las cinco primeras novelas de quien construyó uno de los universos literarios más transcendentales de la literatura del siglo XX en español.

Desde la obertura que fue El pozo (1939), escrito en una primera versión durante una tarde sin tabaco y en un arranque de mal humor creativo, hasta esa pequeña obra maestra que son Los adioses (1954) se suceden una serie de novelas entre las que La vida breve inaugura uno de esos territorios imperecederos de la imaginación que es Santa María, que más que un lugar es una atmósfera o un estado de ánimo.

Prácticamente desde el principio, con una sorprendente madurez en la que se conjuntan el vigor y la contención artística, los temas esenciales de la narrativa de Onetti están ya perfilados: la incomunicación, el fracaso, la soledad de unos personajes a quienes la insatisfacción y la pesadumbre los empuja a la evasión.
Claro que El pozo lo publica Onetti con 30 años, después de diez años de maduración y de haber extraviado una primera redacción de la novela. Onetti es a esas alturas un personaje más de su narrativa, un escritor desordenado, sin método ni horario, que escribe cuando tiene un arranque creativo, un autor que se identifica con frecuencia con sus personajes, esos indiferentes a los que el narrador trata con indiferencia impávida. De la poblada soledad del escritor habla con acierto Hortensia Campanella en la amplia introducción del libro y Juan Villoro titula su brillante prólogo La fisonomía del desorden.

Onetti se siente especialmente cómodo en esa Santa María que no es Montevideo ni Buenos Aires pero tiene rasgos de las dos, porque hace de Dios en ese paisaje gris trazado con descripciones pasmosas y habitado por personajes inolvidables y ensimismados como Brausen y Juntacadáveres Larsen.

Con profundidad y desesperanza, demoledor y tierno, comprensivo y piadoso a la vez que pesimista, Onetti explora una y otra vez las fronteras confusas de la realidad y el sueño, la necesidad evasiva y las tendencias monologantes de esos personajes problemáticos e incomunicados que en realidad hablan de su autor, porque la literatura, como escribió Onetti, es una larga confesión.

Santos Domínguez

31 julio 2024

García Márquez. Una vida

 


Gerald Martin.
Gabriel García Márquez.
Una vida.

Traducción de Eugenia Vázquez.
Debate. Barcelona, 2009.

Muchos años después de comenzar a elaborar este libro, Gerald Martin publicaba en Debate Gabriel García Márquez. Una vida. Han sido casi veinte años de trabajo que dieron como resultado un borrador de tres mil páginas que finalmente se redujeron a la cuarta parte pero que más allá de la anécdota hablan muy claramente de la complejidad del personaje.

Escribe lo que veas; yo seré lo que tú digas que soy, le dijo García Márquez al autor de esta ambiciosa biografía, escrita con una notable capacidad narrativa y en la sólida tradición de biógrafos ingleses, verdaderos maestros del género que inventó Boswell con La vida de Samuel Johnson.

Del ingente trabajo de Gerald Martin dan cuenta dos datos reveladores: las más de trescientas entrevistas que sostuvo con García Márquez y con su círculo de familiares y amigos, y las siete páginas de agradecimientos que abren esta obra, cuya primera edición apareció en el Reino Unido el año pasado. La traducción al español la firma Eugenia Vázquez Nacarino.

Biografía tolerada que va camino de ser biografía oficial, este acercamiento a la vida y la obra de García Márquez no es una hagiografía. El biógrafo no mira de rodillas a su personaje, sino cara a cara, como al escritor, el hombre y el ciudadano complejo que es García Márquez, sincero y arrogante, sencillo y vanidoso, brillante y contradictorio.

La mirada distanciada de Gerald Martin aborda la figura del colombiano entre la existencia privada y la fama pública que acaba devorándola, con alguna incursión en una tercera vertiente que es la vida secreta -las zonas de sombra que insinúa la foto de la portada-, que se proyecta en sus novelas, y una interesante aproximación crítica a la cocina literaria del narrador y a sus obras más emblemáticas.

Para el biógrafo, Cien años de soledad es el eje de la vida de García Márquez, así como El otoño del patriarca es el eje de su obra. En ese terreno se mueve una de las aportaciones más interesantes de este libro: la lectura en clave autobiográfica de El otoño del patriarca como autorretrato crítico del escritor, o la proyección de sus decepciones vitales, literarias e ideológicas en el Bolívar terminal de El general en su laberinto.

La otra característica llamativa de esta espléndida obra es que atiende más al espacio que al tiempo, más a la atmósfera que a la cronología. Gerald Martin tiene una envidiable capacidad para evocar ambientes y recrear en ellos situaciones y personajes, lo que le da a esta biografía un talante narrativo. Con alguna ironía, el autor sospecha que finalmente la obra se la ha escrito Gabriel García Márquez, que le ha transferido parte de su admirable talento como contador de historias.

La mayor parte de los “grandes nombres” sobre los que la crítica actualmente coincide –escribe Martin en el Prefaciollegan hasta los años cincuenta (Joyce, Proust, Kafka, Faulkner, Woolf); pero en la segunda mitad del siglo, quizá el único escritor que ha cosechado verdadera unanimidad haya sido García Márquez. Su obra maestra, Cien años de soledad, publicada en 1967, apareció en el vértice de la transición entre la novela de la modernidad y la novela de la posmodernidad, y acaso sea la única publicada entre 1950 y 2000 que haya encontrado tal número de lectores entusiastas en prácticamente todos los países y culturas del mundo.

La infancia en Aracataca, la formación del escritor, los trabajos y los días del periodista, la dureza de la vida en París, el éxito en Barcelona, la relación con el poder del escritor de prestigio dan lugar a algunos de los momentos más convincentes del libro. Y en todos ellos el gran reto de Martin ha sido deslindar la realidad de la fabulación en los recuerdos de un mamagallista tan aventajado como García Márquez, que se ha dedicado con envidiable constancia a fabular sobre muchos episodios fundamentales de su vida.

Aun así, con ese riesgo innegable, Gerald Martin sabe que ha escrito una obra de la que se puede sentir no sólo satisfecho, sino orgulloso. Y, aunque probablemente no era su propósito, este texto contribuirá no sólo a acercar al personaje, sino también a hacer crecer el mito y a afirmar su capacidad de seducción:

Siempre que me han preguntado si ésta es una biografía autorizada, mi respuesta ha sido invariablemente la misma: «No, no es una biografía autorizada, es una biografía tolerada». No obstante, para sorpresa y gratitud mías, en 2006 el propio García Márquez dijo ante los medios de todo el mundo que yo era su biógrafo «oficial». ¡Así que probablemente yo sea su único biógrafo oficialmente tolerado! Ha sido un privilegio extraordinario.

Santos Domínguez

29 julio 2024

Manuel Longares. La ciudad sentida

 


Manuel Longares.
La ciudad sentida.
Alfaguara. Madrid, 2007.

La ciudad sentida es el segundo libro de relatos de Manuel Longares. El primero, Extravíos (1999), también se recoge en el volumen que publica Alfaguara.

Cincuenta y tres textos agrupados en tres apartados: Leyendas, Personajes e Historias para descubrir a través del cuento la cara oculta de Madrid, que es un bubón en la meseta y un antro de insatisfechos, el lugar de la violencia y la corrupción, un lugar bien lejano de esa antesala del paraíso que evoca el dicho castizo.

Mediante la superposición constante de la ciudad de ayer y la de hoy, a través de la intersección de tiempos y clases sociales, de épocas y ambientes de la ciudad, se evoca el Madrid absurdo, brillante y hambriento de Valle, la capital de la gloria de Eduardo Zúñiga o la capital de la bulla.

De la reja de las Comendadoras a los rascacielos de Azca, de Lope a Barbieri, de Luces de bohemia a La Verbena de la Paloma, de 1808 a 1936, de La Celsa a Recoletos, la niebla funde épocas y espacios, el recuerdo y el presente, la ficción y la certeza, el costumbrismo del cocido o el rabo de toro y la lírica rilkeana del sfumatto y la fantasmagoría en un Madrid de carteristas y paletos, barquilleros e inmigrantes.

Una ciudad sobre la que Longares proyecta su afecto castizo, su mirada compasiva y la agudeza de bisturí de un estilo inimitable para describir un paisaje humano que, como el de sus calles, está lleno de sombras y luces, de tristeza y socarronería.

La ciudad se convierte así en el personaje que protagoniza el libro, en el eje de referencia que lo articula y lo vertebra, con relaciones sutiles que conectan unos textos con otros, a través de leyendas que mezclan pasado y presente y de personajes que desde distintos ámbitos sociales y espacios, desde diversas edades desarrollan sus estrategias de supervivencia entre el Madrid austriaco, el goyesco, el galdosiano de Puerta Cerrada o el de Max Aub y la calle de Valverde.

Como uno de sus personajes, el autor contempla el mundo a través de la rejilla de sus ojos entornados: un Madrid solanesco o con nubes de Velázquez sobre el monte del Pardo, en el que conviven el tipo pintoresco y el anodino contribuyente con hipoteca, los carteristas que desvalijan a los guiris en las Vistillas y quienes recurren al agua milagrosa y genital de la Fuente del Berro.

Y Longares convoca aquí también diversos modelos y diversas miradas: la del Goya de los cartones para tapices o de la Quinta del Sordo, Arniches y Rosa Chacel, Chueca y Benet, Baroja y Aldecoa, Valle y Kafka, el ripio extravagante de Zorrilla y el maestro Barbieri.

Porque Madrid es todo eso y más, a esos modelos suma Longares un evidente entronque con la experimentación vanguardista de los años veinte, más que en el lenguaje, en el enfoque, en el tratamiento del tiempo y el espacio y en la elección de la ciudad como tema y como protagonista de la narración.

Sin nostalgia por un Madrid que ya no existe, o que quizá sólo existe en la literatura y sus alrededores, la prosa de Longares, ágil y retrechera, castiza y posmoderna, disciplinada en el ritmo y rigurosa en el acento se coloca a veces muy cerca del apunte carpetovetónico de las fotografías al minuto y del cuadro costumbrista en el que aparecían los españoles pintados por sí mismos.

El asfalto de Madrid, que es pasarela del garbo, se resquebraja de gusto cuando el torero castizo Exuperancio Posturas —un hombre para dar hambre a cualquier clase de hembra que decida echarse al hombro— va con su mozo de espadas por la calle de Encomienda a esta hora de sobremesa en que, sin ganas de siesta ni de tertulias taurinas busca aliviarse la pelvis y no un trivial pasatiempo. «Cual arcipreste o lotero», rememorará el cronista, «el lidiador demandaba la preferencia de paso». Un macho es sexualidad y propende al disparate si se le niega el desahogo. No se achaque a prepotencia el capricho de Posturas cuando en la calle del Oso delega en su subalterno el manejo de la aldaba. La resonancia de bronce estremece a proxenetas y pupilas del burdel. Pero aún más la pretensión que el torero reivindica sin equívoco posible: «Me calzo a la Machaquita y no me avengo a suplentes».

Así comienza Casticismo, uno de los textos escritos con el ritmo inconfundiblemente romanceril del octosílabo blanco:

¡Olé con ole Posturas en la Puerta de Toledo!: su sentido de la fiesta alerta al chisgarabís y emociona a los cabales. De rodillas y elocuente, Posturas brinda al monarca —aupado a una talanquera como un demócrata más— y dibuja con la izquierda cinco naturales, cinco, y un lento pase de pecho que la cátedra jalea. Vuelan cigarros, billetes, castoreños y botijos alrededor del artista. «Eres macho, maricón», le grita un despendolado. Un sublime afarolado y el desplante oro molido descomponen al morlaco y rematan la faena, si breve dos veces buena, como elogia el alguacil, paisano del gran Gracián.

En Extravíos, reunión de relatos escritos entre 1984 y 1996, que se publicó en 1999 y ahora forma la segunda parte de este libro espléndido, el autor escribía a modo de prólogo un Perfil del que forman parte estas líneas, que nos parecen válidas también para La ciudad sentida:

Se sabe que la literatura es una apuesta en el tiempo y lo que hoy disgusta por artificioso mañana agrada. Quizá el nuevo siglo recupere el afán experimental que predominó a principios del que ahora termina. En cualquier caso, esa voluntad de romper moldes goza de la complicidad, si no del favor, del género de la narración breve. Ya muchos consideran el cuento un laboratorio de pruebas donde si no hay riesgo es como si faltara el aire.
(...) este libro se sitúa en zona de nadie y a contraluz, como corresponde a su carácter neutro, poroso y fronterizo, renuente a la franqueza y pródigo en disfraces. Inmerso en la ambigüedad del simulacro, parece realista sin serlo, y da frutos entreverados.

Lo habitual en Longares es el asombro incesante, el deslumbramiento gozoso que provoca su literatura en el lector. Y La ciudad sentida es una nueva demostración de un talento narrativo y un virtuosismo estilístico que le sitúan en el nivel más alto de la prosa española del último cuarto de siglo.

Quien conoce sus libros anteriores sabe que no exagero.
Santos Domínguez

26 julio 2024

Manuel Longares. La vida de la letra


 

Manuel Longares.
La vida de la letra.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014.


El 31 de diciembre de 1979, Carmen Martín Gaite saludaba en Diario 16 la aparición "de un libro realmente espléndido", La novela del corsé, de Manuel Longares. Era la primera obra de quien habría de revelarse con el tiempo como uno de los narradores más sólidos de los últimos treinta años. Dos títulos posteriores -Soldaditos de Pavía (1984) y Operación Primavera (1992)- completarían el ciclo novelístico que su autor denomina La vida de la letra y que Galaxia Gutenberg reúne por primera vez en un volumen presentado por un prólogo en el que Longares explica que estas tres novelas no forman una trilogía ya que no comparten argumento ni temática. Les une su vocación experimental por la fusión de géneros, porque en La novela del corsé la narración participa del ensayo y en Soldaditos de Pavía y Operación primavera, de las formas novelescas y teatrales.

Tres novelas en las que Manuel Longares no pone letra a la vida, como en la literatura realista, documental y hasta fantástica, sino que da vida a la letra. Y es que este ciclo se levanta no sobre la realidad, ni siquiera sobre la imaginación o la fantasía, sino sobre textos literarios o subliterarios previos: la novela sicalíptica de comienzos del XX o los libretos de zarzuelas o de óperas. 

Por eso en el fondo de lo que tratan las obras de La vida de la letra es de la relación entre la literatura y la vida tomando como punto de partida la primera, no esta última, que era lo que hacían Galdós, Baroja o el realismo objetivo o social de mediados del XX.

Este es también el ciclo más experimental de la novelística de Longares, que explora aquí las posibilidades expresivas de la fusión con otros géneros: el ensayo en La novela del corsé, el género chico en Soldaditos de Pavía o el formato operístico en Operación Primavera.

La novela del corsé es una obra atípica. Metanovela y artefacto narrativo han sido algunos de los términos utilizados para clasificarla. Inútilmente, porque este es un libro que escapa a cualquier clasificación convencional.

Tomando como base el auge de la novela erótica en España entre 1890 y 1930, Manuel Longares mezcla en ella el talento y la inventiva, la documentación y el humor para construir un texto que participa de la novela y del ensayo, con sus consiguientes notas y bibliografía, hasta el punto de que recuerdo haberlo visto citado alguna vez como el mejor análisis de aquellas novelas que eran los sinapismos del priapismo en una España sórdida y rijosa, con doble moral y adulterios, con fetichismo y ludibrio. Una sociedad de pornógrafos y orquíticos que se pirraban por lo verde.

Si en La novela del corsé los modelos objetos de parodia eran los de la novela sicalíptica de comienzos del XX, Soldaditos de Pavía se centra en el mundo de la zarzuela, en el género chico, para reflejar el sainete que es la historia de España desde Felipe V hasta la posguerra.

A través de diversos libretos y de distintos tonos (desde el goyesco al costumbrista pasando por el romántico), la excepcional potencia estilística e imaginativa de Manuel Longares da voz a una crítica de la realidad histórica y social que, a pesar de los años pasados desde su primera edición, mantiene su actualidad y su vigor expresivo.

Una estética de la parodia y el desgarro que tiene su origen en el humor amargo de Quevedo, en el esperpentismo de Valle y en la pintura de Goya, una de las miradas superiores y distantes que contemplan a los personajes como marionetas en esta novela y en la que cierra el ciclo, Operación Primavera.

En ella el disparate expresionista de las situaciones sigue reflejando, ahora ya en los primeros años de la democracia, la vida española con una mirada cenital y distante, similar a la del esperpento, única estética posible para reflejar con su matemática de espejo cóncavo la deformada realidad carpetovetónica.

Ópera degradada en sainete y lastrada por trepas, advenedizos reconvertidos, radiografía satírica y retrato esperpéntico de la política cultural de los ochenta en una corte de los milagros posmoderna y venal, Operación Primavera, con su humor desengañado y a ratos amargo, muestra ya a un Longares dueño de su mundo y con una altura estilística que hace de su lectura un gozoso ejercicio. Dejo aquí solo un ejemplo, aunque de cada página podrían extraerse varios párrafos memorables:

Por el desmantelado bulevar donde jugó de niña aúlla la sirena de un coche celular. Otros como él ocupan la glorieta de Bilbao donde se ha convocado una manifestación universitaria sin el preceptivo permiso. Los estudiantes forman corrillos y sólo caminan a requerimiento de la policía. Al grito de reivindicación coreado, los estudiantes invaden la calzada. Cesa el tráfico de automóviles y a los balcones asoman curiosos. Vuelan panfletos, vibra un silbato. Desenfundando las porras desmontan los guardias de sus vehículos. Atropelladamente se dispersan los jóvenes por las bocacalles de la plaza. Quiebra la luna de un escaparate, una panadería echa el cierre y el can de un ciego denuncia provocaciones. Entre Luchana y Sagasta, una chica besa el suelo alfombrado de octavillas. Caen sobre ella los agentes y la martirizan , con sus defensas. El espectáculo alarma a la que volvía de la compra: Informada del terror rojo, desconocía la injusticia del orden.

Está aquí ya presente, además del novelista creador de mundos y ambientes, el excelente prosista que es Longares, su dominio excepcional de la frase, su altura estilística inusual en una obra primeriza como esta, la calidad de una prosa que sólo alcanzan unos pocos privilegiados como él.

Es una magnífica idea la de Galaxia Gutenberg de ofrecer en un volumen la edición definitiva, revisada y corregida, de este ciclo inicial de la narrativa de Manuel Longares, aunque incoativo aún, apuntaba con precisión la admirable altura literaria de su obra posterior: las portentosas Romanticismo, Nuestra epopeya, Las cuatro esquinas o la reciente Los ingenuos lo han ratificado como uno de los escritores fundamentales de las últimas décadas. 

Santos Domínguez

24 julio 2024

Eckermann. Conversaciones con Goethe

 


J. P. Eckermann.  
Conversaciones con Goethe.
  Edición y traducción de Rosa Sala. 
Acantilado. Barcelona, 2005.

Me gusta echar un vistazo a lo que hacen las naciones extranjeras y recomiendo a cualquiera que haga lo mismo. Hoy en día la literatura nacional ya no quiere decir gran cosa. Ha llegado la época de la literatura universal y cada cual debe poner algo de su parte para que se acelere su advenimiento. No obstante, ni siquiera valorando de este modo lo que es extraño a nosotros deberemos apegarnos a ningún aspecto particular ni pretender verlo como un modelo. No hemos de pensar que lo adecuado es lo chino, o lo serbio, o Calderón, o los Nibelungos, sino que, puestos a necesitar un modelo, debemos volver siempre a los antiguos griegos, en cuyas obras aparece representado en todo momento el hombre bello. Lo demás únicamente debemos contemplarlo desde un punto de vista histórico y apropiarnos en la medida de lo posible de todo lo bueno que haya en ello.

El 31 de enero de 1827 J. P. Eckermann recogía esas palabras con las que Goethe funda el concepto de literatura universal.

Ahora las podemos leer en una magnífica versión de Rosa Sala, que ha dedicado a este libro cinco años fructíferos. Rosa Sala, que había publicado en 1998 una brillante edición de Poesía y verdad, es responsable de esta excelente traducción y del repertorio de notas, imágenes y glosario que acompaña a estas Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida, un admirable monumento literario que estaba necesitando una edición en castellano como esta que acaba de lanzar Acantilado

Su autor, J. P. Eckermann, frecuentó a Goethe en Weimar entre 1823 y 1832 y en las mil páginas del libro nos acerca a uno de los hombres más memorables de la historia de la cultura. De la historia sin más.

Memorable y cercano, no es este un Goethe en zapatillas, sino el hombre íntimo que toma café con sus visitas, que habla de sí mismo y de los demás sin afectación, por encima del genio que sus contemporáneos miraban como a un dios en la tierra, como a un astro infalible, como lo llama Eckermann.

Un Goethe que habla de Shakespeare y de Mozart, que admira a Molière y a Schiller y desprecia a Beethoven, tan lejano de su sensibilidad, y expone sus ideas sobre política, sobre Napoleón, o sobre botánica y moral.

La literatura y la ciencia, la música y la política se van convirtiendo en objeto de la atención y la curiosidad de Goethe y completan un cuadro armónico de los intereses, las tendencias y los conocimientos de comienzos del XIX

Un Goethe poliédrico, complicado y caprichoso a veces, lúcido siempre, incluso cuando se muestra como el "gran egoísta" de su peor leyenda, consciente de que está dictando a Eckermann una obra total, su testamento, su confesión general.

Desde que el mediodía del 10 de junio de 1823 visitó por primera vez a Goethe, Eckermann se dedicó a recoger y organizar este ingente material. La tarea le ocupó hasta su muerte en 1854, pero le garantizó la inmortalidad. O, por decirlo menos estupendamente, la contemporaneidad. 

Como le pasó a Boswell con el Doctor Samuel Johnson, que le regaló el privilegio de escucharle, de inaugurar en el siglo XVIII el periodismo cultural a través de la entrevista y de escribir la mejor biografía de la lengua inglesa.

Cuando se lee este libro, se entiende que Nietzsche dijera que es "el mejor libro alemán que existe." O que Goethe es más que una figura literaria, más que un hombre íntegro. Goethe es todo él una cultura.

Santos Domínguez

22 julio 2024

Los antimodernos

 


Antoine Compagnon.
Los antimodernos.
Traducción de Manuel Arranz.
Acantilado. Barcelona, 2007.

Casi toda la literatura francesa de los siglos XIX y XX preferida por la posteridad es, si no de derechas, al menos antimoderna. A medida que pasa el tiempo Chateaubriand se impone a Lamartine, Baudelaire a Victor Hugo, Flaubert a Zola, Proust a Anatole France, o Valéry, Gide, Claudel, Colette—la maravillosa generación de los clásicos de 1870—a las vanguardias históricas de principios del siglo xx, y tal vez incluso Julien Gracq al Nouveau Roman.

Antoine Compagnon, catedrático de literatura francesa en la Sorbona de París y en la Columbia University de Nueva York, publicaba en Gallimard hace dos años un libro polémico, paradójico y con un éxito rubricado por la crítica y el Premio de la Crítica francesa. La edición española de Los antimodernos acaba de publicarla Acantilado, con traducción de Manuel Arranz.

La tesis del libro se apoya en una paradoja o en una provocación: la verdadera modernidad es la de quienes la niegan. De Balzac a Barthes, de Proust a Rimbaud, pasando por un Baudelaire que es el padre de la modernidad, los auténticos modernos serían, según Compagnon, los antimodernos:

¿Quiénes son los antimodernos? Balzac, Beyle, Ballanche, Baudelaire, Barbey, Bloy, Bourget, Brunetière, Barrès, Bernanos, Breton, Bataille, Blanchot, Barthes... No todos los escritores franceses cuyo nombre comienza por una B, pero, a partir de la letra B, un importante número de escritores franceses. No todos los campeones del estatu quo, los conservadores y reaccionarios de todo pelo, tampoco todos los atrabiliarios y desencantados con su época, los inmovilistas y los ultras, los cascarrabias, los gruñones, sino los modernos en dificultades con los tiempos modernos, el modernismo o la modernidad, o los modernos que lo fueron a regañadientes, modernos desarraigados, o incluso modernos intempestivos. 

¿Por qué llamarlos antimodernos? En primer lugar, para evitar la connotación 
despectiva generalmente atribuida a las demás denominaciones posibles de esta tradición esencial que atraviesa los dos últimos siglos de nuestra historia literaria. A continuación, porque los verdaderos antimodernos son también, al mismo tiempo, modernos, todavía y siempre modernos, o modernos a su pesar. Baudelaire es el prototipo, su modernidad—él fue quien inventó la noción—es inseparable de su resistencia al “mundo moderno” (...) 

Los antimodernos—no los tradicionalistas por tanto, sino los antimodernos 
auténticos—no serían más que los modernos, los verdaderos modernos, que no se dejan engañar por lo moderno, que están siempre alertas. Uno imagina en principio que debieran ser diferentes, pero pronto nos damos cuenta de que son los mismos, los mismos vistos desde un ángulo distinto, o los mejores de entre ellos. La hipótesis puede parecer extraña y exige ser comprobada. Poniendo el acento sobre la antimodernidad de los antimodernos, demostraremos su real y perdurable modernidad.

Arrastrados por una corriente que repudian, los antimodernos son los modernos en libertad, asegura Compagnon para perplejidad del lector, que cree que hay que forzar mucho las cosas y los conceptos para considerar que Baudelaire, el fundador declarado de la modernidad, es también un apóstol de lo antimoderno, un concepto resbaladizo que no se refiere a lo neoclásico ni a lo académico ni al tradicionalismos, sino a una forma de resistencia ambivalente propia de los auténticos modernos. El antimodernismo sería de esa manera la otra cara de lo moderno, su reverso ineludible.

Contrarrevolucionario en política y defensor del elitismo antidemocrático; reactivo a la Ilustración en filosofía y practicante del pesimismo moral y existencial, el antimoderno niega la metafísica optimista del progreso y desde su malestar resignado defiende la teología del pecado original.

De Maistre, Chateaubriand y Baudelaire son las enseñas de esa actitud antimoderna del hombre sin raíces que no está bien en ninguna parte. Reaccionarios con encanto, modernos desengañados, son el colmo de lo moderno y su pensamiento, como este libro, está articulado en la paradoja, el oxímoron y la antimetábole. Y es que si el contrarrevolucionario Maistre confiaba en la Revolución y en el jacobinismo para restablecer la monarquía, Compagnon ve en estos antimodernos a los auténticos herederos de la Ilustración, la encarnación del espíritu de la luces que niegan y al parecer representan mejor que nadie.

Las relaciones entre la modernidad y la tradición son siempre problemáticas, pero tiene el lector la sensación constante de que el gusto por la paradoja, ingeniosa pero superficial, acaba perjudicando a un libro que la podría haber utilizado como motor o como punto de partida pero no como demostración de su tesis, no como clave de su propuesta, ni mucho menos como conclusión.

Porque las paradojas se van superponiendo y aquí la víctima es el verdugo, y los antimodernos están en la derecha de la izquierda y en la retaguardia de la vanguardia. Y en la conclusión quien pierde gana, que podría haberse propuesto al revés: quien gana pierde.

Se echa de menos una cierta ampliación del campo de estudio a un ámbito que no relegara el mundo a Francia. Esa actitud tan francesa de pensar que el mundo acaba en sus fronteras provoca que Compagnon recurra a escritores de tercera o cuarta fila.

No sabe uno al final si todo el libro no ha sido más que un inteligente y perverso ejercicio de logomaquia o de vaciamiento del sentido del lenguaje. No otro es el efecto del retruécano o la antimetábole.

Santos Domínguez

19 julio 2024

Antología de Spoon River


Edgar Lee Masters.
Antología de Spoon River.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de Jaime Priede.
Bartleby Editores. Madrid, 2012.

La Antología de Spoon River, que Edgar Lee Masters (Kansas, 1868- Pensilvania, 1950) publicó en 1915, es no solo el libro más vendido en la historia de la poesía norteamericana, sino también un texto imprescindible para conocer algunas claves de la literatura actual, porque de él procede gran parte de la literatura norteamericana contemporánea. 

En esa obra, que determinó el rumbo de la poesía y la narrativa de los últimos setenta y cinco años, todo es raro y sorprendente: su prosaísmo, su narratividad, la brevedad de sus poemas lapidarios, los monólogos desinhibidos y escandalosos de los muertos, el paisaje de emociones y rencores que dibuja el conjunto de esas lápidas en las que los muertos narran, protestan, discuten y se contradicen, se justifican o confiesan sus miedos, sus secretos o sus fantasías.

Y, antes que nada, lo más raro y lo más genial: la idea de componer un libro con las lápidas imaginarias de un cementerio inexistente inspirado en el que existe en Oak Hill, en Lewistown, y en el modelo helenístico de los epitafios y los textos apodícticos de la Antología griega: la muchacha violada y la mujer adúltera, el asesino y el juez corrupto, el banquero estafador y la maestra rural son algunos de los personajes que yacen bajo casi doscientas cincuenta lápidas que sirven para tejer un entramado de veinte historias que los relacionan entre sí en una danza de la muerte contemporánea. 

Con la Antología de Spoon River Lee Masters desbrozaba el camino que seguiría una parte de la poesía norteamericana del siglo XX, pero abría también la senda que transitaron luego la novela coral o caleidoscópica, el relato breve, la crónica testimonial o lo que en Estados Unidos se llama Non fiction o Faction, las obras basadas en hechos reales.

Porque aunque aparentemente aquí nada es real, y como los mejores libros de poesía, se lee también como una novela, esta es una obra germinal que puede abordarse también como un docudrama que refleja críticamente la intrahistoria de la sociedad que conoció y combatió Lee Masters, abogado laboralista en Chicago, defensor de sindicalistas, comprometido con las libertades, la justicia social y detractor del imperialismo norteamericano que había mostrado su cara más agresiva, como denunció él mismo, en el hundimiento del Maine en 1898 en busca de una excusa para declarar la guerra a España.

La antología de lápidas de aquel club de narradores muertos y los monólogos lapidarios que provocaron el escándalo de aquella sociedad puritana aparecen ahora en Bartleby en edición íntegra y bilingüe, traducida, prologada y anotada por Jaime Priede.

A punto de cumplir cien años, la Antología de Spoon River mantiene la frescura incorruptible de los clásicos y un aire intemporal que Jaime Priede ha puesto en español con pericia, sensibilidad y con ese sexto sentido imprescindible para captar la atmósfera emocional, la mezcla de crítica y compasión de esta poesía y la tonalidad cambiante de sus diversas voces, como esta de Theodore, el poeta, en la que tal vez se resuma el sentido global del libro:

De niño, Theodore, pasaste largas horas sentado 
a orillas del turbio Spoon,
la mirada fija en la madriguera del cangrejo, 
esperando que asomara y se arrastrara afuera,
primero sus antenas ondulantes como paja de heno,
luego su cuerpo color de jabón
adornado con ojos de azabache.
Te preguntabas hipnotizado 
qué sabía, qué deseaba, por qué vivía.
Más tarde volviste la mirada hacia los hombres y las mujeres
ocultos en las madrigueras de las grandes ciudades,
esperando a que salieran sus almas
para ver 
cómo vivían, para qué, 
por qué seguían arrastrándose tan afanosos
por el arenoso camino donde escasea el agua
en el declive del verano
.


Santos Domínguez

17 julio 2024

Campbell. Imagen del mito



Joseph Campbell. 
Imagen del mito.
Traducción de Roberto R. Bravo. 
Imaginatio vera. Atalanta. Gerona, 2012. 

Atalanta editaba en 2012 por primera vez en español Imagen del mito, una obra monumental del mitólogo norteamericano Joseph Campbell (1904-1987). 

Un libro que se titula así tenía que estar basado en un amplio banco de reproducciones que permiten recorrer cinco milenios de historia, mitología y representaciones plásticas a través de más de cuatrocientas imágenes comentadas. 

Porque imagen y relato son consustanciales a la esencia y al desarrollo del mito y en esas dos actividades se han proyectado siempre la imaginación y la capacidad narrativa con las que el hombre construye, mediante símbolos y palabras, la interpretación coherente del universo, de los sueños y de la vida que es la raíz del mito.

Y lo que ofrece Campbell en este libro espectacular es un viaje guiado por la relación entre el mito y la civilización, entre el mito y el sueño, entre el mito y el pensamiento a través de las variadas manifestaciones visuales que las distintas culturas han elaborado, desde Mesopotamia a los mayas o los etruscos, desde la India a Oceanía, desde la cultura egipcia a la olmeca, desde China a Europa.

La mirada de Campbell es la mirada abarcadora y profunda propia de quien sustituye los prejuicios por la curiosidad intelectual y arranca de un amplio sincretismo cultural y religioso para transmitir una visión abierta e integradora de las distintas construcciones mitológicas.

Por eso en este libro conviven y dialogan Jung y los ritos tribales de los sioux, Shakespeare y el Mahabbarata, Gilgamesh y el Ulysses de Joyce, Thomas Mann y el Libro de los muertos en una constante búsqueda, como señala Leandro Pinkler en el prólogo, del “punto de unión entre el mundo visible y el invisible, que constituye la esfera de acción de lo sagrado.”

Y es ahí donde Campbell distingue una diferencia fundamental entre las mitologías orientales, que asumen la unión con lo divino, y las occidentales, que narran episodios de separación. Es el árbol de la vida o el árbol de la ciencia, la experiencia de lo misterioso o la voluntad de conocimiento de la esfera giratoria del tiempo y el espacio, la mística o la razón.

Desde el primer capítulo, en el contraste entre el sueño de Vishnú y el de Job imaginado por el visionario que fue William Blake, se refleja esa oposición entre los símbolos del misterio universal y la magnitud cósmica, por un lado, y la representación de las limitaciones personales por otro.

Campbell se dedicó en sus libros a buscar un espacio de reconciliación entre la consciencia y el misterio a través de los arquetipos mitológicos, religiosos y psicológicos de las distintas culturas, y utilizó la antropología, el psicoanálisis, la literatura o la fenomenología de las religiones para construir una interpretación vitalista del mito y del héroe, de ahí que prestara tanta atención a los mitos encarnados en Osiris, Dionisos, Mitra o Cristo, señores de la muerte y la resurrección.

El objetivo de esta obra enciclopédica, como señala en su prefacio, fue profundizar en la dimensión icónica de la mitología a través de la potencia evocadora de las imágenes que representan a los mitos. Con esas imágenes, la distintas culturas aspiraban a hacer visible lo invisible, a revelar el misterio, a representar simbólicamente lo imperceptible, a expresar lo inefable.

Porque, señala Campbell, los mitos surgen, como los sueños, y al igual que la vida, de un mundo interior desconocido para la conciencia despierta.

Y eso es lo que justifica la necesidad de un libro como este y la importancia de sus descripciones e interpretaciones iconográficas, que explican las claves simbólicas de imágenes que van desde las pinturas rupestres de Rodesia a Paul Klee, de los sellos sumerios a Gauguin, de un zigurat de hace 35 siglos a un cuadro de Jackson Pollock.

Organizado en seis secciones que arrancan de la relación entre el mito y el sueño a través de Vishnú, el gran soñador del universo, y culminan en la paradoja y el misterio del despertar, Imagen del mito aborda los relatos míticos de transmisión oral y los más elaborados de las tradiciones escritas que construyen el orden cosmológico en las tres grandes religiones –budismo, cristianismo, islamismo-; explora las diferencias entre la mitología oriental y la occidental, entre el loto dorado y la rosa alquímica; propone una lectura psicológica de la simbología del mito del dios serpiente como símbolo del poder sobre la muerte; resalta la repercusión literaria del mito del dios sacrificado, descifra la importante presencia del dios jabalí en diferentes mitologías o conecta las uvas dionisiacas con los ritos cristianos de la última cena.

En 1973, cuando se publicó la primera edición de este volumen, Campbell agradecía al editor la belleza de las ilustraciones del libro. Cuarenta años después, con los avances en las técnicas de edición, el resultado es aún más espectacular que el de aquella primera versión en la reproducción de imágenes en las que se suceden catedrales y ánforas, templos y tapices, pirámides y relicarios, vidrieras y sinagogas, mandalas sánscritos y bajorrelieves asirios para completar un catálogo de los mitos y los símbolos que han elaborado las distintas culturas a lo largo de cinco mil años.

Lástima que ya no pueda disfrutarlo Campbell, que llegó a convertirse en vida en una influencia decisiva en La guerra de las galaxias a través de su libro El héroe de las mil caras, que dejó también una huella determinante en los patrones narrativos de Matrix o Indiana Jones o en el mundo de los videojuegos.

Santos Domínguez