5/8/24

Onetti. Obras completas II



Juan Carlos Onetti.
Obras completas II. 
Novelas II (1959-1993).
Edición de Hortensia Campanella.
Prólogo de José Manuel Caballero Bonald.
Posfacio de Liliana Díaz Mindurry.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007.

Entre las muchas piezas rigurosamente magistrales que escribió Juan Carlos Onetti hay una, Jacob y el otro, que pese a su poca extensión contiene todo el universo narrativo y estilístico del uruguayo. Publicada a veces en colecciones de relatos, tiene sin embargo la condición técnica de una novela corta. Onetti la escribió a la vez que Juntacadáveres El astillero y resume el canon novelístico de su autor: por su ambientación en el degradado espacio mítico de Santa María, por la aparición de un personaje narrador como el Dr. Díaz Grey, por la opacidad turbia e insondable de la realidad y los hechos, presentados desde una perspectiva múltiple, parcial e incompleta.

Es una de las diez novelas que se recogen en el segundo tomo de las Obras completas de Onetti que publicó Galaxia Gutenberg en edición de Hortensia Campanella.

Este segundo volumen, que se abre con un espléndido prólogo de José Manuel Caballero Bonald, Iluminaciones en la sombra, recoge treinta y cinco años de escritura novelística de Onetti, entre 1959 (Para una tumba sin nombre) y 1993 (Cuando ya no importe).

Son las novelas de madurez de uno de los maestros contemporáneos del género, “la cifra terminante del corpus narrativo de Juan Carlos Onetti”, como señala Caballero Bonald en un prólogo en el que destaca la condición centrípeta de estas novelas construidas con prosa deslumbrante y potencia de demiurgo.

El astillero, Juntacadáveres o Dejemos hablar al viento son algunos de los ejemplos eminentes de esa capacidad narrativa que funda un mundo propio en el que personajes como Díaz Grey, Larsen, Jorge Malabia o Brausen habitan un territorio desolado y herrumbroso, Santa María, uno de los espacios imaginarios, como Yoknapatawpha o Macondo, más universales de la novelística contemporánea. Un espacio que no es un lugar, sino un estado de ánimo; un paisaje moral más que una ciudad.

La radical unidad temática y estilística de esta producción aconseja entender todos estos títulos como entregas sucesivas de una novela única que Onetti fue elaborando a lo largo de más de cincuenta años, desde El pozo (1939). Eso explica una de las peculiaridades del proceso de escritura del uruguayo que simultaneó la composición de novelas como Juntacadáveres o El astillero: todas integran un conjunto de piezas interrelacionadas en ese progreso hacia dentro, en esa vocación centrípeta a la que alude Caballero Bonald que explicaría también la preferencia por los espacios interiores.

“A mí me basta y me sobra una habitación –afirmaba Onetti-. Lo que me interesan son las personas.”

Inevitablemente une el lector esta declaración al desistimiento y a la voluntaria condición de tumbado que asumió el novelista durante los años que limitó su espacio vital al interior de una habitación.

Una mirada escéptica hacia dentro que encuentra su expresión más acabada en el tratamiento de la acción desde el interior del personaje, en la construcción de un estilo cuidado hasta el último detalle, en la arquitectura rítmica de su prosa o en la elección meditada y certera de cada adjetivo, para articular la lección de expresividad de una lengua sometida a una tensión más propia de la poesía que de la narrativa.

Nada se deja aquí al azar o a la improvisación. Todo está calculado y contribuye a tejer un entramado narrativo que prende a un creciente número de adictos a un mundo literario portentoso, un mundo espectral por el que cruzan personajes derrotados por la vida.

Y así como la niebla o la noche difuminan el paisaje de Santa María, abundan las zonas de sombra sobre los personajes y en la acción de las novelas de Onetti, atravesadas siempre por una mirada introspectiva y desesperanzada, habitadas por seres devastados por la fatalidad, el fracaso y la resignación, perplejos y derrotados bajo la bruma o el humo de los cigarrillos y destartalados por el alcohol.

La ambigüedad de los comportamientos, las interpretaciones múltiples de una realidad opaca, tan borrosa como la niebla que difumina el paisaje es otra de las constantes del mundo narrativo de Onetti, que se mueve con soltura en una zona de indeterminación en la que se confunden la realidad y el sueño, la alucinación y la mirada.

Con el personaje siempre en un primer plano que se antepone a la acción, las novelas de Onetti tienen el clima moral de un tango, su temperatura delirante, su desaliento resignado:

Escribiendo - reconocía Onetti en una entrevista- me desquito de la realidad. Más que sufrirla yo, la realidad la sufren los personajes

Para una tumba sin nombre, El astillero y Juntacadáveres, con temas y personajes tan relacionados que pasan de unas a otras, constituyen un ciclo central en esta etapa de madurez de Onetti. La más conocida de ellas, El astillero, con la bajada a los infiernos de Juntacadáveres Larsen, la escribió Onetti tras interrumpir la redacción de Juntacadáveres, que retomaría luego, aunque su génesis y su tiempo narrativo son anteriores. Por esa razón, Emir Rodríguez Monegal proponía que se leyera este tríptico en su natural orden cronológico (Juntacadáveres, Para una tumba sin nombre y El astillero) y no en la secuencia editorial en que se publicaron.

Con esas novelas y con la anterior La vida breve, Onetti desempeña un papel patriarcal en la nueva novelística hispanoamericana, que entra con él en la modernidad como lo había hecho la poesía con Vallejo, Neruda o Paz y el relato con su siempre incompatible Borges.

Santos Domínguez