21 octubre 2022

Memoria y haiku


 Memoria y haiku.
Ilustraciones de Pep Carrió.
Prólogo y antología de Eva Ariza.
Traducción de Rumi Sato.
Nórdica. Madrid, 2022.

 “El haiku nació como una estrofa insubordinada […], como idea o imagen que reverbera en el silencio”, escribe Eva Ariza en el prólogo -‘El arte insubordinado’- a su antología Memoria y haiku, que publica Nórdica

La espléndida selección de treinta y siete haikus, ilustrados por Pep Carrió, abarca textos de distintas épocas, desde el siglo XVII al XX, y sigue un criterio temático, no cronológico, en torno a temas como la fugacidad del tiempo, el paisaje o la casa. 

La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, la contemplación del paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.

Poco importa ante estos textos saber que algunos de estos poetas vivieron en el siglo XVII, porque parecen contemporáneos en su honda contemplación de la naturaleza. Lo importante, lo que queda para siempre en esta poesía inmortal, es que en estos haikus se eternizan los momentos fugaces y las revelaciones, se funden las sensaciones, los sentimientos y las meditaciones, para crear una poesía imperecedera que inmortaliza los ocasos otoñales y las nieblas de invierno, el vuelo de las mariposas y el trino de los pájaros, el silencio o la soledad, como en este haiku de Bashō:

 Mi única invitada, 
la sombra que refleja en la pared 
la luz de las brasas.

Una poesía que conecta en sus iluminaciones la flor y las batallas, el viento y la luna, el llanto de los grillos y el giro de los astros, el aire, la tierra y el agua, las huellas en la playa y el corazón de la montaña, la vida efímera del pasajero, como en este haiku de Shiki:

Me volví 
y el hombre que me crucé 
ya era niebla.

Así explica Eva Ariza en su prólogo la compenetración de textos e imágenes en esta edición ilustrada: “Memoria y haiku se ha compuesto con el propósito de respetar la naturaleza de estos poemas y de preservar el sentido de la composición requerido por cualquier libro mediante el diálogo establecido entre los haikus y las imágenes de Pep Carrió, una serie de ilustraciones con la forma simplificada de la cabeza, convertida en un microcosmos por las imágenes que aloja y la rodean.”

Estas son algunas de esas ilustraciones:





Santos Domínguez 



19 octubre 2022

El Proustógrafo

 

Nicolas Ragonneau.
El Proustógrafo.
Infografías de Nicolas Beaujouan.
Prefacio de Thierry Laget.
Traducción de Isabel Soto López.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.

“¿Por qué no podría representarse la totalidad del saber proustiano acumulado a través de infografías? […] La vitalidad de la crítica, cuando conseguimos aprehenderla en su totalidad, ha permitido poner a nuestra disposición innumerables datos, esos que solo esperan que un diseñador gráfico talentoso los convierta en frisos, esquemas o árboles genealógicos. El amante de los libros hermosos Nicolas Beaujouan es el artista encargado de hacerlo en esta empresa de figuración y renovación de las formas de la enciclopedia proustiana”, escribe Nicolas Ragonneau en el prólogo de El Proustógrafo, que publica Alianza Editorial con traducción de Isabel Soto López.

Es un original acercamiento al mundo personal de Proust y al universo literario de En busca del tiempo perdido a través de las infografías de Nicolas Beaujouan, una verdadera enciclopedia visual dedicada al autor y a sus libro con casi un centenar de infografías que proyectan una nueva mirada sobre Proust y su obra monumental, con motivo del centenario de su muerte.

Los datos procedentes de los estudios de lexicometría, por ejemplo, permiten deducir que la frase proustiana va creciendo en tamaño un 30% a lo largo de los diecisiete años que transcurren entre la publicación de La muerte de Baldassare Silvande, con frases de un tamaño medio de 34 palabras, y En busca del tiempo perdido, cuya longitud oracional de promedio se sitúa en 43 palabras. O que la frase más larga del ciclo proustiano aparece en Sodoma y Gomorra, el cuarto volumen de la serie, con 931 palabras.

Esas estadísticas léxicas, que tienen aquí su representación gráfica, muestran también a Proust como “el voyeur absoluto”, porque la mirada es fundamental en sus novelas, lo que se refleja en la importancia que tienen en ellas las palabras del campo semántico de la mirada, especialmente en ese “gran libro del yo” que es En busca del tiempo perdido.

Otras infografías resumen el universo proustiano: representan el ciclo como una novela río, como un círculo perfecto ocomo una serpiente que se muerde la cola, reflejan las veces que aparece cada uno de los personajes principales (Albertine, Swann, Charlus) y su genealogía, las calles y los espacios en los que transcurre la acción, la bibliocelebridad comparada de Proust, las ventas de sus novelas, sus ingresos como rentista, los estimulantes y los somníferos que tomaba o los lugares en los que vivió.

Y al margen de las infografías, hay en El Proustógrafo una abundante información sobre el ciclo novelístico proustiano: el resumen en 1010 palabras, las claves de los diez personajes principales, las adaptaciones cinematográficas, su presencia en los espacios públicos o algunas citas memorables entresacadas de sus miles de páginas.

“Nicolas Ragonneau -escribe Thierry Laget en su prefacio, ‘Proustografías’- ha creado El Proustógrafo, al considerar que En busca del tiempo perdido es un fenómeno de alcance cósmico, un prodigio de la categoría de las auroras boreales, del paso de los cometas, de los eclipses, que sobrepasa la condición humana y hay que trasladar a nuestra escala mediante infografías, curvas, diagramas, para comenzar a percibir su inmensidad. Este invento no consume energía alguna ni emite gases de efecto invernadero. Es prácticamente silencioso y solo provocará carcajadas o accesos de admiración, pues sus engranajes están lubricados con una aceitera de ingenio o, como se diría en inglés, con humour.
Sin embargo, el invento no carece de precisión, pues bebe de las mejores fuentes de información, nunca hasta la fecha reunidas de una forma tan ergonómica y atractiva. ¿Qué obra podía, antes que esta y con tal parquedad de palabras, mostrar a su lector cuántos libros vendió Proust, a qué idiomas se tradujo su novela, qué había en su biblioteca, qué países visitó, qué drogas tomaba, cuántas decenas de miles de cartas envió, a cuántos personajes dotó de vida y de habla, cuáles son las particularidades de su estilo, cuál es la verdadera historia de la magdalena, en qué año lució bigote de morsa?
[…]
En busca del tiempo perdido es un mundo tan complejo y tan completo que cada generación está obligada a construir nuevas brújulas para orientarse en él. El Proustógrafo no pretende dar cuenta de toda la novela, pero permite, de una tacada, contemplar el trabajo que llevó a cabo el escritor, el esfuerzo que debe realizar su lector, evaluar la intensidad del placer que este puede obtener de su relación con la obra maestra, medir la longitud y la velocidad de las ondas que ha provocado la explosión de esta galaxia y que se han propagado, hasta el día de hoy, en nuestra literatura (y más allá).Todo ello le valdrá a su artífice una medalla de oro en la próxima exposición universal y una vitrina en el Museo de Artes y Oficios, entre el péndulo de Foucault y el gasómetro de Lavoisier.” 

Un lujo para iniciados y para principiantes.

Santos Domínguez 



17 octubre 2022

Naturaleza esencial. El alma de la materia


 Christian de Quincey.
Naturaleza esencial.  
El alma de la materia
Traducción de Miguel Temprano García.
Atalanta. Gerona, 2022.

El alma de la materia. Ese es el significativo subtítulo de Naturaleza esencial, el ensayo de Christian de Quincey que publica Atalanta con traducción de Miguel Temprano García.

Christian de Quincey, doctor en Filosofía, es profesor de Consciencia, Espiritualidad y Cosmología en la Universidad John F. Kennedy, cofundador de la Wisdom Academy y decano de Estudios de la Consciencia en la University of Philosophical Research de Los Ángeles.

Su propósito, explícito desde las primeras páginas de Naturaleza esencial, es proponer “una nueva (aunque antigua) cosmovisión, crucial y necesaria para nuestra época: una cosmovisión que recupera el sentido de lo sagrado en nuestras vidas, en la que el espíritu y la consciencia encuentran su lugar natural en el cosmos. Como filósofo, pretendo ir más allá de los límites establecidos que según muchos de mis colegas marcan el alcance razonable del conocimiento. No confío sólo en el don de la razón, sino también en otros modos de conocimiento, en particular en la sabiduría innata de las sensaciones del cuerpo. Me he propuesto elaborar una nueva cosmología para poner remedio a la separación entre cuerpo y mente, entre consciencia y mundo físico.
Todos los intentos anteriores de superar esta separación –en la filosofía, la ciencia, la cosmología y la psicología– han fracasado hasta el punto de pasar por alto o de negar el sentir esencial y el carácter sagrado de la materia.”

Desde la Introducción, ‘La paradoja de la consciencia’, hasta el Epílogo, ‘¿Concebir lo «inconcebible»?’, sus tres partes exploran, entre la naturaleza de la consciencia y la consciencia de la naturaleza, la idea de una naturaleza consciente, que estaba presente ya en los presocráticos y que De Quincey afronta el redescubrimiento del alma de la materia con el respaldo de una tradición que atraviesa la historia de la filosofía desde Platón hasta Whitehead, cuyo monumental Proceso y realidad publicó recientemente esta misma editorial. 

Una tradición que aborda la relación entre la mente y la materia, entre el cuerpo y el espíritu, “lo que demuestra -afirma De Quincey- que esta noción [la de la materia sintiente] ha sobrevivido en un continuum ininterrumpido a lo largo de los siglos.”

Con esa perspectiva, estas páginas contradicen la idea básica del materialismo científico y filosófico, una “vieja forma de ver las cosas [que] separa el cuerpo de la mente, la consciencia de la materia y el espíritu de la naturaleza, y nos deja la ardua tarea de entender un mundo donde la consciencia, el alma y el espíritu son tan reales como la materia y la energía.”

Naturaleza esencial defiende, por el contrario, un nuevo paradigma cosmológico desde el convencimiento de que “la ciencia está preparada para explorar un nuevo mundo más allá de átomos y piedras, estrellas y galaxias, plantas y animales, cerebros y ordenadores: hablo del universo interior de la mente, del antiguo mundo espiritual del alma. La consciencia, la siguiente gran frontera –para la ciencia, la filosofía y nuestro bienestar personal y colectivo–, por fin está abriéndose paso.”

Porque, como señala De Quincey en el Epílogo, “la mente no puede emerger de una materia insintiente: es inconcebible que la subjetividad emane de la pura objetividad.”

Hay en este ensayo también una meditación constante sobre el lenguaje y el estilo que parte de la necesidad de aproximarse al lector: “Mi propósito ha sido escribir un libro que respete los rigores de la erudición sin despreciar la poética de la metáfora: que sirva de inspiración a los lectores para que sientan el poder de las ideas y sean llevados más allá de las áridas abstracciones hasta el vivo corazón de una investigación pura y sincera” con “un lenguaje sencillo y evocador.”

Y no falta una reflexión del autor sobre el sentido que tiene afrontar este ambicioso proyecto intelectual y filosófico, un “proyecto para nuestro tiempo”:

Pero ¿por qué un libro así? ¿Por qué iba yo a invertir tiempo y energía en investigar y escribir sobre la historia de la consciencia en el universo y la misteriosa relación entre el cuerpo y la mente? ¿Por qué debería el lector invertir tiempo en leerlo?
¿Por qué, en suma, deberíamos ocuparnos de la filosofía de la mente e investigar las bases de una ciencia de la consciencia cuando hay tantos problemas acuciantes que abordar con científicos y filósofos? ¿Tiene un proyecto así más valor práctico que las elucubraciones de los filósofos y teólogos medievales en su torre de marfil sobre el número de ángeles que podían bailar en la cabeza de un alfiler? Creo que dicha investigación tiene un valor inmenso y es muy necesaria.

Una meditación llena de preguntas como esas y en la que no faltan dudas como estas: 

No obstante, a veces me preocupa la elección de este proyecto como objetivo profesional y académico. Por un lado, soy consciente de que tomarse en serio ideas como el espíritu y el alma en la naturaleza, o la sensación y la intuición en cuanto formas válidas de conocimiento, implica cierto riesgo profesional. Desde el punto de vista de la filosofía dominante, la idea de que «la materia siente», de que la consciencia llega hasta los elementos más fundamentales de la realidad, me convierte en un marginal. Pero acepto toda la responsabilidad por estas ideas y estoy dispuesto a defenderlas con el mayor rigor filosófico.
Por otro lado, también soy consciente de que la investigación en metafísica, ontología y epistemología está muy alejada de lo que le interesa a la mayoría. A menudo me pregunto si esta tarea tiene algún valor para la comunidad humana y si no estaré regodeándome como un egoísta en mi propia pasión mientras otros prestan un servicio útil de verdad.

Santos Domínguez 



14 octubre 2022

Pablo García Baena. Una aproximación



 

Salvador Gutiérrez Solís.
Pablo García Baena. 
Una aproximación.
Centro Andaluz de las Letras. Sevilla, 2021.

ANTIGUO MUCHACHO 

Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo 
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos, 
de cabelleras lánguidas flotando en los estanques
y un ajimez quedaba solo frente a la luna
adormecida por el laúd de los besos.
Revivo la mirada pálida de los espejos
y mi rostro preguntando en su oráculo,
y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios.
Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes, 
y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos
y el tarro de las guindas,
y las cidras frías por el mármol de la madrugada,
y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado.
El domingo escalaba con su luz amarilla,
con su parra latiendo de áureos cimbalillos,
los álamos sombríos del invierno,
y las horas, veloces, agitaban sus pétalos
como rosal que deja su nieve por el aire.
Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes,
y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas,
y la última garza de la tarde dormía entre los juncos. 
Decidme dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas
y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,
y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante
y Aramis perfumado de unción episcopal,
y Robinson bajo el verde loro balanceante de los bambúes. 
Aquel cerrado mirador, entre lutos,
donde paraban todos los años la Oración del Huerto 
cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada. 
Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas,
y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias
las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos. 
Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles,
voces que pálidas renacen,
como hojas arrastradas a un otoño de olvido.
Y como el nadador, dichosamente cansado,
deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo 
volviendo su mirada hacia la playa,
así a ti me vuelvo,
buscando tu sonrisa en mi sonrisa,
tu mirar en mis ojos
y tu honda voz pura, antiguo muchacho,
fluyendo como un agua fresquísima
del manantial cegado de los días.

Ese magnífico poema, Antiguo muchacho, es uno de los que forman parte de Pablo García Baena. Una aproximación, de Salvador Gutiérrez Solís, que escribe sobre este texto: “Este poema, que da título al libro, sintetiza a la perfección la voz de Pablo García Baena. Alusiones al cine, a sus primeras lecturas, a la adolescencia indomesticable, a la búsqueda de ese paraíso de belleza y emociones, que siempre estuvo tratando de construir en su interior, lo carnal y lo espiritual, la sacristía y la taberna, los días y las noches, y todo ese universo, complejo, frágil y luminoso que es Pablo García Baena.”

El volumen, publicado por el Centro Andaluz de las Letras en 2021 con motivo del centenario de nacimiento de Pablo García Baena, inauguró la estupenda colección Clásicos Singulares, pensada para llegar a un público amplio con libros divulgativos firmados por escritores que conocieron a los autores homenajeados y que aportan una mirada personal sobre su vida y su obra, de la que se ofrece una antología significativa de textos. 

Este mismo año se han incorporado al catálogo otros dos titulos: Caballero Bonald. Entre el mito y el verbo, de Felipe Benítez Reyes, y Vicente Núñez. El desorden del canto, de Juan Lamillar.

Celebratorio y emocionado, el homenaje de Salvador Gutiérrez Solís a la vida y la obra de García Baena se subtitula Un himno a la dicha de vivir y es un recorrido apasionado por su obra poética, de la que afirma: “De Rumor oculto a Los Campos Elíseos, de Córdoba a Nueva York, de Málaga a Venecia, de los baños de Popea a la fila 13, impar, del Palacio del Cinematógrafo. Casi un siglo de poesía y vida, de vida y poesía –en este caso el orden es insignificante–, en Pablo García Baena. Cien años de una de las voces más sugerentes, sensitivas, emocionales y trascendentales que nos ha deparado la lírica española de las últimas décadas.”

Cierra la selección, de más de treinta poemas, Poeta Local, “tal vez -escribe Gutiérrez Solís- el último poema que escribió Pablo García Baena, el 21 de septiembre de 2016, y que forma parte de Claroscuro. Últimos poemas, un libro en el que se reúnen los poemas que escribió tras Los Campos Elíseos, y que contó con la edición de José Infante y Rafael Inglada, para la Editorial Pre-Textos, en enero de 2019, justo un año después de su fallecimiento.”

POETA LOCAL 

Allí estaba, en el pretil del puente, 
contemplando en días de temporal 
el bravío arrasar de la riada
que llevaba en fragor
ramas, aperos, vigas de almadía,
naos donde se posaban ateridas las aves. 
Era el poeta local.
Tal vez miraba sus huyentes días 
perdidos entre el légamo del agua, 
jirones del recuerdo en desmemoria. 
Era su vida: nuestras vidas son…

Tuvo un brillo de honores
en noche de liceo y de tapices.
Fanfarrias de las trompas y el aplauso 
anuncian la llegada de la Corte de Amor,
y la más bella dama, él recuerda a Darío, 
entre sus manos puso la eglantina de oro 
como un tirso enramado de citas y promesas. 
Ahora el desabrigo de los solitarios
le subía la bufanda hasta enjugar
gotas de lluvia o lágrimas,
y aún blande sus rimas,
escenas de un museo de cera apolillado
y andaluz.


Santos Domínguez

 

12 octubre 2022

Ciro Alegría. El mundo es ancho y aje



Ciro Alegría.
El mundo es ancho y ajeno.
Drácena Editorial. Madrid, 2022.


 ¡Desgracia!
Una culebra ágil y oscura cruzó el camino, dejando en el fino polvo removido por los viandantes la canaleta leve de su huella. Pasó muy rápidamente, como una negra flecha disparada por la fatalidad, sin dar tiempo para que el indio Rosendo Maqui empleara su machete. Cuando la hoja de acero fulguró en el aire, ya el largo y bruñido cuerpo de la serpiente ondulaba perdiéndose entre los arbustos de la vera.
¡Desgracia!
Rosendo guardó el machete en la vaina de cuero sujeta a un delgado cincho que negreaba sobre la coloreada faja de lana y se quedó, de pronto, sin saber qué hacer. Quiso al fin proseguir su camino, pero los pies le pesaban. Se había asustado, pues. Entonces se fijó en que los arbustos formaban un matorral donde bien podía estar la culebra. Era necesario terminar con la alimaña y su siniestra agorería.

Ese es el comienzo de El mundo es ancho y ajeno, la monumental novela con la que el peruano Ciro Alegría culminó su trayectoria literaria y logró una de las cimas de la literatura indigenista, la tendencia dominante en la novela hispanoamericana en los años treinta y cuarenta. En 1941 ganó el concurso de novela latinoamericana organizado por la editorial Farrar & Rinehardt, de Nueva York, al que había concurrido también Onetti con Tiempo de abrazar.

Ciro Alegría (1909-1967), de origen campesino, la escribió en el exilio en Chile, como sus dos novelas anteriores, La serpiente de oro y Los perros hambrientos. Si en la primera el escenario el río Marañón con su furia destructiva, y la selva del Amazonas, Los perros hambrientos se sitúa en las alturas andinas, como El mundo es ancho y ajeno, su novela más ambiciosa y de horizonte más amplio, que acaba de recuperar Drácena Editorial.

El eje de la novela es el conflicto entre los valores tradicionales de una comunidad indígena expulsada de sus tierras y la modernidad codiciosa y depredadora del latifundismo. Está construida como una novela-río que acumula distintos materiales narrativos y los desarrolla para dar sensación de totalidad con la sucesión de acontecimientos y una suma polifónica de voces y personajes, de diversos espacios y tiempos que dibujan un mural de la vida de los indígenas andinos a comienzos del siglo XX, encabezados por el alcalde Rosendo Maqui, que muere torturado y pasivo en la cárcel, y por su sucesor Benito Castro, dotado de una conciencia política más combativa e insurreccional. 

Entre el lirismo de las potentes descripciones de la naturaleza y el ritmo épico de la acción, El mundo es ancho y ajeno es un alegato a favor de la causa indigenista y del contacto con la naturaleza frente a los poderes del Estado y de la oligarquía latifundista. Una novela social, de fondo ideológico y propósito político, una defensa del colectivismo y la solidaridad frente al individualismo.

Y una cima literaria que une descripción y narración en momentos tan brillantes como este, casi al final de la novela, cuando se produce el asalto que acabará en una masacre:

Por la falda del Rumi, con toda la rapidez que permite la violencia de la pendiente y la estrechez del sendero, suben los caporales. Desean llegar a las seis a la meseta y ya comienza a clarear y un único gallo canta en la hoyada. Los caballos resoplan acezando y ellos hunden las espuelas y se tragan la cuesta. Uno escucha el estruendo de la fusilería y da la voz. Lo oyen todos ya y vacilan entre regresarse o seguir. Pero otro estruendo próximo y sordo los saca de dudas. Enormes piedras resbalan cuesta abajo, estallando, describiendo parábolas llenas de ciega furia. Los caballos se espantan y atropellan y caen y ruedan. Algunos logran correr y apenas siguen las curvas del camino. Pero ya están sobre ellos las piedras y con desesperado miedo unos cuantos abandonan el sendero y vacilan entre los roquedales. Las piedras rebotan en desorden, como una tormenta de rocas, y una derriba a un jinete y otra sólo al caballo porque el jinete se ha arrojado antes, ocultándose en una oquedad. Y más y más piedras llegan y pasan. Mientras unas caen en el caserío, otras comienzan el descenso y, estén dentro del sendero o fuera de él, los vivos y los muertos continúan sufriendo el implacable embate. Las piedras bajan arrastrando a otras con ellas, descuajando arbustos, levantando polvo, indetenibles y mortales. Condorumi logra empujar una roca inmensa que retumba, brama y hasta chilla según caiga en lugar de tierra, de roca o de cascajo. En uno de sus enormes y pesados saltos avienta a un caballo como a una brizna por un despeñadero, y en otro echa un trágico viento sobre un caporal que corre a guarecerse bajo una peña. El bólido rueda por lo que fue chacra de trigo como si quisiera detenerse, pero luego toma impulso en una pendiente y arremete contra una casa y la destroza deteniéndose en medio de ella bajo una nube de polvo.
Son pocos los caporales que llegan a caballo a la tierra labrantía, siempre amenazados por las piedras, y pueden correr a campo traviesa alejándose de la zona convulsionada. Los demás han muerto o se han dejado caer para defenderse al pie de las grandes rocas. Los caballos han perecido en mayor número, pues los que no fueron cogidos, rodaron por escapar. Los caporales sobrevivientes se escurren, poco a poco, corriendo de breñal en breñal. A mediodía ya no queda ninguno en peligro. Un negro vuelo de aves carniceras planea sobre la cuesta.

Santos Domínguez

 

10 octubre 2022

Juan Rulfo. El gallo de oro y otros relatos


 Juan Rulfo.
El gallo de oro y otros relatos.
Edición de Jorge Zepeda. 
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2022.

“A pesar de que han transcurrido más de cuarenta años desde su primera edición, El gallo de oro no ha gozado de la atención de la crítica literaria ni de la especializada en la misma medida que las obras anteriores de Rulfo”, escribe Jorge Zepeda en la introducción de la edición de El gallo de oro y otros relatos en Cátedra Letras Hispánicas. 

Una obra literaria cuya importancia en el conjunto de su obra novelística reivindica Zepeda cuando afirma que “la tradición crítica se ha empeñado en clasificar El gallo de oro como guion cinematográfico, argumento o texto para cine, etiquetas que no resisten la lectura desprejuiciada del relato.”

La relación de Rulfo con el cine fue duradera e intensa y se refleja no sólo en las adaptaciones cinematográficas de sus novelas Pedro Páramo y El gallo de oro o de algunos de sus cuentos como Macario o No oyes ladrar los perros.

Además de casi una docena de títulos entre adaptaciones o guiones como el de El despojo, un espléndido cortometraje de 1960, la mirada narrativa de Juan Rulfo es en muchos momentos una mirada cinematográfica. Y en su sintaxis constructiva, la articulación en secuencias de Pedro Páramo o El gallo de oro tiene un clarísimo origen en la técnica del montaje de una película.  

El gallo de oro ocupa un lugar central en esa vinculación de narrativa y cine en Rulfo, aunque su historia textual es muy peculiar: la empezó a escribir en 1956, poco después de publicar Pedro Páramo, y la tenía terminada a finales de 1958, porque el texto se registró en enero de 1959.  

No se publicó hasta 1980, más de veinte años después de su escritura y dieciséis más tarde del estreno de la película. “Su historia es difícil de deslindar de la adaptación cinematográfica homónima dirigida por Roberto Gavaldón y estrenada en 1964. La mala respuesta crítica que esta obtuvo en su momento ha contaminado en gran medida la percepción del texto que le sirvió como punto de partida”, afirma Jorge Zepeda en la introducción, que aborda el análisis literario de las técnicas narrativas de El gallo de oro, su construcción narrativa y su concepción trágica y lo contextualiza en el conjunto de la narrativa de Rulfo por su vinculación temática o espacial con el resto de su producción.

Aquella primera edición en 1980 de El gallo de oro contenía abundantes errores que se subsanaron treinta años después, en la reedición de la novela por la Fundación Juan Rulfo. Se fijaba allí su texto definitivo, que comienza así:

Amanecía.
Por las calles desiertas de San Miguel del Milagro, una que otra mujer enrebozada caminaba rumbo a la iglesia, a los llamados de la primera misa. Algunas más barrían las polvorientas calles.
Lejano, tan lejos que no se percibían sus palabras, se oía el clamor de un pregonero. Uno de esos pregoneros de pueblo, que van esquina por esquina gritando la reseña de un animal perdido, de un niño perdido o de alguna muchacha perdida... En el caso de la muchacha la cosa iba más allá, pues además de dar la fecha de su desaparición había que decir quién era el supuesto sujeto que se la había robado, y dónde estaba depositada, y si había reclamación o abandono de parte de los padres. Esto se hacía para enterar al pueblo de lo sucedido y que la vergüenza obligara a los fugados a unirse en matrimonio... En cuanto a los animales, era obligación salir a buscarlos si el reseñar su pérdida no diera resultado, pues de otro modo no se pagaba el trabajo.

Sus protagonistas son dos personajes errantes de feria en feria: Dionisio Pinzón, un pregonero tullido convertido en gallero y quien acaba siendo su compañera, la cantante Bernarda Cutiño, la Caponera, que completan con Lorenzo Benavides un peculiar triángulo sobre el que descansa la trama de la obra, muy vinculada al mundo inconfundible de Rulfo. 

Con el trasfondo del mundo de las peleas de gallos, las ferias y los palenques, las apuestas y las mesas de juego, El gallo de oro explora un mundo emparentado con el universo de Rulfo: un mundo en el que están presentes la venganza y el poder, el destino trágico y la autodestrucción, y en el que la figura femenina protagonista recuerda en su inaccesibilidad a Susana San Juan.

Desde el origen en San Miguel del Milagro hasta el desenlace en San Juan Sin Agua, las diecisiete secuencias de El gallo de oro conducen la acción, sin la complejidad estructural de Pedro Páramo, a un final trágico, presagiado tal vez en la pelea de gallos inicial de la que sale derrotado y tullido, como Pinzón, el gallo de oro con el que su dueño se había hecho rico.

De las dos adaptaciones de El gallo de oro para el cine -la de Gavaldón, que la enfocó como una comedia ranchera, y la más pesimista y amarga de Ripstein- la mejor es la que en 1986, el año de la muerte de Juan Rulfo, dirigió Arturo Ripstein con el título El imperio de la fortuna, que fue reconocida como la mejor película mexicana del año. 

Esta espléndida edición, que incluye algunas fotografías del archivo de Juan Rulfo, incorpora catorce textos complementarios, fragmentos y relatos tomados de Los cuadernos de Juan Rulfo: desde el guion cinematográfico La fórmula secreta, a relatos tempranos de Juan Rulfo, como La vida no es muy seria en sus cosas, Un pedazo de noche, Castillo de Teayo, Ángel Pinzón se detuvo en el centro o El descubridor, que comienza así:

Cuando lo conocí se llamaba Candelario José. Años más tarde apareció con el nombre de Candelario Lepe porque según él ya había dejado de ser indio. En la cárcel aprendió a leer y escribir y algo de leyes. Quizá bastantes leyes, pues con muchas averiguatas y con un librito titulado “Mexicano, esta es tu Constitución”, que siempre traía en la bolsa, se dedicó a echar fuera de la prisión a docenas de viejos compañeros.

Santos Domínguez


 

07 octubre 2022

Tennyson. In memoriam y otros poemas

 

Alfred Lord Tennyson.
In memoriam y otros poemas.
Edición bilingüe de José Luis Rey.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2022.

“Es cierto que el siglo de Pound y Eliot reduciría a la condición de poeta menor a Alfred Tennyson”, escribe José Luis Rey en la Introducción de In memoriam y otros poemas, la antología bilingüe que publica Cátedra Letras Universales del poeta inglés más popular y leído de su tiempo: “Tennyson fue el estilo poético de su época”, afirmaba Harold Bloom.

Pero el editor y traductor destaca también “la hondura y la hermosura de la poesía de nuestro autor, que alcanza su cima en la magna elegía In memoriam, dedicada a la muerte de su amigo Arthur Henry Hallam. Solo por In memoriam Tennyson ya ocupa un primerísimo lugar en la poesía de la lengua inglesa.”

Enterrado en Westminster, como Dickens o Blake, Tennyson (1809-1892) tenía “el mejor oído de todos los poetas ingleses”, según dijo T. S. Eliot, que señaló también que In memoriam era importante “no por la calidad de su fe, sino por la calidad de su duda.”

Esa amplia obra, organizada en ciento treinta y una secciones que enmarcan un prólogo y un epílogo, es “la mayor elegía escrita en lengua inglesa y una de las piezas mayores de la poesía universal”, según afirma José Luis Rey en el estudio introductorio que sitúa la vida y la obra de Tennyson en su contexto histórico y cultural antes de destacar la conciencia de la temporalidad, el sentimiento de la naturaleza, la imaginación y la profunda espiritualidad como claves de una obra poética consistente formada por “sólidos edificios verbales” que a veces se envuelven en el artificio del monólogo dramático, como en este Ulises: 

Ya las luces comienzan a brillar entre rocas; 
el día largo mengua; sube la lenta nube; 
muchas voces emiten sus gemidos.
Venid, amigos míos, 
no es tarde para hallar un nuevo mundo.
Zarpemos, y sentados golpeemos las aguas, 
esos sonoros surcos; pues tengo la intención 
de llegar navegando más allá del crepúsculo, 
allí donde se bañan los astros del poniente. 
Allí ya me dirijo hasta que muera.
[…]                                           Aunque 
mucho se haya perdido, mucho queda; 
y aunque no exista hoy la fuerza de ayer, 
la fuerza que movía cielo y tierra; 
pues somos quienes somos, nada menos; 
corazones heroicos templados por igual, 
debilitados por el tiempo y el destino, 
mas de una fuerte voluntad de lucha, 
de búsqueda y hallazgo, para jamás rendirse.

Esta es la primera traducción íntegra al castellano de In memoriam, ese memorable texto que Tennyson, heredero de Shelley y de Keats y “el más virgiliano de los poetas de lengua inglesa” según Bloom, publicó de manera anónima en 1850, el mismo año que la reina Victoria lo reconoció con el título de poeta laureado. Habían pasado diecisiete años de la muerte de Arthur Henry Hallam en Viena en septiembre de 1833 y Tennyson lo había ido escribiendo en un duelo demorado que dio lugar a versos que en la magnífica traducción de José Luis Rey suenan así:

Tuve fe en la promesa, con el que ahora canta
ante una clara arpa en tonos muy diversos, 
de que los hombres se alzarán un día 
y saltarán desde la muerte hacia 
estados de conciencia ya más altos. 

¿Mas quién podrá pronosticar los años 
y encontrar en la pérdida ganancia? 
¿O tender una mano para, a través del tiempo,
captar ese lejano objeto de las lágrimas?

El resultado fue una catedral de la solemnidad, la armonía y la elocuencia, un “monumento de la literatura universal”, en palabras de José Luis Rey, que ha optado por una traducción literaria, no literal de los poemas, “para lo cual uso la métrica y los ritmos del oído español.”

He aquí otros dos ejemplos:

Juntos al recorrer este tramo más bajo, 
seguimos el camino de la espina y la flor, 
que ya oscurece, pues la tarde avanza, 
para que así la vida no fracase 
al mirar hacia atrás. 

Que así sea: la sombra no perdura 
en la profunda aurora que asoma tras la tumba, 
sino que claro nace, de lado a lado extiéndese 
el eterno paisaje del pasado.

***

Cuando plumas rosadas coronen el alerce, 
cuando emita su música en una cumbre el tordo, 
o cuando se deslice bajo el matorral yermo 
y vuele, con azul del mar, en marzo el pájaro; 

ven y cobra esa forma por la cual yo conozco 
tu espíritu en el tiempo de estar entre sus pares, 
y la esperanza de años no cumplidos 
sea grande y brille en ti.

Cuando vaya cambiando, de hora en hora, el verano, 
y aliente, entre las rosas siempre dulces, 
sobre la ondulación de un campo de trigo 
que murmuran en torno a la sola alquería; 

ven entonces, no cuando velamos en la noche, 
sino en rayos de sol que cálidos se ciernen, 
ven entonces, hermoso en esa forma nueva, 
como una luz más fina ya dentro de la luz.

Santos Domínguez

 

05 octubre 2022

Manuel Longares. La escala social

 

Manuel Longares.
La escala social.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.

AMOR

Soñé que te rompías la crisma en cuaresma y resucitábamos nuestros cuerpos en una cama de traumatología durante una semana de pasión. No abjuro de la fe cristiana ni me embelesan pamplinas, pero hemos alcanzado el punto de saturación del hartazgo, porque a un hombre como yo, de paquete siempre presto, no le domas a cuentagotas. Así que ajustemos el verbo para aclarar el conflicto: si no me amas, tranquila, que me la cuido solito, y ya pueden darte mucho por donde no has de probarme. Y añado: si me largas, te la guardo, y un día echaremos cuentas, pero si te largas no espero y el primero que te moje, buena penitencia lleva. Prometo ser novio golfo y casado inmaculado, tú a tus partos y yo a mis partes. No me supliques modales, porque con el trajín de tu trasero y esas mamas que te mimas, pedir cordura es de locos. Y te lo diré clarito, aunque no más de dos veces: Dame tu condescendencia, que me desangro sin ti.

Es uno de los sesenta relatos que Manuel Longares reúne en La escala social, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg.

Organizados en cinco secciones temporales, de la aurora a la madrugada, así explica su autor la estructura y el sentido de estos textos breves, anclados en la libertad cuando no en la gozosa subversión que late en muchos de ellos:

 “Componen este libro sesenta narraciones, repartidas en cinco capítulos de doce historias cada uno. No existe entre ellas relación argumental y ninguna supera las doscientas palabras. Son requisitos que, además de singularizar este proyecto, influyen en el desarrollo de la idea, el suceso o la intriga que sustentan el entramado de la ficción.
En el mínimo espacio otorgado a la anécdota y a lo largo de un discurso que no admite punto y aparte, estas historias adoptan el carácter experimental que les transmite su género literario de referencia, el cuento. Una desazón acompaña al lector mientras lee y cuando termina le conduce hacia el reino infantil de las seguridades para cerciorarse de que nada se ha movido en su entorno, aunque algo parezca alterado para siempre.”

Sesenta narraciones concentradas y fibrosas, de potente intensidad, ritmo vertiginoso e inquietante giro final, en las que conviven los tonos y los temas, la indefinición entre la vida y la muerte en un tiempo circular, el sepulcro de temporada y la parábola del cainismo, los cruces de mitologías ante “el venerable de barbas que les vigila desde las nubes”, los piropos culpables y los arrimones punibles, los asados y los bostezos, el suicidio de Larra y los juegos verbales de aleluyas y paronomasias, los divertimentos y los fracasos, la astucia del que pone una vela a Dios y otra al diablo y la bravata contra Ortega de un articulista macarra, las verónicas y las fábulas, un inquietante brindis a media altura o el costumbrismo zarzuelero de verbenas y chulapos, las alucinaciones marineras de un Madrid mesetario y un albañil de pinturera torería, una danza con ocho variaciones familiares y la complicidad de la cigarra y la hormiga.

O los errores del hombre del tiempo, de cuya impunidad reniega zumbonamente este Temperatura:

Pides mus o cantas órdago y si vas de farolero ni la caridad te salva, apoquinarás lo que debes y demandarás otra partida de desagravio. Pues, pensándolo bien, parecida es la aventura de los que informan de las nubes. Nadie las conoce al completo ni interpreta su color, pero desde que se las analiza en el parte meteorológico, la suerte está echada para el apostante. Hoy los expertos prometieron que a la tarde llovería, y volvimos a sacar del armario gabardinas y gorros. También paraguas. Pero llegado el momento de cumplir palabra, aquella lluvia no vino. Y la cosa tiene bemoles, porque si yo, con mis cartas de mus, miento al decir que llevo treinta y uno, en el pecado llevo la penitencia y quizá la cadena de presidiario; pero al lindo que promete lluvia y no nos cae ni una gota, no le quitan ni el vaso de agua.

Es el gran teatro del mundo que, más que con mirada calderoniana, hay que enfocar con un cruce de la distancia del esperpentismo y el oscuro trazo solanesco, el humor y  la ironía, la sutileza y la maestría verbal.

Es lo que hace en La escala social, como en el resto de su obra, un Longares magistral, un narrador imprescindible que aquí está a la altura de sus más altas cimas. Y no estamos hablando -sus lectores lo saben- de una montaña, sino de una cordillera que abarca picos creativos tan altos como Romanticismo, La vida de la letra o La ciudad sentida, que forman parte de la mejor literatura española de las últimas décadas.

Un texto como este Ecuanimidad lo deja claro:

Fui de los coros y danzas y en la vida sufrí orzuelos. Alterné con la guitarra y desayuné mollejas. Nadie que junte mollejas con bartolillos y churros, aceptará sin empacho unas ruedas de molino. Lo digo por la acidez que provoca el revolutum en el intestino frágil. Se trata de no mezclar garbanzos y volatines y tener paz en la guerra, como escribió aquel rector. Dices esto en la trastienda de un comercio de pespuntes y te pasan por las armas los de la purga de Benito. Dices esto al aire libre, dando pan a las palomas, y pagas lo estipulado por masturbarte en el metro. Pero lo dices en verso en un clásico de las tablas o amante del quid pro quo y sales cantando zarzuela por la calle Jovellanos. Ojo, pues, con la ecuanimidad, que es tan versátil como la chupaminonda. Hay quien la lleva como una capa castiza y desfila por Cibeles saludando a un lado y otro y quien apenas pisa la calle porque hay mucho camorrista suelto. Yo, con mi historial, dudo qué hacer.

Santos Domínguez

 

03 octubre 2022

Marcel Proust. Combray

 

Marcel Proust.
Combray.
Traducción de Mauro Armiño.
Ilustraciones de Juan Berrio.
Nórdica. Madrid, 2022.

“Longtemps, je me suis couché de bonne heure.” Con esa frase memorable comienza A la recherche du temps perdu, una de las cimas de la literatura universal.

 Durante mucho tiempo, me acosté temprano. A veces, apenas apagada la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decirme: «Me duermo». Y, media hora después me despertaba la idea de que ya era hora de buscar el sueño: quería dejar el volumen que aún creía tener en las manos y soplar la luz; no había cesado de reflexionar sobre lo que acababa de leer mientras dormía, pero esas reflexiones habían tomado un giro algo particular: me parecía que era yo mismo aquello de lo que hablaba la obra: una iglesia, un cuarteto, la rivalidad entre Francisco Primero y Carlos Quinto. Esa creencia sobrevivía unos segundos a mi despertar: no chocaba a mi razón, pero pesaba como escamas sobre mis ojos y les impedía darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Luego empezaba a volvérseme ininteligible, como después de la metempsicosis los pensamientos de una existencia anterior; el asunto del libro se desprendía de mí, y yo era libre de  centrarme o no en él; enseguida recuperaba la vista y quedaba atónito al encontrar en torno mío una oscuridad suave y sosegada para mis ojos, aunque quizá más todavía para mi mente, a la que se presentaba como algo sin causa, incomprensible, como verdaderamente oscuro. Me preguntaba qué hora podía ser; oía el pitido de los trenes que, más o menos lejano, como el canto de un pájaro en un bosque, determinando las distancias, me describía la extensión del campo desierto donde el viajero se apresura hacia la estación cercana; y el sendero que sigue va a quedar grabado en su recuerdo por la excitación que debe a unos lugares nuevos, a unos actos insólitos, a la reciente charla y a la despedida bajo la lámpara extraña que todavía lo siguen en el silencio de la noche, a la dulzura próxima del regreso.

En la traducción de Mauro Armiño, ese es el párrafo inicial de Combray, la primera parte de Por el camino de Swann, el primero de los siete tomos de A la busca del tiempo perdido.

Combray es la transposición literaria de Illiers, un lugar a cuarenta kilómetros de Chartres. En ella proyectó Proust sus recuerdos infantiles, allí ocurrió la experiencia epifánica de la magdalena mojada en la infusión de té. 

En Combray, casi una novela autónoma que admite bien una edición exenta como esta, está ya prefigurado, si no configurado, todo el monumental ciclo novelístico proustiano: la atmósfera y la mirada, la sintaxis compleja y el ritmo demorado, la memoria y la búsqueda, la voz baja y la mirada furtiva, el detalle y el sufrimiento, el placer y la angustia, el refinamiento y la melancolía, la experiencia y las revelaciones, la civilización refinada y la anécdota trivial, la ética y la estética, las rosas y las espinas de los jardines en una taza de té que fueron el primer título tentativo de la serie.

De ahí sale todo, porque “todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann, y las ninfeas del Vivonne, y la buena gente del pueblo y sus pequeñas casitas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo eso que toma forma y solidez, ha salido, ciudad y jardines, de mi taza de té.”

De Combray arrancan también las claves temáticas del ciclo: la convivencia del pensamiento y el sentimiento, de la apariencia y la realidad, del amor y la soledad. Ya tienen en estas páginas una presencia potente el sueño y las relaciones sociales, la imaginación y el tiempo, la homosexualidad y la creación artística, la enfermedad y la muerte, elementos nucleares todos ellos de las siete novelas y columnas vertebrales del mundo complejo y prodigioso que creó Proust como uno de los monumentos literarios más memorables de la historia de la literatura.

El despertar sexual y los celos, la aristocracia de los Guermantes, las ilusiones perdidas y la decadencia irreversible de un mundo que muere, a través del snob Swann, del barón de Charlus o de la dominante Odette se evocan -se reconstruyen- en un pasado en el que la memoria superpone ficción y realidad, igual que se superponen lo consciente y lo subconsciente, la voz del narrador y la del autor y los tiempos distintos en los que viven.

Con el amor, el tiempo y el deseo al fondo, el mundo se queda al otro lado de la habitación forrada de corcho en la que escribía Proust, con su insuperable capacidad estilística para crear atmósferas y monólogos interiores de una lentísima elegancia en los que se refleja la languidez espiritual que inunda su estilo.

Porque la verdadera vida, la única vida vivida con intensidad es la literatura, concluirá Proust en la novela final, El tiempo recobrado, que cierra un círculo temporal para regresar al punto de partida de la serie, al momento narrativo en que confluyen el tiempo del narrador y el tiempo narrado.

Para conmemorar el centenario de la muerte de Marcel Proust, Nórdica publica esa obertura en un cuidado volumen con traducción y edición, anotada y puesta al día, de Mauro Armiño y con magníficas ilustraciones de Juan Berrio, como estas:









Santos Domínguez 

30 septiembre 2022

Dublineses en Letras Universales

 

James Joyce.
Dublineses.
Edición de Damià Alou.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2022.

“Dublineses es un mapa; un mapa personal y narrativo de la ciudad en la que James Joyce va a situar toda su obra: Dublín; una ciudad que inmortalizará en Ulises y cuyo reverso onírico, Finnegan’s Wake, se convertirá en lo que es, probablemente, la obra más oscura y críptica de la literatura universal”, escribe Damià Alou en el amplio estudio introductorio que abre la reciente edición de Dublineses en Cátedra Letras Universales.

Así comienza en su traducción Las hermanas, el primero de los quince relatos del libro:

Esta vez no había esperanza para él; era la tercera embolia. Noche tras noche yo había pasado por delante de la casa (era época de vacaciones) y estudiado el cuadrado iluminado de la ventana; y noche tras noche lo había encontrado iluminado de la misma manera tenue y uniforme. Me dije que si hubiera muerto vería el reflejo de las velas en la persiana oscurecida, pues sabía que había que poner dos velas a la cabeza de un cadáver. Él me había dicho a menudo: «No voy a durar mucho», y yo había creído que hablaba por hablar. Ahora sabía que era cierto. Cada noche, mientras levantaba los ojos hacia la ventana me repetía en voz baja la palabra ‘parálisis’. Siempre había sonado extraña en mis oídos, como la palabra ‘gnomon’ en el tratado de Euclides y la palabra ‘simonía’ en el catecismo. Pero ahora me parecía el nombre de algún ser maléfico y pecaminoso. Me provocaba mucho miedo, y, sin embargo, anhelaba acercarme a ella y contemplar su mortífera labor.

Las hermanas cumple una función de obertura y anuncia algunas de las líneas temáticas del libro, como la preocupación de Joyce por la parálisis de una Irlanda simbolizada en ese sacerdote paralítico.

Entre ese magnífico relato y el portentoso Los muertos, Dublineses ofrece un conjunto de quince cuentos ordenados según una estructura muy meditada que obedece a una secuencia cronológica interna que representa las edades del hombre: infancia, adolescencia, madurez y vida social para componer el portentoso fresco humano de una ciudad sórdida. 

Con estos relatos, de los que Joyce decía que eran “un capítulo en la historia moral de mi país” y “el cristal pulido en el que mis compatriotas podrán mirarse con miedo a reconocerse”, renovó el cuento del siglo XX. Porque Dublineses, “una obra fundamental en la historia de la ficción breve”, como destaca Damià Alou en su introducción, ejerce una influencia decisiva sobre el género del relato: de Hemingway a Carver, de Chéjov a Katherine Mansfield.

Su escritura fue para Joyce una liberación, un ejercicio de exorcismo de muchos demonios personales agrupados en torno a una ciudad y un país del que se había alejado antes de escribir estos relatos en Trieste y en Roma. Esa distancia física y emocional marca el tono de los textos, que tardaron en publicarse casi diez años: no aparecieron hasta 1914, tras un largo y tormentoso proceso editorial lleno de incidentes y de frustraciones.

Bajo la aparente levedad de estos cuentos en los que parece no ocurrir nada, se oculta un mundo tempestuoso contemplado con una mirada corrosiva hacia el insoportable ambiente moral de Dublín. Y es que estos relatos no pretenden ser una crónica naturalista de la ciudad y sus ambientes, sino algo más profundo y más complejo: “un capítulo de la historia moral de mi país”, como afirmó el propio Joyce, que aludió a que estas historias de parálisis colectiva con fondo autobiográfico, que no esconden ni lo trivial ni lo desagradable, tenían “el olor de los cubos de basura, de los hierbajos y los desperdicios.”

Ezra Pound escribió a propósito de Dublineses una muy elogiosa reseña en la que destacaba, por encima de su valor local, su sentido universal: “Nos ofrece Dublín como presumiblemente la ciudad es. No desciende a la farsa. No se nutre de la caricatura dickensiana. Nos ofrece las cosas como son, no sólo en el caso de Dublín, sino de cualquier ciudad. Basta borrar los nombres locales, unas pocas alusiones específicamente locales, y unos pocos hechos históricos del pasado, y sustituirlos por nombres locales distintos, por alusiones y acontecimientos diversos, y estas historias podrían volver a contarse de cualquier ciudad.”

Y si hay un relato que confirma, por encima de cualquier reduccionismo localista, esa universalidad de los materiales narrativos es el que cierra el volumen, Los muertos, “la muestra más madura y serena del libro”, en palabras de Alou, que añade que “ su extensión, que quintuplica la de algunos de los demás relatos, lo convierte en una obra casi aparte, no en su temática, sino en su desarrollo y composición, en esa combinación de detalles realistas y proyecciones simbolistas […] que lo convierten en una culminación del resto de cuentos y, al mismo tiempo, en una obra única.”

Termina con estas memorables líneas:

Unos golpecitos en el cristal lo hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado a nevar de nuevo. Observó adormilado los copos, plateados y oscuros, cayendo oblicuos ante la luz de la farola. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste. Sí, los periódicos tenían razón: la nieve era generalizada en toda Irlanda. Caía sobre todas las zonas de la oscura planicie central, en las colinas sin árboles, caía lentamente sobre la Turbera de Allen, y, más al oeste, caía lentamente sobre las oscuras aguas turbulentas del Shannon. También caía sobre el cementerio solitario de la colina donde Michael Furey yacía enterrado. Su espesor cubría las cruces y las lápidas torcidas, las lanzas de la pequeña verja, los espinos estériles. Su alma se fue extasiando mientras escuchaba la nieve caer ligera a través del universo y caer ligera, como el descenso del último adiós, sobre todos los vivos y los muertos.

En la trayectoria coherente que sigue la escritura de Joyce como un proceso de obra en marcha, Dublineses es el banco de pruebas del Ulises, la primera aparición de lugares y personajes que reaparecerán en la novela. Pero considerado en sí mismo, al margen de su posición en el proceso evolutivo de la narrativa joyceana, tiene un indiscutible como un conjunto narrativo fundamental en la literatura del siglo XX. 

“No hay nada en la literatura actual que esté a su altura”, decía Ezra Pound en su reseña.

Santos Domínguez 



28 septiembre 2022

A propósito de Ferlosio


Carlos Femenías.
A propósito de Ferlosio. 
Ensayo de interpretación cultural.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.


“Entre la historia literaria y la intelectual, estas páginas interpretan (temeraria, aunque cuidadosamente) la trayectoria de Rafael Sánchez Ferlosio a la luz de las transformaciones que tuvieron lugar en un tramo que va de finales de los años cuarenta a principios de los noventa; de ahí que su protagonista vaya saltando de la voz solista al coro, unas veces desgajado y otras diluido en la peripecia de otros hijos de la élite vencedora de la Guerra Civil. El trauma de una culpa heredada jamás remitió e impuso exorcismos que oscilaron entre la ruptura -siempre estruendosa- y la reformulación; entre el apego sentimental a modelos aprendidos en casa y el repudio de los valores que llevaban adheridos. Su obra es inexplicable sin esos fantasmas, que determinaron en la sombra numerosas obsesiones, como la meditación sobre la historia, la tradición o, en fin, sobre los espinosos modos de recuperar el pasado. Hay más en estas páginas, pero en última instancia tal vez todo pase por las vicisitudes y ambiciones de un pensador embargado por la culpa y el anhelo de perfección”, escribe Carlos Femenías en la Introducción de A propósito de Ferlosio. Ensayo de interpretación cultural, que publica Alianza Editorial en su colección Libros Singulares.

Desde la prehistoria de Alfanhuí, una reivindicación temprana de la diferencia, a la repulsa del “grotesco papelón del literato”, al repudio de la literatura de ficción y de su propia obra y a la forja del ensayista riguroso y a sus disidencias de Las semanas del jardín, desde los alrededores y entresijos de El Jarama, leído en clave parabólicaa la construcción de una voz nueva en busca de un nuevo interlocutor, desde los pecios de Campo de retamas a El testimonio de Yarfoz, A propósito de Ferlosio es un profundo ensayo de interpretación que sitúa la obra de Ferlosio en su contexto familiar, histórico y cultural y que -señala Femenías- “bascula entre aquello que hace legible el gran texto o contexto en el que nace la producción de Ferlosio y aquello que lo singulariza” para abordar “las causas históricas y sociológicas de su escritura, las instituciones que la acogieron, los imaginarios políticos, ideológicos y estéticos sobre los que se construyó y los que seguían erguidos en la sombra, pero también los nuevos lugares y la posición que ambicionó en ellos.”

Como un “meticuloso e irreverente ensayo” define esta biografía intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio Jordi Gracia en su prólogo ‘Totémico Ferlosio’, donde se lee: “Ni literato ni mito literario: Rafael Sánchez Ferlosio ha sido en las letras españolas de la democracia un tótem cultural. Lo ha sido incluso para quienes solo se acercaron a la fuerza y de mala gana a El Jarama en el instituto, quienes pudieron descubrir la frescura irresistible y a la vez mórbida de las historias de Alfanhuí o quienes solo retienen como experiencia de lectura un puñado de artículos de combate en las primeras décadas de la democracia. Ese Sánchez Ferlosio fue apenas una parte de un ingente caudal de literatura y pensamiento que atravesó más de sesenta años de la vida intelectual española y atrajo de forma adictiva a un puñado de exquisitos seguidores rendidos a su arbitrariedad, a su impetuosidad intelectual y a la riqueza arborescente de una sintaxis metódica y a la vez agotadora. Su productividad ha estado siempre reservada a los pocos pacientes dispuestos a desbrozar el laberinto de un pensamiento de inspiración rotundamente normativa, estable en sus referentes y hasta emuladora de la retórica fundacional de los clásicos de la antigüedad grecolatina con rastros bíblicos.”

Un ensayo de interpretación, como subraya el subtítulo, que, con mirada crítica y voluntad desmitificadora, indaga en “el sustrato de las mutaciones”, en el poso retórico e ideológico que dejó aquella España de la posguerra en aquellos que como Ferlosio -hijo de Sánchez Mazas, el ideólogo de Falange- eran “hijos de la victoria” y reaccionaron contra ella. Por eso, este ensayo es también el retrato de una generación, la de los 50, que fue decisiva en la reconstrucción cultural de España tras la Guerra Civil y de la que uno de sus primeras manifestaciones fue la Revista Española.

Con una triple perspectiva -textual, contextual y generacional-, Femenías rastrea esa tensión desde la certeza de que “los textos se encuentran anudados a una trama que no empieza ni acaba en ellos. […] Dar cuenta de una escritura pasa por describir esos hilos, sus nudos, sus enredos, su trayectoria, y cuando la descripción se atiene especialmente a un autor, lo más complicado es dar con el modo de que lo singular no ciegue lo colectivo ni este a aquel. […] He querido explicar cuáles habían sido las condiciones para que se existiera una obra como la suya: no tanto qué había escrito cuanto por qué escribía como escribía.”

En esa línea, Alfanhuí se presenta como el resultado del cruce de lo viejo y lo nuevo, de la tradición clásica y la renovación vanguardista, porque es un relato que se mueve entre lo antiguo y lo moderno, entre lo muerto y lo vivo, entre la narración oral y la escrita. En definitiva, señala Femenías, “en la frontera de dos mundos, en un quicio del que Ferlosio no llegaría a moverse jamás”, como “una fábula sobre el redescubrimiento del mundo por parte de una generación que quiere abarcarlo de nuevo por sí sola. Un empezar de cero con un nuevo nombre y con el convencimiento de que en las entrañas del mundo yace oculto un manantial de transformación y alumbramiento.”

A explorar la huella que dejó en la ideología y en el estilo de Ferlosio una época con la que rompió se dedican las ocho secciones del libro, que investiga la persistencia de los fantasmas del pasado en su obra, sostenida en la tensión entre renovación y conservación, entre la culpa y la historia, entre lo que es nuevo y lo que persiste como huella indeleble en la obra de quienes como Ferlosio, un singular antimoderno de opiniones demoledoras con la política y la sociedad de su tiempo, se movían entre la culpa heredada y la ruptura. Así vincula Carlos Femenías esa actitud con la tradición familiar:

Los Sánchez Mazas Ferlosio ejercen un orgulloso desapego respecto de las instituciones de forma temprana. Las anécdotas del padre, ministro de Franco sin cartera (ni interés), miembro electo en la Real Academia de una silla de la que nunca llegó a tomar posesión, retratan la idiosincrasia familiar. El desacato a la autoridad se profesa desde una aristocracia intelectual que no se siente interpelada -todo lo más, enojada- por la vulgar mediocridad de los poderes seculares. Entre sus rasgos definitorios está un copioso capital cultural, el trato familiar con la flor y nata de la intelectualidad de derechas, la pertenencia al prestigioso y exiguo círculo de los próceres del Movimiento Nacional y la fidelidad intacta a José Antonio […] La fricción con lo estatuido es una rigurosa práctica de su privilegio.


Santos Domínguez 

26 septiembre 2022

Patricia Highsmith. Diarios y cuadernos


 Patricia Highsmith.
Diarios y cuadernos.
1941-1995.
Edición y prólogo de Anna von Planta.
Epílogo de Joan Schenkar.
Traducción de Eduardo Iriarte.
Anagrama. Barcelona, 2022.

Hay monjes –¿los cartujos?– que duermen en su ataúd, por lo visto como preparación para la muerte, pensando en ella con frecuencia noche y día. ¡Yo prefiero el elemento sorpresa! Uno sigue con su vida como siempre, entonces la muerte llega quizá de súbito, quizá por medio de una enfermedad de dos semanas. En este sentido, la muerte es más como la vida, impredecible.

Esa anotación -“la última entrada coherente”, en palabras de su editora Anna von Planta- cierra la recopilación de textos extraídos de los Diarios y cuadernos de Patricia Highsmith que publica Anagrama con traducción de Eduardo Iriarte.

Fechada el 6 de octubre de 1993, año y medio antes de su muerte, cierra un conjunto que se abre el 6 de enero de 1941, cuando Patricia Highsmith, que no había cumplido aún veinte años, anota en una entrada:

Un pensamiento descarado, engreído, decadente, despreciable y retrógrado para hoy: me he sumido en un sueño sin fundamento, de la vida en suspenso y una tercera dimensión, de mis amigos y sus tipos, de personas y caras, sin nombres, que solo ocupaban espacios, y cada cual era justo como cabía esperar, donde estaba, y la imagen –que llamamos «vida» o «experiencia»– estaba completa, y me he visto ocupando exactamente el lugar que se esperaba de mí sin nadie que tuviera un aspecto o se comportara precisamente como yo. Y era yo quien más me gustaba de todo este grupito (que no era en absoluto el mundo entero) y he pensado cómo se echaría algo terriblemente en falta si no estuviera yo allí.

Más de cincuenta años después, el 9 de enero de 1992, escribía en su diario:

Quería terminar estas «páginas» para el 31 de diciembre. Pero no. Una idea espantosa en cierto modo pues hace un par de días tuve la sensación de que tendría que (debería) quemar todos mis diarios antes de morir.

A propósito de esas palabras, la editora aclara lo siguiente: “Al final Pat decidió no hacerlo, y, en cambio, los incluyó de manera expresa como parte de su obra cuando en 1993 designó al sello Diogenes Verlag como titular de sus derechos mundiales.”

Sobre ese ingente material de más de ocho mil páginas manuscritas ha realizado una admirable tarea de selección Anna von Planta, que subraya en el capítulo de agradecimientos que “Pat era una persona y una autora fascinante y complicada que nos dejó ocho mil páginas manuscritas de diarios y cuadernos en las que se revelan detalles sobre su desarrollo personal y creativo que solo compartió con unas pocas personas privilegiadas durante su vida, e incluso entonces, nunca contaba la historia completa.
Esta selección no debe leerse como una autobiografía. Por necesidad, las biografías se escriben en retrospectiva, a menudo revisándolas minuciosamente para mostrar los acontecimientos bajo cierta luz, mientras que los diarios y los cuadernos de Pat ofrecen un relato sobre la marcha de una vida a medida que avanza. Son, no obstante, como dos espejos que reflejan la interacción de su vida y su obra desde perspectivas diferentes.
¿Cómo se aborda un corpus de obra de ocho mil páginas y se condensa en un solo volumen? ¿Durante la pandemia del coronavirus, nada menos, cuando la rutina del teletrabajo pasó a ser la norma?
Desde luego uno no lo hace por sí mismo: a saber, este proyecto representa el trabajo de varios años de un equipo realmente excepcional.”

Y aunque no se trate estrictamente de una autobiografía, como avisa la editora, cada una de las secciones temporales del libro va precedida de unas páginas introductorias que sitúan los textos en el contexto de una cadena biográfica que permite seguir la peripecia vital y literaria de Patricia Highsmith desde su juventud de estudiante y el despertar de su vocación hasta sus últimos años de vida desolada. Están recogidas aquí sus experiencias amorosas, sus lecturas o las opiniones que reflejan su concepción de la vida y la escritura, como esta del 31 de enero de 1947:

Un escritor no debe considerarse un tipo de persona distinto de cualquier otro, pues este es el camino que lleva al promontorio. Ha desarrollado cierta parte de sí mismo que todo hombre alberga: la capacidad de ver, de poner por escrito. Solo si entiende este humilde y heroico hecho puede convertirse en lo que tiene que ser, un médium, un vidrio entre Dios a un lado y el hombre al otro.

Atormentada y visceral, demoledora en sus opiniones descarnadas sobre sí misma y sobre los demás, Patricia Highsmith traza en este monumental volumen un autorretrato complejo y sin concesiones, revelador de una personalidad difícil que procuró ocultarse detrás de su literatura y sus personajes.

Su evolución personal y literaria, su ajetreada y conflictiva vida amorosa, pródiga en relaciones y rupturas, sus inseguridades creativas y su desánimo, sus épocas de soledad quedan plasmadas en las mil doscientas páginas del libro, organizado en cinco secciones cronológicas: desde la juventud en Nueva York a los años crepusculares en Suiza, pasando por las épocas de mayor creatividad: los cuatro años en Inglaterra y los catorce siguientes en Francia. 

Una evolución que se resume gráficamente en las cinco fotografías que abren cada una de las partes del libro. Son muy llamativos los cambios que se producen en el rostro de Patricia Highsmith: desde la suavidad de rasgos de la juventud a la dureza expresiva del último retrato. Esos cambios físicos son un reflejo del proceso interior de la autora, de su creciente amargura, inevitablemente reflejada también en las anotaciones de los diarios y cuadernos de sus últimos años. 

Como en esta del 6 de julio de 1991:

La Perplejidad del Verano. Una persona ocupada no puede llegar a asumir el tiempo libre. El mundo parece torcido. Eso conduce a un aterrador examen de la existencia, la conciencia, el sentido de seguir viviendo, si hay un sentido. ¿Sigue uno adelante sin más, porque otros lo hacen? Es peor que una pesadilla, afrontar la ociosidad.

Santos Domínguez