Juan Rulfo.
El gallo de oro y otros relatos.
Edición de Jorge Zepeda.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2022.
“A pesar de que han transcurrido más de cuarenta años desde su primera edición, El gallo de oro no ha gozado de la atención de la crítica literaria ni de la especializada en la misma medida que las obras anteriores de Rulfo”, escribe Jorge Zepeda en la introducción de la edición de El gallo de oro y otros relatos en Cátedra Letras Hispánicas.
Una obra literaria cuya importancia en el conjunto de su obra novelística reivindica Zepeda cuando afirma que “la tradición crítica se ha empeñado en clasificar El gallo de oro como guion cinematográfico, argumento o texto para cine, etiquetas que no resisten la lectura desprejuiciada del relato.”
La relación de Rulfo con el cine fue duradera e intensa y se refleja no sólo en las adaptaciones cinematográficas de sus novelas Pedro Páramo y El gallo de oro o de algunos de sus cuentos como Macario o No oyes ladrar los perros.
Además de casi una docena de títulos entre adaptaciones o guiones como el de El despojo, un espléndido cortometraje de 1960, la mirada narrativa de Juan Rulfo es en muchos momentos una mirada cinematográfica. Y en su sintaxis constructiva, la articulación en secuencias de Pedro Páramo o El gallo de oro tiene un clarísimo origen en la técnica del montaje de una película.
El gallo de oro ocupa un lugar central en esa vinculación de narrativa y cine en Rulfo, aunque su historia textual es muy peculiar: la empezó a escribir en 1956, poco después de publicar Pedro Páramo, y la tenía terminada a finales de 1958, porque el texto se registró en enero de 1959.
No se publicó hasta 1980, más de veinte años después de su escritura y dieciséis más tarde del estreno de la película. “Su historia es difícil de deslindar de la adaptación cinematográfica homónima dirigida por Roberto Gavaldón y estrenada en 1964. La mala respuesta crítica que esta obtuvo en su momento ha contaminado en gran medida la percepción del texto que le sirvió como punto de partida”, afirma Jorge Zepeda en la introducción, que aborda el análisis literario de las técnicas narrativas de El gallo de oro, su construcción narrativa y su concepción trágica y lo contextualiza en el conjunto de la narrativa de Rulfo por su vinculación temática o espacial con el resto de su producción.
Aquella primera edición en 1980 de El gallo de oro contenía abundantes errores que se subsanaron treinta años después, en la reedición de la novela por la Fundación Juan Rulfo. Se fijaba allí su texto definitivo, que comienza así:
Amanecía.
Por las calles desiertas de San Miguel del Milagro, una que otra mujer enrebozada caminaba rumbo a la iglesia, a los llamados de la primera misa. Algunas más barrían las polvorientas calles.
Lejano, tan lejos que no se percibían sus palabras, se oía el clamor de un pregonero. Uno de esos pregoneros de pueblo, que van esquina por esquina gritando la reseña de un animal perdido, de un niño perdido o de alguna muchacha perdida... En el caso de la muchacha la cosa iba más allá, pues además de dar la fecha de su desaparición había que decir quién era el supuesto sujeto que se la había robado, y dónde estaba depositada, y si había reclamación o abandono de parte de los padres. Esto se hacía para enterar al pueblo de lo sucedido y que la vergüenza obligara a los fugados a unirse en matrimonio... En cuanto a los animales, era obligación salir a buscarlos si el reseñar su pérdida no diera resultado, pues de otro modo no se pagaba el trabajo.
Sus protagonistas son dos personajes errantes de feria en feria: Dionisio Pinzón, un pregonero tullido convertido en gallero y quien acaba siendo su compañera, la cantante Bernarda Cutiño, la Caponera, que completan con Lorenzo Benavides un peculiar triángulo sobre el que descansa la trama de la obra, muy vinculada al mundo inconfundible de Rulfo.
Con el trasfondo del mundo de las peleas de gallos, las ferias y los palenques, las apuestas y las mesas de juego, El gallo de oro explora un mundo emparentado con el universo de Rulfo: un mundo en el que están presentes la venganza y el poder, el destino trágico y la autodestrucción, y en el que la figura femenina protagonista recuerda en su inaccesibilidad a Susana San Juan.
Desde el origen en San Miguel del Milagro hasta el desenlace en San Juan Sin Agua, las diecisiete secuencias de El gallo de oro conducen la acción, sin la complejidad estructural de Pedro Páramo, a un final trágico, presagiado tal vez en la pelea de gallos inicial de la que sale derrotado y tullido, como Pinzón, el gallo de oro con el que su dueño se había hecho rico.
De las dos adaptaciones de El gallo de oro para el cine -la de Gavaldón, que la enfocó como una comedia ranchera, y la más pesimista y amarga de Ripstein- la mejor es la que en 1986, el año de la muerte de Juan Rulfo, dirigió Arturo Ripstein con el título El imperio de la fortuna, que fue reconocida como la mejor película mexicana del año.
Esta espléndida edición, que incluye algunas fotografías del archivo de Juan Rulfo, incorpora catorce textos complementarios, fragmentos y relatos tomados de Los cuadernos de Juan Rulfo: desde el guion cinematográfico La fórmula secreta, a relatos tempranos de Juan Rulfo, como La vida no es muy seria en sus cosas, Un pedazo de noche, Castillo de Teayo, Ángel Pinzón se detuvo en el centro o El descubridor, que comienza así:
Cuando lo conocí se llamaba Candelario José. Años más tarde apareció con el nombre de Candelario Lepe porque según él ya había dejado de ser indio. En la cárcel aprendió a leer y escribir y algo de leyes. Quizá bastantes leyes, pues con muchas averiguatas y con un librito titulado “Mexicano, esta es tu Constitución”, que siempre traía en la bolsa, se dedicó a echar fuera de la prisión a docenas de viejos compañeros.
Santos Domínguez