Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
06 septiembre 2021
García Márquez y Vargas Llosa. Dos soledades
03 septiembre 2021
Historia de un deicidio
01 septiembre 2021
Ali Smith. Primavera
Desde ese comienzo incisivo y trepidante, que refleja un presente vertiginosamente acelerado cuya velocidad marca el tiempo interior de la obra, Primavera alterna la atención a lo colectivo con la peripecia individual de los personajes, la denuncia política y la crítica social en un argumento bien trabado con un complejo entramado de voces que se manifiestan en la viveza de sus diálogos o en la profundidad y las dudas de sus monólogos interiores.
Organizada en torno a tres personajes fundamentales -Richard Lease, un contradictorio, mediocre y desolado personaje cuyo complicado mundo interior centra la parte inicial del libro; Brittany, una joven que trabaja en un centro de internamiento para inmigrantes sobre el que proyecta sus críticas sobre el trato a la inmigración, y Florence, otra joven rebelde y lúcida, optimista, resistente y luchadora-, el reflejo crítico del presente, la denuncia de las injusticias y los excesos del poder, el paso del tiempo y la incomunicación, la experimentación y la exigencia recorren esta obra de Ali Smith, construida con la potencia verbal de esa prosa ágil e hipnótica, brutal y divertida.
Sus novelas, brillantes y complejas, exigentes y lúcidas, miran con furia y sarcasmo soterrado o explícito al presente de las migraciones, el medio ambiente, el Brexit o el coronavirus con la prosa envolvente que vuelve a sorprender al lector desde el comienzo de esta Primavera oscura y luminosa, amarga y esperanzada, una espléndida novela sobre el conflictivo mundo actual, sobre las desigualdades o el cambio climático y sobre la posibilidad, pese a todo, de un optimismo tan efímero como la primavera:
Las plantas que se abren paso entre la basura y el plástico, antes, después, afloran, pese a todo. Pese a todo las plantas se mueven debajo de vosotros, las personas en los talleres clandestinos, las personas que van de compras, las personas iluminadas por las pantallas de sus escritorios o que consultan sus móviles en salas de espera hospitalarias, los manifestantes que gritan donde sea, en cualquier país o ciudad, la luz se desplaza, las flores se mecen junto al montón de cadáveres y junto a los sitios donde vivís y los sitios donde os embriagáis hasta el aturdimiento, la felicidad o la tristeza, y los sitios donde rezáis a vuestros dioses y los grandes supermercados, junto a las personas que aceleran en las autopistas ante arcenes y matojos como si nada pasara. Pasa de todo. Las flores se abren entre los vertidos ilegales. La luz se desplaza por vuestras fronteras, por las personas con pasaportes, por las personas con dinero, por las personas sin nada, por cabañas y canales y catedrales, por vuestros aeropuertos, por vuestros cementerios, por todo lo que enterráis, por todo lo que desenterráis para llamarlo vuestra historia o que perforáis y extinguís para enriqueceros, la luz se desplaza pese a todo.
La verdad es una suerte de pese a todo.
El invierno no es nada para mí.
¿Creéis que no entiendo de poder? ¿Creéis que estoy verde?
Lo estaba.
Estropeadme el clima y os joderé la vida. Vuestras vidas no son nada para mí. Arrancaré narcisos de la tierra en diciembre. En abril atascaré vuestra puerta con nieve y soplaré para que ese árbol caiga sobre vuestro tejado. Haré que el río inunde vuestra casa.
Pero yo seré la razón de que renazca vuestra savia. Yo inyectaré luz en vuestras venas.
Y pese a todo, hay en Primavera un lugar para la esperanza, para esa “rama reseca, sólo verde en la punta” de la cita inicial de Shakespeare o para la “esperanza desesperada” con la que se evoca a Zola al final de la novela, que cierra este párrafo:
Si pasáis ante cualquier arbusto o árbol en flor, os será imposible no oír el rumor del motor, la nueva vida ya en movimiento, la fábrica del tiempo.
Santos Domínguez
30 agosto 2021
Alfredo Buxán. La transparencia. La canción del aire
Está la luz despierta,
sentada en una piedra
de millones de años,
esperando a que salgas
de ese túnel de sombras
en que estás atrapado.
Está la luz despierta
en mitad de la noche
aunque cierres los ojos
como si no existiera.
Hay en estos versos una admirable fusión de ética y estética, de reflexión y experiencia, de sentimiento del tiempo y celebración del ser y el estar, como en esta Oda a Ricardo Reis:
Mirar sin ansia la apariencia de las cosas,
escuchar la voz de lo que guarda silencio
sin indagar en las causas últimas
de su inmovilidad ni lamentar siquiera
la desaparición de lo que parecía eterno.
Sólo sentir, estar atento a lo que existe
sin saber que existe, reconocer la belleza
inocente que siempre trae el día
y darle las gracias, en silencio, a solas,
desde la más pura intimidad del ser,
por el prodigio extraño de estar vivos.
La soledad y “el invisible amor”, el aquí y el ahora, lo exterior y lo interior, la diaria sucesión de la sombra y la luz conviven en esta poesía transparente que transforma la pérdida en fulgor, el dolor en música, el vendaval en calma, la tormenta en belleza, el silencio en limpia agua de lluvia, el miedo en aire limpio, la mirada en palabra exacta y emocionada, el misterio en poesía necesaria y salvadora, porque sabe que “la vida comienza cualquier día” y que “depende de nosotros el siguiente paso. / Entender las señales. Iniciar el viaje.”
Así termina La siembra, en la que la búsqueda y la esperanza se imponen a la desolación y a la herida:
Que escuches,
a punto de partir, por fin vencido,
casi inconsciente,
la música feliz
de la verdad que no siempre supiste
reconvertir en árbol o en misterio.
En los versos de A última hora, el poema que cierra el libro, se convocan los temas y el tono del espléndido conjunto:
La luz se extingue en el balcón sin nadie.
Se diría que el mundo se despide
o echa el cierre, como si no quedara
vida reconocible en el silencio
que se expande sin piedad tras el cristal
donde ayer mismo se asomaba el rostro
de un hombre soñoliento que miraba
con asombro el transcurrir del tiempo,
absorto en la belleza de las cosas
que pasaban: una quietud sin nombre,
la lluvia fina, el movimiento leve
de las hojas en el jardín de enfrente.
Pero también la oscuridad se rinde,
a la postre, ante el vigor de la vida.
Como un telón al que acaricia el aire.
Estallará la música de nuevo
en el último tramo de la tarde,
cuando una mano temblorosa riegue
las macetas con la humilde ternura
de lo que siempre está sobre la tierra.
27 agosto 2021
Alfonso Hernández-Catá. El alma de los muertos
Ciprés: antena,
por donde el alma de los muertos
se comunica con la tierra.
De ese haiku toma el título El alma de los muertos, la selección de textos de Alfonso Hernández-Catá (1885-1940) que publica en Cuadernos de Obra Fundamental la Fundación Banco de Santander con edición de Juan Pérez de Ayala, que señala en su prólogo que “este escritor cubano-español, o hispano-cubano, […] gozó de un reconocido prestigio en sus dos patrias”, aunque “en la actualidad es más recordado en una de ellas, Cuba, de lo que lo es en la otra, España.”
Nacido en Aldeadávila de la Ribera, se consideraba natural de Santiago de Cuba, donde transcurrió su infancia. Su formación intelectual y literaria se forja en España, donde pasó de la bohemia al periodismo y a la diplomacia en un ejercicio que da cuenta de su versatilidad cultural. Fue cónsul de Cuba en Madrid, de 1918 a 1925, y en distintos países iberoamericanos; pasó de la admiración por Galdós a la bohemia modernista y de ahí a la experimentación narrativa que apunta en Casa de novela, el último de los cuentos de esta selección, o al incipiente ultraísmo del que da prueba el haiku citado.
A recuperar su figura se orienta este cuidado volumen que incorpora una selección de su prolífica obra, representada aquí por diecisiete cuentos breves, psicológicos y de misterio, muy hijos de su época y del gusto del público lector de entonces, variados en temas, ambientes e influencias; su bestiario Egolatría, en la que da voz a una curiosa polifonía de animales; cinco haikus y un conjunto de semblanzas que fueron apareciendo en la prensa de España y de Cuba y que dibujan un mapa de afinidades literarias de Hernández-Catá: de Galdós a Conrad, de Falla a Wilde o Valle-Inclán.
Del que quizá es el texto más llamativo del conjunto, su irónico bestiario Egolatría, son estos tres fragmentos:
EL CAMALEÓN
La gramática se ha equivocado al aplicarme el género masculino: cambio de color fácilmente, y tengo la lengua más larga de la tierra.
LA JIRAFA
Soy la víctima de un cruce de razas desgraciado. Ocurrió cierta vez que un caballo y una serpiente se amaron, y…
LA ARAÑA
Un cerebro y brazos, brazos, brazos… Inglaterra se inspiró en mí para hacer que el vasto mundo cayera en sus redes.
Cierra el volumen un emocionado texto de Gabriela Mistral, Despedida de Hernández-Catá, fechado en Petrópolis el 24 de noviembre de 1940, quince días después de la muerte del hispanocubano, en donde dice:
“El hombre de Cuba entendió muy bien su ancho cometido. La propaganda de la cultura mayor de las Antillas cubrió los cuatro países de su carrera: España, Panamá, Chile y Brasil. Hijo de isla, él no tenía el llamado espíritu insular, porque no lo tiene tampoco su patria liberal. De este modo, Catá aplicaría la brasa de su pasión a una labor que llamaríamos de bolivarismo intelectual.”
Santos Domínguez
25 agosto 2021
Matteo Marchesini. Habla el mono
La Asociación Cultural Zibaldone publica en edición bilingüe Habla el mono. Parla la scimmia, del poeta, narrador y ensayista Matteo Marchesini (Castelfranco, Emilia, 1979), con traducción de Juan Francisco Reyes Montero e introducción de Paolo Frebbraro, que coordina con Juan Pérez Andrés la colección Gli incursori. Poesía italiana contemporánea.
Los hoteles, Crónica sin historia, Discursos, Letanía y La segunda espera son las cinco secciones en las que se articula esta muestra de una poesía reflexiva que se desarrolla entre el inicial Asilo (2006) y la reciente antología Cronaca senza storia, que en 2016 reunió una selección de su poesía escrita entre 1999 y 2015.
Una poesía de base metafísica y existencial sobre la que escribe Paolo Febbraro:
“¿Cómo puede decirse la incomunicabilidad? En cuanto conseguimos hacerlo, es negada. ¿Y cómo se puede, entonces, siendo honestos, no aprovechar la incomunicabilidad como si fuera un tema entre otros posibles, una actitud, una moda?
La respuesta es: intentad ser un poeta; un poeta sentimental, como querían Schiller y Leopardi, conscientes de que el "estado natural" es un mito lejano; que el humano ποιεῖν, la creación, se ha convertido en industria, alienación y, finalmente, virtualidad; que la sana incredulidad de un tiempo laico puede condenarnos a divinizar la mercancía y a convertir en "cultura" un fetiche, un ídolo abstruso e insignificante.
Eso es: un poeta tiene que permanecer en la "creación" sin ser víctima de los ritmos seriales, distorsionados, que el mundo moderno impone a la laboriosidad humana. Y tiene que quedarse en la "cultura" sin la fe, inadmisible ya, de que esta es una garantía de excelencia, de nobleza e, incluso, de evasión. Para lograr todo ello, el poeta tiene que entrar y salir de la comunicación y, también, de la propia comunidad; tiene que usar las palabras como si pesaran toneladas, sabiendo que para los propios contemporáneos estas tendrán la misma consistencia que las plumas.
Matteo Marchesini se asemeja mucho a este tipo de poeta. Ha escrito que «la única forma posible de objetividad y rigor» es «la que pasa por poner en discusión el propio rol, por una comunicación que no absolutiza al sujeto, pero que tampoco finge poder eliminarlo o hacerlo pasar por un vacío universalismo». Eso es: el escritor honesto consigo mismo y con la propia época consigue poner en tela de juicio su propio rol (el "lugar fijo" que la sociedad termina por concederle), pero sin ceder por ello a la ligera las armas de la propia identidad.”
La incomunicabilidad y la palabra, la creación y la comunicación, la honestidad del escritor consciente de sus insuficiencias en la representación de la realidad y de las limitaciones de su papel en el mundo son algunas de las claves éticas y estéticas en las que indaga una poesía como la de Matteo Marchesini, en la que confluyen problemáticamente escindidas la vida y la escritura, como anuncia el poema inicial, al que pertenecen versos como estos:
No hay espacio para silencios y diálogos
entre la vida y las páginas,
[…]
Perfectas la escisión, las mitades:
desde ahora vivir es solo engañar,
desde ahora escribir es solo confesar.
Entre el verso libre predominante y los sonetos de La segunda espera, la poesía de Marchesini es una poesía interrogativa que escruta en el presente y en la memoria y se cuestiona a sí misma desde la opaca identidad de su voz lírica:
Pero, ¿ha sido verdaderamente un adversario?
¿Ha pasado algo, o quizás nada?
Nada ha quedado en los sentidos o en la mente
sino un vacío, un robo en el horario,
un presagio o recuerdo que es vicario
de hechos ignotos, seísmos a que impotente
asiste el sueño. ¿Quizás aquel batiente
entrecerrado, o esta oscuridad densa, es el diario
único de una mínima violencia?
¿O has estado tú aqu? ¿Y por qué el pensamiento
combate con la idea de que un aire infecto
como a quitarme sentidos e inteligencia
llena la casa? ¿Que ya no soy yo el verdadero
yo, sino los restos de una oscura fiesta?
Porque, como señala Paolo Febbraro en su introducción, “la poesía es un decir, pero también un no decir. Escribir un verso, alumbrar una estrofa, no equivaldrán nunca a hacer una declaración. La poesía expone y sustrae, es un exceso que esconde e insinúa. Y he aquí por qué Marchesini es un poeta: porque de esta fatalidad consigue hacer una fantástica vía intermedia entre el Silencio y el Todo.”
Santos Domínguez
14 julio 2021
12 julio 2021
Un pájaro tan ligero
Un pájaro tan ligero.
Antología.
Edición de Esther Muntañola.
Bartleby. Madrid, 2021.
El primer nombre de la patria vino del agua:
río
de las aguas abetunadas del Nalón
entre orillas de avellanos y escombreras
al sol inclinado de la tarde, oriente de pizarra
salpicada de flores sorprendidas de no ser dragones
amigos con la boca abierta a la corriente.
Riachuelos
fríos de monte en las medidas de una mano.
Mar
de los océanos del mundo a vista de muelle
de los nombres cambiados, de las sirenas que escuchas
en las noches de los años que pasan, de la calma
envuelta en la melancolía absoluta del viaje
de la mar de fondo que llega hasta aquí
para recordarme la voz de una patria distante.
Lluvia, ahora, que embarra el silencio
por más que escuche de vez en cuando la sirena
de un barco que me lleva, o la de un pozo
que me arrima al fondo con la gente perdida.
Ese poema de Xosé Bolado (1945-2021) forma parte de Un pájaro tan ligero, una amplia antología poética que publica Bartleby con edición de Esther Muntañola, a la que precisamente está dedicado ese texto de un libro de 2006, La estación de los relevos.
Está muy presente en ese poema “la música implacable del tiempo” que atraviesa su obra poética junto con la presencia del agua, una constante temática y simbólica que aparece ya en su inicial Línea imperceptible al temor (1989), como ese río y ese mar que forman parte de su paisaje vital y que son también una metáfora del paso del tiempo.
Poesía de tono bajo y línea clara en la que conviven lo narrativo y lo lírico, el registro oral y el escrito y las presencias conjuradas en una escritura que convoca el misterio y la memoria, la palabra y la mirada reunidas para articular el enfoque simbólico de la realidad que la caracteriza.
Junto con la búsqueda de la luz y de la identidad, de lo que persiste y sostiene sobre su continuidad la conciencia del ser y del estar, son esos algunos de los rasgos fundamentales que vertebran esta poesía, como en este Amo el tiempo piadoso de la memoria:
En cualquier lugar siento las voces
del mundo que quedó -no sé si atrás-,
vienen también los colores a sobreponerse
a la tierra sembrada de invierno.
Sólo el tiempo sigue su ritmo sin caos.
Que agosto no esconda la línea corta
de su dominio. Que no vuelva el pulso
a esta mano para repetir la espiral que madre
dibujaba firme. Que esta tarde en un cuarto
en el corazón de la ciudad piense en el relieve
del mundo heredado, tan escaso de luz
en sus mares vacíos, en la frontera de tiniebla.
El tiempo conduce, pero da igual que tú, ayer padre
me enseñaras el valor de estimarlo
hay momentos en los que la memoria juega
a esconderlo, como hace contigo, yo siempre
como si todo fuera presente y nada río abajo
se despeñara, como si nada verdadero cayera
sino rutina de los días bajo los pies cansados.
Amo el tiempo piadoso de la memoria.
El valor del corazón para vivir sin él.
“Amasando con sombras, con el agua turbia, con la propia tierra oscura de la memoria, Xosé Bolado modela imágenes que emiten luz, como las brasas. Nos regala ese fuego sagrado que debemos llevar de templo en templo y cuidar para que nunca se apague”, escribe Esther Muntañola en el prólogo a esta edición edición revisada por él, que llegó a las librerías poco después de su muerte.
09 julio 2021
Ramírez Lozano. Motivos de sospecha
Motivos de sospecha.
Pre-Textos. Valencia, 2021.
Mato un pez cada vez
que ahora escribo un poema.
Fue en mitad del verano.
El estanque era el mundo y yo, aunque niño,
la ambición más voraz.
No había pecio mayor que aquellos peces
de colores, ajenos
en su lumbre a ese turbio acecho de mis ojos.
Una piedra en la mano, como ahora el bolígrafo,
era mi arma en la tarde.
Me quedaba aguardando a que algún pez cruzase
justo bajo mi acierto. Así aprendí
la constancia que exige la belleza.
La codicia hace, a veces, que la muerte
saque brillo a la escama,
lumbre a este rito de la posesión.
Por eso cada vez que ahora escribo un poema
mato un pez y lo cobro
rendido en su fulgor, terriblemente mío.
Con ese poema se abre Motivos de sospecha, Premio Juan Gil-Albert, de José Antonio Ramírez Lozano, que publica Pre-Textos.
Como en muchos de sus libros, aparece también en su pórtico un poema que resume la relación del poeta con el mundo y con la palabra, su vinculación con la creación poética y su percepción del tiempo.
Si Rilke decía que el poeta es un cazador de voces, el poeta es aquí el que acecha el fulgor de la belleza, ese fulgor huidizo que el autor resume en la imagen del pez colorido que cruza esos versos para inaugurar un libro habitado por animales y personas sobre los que Ramírez Lozano proyecta su distancia irónica para asumir el vacío del sentido desde la comprensión de los límites como en este poema
LA NADA PROMETIDA
Los objetos perdidos
sé que acaban en manos de los muertos.
Un candado allí puede
valerles el perdón de la avaricia.
Una férula importa
la libre absolución del rechinar de dientes.
Una moneda, un salmo.
Que lo sepan mis deudos.
Yo no quiero que el cielo me tiente con chatarra.
Quiero la nada sólo, la nada prometida.
Ni siquiera ese lápiz de cera de mi infancia
con que pintaba a Dios.
Hormigas y ángeles borrachos, un gato solo y un trompetista negro, una mosca en la sopa de letras o una escolopendra, un colibrí, un náufrago o un caballo ciego son los protagonistas de estos textos cuya narratividad se desarrolla con un entramado de metáforas que componen la propuesta alegórica sobre la que se sostiene la poesía de Ramírez Lozano, que tras su apariencia ligera contiene una interpretación muy personal de la existencia y una actitud ante el mundo que podrían resumir los versos finales de La trampa, el poema que cierra este Motivos de sospecha:
Mejor no exijas nada.
Nada impongas, mejor, a tus palabras.
Deja que ellas te dicten
la vida, que ellas sean
también su muerte, apenas dichas.
Morir si pronunciar.
Matar así a la Muerte con nombrarla.
Sin ira apenas,
sin apenas clemencia.
07 julio 2021
Un horizonte de significados
“Cuando nombramos hacemos visible lo invisible, le damos luz a la vida y le damos vida a la luz. La vibración y la resonancia de los nombres envuelven nuestro ser con sus ondas, nos configuran a través del sonido y sintonizan nuestro corazón con la música de las esferas. [...] La realidad cambia y se expande como una galaxia de nombres que buscan acercarse a la Sabiduría. Lo que no existe en el lenguaje tampoco existe en la vida real, desaparece en el aire de lo no escrito. Cuerpo y alma unidas por su instinto, carne y palabra ensambladas en su polisemia, corporeidad viva del amor y encarnación cuántica del verbo, escritura salvífica que levita en busca del bien supremo. Así son las grietas del lenguaje mesías.”
En esas palabras epilogales se resume el núcleo de la concepción poética sobre la que Custodio Tejada sustenta Un horizonte de significados: la palabra como fuente de conocimiento de la realidad y el poema como resultado de esa indagación verbal en la que la creación es a la vez método y revelación y la palabra se concibe “como punto de apoyo que mueve el cosmos, una palanca de amor infinito que nos lleva de lo telúrico a lo transparente.”
Desde el primer texto del libro, 'Génesis', queda delimitado ese territorio sagrado y transcendente de la escritura, su potencial para devolvernos la realidad transfigurada a través del poder sanador de la palabra como generadora de conciencia y existencia:
El lenguaje, componente adánico del poema y de la vida transfigurada en alimento, nos convierte en parte indisoluble de Dios. Toda escritura es sagrada porque en ella aguardan verdades, sabidurías y creencias. La palabra se vuelve cofre, se hace maná en la tierra, cada vez que la nombramos con voluntad inequívoca de hijos. Divinidad y Lenguaje juntan sus presencias en la estética de la creación para explicar el don que vive en el alfabeto y en las hojas escritas de los árboles. Palabra y Dios son la misma cosa, prefacio y profecía en un mismo salto de letras, una mística de alabanza orientada a conservar el secreto epistemológico del Ser: la Vida.
La que suena aquí, apoyada en una tupida red de referencias intertextuales y alusiones metaliterarias, es la voz del chamán, la del sacerdote de la palabra, la de los ritos mistéricos, la voz del poeta oracular.
Y sobre esa palabra epifánica y sanjuanista (“en el principio fue el Verbo”), que hunde sus raíces en lo mejor de la tradición occidental, se levanta el elevado horizonte metafísico de estos poemas que articulan una ambiciosa cosmovisión desde ese 'Génesis' inicial hasta el 'Epílogo de la epifanía' en torno a un eje central que el poeta titula 'Cosmopoética: un cuerpo místico'.
Lenguaje en busca de la luz de las revelaciones, de iluminaciones y profecías que brotan de esas palabras que “son los verdaderos animales de compañía / que con lealtad / nos acompañan durante la luz / y durante la sombra”; “pájaros de luz / que iluminan el cielo.”
Porque en ese viaje hacia dentro y hacia arriba, hacia ese horizonte de sucesos de los agujeros negros que se evoca al final del libro como metáfora del poder de la palabra, hay un intenso itinerario espiritual que queda delimitado en versos como estos:
Escribir el primer verso representa el punto
de no retorno, entonces solo cabe
caer hacia el interior de uno mismo.
05 julio 2021
Rubén Martín Díaz. Un tigre se aleja
EL TIGRE
La juventud: ese animal salvaje.
Me dicen que este cambio de estación
es demasiado horrible, que envenena y ahoga.
Desnudo ante el espejo, pienso: No eres ya un crío.
No lo eres. Y a pesar de ello podrías
hacer girar la Tierra devastándolo todo.
Bajo un cuerpo entrenado crece el árbol que soy
-fuerte como un silencio, nervioso como el tigre
que atraviesa el verano trasladando consigo
la noche por los prados del poema-.
Años y años de duro entrenamiento con hierros
permiten modelar el código genético
que la naturaleza nos tuvo reservado.
Desnudo -la conciencia adormecida,
los latidos del corazón en vuelo raso-,
cruzo la casa en soledad y hallo un rincón perfecto
para sentarme. Reflexiono. Leo
las obras completas de mi existencia. Regreso
hasta un tiempo remoto donde invierto mi imagen:
No eres ya un hombre y sin embargo puedes
hacer cambiar el curso de la historia.
Por la ventana, lento, veo alejarse un tigre.
Ese texto final resume el tono y el contenido de Un tigre se aleja, el espléndido conjunto de poemas que publica Rubén Martín Díaz en Renacimiento
El tiempo y el recuerdo, la mirada hacia dentro y hacia atrás se reúnen en los treinta y tres poemas de este libro de madurez que confirma el ejercicio poético de línea clara compatible con la intensidad expresiva que estaba ya presente en su anterior Fracturas.
La mirada elegíaca que recorría aquel libro, con el que este mantiene una evidente continuidad, es uno de los vínculos que dan coherencia a la sólida trayectoria poética de Rubén Martín Díaz, en la que la memoria tiene un papel central:
La memoria es un vaso
lleno de agua con gas.
Los recuerdos ascienden
hasta la superficie,
y es ahí donde explotan.
Tan solo queda el líquido
que es materia de olvido:
vacuidad que se vierte
por el viejo desagüe
de los desamparados.
Esa mirada serena que rememora el trayecto vital y lo articula con la perspectiva de la experiencia, esa emoción contenida en el sosegado ritmo de sus versos miran el camino recorrido y se proyectan sobre el sentimiento del tiempo, sobre la conciencia de la fugacidad para insistir en la construcción de la propia identidad sobre la palabra y la mirada al mundo, sobre la serena música que emerge de estos versos.
Una música que surge del interior del poeta para expresar la limpia transparencia de su expresión poética y la delicada levedad de su palabra, que conjura en estos poemas la memoria y el sueño, la imaginación y la mirada:
Y a veces, cuando sueño muy profundo
y bajo al corazón de la memoria,
recuerdo todavía
las sombras que sin cuerpo deambulaban
por las altas ventanas de la imaginación.
Desde ese “sentir brotar desde lo hondo” del que habló Gil-Albert en la cita que encabeza el libro, vibran en estos poemas la palabra y el silencio del hombre asomado en el espejo para ver la luz del otoño y las cicatrices de la memoria, para evocar la intimidad familiar de los padres y los hijos, de quienes le vieron llegar y los que ahora le ven alejarse.
Y desde ese lugar central entre el pasado y el futuro, esta afirmación del presente, de la presencia y el instante:
He pensado en la lluvia desde el agua.
He vertido el instante,
que antecede a un diluvio milagroso,
en un cuenco apurado de recuerdos
que nubla mi memoria.
He sido el cielo desde mí,
el aire desde el aire.
He crecido en la lluvia
-vertical, afianzado-
desde esta noche quebradiza y tibia
que subraya en azul nuestra presencia.
Santos Domínguez
02 julio 2021
Julio Mas Alcaraz. Ritual del laberinto
30 junio 2021
Óscar Martínez. Umbrales
28 junio 2021
Jeremy Naydler. La lucha por el futuro humano
Si bien el 5G promete alterar radicalmente la experiencia del mundo que habitamos, hay algo más que debemos entender para hacernos una idea del futuro que se está gestando. [...] Desde hace varias décadas, las máquinas dotadas de inteligencia operan cada vez más coordinadas a través de esta infraestructura electrónica de modo que no requieren supervisión humana. Los trabajos en curso para establecer un ecosistema electrónico 5G son el requisito para perfeccionar esta red autónoma global de inteligencia artificial que se nutre de veloces transferencias de grandes cantidades de información. Está cobrando existencia un «cerebro» electrónico global, inocentemente llamado «el internet de las cosas», que deviene el cimiento de gran parte de nuestra vida.
El internet de las cosas, mediante la conexión masiva a internet, permite que las cosas se vuelvan «inteligentes» y sean capaces de funcionar con independencia de los seres humanos. En una autopista inteligente, nuestro vehículo conducirá él solo mientras nosotros, provistos de un casco de realidad virtual y un traje háptico, nos entretenemos con juegos de ordenador interactivos en el asiento trasero; y en nuestro hogar inteligente, el frigorífico se encargará de pedir más huevos, leche y queso mediante una conexión inalámbrica. Cuando por fin despertemos a la nueva realidad creada para nosotros, descubriremos que el internet de las cosas es el precursor de lo que se ha dado en llamar el «internet del pensamiento». En el internet del pensamiento, los seres humanos deberán convivir con una inteligencia electrónica global que estará activa en cualquier lugar de nuestro entorno. Estaremos obligados a interactuar con ella para realizar las tareas más simples.
Pero ¿cuáles de nuestras acciones serán entonces verdaderamente libres?
[...]
Cualesquiera que sean las bondades prometidas por el 5G, éste irá mucho más allá de un simple sistema de telecomunicaciones mejorado: conllevará la infraestructura de un totalitarismo electrónico conocido como el «sistema de sistemas».
En esas líneas sobre ‘La formación del cerebro electrónico global’ se resume la idea vertebral de La lucha por el futuro humano, el libro de Jeremy Naydler que acaba de publicar Atalanta con traducción de Antonio Rivas.
Estos otros párrafos desarrollan esa advertencia sobre el peligro que suponen para la libertad y para la salud psíquica y física, para la naturaleza y para la integridad de la vida humana el abuso tecnológico y la polución del aire electrificado en un planeta cibernético controlado por el sistema de redes inalámbricas de quinta generación:
Nuestras tecnologías se basan en la automatización del análisis lógico, el cálculo y la resolución de problemas, son fundamentalmente discursivas y están orientadas al resultado, es decir, son hiperactivas y siempre tienen como objetivo producir ciertos resultados. En contraste, el acto de contemplar conduce a la mente a un punto inmóvil: no está orientado al resultado, no permite su automatización y sólo puede emprenderse como un fin en sí mismo. Nos capacita para ver el significado profundo de las cosas, algo sobre lo que el pensamiento mecánico no sabe nada. Estas visiones bien pueden surgir del mundo imaginal como poderosas imágenes arquetípicas, pues el pensamiento contemplativo linda con la visión imaginativa. Pero del mismo modo pueden adquirir la forma de ideas o intuiciones que, como rayos de luz, iluminen una cuestión o una situación vital de manera más completa. A menudo se describe la contemplación como la apertura del ojo interior del alma. A éste se lo denomina el «ojo de la mente» o el «ojo del corazón», y a través de él cobramos consciencia de lo que es invisible al ojo físico. Esta fuente interior de conocimiento, que no está condicionada por los hábitos de pensamiento ni por la opinión, también se puede traducir como la apertura del «oído interior» del alma a la voz de la consciencia. Nos puede guiar hacia un sentimiento de certidumbre moral sobre lo que deberíamos o no deberíamos hacer, así como hacia los ideales que pueden inspirar nuestros actos.
Los primeros ordenadores eran tan grandes que para manejarlos había que estar de pie o moverse a su alrededor. Con la invención de los ordenadores de sobremesa pudimos sentarnos y relacionarnos con ellos cara a cara, por decirlo así. Después fue posible guardárselos en el bolsillo y ahora, gracias a los relojes y a las gafas inteligentes, llevarlos acoplados al cuerpo. En cada una de estas etapas, la interfaz se ha vuelto cada vez más «amable para los humanos», al tiempo que nos hemos ajustado interiormente para relacionarnos con ellos día a día, hora a hora e incluso minuto a minuto. De este modo, el ordenador se ha ido adaptando a los contornos del cuerpo y el alma, mientras nuestra vida interior ha adquirido, lenta pero indudablemente, un mayor grado de compatibilidad con el ordenador; ello ha afectado a nuestro lenguaje, a nuestros procesos de pensamiento y a nuestros hábitos. En esta simbiosis evolutiva, en la que estamos cada vez más entrelazados con el ordenador, también nos hemos vuelto más dependientes de él. La integración biológica no está lejos. Es el siguiente paso lógico. Por tanto, reviste la mayor importancia que abramos bien los ojos al hecho de que, aun teniendo presente que los humanos son los inventores y fabricantes de las tecnologías digitales, así como sus ávidos consumidores, la fuerza impulsora que subyace a la revolución digital no es simplemente humana: lo «inhumano» también intenta realizarse dentro de lo humano.
Pero ¿cómo caracterizar este espectro de lo inhumano?
Acerca de ese peligro de lo inhumano impuesto sobre lo humano, del poder adictivo de las nuevas tecnologías y de la desconexión con el mundo natural, suplantado por un mundo virtual, alerta este ensayo en el que Naydler reivindica la importancia de la conciencia moral y de la dimensión espiritual de la existencia:
¿Qué significa vivir humanamente? Si la totalidad de lo que somos incluye un núcleo espiritual del que en su mayor parte no somos conscientes, entonces vivir humanamente ha de ser vivir con una mayor consciencia de dicho núcleo. Debemos reforzar nuestro sentimiento de que este núcleo espiritual es nuestro más profundo y auténtico yo y, por tanto, la parte de nosotros con la que debemos aspirar a identificarnos. Lo cual exige que emprendamos la ardua tarea de transformarnos interiormente hasta que tales deseos, inclinaciones y arraigados hábitos de pensamiento, que nos arrastran alejándonos de ese recuerdo esencial, cambien poco a poco y se alineen interiormente con lo que las tradiciones de la sabiduría nos dicen que es el auténtico centro de nuestro ser. Este esfuerzo moral de volvernos hacia el núcleo espiritual de lo que somos y arraigarnos en él implica un viraje en la cualidad de nuestro pensamiento: pasar de la dependencia del pensamiento discursivo, orientado al resultado y que salta de un pensamiento a otro, a la revalorización de la quietud y la receptividad del acto de contemplar. Boecio ofrece la hermosa imagen de los buscadores de la verdad que han de curvar su errante consciencia en un círculo y enseñar a sus almas a «alojarse en la casa del tesoro» que se halla en el centro. Allí encontrarán una luz, más intensa incluso que la luz solar, que iluminará sus mentes desde el interior.