23 junio 2021

Sánchez Rosillo. La rama verde

 
  
Eloy Sánchez Rosillo.
La rama verde.
Tusquets Editores. Barcelona, 2020. 
 
DURACIÓN
Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.


Ese poema, de título significativo en el conjunto, abre el último libro de Eloy Sánchez Rosillo, La rama verde, que publica Tusquets Editores en su colección Nuevos Textos Sagrados.

Su tono y su tema -esa hebra de luz, ese hilo de agua- anuncian los del resto de un libro en el que se refleja la hondura reflexiva de la mirada del poeta que, pasados los setenta años de vida  (“Tengo setenta años / y ha pasado la vida”), contempla el mundo y evoca sus recuerdos sin el doloroso lastre de la nostalgia. Una actitud marcada por la aceptación de la temporalidad y por un esfuerzo sostenido por mantener viva la luz de la memoria desde la luz del presente, de un ahora continuo e inextinguible que persiste en la existencia cotidiana, como en Date prisa, la evocación de la madre en una escena repetida cada mañana de la infancia. Termina con estos versos:

Me dices date prisa y me sonríes.
Yo también te sonrío en el cristal.
Me pones el abrigo 
y nos vamos corriendo hacia el colegio.
El niño confiado 
que aparece contigo en estas líneas 
te mira en el espejo para siempre 
y no sabe que un día morirás.
Pero el que escribe ahora sí lo sabe.
Y conoció ese día.

Entre la serenidad de esa contemplación y el asombro celebrativo, los poemas de La rama verde son una indagación en la memoria, una búsqueda de lo que permanece, desde la contención expresiva del poeta, “el que respira y canta.”

Y justamente de eso, de respiración y canto, están hechos estos poemas que contienen versos luminosos como estos, que cierran En la mañana inmensa, el poema dedicado a su hijo, ante el mar luminoso del verano:

El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.
Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.
 
Es esta una poesía que se levanta sobre una luz renovada y sanadora, sobre una luz respirada cuyo fulgor se sobrepone a la destrucción y al tiempo. Y en ella la naturaleza, abierta en el mar o doméstica en el jardín, se convierte no en un decorado, sino en el paisaje existencial donde se proyecta la intimidad, igual que el pasado y el presente se iluminan uno a otro en una abolición del tiempo, en un ahora continuo que le da el sentido de lo permanente, porque ser es haber sido y “lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida.”
 
La de Eloy Sánchez Rosillo es una poesía partidaria de la celebración de la vida, de la claridad como tema y como método expresivo de la intensidad emocional y la revelación verbal que la recorre. Porque, como explicó hace tiempo en Garabatos de poética, “escribir poesía es para mí una manera de entender y de considerar la vida, de acercarme a ella y de confundirme con su sustancia; un ser y un estar. Y un destino hermoso como pocos, del que hay que hacerse digno asumiéndolo hasta sus últimas consecuencias. Percibo las cosas del mundo a través de la poesía, que no es en modo alguno el reino de lo subjetivo, de lo neblinoso e indeterminado, de lo arbitrario, sino la posibilidad de aprehensión de la realidad más rigurosa, lúcida y comprensiva que conozco. No escribo para explicarme el misterio del mundo -los misterios no tienen explicación-, sino para participar de él, para formar parte del corazón de ese misterio.”

Hay una serie de líneas de fuerza que recorren toda la obra poética de Sánchez Rosillo y que se manifiestan aquí también en toda su plenitud: la suma de emoción y meditación, de memoria y presente, el intimismo y la confesionalidad autobiográfica -que ha evolucionado de la preferencia por una segunda persona especular a una declaración explícita de la primera persona- o el diálogo constante del sujeto y el tiempo que tiende a ser en los últimos libros diálogo entre el sujeto y el mundo.

Así, en Luna de cuándo y dónde, que se cierra con estos versos:

La miro con el gozo
del que todo lo ignora de la muerte,
del que respira y canta.
Han pasado años, siglos, y allí fulgura,
en qué centro sereno de mi asombro.
 
Santos Domínguez

21 junio 2021

El hilo de oro

 


 David Hernández de la Fuente.
 El hilo de oro.
Ariel. Barcelona, 2021. 
 
  Hay un antiguo motivo mítico que sirve de título e inspiración a este libro: el del hilo de oro. Por una parte, un tema arquetípico de la narrativa mitológica es el del viejo hilo de Ariadna, sabia guía de los héroes. Todos necesitamos un mentor -concepto también clásico y odiseico- que nos sirva de orientación antes de emprender su misión. En el laberinto de Dédalo, Teseo aprovecha la ayuda mágica de una auxiliar femenina que tejerá su escapada tras cumplir su gran hazaña.
Pero además del mito, también la filosofía ha utilizado el símil del hilo, como se ve en las Leyes de Platón (654a), donde aparece la imagen del ser humano como una marioneta manejada al albur de diversos impulsos, simbolizados por hilos, muchos de ellos duros, inflexibles y perniciosos. Pero no así el de oro, que “siempre conviene seguir y no abandonar en absoluto”. Es este un motivo siempre presente en el mito, el cuento maravilloso y el folklore universal, el de la cuerda, el hilo o el tendón que enlaza al hombre con los dioses, con los mentores mágicos o con la providencia. Eso serán los clásicos en lo que sigue: el vínculo con la mejor parte de nosotros mismos, la esencia de nuestra cultura, que es lo único que puede guiarnos cabalmente en medio de la gran ordalía.
Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos.
 
Con esos párrafos sobre la actualidad de los clásicos justifica David Hernández de la Fuente la escritura de El hilo de oro, el ensayo publicado por Ariel.
 
A través de esa metáfora del hilo de oro sus páginas plantean una reflexión sobre las ideas y los motivos, las actitudes y los símbolos heredados de los clásicos que pueden constituir una guía para orientarse en el laberinto del mundo actual: para entender el presente y buscar el futuro en el pasado, para entender al otro desde la relación conflictiva entre el individuo y la colectividad, entre la unidad y la multiplicidad, entre la identidad y la diversidad; para comprender el carácter cíclico del final de la historia y enfocar la acción política mirando a los modelos clásicos frente a los populismos extremistas; para analizar el lado oscuro de la violencia y el terror, del odio y la discordia desde antecedentes como Heráclito que vio en el conflicto “el padre de todas las cosas”; para recordar cómo se gestionaron las epidemias y el control social en la antigüedad; para evocar los patrones de comportamiento del héroe entre el nacimiento y la muerte, respuestas ante los distintos ritos de paso que constituyen la materia que alimentan la literatura y se siguen percibiendo en el cine o las series, que reproducen esos mismos modelos mitológicos; para revelar la continuidad del mito y el rito en muchas de las manifestaciones sociales de la actualidad o la pervivencia de viejos esquemas astronómicos, agrícolas o religiosos en las fiestas de la modernidad.

 David Hernández de la Fuente, autor de dos libros memorables -Oráculos griegos y Vidas de Pitágoras- lo resume así:
 
 Es sabido que las dos grandes obras señeras de la cultura clásica, la homérica y la virgiliana, tuvieron desde antiguo -y en el caso de Virgilio hasta la Edad Moderna- fama de ser proféticas. Ahí reside otra redefinición moderna de lo clásico en momentos de incertidumbre como los actuales: “Los clásicos son libros que se pueden consultar para saber qué es lo que va a pasar y cómo se puede vivirlo sabiamente”. Sabemos que existieron oráculos de bibliomancia -se echaban dados para adivinar el futuro en los pasajes sorteados de la Ilíada o de la Eneida- y que, en cierto modo, este adivinación simboliza el largo recorrido de estas obras en la historia de nuestra cultura. Ahí está nuestro hilo áureo, la vía profética o el mentor.
Ariadna, Circe, la Sibila o la mano de Virgilio en el camino, como en el de Dante. Con la idea de que los clásicos encierran las claves del presente y las del futuro en sus líneas inspiradas emprendamos, pues, este viaje hacia el “futuro pasado”.

Desde “la interrogación acerca de lo que los textos y las actitudes de los antiguos griegos y romanos tienen que decirnos sobre nuestros problemas, expectativas, anhelos y perplejidades en el mundo actual”, El hilo de oro explora “la repercusión de las ideas de los antiguos autores para nuestra sociedad. Así se abordan problemas y fenómenos actuales que pueden encontrar puntos de comparación con la antigüedad.”

El aliento narrativo de Heródoto, padre de la historia total; la figura de Tucídides, fundador de la historiografía crítica y política; los antecedentes del conflicto entre Oriente y Occidente y el choque de civilizaciones; las raíces de las demagogias populistas y de su camino hacia la tiranía; el declive de las civilizaciones y los imperios; las caídas de Troya y Roma y la utopía de la Atlántida; el elogio de la moderación de Aristóteles y Platón y las lecciones de los filósofos a los políticos; la contestación a los modelos políticos nacionalistas y el paralelismo entre la conjuración de Catilina y el intento de golpe de estado en Cataluña; las metáforas de la política (teatro, orquesta, nave); los confinamientos ante pandemias como la misteriosa plaga de Atenas que retrató Tucídides, la peste antonina o la peste de Justiniano, la primera gran pandemia, con la que termina la antigüedad en el siglo VI; la necesidad del héroe o el santo; las mujeres heroicas y las primeras manifestaciones del feminismo en el mundo clásico; los ritos solares del fuego y la tauromaquia; el ocio y las fiestas; la mirada a la vejez y la muerte o la eutanasia son algunos de los asuntos sobre los que se organiza una búsqueda matizada de analogías entre lo antiguo y lo moderno.

Una reivindicación de la vigencia de los clásicos para salir del laberinto con su hilo de oro, su concepción de la vida y de la muerte, del cosmos y la armonía, su idea cíclica de un tiempo que enlaza pasado, presente y futuro, un tiempo circular y eternamente renovado en los ciclos naturales a los que tan atentos estaban los clásicos. 

Porque -concluye Hernández de la Fuente- “en momentos de crisis procede defender más que nunca un regreso a nuestros clásicos como guía en la zozobra cotidiana.”

Santos Domínguez 

18 junio 2021

Ángel García López. Nocturnas aves

 
 Ángel García López.
 Nocturnas aves.
[Poemas burlescos]
Ars Poetica. Oviedo, 2021
 
El animus iocandi con que subtitula su Dramatis personae marca el tono y avisa de la intención de los divertidos sonetos burlescos que Ángel García López reúne en Nocturnas aves, que publica Ars Poetica.

Antes de entrar de lleno en el interior de los poemas, un simple vistazo al índice anuncia ya la tonalidad jocosa que los recorre: Auroro Boreal es incluido en el Real Diccionario de Escritores; Arsénico Caifás, en su versión de otoño; Peluso Iscariote, juntaletras de plantilla; Adonis Canapé, poetambre épico-lírico, acude a la presentación de un libro en el Hotel Majestic; Euclides Adulón, poeta en horas libres, es designado Director General de Acupuntura; Necrófilo Sinfín, taxidermista; Celebración de la obra poética completa de Iván el Horrible, bobo egregio; El joven profesor comenta a sus alumnos lo prescindible de los clásicos; Verecundo, el Divino, alaba al inspirado autor de «El espejo retrovisor de los planetas» o Jeremías, el Llorica, es denunciado al tribunal de Apolo por las nueve musas:

El coplero más listo del montón,
un don nadie endiosado, otro tunante
que no pasó de fraile mendicante,
consigue, al fin, su canonización

porque, desde la cruz al colofón,
contradiós obsesivo del bergante,
ha fabricado un bodrio delirante
sobre la muerte y la resurrección.

Y, en lo que fue desierto, llueve a mares:
incienso, bulas, procesión, altares,
prebendas, canonjías, sinecura…

¡Justicia en tanta lluvia haga tu mano!
Impide que el Parnaso sea un pantano
y en él flote este corcho de criatura.


Arquetipos que, avisa el autor en nota previa, “pertenecen a la fantasía y el humor, por lo que cualquier similitud que pudiera establecerse con la realidad sería formulación exclusivamente personal de quien la hiciese.”

Bien sabe el autor que el lector avisado y malévolo inevitablemente pondrá cara a algunas de estas criaturas que habitan los arrabales de la poesía. Como el protagonista de esta Noticia de Florito Malayerba:

Gallea en el cotarro un elemento
del gremio de influyentes paniaguados
que en medio siempre está de los fregados
lo pida el cuerpo o sin venir a cuento.

Servilón del trampeo, su talento
lo emplea en mil concursos amañados
y en comprar voluntades y jurados
cómplices de lo sucio de su invento.

Prodigio del chanchullo, del cinismo
y el te doy si me das del amiguismo,
nunca marra el caballo ganador.

Que suele ser un quídam de su cuerda,
fullero ungido por la misma mierda,
del mismo estiércol y del mismo hedor.


Escritos entre 2005 y 2012, cuando una decisiva experiencia luctuosa se hizo incompatible con esta temática desenfadada, han permanecido inéditos hasta que ahora, cinco años después del cierre circular de su obra que fue Cuando todo es ya póstumo, se recuperan en esta edición que perfila definitivamente el conjunto de la obra de Ángel García López, que sin estos poemas no estaría completa.

En la mejor tradición de las sátiras literarias, entre la mueca y la risa, vienen a completarla estos divertimentos irónicos que van desde los consejos para ambiciosos principiantes letraheridos hasta las descripciones esperpénticas de la feria de vanidades y la “jaula llena de leones” que es el cerrado mundillo de la poesía o retratos quevedescos de vates endiosados como este Peluso Iscariote, juntaletras de plantilla:

Al conocer la espuria biografía,
de todas las virtudes un dechado,
el ingenuo lector, acojonado,
se santiguaba ante lo que leía.

Y es que este enfermo de palabrería,
globo de feria de mentira inflado,
presume de un currículo inventado
que cambia en oro la bisutería.

Pues la verdad que esconde el tal poeta,
sólo diestro en tocar la pandereta,
las palmas y el olé y el chalaneo,

es que, usando de chiste y chismorreo,
con esa mala leche que rezuma,
apesta cuanto sale de su pluma.

Arquetipos, sí, aunque con esos moldes se han fabricado los abundantes figurones que trepan por las laderas del Parnaso y la variada fauna de muermos y copleros, poetisas decadentes y botarates venales que lo sobrevuelan.

Pájaros, pajaritos, pajarracos. Nocturnas aves.

Santos Domínguez

16 junio 2021

Poe. Ensayos completos II



Edgar Allan Poe.
Ensayos completos II.
Traducción y prólogo de 
Antonio Jiménez Morato.
Páginas de Espuma. Madrid, 2021.


“Poe revolucionó la literatura de su tiempo gracias a sus relatos y sus poemas, eso es algo sabido, pero el único modo de calibrar el alcance de sus intenciones y los riesgos a los que se sometió es mediante el análisis de su labor crítica”, escribe Antonio Jiménez Morato en la introducción que abre la edición del segundo volumen de los Ensayos de Edgar Allan Poe que ha traducido para Páginas de Espuma

 Y a pesar de eso -añade- su obra crítica “ha sido despreciada, leída de modo apresurado o ignorada. Y eso pese a que, con los doscientos años de distancia como juez, podemos apreciar que Poe parece no equivocarse nunca. Elogia lo que ha atravesado mejor el tiempo, y denuesta lo que ha ido olvidándose con el paso de los años. Hay en la capacidad de prospección de Poe algo más que mera perspicacia, hay una auténtica voluntad de cimentar y encauzar una literatura. Más aún, no solo voluntad, sino la tenacidad necesaria para lograrlo. Poe no solo es el padre del cuento moderno, lo es también de la crítica moderna, hecha desde la prensa de modo militante y combatiente.” 

Organizado en dos secciones, la fundamental contiene veintidós reseñas sobre autores y literatura: desde un largo ensayo sobre el drama estadounidense hasta una evocación de Francis Lieber, editor de la Enciclopedia Americana, un conjunto de ensayos que se centran preferentemente en poetas y narradores contemporáneos de Poe entre los que destaca Nathaniel Hawthorne, a cuyos cuentos dedica una especial atención.

Publicados en revistas, incluyen críticas demoledoras de obras como El estudiante español, un drama de Longfellow (“en conjunto, solo podemos lamentar que el profesor Longfellow haya  escrito esta obra”), comentarios pormenorizados de textos de poetas sobrevalorados, como John Brainard, William Bryant (“en todos los méritos de menor importancia el señor Bryant se muestra sobresaliente”), el sr. Dawes (“ayudado para alcanzar su reputación poética por la amabilidad de su carácter”) o Drake y Halleck: “Que contamos entre nosotros con poetas del más elevado orden es algo de lo que estamos seguros, pero no creemos que esos poetas sean Drake y Halleck.”

Opiniones sobre Tennyson y Carlyle, reseñas de libros de Fennimore Cooper, de un manual de buena educación o de una historia eclesiástica de Virginia conviven en estas páginas con el pormenorizado y elogioso análisis de los dos libros de cuentos de Hawthorne, Cuentos contados dos veces y Musgos de una vieja casa parroquial.

Cierra el volumen una segunda sección (‘La escena literaria y social’) de textos entre los que destacan los agrupados bajo el rótulo ‘Miscelánea editorial’. Breves y ágiles, entre ellos está este irónico párrafo autorreferencial:

En una muy elogiosa nota, de la señorita Fuller, sobre los Relatos de Edgar Allan Poe, la crítica pone reparos a las frases “tenía muchos libros pero raramente los empleaba” y “sus resultados, obtenidos por la esencia y el alma misma del método, tenían, de hecho, todo el aire de la intuición”. Nos doblegamos ante las muy bien consideradas opiniones de la señorita Fuller, la cual, por supuesto, merece todo nuestro respeto, pero nos hemos esforzado en vano por entender, en ambos casos, los motivos de sus objeciones. Quizás ella pueda explicarlos.

No sólo brillan aquí la capacidad analítica de Poe, su ironía aguda, sus sarcasmos hirientes y su lucidez como crítico. En estos ensayos inevitablemente proyecta su teoría y su práctica de la escritura quien simultaneaba la crítica con la creación poética y con la narración. 

 Por eso -concluye Jiménez Morato en su introducción-  “estas páginas dejan claro hasta qué punto arriesgó y se permitió ser libre como lector, en qué medida se proyectó como autor, hasta qué punto se atrevió a construir otro mito de Poe, bastante desconocido a día de hoy pero que existió y acaso fue lo más llamativo de él mientras vivió, de su figura literaria, como vehemente crítico, modelado por sí mismo dentro de los círculos literarios. Y resulta fascinante adentrarse en ellas.”

Santos Domínguez 

14 junio 2021

Georges Forestier. Molière

 



 Georges Forestier.
Molière. 
El nacimiento de un autor.
 Traducción de Mauro Armiño.
Cátedra Biografías. Madrid, 2021.
 
Pocos autores habrá en la literatura universal de biografía tan oculta e intimidad tan opaca como Molière, “un hombre del que han desaparecido todos los papeles personales. De Jean-Baptiste Poquelin, señor de Molière, no subsisten ni carta, ni borrador, ni nota, ni manuscrito. En aquella época, no se daba ninguna importancia a las huellas escritas de los grandes hombres y de los grandes creadores. Una vez publicada su obra, el propio autor prendía fuego a borradores y manuscritos. En cuanto a la correspondencia, a las notas y a los esquemas, su supervivencia dependía de la familia o de los amigos cercanos. Molière no tuvo la suerte de Racine, cuyos dos hijos, atormentados por la obsesión de recoger todo de un padre idolatrado, consiguieron salvar del naufragio cerca de doscientas cartas y algunos esquemas y poesías manuscritos. Tres de los cuatro hijos de Molière y de Armande Béjart murieron en edad temprana, y la cuarta, Esprit-Madeleine Poquelin, que tenía siete años en el momento de la muerte de su padre, solo dejó el convento donde había crecido para expiar, con una vida cristiana y austera, el oficio «infame» de sus padres, de los que no quería conocer nada. El hijastro póstumo de Molière, Nicolas Guérin, salido del nuevo matrimonio de Armande Béjart, tuvo «sus papeles» entre las manos, pero murió en 1708 a la edad de treinta años y todo desapareció con él.”

Con esas palabras lo subraya Georges Forestier, catedrático de La Sorbona, en el Prefacio, 'Contar Molière', con el que abre su espléndida biografía Molière. El nacimiento de un autor, que publica Cátedra Biografías con traducción de Mauro Armiño.

Publicada en su versión original por Gallimard hace tres años, esta biografía descarta los distintos estereotipos, no siempre agradables, que se han ido acumulando sobre la personalidad del dramaturgo francés desde la aparición temprana de la Vida de Molière, de Jean Grimarest, para intentar reconstruir su vida y su figura sobre los abundantes testimonios que sus contemporáneos dejaron por escrito.

Una imagen puramente exterior y con notables insuficiencias y falsedades, aunque -añade Forestier- “en la actualidad disponemos de suficiente material para dibujar a grandes rasgos el recorrido de Molière en medio de su familia y de su troupe, frente al público, con el rey y los grandes, en su rivalidad con los teatros de la competencia, en sus negociaciones con los libreros que publicaban sus libros. Podemos asimismo seguir el estreno de las obras y, de esta forma, como espejo, medir el extraordinario ingenio creador de Molière, contemplarlo en su trabajo, recuperando y volviendo a trabajar temas cuyo enfoque revolucionó, como alquimista que transforma los metales en oro. Pero si cada vez conocemos mejor al autor, al artista y al hombre social, seguimos privados de todo elemento tangible para revelar su intimidad, sea familiar, amorosa, amistosa, intelectual o artística.”

Asumiendo la dificultad del reto, Forestier emprende en este ambicioso libro la tarea de elaborar un relato verosímil de la biografía de Molière a partir de los datos documentales y de la imagen que sus contemporáneos tuvieron de él. Y en esa tarea es fundamental también un examen de sus obras para intentar reconstruir su formación intelectual y la germinación de las ideas que sustentan su mundo ideológico y su creatividad artística hasta descubrir que “bajo unos géneros y unos registros diferentes [...], sale a la luz una coherencia intelectual y artística sorprendente. Molière no cesa de innovar y de explorar permaneciendo siempre el mismo -él mismo.”

En esa ardua tarea de minuciosa recreación biográfica, Forestier reconstruye su formación artística y revela su proceso creativo y sus múltiples registros, evoca su entorno social y familiar, su público y sus rivales, sin perder nunca de vista lo fundamental en la biografía de un escritor o un artista: la iluminación que proyecta sobre su obra.

Y así lo hacen los veinticinco capítulos que proponen un recorrido por su trayectoria como director y autor de obras como La escuela de las mujeres, Tartufo, El enfermo imaginario, El misántropo, El burgués gentilhombre o El avaro; por su conocimiento de las elites que apoyaban el teatro, por su consagración como autor, por su caída temprana con una muerte brutal.

“En resumen, he querido sorprender al escritor en el momento de crear y me he esforzado por contemplarlo trabajando, a fin de llegar mejor al hombre bajo las ropas del artista.
Si, acabado este libro, sigo ignorando los sentimientos de Molière, espero haber podido dejar que se vislumbre una parte de su intimidad creadora. Quien sigue siendo el mayor autor cómico occidental y uno de los mayores artistas franceses, que continúa haciendo reír al mundo y que no cesa de hablarnos, es también un individuo apasionante para la observación. Molière sigue siendo un hombre fascinante, incluso a cuatro siglos de distancia.”

Y concluye Forestier su epílogo  -Cómo una gloria se volvió un clásico- con estas palabras sobre Molière:

De generación en generación hasta nosotros, lectores y espectadores se declaran conmovidos hasta lo más profundo de su alma por este autor de comedia, que consiguió transfigurar un género considerado ligero, y por el hombre fascinante, misterioso, que fue capaz de esta alquimia.
Es el secreto de este asombroso éxito lo que me he esforzado por sacar a la luz dando vida al extraordinario itinerario de este hombre excepcional.”
 
Santos Domínguez

11 junio 2021

Marta Agudo. Sacrificio

Marta Agudo.
Sacrificio.
Bartleby Editores. Madrid, 2021.

Cuando morir es una guerra en la que todos los bandos están de acuerdo. Momento azul que libera, síndrome de Estocolmo que se convierte en verdad mineral o esta plaza de rincones accesibles. Así se mitiga el dolor en su macabro tráfico de días, así la esperanza en su rutina absurda, así la conciencia en su irracional comparsa. Reconocer, entonces, que el minotauro acierta y devuelve al mar sus muertos de carne galopante. 

Ese es el penúltimo poema de Sacrificio, de Marta Agudo, que aparece en Bartleby Editores.

 Tras su anterior Historial, Sacrificio es un paso más de la autora en la oscuridad del túnel, una nueva incursión poética en la experiencia de la enfermedad, en la desolación y la soledad o en la intransitividad intensa del dolor, otra indagación en la conciencia de la fragilidad, en la disolución de la identidad y la memoria del daño:

Como los avisos de los aeropuertos repito mi nombre para recordarme. Válvulas de un oxígeno ya respirado, juegos de identidad contra una tarde gastada. Hoy viste demasiado el mar.

Poesía del límite y del cuerpo enfermo en la que el minotauro y el laberinto, el glaciar y las agujas, el túnel y el oleaje son imágenes sobre las que se articulan la vivencia y el aprendizaje del deterioro.

Su intensidad expresiva y su palabra, a la vez desatada y contenida como una queja, encuentran su cauce más adecuado, como en Historial, en el poema en prosa para marcar el tono, a veces alucinado y visionario, de un libro escrito desde el interrogativo territorio de la incertidumbre y el miedo (“Habito en la circunscripción del miedo”), pero también desde la resistencia al llanto y al patetismo, desde la certeza del naufragio tras el desesperado ejercicio natatorio de la supervivencia:
 
Pero sólo se extiende el confín:  

las articulaciones del luto.
 
Santos Domínguez

09 junio 2021

El río de Osiris

 
El Río de Osiris.
Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia.
Edición, prólogo y notas
de Miguel Ángel Elvira Barba,
con la colaboración de Marta Carrasco Ferrer.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.


¡Que el Nilo reciba nuestro saludo!

Él sale de la tierra y vivifica Egipto. / Su naturaleza es misteriosa: tinieblas en pleno día. / Su cortejo le dirige cantos, / pues da la vida a las praderas creadas por Re / para que se alimenten los animales. / Él humedece el desierto / cuando desciende el agua lejana: / es como el rocío que cae del cielo. / Él es el bien amado de Geb, el que trae el trigo / y hace que prosperen las creaciones de Ptah...

Así comienza el Gran Himno al Nilo, una celebración de las crecidas fértiles del río. Es uno de los cien textos que forman parte del espléndido volumen El río de Osiris, que publica Reino de Cordelia.

Enriquecida con las abundantes ilustraciones que los iluminan, es una selección de Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia, que abarca desde la Teología Menfita y los Textos de las Pirámides, de la V Dinastía del Reino Antiguo (“la de los templos solares coronados por gruesos obeliscos”), hasta los cuentos de magia, novelas épicas y fábulas contemporáneas de Cleopatra, a cuya muerte entraron en Egipto las legiones romanas.

Con la colaboración de la profesora Marta Carrasco, los ha recopilado Miguel Ángel Elvira Barba, Catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que explica en su prólogo los criterios que han guiado la elaboración de esta magnífica antología.

Se trataba de reunir y ofrecer a los lectores “una lista de textos escogidos -tomé el número redondo de cien, para evitar la dispersión- y determinar el concepto de «literatura» que dirigiría mis pesquisas. No lo dudé: trataría de textos que un crítico actual consideraría «literarios», y no de los más apreciados por los propios egipcios. Por tanto, frente a los elaborados himnos religiosos y los abrumadores cantos a los monarcas, que han llegado hasta nosotros a centenares, destacaría la narrativa de ficción, la lírica, el teatro y, en el campo del pensamiento, las máximas «sapienciales».
Una vez escogidos los textos, me planteé un grave problema: ¿Debía ofrecerlos completos, o escoger sus partes potencialmente más atractivas? Adopté la segunda solución, porque me pareció la más coherente en una antología que no desea ser un libro de consulta. Ese mismo criterio rige en las versiones que aquí se ofrecen: siempre he pensado que el traductor debe, ante todo, escribir en su propia lengua, dando a su estilo la fluidez o el empaque que el autor traducido dio a sus textos utilizando los medios lingüísticos de que disponía.”

Uno de esos himnos del Reino Antiguo que cubren los muros de los pasadizos de las pirámides es este poema, que -según explica Miguel Ángel Elvira- está “presente en la pirámide de Unas y reutilizado casi por completo en la de Teti, es conocido por los estudiosos como el Himno caníbal, porque imagina al faraón difunto, hijo del dios solar Atum, comiendo carne de otros dioses para adquirir la inmortalidad”:

El cielo está cubierto de nubes, las estrellas se han oscurecido.
La bóveda celeste vibra, tiemblan los huesos del dios de la tierra.
Las estrellas se detienen cuando ven a Unas surgiendo en todo su poder,    
como un dios que vive de sus padres y se alimenta de su madre.

Unas es el señor de la astucia:
oculta su nombre a su propia madre.
El puesto de Unas está en el cielo;
su fuerza se halla en el horizonte,
como la de su padre Atum, que también lo parió. 
Pero, aunque Unas es su hijo, es más fuerte que Atum.

Las almas de Unas están con él;
sus ayudantes, bajo sus pies.
Sus dioses, sobre su cabeza, pues el ureo corona su frente: 
lleva en su frente la serpiente que le guía,
la que mira a los enemigos, la de llamarada poderosa.
El cuello de Unas está firme sobre su pecho.

Unas es el toro celestial,
lleno de rabia en su corazón.
Se alimenta de todos los dioses,
come sus entrañas
según vienen, llenos sus cuerpos de magia, desde la Isla de la Llama.


Organizados en siete capítulos cronológicos, desde el Reino Antiguo al Periodo Ptolemaico, y presentados por esclarecedoras introducciones, estos cien textos responden al objetivo de ofrecer, en palabras del recopilador, “una antología literaria que permitiese a cualquiera asomarse al pensamiento de los escribas, a la creatividad literaria de una cultura que tan brillante se había mostrado en sus artes, y que bien podía equipararse, por tantos conceptos, a mi querido mundo helénico.”

Textos que muestran una enorme variedad de temas y de tonos que van de lo épico a lo lírico, del himno a la autobiografía, del mito a la literatura sapiencial, de la historia a la novela, del cuento fantástico al poema amoroso, del teatro litúrgico a la fábula.

Este es otro de esos textos, La Instrucción para Kagemni, de la XII Dinastía, un tratado de prudencia del que se conservan en un papiro los últimos párrafos, que dan consejos sobre la urbanidad en la mesa:
 
Le irán bien las cosas a quien sea prudente, y será ensalzado el que conoce la justa medida. La sala de reuniones está abierta para el silencioso, y es bienvenido aquel que habla con tranquilidad; en cambio, se afilan los cuchillos contra quien, abandonando la vía correcta, se lanza a destiempo.

Si te sientas a comer con más gente, deja pasar los platos que te gusten, pues solo cuesta un instante vencer un deseo momentáneo, y la glotonería es un vicio que se señala con el dedo.

Un vaso de agua basta para calmar la sed, y un bocado de verduras fortalece el espíritu. Un solo plato puede sustituir a un banquete, y un trozo pequeño, a otro mayor. Resulta despreciable aquel que evidencia la pasión de su estómago y olvida más tarde a los propietarios de la casa donde ha comido en exceso.

Si te sientas junto a un glotón, debes comer solo cuando este haya calmado su avidez. Si bebes junto a un gran bebedor, haz lo mismo que él ya haya hecho: de este modo, su corazón se alegrará. No extiendas con ansia tu mano hacia la carne si estás junto a un glotón: tómala cuando él te la ofrezca, y no la rechaces entonces, porque de este modo te ganarás su aprecio.

Nada se puede decir contra quien es irreprochable en la mesa, si evita mostrar disgusto por algo; incluso un hombre grosero se mostrará más amistoso con él que con su propia madre, y todo el mundo querrá ponerse a su lado.

Deja que tu fama crezca; con el tiempo, se recurrirá a ti sin que tengas que abrir la boca. No presumas de tu fuerza entre tus iguales. Guárdate de suscitar antipatías, pues no se sabe lo que puede pasar en el futuro ni qué hace Dios cuando castiga.

Santos Domínguez


07 junio 2021

La búsqueda de interlocutor

  


  Carmen Martín Gaite.
 La búsqueda de interlocutor.
Prólogo de Manuel Longares.
Siruela. Madrid, 2021
 
Para Carmen Martín Gaite, una de las escritoras fundamentales de la segunda mitad del siglo XX en España, el fundamento y la justificación de la actividad narrativa y de la escritura en general es la búsqueda de un interlocutor.

Esa idea se la había sugerido ya en esos términos exactos Juan Benet, que tanto se despreocuparía luego de esa búsqueda, en una carta de 1965. Y en septiembre de 1966 publica en Revista de Occidente su ensayo La búsqueda de interlocutor, que formula ya una poética de la comunicación literaria en la que volverá a insistir para matizarla en El cuento de nunca acabar.

Dedicado a Juan Benet, “cuando no era famoso”, ese texto central en su obra revela la concepción de la obra literaria como un diálogo cómplice y múltiple (con el lector, con su tiempo, con la tradición) que está en la base de toda su narrativa.  Escribía allí líneas como estas: “siempre me he inclinado a pensar que el originario deseo de salvar de la muerte nuestras visiones más dilectas, nuestras más fugaces e intensas impresiones, a pesar de constituir la raíz inexcusable de toda ulterior narración, comporta un primer estadio de elaboración solitaria donde la búsqueda de interlocutor no se plantea todavía como problema. Es decir, que las historias ya nacen como tales al contárselas uno a sí mismo, antes de que se presente la necesidad, que viene luego, de contárselas a otro.”

De ese ensayo tomó título la recopilación de ensayos breves -que habían ido apareciendo dispersos en distintas revistas-, que se publicó por primera vez en 1973 y que iría creciendo en posteriores ediciones hasta adquirir su forma definitiva en la tercera, del año 2000, el de la muerte de su autora, un conjunto de treinta textos que Siruela reedita ahora con un espléndido prólogo -Hablemos- en el que Manuel Longares evoca la figura de Carmen Martín Gaite, que tuvo en él un interlocutor privilegiado, porque, como escribía la narradora en ese ensayo, “la del interlocutor no es una búsqueda fácil ni de resultados previsibles y seguros, y esto por una razón fundamental de exigencia, es decir, porque no da igual cualquier interlocutor.”

Como señalaba la propia Martín Gaite en el prólogo a la primera edición, la selección tiene su unidad en “un asunto al que he comprobado que, más tarde o más temprano, acaba remitiendo cualquier posible reflexión sobre los conflictos humanos: el de la necesidad de espejo y de interlocución, se sepan o no buscar.”

Búsqueda del encuentro con el otro, como espejo donde reconocer la propia identidad, tema central del ensayo que abre el libro, ‘Los malos espejos’; la evocación fúnebre de Ignacio Aldecoa en los dos años de Comunes en Salamanca y luego en Madrid, donde la puso en contacto con los narradores del medio siglo: Ferlosio, Fernández Santos, Medardo Fraile; el centenario de Macanaz, que encontró en ella a una interlocutora excepcional desde que lo conoció a fondo en el archivo de Simancas, y al que dedicó un libro memorable; tres siglos de quejas de los españoles sobre los españoles; la condición social femenina de Madame Bovary a Marilyn Monroe: la publicidad dirigida a las mujeres, el matrimonio y las mujeres liberadas (“O se asumen las ataduras o se asume la soledad. No creo que haya más alternativas”).

Completan la recopilación una reflexión sobre las coplas de posguerra y una crítica demoledora del Cancionero general que recopiló Vázquez Montalbán; artículos sobre Jekyll y Hyde, Capote o El otoño del patriarca, Robert Mitchum y Gregory Peck en El cabo del miedo, Fernando Quiñones y Jane Eyre, Salamanca o los cuentos de Medardo Fraile.

Referencias todas ellas sobre las que se proyecta la búsqueda de interlocutor de estos ensayos que confirman -insiste Carmen Martín Gaite- que “toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo se reduce, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor.”

Porque, como señala Manuel Longares en su prólogo, “la existencia de interlocutor escolta y atestigua el traspaso de las fuentes clásicas a las generaciones modernas. [...] La heredera de este universo de fantasía en el que sus antepasados echaron raíces recoge de sus contemporáneos sugerencias de todo tipo, incluso desdenes. Pero también iluminaciones de quienes, tratados en su día como aprendices y aprovechándose de las lecciones de sus maestros, predican ahora como expertos y, en calidad de interlocutores de la autora desaparecida, toman la voz cantante en el proceso tantas veces abanderado por Carmen Martín Gaite en el cuarto de atrás de su piso de Doctor Esquerdo, cuando, bajo el cielo pintado de la tardecer y en actitud receptiva, se situaba frente a su escucha y, con todo el tiempo del mundo a su disposición, le interpelaba con el estimulante: «hablemos».”

Es, digámoslo para terminar, “el título más mencionado en las tesis y estudios sobre mi obra”, como señalaba la autora al comienzo del prólogo de la edición definitiva de este volumen.
 
Santos Domínguez

 

04 junio 2021

Eugenio Montejo. Poesía completa


Eugenio Montejo. 
Obra completa. 
I Poesía. 
Edición al cuidado de 
Antonio López Ortega, Miguel Gomes 
y Graciela Yáñez Vicentini.
Pre-Textos. Valencia, 2021.

 

TERREDAD
 
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
 
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables,
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena,
aunque las migas sean amargas.

Es uno de los poemas más significativos de Eugenio Montejo (Caracas, 1938-Valencia, Venezuela, 2008), uno de los poetas imprescindibles de la lengua española en los últimos años.

Con esa afirmación del aquí y el ahora que vertebra ese poema central en su obra, Terredad da título también a uno de sus libros más representativos, que apareció en 1978 y que, junto con el resto de su obra poética, forma parte de la magnífica edición en Pre-Textos de la totalidad de su poesía, primer volumen de su Obra Completa, preparada por Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini en la canónica Biblioteca de Clásicos Contemporáneos.

Abre el volumen, que reúne cuarenta años de escritura poética entre Élegos (1967) y Fábula del escriba (2006), un espléndido estudio introductorio de Antonio López Ortega y Miguel Gomes, que a propósito de ese libro subrayan “el tenor ‘cósmico’ de la voz de Montejo. Nada lo condensa mejor que el neologismo terredad: nos habla, por supuesto, de la condición del ser terrestre, habitante de un planeta; nos habla de los elementos que nos contienen: aire, agua, luz, fuego; nos habla también del campo anímico: sentimientos, nostalgia, flaquezas; y también de las vidas que nos acompañan o sobrepasan: la de los árboles centenarios que nos saludan sin saberlo, la de las ballenas con sus resoplidos incesantes, la de las hormigas con sus sobras del día. La condición de la existencia como una cornucopia en la que todo coincide, incluso lo que no podemos imaginar; la concentración máxima de sentido, armoniosa pero también incomprensible, pues en sí también lleva su dosis de autodestrucción. La vida, pues, como un verdadero milagro, pero también como el mayor de los enigmas.”

La memoria elegíaca de Élegos, la suma de impulso órfico y meditación moral de Muerte y memoria y la mirada abierta al mundo de Algunas palabras recorren los tres libros que forman la primera época de la poesía de Eugenio Montejo, que en esos tres títulos pone los cimientos de toda su obra posterior. Esa primera etapa -señalan los prologuistas y editores- “fija las primeras nociones, intuiciones o dimensiones de lo que finalmente será toda una poética.”

La meditación sutil sobre el misterio de la existencia, la concepción de la poesía como último reducto de lo sagrado, la afirmación de la luz, la fusión de naturaleza y emoción, de reflexión y paisaje, la contemplación serena de la vida, la indagación en el lenguaje como herramienta de desciframiento de la realidad interior y exterior, la utilización de la palabra como instrumento de revelación del mundo en su continuidad circular son algunas de las claves de libros como Terredad, Trópico absoluto o Alfabeto del mundo, libros que -explican Antonio López Ortega y Miguel Gomes- constituyen una “secuencia que sin duda constituye el arco más prominente de su obra poética.”

Tras la transición de Adiós al siglo XX, Montejo entra en una segunda madurez caracterizada por una mayor depuración estilística y por una agudización de su conciencia de la temporalidad proyectada en la suma de pasión amorosa y verbal de Papiros amorosos, en el equilibrio de lenguaje y experiencia de Partitura de la cigarra o en la transitividad de la escritura temporal y transparente de Fábula del escriba, su último libro, publicado dos años antes de su muerte.

En esas tres obras finales se funden ejemplarmente la reflexión y la emoción, cuando la incertidumbre se abre a la paradoja y se armonizan la mirada y el recuerdo. Y a la vez la naturaleza se compagina con la memoria de las ausencias para dar una lección de vida y muerte, como en esta Pavana para una dama egipcia:

Yo sé que un día aquí sobre la tierra
no estaré nunca más. Habré partido
como los viejos árboles del bosque
cuando los llama el viento. Y esto que escribo
no me lo dicta apenas una idea
pues ya se ha hecho sangre de mis venas.
    
También sin meditar suelen los árboles
tener claro su fin. Como toda materia
guarda memoria de su nada póstuma.
No es preciso pensar para decirse
-cada quien a sí mismo- adiós por dentro.
Con ver las hojas en otoño basta;
con ver la tierra allá a lo lejos, roja,
flotando en el abismo, sin nosotros,
se aprende casi todo...

 “La poesía es la última religión que nos queda”, afirmaba Montejo, creador de una obra intensa y transparente en la que conviven la serenidad meditativa y la hondura emocional con la búsqueda de la palabra como medio de revelación del mundo. Poesía de la conciencia y la celebración que, en sus propias palabras, aspira a “nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue.” 

Un ejemplo memorable, también de Terredad, un libro central en su trayectoria poética, es esta Duración, una serena meditación sobre la fugacidad que se ha convertido en uno de sus poemas más conocidos:

Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.

Santos Domínguez


02 junio 2021

Cantar de Valtario ilustrado

 
 Cantar de Valtario.  
Ilustraciones de Miguel Ángel Martín.
Traducción de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.

La tercera parte del mundo, hermanos, se llama Europa. Sus pueblos  difieren entre sí en el nombre, la lengua y las costumbres, distinguiéndose también por la religión y por el culto a dioses diferentes. Notorio es entre ellos el pueblo de Panonia, al que por lo común solemos llamar de los Hunos.

Este pueblo valiente, superior a los demás en coraje y destreza en el uso de las armas, extendió su dominio no solo por la regiones circundantes, sino también por la situadas a orillas del Océano, pactando con aquellos que se rendían y sometiendo por la fuerza a los rebeldes. Más de mil  años dicen que duró su dominación.

 Así comienza la magnífica edición del Cantar de Valtario que publica Reino de Cordelia con la traducción en prosa de Luis Alberto de Cuenca con la que obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1989 e ilustraciones de Miguel Ángel Martín. 

  Todo es tiniebla en torno a ese poema latino del siglo X que une al anacronismo monacal de utilizar en sus mil quinientos versos el hexámetro virgiliano mil años después de la Eneida, el no menos asombroso anacronismo de oír, aunque deteriorado por los usos de la clerecía, a un bárbaro hablando el latín matizado de Cicerón o el refinado de Horacio.

En esa niebla medieval está también el mejor efecto y la mayor virtud de un relato en el que la magia y la irrealidad se imponen a la fidelidad histórica de la crónica. Lo que importa en el Cantar de Valtario es lo que tiene de literatura en estado puro, de invención y de aventura, de gusto de contar por contar –como señala el traductor en el prólogo- que lo sostienen como uno de los grandes poemas medievales.

A esas cualidades del texto se les une la traducción de Luis Alberto de Cuenca, por lo que la palabra del monje Ekkehard, aquel oscuro benedictino que caligrafió el pergamino en la Abadía de San Gall, nos llega actualizada, casi como el texto de una novela gráfica posmoderna o como el guión de una película de aventuras medievales, de hijos de reyes y secuestros, de tesoros y tributos, de decapitaciones y pócimas milagrosas.

Compuesto en hexámetros latinos a finales del siglo X por el monje Ekkehard de la abadía de San Gall (un monasterio situado en lo que hoy es Suiza), relata la peripecia guerrera de Valtario de Aquitania, héroe del reino de Tolosa, que dejó posiblemente alguna huella en la materia de Bretaña del romancero viejo castellano, hijo de un rey franco, entregado -igual que Haganón, un franco “vástago del ilustre tronco troyano” y la joven Hildegunda, hija única y heredera del rey de Burgundia- como rehén de los bárbaros hunos, las huestes de Atila, que los educa como si fueran sus hijos y los hace crecer en el arte de la guerra. 

Los casi mil quinientos hexámetros que componen el Cantar de Valtario se publicaron a mediados del XIX, integrados en una novela histórica del escritor alemán Joseph Viktor von Scheffel, como recuerda Luis Alberto de Cuenca en el prólogo que abre la estupenda edición ilustrada y en tapa dura de esta obra que define como “una de las joyas más preciadas de las letras latinas medievales.”

Más cercano en sus planteamientos narrativos a lo que serían siglos después los libros de caballerías que a los cantares de gesta, el Cantar de Valtario tiene como hilo conductor el viaje de regreso a la patria, a su reino de origen, tras una fuga en la que lo acompaña su amada Hildegunda. Haganón se había fugado tiempo atrás.

Y en torno a ese elemento central que es el camino, como ocurre desde la Odisea, se van sucediendo los duelos y las aventuras bélicas que cumplen una doble función: por un lado esos combates fraguan su identidad con su condición heroica y por otra parte le permiten demostrar una y otra vez su capacidad guerrera en una sucesión de lances múltiples que culminan en el combate conjunto con el gigantesco Haganón y con el furibundo rey franco, Guntario.

Duelos y lances narrados con una agilidad admirable en la que seguramente ha sido decisiva la labor del traductor, que cierra su prólogo con este párrafo:

“Hasta ahora no se había vertido al castellano, que yo sepa, el Cantar de Valtario. He utilizado en mi traducción como texto base el fijado por Karl Strecker en una edición que es un auténtico monumento de la filología latina medieval. He consultado con provecho dos excelentes traducciones modernas. Pero, ante todo, lo he pasado muy bien trasladando a mi lengua las hazañas de un héroe bárbaro que, por obra y gracia de no importa qué monje, hablaba en latín. Ojalá disfrutes, lector, con las aventuras de Valtario. Y que Dios nos conceda a todos, si no la salvación, por lo menos una Hildegunda que vele nuestro sueño.”

Santos Domínguez 

 

31 mayo 2021

Vidas truncadas

 

 
Manuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey.
Vidas truncadas.
 Historias de violencia en la España de 1936
Galaxia Gutenberg. Madrid, 2021.
 
“La historia de la vida política española durante el año de 1936 no es sólo la de una confrontación de partidos o ideologías más o menos homogéneos y estructurados. Es también algo que no siempre se ha tenido suficientemente en cuenta: una historia de individuos y vivencias personales ricas en matices y contradicciones. De eso se ocupa este libro, de personas, lugares y experiencias concretas. Porque hubo protagonistas en aquella evolución compleja en la que la tensión y la violencia extrema arrinconaron progresivamente la discrepancia ordenada y el conflicto regulado, hasta lograr que algunos –‍pocos, pero movilizados e influyentes–‍ tomaran decisiones que precipitaron una guerra civil de la que pocos pudieron o quisieron escapar. Los ganadores y los perdedores de febrero, los protagonistas de la primavera, los mismos que serían testigos durante la segunda parte del año de la extrema dureza y la miseria moral de una guerra entre vecinos, tenían nombres y apellidos. De ellos se habla en los capítulos de este libro, que trascienden las etiquetas y las generalizaciones para narrar las vidas y las circunstancias particulares en que los españoles pasaron de unas reñidas y polémicas elecciones a un repentino vuelco en el poder y, más tarde, a un deterioro brutal de la convivencia democrática, un golpe de Estado fracasado y finalmente a una guerra, con la experiencia desconocida y desoladora de una confrontación sangrienta que enfrentó a vecinos y viejos adversarios también en las retaguardias. Sí, nombres y apellidos que no siempre han tenido el protagonismo que merecían en el análisis del período, pero que resultan cruciales para analizar y comprender cómo evolucionó y hasta qué punto cambió la violencia política antes y después del golpe de Estado del 17 de julio y del comienzo de la guerra”, escriben Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío en la Introducción de Vidas truncadas, el volumen colectivo que acaba de publicar Galaxia Gutenberg
 
 Fernando del Rey, que mereció el Premio Nacional de Historia el año pasado por Retaguardia roja, y Manuel Álvarez Tardío, autor del fundamental 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, son los directores de este libro, subtitulado Historias de violencia en la España de 1936, que se organiza en ocho capítulos que abordan en un enfoque microhistórico, con el análisis de diversas historias personales, el clima de violencia que desembocó en la guerra civil española a partir de un conflictivo entramado en el que se cruzan lo individual y lo colectivo. 
 
Así explican su propósito los coordinadores del volumen, en el que han participado otros seis historiadores: 
 
 El propósito de este libro no es contar «los orígenes de la guerra civil» en sentido clásico, sino narrar desde abajo, identificando algunos de los protagonistas y sus lugares de residencia, cómo se transitó desde un período tan apasionante y convulso como el de la primavera de 1936 hasta otro de guerra abierta en el verano y el otoño de ese mismo año. No queremos explicar la violencia de la guerra apelando a una explicación simple de lo que pasó en los meses previos. Queremos mostrar, siguiendo a algunos protagonistas, qué continuidades y qué rupturas se produjeron en diversas situaciones. Y nuestra perspectiva es la de la microhistoria. Es, por tanto, una perspectiva inductiva, en tanto que pretende extraer enseñanzas que nos aproximen a algunas conclusiones generales a partir de la observación de hechos o casos particulares. Tal enfoque cuenta ya con una trayectoria solvente desde que, amén de otros pioneros, un puñado de historiadores modernistas italianos de los años setenta, saturados por el marxismo o el estructuralismo de la Escuela de los Annales, apostaron por los individuos de carne y hueso en sus indagaciones en el pasado. Personas muchas veces anónimas, por las que los historiadores habían pasado de largo, cuyas vidas podían aportar muchas claves para la comprensión de su época o sus sociedades.

En un contexto de enorme agitación política y social, este libro habla de ambiciones y enemistades, de agitadores y oportunistas, de vecinos que se convirtieron en enemigos en Alcalá de Henares, de una brutal y sostenida explosión de violencia en Caspe, del pistolerismo de los grupos paramilitares de extrema izquierda y extrema derecha y de la politización de las fuerzas de seguridad, de los dos generales responsables de la sublevación fallida en Madrid, de la deserción del cabecilla de la represión descontrolada en el Madrid republicano, de un socialista italiano y su participación en la insurrección armada del PSOE, del ajuste de cuentas contra un exministro lerrouxista de la Gobernación o del asesinato de un líder agrario manchego de segunda fila.

Hechos y personas, víctimas y verdugos con los que se compone un vivo relato hecho desde abajo con ocho episodios significativos del clima de violencia del 36 y su mezcla de enconos personales y odios políticos. Un mosaico construido con ocho piezas que reflejan cómo se pasó de la ruptura de la convivencia al ajuste de cuentas pendientes, al asesinato en la retaguardia o al ajusticiamiento sumario. Ocho escenas de individuos y vidas truncadas que sufrieron la violencia ideológica, los odios políticos y personales y cuya peripecia intrahistórica es el espejo de un clima general del que formaron parte y del que fueron víctimas. 

Santos Domínguez


28 mayo 2021

Las flores del mal. Edición ilustrada

 


Charles Baudelaire.
Las flores del mal.
Traducción de 
Carmen Morales y Claude Dubois
Ilustrado por Louis Joos.
Nørdicalibros. Madrid, 2021.

 Con motivo del bicentenario del nacimiento de Baudelaire Nørdicalibros publica una espléndida edición ilustrada de Las flores del mal, un libro esencial en el nacimiento de la poesía contemporánea.

Baudelaire nació hace dos siglos, el 9 de abril de 1821, el mismo año que murió Napoleón, y vivió hasta 1867, el año en que Marx publicaba El capital.

Entre esas dos fechas capitales y simbólicas transcurrió la vida de uno de los fundadores de la literatura contemporánea, del autor que más ha influido en la poesía del último siglo y medio, no sólo por haber creado el género del poema en prosa, una de las formas características de la modernidad, sino por haber incorporado en su obra alguno de los temas fundamentales de esa misma modernidad, como el reflejo de una identidad borrosa y desvanecida, la obsesión por el paso del tiempo o los paisajes urbanos de una ciudad que no es sólo el fondo, sino el centro y el tema de su poesía.

Lleno de limitaciones verbales, esforzado y constante en su dedicación a la literatura, Baudelaire sintió como pocos el poder demoníaco de la palabra y la fuerza enajenante de la poesía. Afrontó el mismo desafío ante las letras de cambio y ante las palabras y todo lo resolvió con habilidad, talento y valor. Por eso fue un dandy empobrecido y con propensión crediticia, autor de una poesía marcada por su intenso sentido del presente.

Insurgente y transgresor en política y en literatura, cuando en 1851 la Segunda República Francesa confirma el fracaso de las utopías revolucionarias del 48, Baudelaire era ya una celebridad poética en los ambientes del París bohemio, pero no había publicado aún ningún libro.

Biógrafo y traductor de Poe, al que según Eliot mejoraba, publica en 1857 Las flores del mal, un libro con sólida base autobiográfica, con París y Jeanne Duval al fondo, que en sucesivas ediciones fue recogiendo la poesía que escribió a lo largo de veintiséis años. Un libro escandaloso por su violencia verbal contra el hipócrita lector, contra la instituciones y las normas, una radicalización de la rebelde subjetividad romántica llevada a sus últimas consecuencias.

Desde el primer poema, Bendición, está presente esa tonalidad delirante y provocadora. Este es su inicio:

Cuando, por un decreto de los supremas potencias,
el Poeta aparece en este tedioso mundo, 
su madre espantada y llena de blasfemias 
crispa los puños hacia Dios, y este la compadece:

-¡Ay, mejor hubiese parido un nido entero de víboras, 
en vez de abrigar esta irrisión! 
¡Maldita sea la noche de los efímeros placeres 
cuando mi vientre concibió mi expiación!

Con Las flores del mal, desde ese hodiernismo y esa rebeldía que busca el aire libre, el espacio de las multitudes como paisaje humano y el vagabundeo urbano por las calles de París, Baudelaire convirtió la gran ciudad en ámbito y tema de una poesía hasta entonces asfixiantemente claustrofóbica.

Porque Las flores del mal supuso el desplazamiento del paisaje de la naturaleza al de la gran ciudad, al nuevo París de las muchedumbres y los bulevares que sustituía  a mediados del XIX a la abigarrada ciudad de los barrios medievales. Era la ciudad en profunda transformación que sirvió de marco para una obra poética que supuso a su vez la transformación del panorama literario.

El caos movedizo de la gran ciudad se convierte en el paisaje literario y vital que sirve de fondo a la exaltación del presente y a la conciencia de sí mismo del artista, relegado al anonimato de las multitudes en la vida moderna, habitante de los márgenes sociales -como el mendigo, el loco o el viejo saltimbanqui que aparecen en estos textos y reaparecerán en Rilke por ejemplo- y con una capacidad crítica que más de siglo y medio después sigue mostrando una voz asombrosamente contemporánea, la que se expresa en poemas como El albatros, Correspondencias, Un fantasma, La invitación al viaje o las Letanías de Satán, que forman parte ya del canon fundamental de la poesía contemporánea.

Con ese libro explosivo se abría un abismo insalvable con la poesía anterior. Seguramente se inauguraba así en 1857 la poesía contemporánea, porque a partir de Las flores del mal, pese a la indiferencia de los críticos venales de la época, pese a su aura de malditismo satánico, pese a la condena del libro por inmoral y blasfemo en los tribunales, ya no se podrá seguir escribiendo poesía como hasta entonces.

Y el primero que lo confirma es el propio Baudelaire, que en los póstumos Poemas en prosa pasa de la subjetividad exacerbada de Las flores del mal a un objetivismo poético de influencia creciente en los poetas contemporáneos.

Porque cuando Baudelaire dio por terminadas esas flores malsanas que acercaban la vida a la literatura y suponían la desacralización del arte y el artista, empezó a escribir, con una discontinuidad que ocupó los diez últimos años de su vida, los poemas en prosa del Spleen de París, el contrapunto de Las flores del mal, su réplica en prosa.

Lúcido y moderno, Baudelaire inauguraba de esa forma una nueva literatura que transformó radicalmente la poesía como forma de representar la realidad, modificó la voz lírica, alteró el tono del poema y cambió el papel del lector.

Al margen de su importancia histórica y de su potencia germinal como obra fundadora del canon del que surge la poesía contemporánea, Las flores del mal tienen una virtud más alta: mantienen intacta su capacidad para conmover y para sorprender al lector actual, como en el Spleen que comienza con estos versos:

Soy como el rey de un país lluvioso, 
rico mas impotente, joven y sin embargo muy viejo, 
que, despreciando las zalemas de sus preceptores, 
se aburre tanto con sus perros como con otros animales. 
Nada puede distraerle, ni la caza, ni el halcón, 
ni su pueblo muriendo ante su balcón.

Esta edición bilingüe de Nørdicalibros, magníficamente traducida por Carmen Morales y Claude Dubois, contiene una selección de los cincuenta y ocho poemas más significativos de Las flores del mal. 
 
Cincuenta y ocho poemas ilustrados por el artista belga Louis Joos con potentes dibujos que acompañan a los textos con diversas técnicas (acuarela, tinta china, pastel) que son el contrapunto plástico de los temas, las imágenes, el tono y el enfoque de los irrepetibles versos de Baudelaire, que se recogen al final del volumen en su versión original.

Santos Domínguez


26 mayo 2021

Karl Kerényi. Los dioses de los griegos

 

 Karl Kerényi.
Los dioses de los griegos.
Traducción de Jaime López-Sanz.
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Atalanta. Imaginatio vera. Gerona, 2021.

“Este libro debe su origen a la convicción, compartida por los editores y el autor, de que ha llegado el momento de escribir una Mitología de los Griegos para adultos. Es decir, una mitología no sólo para especialistas en estudios clásicos, en historia de la religión o en etnología; menos aún para niños, quienes en el pasado recibieron los mitos clásicos muy alterados o, al menos, escogidos cuidadosamente según los criterios de una educación tradicional; sino simplemente pa­ra aquellos adultos cuyo interés primordial, si bien vinculable al inte­rés por cualquiera de las mencionadas ramas del saber, reside sin em­ bargo en el estudio de los seres humanos. La forma actual que ese interés toma es, desde luego, la de un interés por la psicología. Y tal como lo ha admitido un gran exponente del pensamiento humanístico moderno, es precisamente la psicología el saber que «contiene en su interior un interés por el mito, tal como toda escritura creativa contiene en su interior un interés por la psicología».”

Esas últimas palabras que entrecomilla en su cita Karl Kerényi en la Introducción de Los dioses de los griegos, que publica Atalanta con traducción de Jaime López Sanz, son de una conferencia de Thomas Mann, que añadía: “mientras lo mítico representa un estadio temprano y primitivo en la vida de la humanidad, en la vida del individuo representa uno tardío y maduro.”

“La palabra griega mythologia contiene el sentido no sólo de «cuentos» (mythoi), sino también el de «contar» (legein): un tipo de narración que originalmente también despertaba ecos, porque promovía el darse cuenta de que la historia contada concernía personalmente al narrador y a la audiencia. [...] Este libro es un intento  experimental de reponer la mitología de los griegos (al menos hasta cierto punto) en su medio original: en el contar historias mitológico”, escribe el filólogo, helenista y mitógrafo húngaro Károly Kerényi, que publicó Los dioses de los griegos en 1951. Es el primer volumen de La mitología de los griegos, que completó en 1958 con Los héroes de los griegos, editado en España hace doce años también en Atalanta.

El conjunto es un estudio ya clásico sobre la profunda huella que han dejado los dioses y los héroes de la mitología de la Grecia clásica no sólo en la configuración de prototipos literarios o éticos, sino en la formación del pensamiento occidental.

Se trata de una mitología para adultos presentada como una narración continua que prescinde del análisis erudito y se construye como un relato puesto en boca de un narrador inventado por Kerényi: un griego isleño de nuestro tiempo que cuenta esos mitos y leyendas heroicas desde dentro, como parte de su propia realidad.

Porque -explica Kerényi en su introducción- “el elenco presentado en este libro debe también incluir un personaje ficticio que recuenta las historias de la mitología griega. Este personaje dirá el prólogo de las acciones narrativas mayores y menores; al modo clásico de la tragedia griega introducirá a los otros personajes a medida que aparezcan y describirá sus indumentarias.”

Por medio de esa voluntad narrativa se asume así un único punto de vista omnisciente que recorre una parte fundamental de nuestro inconsciente colectivo a través de esas historias.

La interpretación de Kerényi de las figuras de la mitología griega como arquetipos de alma humana se relaciona directamente con el enfoque de Freud y Jung, que exploraron los vínculos entre la psicología y la mitología griega.

Lo explica en su prólogo Luis Alberto de Cuenca cuando escribe que “la psicología moderna, con Sigmund Freud a la cabeza, buceó en los arquetipos que le ofrecía la mitología griega para dar nombre a procesos de naturaleza psíquica como el complejo de Edipo, el de Electra, el de Medea y tantas otras proyecciones de nuestro yo infantil en el mundo de las emociones y los sentimientos consustanciales a nuestra especie.”

Con esa perspectiva narrativa, a partir del estudio de una ingente cantidad de fuentes y relatos desde los himnos homéricos hasta Aristófanes o Plinio y desde Teócrito hasta Cicerón o Virgilio, Kerényi ofrece un recorrido por los mitos griegos más significativos desde los mitos sobre el origen y las divinidades primordiales (Tetys y Océano, Gea y Rea, la Gran Madre de los dioses) a los cultos mistéricos de Dionisos o Eleusis, a los que dedicó sendas monografías.

Hécate, las Moiras y otras deidades preolímpicas como las Erinias o Euménides;  Afrodita y sus diversas advocaciones; Zeus y sus múltiples esposas; su hija, Palas Atenea, virgen y madre; Apolo en Delfos con forma de delfín y Ártemis, su hermana cazadora; las maternidades de Hera y el canto de Hermes, inventor de la lira; Posidón, hermano de Zeus, y sus matrimonios; el Sol, la Luna y su familia; Prometeo, rival de Zeus, y la raza humana; Hades, “el hermano subterráneo de Zeus”, su hermana Deméter y su sobrina Perséfone, divinidades del Inframundo, y otras historias de rapto, consuelo y ascensión.

 Forman parte de un mosaico espectacular, porque -como avisa Kerényi a propósito de Afrodita y sus sobrenombres- “la sustancia de los relatos estaba contenida en la figura de la deidad misma, pero ningún relato aislado podría presentar a la figura completa en todos sus aspectos. Los dioses vivían en el alma de nuestros ancestros, por lo que sus figuras no se agotaban al entrar en algunas de sus historias tomadas aisladamente. Y sin embargo, cada relato contiene, ahora como entonces, alguna parte viva de ellos, un fragmento que contribuye a sus configuraciones totales.”

Las páginas de este ensayo imprescindible son una contribución decisiva a la reconstrucción de ese mosaico complejo y plural que representa la complejidad del hombre y su relación consigo mismo y con los otros, con la naturaleza y el universo, con la vida, el tiempo y la muerte.

 Santos Domínguez