Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
28 abril 2021
Ángel Olgoso. Devoraluces
26 abril 2021
La jardinería como arte sagrado
La jardinería como arte sagrado.
Traducción de Elena Fernández-Renau.
La Fertilidad de la Tierra. Navarra, 2021.
Si las plantas y el agua tenían en los jardines egipcios un significado simbólico que remitía al jardín paradisíaco y eran “la manifestación vegetal de un dios o una diosa” y el jardín sagrado era el lugar de unión de lo humano y lo divino, en Grecia ya no hay jardines en los templos, sino templos en espacios naturales sagrados y consagrados a las distintas divinidades.
Los romanos dieron un paso más y los secularizaron, de manera que la naturaleza silvestre perdió gran parte de su función simbólica y fue sometida a una serie de intervenciones para controlarla y domesticarla en jardines diseñados con arreglo a los principios de la racionalidad, el orden y la técnica.
El jardín islámico, reflejo del paraíso, que tiene como centro el agua de los estanques y las fuentes como centro, recuperó el simbolismo espiritual y religioso en su geometría sagrada de árboles, setos y flores y se convirtió en un lugar de contemplación y soledad, mientras que el hortus conclusus cristiano responde al arquetipo del jardín edénico o del jardín de amor y a la simbología moral de las plantas y las flores como metáforas de los atributos de lo sagrado.
El desencantamiento humanista de la naturaleza y su secularización renacentista conecta con la jardinería romana a través del jardín armónico y ordenado linealmente para demostrar la soberanía del hombre sobre la naturaleza con diseños geométricos, estatuas y parterres. De ahí arrancan los pasos posteriores: la concepción del jardín como representación del paisaje en el Barroco y la aparición del paisajismo como recreación de la naturaleza en el siglo XVIII.
En la raíz de esa evolución estaba la necesidad de expresar una nueva relación entre el hombre y la naturaleza, el vínculo con el paisaje como representación del espíritu y el estado de ánimo del que hablaron románticos como Coleridge o la idea del jardín como escenario.
Surge así la vinculación de la jardinería a actividades artísticas relacionadas con el diseño, el cromatismo, la composición, la geometría o los volúmenes, una vinculación explícita en la figura de la pintora-jardinera Gertrude Jekyll, que “nos insta a observar de verdad las plantas. La jardinería se convierte en un tipo de formación sobre cómo convertirnos en instrumentos aún más sensibles, capaces de apreciar las cualidades más sutiles de las plantas. En ella esta facultad no estaba restringida al sentido de la vista, sino que abarcaba también el olfato, ya que era capaz de nombrar las distintas variedades de rosas con los ojos cerrados, sólo por su aroma. Alcanzaba también el sentido del oído. Por ejemplo, era capaz de distinguir qué árboles tenía cerca sólo por el sonido del viento en sus hojas, y escribió sobre las distintas voces del abedul, del roble y del castaño.”
O en su coetáneo William Robinson, “padre del jardín floral inglés”, el otro gran impulsor del jardín moderno y de la jardinería como arte, “el primer jardinero moderno que expresó la idea de que el arte de la jardinería tiene una dimensión sagrada, no sólo estética.”
Su contemporáneo Claude Monet, pintor impresionista, fue también jardinero y, como Jekyll, representa “la concepción moderna del jardinero como artista o del artista como jardinero”, creador de entornos paisajísticos como el estanque de nenúfares de Giverny, “un jardín-cuadro”, señala Naydler, que concluye su libro con estas líneas:
Mientras que en la antigüedad los dioses se experimentaban directamente de la naturaleza y uno los ignoraba bajo su propio riesgo, hoy nos encontramos ante una situación muy distinta: para la mayoría de la gente los dioses y espíritus de la naturaleza han dejado de estar conectados con la experiencia de la naturaleza. Para relacionarnos de nuevo conscientemente con este mundo invisible tenemos que trabajar por volver a sensibilizarnos con él. Esto se puede lograr mediante un esfuerzo deliberado de reajustarnos a las cualidades espirituales que impregna el mundo sensorial que nos rodea, y al mismo tiempo al implicarnos de forma creativa con esta dimensión más interior y oculta de la naturaleza a través de nuestro jardín. Así abrimos el camino de nuevo a dejar que lo divino regrese a nuestro mundo, y descubrimos que la jardinería tiene la posibilidad de abrir una ventana al espíritu. Y entonces nuestros jardines podrán llegar a sentirse cada vez más como iconos, como mediadores de lo numinoso en la naturaleza. En la medida en que seamos capaces de lograrlo, nuestra jardinería podrá por fin madurar hasta convertirse en un arte sagrado.
23 abril 2021
Coleridge. La balada del viejo marinero
El viento comenzó a bramar más fuerte;
como si fueran juncos, tremolaron las velas
y comenzó a llover desde una nube
en cuyo borde dclaro había Luna negra.
Rota la densa nube, continuó a su lado
aquella Luna negra:
como aguas despeñadas desde un risco,
ancho río escarpado, los relámpagos,
sin romperse, caían desde ella.
Sin que el viento siquiera la rozase,
la nave inició su movimiento
y, a la luz de relámpagos y Luna,
resonó el gemido de los muertos.
21 abril 2021
Rüdiger Safranski. Hölderlin
Hölderlin
o El fuego divino de la poesía.
Traducción de Raúl Gabás.
Tusquets. Barcelona, 2021.
Por eso Hölderlin nos queda lejos. ¿Nos alcanza todavía y lo alcanzamos nosotros a él?
«¡Ven a lo abierto, amigo!»
19 abril 2021
Una historia de las imágenes
Desde la pintura del toro prehistórico que alguien dibujó hace casi veinte mil años en una cueva de Lascaux hasta un fotograma que resume la mirada de Ingrid Bergman en Casablanca, desde los camellos de Giotto en la Adoración de los Reyes Magos a Disney, de los escorzos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina hasta los dibujos de Rembrandt y Picasso, pasando por la síntesis sutil de naturalismo e idealismo de Tiziano, el espejo convexo de Van Eyck, la gradación de la luz en Caravaggio, el aire que flota en los cuadros de Velázquez, el tratamiento de la perspectiva en Canaletto, la mirada de Cartier-Bresson o la configuración teatral de La última cena de Leonardo, Una historia de las imágenes propone, a través de la conversación de Hockney y Gayford un relato global que “se concentra en las dos tradiciones que han tratado de capturar el mundo que nos rodea -expandiéndose en el tiempo y el espacio- en dos dimensiones: la occidental de Egipto, Europa y los Estados Unidos, y el enfoque muy distinto de China y Japón. Es un relato que se origina en las cavernas y que aún se está desarrollando.”
Entre las cavernas y el iPad, entre el fresco y el óleo, entre el grabado y la acuarela, entre el daguerrotipo y la fotografía digital, con la fusión de tiempo y espacio, de luz y movimiento, de juegos de espejos y cámaras oscuras como hilos conductores y rasgos definitorios del tratamiento artístico de la imagen en la pintura, la fotografía o el fotograma cinematográfico, un peculiar recorrido por la historia del arte con dos nuevas miradas combinadas, la del pintor y la del crítico. Así lo resume Martin Gayford en la introducción:
Es una visión individual de la historia de las imágenes desde el punto de vista de sus dos autores: uno, un pintor; el otro, un crítico y biógrafo de artistas. Nuestro objetivo es contar la historia -y explicar la evolución- de la creación de imágenes a través de los ojos de alguien que las crea y de los de un escritor fascinado con cómo se crean. Es una obra surgida de la conversación, de modo que tiene dos voces, y cada una aporta algo al debate. Son dos pares de ojos los que observan la materia, y resulta inevitable que cada parte lo haga desde su atalaya. Así, esperamos escribir algo nuevo: un relato de cómo durante miles de años la gente ha creado representaciones visuales del mundo que la rodea, y de cómo lo vemos nosotros, ahora mismo.
16 abril 2021
César Vallejo. Poemas humanos
se complace en su pecho colorado;
Considerando
Comprendiendo sin esfuerzo
Considerando también
Considerando sus documentos generales
le hago una seña,
Es uno de los setenta y seis Poemas humanos de ese milagro de la lengua española, de ese poeta absoluto que se llama César Vallejo que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía de bolsillo, al cuidado de Jordi Doce y con un prólogo de Julieta Valero.
Quizá
como ningún otro poeta, César Vallejo abrió caminos nuevos e
insospechados para la poesía en español. Su voz auténtica y su poesía
crecientemente prodigiosa, de una verdad radical y de enorme potencia
verbal y humana, tienen como tema vertebral la tensión entre el dolor
universal y la esperanza, entre la vida y la muerte, la experiencia y la poesía, la pobreza y la
solidaridad, entre la emoción y la protesta, el paso del tiempo y la
nostalgia de la infancia, el humor y la tristeza, la desolación ante
el mundo y la confianza en el hombre.
Poemas humanos,
que se publicó en París en 1939, un año después de su muerte en la indigencia, con una
serie de poemas escritos entre 1931 y 1937, no sólo es un libro central
en la trayectoria poética y vital de Vallejo, es también uno de los
libros fundamentales de la poesía en lengua española de cualquier época.
Estas son algunas de sus estrofas más memorables:
¿Quién no tiene su vestido azul?
¿Quién no almuerza y no toma el tranvía,
con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo?
¡Yo que tan sólo he nacido!
¡Yo que tan sólo he nacido!
(Altura y pelos)
***
Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)
Mas hoy ya son las once en mi experiencia personal,
experiencia de un solo ojo, clavado en pleno pecho,
de una sola burrada, clavada en pleno pecho,
de una sola hecatombe, clavada en pleno pecho.
***
¡Amadas sean las orejas sánchez,
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!
(Traspié entre dos estrellas)
***
Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
(Los nueve monstruos)
No
hace falta decir más de la admirable aventura ética y estética de estos poemas, de los que escribe Julieta
Valero en su prólogo: “Como el pan de cada día, los poemas de César
Vallejo siempre parece que acaban de ser escritos y siempre nos
requieren desde su ferocidad humana, tan capaz de conjugarnos como
especie; en ellos, jamás tan cerca arremetió lo lejos.”
Piedra negra sobre una piedra blanca es seguramente el más famoso, el más feroz, el más desolado y definitivo de sus imprescindibles Poemas humanos:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
14 abril 2021
Pablo d’Ors. Biografía de la luz
Con lectura artística, apunto a mi deseo de que la Biografía de la luz sea también algo parecido a un manual poético de la interioridad. De ahí que presente algunas de las imágenes para mí más evocadoras del evangelio –de las miles que contiene. Al fin y al cabo, Jesús no fue sólo un profeta, sino un extraordinario poeta que captó como pocos las aspiraciones y oscuridades del corazón humano y que supo expresarlas con admirable belleza.
12 abril 2021
Whitehead. Proceso y realidad

Proceso y realidad.
Un ensayo de cosmología.
Introducción y traducción de Miguel Candel.
Atalanta. Gerona, 2021.
Alfred
North Whitehead (1861-1947) sigue siendo para algunos expertos el más
importante filósofo del siglo XX y en todo caso el autor de una de las
obras fundamentales de la filosofía moderna.
De formación
científica, físico y matemático, Withehead desarrolló en Harvard su
pensamiento filosófico y acometió una revisión crítica del positivismo
materialista y del mecanicismo científico con una ampliación del campo
tanto del pensamiento científico como del filosófico mediante una
construcción intelectual que vincula filosofía y ciencia.
Convencido de que la ciencia no debe sólo
aspirar a descubrir, sino también a interpretar y explicar la realidad,
se adentró en el terreno de la metafísica como fundamento y marco de la
ciencia e integró ciencia y filosofía como Leibniz.
Construyó
asi una concepcion filosófica de la realidad y la naturaleza a través
de libros como este Proceso y realidad, que recoge las conferencias que
impartió en Harvard en el curso 1927-28. Defiende allí la idea de lo
real entendido como un proceso constante y fluido que relaciona la
totalidad de los componentes del universo en una realidad dinámica
marcada por el devenir y la evolución, la continuidad y la permanencia.
09 abril 2021
Yeats. 89 poemas
89 poemas.
(Antología poética 1883-1939)
Edición bilingüe
de José Francisco Ruiz Casanova.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2021.
Sé que hallaré mi destino
en algún lugar arriba, entre las nubes;
aquellos a quienes combato no odio,
aquellos a quienes protejo no amo;
mi país es Kiltartan Cross,
mis paisanos, los pobres Kiltartan,
ningún final ha de suponerles pérdidas,
o hacerles más felices de lo que eran.
Ni ley ni deber me impulsaron a luchar,
ni hombres públicos, ni vítores de multitudes,
un solitario y deleitoso impulso
me condujo a este tumulto entre las nubes;
todos lo sopesé, a mí vino todo;
los años venideros eran aliento vano,
aliento vano los años que quedaban atrás:
acorde con esta vida, esta muerte.
Esa es la versión de Un aviador irlandés prevé su muerte de William Butler Yeats, que publica José Francisco Ruiz Casanova en la Antología poética 1883-1939 que edita Cátedra Letras Universales con el título 89 poemas.
Y esta es la explicación de ese número de poemas seleccionados: “Como antólogo siempre he creído que la obra de algunos poetas "torrenciales" como W. B. Yeats [....] en ocasiones por inabarcable, en otras por desigual, gana (o sus versos invitan mejor a la lectura) cuando se presenta una muestra representativa de la totalidad. De modo que al componer esta antología ha querido seguir dicha creencia y rendir, por otra parte, secreto homenaje a Seamus Heaney. Encargado este poeta irlandés [...] de realizar una antología de la lírica de W. B. Yeats para Faber&Faber (2000) seleccionó 89 poemas desde Crossways (1889) hasta Last Poems (1938-1939); esa misma cantidad de composiciones, 89, es la que reúne este volumen, con la diferencia de incluirse aquí una última sección de poemas no recogidos en libro.”
Probablemente la poesía contemporánea sería distinta, y peor, si W.B. Yeats (1865-1939) no hubiera escrito algunos poemas esenciales del siglo XX que fundan una nueva manera de escribir, como Un aviador irlandés prevé su muerte o Bizancio, un poema sobre la existencia y la búsqueda, una “elegía del ser poético”, según sus propias palabras, que comienza así en la versión de Ruiz Casanova:
Las impuras imágenes del día se desvanecen;
la soldadesca ebria del Emperador duerme;
el eco de la noche se desvanece, canto de noctámbulos
después del gong de la gran catedral;
el domo, iluminado por las estrellas o la luna, desdeña
todo cuanto el hombre es,
las meras complejidades,
la furia y el cieno de las venas humanas.
Irlandés comprometido con los movimientos nacionalistas de finales del XIX, Yeats, como Pound y Eliot, afronta esa entrada radical en la contemporaneidad desde una mirada y un pensamiento en el que se combinan la tradición y la modernidad. Como señala Ruiz Casanova en su introducción “Yeats precisaba, para el que iba a ser su proyecto poético, hermanar el simbolismo, tal como se entendía en las modernas corrientes literarias europeas, con una particular forma de alzar como símbolo la leyenda y la historia de su tierra y de su cultura irlandesas.”
Esa conciencia reivindicativa de las raíces culturales y de la mitología céltica está en la base de sus primeros libros y a lo largo de una obra en la que se funden ejemplarmente vida y poesía, ideología y literatura para dar lugar a una producción en la que se concreta un peculiar diálogo entre el poeta y el mundo del que surge la expresión lírica.
O del poeta consigo mismo, como en los poemas maduros de La Torre, en los que la emoción y la política, el sueño y el paisaje, la memoria y el fervor patriótico vertebran unos textos marcados por la conciencia aguda de la temporalidad y la meditación, por la rosa esférica o Bizancio o las tumbas gaélicas bajo la lluvia.
Poesía de la expansión y la contención, a la vez localista y universal, en la que lo confesional cohabita con la voz del bardo o del oráculo. A lo largo de su obra se funden ejemplarmente vida y poesía, ideología y literatura para dar lugar a una producción en la que se concreta un peculiar diálogo entre el poeta y el mundo del que surge la expresión lírica.
El tiempo y la memoria, Irlanda y el amor, las torres y la llama forman parte del imaginario poético de uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, creador de un mundo propio de imágenes que conjugan pensamiento y emoción en la conciencia aguda del paso del tiempo.
Esta antología se suma a una nutrida serie de traducciones de Yeats al español, de entre los que habría que destacar la edición de Rivero Taravillo de su Poesía reunida en Pre-Textos, la de Linares Familiar de La escalera de caracol y otros poemas en Linteo, la antología que editó Enrique Caracciolo en Alianza o la versión rimada de la selección de Seamus Heaney que publicó Daniel Aguirre en Lumen.
Santos Domínguez
07 abril 2021
Quevedo. Defensa de la felicidad
Defensa de la felicidad.
Alegato a favor de Epicuro.
Edición de Arturo Echavarren.
Ilustraciones de Pieter Bruegel el Viejo.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.
“Resta la defensa de Epicuro. No la hago yo; refiero la que hicieron hombres grandes, ni en este caso es mi caridad la primera con este nombre. Arnaudo, en su libro que llama Juegos, la imprimió, mas dejando lugar a que yo no perdiese el tiempo en esta.
Epicuro puso la felicidad en el deleite y el deleite en la virtud, doctrina tan estoica que el carecer de este nombre no la desconoce. Desembarazó la atención de sus discípulos, como de trastos, del embarazo de la dialéctica sofística, de la cual habló sola, porque la lógica en lo escolástico es grande y valiente parte de la teología; y el condenar la dialéctica (entiéndese sofística), en que fundaban su mayor pompa los otros filósofos, fue ocasión de aborrecer y disfamar a Epicuro.”
Así comienza Quevedo su Defensa de la felicidad. Alegato a favor de Epicuro, que publica Reino de Cordelia con magníficas ilustraciones a doble página de Pieter Bruegel el Viejo y edición de Arturo Echavarren, que escribe en el prólogo:
“Una de las caras menos conocidas de Quevedo para el público general es la del filósofo, aunque nuestro autor nunca fue un pensador sistemático. No obstante, late en toda su obra cierta coherencia interna y notable unidad en su entusiasmo por la doctrina neoestoica, revalorización y remozamiento en época moderna de los ideales del antiguo estoicismo. [...] Quevedo, en fin, concibe el desengaño de raigambre estoica como un acto perpetuo de desilusión con respecto de los apetitos humanos y la apariencia engañosa de los objetos físicos. Con esta sólida adhesión al pensamiento neoestoico, nuestro autor se alineaba decididamente con el humanismo europeo de la época, cuyo afán era conciliar los ideales de las escuelas filosóficas de la antigüedad con los dogmas del cristianismo. La Defensa de Epicuro, que aquí editamos, es un fruto maduro de este sincretismo.
[...]
Si la vinculación del epicureísmo con el estoicismo es un recurso crítico fundamental en la revitalización y vindicación de Epicuro que nuestro autor lleva a cabo en la Defensa, no es de menor calado su pretensión por cristianizar en lo posible al filósofo griego.”
Cuando Quevedo publicó este opúsculo en 1635 contaba ya con precedentes en los humanistas (Lorenzo Valla, Erasmo y Montaigne, Fray Luis de León o López Pinciano entre nosotros) que ya en el siglo XVI buscaban puntos de contacto entre el epicureísmo y el estoicismo y reinterpretaban desde una óptica cristiana la doctrina de Epicuro. Sumándose a esa línea, escribe Quevedo:
Su contacto con la obra de Epicuro tuvo lugar a partir de la lectura de Séneca, que lo presentó como un estoico y lo convirtió en una referencia constante en sus obras.
Y si a primera vista puede sorprender que un neoestoico como Quevedo haga esta apología de Epicuro, lo cierto es que con esos antecedentes clásicos y renacentistas se entiende mejor su actitud integradora del epicureísmo en la construcción de una ética de la virtud que proyectó también en sus poemas morales y en su poesía metafísica, en los que defendió los sencillos placeres compatibles con el estoicismo de una vida modesta. Y es que la serenidad y la templanza son dos aspiraciones compartidas por ambas tendencias en el ejercicio de la virtud:
Y toma uno de los Ensayos de Montaigne, De la crueldad, no sólo como antecedente y apoyo, sino como argumento de autoridad:
Severo el señor de Montaña, juzga que en lo verdadero, rígido y robusto no cede la doctrina de Epicuro a la estoica. No dice que la excede, no porque no es verdad, sino porque no era fácil de creerse, y después por hallarle ya común proverbio y único de los vicios, los doctos y los santos le advirtieron por escándalo.
05 abril 2021
Walser. Berlín y el artista
Berlín y el artista.
Prólogo de Thomas Hirschhorn.
Traducción de Isabel García Adánez.
Siruela. Madrid, 2021.
“Cada texto, cada libro, cada uno de los libros de Robert Walser me parece necesario, hasta el texto más breve, el libro más delgado. Porque cada uno de sus libros, cada uno de sus textos cuenta. Todos los libros y todos los textos son igual de importantes. Importante quiere decir, para mí, significativo. No hay texto ni libro que no sea “significativo” o “relevante”, porque también los “libros malos” son significativos, eso es válido para todos los libros. No es una cuestión de relevancia, nunca es una cuestión de relevancia. Es cuestión de que los textos de Robert Walser que he seleccionado son imprescindibles. Son imprescindibles Vladimir, Mis afanes y también Berlín y el artista. Todos los textos que comprende esta antología son imprescindibles, y en todos ellos se hace valer un significado propio más allá de lo significativo”, escribe Thomas Hirschhorn, escultor y artista conceptual suizo, en 'Por qué me encanta Robert Walser', el prólogo de Berlín y el artista, que publica Siruela con una espléndida traducción de Isabel García Adánez.
Magníficamente editado en tapa dura, es una estupenda selección de textos, entre los que figura Walser sobre Walser, que se publicó por primera vez en un periódico de Zurich el domingo 19 de julio de 1925. Termina con este párrafo:
Así pues, deseo que no se me preste atención. Si, a pesar de todo, insisten en hacerme caso, advierto de que pienso hacer yo caso omiso del caso que me hagan. Llevar al papel los libros que he escrito hasta ahora no fue ninguna obligación. Pienso que escribir mucho no es sinónimo de riqueza en la escritura. ¡Que no me vengan con los “libros más tempranos”! Que no los sobreestimen, y, al Walser vivo, a ver si intentan aceptarlo tal y como él se muestra.
Susan Sontag lo definió como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. Había empezado a escribir en la adolescencia, a la vez que decidía retirarse del mundo. De hecho, Walser se planteó la escritura como una vía de escape de la realidad, como una forma de echarse a un lado. Ya en su primer texto imaginó su suicidio y se proyectó en la figura de un hijo pródigo que reclamaba atención.
A partir de ese momento se va delimitando el universo literario de Walser en torno al deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo.
Robert Walser fue el más elusivo, el más solitario de los escritores solitarios, huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura. Paseó mucho, compulsivamente, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su literatura.
Extraño, inquietante, ausente del mundo, desvinculado de los hombres y de sí mismo, su biografía es tan opaca que -como señaló Sebald- forma parte más de la clandestinidad y de la leyenda que de la historia.
De la estirpe de Gogol, Kafka o Benjamin, todo en su literatura es rápido y fugaz como sus pasos, desde los personajes a los paisajes. Todo menos la admiración constante y creciente de muchos escritores por su obra.
Kafka, que tuvo en Walser a uno de sus precursores más evidentes, leyó sus textos con divertida admiración y aprendió en ellos una parte esencial de sus claves narrativas. Musil, Benjamin, Canetti, Bernhard, Calasso, Coetzee o Vila-Matas son otros nombres eminentes que han dejado constancia de su deuda impagable con esa extraña excepción silenciosa y llena de paradojas que es la literatura de Walser.
Porque el lector que entra en el perturbador universo creativo de Walser se convierte de inmediato en un cómplice cercano y asombrado por el matiz descriptivo y por la profundidad de una mirada interior que se expresa a través de monólogos fluidos y poderosos como el de El Greifensee, con el que se abre la selección:
Hace una mañana fresquita y me echo a caminar desde la gran ciudad, con su famoso gran lago, en dirección a ese otro lago pequeño y casi desconocido. Por el camino no me encuentro más que con lo poco que puede encontrarse una persona corriente por un camino corriente. Les doy los buenos días a unos cuantos segadores afanosos, y eso es todo; contemplo con atención las lindas flores y, de nuevo, eso es todo; empiezo a charlar conmigo mismo tranquilamente y, una vez más, eso es todo. No me fijo en ninguna particularidad paisajística, pues voy caminando y pienso que esto ya no tiene nada de particular para mí. Y ahí voy caminando y, según camino, ya he dejado atrás el primer pueblo, con sus grandes casas anchas, con sus jardines que invitan al descanso y al olvido, con sus fuentes que chapotean, con sus bellos árboles, granjas y tabernas y otras cosas de las que en este momento olvidadizo ya no me acuerdo. Sigo caminando y lo primero a lo que vuelvo a prestarle atención es a cómo resplandece el lago a través de un manto de hojas verdes y las silenciosas copas de los abetos; pienso: ese es mi lago, al que tengo que ir, hacia el que me siento atraído. De qué manera me atrae y por qué me atrae ya lo sabrá el propio lector amigo, si es que tiene interés en seguir con mi descripción, descripción que se permitirá ir saltando por caminos, prados, bosque, arroyo y campo hasta llegar al pequeño lago mismo, donde se detendrá conmigo y no alcanzará a maravillarse lo suficiente ante su belleza inesperada, tan solo sospechada en secreto.
El goce de la infelicidad, la filosofía del perdedor, la inquietud existencial, la perpleja contemplación del mundo, su nostalgia sin causa y sin objeto, el elogio de la derrota y los paseos interminables son parte nuclear de una literatura de la que dice Thomas Hirschhorn en su prólogo:
“Si me encantan los textos y los libros de Robert Walser no es por su contenido. Me encantan como muestras de resistencia, como muestras de exigencia absoluta, pues son exigentes hasta el punto de que exigen demasiado. [...]
Robert Walser ilumina lo pequeño, lo desatendido, lo que no parece serio ni aparente. Ilumina lo que está en la sombra, y, por ello, para mí es como si sostuviera una linterna en la oscuridad. He aprendido de él que hay que considerar importante todo, porque todo es importante. He aprendido que todo puede ser importante y que todo puede volverse importante, y he aprendido que no hay nada insignificante.”
Con sesenta y cuatro textos cruciales y significativos, como Berlín y el artista, que da título a la recopilación, Vida de poeta o El secretario, esta magnífica antología de relatos y artículos, entre los que se incorporan algunos inéditos, es una inmejorable puerta de entrada en el mundo literario de Walser. Y para los que ya eran sus lectores, una nueva oportunidad de visitarlo una vez más con admiración y desasosiego.
02 abril 2021
José María Jurado. Cuaresma

El gran matraz de la luna se ha llenado de leche. El corderito tiembla en el huerto de las hijas de Jacob. A la ciudad inhóspita regresan los herederos de la Tierra Prometida. Hacen sonar trompetas y tambores. Otra vez se desploma sobre el río la gran muralla de Jericó. Con espadas de fuego y yelmos afilados avanzan las remotas legiones de Dios por las callejas enhebradas de incienso y de azahar. A su paso se desmoronan los muros de los templos y se elevan los altares ardiendo a la intemperie. El cielo es un inmenso pozo en donde cabe el mar, su vacío es azul. Y más allá de esta tierra la esperanza no existe. No vestirás este año la mortaja de lino, no serás uncido con el aceite de la soledad. Lloras. Los soldados avanzan. Las trompetas no dejan de sonar.
Y por tus brazos crece la aulaga de la lepra.
Rematado por ese soberbio alejandrino, este es uno de los dos textos que cierran Cuaresma, el último libro de José María Jurado, que explica en la Nota editorial de su espléndida edición en Cypress:
“El título no engaña, Cuaresma es un libro de ejercicios espirituales que abarcan cuarenta días. El subtítulo, tampoco: Cuarenta visiones en los desiertos del alma. Afilados, hirientes, escritos con las tripas y el corazón, los cuarenta poemas de Cuaresma transcriben una búsqueda desde la agonía existencialista a la agonía de Dios.
No encontrarás aquí, sin embargo, ni retablos barrocos, ni cruces pectorales, ni ciriales o ángeles turiferarios. El Gólgota es aquí un monte de grúas, las llagas de Cristo, las cinco luces de freno de un camión, la madera está hecha aquí de carne. La imaginería cristiana se ha volatilizado sustituida por otra más directa, más cercana al mundo de las pantallas rotas.
Una cuaresma es una cuarentena.”
Con los cuarenta poemas escritos en la Cuaresma de 2010, a los que se añade un apéndice de dos textos de 2011 y 2013, José María Jurado ha compuesto un libro sin concesiones, cercano al hueso, a la espina y a la herida, un libro áspero como la noche del asceta y agrio como el vinagre de las siete palabras de la Pasión, un libro lunar y contemplativo, visionario de llagas y presagios de cenizas, alimentado de pesadillas y cristales rotos, sostenido en columnas de silencio al borde del abismo, herido por el viento en los cantiles de la noche del Séptimo sello.
Su desasosiego y su angustia transitiva se expresan en las imágenes turbadoras que recorren sus inquietantes poemas, escritos con la prosa afiladísima y la palabra afinadísima que componen el libro desde su texto inicial:
“A cada uno de los textos y días acompaña una imagen de Pablo Pámpano, directa, concreta, elucidadora. Sobre los isotipos industriales de Gerd Arntz (1900-1988) Pablo ha desplegado una nueva iconografía cristiana. En escala de grises y sangre.
El diálogo entre la imagen y el texto adopta una semántica esquemática, esencial, uniformadora, válida para todos, como las señales de tráfico, del tráfico del alma.”
“Ajenas a lo convencional y a cualquier clasicismo -escribe Lorenzo Clemente en el prólogo a propósito de esas ilustraciones-, subrayan la fuerza de cada texto con un lenguaje propio.
La conjunción de la creación de ambos es mutuamente enriquecedora. A pesar de su diferente entendimiento del mundo, sus distintos referentes culturales y sus diversas trayectorias creadoras, o quizá gracias a todo ello.”
Estos poemas en prosa son a un tiempo invocación y evocación de una Cuaresma penitencial vivida en lo más hondo del páramo más frío, entre el temblor atribulado de la llama viva y la cera candente de la noche oscura del alma. El lector los atraviesa con el mismo escalofrío con que entraba en los atrios nocturnos del Pretorio que abrían otro poema memorable, el Viernes Santo de Pablo García Baena, para llegar al último día de esta estremecedora Cuaresma:
Manuel Padorno. Obras completas III
Obras completas.
Tomo IIII: Inéditos 1957-2002.
Palabras preliminares de Juan Cruz.
Edición de Patricia Padorno Betancor
y Alejandro González Segura.
Pre-Textos. Valencia, 2020.
sus manos son la espuma, el oleaje
contra el cristal afuera, de la barra.
En la orilla comienza la llanura
azulmarina, blanca hilera enfrente
desde la misma playa en adelante
sembrados los objetos, llamaradas
de luz horizontal, blancas gaviotas
humeantes, posadas en el agua
esparcen las cenizas invisibles
mientras el hombre líquido parece.
El visionario va perdido, asoma
tras larga carretera de eucaliptos
las cimbreantes aguas vegetales.
El hombre vuelve encima del espejo;
él es también el mar cada mañana
donde adentrarse, donde se contempla
súbito, un misterioso rostro líquido:
su claro, transparente rostro de agua.
Ese poema, El hombre de agua, de La canción todavía, un libro de 1991, es uno de los centenares de textos inéditos de Manuel Padorno que recoge Pre-Textos en el tercer volumen de sus Obras completas (Inéditos 1957-2002), con edición de Patricia Padorno Betancor y Alejandro González Segura, que explica en la nota sobre esta edición que “nuestra pretensión ha sido siempre, a lo largo de estos tres tomos, ofrecer al lector la mejor versión de cada texto, la última, la más recientemente corregida la más depurada y la más pura. La labor de cotejo y rastreo se ha extendido a las posibles versiones de los poemas que pudieron aparecer en revistas u otras publicaciones.”
Con la recopilación de estos inéditos, escritos a lo largo de casi medio siglo, entre 1957 y 2002, culmina el magno proyecto de edición de la poesía atlántica y matinal, luminosa e insular de Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables -como Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Francisca Aguirre o César Simón- que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 60.
A estos poetas, que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
Este volumen reúne catorce libros inéditos que se suman a los veintidós que Pre-Textos ha venido publicando en los dos tomos anteriores que contienen una de las aventuras poéticas más ambiciosas de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX. Ordenados cronológicamente, son el resultado de una ardua tarea de recopilación, clasificación y edición de un vasto conjunto de materiales dispersos en distintos soportes y lugares.
Desde Salmos para que un hombre diga en la plaza hasta El caminante llega de vuelta, algunos de estos libros son sólo parcialmente inéditos, porque Padorno publicó una parte sustancial, mientras otros son rigurosamente inéditos. A estos libros se añaden más de un centenar de poemas sueltos organizados en tres secciones (Retratos, De asuntos varios y Sonetos) y casi veinte ensayos de distinto alcance y extensión en los que Padorno reflexionó sobre la creación suya o la ajena y trazó su propia poética. Son textos fundamentales para aproximarse a su poesía porque ofrecen las claves fundamentales de su concepción de la escritura, como el mecanoscrito de 1988 en el que habla de su trato con las palabras:
La palabra te asedia como si fuera un animal ronroneante. Merodea tu espacio vital, se sobrepone. Duermo con las palabras. Sueño con las palabras. Veo las palabras en el sueño. Me da la sensación que soy un pastor de palabras, que cuando me acuesto todo el rebaño se echa alrededor de mi cama. Algunas se acercan, te olfatean. Respiras la palabra dormido. Algunas se echan junto a ti, pacientemente, sobre la misma cama. Uno nunca conocerá a todos los animales de su rebaño de palabras. Muchas tienen rostro desconocido. No se sabe por qué, a veces, ese animal desconocido salta del rebaño y se te acerca imperiosamente llamando tu atención, exigiéndote que la mires, que la contemples inauguralmente. Algo en lo que estás trabajando demanda su presencia.
Es difícil dejarle paso. Sin embargo, es precisamente la poesía, el poema, el único trabajo que realmente da paso siempre. A la música le cuesta muchísimo. A la pintura. No se puede concebir un poema sino en absoluta libertad, en absoluta desobediencia.
No se sabe cómo es el territorio del poema que paso a escribir. No se sabe.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos sigue dando cuenta este volumen que recoge medio siglo de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad, que iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat, afectaba a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
El mar y la luz, el agua y las gaviotas, los barcos y la playa son algunas de las constantes temáticas que articulan una poesía en la que la palabra explora el lugar de encuentro del mundo interior y el mundo exterior. Un viaje hacia la revelación de otra realidad por medio de una palabra poética que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
La luz y la palabra son una constante en la obra de quien era pintor además de poeta. 'Pintor-poeta y poeta-pintor' le llamaba Jaime Siles. Y sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía, una conferencia de 1995 que recoge también la sección final de este volumen:
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado, desde lo que definió como “una poética del desvío”, desde la que escribió un magnífico libro inédito, Guía del desvío, al que pertenecen versos como estos:
Ya todo lo que veo es invisible.
La calle, el parque aroman exteriores,
carreteras del mar, árbol de luz,
mi habitación azul, casa del aire,
el edificio donde vivo, al otro lado
de la ciudad que sólo yo conozco.
Así conozco ya los exteriores
del aire, el edificio de la luz,
el otro lado físico invisible.
Ese itinerario hacia el otro lado invisible es el eje de su trayectoria poética y del espléndido prólogo de Alejandro González Segura, El otro lado, del que dice que “es algo que se le presenta al poeta como cierto premio a una cierta manera de ver e interpretar la realidad. Y el premio ocurre en forma de plenitud de significación.”
camina por el muro altísimo.
No tiene donde asirse, ni agua
que beber, nidal del fuego tibio,
posado en el vitral, el pájaro
que pía sobre la mansa casa solitaria,
en la enramada de la cal despacio
en pleno mediodía, se va a caer,
se va a caer mientras ve algo.
Como en los otros dos volúmenes, las notas iluminan la intrahistoria secreta de cada libro, aquí más necesaria por su condición de inéditos.