2/4/21

José María Jurado. Cuaresma


José María Jurado García-Posada.
 Cuaresma.
Ilustraciones de Pámpano Vaca.
Cypress. Sevilla, 2020.


 Cuaresma [revisited]

El gran matraz de la luna se ha llenado de leche. El corderito tiembla en el huerto de las hijas de Jacob. A la ciudad inhóspita regresan los herederos de la Tierra Prometida. Hacen sonar trompetas y tambores. Otra vez se desploma sobre el río la gran muralla de Jericó. Con espadas de fuego y yelmos afilados avanzan las remotas legiones de Dios por las callejas enhebradas de incienso y de azahar. A su paso se desmoronan los muros de los templos y se elevan los altares  ardiendo a la intemperie. El cielo es un inmenso pozo en donde cabe el mar, su vacío es azul. Y más allá de esta tierra la esperanza no existe. No vestirás este año la mortaja de lino, no serás uncido con el aceite de la soledad. Lloras. Los soldados avanzan. Las trompetas no dejan de sonar.

Y por tus brazos crece la aulaga de la lepra. 

Rematado por ese soberbio alejandrino, este es uno de los dos textos que cierran Cuaresma, el último libro de José María Jurado, que explica en la Nota editorial de su espléndida edición en Cypress:

“El título no engaña, Cuaresma es un libro de ejercicios espirituales que abarcan cuarenta días. El subtítulo, tampoco: Cuarenta visiones en los desiertos del alma. Afilados, hirientes, escritos con las tripas y el corazón, los cuarenta poemas de Cuaresma transcriben una búsqueda desde la agonía existencialista a la agonía de Dios.
No encontrarás aquí, sin embargo, ni retablos barrocos, ni cruces pectorales, ni ciriales o ángeles turiferarios. El Gólgota es aquí un monte de grúas, las llagas de Cristo, las cinco luces de freno de un camión, la madera está hecha aquí de carne. La imaginería cristiana se ha volatilizado sustituida por otra más directa, más cercana al mundo de las pantallas rotas.
Una cuaresma es una cuarentena.”

Con los cuarenta poemas escritos en la Cuaresma de 2010, a los que se añade un apéndice de dos textos de 2011 y 2013, José María Jurado ha compuesto un libro sin concesiones, cercano al hueso, a la espina y a la herida, un libro áspero como la noche del asceta y agrio como el vinagre de las siete palabras de la Pasión, un libro lunar y contemplativo, visionario de llagas y presagios de cenizas, alimentado de pesadillas y cristales rotos, sostenido en columnas de silencio al borde del abismo, herido por el viento en los cantiles de la noche del Séptimo sello.

Su desasosiego y su angustia transitiva se expresan en las imágenes turbadoras que recorren sus inquietantes poemas, escritos con la prosa afiladísima y la palabra afinadísima que componen el libro desde su texto inicial:

Día uno

Busco una puntilla para colgar un espejo. He hundido mis manos en la caja de herramientas y revuelvo las aristas herrumbrosas -tornillos, alcayatas, tuercas…- hasta dar con el clavo del tamaño apropiado. Al tocarlo deja un rastro áspero y frío en los dedos, igual que una larva de óxido y metal. Levanto el martillo y acaricio la maza, es fría y pesa. Golpeo: con un solo impacto se hunde toda la punta en la encarnadura de la pared mientras cae un montoncillo de yeso y de pintura. Cuelgo el espejo que en seguida se desploma y hace añicos. Recojo los restos de cristal y escayola. El clavo no está. Del paramento descascarillado extraigo con las uñas una astilla de hueso amarilla y translúcida, parecida a una espina.

Mi mirada yace rota en el suelo.

Imágenes verbales que tienen su correlato gráfico en las ilustraciones de Pámpano Vaca:

 “A cada uno de los textos y días acompaña una imagen de Pablo Pámpano, directa, concreta, elucidadora. Sobre los isotipos industriales de Gerd Arntz (1900-1988) Pablo ha desplegado una nueva iconografía cristiana. En escala de grises y sangre.
El diálogo entre la imagen y el texto adopta una semántica esquemática, esencial, uniformadora, válida para todos, como las señales de tráfico, del tráfico del alma.”

“Ajenas a lo convencional y a cualquier clasicismo -escribe Lorenzo Clemente en el prólogo a propósito de esas ilustraciones-, subrayan la fuerza de cada texto con un lenguaje propio.
La conjunción de la creación de ambos es mutuamente enriquecedora. A pesar de su diferente entendimiento del mundo, sus distintos referentes culturales y sus diversas trayectorias creadoras, o quizá gracias a todo ello.”

Estos poemas en prosa son a un tiempo invocación y evocación de una Cuaresma penitencial vivida en lo más hondo del páramo más frío, entre el temblor atribulado de la llama viva y la cera candente de la noche oscura del alma. El lector los atraviesa con el mismo escalofrío con que entraba en los atrios nocturnos del Pretorio que abrían otro poema memorable, el Viernes Santo de Pablo García Baena, para llegar al último día de esta estremecedora Cuaresma:

Día cuarenta

Acaricio la espina y se deshace. Soplo la ceniza. Es una flor morada en el viento de abril. La caja de herramientas permanece sellada. No hay clavos, solo tuercas de mariposa que dejan en los dedos limaduras de alas. El martillo no está. El espejo me mira sin fisuras. Lo retiro. La pared está lisa, tersa, como una piel recién pintada. Pero aún permanece el agujero. Acerco mi mano, la paso por la herida. Mis ojos se deslumbran y el tiempo de la gloria se adelanta. ¿Ha sido todo un sueño? 

No. El sueño empieza hoy.