T. S. Eliot.
La tierra baldía.
Traducción de Luis
Sanz Irles.
Prólogo de Ernesto Hernández Busto.
Epílogo de José Antonio Montano.
Olé libros. Valencia, 2020.
“He tratado de conjurar el gran peligro sobre el que
advertía el poeta norteamericano Robert Frost cuando dijo que poesía es
justamente lo que se pierde en las traducciones”, explica Luis Sanz Irles a
propósito de su magnífica traducción de La tierra baldía que publica Olé libros
en una cuidada edición bilingüe.
Una nueva traducción del que es sin duda uno de los poemas
imprescindibles del siglo XX, el mayor poema del siglo para algunos críticos,
que comienza con estos versos memorables en la versión de Sanz Irles:
Abril es el mes más cruel: preña
de lilas los campos muertos, mezcla
recuerdos y deseos, agita
las embotadas raíces con sus lluvias.
Algo más de dos años ha empleado en su labor de traducir el
poema eliotiano, que define como “un formidable artefacto sonoro” en la nota
introductoria:
“Dos años de fatiga y gozo, enzarzado en los dos textos, el
de Eliot y el mío, y en cada uno de sus ingredientes: alusiones, imágenes,
metros, palabras, sonidos.” Dos años en los que completó “la audacia de
proponer otra traducción al español de un poema que ya tiene una veintena.” Una
audacia que justifica en una razón fundamental: “la verdadera impulsora de mi
trabajo, a saber: la sensación, invencible a lo largo de los años, de que cada
día una versión española que prestara más oídos a lo que para mí es un
principalísimo elemento del poema, su verdadero principio activo, y que he
explicado en ocasiones diciendo: «Antes que cualquier otra cosa, La tierra
baldía es un formidable artefacto sonoro».
Su sonoridad, insólita, grandiosa y abigarrada en su
variedad, fue lo primero que me impactó del poema -y de qué manera-, y son esa
sonoridad, esa trabajadísima prosodia y esas fulgurantes y a veces inesperadas
rimas las que explican su poderoso influjo en la mayoría de los lectores,
aunque no todos sean cabalmente conscientes de ello.”
Abre el volumen un magnífico prólogo -Un río subterráneo- en el que
Ernesto Fernández Busto analiza la estructura y el sentido de La tierra baldía
para concluir que “el poeta moderno es, parece decirnos Eliot, un zahorí y de
todas esas energías e impulsos, el único ser capaz de devolverle la fecundidad
al mundo en decadencia.”
Entre El enterramiento de los muertos y Lo que dijo el
trueno, La tierra baldía acumula en sus menos de quinientos versos organizados
en cinco partes varios estratos de significación y una desconcertante
diversidad de voces en un palimpsesto textual que incorpora literalmente textos
de Dante –el eje de su canon poético-, de Shakespeare y Ovidio, de Conrad o de
Baudelaire.
Escrito por un Eliot sumido en una crisis personal, en la
hora violeta de un episodio de depresión profunda, el poema se publicó a finales de
1922, corregido de manera drástica, quirúrgicamente casi, por Ezra Pound, il
miglior fabbro, al que está dedicado el libro.
Es, en palabras de Edmund Wilson, “el grito de un hombre al
borde de la locura”, un texto desolado escrito en los límites de la
desesperación. Pero por encima de su trasfondo autobiográfico, al que Eliot
aludía cuando reconocía la función terapéutica de su escritura como
“insignificante queja contra la vida” y como “rítmico lamento”, La tierra
baldía tiene una dimensión más amplia, es un caleidoscopio que muestra la
crisis del hombre contemporáneo desorientado y traza la imagen opaca del vacío
en medio de la confusión.
La desolación, la angustia y la ironía, la ruptura de la
subjetividad romántica de un yo poético diluido en la polifonía dramática de
las voces que hablan en La tierra baldía provocan fascinación y perplejidad en
el lector de un texto enigmático, discontinuo y alusivo, elusivo y fragmentario
en el que hay una enorme diversidad de voces, de tiempos y géneros, de lenguas
y culturas y un mosaico de prosodias heterogéneas y de tonos distintos que recuerdan una estructura musical.
Conviven en sus versos alucinados el Tarot y el Grial, la
vida de los muertos y el viaje a Emaús, el deseo y la incomunicación, la
sordidez del erotismo y la esterilidad del mito, Wagner y la peregrinación por
un Londres infernal, las leyendas vegetales que Frazer exploró en La rama dorada y la capilla peligrosa, la
mitología y la religión, Tiresias y San Agustín, la cultura antigua y la época
contemporánea, la tradición pagana y la cristiana, Flebas el fenicio y la
tierra estéril que forma parte de la leyenda del Rey Pescador.
Una rata se movía despacio
entre la hierba
arrastrando por la orilla su vientre viscoso
mientras yo pescaba en el sombrío canal
una tarde de invierno tras la fábrica de gas
a vueltas con el naufragio de mi hermano, el rey,
y con la muerte de mi padre, rey antes que él.
Con Tiresias como eje vertebrador del poema, La tierra
baldía plantea una búsqueda desde el caos, es un viaje doloroso por un mundo estéril sin agua y sin sentido, una bajada los infiernos con la
guía de Dante y con los símbolos artúricos como clave contemporánea de esa
búsqueda espiritual:
A la hora violeta, cuando ojos y espalda
se alzan del escritorio, cuando el motor humano espera
como un taxi que al esperar palpita,
yo, Tiresias, aunque ciego, palpito entre dos vidas,
viejo con arrugados pechos de hembra, puedo ver
a la hora violeta -la hora vespertina que empuja a recogerse
y al marinero a casa desde el mar-
a la secretaria, ya de vuelta para el té, retirar el
desayuno,
encender la estufa y abrirse unas latas de conserva.
Fuera de la ventana se despliegan con audacia
sus combinaciones, que los últimos rayos de sol secan aún;
sobre el diván se apilan (es su cama de noche)
medias, zapatillas, corsés y camisolas.
Yo, Tiresias, anciano de tetas arrugadas
observé la escena y predije el final
-también yo aguardaba al huésped fatal.
Collage, caleidoscopio y palimpsesto, pasado, presente y
futuro que no se integran en una unidad lógica, sino emocional, para trazar una
imagen pesimista de la Europa de entreguerras, del desarraigo, la soledad y la
incomunicación entre la memoria y el olvido, entre la muerte y el renacimiento, con el añadido de unas notas de
autor que más que orientar al lector lo sitúan en el clima espiritual del poema
y en su relectura irónica de la tradición.
Esa búsqueda desde la desolación y la muerte atisba una esperanza en la regeneración y la reconstrucción sobre las ruinas en el último verso:
Shantih shantih shantih
Así lo explicaba Eliot en la nota final: “Repetido como aquí es el final codificado de un Upanishad. La paz que trasciende el conocimiento sería nuestra forma de traducir esta palabra.”
Pero además de trazar ese viaje existencial por la desolación del mundo, Eliot se convirtió con La tierra baldía en un cartógrafo que
fija el territorio de la poesía y del lenguaje poético cuya potencia crea un
ámbito autónomo con este poema que enriquece esta estupenda edición con
abundantes iluminaciones que explican las claves del texto junto con las notas
que redactó el propio Eliot.
Completa esta espléndida edición un epílogo -‘La crueldad de
abril’- en el que José Antonio Montano elogia así esta nueva versión del poema:
“La traducción de La tierra baldía de Sanz Irles es la mejor
que he leído. Traslada efectiva y elegantemente la sonoridad de Eliot, y hace
gala de algo que no suele tenerse en cuenta pero que es sustancial en
literatura (y más aún en poesía): la sensibilidad semántica. Una virtud que no
siempre tienen los traductores ni (¡ay!) los autores. Sanz Irles se aproxima a
la precisión evocadora de Eliot y propicia, cuando ha de hacerlo, su aire
oracular. Consigue formulaciones memorables en español, equivalentes a las
inglesas, que son la recompensa inmediata del lector de este poema complicado.
Gracias a ellas podrá tener la experiencia -o al menos una experiencia- de La
tierra baldía.”
Santos Domínguez