30 septiembre 2019

Diez rupias



Saadat Hasan Manto.
Diez rupias.
Selección, traducción del urdu y prólogo
de Rocío Moriones Alonso.
Nórdica. Madrid, 2019.


“En el nombre de Dios compasivo y misericordioso. Aquí yace Saadat Hasan Manto, y con él yacen enterrados todos los secretos y los misterios del arte del relato breve. Reposa bajo toneladas de tierra, preguntándose aún quién de los dos es el mejor escritor de relatos, Dios o él.”

Ese es el epitafio que el narrador Saadat Hasan Manto (Punjab,1912-Lahore, 1955), al que Salman Rushdie reconocía como “el maestro indiscutible del relato moderno de la India”, escribió para sí mismo un año antes de su muerte por cirrosis.

Lo recuerda Rocío Moriones Alonso en el prólogo -Manto: Más allá de la literatura india en lengua inglesa- que ha escrito para presentar los dieciocho relatos que ha seleccionado y traducido para la edición de Diez rupias, que publica Nórdica Libros.

Rocío Moriones, que ya había publicado otra selección de relatos de Manto hace siete años, explica en ese iluminador prólogo la problemática trayectoria vital y literaria del autor y las difíciles circunstancias sociohistóricas y culturales en las que escribió su amplia obra narrativa, formada por un total de doscientos cuarenta relatos y alguna novela.

En ese prólogo destaca la traductora la importancia de Manto como “uno de los pocos escritores indios que, a pesar de los prejuicios existentes, han conseguido hacerse un hueco en el panorama editorial occidental.

Tanto la calidad de su obra, escrita en urdu y desarrollada fundamentalmente en el campo del relato, como su carácter de cronista de los sucesos más dolorosos de la historia india de la primera mitad del siglo XX hacen de él uno de los escritores indios más representativos de ese siglo.”

Guionista de cine y de radio, además de narrador, la independencia y la rebeldía son los rasgos fundamentales de su obra y su escritura, cronista de su época y crítico de la injusticia social, Manto se instaló en Pakistán, donde pasó sus últimos seis años de vida, marcados por la autodestrucción y el alcoholismo, y reflejó en sus relatos de ambiente urbano las tensiones entre musulmanes e hindúes que están en el origen de la partición de la India poscolonial.

Esa partición religiosa que separó Pakistán de la India marcó un antes y un después en la historia de la India también partió en dos la biografía y la obra de Manto y constituye la clave fundamental del universo narrativo y moral de un escritor deslumbrante formado en gran medida en la lectura de los clásicos de la narrativa europea del siglo XIX, con Maupassant a la cabeza, a los que tradujo y de los que aprendió los fundamentos técnicos del relato breve, que combinó con una creciente influencia de la técnica cinematográfica.

Este volumen ofrece una selección de relatos representativos de su temática características: la sexualidad, la prostitución y la infancia, la situación de la mujer -en cuentos como El salvar negro, Tras el juncal o el que da título al volumen-, y sobre todo los conflictos políticos que reflejó en relatos como La nueva ley, Sucedió en 1919 o El último saludo.

Obsceno, irónico e irreverente, revolucionario o reaccionario, polémico siempre, provocador y disoluto, alcohólico y pobre, Manto vio marcada su vida y su obra por las contradicciones y las tensiones de la India y los conflictos religiosos y sociales que sufrió en primera persona.

Pero además de un testigo incómodo, Manto fue un maestro de la descripción y las técnicas elusivas: de la elipsis narrativa y de los finales abiertos; construyó sus relatos desde dentro hacia fuera, con una mirada que arranca del mundo interior del personaje o ahonda introspectivamente en su carácter, y combinó con equilibrio la narración y el diálogo, el monólogo interior y las voces del narrador y de los personajes con una agilidad narrativa y una tonalidad que recuerda con frecuencia a Chejov.

Es la cuarta vez que se traduce al español una obra del urdu, la lengua oficial de Pakistán, al español. En las otras ocasiones, la misma traductora, Rocío Moriones Alonso, hizo una labor tan impecable como la que ofreció en Atalanta: una brillante e inolvidable versión de Aroma de alcanfor, de Naiyer Masud.

Santos Domínguez



27 septiembre 2019

Recaredo Veredas. Esa franja de luz


Recaredo Veredas.
Esa franja de luz. 
Bartebly Editores. Madrid, 2019.


Los muertos juegan con nosotros como tahúres con su baraja. 
Nuestro deseo es su disfraz: si alzáramos sus ropas hallaríamos una escalera con peldaños de aire, abierta al vacío.

Ese es uno de los poemas centrales con los que construye Recaredo Veredas Esa franja de luz, que publica Bartebly Editores. Este es el que le sigue:

El pasado habla en los oídos de los locos. Su fortuna la comparten los niños y quienes aún adoran al sol cada tarde. 
Nosotros les vigilamos con obsesión y torpeza, encerrando a quien expresa su dominio. 
Dejemos que hablen, conozcamos su sigilo y el extraño código de sus gritos.

Con esos dos ejemplos puede el lector hacerse una idea del tono de estos poemas visionarios en los que se conjuntan lo profético y lo descriptivo con un cuidado equilibrio entre la emoción y la meditación existencial. Porque los textos de Esa franja de luz se mueven en un territorio de frontera entre lo real y lo soñado, entre lo cotidiano y lo misterioso con un enfoque que indaga en las revelaciones y se adentra en la exploración de una dimensión más honda de la realidad: la que surge de las intuiciones y las imágenes que recorren el libro.

Imágenes que nacen de una mirada profunda y serena que extrae nuevos matices de la descripción y las reflexiones sobre el dolor y el miedo, el deseo y la renuncia, el asombro y el olvido, la soledad y el vacío:

Si la soledad te obliga evita los abrazos y la nostalgia. Sólo vuelve quien ha perdido.


Santos Domínguez

25 septiembre 2019

Onetti. Cuentos completos


Juan Carlos Onetti.
Cuentos completos.
Debolsillo. Barcelona, 2019.


Cuando se cumple un cuarto de siglo de su desaparición, es un buen momento para volver a los relatos de Onetti, uno de los maestros reconocidos del género en lengua española, en la asequible edición de sus Cuentos completos que publica Debolsillo. 

Entre el primero de estos cuentos -Avenida de Mayo-Diagonal Norte-Avenida de Mayo- que apareció el 1 de enero de 1933 y los dos últimos -Ella y La araucaria-, escritos en 1993, transcurrieron seis décadas de escritura. Sesenta años en los que Onetti fue levantando con su narrativa fundacional un universo literario en el que las novelas y los cuentos forman un todo coherente desde el punto de vista formal, en su articulación temática, en la libertad en el uso del tiempo, en las elipsis y las omisiones o en la presencia común de personajes, ambientes y actitudes resumidas en palabras, gestos y comportamientos que resumen la estética del fracaso y la resignación ante la derrota. 

Con el telón de fondo de sus paisajes desolados y sus ambientes sórdidos, los cuentos de Onetti bucean en el secreto de la conciencia y la memoria y dibujan un mundo inconfundible, opaco y ambiguo, cerrado y asfixiante, habitado por la soledad y la culpa, la crueldad y la ternura, el fracaso y la incomunicación, la tristeza y la desolación, el deseo y la problemática complejidad de la relaciones amorosas. 

Como las novelas, sus cuentos viven en la frontera difusa del mundo real y la ficción, una frontera en la que la imaginación se convierte en alternativa a la realidad a través de unos personajes de perfiles borrosos y comportamientos complejos.

Es una nueva oportunidad de releer obras maestras del género: El infierno tan temido, La novia robada, Bienvenido, Bob, Esbjer en la costa, Mascarada, La casa en la arena, Regreso al sur o Un sueño realizado. 

En anexo, cuatro textos agrupados bajo el rótulo Cuentos inéditos y fragmentos, entre ellos El último viernes, un cuento inédito que aparece junto con  esas obras maestras de un género en el que Onetti estuvo a la misma altura, por lo menos, de sus mejores novelas.

Santos Domínguez



23 septiembre 2019

Mario Campaña. Linaje de malditos



Mario Campaña.
Linaje de malditos.
De Sade a Leopoldo María Panero.
Paso de Barca. Barcelona, 2014.

De Sade a Leopoldo María Panero es el subtítulo de Linaje de malditos, el volumen en el que Mario Campaña reúne diez ensayos que apuntan a un mismo centro: el malditismo literario.

Poe, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Artaud, Burroughs, Bukowski y Jim Morrison son los otros nombres objeto de estudio de este volumen, que se abre con una espléndida introducción -La rebelión del mal- en la que Mario Campaña explica su propósito a la hora de ofrecer “una relación de formas de resistencia que en el último siglo y medio alcanzó una confusa celebridad.” 

Formas de resistencia que se resumen en la calificación de malditos en torno a los que Mario Campaña expone “el material biográfico y crítico que he sido capaz de acopiar sobre algunos de los autores que han dado forma a esta leyenda: una parte de nuestro mundo y de nuestra cultura, gente que directa o indirectamente influyen en la construcción de la sensibilidad moderna. Expuestas de modo legendario, sus vidas han servido de modelo ético a las generaciones que pretendieron evitar las fórmulas de sus mayores, aceptadas más con desprecio que con resignación. Son vidas que no pertenecen al pasado sino al presente porque formularon respuestas originales, audaces y contradictorias hasta la retractación, como los casos de Rimbaud y Lautréamont, a una de las preguntas más vagas y perseverantes que afrontamos todos: ¿cómo debe conducir su vida una persona para alcanzar sus metas, satisfacer sus deseos y no acabar en el envilecimiento, la amargura o la miseria?” 

Y con ese planteamiento inicial, Mario Campaña aborda la lección de moral de Sade, los sueños en lechos de fuego de Poe, la hora cero de Baudelaire o el ataque a la conciencia de Lautréamont; se acerca a la figura de Rimbaud y al desarreglo razonado de los sentidos, a la ira de Artaud en el tiempo del mal, a la vida y la obra de Burroughs el exterminador, a la sinfonía del triunfo en Bukowski o a Jim Morrison como un espía en la casa del amor, antes de cerrar el último capítulo en torno a la vida imposible de Leopoldo María Panero.

Mario Campaña, que ya dio muestras de su capacidad y rigor como ensayista en Baudelaire. Juego sin triunfos, vuelve a combinar aquí con brillantez el seguimiento biográfico y el análisis de las claves literarias esenciales de estos autores, con el apoyo de un sólido aparato crítico evidenciado en las notas y en la bibliografía final.

En este párrafo se podría resumir su mirada a los malditos que estudia en este libro:

Conservar la vida menoscabada o arriesgar la vida para salvarla, he ahí el dilema al que los artistas malditos han dado siempre una respuesta que los emparenta con los fundadores de la estirpe: vivir la plenitud, ser como dioses. Eligieron la caída y eligiéndola contribuyeron al ensanchamiento de nuestro espacio moral. Acaso esa es nuestra deuda. Porque de ese modo el poeta es verdaderamente un ladrón de fuego.”

Santos Domínguez


20 septiembre 2019

Teresa Langle de Paz. El vuelo de la tortuga


 Teresa Langle de Paz.
 El vuelo de la tortuga (génesis)
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2019.

Coser laberintos es posible. Mejor desmadejar una pradera hasta que su hilo infinito recorra nuestra sonrisa y la haga eterna. Podría seguir y seguir como si un vómito urdiera aquello que lame vuestras pestañas. Podría escribir sin parar a rascarme la nuca. Tengo un lenguaje detenido. 

Desde ese comienzo del Exordio hasta el final de la Consumación -(Des)escribir. Volar el fin. De nuevo.- los poemas en prosa de El vuelo de la tortuga (génesis) de Teresa Langle de Paz que publica El sastre de Apollinaire revelan una intensa vivencia de la palabra, alimentada no sólo con la emoción del deseo y el temblor del sueño, sino con una concepción de la escritura como indagación en el fondo de la identidad, como extensión de la mirada hacia un mundo perturbador y compartido en el que "ser uno y estar en todos, existir a través del resto."

Porque en estos textos la creación se convierte en desobediencia frente a la resignación y se pone al servicio de la búsqueda del sentido y de la luz: "Yo pretendo un lenguaje que arranque de cuajo el susurro benévolo de las cosas y las rescate. Un campo magnético que se rinda a la interacción de los átomos. A las partículas del papel."

Con el ímpetu visionario y la indomable voluntad de comprender y nombrar de una voz que no se resigna, los textos de El vuelo de la tortuga surgen de la emergencia posterior a un hondo buceo verbal y emocional en la propia identidad y en la relación con la realidad. La memoria y el olvido, el amor y el tiempo, las huellas y las ausencias, el grito ante la injusticia y la mirada solidaria, el miedo y la esperanza recorren esta poesía contenida y reflexiva, esta inquietante exploración del mundo con un despliegue explosivo de imágenes, con una asombrosa potencia expresiva:

Éramos, somos, seremos todos los verbos porque hemos inventado la palabra. Hablemos ajenos al instrumento, vaciándonos de voz ante la maravilla que contemplamos. 
La lengua es un músculo que no cesa, aunque se desvanezca el discurso y se agote la tierra. Su murmullo quiere apoderarse de nosotros. Hay solo un dueño para cada palabra emitida en tiempo inmemorial.

En el prólogo -Crusoe en la isla de las tortugas afortunadas- Luisa Castro habla de Teresa Lange como "esa Crusoe que inasequible al desaliento comienza a construir una cabaña de lenguaje, un refugio inquebrantable, en el corazón del idioma. Y es lo que sentimos nada más llegar aquí. La incombustible fe en el lenguaje."

Descubrimiento es la palabra en la que insiste ese prólogo. Con razón, con mucha razón, porque este libro y esta voz son un descubrimiento, una intensa experiencia lectora en la que no cesa el asombro -aún mayor porque estamos ante el primer libro de creación de su autora- ante las revelaciones de una voz que hace transitiva una intensa vivencia de la palabra, de la mirada y de la emoción:

Se mueren con la navaja de la media luna. Las niñas se mueren. Que nunca llegue a su destino, que desvíe lentamente la cruel oruga su huella sin pie. Que un mordisco seco se lleve el algodón de azúcar a otros dientes de insomnio. Que no tenga más llanto la tierna rama tirada en el suelo de mármol.

Santos Domínguez

18 septiembre 2019

Joseph Campbell. La historia del Grial


Joseph Campbell.
La historia del Grial. 
Magia y misterio del mito artúrico.
Edición de Evans Lansing Smith.
Traducción de Francisco López Martín.
Atalanta. Gerona, 2019.

Joseph Campbell dedicó muchas páginas de su Mitología occidental y especialmente de su Mitología creativa a destacar la importancia de los mitos artúricos y las leyendas del Grial en la construcción del imaginario de la civilización occidental.

Arturo, los Caballeros de la Mesa Redonda, Merlín, Ginebra, Excalibur o la Dama del Lago formaron parte de una épica patriótica anglonormanda que fijó Geoffrey de Monmouth, pasó luego a la narrativa cortesana francesa con Chrétien de Troyes y culminó en las leyendas religiosas relacionadas con el Santo Grial, el cáliz de la Última Cena.

A ese tema, central en la configuración de la mentalidad europea, le dedicó Campbell una serie de trabajos empezando por su inédita tesina, que Evans Lansing Smith reunió, junto con otros trabajos y conferencias sobre la materia de Bretaña, en el volumen que acaba de publicar Atalanta: La historia del Grial. Magia y misterio del mito artúrico, con traducción de Francisco López Martín.

Evans Lansing Smith empleó diez años en la elaboración de este volumen, en cuyo Prefacio resalta “la idea de Campbell de que los mitos artúricos constituyen la primera ‘mitología secular’ de la historia. Con esta expresión quería dar a entender que los mitos no habían de interpretarse literalmente, sino como metáforas de las etapas naturales del crecimiento y el desarrollo espiritual; como símbolos de las fases del proceso de individuación.”

Perceval y Galahad son los personajes centrales en el desarrollo de esa búsqueda del Grial, un proceso alegórico de transformación espiritual que refleja distintos ritos de paso en la evolución del individuo y en la construcción de la identidad personal.

La del Grial es, señala Campbell, expresión de la mentalidad europea y se configura definitivamente entre mediados del XII y mediados del XIII, en un primer Renacimiento que dio lugar a las catedrales góticas y las universidades. Es la época de las cruzadas, los trovadores y el amor cortés:

“El periodo culminante de los relatos artúricos -escribe- coincide exactamente con el de la construcción de las catedrales, el maravilloso siglo que va desde 1150 hasta 1250. A mi juicio, este periodo -la época gótica- es el correlato del periodo homérico. Tenemos dos grandes Europas: la Europa de Grecia y Roma y la Europa de los celtas y los germanos. El énfasis recae en el individuo, no como súbdito sino como ciudadano del Estado, un Estado que es vehículo de la voluntad del individuo. Se trata de una mentalidad propiamente europea.”

Y con ese planteamiento inicial, Campbell recorre los fundamentos y los antecedentes neolíticos, celtas, romanos y germánicos de los relatos del Grial, sus precedentes en el cristianismo irlandés y en la lírica trovadoresca de los Minnesänger; estudia las características del héroe en los caballeros que emprendieron la aventura espiritual de la búsqueda del Grial, la historia de Tristán e Isolda, las figuras de Arturo, Gawain, Perceval y Lanzarote.

Enmarcándolos en una tradición que los emparenta con la mística, Campbell aborda en otra sección del libro los temas y motivos asociados a la búsqueda del Grial: la Tierra Baldía, el Rey Ungido, el Rey Pescador o el Castillo del Grial.

En un apéndice, Evans Lansing Smith reproduce la tesina inédita de Campbell, titulada Estudio sobre el golpe doloroso, “un tema crucial –explica en el Prefacio- de los relatos artúricos de la Edad Media, relacionado con los orígenes de la Tierra Baldía.”

Esa fue su primera aproximación seria a los complejos mitos artúricos, la puerta de entrada de Campbell en el territorio de la mitología comparada.


Santos Domínguez

16 septiembre 2019

Palinuro de México


Fernando del Paso. 
Palinuro de México.
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2015.

Palinuro de México es una obra maestra. Por eso su vigencia es cada vez más evidente. Hoy, cuando la medicina engloba la vida entera, este libro de imaginación desbordante, de figuración grotesca y extravagante, nos hace reflexionar sobre nuestra corporeidad y el papel de la medicina. Imposible resumir en este breve espacio el torrente de ideas, imágenes y tropos que bullen en esta mirífica obra. Pero quien emprenda su lectura se sorprenderá al encontrar, cuando menos lo espere, en medio de larguísimos párrafos barrocos que parecerían bufonería pura, la súbita revelación de un aspecto de la realidad que se reconoce por verdadero y que incita a la reflexión. Es decir, encontrará, entre el destello de agudeza y la facecia centelleante, la observación profunda, marca inconfundible del genio”, escribe Francisco González Crussí en el prólogo -“Palinuro de México, o La desmesura”- que abre la edición en el Fondo de Cultura Económica de la mejor novela de Fernando del Paso.

Eso es Palinuro de México, una obra maestra descomunal y desbordante que apareció en 1977 y no ha dejado de crecer desde entonces, fruto de una escritura torrencial que se renueva en cada lectura, una novela imprescindible, a la altura de Rayuela o de Paradiso, para quien quiera conocer la potencia del idioma.

El nombre del protagonista evoca el del piloto de la nave que conducía a Eneas por el Mediterráneo después de la destrucción de Troya. No es una casualidad: esta novela es también la narración de un viaje metafórico de Palinuro, estudiante de Medicina y de Estefanía, su prima enfermera con la que mantiene una intensa relación de amor incestuoso.

Hay en la figura de Palinuro un fondo autobiográfico reconocido por el propio Fernando del Paso, que también estudió Medicina y que ha explicado que su protagonista refleja “el personaje que fui y quise ser y el que los demás creían que era y también el que nunca pude ser aunque quise serlo.” 

Y hay también un trasfondo histórico real: la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de México en 1968 en la que morirá el protagonista. 

Pero la leve trama apenas importa en esta novela. Lo que importa aquí es la escritura desatada en libertad, una escritura capaz de crear su universo propio y autónomo con la ambición artística de su prosa potente.

En la polifonía de esta obra sorprendente se conjugan la exploración corporal y la lingüística, la fisiología y el lenguaje, las artes plásticas y la medicina. Y con la densidad morosa de sus páginas el lector se interna en los laberintos de la imaginación, disfruta de su exuberancia verbal y participa como invitado en la gozosa celebración del lenguaje que hay en cada párrafo.

En la libertad transgresora de Palinuro de México conviven  la parodia y la denuncia, la anatomía y la historia, la fiesta y el recuento enciclopédico, el erotismo desatado, el amor y la muerte.

Lúdica y filosófica, rebelde y perturbadora, la novela levanta su propio mundo desde la exploración de las posibilidades del lenguaje y propone un viaje gozoso por la literatura y la inteligencia, por el exceso de la vida y el arte, por la fantasía, la historia y la política, la literatura y el cine, la experimentación verbal y la indagación en la dimensión artística del lenguaje médico.

De la fuerza de su prosa, abrumadora y presente en todas sus páginas, deja constancia este ejemplo, el comienzo del capítulo XI, Viaje de Palinuro por las Agencias de Publicidad y otras Islas Imaginarias:

Serían aproximadamente las tres en punto de una tarde gris y desalmada, cuando Palinuro, cansado de una juventud perdida en barrios de dulcerías rancias que colorean los cafés con petulancias geográficas; harto de las cagarrutas de todos los pájaros del Jardín de San Fernando que se olvidaban de largarse al Sur; triste, además, porque ya había pasado el tiempo en que por cada surco de la vida corre un rastro de savia que se armoniza con los buenos y los malos pensamientos; crecido, por otra parte, lo suficiente como para saber que no es fácil cambiar el color de una avenida o las insignias gramaticales de su propia historia. O en otras palabras: cansado, harto, triste y crecido, pensó en despedirse por segunda y última vez de su primera infancia, y por la primera y también la última vez de su segunda adolescencia, y largarse a viajar por la vida, sin pinceles que chupar, ni huesos femorales que memorizar, sin diademas de axiomas y cartílagos humeantes que destazar. 
Y ASÍ COMO LEMUEL GULLIVER 
se lanzó a la aventura para conocer las islas fabulosas de Liliput y Laputa, los Struldbruggs inmortales y los nobles houyhnhnms. Y así como el príncipe Astolfo de Inglaterra voló a la luna en el carro de fuego del profeta Elías en busca de la medicina para la razón perdida de Orlando el Furioso. Y así como Maeldúin visitó la isla de la muralla de fuego giratoria y el país bajo las olas, y así, por último, como Snedgus visitó la isla de los guerreros con cabeza de gato y la isla donde llueve sangre de pájaros, así también Palinuro, que por toda fortuna tenía sus veinte años ambulantes y un clavel en la solapa del saco, se decidió por fin a decirle adiós a sus recuerdos: adiós a las flores asmáticas que desprendían deseos y solsticios para la tía Luisa; adiós al papel crepé de la tumba de los ratones blancos; adiós a las patas de los anteojos del abuelo Francisco, que quedaron zambas de tanto cabalgar en su nariz. 
¡Adiós! 
y a visitar las Agencias de Publicidad y otras Islas Imaginarias.

Santos Domínguez

13 septiembre 2019

Interferencias de María Ángeles Pérez López


María Ángeles Pérez López.
Interferencias.
La Bella Varsovia. Madrid, 2019.



Si tú supieras que ayer es viejo como América,
que ayer es tan escaso que no tiene un sol en cada tarde,
que ayer no es como un árbol, sino más bien como un hotel,
que sus horas
 no se juntan,
no se pueden juntar,
para poder vivirlas económicamente
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tomando el sol en el pinar de Agosto.
Si tú supieras que ayer tal vez resulta caro
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y que ha vendido en pública subasta
su balneario de sal para las olas,


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sus crepúsculos vespertinos
y su anestesia cívica;
o si se quiere,
su cerrada y mohosa seguridad de editorial político;
y, finalmente,
si tú supieras que un poema
no puede ya volver a ser como un escaparate de joyería,


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si tú supieras que ahora es preciso que escribamos
desde el solar de la palabra misma,
desde el solar de la palabra misma

               sola

               sol

               sss

               ssssssssssss$s$s$s$s$s$s         

Ese texto, Metales del corazón, que toma como base fragmentos de un poema de Luis Rosales, es una de las veinticinco intervenciones con las que María Ángeles Pérez López construye su Interferencias, que publica La Bella Varsovia.

Un arriesgado ejercicio de intertextualidad, una intensa relectura de la tradición poética incardinada en la realidad próxima y en la actualidad inmediata que reflejan los medios de comunicación: Dante y los parados mayores de 45 años, Vallejo y la valla de Melilla, Quevedo y la burbuja inmobiliaria, García Lorca y el pogrom de Viena, Neruda y la violencia de género...

Son algunos ejemplos de los veinticinco textos en los que María Ángeles Pérez López actualiza la tradición poética con una reinterpretación crítica a la luz de la realidad actual, en un libro en el que -explica la autora en la nota epilogal- "se oyen voces, aunque lo hacen algo rotas, friccionadas e interferidas constantemente entre sí."

Insertados con la técnica del collage o, mejor, del contrapunto, esos textos de la actualidad subrayan el contraste con el poema de partida, establecen una fusión iluminadora o dialogan como en un escolio con el texto poético original. Y así se abren vías de comunicación que subrayan los vínculos entre la tradición poética y el presente, en una actualización crítica que justifica también el sentido nuevo de la lectura.

Y como resultado de cada una de estas intervenciones surge un nuevo texto, con un título nuevo en el que la autora proyecta la creatividad insurgente de su lectura.

De esa manera, la lectura se resuelve en reescritura, lo interior se funde con lo exterior, y se confunden en su ensamblaje de líneas y versos unas voces con otras, mientras las palabras interfieren entre sí, se completan o se desmienten en un libro insumiso y perturbador, escrito para "entrar y salir de todos los territorios en el extremo deseo de la escucha."

Santos Domínguez

11 septiembre 2019

Carmen Martín Gaite. Todos los cuentos


Carmen Martín Gaite.
Todos los cuentos.
Edición y prólogo de José Teruel.
Siruela. Madrid, 2019.

Pasamos media vida mirando hacia allá, imaginando. Tanto que nos parece que ya nos hemos ido.
Y un día, al alzar los ojos, estamos aún en el mismo sitio. Acostumbradamente se cruzan nuestros trenes y cada instante es una despedida.

Con esos dos párrafos comienza Desde el umbral, el primer cuento que publicó Carmen Martín Gaite. Ese breve relato de ambiente universitario, fechado en Salamanca el 15 de marzo de 1948, apareció en el número de abril-mayo de la salmantina Trabajos y días. Revista universitaria. 

Con él se abre el volumen que publica Siruela con Todos los cuentos de la autora con edición y prólogo de José Teruel. Es uno de los dos relatos de primera juventud que se recogen en la sección inicial del libro que ofrece en su parte central los diecisiete relatos de Las ataduras y El balneario,el único volumen de cuentos que publicó la autora antes de reunir su narrativa breve en los Cuentos completos que editó en 1978 y a la que no se incorporaron los cuentos que escribió en los ochenta y en los noventa, dispersos hasta ahora y reunidos en este libro que contiene cerca de treinta textos.

Completan la edición dos cuentos maravillosos -El castillo de las tres murallas y El pastel del diablo-, dos cuentos de Navidad -Un envío anómalo y En un pueblo perdido- Cuatro cuentos últimos -El llanto del ermitaño, Sibyl Vane, [Donde acaba el amor] y Flores malva- y un cuento autobiográfico -El otoño de Poughkeepsie- del que dice José Teruel en su prólogo que “constituye una obra maestra del pulso narrativo de nuestra autora ante la elaboración literaria de la intimidad: de cómo transformar el tiempo inerte «en tiempo de escritura»”.

Publicado póstumamente en 2002, dos años después de su muerte, en Cuadernos de todo, ese cuento final se convierte -en palabras de José Teruel- en una muestra de “esa persistente convergencia en todos sus cuentos entre tratamiento ficticio y momentos autobiográficos /.../ que encuentra en El otoño de Poughkeepsie su pieza maestra.”

La producción cuentística anterior, la que Martín Gaite agrupó en El balneario y luego en  Las ataduras, surgió al calor de la Revista Española, en torno a la que se agruparon jóvenes universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid -Aldecoa, Fernández Santos, Ferlosio, Medardo Fraile y ella misma-, que revitalizarían el género en los años 50, bajo la influencia del neorrealismo cinematográfico. De ese ambiente surgen los cuentos de Las ataduras y la mayor parte de los de El balneario, en los que predominan los apuntes impresionistas con finales abiertos, la voluntad de hacer un reportaje narrativo del presente con una mirada cinematográfica.

Y desde entonces el cuento -explica Teruel- “fue un género decisivo en la formación de Carmen Martín Gaite como escritora y lo cultivó, con mayor o menor intermitencia, a lo largo de toda su singladura literaria.”

Una singladura de medio siglo, porque los cuentos que Martín Gaite publicó en vida aparecieron entre 1948 y 1997, cuando aparece el último, En un pueblo perdido. 

José Teruel fija en su prólogo -‘La extrañeza ante lo cotidiano’- la evolución de Carmen Martín Gaite desde el neorrealismo de Las ataduras y El balneario a los cuentos maravillosos y al eclecticismo y la experimentación de los últimos relatos. 

En esa evolución los cuentos de Martín Gaite se mueven entre el reflejo y la invención de la realidad, pasan de lo testimonial a lo introspectivo, del reflejo de lo cotidiano a la imaginación y a lo maravilloso, hasta culminar en las claves autobiográficas de los últimos cuentos, donde la narración aspira a la reconstrucción de la propia identidad en una integración de lo personal y lo ficticio que alcanza su momento cenital en El otoño de Poughkeepsie.

En 1983 había completado en El cuento de nunca acabar una profunda reflexión sobre el relato en la que defendía la imaginación creadora y la participación cómplice del lector en un modelo de cuento abierto. Con esta declaración se cerraba esa meditación sobre la teoría y la práctica del cuento:  

Mientras dure la vida, sigamos con el cuento.

Santos Domínguez




09 septiembre 2019

Antonio Soler. Sur

Antonio Soler.
Sur.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.

La leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas. Los tejados, los árboles dormidos, el brillo de los automóviles. Es una luminosidad blancuzca que brota con un golpe rápido, espesa, turbia. Mancha las nubes y cuelga de ellas. Se oye el jaleo con el que viene el día, una respiración profunda que por un momento se suspende, como si la tierra estuviera a punto de detenerse y girar hacia atrás antes de retomar su órbita y traer un nuevo día.
La noche no ha podido enfriar el asfalto, que sigue ahí, adormilado y caliente, serpeando con su costra de fiebre. El sol asciende, obstinado. Bulle la vida. Se acaban las horas menguadas, la patarata de la muerte. El día comienza. Los insectos escarban la tierra.

Así comienza Sur, la novela con la que Antonio Soler obtuvo el Premio de la Crítica por partida doble, el andaluz y el nacional. Una novela arriesgada y brillante, compleja y exigente, sólidamente construida y escrita con un enorme rigor estilístico, con una riqueza formal asombrosa y una variedad de registros tan poderosa que atrapa al lector desde esas opresivas primeras líneas y lo envuelve en su trama absorbente y en la tupida red de sus más de doscientos personajes que se mueven en esta colmena malagueña en un asfixiante día de agosto de 2016 aplanado por el terral.

Es una Málaga reconocible por su toponimia urbana, por su callejero y su topografía, aunque como representación microcósmica de la realidad podría ser cualquier otra ciudad y por eso nunca se la nombra explícitamente. Es la ciudad planteada narrativamente como “realidad inmensa y diaria que se resume en dos palabras: los otros”, tal como anuncia la cita de Octavio Paz que figura en el pórtico de la novela.

Sur comienza con el descubrimiento de un agonizante cubierto de hormigas argentinas que lo devoran en un descampado al amanecer. Y a partir de ahí, lo que podría haberse reducido a una trama policiaca, se convierte en mucho más que eso: en un recorrido por los diversos ambientes sociales y por los distintos espacios urbanos de los barrios en los que se mueven sus personajes a través de distintas tramas narrativas aparentemente dispersas pero confluyentes en gran medida.

Porque las que al principio parecen ser pinceladas sueltas e inconexas se van ordenando en el conjunto de un mosaico novelístico en el que alcanzan su pleno sentido: la representación sombría de la totalidad de la realidad a través de un microcosmos dinámico y caleidoscópico que refleja la complejidad del mundo por medio de procedimientos narrativos que van desde el monólogo interior a una magistral elaboración de diálogos verosímiles, desde el narrador omnisciente al perspectivismo o a unas descripciones pormenorizadas y plásticas.

Para que el lector no se desoriente en ese complejo universo de personajes, el protagonismo colectivo se compensa con la reducción espacial y con una intensa concentración temporal en dieciséis horas. Y además de los hilos conductores de su sostenido ritmo narrativo -la aparición del hombre casi muerto cubierto de polvo y hormigas y el motivo de la ciudad que arde no sólo por el terral, una metáfora de la atmósfera existencial de la novela-, hay en Sur un diseño circular que se cierra con el monólogo de Ana, la mujer de Dioni, el agonizante que abre la novela.

Aunque centrada en una docena de personajes más destacados y en dos historias vertebrales -la de Dioni y Ana por un lado, la de Céspedes y Carole por otro-, Sur es una novela coral que justifica las treinta páginas finales con un censo de personajes sobre los que se sustenta una superposición de historias en las que conviven lo cotidiano y lo inusual, la imaginación y la realidad, la tragedia y el humor para construir tramas entrelazadas en una compleja red de relaciones y en diversos planos narrativos y cambios de registros lingüísticos que reflejan los contrastes de una realidad presentada de manera nada complaciente.

La novela se plantea así como un espejo que refleja con crudeza la dura realidad a partir de las trivialidades pequeñas sobre las que discurren unas existencias sombrías marcadas por las adversidades, los abusos y las agresiones, la convivencia problemática, el  sufrimiento y la desolación, la derrota, el desamparo y la degradación personal.

Sur supone un salto decisivo en la trayectoria narrativa de Antonio Soler, que si bien había dado sobradas muestras de un oficio innegable, no había alcanzado las altas cimas en las que se instala esta ambiciosa y conseguida novela que consolida un territorio literario propio. Porque Sur no es sólo su mejor novela. Probablemente es una de las mejores de lo que llevamos de siglo.

Santos Domínguez 



06 septiembre 2019

José Carlos Cataño. Obra poética


José Carlos Cataño.
Obra poética (1975-2007). 
Prólogo de Ana Arzoumanian.
Pre-Textos. Valencia, 2019.


CONCÉDENOS, oh señor, la medida de nuestro infierno
O, si no, una lucidez para vivir tranquilos.
No esta desazón de la barca sin mar
Ni puerto que la ampare-
Que el amor también ha muerto.
Haz de nosotros
Tu pasto de sabiduría. Sángranos hasta amasar
La alegría de la sangre con lo que del dolor nos queda.
Configura nuestro cuerpo único
A la medida de nuestra muerte única.

Con esos versos en los que resuena el eco de la voz de Rilke comienza la quinta sección de Disparos en el paraíso, el primer libro de José Carlos Cataño y uno de los seis que recoge el espléndido volumen que reúne su Obra poética (1975-2007) en Pre-Textos.

Lo abre un prólogo en el que Ana Arzoumanian caracteriza la poesía de Cataño con estas líneas iniciales:

“El estallido de la palabra, el vértigo del tiempo, la voz épica reanudando la trama del mundo, no a través de un proyecto que legitime una filiación, un derecho, sino en la diáspora de una tierra naufragando toda apropiación.
La fuerza poética de José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 1954) se imprime mediante una natividad que es un frotamiento de la lengua en el agua. De modo que escribir no será plegarse a la ley de un territorio, sino turbarse en el estallido del volcán.”

Desde Disparos en el paraíso hasta Lugares que fueron tu rostro, la poesía de José Carlos Cataño ha ido creciendo a través del proceso de elaboración de una obra en marcha sometida a una constante revisión que busca lo nuclear, la almendra de la emoción o lo medular del pensamiento.

Y en esa búsqueda es fundamental la intensidad verbal, la concentración expresiva y la desnudez como fruto de la decantación de la palabra poética, a la que se somete a una tensión de la que se extrae su mayor potencial significante.

Ese proceso de abstracción, de elusión de la anécdota y de renuncia a la narratividad fructifica en una poesía de lectura exigente en la que se proyecta la exigencia del autor con su propia obra.

De esa actitud habla Cataño en este texto, uno de los poemas en prosa de El cónsul del mar del Norte

Pude haber optado por un tipo de experiencia más presentable, donde la audacia hubiese sido también más inteligible.
Cuna y madera, talento y principios no me faltaron. Pero prescindí, ay, de maestros, y a nadie tomé para dedicatoria, paráfrasis u homenaje, pues los pocos que despertaron mis simpatías, o estaban muertos o andaban escondidos. Y otro tanto sucedió con los temas en que me las vi. Siempre pertenecían a la otra mirada, la que despierta la sospecha de un desliz en la ciega, armoniosa enormidad del mundo que amenaza con vaciarse en el temblor de una respuesta aplazada.
La otra mirada es la mirada de los perdedores —fieles vasallos del sinsentido—, cuyo empeño queda rebasado por la ley que unos llaman dios y otros motivo de literatura, de la misma manera que la senda en el valle o la casa en el desierto son finalmente recobrados por la broza y la desolación.
Y la gente no está para lo difícil. Aplauden el estilo limpio, la intachable conducta, y eso que llaman rigor y lucidez. Aplauden la vida, el método, el triunfo.

La reflexividad, la hondura lírica, el despojamiento o la búsqueda de la transparencia esencial del ser y la palabra recorren esta poesía, atravesada por temas centrales como el tiempo frágil de la existencia, la memoria, el amor y la muerte, la insularidad y las pérdidas.

Búsqueda del centro que vertebra una poesía que asume riesgos y se plantea como forma de conocimiento, como aventura ontológica que encuentra su sentido como reflexión sobre el ser y el tiempo al elevarse sobre el desarraigo y el vacío, al explorar lo contingente y los límites del lenguaje.

En ese camino de desolación es fundamental la noción de éxodo, la imagen del poeta como un extranjero y la preocupación por el lenguaje como lugar habitable, por la escritura como refugio ante la fugacidad.

Palabra y fugacidad unidas ejemplarmente en versos como estos, de Para enterrar a los muertos en las palabras:

Al margen de la duda y bajo el sol
Muere lo que dejo por nombrar
Que no pensado,
Pues lento como el río
Que aspira a mediodía
Se me muere la vida no en la carne,
Se me muere la vida en las palabras.

Ese libro lo cierra esta reflexión sobre la escritura que reúne los temas esenciales de la poesía de José Carlos Cataño:

Escribir es volver, volver
A la escritura donde
Quien vuelve muere
Y pasa inadvertido
Al mirar de otro
Que no mira, escribir
Es una espera que dibuja
Y borra por la noche la labor,
Deshaciendo la noche la labor
De bordar con letras pintadas
La noche, la escritura
Enhebra estrellas en el paño
Oscuro de un vestido que pasea
Encima de un puente o en la mirada
Que sigue la ida y vuelta de una cara
Indiferente,
Así somos el que regresa
Y el que espera esa vuelta,
El ser saqueado que a la orilla vuelve
Y la orilla ignota y saqueante,
Lo uno y lo otro,
Separados por el clavo de la conjunción,
Esto y aquello, el rostro que se apaga
Y lo que al fin nos dice y nos desliza
En el olvido,
Quebrando las costillas de la barca,
Las costillas del cielo y de la mente,
Definitivamente la ilusión
En el estallido final de la claridad.

Santos Domínguez






04 septiembre 2019

Drácula, luz de mi vida


Alfredo Baranda.
Drácula, luz de mi vida.
Menoscuarto. Palencia, 2019.

Drácula, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Dra-cu-la: la punta de la lengua emprende un viaje...

Con esa parodia del comienzo de Lolita se abre Drácula, luz de mi vida, la novela de Alfredo Baranda que obtuvo el XI Premio Tristana de novela fantástica que publica Menoscuarto.

Alejada del tópico fácil, Drácula, luz de mi vida proyecta una nueva mirada sobre la criatura que inventó Bram Stoker, contra el que se revuelve el propio Drácula en una original variante de la pulsión de matar al padre. 

Un Drácula cáustico y complejo en el que coexisten la perversión y el refinamiento, la ternura y la crueldad, la reflexión y el delirio, la arrogancia y el desenfado que critica la creación de Stoker, “ese infumable bodrio victoriano que Bram Stoker y yo pergeñamos en apenas unos meses, y en el que por primera vez aparecía el nombre que me habría de acompañar durante el resto de mi vida: Drácula.” 

Es el vampiro quien cuenta su propia historia desde el regreso de la muerte, porque “el que muere se transforma de inmediato en un personaje de ficción en la novela del recuerdo. Pasa a ser un fantasma de la imaginación, un espejismo. Aquel que recuerda a un muerto lo que en realidad está haciendo es imaginar a un vivo que nunca existió. Todo recuerdo es un ejercicio de la fantasía, no de la memoria.”

Y es que aunque Bram Stocker había redactado la novela por indicación del propio Drácula, el resultado fue decepcionante, como explica en estas líneas demoledoras: “es una obra banal, aburrida, ramplona, lleno de inconsistencias y muy mal articulada. Lo único terrorífico que hay en ella es el estilo.”

El ágrafo Drácula, que conoció la sangre viscosa de Bram Stoker y la de su mujer, ligera y poco nutritiva, asume el papel de narrar su vida y las circunstancias que rodean el nacimiento del mito vampírico: las conversaciones de Arminius Vámbéry con Stoker; algunas celebridades como Oscar Wilde o Baudelaire, que fueron otros posibles narradores de su historia; amantes como la reina Victoria y personajes con los que tuvo relaciones vampíricas, como Aubrey Beardsley, Schubert, Nietzsche o Emily Brontë.

El Nosferatu de Murnau y el actor Max Schreck, el que mejor ha encarnado al personaje “inquietante y repulsivo” en el cine; la metamorfosis desde la tumba de Isaac Zuckerman, un recorrido por la historia del vampiro, la simpatía por el nazismo y la aparición de Hitler y Eva Braun, Himmler y Goebbels, la relación con Freud, con Belial, uno de los ángeles caídos, y con Ofelia, concubina del demonio y amante de Drácula, completan el relato de un personaje cada vez más solitario, selectivo con sus víctimas y de compleja disposición psicológica.

Un ejercicio literario y una revisión irónica del mito desde dentro, una reinterpretación irreverente y una relectura original escrita con ambición expresiva y con la soltura narrativa de una prosa que fluye con naturalidad.

Santos Domínguez

02 septiembre 2019

Sylvain Tesson. Un verano con Homero


Sylvain Tesson.
Un verano con Homero.
Traducción de Robert Juan Cantavella.
Taurus. Madrid, 2019.

¿De dónde vienen estos cantos, surgidos de las profundidades, que estallan en la eternidad? ¿Por qué nos siguen sonando tan inconfundiblemente familiares? ¿Cómo explicar que un relato de dos mil quinientos años resuene hoy con un brillo nuevo, con el centelleo de las aguas de una pequeña cala? ¿Por qué estos versos de inmortal juventud siguen iluminando el enigma de nuestro futuro?
¿Por qué esos dioses y esos héroes parecen tan amistosos?
Los héroes de estos cantos siguen viviendo en nosotros. Su arrojo nos fascina. Sus pasiones nos resultan familiares. Sus aventuras han forjado expresiones que usamos a diario. Son nuestros hermanos y hermanas evaporados: ¡Atenea, Aquiles, Áyax, Héctor, Ulises y Helena! Sus epopeyas han engendrado lo que somos, nosotros, los europeos: lo que sentimos, lo que pensamos. "Los griegos civilizaron el mundo", escribió Chateaubriand. Homero sigue ayudándonos a vivir.

La actualidad y la cercanía de clásicos como Homero, autor de dos obras eternas que están en la raíz de la literatura occidental, son los ejes que articulan Un verano con Homero, de Sylvain Tesson, que publica Taurus con traducción de Robert Juan Cantavella.

Dos obras que trazan dos imágenes de la vida, dos concepciones de la existencia: la vida como guerra o la vida como aventura. Así lo explica Tesson:

La Ilíada es el relato de la guerra de Troya. La Odisea narra el regreso de Ulises a su reino de Ítaca. Uno describe la guerra, el otro la restauración del orden. Ambos trazan el perfil de la condición humana. En Troya: la avalancha de las masas rabiosas manipuladas por los dioses. En la Odisea: Ulises circulando entre islas y buscando una escapatoria. Entre los dos poemas, una violentísima oscilación: maldición de la guerra aquí, posibilidad de una isla allá. Por un lado, el tiempo de los héroes, por otro, una aventura interior. 

Estas espléndidas páginas son un recorrido apasionado por la geografía homérica, que habita la luz, azota el viento y ama las islas; por la Ilíada como poema del destino en el que los dioses juegan a los dados y la paz es sólo un interludio, mientras Aquiles se mueve entre el talento y la cólera.

Y por la Odisea como canto del regreso del rey y como incursión en los reinos del misterio; por el trazado de las líneas de la vida de los héroes y los hombres, por la fuerza y la belleza, la memoria y el olvido, la astucia y la oratoria, la curiosidad ante el mundo o la renuncia.

En esos poemas, que “inauguran la edad de la literatura y clausuran el ciclo de la modernidad”, conviven los dioses, belicistas o débiles, y los hombres que son marionetas de los dioses o dueños de sus decisiones, entre el destino y la libertad, la imaginación y la gloria, la furia y la grandeza, la fragilidad de la existencia y la hibris del héroe, los dioses salvajes y el castigo. 

Y como culminación del libro, un capítulo dedicado a Homero, “viejo compañero del presente”, y a la belleza pura de la poesía en la explosión de las palabras y en la elección del epíteto que nombra el mundo para siempre, porque -escribe Sylvain Tesson- “Homero es antes que nada el nombre de un milagro: ese momento en que la humanidad halló el modo de fijar en la memoria una reflexión sobre su condición. Homero es una voz. Da a los hombres la oportunidad de comprender cómo llegaron a ser lo que son.”

Por eso “en la Odisea avanzamos ante el espejo de nuestra propia alma. En ello reside el genio de Homero: en haber trazado los contornos del hombre en unos cuantos cantos. Nada después ha vuelto a ser lo mismo. A lo largo de estos renglones resplandece la luz, la adhesión al mundo, la ternura por las bestias, por los bosques; en una palabra, la dulzura de la vida. ¿No oyes, al abrir estos dos libros, la música de las olas? Cierto, a veces el entrechocar de las armas parece ocultarla, pero esa canción de amor dedicada a nuestra parte de vida sobre la Tierra siempre vuelve. Homero es el músico. Nosotros vivimos en el eco de su sinfonía.”

Santos Domínguez

12 julio 2019

Joan Payeras. La noche que espera


Joan Payeras.
La noche que espera.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2019.

Conoces el dolor y la belleza, 
tienes amor y miedo. 
Cada tarde se pone el sol 
tras la misma montaña.
Tú celebras el don 
y temes la condena. 

Con esos espléndidos versos se cierra la primera de las dos partes -El don y la condena y La noche que espera- del libro que Joan Payeras publica en la colección Tierra de La Isla de Siltolá.

Entre el don y la condena, la conciencia del tiempo fugaz y la celebración del amor y el tiempo presente, entre el dolor y la belleza, el final y la promesa, entre “el dolor secreto y la alegría callada”, entre la certeza de estar vivo y la seguridad de la noche fría que espera se mueven los poemas en verso y prosa de La noche que espera, que parten de la idea de que “en la hoguera del tiempo / arderá esta belleza.”

En ellos la palabra que contiene el mundo lo convoca, porque esa palabra es “luz convertida en canto / milagro breve, lapso de tu tiempo.” Y lo evoca con la memoria que une tardes y miradas en busca de la armonía con el mundo y en “la íntima celebración /  de saberse vivo.”

Y al fondo, callada y esperando, “la noche ensayando siempre la última noche”, aunque quien lo sabe tiene la palabra y los versos “como escudos / que detuvieran lo que teme.”

Y así en la extensión de la noche, en el silencio y la nieve, en el fuego y la ceniza los poemas de La noche que espera concretan la búsqueda de “una única palabra en la que se resuma el último sentido de esta vida, la última razón de nuestra muerte.”

Con una admirable contención expresiva y una inusual tensión poética y emocional, estos textos aspiran a realizar el milagro de parar el tiempo en el poema con la voz de quien “Recuerda. / Y comprende al fin / que en la plenitud / de todos los días / escondida / la muerte calla.”



Santos Domínguez

10 julio 2019

Stendhal. Napoleón. Vida y memorias


Stendhal.
Napoleón.
Vida y memorias.
Traducción y cronología de Consuelo Berges.
Introducción de Ignacio Echevarría.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2019.

“¡Napoleón y Stendhal! La sola mención de estos dos nombres juntos emite una vibración especial para todos aquellos que conservan vivo el impacto que les produjo la lectura de Rojo y negro o de La cartuja de Parma. Puede que, desde la Ilustración, no se haya dado un caso equivalente de sintonía entre un gran escritor –Stendhal- y uno de los grandes poderosos de la Tierra: Napoleón. No se trata, ni mucho menos, del tipo de alianza o de complicidad que llegó a establecerse entre, por ejemplo, Gorki y Lenin, en el marco de la Revolución rusa, o entre Malraux y De Gaulle, en la Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de algo más impreciso y a la vez más amplio, que señala a Stendhal como el más fiel cronista del impacto y de las transformaciones espirituales que, en la Europa posterior a la Revolución francesa, supuso la emergencia, el imperio y la caída de Napoleón. Nadie como Stendhal captó de manera tan certera el modo n que la figura, las conquistas y el destierro de Napoleón encendieron la imaginación de al menos dos generaciones de europeos, transformando en no pocos casos la relación con su propio destino”, escribe Ignacio Echevarría en la magnífica Introducción que ha escrito para la edición de Napoleón. Vida y memorias, de Stendhal en Penguin Clásicos con traducción y cronología de Consuelo Berges.

En dos ocasiones intentó Stendhal abordar la biografía de Napoleón, un proyecto largamente elaborado que no llegó a culminar. La primera en 1817, con un Napoleón desterrado en Santa Elena y con un Stendhal que mantenía pese a todo sus convicciones bonapartistas exiliado en Milán. 

Tras aquella Vida de Napoleón, primer esbozo de una biografía inconclusa que tuvo como eje la vertiente militar de Napoleón, veinte años después, muerto ya el emperador, un Stendhal muy distinto empezó sus Memorias de Napoleón, centradas en la campaña en Italia, escindido entre la admiración al personaje y lo que representó y el desprecio al tirano, al que consideraba “el hombre más grande aparecido desde César.”

Stendhal había formado parte de los ejércitos napoleónicos en la campaña de Rusia y en la victoria de Batzen en 1813. De su conocimiento de los campos de batalla cuando era todavía Henry Beyle dejó un testimonio ejemplar en La Cartuja de Parma y en su inolvidable descripción desorientada y perpleja de la batalla de Waterloo.

“Caí con Napoleón en abril de 1814”,  escribió en su autobiográfica Vida de Henry Brulard, donde dejó reflejado su bonapartismo, aunque en menor medida que en los protagonistas de sus dos novelas fundamentales: Julien Sorel en Rojo y negro y Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, dos personajes en los que proyectó el entusiasmo y la exaltación romántica ante la figura de Napoleón un Stendhal que consideraba que “la vida de este hombre es un himno a la grandeza de alma.”

Stendhal no escribía estas páginas sobre el hombre, sino sobre el personaje histórico, sobre la estatua y el pedestal. El que acometía las memorias de Napoleón era un Stendhal que había publicado ya su Rojo y negro, una novela napoleónica en gran medida, y que declaraba en el Prefacio:

El amor a Napoleón es lo único que ha perdurado en mí, lo que no me impide ver los defectos de su espíritu y las mezquinas flaquezas que pueden reprochársele.

Y con esa mirada admirativa y crítica aborda Stendhal lo que Ignacio Echeverría define en su Introducción como “la sustancia histórica y personal de un mito que dio impulso y vuelo al primer novelista contemporáneo.”

Santos Domínguez





08 julio 2019

Juan Eduardo Zúñiga. Recuerdos de vida



Juan Eduardo Zúñiga.
Recuerdos de vida.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

En el invierno del año 1930 o 31 cayó en Madrid una gran nevada y, mediada la tarde, el jardincito que rodeaba nuestra casa de la calle General Zabala, en el barrio de Prosperidad, se fue blanqueando; primero, el suelo en los sitios más secos, luego las cuerdas de tender la ropa. Al anochecer, aquel pequeño y familiar espacio se convirtió en un lugar nuevo y sorprendente por la materia que recubrió la verja de hierro, los tallos más finos, las hojas de los geranios, los cables de la luz, el remate de la tapia por donde saltaban los gatos de las casas vecinas. Todo quedó transformado en un escenario fascinante, más aún después, cuando se abrieron las nubes y la luna puso allí su fría luz. 

Con ese párrafo abre el ya centenario Juan Eduardo Zúñiga sus memorias, Recuerdos de vida, que publica Galaxia Gutenberg.

“Qué larga es la calle de la vida. Avanzamos por ella y atrás dejamos convertido en el olvido cuanto hicimos. Sólo cuando sentimos que el final de la calle se acerca es posible repensar lo sucedido (...) Qué secreta es la calle de los años. Buscamos en los recuerdos cómo será el futuro: inútil tarea porque sólo se encuentra en las cenizas (...) Estas escenas sueltas, desconectadas en su apariencia, tienen un hilo invisible que las cose, finos tendones y venas las vitalizan. Aunque lo más aceptable sería no intentar comprender la vida”, escribe Zúñiga en estas memorias que son la consecuencia de que “nada se olvida, todo queda y pervive”, como reza el título del capítulo quinto, que podría servir también para caracterizar la totalidad de su obra, atravesada decisivamente por la memoria de ese largo invierno de Madrid que se evoca en uno de sus títulos fundamentales.

Se trata, eso sí, de unas memorias reducidas, porque se limitan a su periodo de formación, a sus años de aprendizaje en el Madrid de los años 30 y 40, durante la República, la Guerra civil y la posguerra, el fondo histórico sobre el que transcurren estas memorias de infancia y juventud, semejantes a un modelo tolstoiano que Zúñiga conoce bien. 

Redactadas entre abril de 2011 y diciembre de 2018, la amistad y el amor, la guerra y la política, la soledad y la melancolía, el frío y los libros como refugio y como salvación -“La calma es un libro” se titula el capítulo inicial-, el descubrimiento de Winesburg. Ohio, de Sherwood Anderson, las lecturas de Kafka o la tertulia del café Lisboa recorren estas páginas autobiográficas, construidas como una novela de formación del lector infantil y del observador de experiencias ajenas, que conformaron “la actitud vital de quien se asoma a la ventana y al otro lado de los cristales contempla una singular enseñanza de la vida.” 

Desde esa ventana vio Zúñiga por primera vez la nieve que cae en sus libros, un paisaje nevado que “muchos años después pensé si fue el trasfondo de una prematura vocación literaria.” 

Sobre el telón de fondo de un Madrid asediado, bombardeado y devastado por la guerra, que es también el escenario de su imprescindible Trilogía de la guerra civil, por estos Recuerdos de vida pasean hombres y fantasmas que completan una galería de seres y un autorretrato en movimiento que tiene como eje no sólo al personaje, sino el constante elogio de los libros, el homenaje a la resistencia y a la literatura que vertebra el volumen y con el que se remata la obra:

Cabe pensar que muchas heridas del alma puedan encontrar un libro que, con un personaje, con un párrafo, con dos palabras, ponga el alivio que no darán remedios medicinales. Otros libros, por la presión de sus razonamientos, alcanzarán a mover el ánimo de un grupo. Y hasta podemos aventurar que ejercen una influencia en la mecánica de las costumbres. No maestros de sueños sino maestros de vida, con la enseñanza de que la literatura debe perseguir el espíritu de la época y describir la frondosidad del alma de todos nosotros.

Santos Domínguez

05 julio 2019

La invención del viaje


Juliana González-Rivera.
La invención del viaje.
Alianza Editorial. Madrid, 2019.

Como una historia de los relatos que cuentan el mundo resume Juliana González-Rivera en el subtítulo el contenido de su espléndido libro La invención del viaje, que publica Alianza Editorial.

Un libro sobre la escritura del viaje, sobre el que escribe en su introducción que “quienes cuentan el mundo son los viajeros. Ellos han escrito el mapa de las cosmovisiones de todas las épocas, sus relatos han hecho imaginar desiertos, mundos helados, imperios y tierras prometidas.”

Viajes en los que “no hay regreso, no hay llegada. Viaja sólo quien sabe irse”, como escribió en un verso de Historia de las despedidas Pedro Sorela. Porque, como se lee en otro verso del Cuaderno de Abul Qasim, “el viaje verdadero consiste en no volver.”

Un recorrido por la escritura del viaje como universo, como “metáfora de la vida, de la muerte, del conocimiento, de la escritura”, porque “el viaje es una idea” a la que “cada civilización le ha dado una definición.” 

Y es que el viaje lo impulsa la curiosidad y lo alimenta la imaginación y en todas las épocas y culturas el viaje se plantea como búsqueda y el camino como aprendizaje, pese a que, como señaló Pascal, todas las desgracias del mundo proceden de la incapacidad del hombre para permanecer en su habitación.

Estas páginas trazan una historia del viaje y de su relato y son un acercamiento a la escritura del movimiento porque “no existe la escritura inmóvil”. Y porque “todo relato es un viaje” hay una intensa relación entre escritura y viaje desde la antigüedad, desde el Poema de Gilgamesh a la Odisea y la Eneida o a viajeros medievales como Marco Polo, tan decisivo en la inspiración de los viajes colombinos y en los cronistas de Indias hasta el viaje moderno, convertido en ejercicio intelectual desde el Renacimiento con precursores como Petrarca que trazó una frontera cultural con su ascenso al Mont Ventoux.

Y desde el Renacimiento de Montaigne a la Ilustración de Voltaire, Swift y Defoe, del viaje como conocimiento de Goethe y Humboldt al viaje sentimental del Romanticismo de Byron, al viaje refinado de Stendhal y a las sociedades geográficas que responden a la llamada de África y dan lugar a exploradores como Richard Burton y Livingstone.

Completan el panorama novelistas viajeros como Jack London, Stevenson y Joseph Conrad y viajeros inmóviles en el viaje contemporáneo, en el que “el hombre es el héroe, un viajero, un ser simbólico que sólo se puede explicar mediante la palabra, la narración. Y el viaje nunca dejará de ser la gran metáfora, la alegoría poderosa que favorece nuestra mutua comprensión.”

En un momento en el que el género puede parecer exhausto, la autora sin embargo lo reivindica con estas palabras:

“El relato de viajes no ha muerto pero si agoniza hay que reinventarlo, resucitarlo, seguir buscando la última frontera como el personaje del cuento de Dino Buzzati, porque cada época necesita sus viajeros y la nuestra no es la excepción. Es urgente que reaprendeamos a viajar, a ver. Para, otra vez en la ruta, con el saber que sólo ella provee, podamos escribir la historia de nuestro tiempo y reinventar el mundo de una forma más fidedigna que la de los espejos.”


Santos Domínguez



03 julio 2019

Pablo d'Ors. El amigo del desierto


Pablo d'Ors.
El amigo del desierto.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

“Pocos lugares hay en el mundo que sean tan metafóricos como el desierto, como prueba el hecho de que cuando se dice la palabra 'desierto' suele pensarse casi tanto en el desierto físico o externo como en el mental o interior”, explica el narrador protagonista de El amigo del desierto, la novela de Pablo d'Ors que recupera Galaxia Gutenberg diez años después de su primera edición, en la que figuraba como subtítulo -ahora suprimido- Relato de una vocación.

Una novela alegórica sobre el desierto y sobre la transformación espiritual de Pavel, el protagonista, que tras su integración en una sociedad secreta, los Amigos del Desierto, y después de sus viajes al Sahara acaba identificándose cada vez más, hasta diluirse en él, con el desierto, “metáfora del infinito”, de la desposesión y el vaciamiento, de la renuncia y el silencio. Ese es el sentido de la búsqueda que vertebra la novela:

Iba tras ese silencio -único e inconfundible- en que resuena lo esencial.

Lo anunciaba ya una de las citas iniciales, el proverbio árabe que dice “Quien no conoce el desierto, no sabe qué es el silencio.”

Lo que refleja el desarrollo del relato es el ascético camino de perfección de un personaje que proyecta su interioridad en el paisaje y acaba reflejándose en la contemplación de un desierto que -como en Jabès, como en Valente- terminará  identificando con la escritura y la búsqueda interior, con una poética del vacío que está en San Juan de la Cruz, en el Maestro Eckhart o en Charles de Foucauld, un precursor que “hizo el camino inverso al que suelen seguir los demás: el mundo busca el poder y la gloria (...); él, en cambio, el anonimato y la oscuridad.”

En esa poética del vacío y el silencio, el desierto es el no-lugar, un espacio que está también fuera del tiempo, de manera que Pavel acaba transformado en dibujante del desierto, en calígrafo de una escritura rota que es también su forma de diluirse en el desierto, de identificarse radicalmente con él: 

Sí, lo deseo; deseo ser como el desierto.

Santos Domínguez