19 noviembre 2013

Dumas. Los mosqueteros


Alexandre Dumas. 
Los mosqueteros. 
Traducción, introducción y notas 
de Javier La Orden Trimollet. 
Bibliotheca Avrea Cátedra. Madrid, 2013.

"Es fama que la inteligencia natural de Dumas corrió parejas con su ignorancia primera. Nadie duda que supiera leer y escribir: incluso tuvo buena caligrafía; se asegura que en aritmética no pasó de la multiplicación; leyó la Biblia, un tratado de mitología y algunas páginas de la Historia natural de Buffon; con esto, y una habilidad especial para el baile, la esgrima y el tiro, se lanzó a la conquista de París.
Si hemos de creer a Ferdinand Brunetière, la vida de Dumas es «la más divertida de sus obras, y la novela más curiosa que nos ha dejado es la de sus aventuras». Fue copista en la cancillería del duque de Orleáns; devoró con desorden y fervor lo mismo a Esquilo y a Plauto que a Schiller o Molière, y desde luego a Walter Scott; hizo varias fortunas, se arruinó otras tantas y fue perseguido por deudas. Tuvo un palacio y fue amigo de Garibaldi, de Hugo y de Vigny: vez hubo en que estos últimos le arreglaron sus versos. Se cuenta que, oyendo a Victor Hugo leerMarion de Lorme, dijo: «¡Ah, si con mi facilidad para el teatro, supiera yo escribir versos como esos!».

Triunfó en el teatro. Antony alcanzó un éxito solo comparable al del Hernani de Hugo. Hace unas décadas, cuando apenas se podía vivir sin Sartre, todo el mundo había leído Kean. Pero muchos menos recuerdan que la obra de Sartre era una adaptación de otra de Dumas. En ella Sartre ponía en boca del célebre actor romántico Edmund Kean (1787-1833) estas palabras: «Los hombres serios necesitan ilusiones». Dumas, o la necesidad de una ilusión. Claro que luego añadía que un actor «es una imagen de linterna mágica». Un espejismo, puntualizó otro.

Triunfó en el folletín. «Jamás —ha escrito Maurois—, en toda la historia de la literatura francesa, se ha dado un caso de fecundidad comparable a la de Dumas… Sin tregua, novelas de ocho y diez volúmenes aparecen en los diarios y en las librerías». Dumas, o el imperialismo histórico: como su Edmond Dantès, también él fue un cupitor impossibilium."

Son algunos de los párrafos del espléndido texto de solapa -El oso que juega- con el que se presenta el volumen Los mosqueteros (Los tres mosqueteros. Veinte años después) que edita Cátedra en su Bibliotheca Avrea con traducción, introducción y notas de Javier La Orden y con las ilustraciones clásicas de Maurice Leloir y R. de La Nézière.

El ambiente: la Francia de 1625. 

Los personajes: Luis XIII, Richelieu, Treville, Milady de Winter, Rochefort, Ana de Austria, Buckingham. Y cuatro mosqueteros.

La peripecia: los doce herretes de diamantes, el misterio y el secreto, la doblez y la lealtad, la amistad y la traición, las venganzas y el secuestro, las citas a escondidas, tres duelos para una paz provisional firmada con un abrazo.

Veinte años después, en 1648, otro cardenal, Mazarino, Bragelonne, la Fronda, los amigos y los enemigos, la Inglaterra de Cromwell y de Carlos I, el cuarto duelo con Rochefort, la muerte, la separación.

"Nadie - escribía Maurois- ha leído todo Dumas, pero todo el mundo ha leído a Dumas... Si en este momento (se decía en 1850) hay en alguna isla desierta un Robinson Crusoe, seguro que estará leyendo Los tres mosqueteros."


Santos Domínguez

18 noviembre 2013

Los Maia



Eça de Queirós.
Los Maia.
Traducción, prólogo 
y notas de Jorge Gimeno.
Narrativa Clásicos Pre-Textos. Valencia, 2013.

Los Maia es la novela mayor de la literatura portuguesa. Eça de Queirós la publicó en 1888, tras casi diez años de trabajo y cuando ya había acreditado su talento como narrador y su calidad como prosista con El crimen del padre Amaro, El primo Basilio o El mandarín.

Del realismo naturalista al decadentismo de fin de siglo. Así define la trayectoria novelística de Eça de Queirós Jorge Gimeno en el prólogo a su traducción de Los Maia que acaba de reeditar Pre-Textos en uno de los cuidadísimos volúmenes de su colección de clásicos de la narrativa.

Pero más allá de los rótulos, Eça de Queirós es un novelista cuya potencia literaria nunca se sometió a los límites estrechos del naturalismo determinista, que ridiculizó en alguna ocasión, aunque compartió algunos de sus postulados, como el minucioso detallismo descriptivo de los distintos ambientes, el análisis profundo de la psicología compleja de los personajes, la crítica social, la denuncia de la hipocresía de las clases altas o el anticlericalismo.

Los Maia narra la historia de una decadente familia aristocrática que en 1875, cuando comienza la acción, se reduce a solo dos miembros, el abuelo Afonso da Maia, de avanzada vejez, y su nieto Carlos, estudiante de Medicina en Coimbra; pero, como las novelas de la época, es también el retrato de una Lisboa de mármol y basura en la que se rehabilita la casa familiar, Ramalhete, en el barrio de Janelas Verdes. 

Pero Los Maia es mucho más que eso, porque además de crear un inolvidable mundo narrativo, es una novela que se sostiene sobre una excepcional calidad de la prosa. Porque, como destaca Gimeno en su prólogo, “dentro de los esquemas de la narrativa del siglo XIX /.../ no hay mejor calidad de página” que la de esta “novela perfecta de fraseo portentoso.”

Y eso es siempre un reto exigente para el traductor, que ante una prosa de este nivel corre el peligro de no estar a su altura. No es el caso, felizmente, porque la traducción de Jorge Gimeno, que se publicó por primera vez en mayo de 2000, es admirable y ha sabido captar el tono de la novela, su forma interior, y transmitirlo en español.

Santos Domínguez

16 noviembre 2013

Kriller71 ediciones



Dos antologías bilingües –La belleza de las armas, de Robert Bringhurts, y El claroscuro del pingüino, de Mary Jo Bang- son los últimos títulos que se incorporan al catálogo de Kriller 71 Ediciones 

Su colección de poesía, dirigida  con pasión y convencimiento por Aníbal Cristobo y apoyada por un consejo asesor del que forma parte Edgardo Dobry, tiene ya seis volúmenes que revelan la consistencia de un proyecto editorial que aúna calidad y nuevas propuestas que cuestionan el canon o lo amplían, según se mire.

Dos poetas norteamericanos, y antes dos brasileños –Paulo Lemisnki y Arnaldo Antunes- y antes aún, abriendo la colección, dos poetas hispanoamericanos, María Rosa Maldonado y Antonio Cisneros. Poetas de una indiscutible calidad, y sin embargo poco o nada conocidos en España.

Y como en el final está el principio, empecemos por Antonio Cisneros (Perú, 1942), inédito en España hasta que su Como higuera en un campo de golf inauguraba –cuarenta años después de su primera edición-, con su exploración del vacío y la libertad ante el abismo, esta valiente colección. 

En esa primera entrega le acompañaba Atzavara, de María Rosa Maldonado, nacida en Barcelona en 1944, afincada desde niña en Buenos Aires y autora de una obra inusualmente intensa marcada por su mirada oriental y por la precisión verbal de sus potentes imágenes. La concentración y una extrema libertad expresiva conviven en unos textos de los que el lector sale con la sensación de haber accedido a una nueva experiencia en los límites de lo real y de lo poético: 

tres secos golpes de alas (más pájaro que mariposa) dentro del corazón
y luciérnagas
unas pocas y débiles luciérnagas encendiendo y apagando sus 
fanalitos
por la tupida oscuridad de la cabeza
no hay aire -ni dolor- en la cerrada mansión de la durmiente

Paulo Leminski (Curitiba, 1944-1989) es uno de los poetas brasileños más reconocidos de los ochenta y sin embargo su obra no había sido editada en España hasta este año, en que Kriller71 ha publicado Yo iba a ser Homero, una antología poética presentada por un prólogo de Manoel Ricardo de Lima -La poesía-pensamiento de Paulo Leminski-, con selección y traducción de Aníbal Cristobo, que ha reunido muestras abundantes y significativas de Caprichos&Relajos y de los póstumos Distraídos venceremos y La vie en close. 

Como “un Rimbaud brasileño” se definió una vez a este poeta rompedor y muerto prematuro que en uno de los poemas de esta antología, Límites a la deriva, define la poesía como la libertad de mi lenguaje y que dejó escritos versos como estos:

un día de estos quiero ser
un gran poeta inglés
del siglo pasado
decir
oh cielo oh mar oh clan oh destino
luchar en la india en 1866
y desaparecer en un naufragio clandestino

Se emparejaba ese volumen con la edición de la poesía experimental de Arnaldo Antunes (Sao Paulo, 1960) recogida en la antología poética Instanto, en el que se encartaba también el  CD Deslímites. Se reunía así este mismo año una muestra significativa -seleccionada y traducida por Reynaldo Jiménez e Ivana Vollaro- de la obra de este poeta y músico brasileño y del valor creativo de su palabra en libertad.

Más reciente es otra primicia editorial: la primera traducción al español de la poesía del canadiense Robert Bringhurst (Los Angeles, 1946) en La belleza de las armas, la antología bilingüe que ha preparado el propio autor con textos escritos entre 1972 y 1982. Traducidos por Marta del Pozo y Aníbal Cristobo y prologados por Nacho Fernández R., estos poemas descubren al lector el asombroso mundo literario de un poeta, tipógrafo, traductor y ensayista que incorpora a su descarnado y extenso universo literario el conocimiento de diversas tradiciones.

Desde la tradición oral homérica a la bíblica, desde la mediterránea a la oriental, Bringhurst reúne el ímpetu interpretativo de los presocráticos con una lección de botánica en las montañas de Malasia y a Antígona con Heidegger. Esta generosa antología funde canción y parábola, vida y literatura, ciencia y filosofía en la voz personalísima de Bringhurst, como en el comienzo de su Muerte en el agua:

No fue su rostro ni rostro
alguno lo que Narciso vio
en el agua. Fue la ausencia
de rostros allí. Fue la profunda claridad
de ese lago azul al que continuaba
regresando, y que continuaba regresando
a él mientras él se acercaba, avanzando
hacía allí octubre tras octubre,
cada tarde,
huyendo del verano sin salida al mar,
huyendo de los brazos de su voz,
huyendo de sus palabras.

Distinto es el caso de Mary Jo Bang (Missouri, 1946), de quien Bartleby publicó hace tres años Elegía, el libro que escribió a la muerte de su hijo. La antología El claroscuro del pingüino, seleccionada y traducida por Patricio Grinberg y Aníbal Cristobo, ofrece un recorrido por su obra editada hasta la actualidad e incorpora además al comienzo del volumen algunos poemas inéditos de su próximo libro, The Last Two Seconds, que aparecerá el año que viene. 

Prologados por Luna Miguel, los poemas de esta amplia muestra permiten conocer una Mary Jo Bang luminosa y sorprendente, que entre la memoria y la imaginación, entre el erotismo y la mirada a la naturaleza, se aleja del tono elegiaco de su único libro conocido hasta ahora en España.  

Se levanta de la silla, desaparece

de la vista. Nunca cuelgues un revólver en la pared


en el Acto I, a menos que planees

que alguien lo dispare en el último acto. Deja


al niño jugando en el patio de atrás; al perro,

suspirando en el porche; se sube al coche.


Ha estudiado literatura rusa. Ahora,

levanta la cámara hasta sus ojos.

15 noviembre 2013

Ammons. Basura y otros poemas


A. R. Ammons. 
Basura y otros poemas.
Edición bilingüe.
Versiones de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen.
Lumen. Barcelona, 2013.


basura tiene que ser el poema de nuestra época porque la 
basura es lo bastante espiritual y creíble como para

embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio, 
amontonándose, apestando, manchando los arroyos

Así comienza la segunda de las dieciocho secciones de Basura, un largo poema en dísticos que A. R. Ammons (Carolina del Norte, 1926 - Nueva York, 2001) publicó en 1993, aunque había empezado a escribirlo unos años antes, cuando se planteaba retirarse de la vida académica para ensayar las delicias del ocio, / la despreocupación y los modestos caminos vecinales y vivir con moderación, con el ascetismo suficiente para evitar /engordar.

La génesis de Basura la explica así Daniel Aguirre en su prólogo, Basura o la traducción entre el vertedero y el vertido:

Ammons buscaba un tema inagotable en 1987 cuando vio una montaña de desperdicios mientras conducía rumbo al norte por una autopista de Florida. Ammons mecanografió el poema, veloz e improvisadamente, en un rollo de papel para calculadora y luego partió el papel en dieciocho secciones de aproximadamente un pie de longitud. 
Semejante materia requería una forma flexible donde cupiera volcar la lengua en un persistente proceso de deformación: una forma dialéctica capaz de plasmar el incesante transcurrir entre lo concreto y lo abstracto, orgánico y lo inorgánico, lo hecho y lo deshecho, lo aprovechable y lo desechable, lo sublime y lo vil, la vida y la muerte. 

Con esa base se desarrolla este soliloquio poético en el que se suceden las reflexiones autobiográficas, la conciencia del tiempo y las alusiones a la realidad exterior: desde las cualidades proteínicas de los brotes de soja hasta los árboles, los talleres de escritura, los animales del jardín o ese buldózer que Ammons vio en un vertedero de Florida y desencadenó la escritura de un libro que, como sus Collected Poems veinte años antes, mereció el National Book Award.

Y en ese lugar intermedio donde se cruzan la mirada del poeta y el mundo tóxico se genera este poema sobre el residuo, sobre la materia pringosa que se convierte en imagen –metáfora y metonimia a un tiempo- del mundo y de la poesía, que es el resultado de un acarreo de materiales  muertos que se revitalizan en el texto para dar lugar a una reflexión sobre la vida y la escritura, sobre el proceso creativo.

Como en el vertedero de Florida, Ammons acumula en el texto materiales muy diversos y múltiples registros y tonos para expresarlos, desde las expresiones coloquiales y hasta groseras hasta las citas literarias encubiertas o los tecnicismos que se vierten en la página para que la voz del poeta nos devuelva reciclados esos residuos, convertidos en materia viva de la poesía, un vertedero donde siempre / cabrá crear espacio por compactación.

Por eso Basura está dedicado a bacterias, escarabajos peloteros, carroñeros, forjadores de palabras: los transfiguradores, restauradores.

Poco conocido en España, salvo por una traducción universitaria que publicó en Córdoba la editorial Plurabelle hace diez años y que ha circulado poco, el volumen que publica Lumen contiene la edición bilingüe de Basura, con traducción y prólogo de Daniel Aguirre, y una amplia selección de los Collected Poems, de la que se ha encargado Marcelo Cohen, que ha escrito también el epílogo Una constancia en el cambio.

De esa selección de los Collected Poems es este espléndido Entonces dije soy Esdras

Entonces dije soy Esdras
y el viento me azotó la garganta
animando los sonidos de mi voz
Escuché cómo el viento 
subía de mi cabeza hacia la noche 
Volviéndome al mar dije
             Soy Esdras
pero las olas no devolvieron el eco 
Las palabras se consumían
en la voz de la espuma 
o saltando sobre el oleaje 
se perdían mar adentro
Por los campos blanqueados y ruinosos 
moví los pies y dando la espalda al viento
que arrancaba cortinas de arena
de la playa y como nieblas
la arrojaba entre las dunas 
oscilé como si el viento me alejara 
y dije
            Soy Esdras
Así como una palabra demasiado repetida 
se despega del ser 
yo Esdras salí a la noche 
como una racha de arena 
y me zambullí en las avenas encrespadas 
que aferran las dunas 
de mares no recordados


Santos Domínguez

14 noviembre 2013

Proust. El almuerzo en la hierba


Marcel Proust.
El almuerzo en la hierba. 
Edición de Jaime Fernández.
Traducción de 
María Teresa Gallego y Amaya García.
Hermida Editores. Madrid, 2013.

Tal día como hoy, el 14 de noviembre de 1913, hace exactamente un siglo, Marcel Proust publicaba, a sus expensas tras una serie de lamentables rechazos editoriales, Du côté de Swann, el primero de los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido.

Para celebrar el centenario de ese ciclo novelístico fundamental en el siglo XX, Hermida Editores publica El almuerzo en la hierba, una selección de pensamientos extraídos de los siete títulos de la serie. La ha preparado Jaime Fernández, que para presentar su edición ha escrito un prólogo extenso, intenso y profundo en el que analiza el pensamiento de Proust y su reflejo en estas novelas.

Traducidos por María Teresa Gallego y Amaya García, que han realizado un trabajo admirable, esos textos los puso Proust en la voz de un narrador que, explica el prologuista, “sólo en las últimas páginas de la obra, sentenciado por la enfermedad, se aleja de la vida mundana para escribir la obra aplazada durante los años de experiencia vital que, justamente ahora, en su retiro, se propone volcar en el papel (...) a fin de poder revivirla cuando se difumine en el curso del tiempo.”

Desde ese punto de vista, Jaime Fernández define brillantemente el ciclo A la recherche como “un arca de Noé contra la muerte”, y su planteamiento como el de un arte redentor en el que su autor convoca con un ejercicio de sensibilidad e inteligencia la fuerza de la memoria involuntaria para hablar de los “faros giratorios de los celos”, del pensamiento y el sentimiento sobre el sueño y las relaciones sociales, sobre la apariencia y la realidad, la imaginación y el tiempo, el amor y la soledad, la homosexualidad y la creación artística, la enfermedad y la muerte.

Esas son las líneas de fuerza que atraviesan la serie y la sostienen como columnas vertebrales del mundo complejo y prodigioso que creó Proust como uno de los monumentos literarios más memorables de la historia de la literatura.

Obra esencial en la literatura contemporánea, Proust dejó en ella el relato de su vocación literaria y reinventó su vida en una autobiografía ficticia a través de la evocación de lugares y sensaciones, de la crónica social de doscientos personajes en los ambientes refinados de comienzos del siglo XX.

La densidad de una novela que indaga en la densidad del recuerdo a través de la memoria involuntaria y de un tiempo interior y subjetivo cuya lentitud desorientó a André Gide, que emitió un informe negativo para Gallimard en el que mostraba su rechazo a que Proust empleara treinta páginas minuciosas para evocar las vueltas que da en la cama el narrador desvelado.

En sus miles de páginas, el eje es el tiempo perdido, pero sobre todo la experiencia de búsqueda, el tiempo recobrado en un entramado circular, la salvación a través del arte, porque el pasado forma parte del presente y, para recuperarlo a través del arte, Proust recurre a un pintor, a un novelista y a un músico.

Porque la verdadera vida, la única vida vivida con intensidad es la literatura, concluye en El tiempo recobrado, en el que vuelve un pasado que se desdobla en un presente que superpone la realidad y la ficción en la memoria del narrador protagonista envejecido, confundido él también con su autor. Así se cierra un círculo temporal que regresa al punto de partida de la serie, al momento narrativo en que confluyen el tiempo del narrador y el tiempo narrado.

El descubrimiento del mundo, el despertar sexual, los celos y la muerte, la aristocracia de los Guermantes, la homosexualidad, el refinamiento y la melancolía en París y en Combray, las ilusiones perdidas y la decadencia irreversible de un mundo que muere, reflejada a través del snob Swann y el barón de Charlus, de Odette y Albertine. Un pasado en el que la memoria superpone ficción y realidad, igual que se superponen lo consciente y lo subconsciente, la voz del narrador y la del autor y los tiempos distintos en los que viven.

Amor, tiempo y deseo al fondo, al otro lado de la habitación forrada de corcho en la que escribía Proust, con una insuperable capacidad estilística para crear atmósferas y monólogos interiores de una lentísima elegancia en los que se refleja una languidez espiritual que inunda su estilo,

Entrar en este mundo de experiencias, reflexiones e imaginación creadora es más fácil con este libro de ruta que orientará al nuevo lector en el universo mental proustiano y refrescará la memoria e incitará a la relectura de los lectores que ya hayan entrado en este ciclo novelístico. 

Un ciclo irrepetible en su manera de relacionar el arte y la vida, el presente y el pasado a través de la memoria de un narrador que, como señala Jaime Fernández en su prólogo, “se retira del mundo para traducirlo, no retratarlo, en un libro.”

Santos Domínguez

13 noviembre 2013

Javier Marías. Ciclo de Oxford



Javier Marías.
Ciclo de Oxford.
Todas las almas.
Negra espalda del tiempo. 
Tu rostro mañana.
Las huellas dispersas.
Prólogos de Elide Pittarello e Inés Blanca.
Debolsillo. Barcelona, 2013.


En Oxford, ciudad fuera del tiempo y del espacio, transcurren tres de las obras fundamentales de Javier Marías: Todas las almas, Negra espalda del tiempo y Tu rostro mañana, que Debolsillo ha reunido con el título Ciclo de Oxford en un magnífico y asequible estuche que se completa con Las huellas dispersas, una recopilación de textos sobre ese conjunto narrativo, uno de los más ambiciosos y brillantes de la novela española contemporánea.

Yo he caminado interminablemente por la ciudad de Oxford - escribe el narrador de Todas las almas- y conozco casi todos sus rincones y también sus confines de nombres esdrújulos: Headington, Kidlington, Wolvercote, Littlemore (Abingdon, Cuddesdon, ya más lejos) /.../  Todos los que viven allí están perturbados o son unos perturbados. Pues no están en el mundo, y eso ya es bastante para que, cuando salen a él (por ejemplo a Londres), les falte el aire, los oídos les zumben, pierdan el sentido del equilibrio, den traspiés y tengan que volver apresuradamente a la ciudad que los posibilita y guarda: allí ni siquiera están en el tiempo [...] Habiendo estado siempre en el mundo (habiendo pasado mi vida en el mundo), me veía de pronto fuera del mundo, como si me hubiera trasladado a otro elemento, el agua.

Si Todas las almas y Tu rostro mañana mantienen vínculos evidentes como el narrador en primera persona –Jacobo– (o Jaime, Jacques o Jack)  Deza- y el escenario inglés, el pasado, el peso del secreto, y una raíz común en la estancia de Marías como profesor en Oxford entre 1983 y 1985, la relación entre Todas las almas y Negra espalda del tiempo es la que se establece entre la causa y el efecto, porque la segunda es una consecuencia de la primera, una reflexión y una mirada hacia atrás para ajustar cuentas con la literatura y con la vida.

Porque la “ambigua escritura del límite” de la que habla Elide Pittarello en el prólogo de Todas las almas da lugar a una deslumbrante mezcla de autobiografía y fabulación que desorientó a muchos lectores y a no pocos críticos propensos a desnortarse ante un texto memorable en la que ficción y realidad se confunden hasta el punto de que algunos personajes reales –como el escritor John Gawsworth, rey de Redonda- parecen inventados, y otros ficticios –como Clare Bayes- parecen reales.

Y la necesidad de contestar a esa ambigüedad es el motor que pone en marcha la escritura de Negra espalda del tiempo, su libro más ambicioso y arriesgado, mejor acogido por los lectores que por una crítica en estado crítico. En él se reflexiona sobre Todas las almas y sobre la voz narrativa de Deza, que en Tu rostro mañana se ha convertido, como explicó Pozuelo Yvancos, en “una voz en el tiempo” que habla de unas vidas sin tiempo.

Entre un excelente prólogo de Elide Pittarello, que analiza con lucidez la obra, y un oportuno apéndice que reproduce el discurso de ingreso en la Academia de la Lengua de Javier Marías –Sobre la dificultad de contar- y la contestación de Francisco Rico, Tu rostro mañana es un formidable monumento narrativo, seguramente la novela más completa y ambiciosa del mejor novelista español vivo. 

Jacques o Jaime o Jacobo Deza, el narrador y protagonista que viene de Todas las almas y vertebra el diseño de Tu rostro mañana, es un intérprete de rostros, un personaje que se convierte cada vez más en un traductor de vidas. Ese es su trabajo prospectivo en el grupo dependiente del MI6 británico: prever lo que la gente hará en el futuro, conocer hoy cómo serán sus rostros mañana; saber cómo somos pero, sobre todo, cómo seremos. 

Con la benéfica sombra de Shakespeare planeando sobre el conjunto de la obra (Tu rostro mañana es la traducción literal de una cita de la Segunda parte de Enrique IV), la traición, la doblez, la ambigüedad y la violencia se acaban revelando como el verdadero rostro de los demás. 

Organizada en siete partes -Fiebre, Lanza, Baile, Sueño, Veneno, Sombra y Adiós- en Tu rostro mañana el narrador nos ha ido contando todo eso a lo largo de un proyecto al que Marías dedicó casi nueve años en los que llevó a cabo la idea de que contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento.

La edición del Ciclo de Oxford se completa con un espléndido volumen -Las huellas dispersas, preparado por Inés Blanca- en el que se hace una selección de cincuenta y seis textos de diversa índole que tienen como rasgo común su relación con este ciclo narrativo. Una recopilación de los artículos que Javier Marías dedicó a los temas, los personajes y los ambientes relacionados con las tres novelas de Oxford.

Tras unos textos imprescindibles de reflexión sobre la escritura y el proceso de elaboración de estas novelas, se añaden tres apéndices: uno sobre la recepción crítica de Negra espalda del tiempo, otro sobre el Reino de Redonda y un tercero que recupera dos entrevistas recientes -El arte de la ficción (París Review, 2006) y Los rostros y el tiempo (Letras Libres, 2011)- en las que la palabra de Javier Marías ilumina su mundo narrativo.

Cuidadosamente editado, con prólogos ejemplares de Elide Pittarello –especialmente interesante el análisis que abre Tu rostro mañana- y de Inés Blanca, este Ciclo de Oxford es una nueva invitación a visitar o a revisar uno de los universos literarios más ricos y complejos de la narrativa europea de estas últimas décadas.

Santos Domínguez

12 noviembre 2013

Dickens. Paseos nocturnos

Charles Dickens.
Paseos nocturnos. 
Traducción de José Méndez Herrera.
Taurus. Madrid, 2013.

Durante varias noches de un frío y lluvioso mes de marzo, Charles Dickens se levantaba a poco de acostarse y desde la media noche hasta la salida del sol –eso en Londres es un decir- a las cinco y media, caminaba por la noche londinense en la que paseaba su sombra sin sueño a lo largo del Támesis, de sus puentes y de las callejuelas adyacentes.

De esa manera combatía el insomnio y completaba su educación sentimental con la experiencia de un sin techo por afición y con un profundo conocimiento directo de la noche y de los personajes que la pueblan. 

Con esa experiencia intensa en sus noches desveladas escribió Dickens los Paseos nocturnos, uno de los ocho estupendos textos breves que reúne Taurus en esa antología universal del talento que es la colección Great Ideas.

Textos deambulatorios en los que un Dickens en plenitud recorre los barrios londinenses -de Tottenham a Whitechapel, de Hackney a Brixton-  en un itinerario geográfico, moral y social por los ambientes de los que se nutrirían sus novelas, repletas de personajes que en varios casos tienen aquí su primer esbozo.

El arsenal de Chatham, El asilo de Wapping o Los despachos de apuestas son algunos de esos textos que aparecieron en semanarios como La palabra del hogar o se agruparon en series como Un viajante, y no de comercio. 

Pensados para un público amplio y variado en edades y en mentalidad, en sus gustos y en su formación intelectual, circula por ellos la maestría del novelista con su característica mezcla de la risa y la lágrima, del ingenio y la compasión. 

Con la brillante agilidad en las descripciones y la precisión narrativa del mejor Dickens, hay en estos textos un análisis del ambiente social que rodeaba al autor y a sus lectores. Un análisis en el que su mirada compasiva elude la crudeza en la presentación de una realidad dura, evita la aspereza de la prosa y manifiesta una fe incansable en el hombre y en el progreso social.

Santos Domínguez

11 noviembre 2013

El Renacimiento del siglo XII


Charles Homer Haskins.
El Renacimiento del siglo XII.
Traducción, prólogo y notas 
de Claudia Casanova.
Ático de los Libros. Barcelona, 2013.


El gótico como arte de la ciudad, la recuperación de la tradición clásica a través de las traducciones del árabe, el griego y el latín, la fundación de los estudios generales y las escuelas urbanas, la revitalización de la filosofía, la expansión de la literatura escrita, el amor cortés y el nacimiento de la novela, el comercio y el desarrollo de los burgos, el canto gregoriano o la ruptura de los vínculos feudales son fenómenos que por separado hubieran tenido una enorme importancia.

Pero si se tiene en cuenta que se produjeron simultáneamente  se entenderá que fueron decisivos en la configuración de una nueva época, la Baja Edad Media, que fue poniendo las bases de la eclosión renacentista.

Y es que aunque es de sentido común, a veces se olvida que la historia es un proceso en el que no hay saltos bruscos, por lo que las etapas culturales son una convención para hacer manejable la historia de la civilización y no surgen de la noche a la mañana como las setas, sino que son el resultado de una larga gestación en la que conviven lo viejo y lo nuevo.

A ese planteamiento responde El Renacimiento del siglo XII, un clásico de la historiografía medieval que Charles Homer Haskins, catedrático en Harvard, escribió en 1927 y que se publica ahora por primera vez en español de la mano de Ático de los Libros con traducción, prólogo y notas de Claudia Casanova.

Una exposición en doce capítulos, tan bien documentados como bien escritos, que ponen en primer plano un conjunto de hechos que dibujan un pujante panorama cultural: los centros intelectuales, el aumento de los manuscritos y las bibliotecas, el rescate del Derecho romano y de los clásicos latinos -Virgilio y Ovidio sobre todo, el interés creciente por la filosofía –Platón y Aristóteles- y la ciencia –Hipócrates y Galeno-, el nacimiento de las primeras universidades que sustituyen a las instituciones monásticas como centros intelectuales, las crónicas históricas y las traducciones del griego y de los árabes Avicena y Averroes desde un Toledo que se convierte por entonces en un eslabón fundamental entre la cristiandad y la civilización árabe. 

De Toledo a París, de Chartres a Salerno, de Oxford a Bolonia, arte y sociedad, economía y cultura, literatura y filosofía, enseñanza y derecho, en un espléndido panorama global que ha convertido a este libro en un clásico imprescindible de los estudios medievales que muestra una Edad Media menos oscura y estática y un Renacimiento menos repentino y brillante de lo que una vez supusimos.

Lo más discutible del libro, cuya traducción llena felizmente una laguna inexplicable en la bibliografía en español, es el título, porque hablar del Renacimiento en el siglo XII puede servir para dar una idea de lo que ocurrió entonces, pero es tan inexacto y tan anacrónico como aludir al romanticismo en Shakespeare o al expresionismo en los goliardos.

Santos Domínguez

08 noviembre 2013

Mahmud Darwix. La huella de la mariposa


Mahmud Darwix.
La huella de la mariposa.
Traducción de Luz Gómez García.
Pre-Textos. Valencia, 2013.


Si me dijeran: Esta tarde será tu última tarde,
¿qué vas a hacer el tiempo que te queda?
―Miraré el reloj,
me beberé un zumo,
morderé una manzana
y me eternizaré mirando a una hormiga
que ha encontrado sustento...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a afeitarme
y a meterme en la bañera / Murmuraré:
«Para escribir, hay que estar presentable,
algo azul, por ejemplo...»
Me sentaré hasta mediodía, aún vivo:
las palabras carecen de color,
blanco, blanco, blanco...

Me haré la comida por última vez,
llenaré dos copas de vino,
no sea que venga alguien.
Echaré un sueño entre dos sueños
y me despertarán mis ronquidos...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a leer algo.
Leeré un poco de Dante y la mitad de una vieja casida,
y veré cómo la vida se va
con los demás, y no me preguntaré quién
va a llenar su vacío.
―¿Eso es?
―Eso es.
―¿Y luego?
―Me peinaré,
tiraré el poema, este poema,
a la papelera,
me pondré la camisa italiana más nueva
y me despediré de mí mismo
con violines de España.
Luego,
me iré andando
al cementerio.


Este poema, Lo que queda de vida,  es uno de los más significativos e intensos del último libro de  Mahmud Darwix, La huella de la mariposa. Se publicó en Beirut en 2008, el año de la muerte del poeta palestino y ahora Pre-Textos lo edita en España en edición bilingüe con una estupenda traducción de Luz Gómez García, que lleva años dando a conocer en esta misma editorial la poesía de este autor. De hecho, fue Premio Nacional de Traducción por su versión de otro libro de Darwix, el más leído y traducido de los poetas árabes contemporáneos, En presencia de la ausencia (Pre-Textos, 2011).

Diario (verano 2006-verano 2007) es el subtítulo bajo el que se reúne un centenar de textos variados en técnica, en tono, en temática y en lenguaje. Entre el verso y el poema en prosa, entre la protesta por las condiciones de vida de su pueblo y el tono confidencial, se suceden el apunte impresionista del paisaje,  el recorrido por ciudades como Rabat, Beirut o Córdoba donde aspira a captar el momento huidizo de la luz, el gueto o la denuncia de los asesinatos masivos en el norte de Gaza por parte del ejército israelí, como en Rutina, que termina así:

Las criaturas, si se despiertan con vida, siguen siendo capaces de decir: Buenos días. Y se van a su quehacer diario: el funeral por los caídos. No saben si volverán sanos y salvos a las casas que quedan, cercadas por buldózers, tanques y cipreses partidos. La vida es tan poca cosa que no parece sino el borrador de un deseo inconfesable: disfrutar de la seguridad de la cueva en igualdad de condiciones que el chacal. Pero además se nos exige una ardua tarea: que hagamos de intermediarios entre Dios y el demonio, para que pacten una corta tregua que nos permita enterrar a los nuestros.

Entre poemas que dejan el testimonio del exiliado o evocan el recuerdo del paisaje y de la niñez, surge de repente el tono intimista en los poemas de carácter amoroso y en aquellos otros donde se presiente la muerte. Y, como en Una sola palabra, es frecuente también en este libro de Darwix la reflexión sobre la poesía:

El susurro de la palabra en lo invisible es la música del significado, que se renueva en cada poema: quien lo lee, de tan secreto como es, cree haberlo escrito.

Una sola palabra, una única palabra, que brilla como un diamante o una luciérnaga en la noche de las especies, es lo que hace de la prosa poesía.

Una palabra corriente dicha atolondradamente en una esquina o en el mercado, es la que hace posible el poema.

Una frase desangelada, sin metro ni ritmo, puede, si un buen poeta le busca acomodo, ayudarle a fijar el ritmo, y le alumbra el camino del significado en la noche cerrada de las palabras.

Santos Domínguez

07 noviembre 2013

Rimbaud. Illuminations


Arthur Rimbaud.
Illuminations
(Painted Plates). 
Edición, traducción y notas 
de Xoán Abeleira.
Bartleby Editores. Madrid, 2013.

Ochenta apretadas páginas de notas de Xoán Abeleira iluminan su traducción de Illuminations (Painted Plates), de Arthur Rimbaud, que acaba de publicar en una cuidada edición bilingüe Bartleby Editores.

Una versión que incorpora las últimas aportaciones y descubrimientos textuales sobre un libro deslumbrante y visionario, decisivo en la construcción de la poesía contemporánea, y que recoge en su bibliografía algunas de las páginas  de internet dedicadas a la figura y la obra de Rimbaud.

Edmund White, uno de los mejores conocedores del mundo poético de Rimbaud, lo definió como el poeta más experimental de su época, como el poeta que sigue eludiéndonos, el que corre por delante de nosotros, justo fuera de nuestro alcance, con sus “suelas al viento.”

Ese mundo poético, destructivo y renovador, llegaba a la plenitud literaria en las Iluminaciones, su libro más radical y hermético, pero también el que abría nuevas vías expresivas, miraba de una manera inédita la realidad e inauguraba una tonalidad lírica desconocida hasta entonces: 

En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y ruboriza.
Hay un reloj que no suena.
Hay una hoyada pantanosa con un nido de bichos blancos.
Hay una catedral descendente y un lago ascendente.
Hay un pequeño carruaje abandonado en el soto, o bien bajando a todo correr por el sendero, adornado con cintas.
Hay una compañía de comiquillos de la legua, vestidos para la actuación, divisados en el camino por entre la linde del bosque.
Hay, en fin, cuando tenéis hambre y sed, alguien que os echa de allí..

Publicados por primera vez en una revista en 1886, la peripecia textual de los manuscritos autógrafos de este conjunto es laberíntica, aunque las últimas investigaciones críticas han fijado casi por completo lo que se podría llamar ya una edición definitiva de las Illuminations, que recuperan el subtítulo en inglés (Painted Plates) que planeó el propio Rimbaud.

Esta edición pone en primer plano el misterio de sus imágenes opacas y poderosas y asume un principio elemental de la poesía contemporánea que la crítica filológica se resiste a aceptar desde Mallarmé hasta hoy mismo: que el poema crea su propia realidad con una trama tejida con palabras e imágenes, con palabras y sonidos, no con ideas ni con contenidos narrativos que son más propios de otros géneros.

Porque desde el Simbolismo a las vanguardias históricas y el  Superrealismo la poesía contemporánea se propone como objetivo la iluminación de la realidad bajo una nueva luz que está más cerca de lo visionario y de la alucinación que de la razón:

Y la Reina, la Hechicera que aviva las brasas de su puchero, jamás querrá contarnos lo que ella sabe y nosotros ignoramos.

De este libro decía su primer editor que estaba al margen de cualquier literatura e incluso es superior a cualquier literatura. Aunque entonces no podía saberlo, esa era una forma de decir que con esa obra se estaba fundando una nueva literatura.

Santos Domínguez

06 noviembre 2013

Verdaderas historias extraordinarias


Adolfo García Ortega.
Verdaderas historias extraordinarias.
Cuentos reunidos.
Biblioteca Breve Seix Barral. Barcelona, 2013.

En un laberinto de calles, W acaba dando con un letrero que pone “LIBROS USADOS”. Más adelante, siguiendo la flecha, ve otro letrero que pone “LIBROS EN BUEN ESTADO”, y más aún otro con una flecha señalando la palabra “LIBROS”. Es un piso bajo, al fondo de un patio de luces interior. Entra y hay una mujer de unos cuarenta años con un liviano vestido con tirantes que enseguida le resulta a W muy atractiva. En cierto modo es un rostro que siempre le ha excitado. El rostro suele ser el motor de su deseo, más que otras partes del cuerpo de las mujeres, cuando las conoce. El de esta mujer es un rostro familiarmente cercano al de otras mujeres que W ha conocido y ha amado. No puede sustraerse al modo cómo ella lo mira; interpreta en ella también una mirada de deseo, quizá más clara aún que la suya. 

Así comienza La mujer de Sorrento, el cuento de Adolfo García Ortega que da nombre también al conjunto inédito de catorce relatos que publica, junto con los ya conocidos Privado paraíso (1988) y La ruta de Waterloo (2008), en Verdaderas historias extraordinarias. Cuentos reunidos, que edita Seix Barral.

Esa reunión de toda la narrativa breve de García Ortega permite comprobar no solo la pericia con la que están elaborados esos relatos, sino también el aire de familia que tienen estos textos de un narrador que ha creado un mundo propio.

Un mundo propio que se percibe con manifiesta coherencia en este conjunto de treinta y nueve cuentos organizados originariamente en tres títulos que se iniciaron con aquel Privado paraíso que en 1988 mostraba una brillante hibridación de ensayo y relato en torno a la literatura, las ciudades y la memoria del lector: Flaubert y Nietzsche, Toulouse y Weimar, Cadalso y Montaigne, Florencia y París habitan esos textos en los que un Pavese suicida en un hotelucho de Turín convive con el cuerpo sin cuerpo de Cernuda en el invierno de Mount Holyoke mientras Salinger pone el punto final a un cuento memorable.

Y antes de llegar al magnífico La curiosa circunstancia de un taxidermista recorremos las calles por las que discurrieron los últimos días de Larra en Madrid y olemos el alcohol literario que empapó la vida y la obra de escritores como Rubén Darío, Omar Jayyam, Villon, Poe, Baudelaire, Joyce, Hemingway, Dylan Thomas o Malcolm Lowry.

En un terreno de indefinida frontera entre la realidad y el sueño, entre lo real y lo irreal, se mueven los nueve relatos de La ruta de Waterloo, en los que la ficción se convierte en el cauce de evasión de las frustraciones de la vida. 

Vida y literatura: La Cartuja de Parma en manos de un aviador obsesionado con el libro y con la batalla, el azar que trastorna la rutina, el fracaso de las ilusiones y el viaje de vuelta, un cocinero o un director de cine, el intenso párrafo inolvidable en el que el narrador ve cómo asesinan a su padre en el portal, las existencias desorientadas o triviales que se cruzan en Vidas, mitad de trayecto.

Es evidente el parentesco de ese relato, uno de los mejores del volumen, con Soy multitud, uno de los que integran La mujer de Sorrento, la colección hasta ahora inédita de la que forman parte los excelentes La conferencia o La música de los planetas, la penetrante mirada femenina de Cosas que sé de las mujeres cuando pienso en los hombres, la pareja de terroristas de Los héroes, una venganza de mujer en La venganza o la violencia racista ante el inmigrante en el intenso y duro Evítame, por favor.

Y en todos los cuentos reunidos en este volumen, un rasgo narrativo común, heredero de Poe, de Onetti o de Cortázar, el propósito de Adolfo García Ortega de trazar el borroso perfil de un mundo extraño, de “mostrar un rasgo extraordinario de un universo ordinario.”

Santos Domínguez

05 noviembre 2013

Almanaque de asombros



Ángel Olgoso.
Claudio Sánchez Viveros.
Almanaque de asombros.
Ediciones Traspiés. Granada, 2013.

Florilegio de rarezas y selva de prodigios, inventario erudito de maravillas y gavilla de hechos peregrinos y curiosos.

Todo eso es Almanaque de asombros, un relato que Ángel Olgoso publicó en 1994 y que recupera Ediciones Traspiés en una bellísima edición exenta ilustrada por Claudio Sánchez Viveros.

Una demostración de virtuosismo del admirable narrador que es Ángel Olgoso, que transcribe –con el viejo y eficaz recurso del manuscrito hallado- los textos inéditos de su antepasado renacentista Bautista Fulgoso, cuyos manuscritos, cuenta su descendiente en el prólogo, nutrieron de invenciones la Silva de varia lección de Pero Mexía y aportaron materiales narrativos al Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada.

De aquel infolio rescatado solo permanecían legibles trece de sus cincuenta hojas frágiles maltratadas por el tiempo. Con ellas y con las ilustraciones de línea clara de Claudio Sánchez Viveros, este Almanaque de asombros propone un diálogo múltiple entre la palabra y la imagen, entre el pasado y el presente, entre la fantasía y la realidad.

A través de diez relatos en los que no faltan el humor y la parodia se reconstruye una suerte de prehistoria de la literatura fantástica en una época en la que la ciencia no había delimitado aún el límite de la magia y la física, de la realidad y el sueño, de lo natural y lo sobrenatural.

Y así, el filósofo natural Fulgoso hace quinientos años describe, con verosimilitud creíble y con fundamento textual en los sabios antiguos, un asombroso mundo de prodigios en donde un sapo se alimenta de piedras y un cirujano sanador sutura sombras a las que repara las costuras; donde se comercia con el elixir de la inmortalidad y se localiza la boca del infierno cerca de Carrión; donde hay un pez mujer, sirena inversa, que vara en la orilla del mar de Albuñol herida de una pedrada infantil y el demonio penetra por las bocas abiertas de los durmientes; donde hay montañesas leves y volátiles y se indaga en las características sutiles del miembro de los ángeles; y hay calaveras que chillan y protestan de las mudanzas de osarios; donde se encuentran los antecedentes de la viagra que permiten doce encuentros por noche, uno por cada lombriz ingerida y se revela el secreto del santo sepulcro en donde entierran a una puta galiciana.

Un retablo de maravillas sin trampa ni cartón, hecho de verdades y asombros que viven en la buena literatura y la potente voz narrativa, aun impostada en la transcripción, de Ángel Olgoso y en su excelente prosa.

Santos Domínguez

04 noviembre 2013

El reinado de Witiza


Francisco García Pavón.
El reinado de Witiza.
Prólogo de Raúl Guerra Garrido.
Literatura Rey Lear. Madrid, 2013.

Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza, se leía en la prosa retórica de los viejos manuales de Historia de Bachillerato. Lo recuerda don Lotario, el ayudante de Plinio, en El reinado de Witiza, la novela de García Pavón que acaba de publicar Rey Lear con un prólogo –Oscuro y tomelloso se presentaba el reinado de Witiza- de Raúl Guerra Garrido, que habla de esta obra como "una lectura sostenida y placentera."

Se publicó en 1968 y no era la primera obra que tenía como protagonista al irrepetible jefe de la guardia municipal de Tomelloso, de ahí el subtítulo Un nuevo caso de Plinio, que orientaba al lector sobre el peculiar detective que es su protagonista, al que se refería así García Pavón en la Breve noticia de Plinio que escribió como prólogo de algunas de sus historias:

Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.

Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi «detective» podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio, e intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las «Cuestas del hermano Diego», que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo «carreterín» se encuentran.

Vázquez Montalbán despachó estas narraciones con tanta displicencia como injusticia como un mero "estudio de costumbres en un pueblo de la Mancha" y les negó la condición de novelas policiacas. Se equivocaba, probablemente: ningún lector podrá echar de menos ninguno de los componentes ni de los engranajes de la narración de detectives en estos textos que tienen una dignidad estilística y técnica que nunca desmerece de la buena literatura.

Manuel González, Plinio, confuso a veces, perplejo otras; modesto y desanimado siempre, actúa con sentido común, con inteligencia práctica y con un sexto sentido, la intuición, con sus famosos y esclarecedores pálpitos.

Más Sancho que Watson, le acompaña don Lotario, que aporta una ayuda eficiente para desentrañar los móviles de los asesinatos, las claves psicológicas o morales del asesino, la importancia del ambiente en esa explicación de un secreto que es siempre la narración policiaca.

No era nuevo el peculiar personaje, con el que ya se habían familiarizado bastantes lectores. Lo que sí constituía una novedad era la extensión –esta es la primera novela larga de una serie que hasta entonces había dado lugar a cuentos y novelas cortas- y su ambientación en un Tomelloso contemporáneo del texto, en los años sesenta, cuando ha llegado la televisión y circulan por las llanuras manchegas Seiscientos como el de don Lotario. En esa misma línea vendrían inmediatamente después El rapto de las Sabinas y Las hermanas coloradas, que completan la trilogía novelística esencial del ciclo.

En ese mundo rural la rutina cotidiana queda alterada por situaciones que introducen el desorden del mal: crímenes rurales, oscuros y primitivos como los de algunas novelas provinciales de Simenon o Camilleri, cuyas claves tiene que reconstruir el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso. Si Rafael Reig decía que Galdós era Dashiell Hammett en versión Chamberí, de García Pavón puede decirse que con Plinio pone a Maigret en Tomelloso, a Montalbano en la llanura manchega.

Como en toda novela policiaca, en el principio era un muerto. Pero aquí el cadáver es un muerto anónimo y desubicado que ocupa el nicho que Antonio el Faraón, corredor de vinos, tiene reservado a su suegra en el cementerio municipal. 

A partir de ahí, Plinio inicia una investigación para determinar quién y por qué ha dejado en un cajón de mercancías un cadáver que se parece mucho a los retratos de Witiza.

Frente a Sherlock Holmes, Manuel González, Plinio, actúa con prudencia y astucia, con intuición y sentido común más que con brillantez deductiva, fuma caldo de gallina en vez de tabaco de pipa, y recurre al café con churros en vez de a la heroína y la cocaína.

Y al fondo siempre, una cuidadosa descripción de ambientes, una crítica social cubierta de sutileza cervantina, un muy eficiente manejo del diálogo y una exigencia estilística que le da altura literaria a un género tradicionalmente despreciado, por el descuido con el que se ha trabajado por lo común.

De ahí que en El reinado de Witiza, posiblemente su mejor novela, además de la bien trabada intriga y del trazado profundo de los personajes, brille otra vez la habilidad, el sentido del ritmo y el buen oído de García Pavón en la construcción de los diálogos agilísimos o destellos de virtuosismo en fragmentos de prosa espléndida como este:

Y a la izquierda del Casino, la iglesia. Plomo sobre piedra, torre chata y hechuras sin gracia, donde fueron bautizados cinco siglos de tomelloseros. Suspiradero de beatas, alivio de afligidos, oficina de funerales, catálogo de purpurinas y amenes.

Santos Domínguez

01 noviembre 2013

Antología Cátedra de Poesía de las Letras Universales


Antología Cátedra 
de Poesía de las Letras Universales.
Edición de José Francisco Ruiz Casanova.
30 años Letras Universales. Cátedra. Madrid, 2013.

Una de las colecciones de referencia en el panorama de la edición en español, Letras Universales Cátedra, cumple treinta años de feliz existencia.

Y para celebrarlos reedita en un formato más amplio y más legible algunos de sus títulos emblemáticos: Crimen y castigo, Werther, Mme. Bovary, Las flores del mal en la espléndida edición bilingüe –sin duda la mejor en nuestro ámbito- de Alain Verjat y Luis Martínez de Merlo, o La transformación y otros relatos de Kafka en una nueva y muy reciente –es de 2011- traducción de La metamorfosis y del resto de relatos breves que Kafka publicó en vida, en un volumen presentado por una amplia introducción de Ángeles Camargo y Bernd Kretzsmar.

Pero la joya fundacional de esta colección conmemorativa es la magnífica Antología Cátedra de Poesía de las Letras Universales, preparada por José Francisco Ruiz Casanova.

Presentadas con una honda reflexión del editor sobre la naturaleza de la poesía y su condición de “ensayo de explicación del mundo” y como “lenguaje inexpresable del yo”, sus más de mil páginas reúnen una muestra representativa de la poesía universal desde Homero a Eliot, pasando por Wang Wei, Virgilio, Petrarca, Hölderlin, Rimbaud o Rilke.

Un más que recomendable y espectacular panorama organizado por lenguas (griego, latín, árabe, chino, francés, rumano, portugués, italiano, inglés, alemán y ruso), que reúne a los mejores poetas y los mejores versos de la historia en las eficientes traducciones que ha ido recogiendo la colección en estos treinta años. Un mapamundi de la poesía que debería además ser un incentivo para entrar con más profundidad y extensión en la obra de autores de los que aquí aparecen muestras significativas pero necesariamente breves que resumen el casi centenar de volúmenes de poesía que acumula ya el catálogo de Letras Universales.

Santos Domínguez

31 octubre 2013

Escritos en la corteza de los árboles



Julia Uceda.
Escritos en la corteza de los árboles.
Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2013.

Una pregunta -¿Somos quienes quisimos ser?- da título y tono al prólogo que Julia Uceda ha puesto al frente de su último libro, Escritos en la corteza de los árboles, que acaba de publicar en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara

Otra pregunta sin respuesta -¿dónde estaba yo antes de estar aquí?- centra el primer poema del libro, Kairós, cuyo título alude a ese tiempo indeterminado, siempre anterior y siempre por llegar, un pasado remoto y desconocido por el que pregunta la niña a los mayores en ese texto: ¿dónde ese antes deshabitado?

¿Cómo saber en qué tiempo he vivido?, se sigue preguntando ya hacia el final del libro, en Simposio.

Esa tonalidad interrogativa recorre la mayor parte de las páginas de este libro de preguntas, el tercero de los que Julia Uceda ha publicado tras la recopilación de su poesía completa en el volumen En el viento hacia el mar, que publicó en esta misma colección y con el que obtuvo hace diez años el Premio de la Crítica.

En el prólogo, donde Julia Uceda hace un recorrido rememorativo por su propia obra, surgen preguntas como estas: 

La poesía ¿descubre un tipo de realidad o, por el contrario, la encubre y la guarda esperando? ¿Es un acto de comunicación o lo contrario? ¿Por qué, desde el fondo del tiempo (...) hubo experiencias que solo se pudieron comunicar en la forma poética, incluida la historia?

Y esa voluntad interrogativa, que es a la vez ambición expresiva y conciencia de los límites del lenguaje, exploración y reconocimiento de las carencias de la poesía como conocimiento de un tiempo anterior al tiempo y al espacio, le sirve a la autora como motor para remontarse al pasado absolutamente imperfecto hasta imaginar una escritura anterior a la propia escritura: signos en cortezas de árboles.

Ante ese mundo opaco, la poesía sale en busca de palabras que no se formulan y se sitúa en los límites de la expresión, de la memoria y del conocimiento. Es el dudoso tiempo del sueño en el que vive quien escribe poesía, una persona desamparada que no sabe por dónde va ni a dónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho.

Esa es la raíz de la duda, de las interrogaciones y de la inseguridad, pero también el impulso de la búsqueda que justifica el ejercicio de la poesía, la puerta de entrada en lo desconocido, en la terra incognita del poema, porque el trabajo de un poeta oscila entre el conocimiento, algo más complejo que la memoria, y la pericia para organizar las palabras que habrían de dar forma a una idea que nunca fue expresada antes y, por tanto, desconoce. Es decir, es el mismo lenguaje y es la palabra la que descubre las cosas.

Yo solo voy buscando / palabras e historias no nacidas, escribe Julia Uceda. Por eso el esfuerzo del poeta es el de “un ser pretérito por establecer una comunicación con su propio y primitivo yo” mientras fuera, la noche continúa cayendo y se evapora / la sangre, el agua del vaso abandonado.

Santos Domínguez

30 octubre 2013

Tomás Segovia. El tiempo en los brazos



Tomás Segovia.
El tiempo en los brazos.
Cuadernos de notas (1984-2005).
Pre-Textos. Valencia, 2013.

El mundo está desierto. Escribo para nadie, anota Tomás Segovia en uno de los apuntes de El tiempo en los brazos, la segunda entrega –póstuma ya- de sus  cuadernos de notas, que publica Pre-Textos y recoge anotaciones de más de veinte años, entre 1984 y 2005.

El deseo como concepto y como experiencia, como fe y como iluminación, el tiempo como forma y como contenido, el orgullo del desarraigado, el amor extranjero o la reflexión sobre el lenguaje son algunos de los hilos conductores de una páginas intensas en las que el poeta – que no sólo habla con los muertos, habla por los muertos- escribe sobre la creatividad alucinada y la frustración de las ilusiones, sobre la soledad y la amistad, la vejez y la pintura, sobre el animal y su noche del lenguaje, sobre la música o la memoria en unas anotaciones discontinuas que saltan de unos meses a otros como salta el desarraigo de su autor de México a Madrid, de Perpiñán a Murcia, de Berkeley a París, de Londres a Roma, de Nápoles a Caracas.

El aislamiento, las relaciones de pareja, las evocaciones y las reflexiones sobre ciencia, filosofía y sociedad, arte -una rama de la ética- y melancolía, amor y celos, traducciones y momentos de plenitud o baches creativos en unos cuadernos que no se someten a la disciplina del dietario porque hay a veces enormes lagunas temporales de ocho o nueve meses entre una nota y otra, y a veces, como en 1989, una solitaria -aunque larga- anotación.

Pero para compensar esa discontinuidad temporal, hay una enorme coherencia en los temas que son objeto de análisis o que provocan digresiones filosóficas de Tomás Segovia: la reflexión sobre el tiempo y el espacio en la que se conjuntan ciencia, filosofía y la mirada metafórica del poeta, la meditación constante sobre el lenguaje, los altibajos emocionales, la nostalgia por las ilusiones perdidas, la desolación y las épocas de largo silencio, los proyectos de libros, el desamor como un largo y doloroso aprendizaje, la civilización consumista y el liberalismo desbocado, la crítica al neoliberalismo del FMI, las notas de viaje y de lectura, los referentes decisivos: Vallejo y Foucault, Lacan y Kafka, Nietzsche y Sade, Mann y Mallarmé...

Y sobre todo, como en el primer volumen de El tiempo en los brazos, la lucidez constante, la profundidad y la verdad que atraviesan las más de seiscientas páginas de un libro que se lee no como un monólogo sino como una conversación con el lector. Una conversación cercana, llena de dudas y de silencios porque el poeta tiene a veces la sensación de que lo único no ridículo que se puede decir es “Me callo.”

Sentir el lenguaje desde el ojo, no desde la pluma, escribe en una reflexión sobre la poesía. Y esa mirada tiene en Tomás Segovia la dosis de perplejidad justa para indagar y dudar, para huir de la certeza inmóvil y estéril: 

“Nosotros los estudiosos” ¿Qué relación tiene eso con la lectura? Quien no se lo pregunte, peor: quiere decir que ni sabe ni lee.

Santos Domínguez


29 octubre 2013

Hadjí Murat



Lev Tolstói.
Hadjí Murat.
Edición de Víctor Andresco.
Traducción de Irene y Laura Andresco.
Navona Editorial. Barcelona, 2013.

Navona Editorial publica, con traducción de Irene y Laura Andresco y edición de Víctor Andresco, autor también del epílogo, Hadji Murat, una novela prodigiosa que lleva suscitando el asombro y el entusiasmo de generaciones de lectores. 

Un Tolstói anciano y poderoso la escribió y la reescribió varias veces entre 1896 y 1904, aunque no se publicó hasta 1912, dos años después de su muerte. El novelista ruso elaboró y descartó borradores sucesivos hasta que probablemente tuvo la certeza de haber escrito una obra maestra. 

Hadji Murat es la mejor novela corta de un maestro indiscutible del género. Y es más que eso, una cima de la narrativa universal, como explicó Harold Bloom en El canon occidental: “representa lo sublime en la prosa de ficción y lo considero el mejor relato del  mundo, o al menos el mejor que yo he leído.”

El autor potente y seguro de su voz narrativa que era Tolstói aborda la apoteosis heroica del guerrero checheno en una obra que no es una novela histórica, porque prescinde de reflexiones, análisis políticos y moralejas para hacer literatura en estado puro, para construir el retrato complejo de un personaje inolvidable.

En la figura grandiosa de Hadji Murat, que quiere, como Ulises, regresar a casa cuando termine la guerra, Tolstói hace resonar el eco de los héroes homéricos, en una suma de Aquiles y Héctor. 

Fuerte pero nunca brutal, valiente y humano, astuto y enérgico, pero cercano y generoso, Tolstói lo dota además, como al resto de personajes de la obra, de una profunda individualidad de la que el autor no quiso privar ni siquiera a los secundarios, en los que late la vida en la precisa construcción de sus caracteres.

Basada en los hechos que tuvieron lugar en 1851, en el contexto expansionista planeado por el zar Nicolás I y en el Cáucaso, un problemático territorio de frontera entre Europa y Asia, azotado por las guerras y poblado por gentes belicosas, a Tolstói no le interesa el enfoque documental, el relato de un episodio bélico, sino la complejidad humana del héroe.

Y le importa también, y mucho, la descripción de ese paisaje montañoso que separa el Mar Caspio del Mar Negro en el que el novelista había estado destinado como soldado el mismo año en el que se sitúa la novela. Y le interesa sobre todo la conexión que hay entre el paisaje y los personajes. Y así el cardo tártaro enmarca memorablemente el comienzo y el final de la obra como símbolo del héroe.

Con la extrañeza como tonalidad, con una mirada que presenta el mundo como si estuviera recién descubierto, Tolstói crea con Hadji Murat una figura cambiante, contradictorio y por eso mismo convincente como personaje literario. Y lo hace desde la admiración y desde una honda identificación con el lider checheno, íntegro y altivo, colérico y desinteresado.

Como si Homero y Shakespeare se hubieran reunido en el Cáucaso para hacer esta obra maestra.

Santos Domínguez